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Y así aquellos dos niños, Mati y Maya, como una célula de la clandestinidad con sólo dos miembros, empezaron a convencerse el uno al otro de que tal vez fuera cierto que existían animales en algún lugar. Mati tenía mucho miedo y Maya también, aunque un poco menos, pero, a pesar de todo, les fascinaba la idea de iniciar una gran aventura cuyo objetivo sería buscar signos de vida. Mati y Maya no decidieron a la ligera embarcarse en una aventura así. No confiaban del todo en sí mismos: tal vez el pececillo y los ladridos no habían sido más que una ilusión. Tal vez, a pesar de todo, fue sólo una hoja plateada lo que brilló un instante en el agua antes de hundirse y desaparecer. Tal vez un árbol viejo se rompió en algún bosque lejano y el viento llevó hasta ellos el eco de su lamento, un eco que se parecía un poco a un ladrido. ¿Cómo y dónde debían comenzar su aventura? ¿Y qué pasaría si les sorprendían y les castigaban? ¿Y si también ellos eran objeto de burla? ¿Qué pasaría si, como Nimi el potro, contraían la relinchitis?
¿Y qué ocurriría si la furia de Nehi, el diablo de las montañas, se dirigía contra ellos? ¿Y si también ellos desaparecían para siempre bajo su manto oscuro, como habían desaparecido hacía muchos años todos los animales que, según decían los adultos, habían existido una vez en nuestro pueblo y sus alrededores?
Y además, ¿por dónde debían empezar a buscar?