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La soledad hizo que Naamán aprendiese a hablar con los animales en su idioma. Al cabo de unos años, cuando todo el pueblo empezó a decir que tenía relinchitis, a alejarse de él y a arrojarle de lejos trozos de tejas y piedras, se buscó una cueva en las montañas donde vivía solo y se alimentaba de hongos y bayas. Sólo a veces, por las noches, esperaba a que todo el pueblo se encerrase en sus casas y entonces bajaba y deambulaba como una sombra por las callejuelas del pueblo oscuro.
Aún sigue bajando algunas veces. En la oscuridad. Baja sólo cuando todos están encerrados tras las contraventanas y los cerrojos de hierro. Baja y deambula por el pueblo porque aquí, a pesar del amor de las criaturas y de todas las maravillas de la montaña, está un poco triste.
A oscuras, en las noches sin luna, da vueltas por las callejuelas vacías. Y a veces Nimi y él vagan de puntillas y se acercan un momento a alguna casa para ver por entre las rendijas de las contraventanas a las familias que, inmersas en una profunda calma, se preparan para irse a dormir.
Porque es agradable oír a través de las cortinas el cuento que un padre le lee a su hija antes de dormir, o a una madre sentada al borde de la cama de su pequeño hijo cantándole una nana que abrasa de pronto el viejo corazón de Nehi. También le gusta oír a veces, a través de una ventana entornada, las adormecidas conversaciones nocturnas de una pareja cansada mientras se toma un té en la calidez de su habitación. O cuando se sientan a leer en el silencio de la noche, o las veces en que los habitantes de las casas se intercambian unas palabras que conmueven a Nehi y hacen que a Nimi se le salten las lágrimas, palabras sencillas como por ejemplo: «Escucha, te sienta estupendamente esa bata de flores». O: «Por fin has arreglado las escaleras del sótano, estoy muy contenta y te lo agradezco mucho». O: «El cuento que le has contado esta noche al niño antes de dormir era delicado y hermoso, y me recuerda a mi infancia».
– Así deambulo por las noches entre los patios abandonados, durante dos o tres horas, solo, y a veces con Nimi, hasta que la última luz del pueblo se apaga en la ventana de Almón. Porque tengo envidia. Tengo envidia de todo lo que nunca he tenido y ya nunca tendré.
– Resulta que también aquí arriba a veces las cosas son bastante tristes -dijo Maya.