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No se deja de paladear el desayuno. El niño baja corriendo y brinca travieso delante del padre. Semejante rayo de sol recolecta calderilla. El padre quiere que su hijo sea valiente, y nunca titubee. Pero como mucho este niño va a parar, dando un cómodo paseo, ante las tiendas de artículos de broma de la ciudad provinciana. El muchacho compra siempre para él sólo. Apenas advierte a sus compañeros, a lo lejos, que tienen que mirar cómo se le acaba el dinero al hijo del director (como a ellos el tiempo en que aún podrán llamar a las puertas entrabiertas de la economía). El niño se sienta en la escuela con los niños del orfanato, ¡esto es pedagógicamente lógico, pero tenemos guerra en las cabañas! Algunos hijos e hijas apestan a establo, de su larga mañana junto al ganado, que se hunde hasta los tobillos en su estiércol plomizo. Han bajado de casas cerradas, después de haberse levantado a las cinco. Allí los cuerpos se mantienen juntos en total inactividad hasta que la falta de dinero los barre hacia las fábricas. ¿Nunca ha visto usted allí florecer y marchitarse semejantes flores? Este niño camina con descaro por el campo para perturbar el equilibrio entre Naturaleza y Derecho Natural (el niño tiene razón cuando golpea a un topo con un palo, o se desliza con los esquíes por la pendiente. ¡Naturalmente, también usted tiene razón cuando sale a pasear entre nubes de pura lana virgen, por su salud!). A veces, dispara una escopeta en el vientre del bosque. Las letrinas deben proteger a la Naturaleza de los hombres y sus herencias, pero ¿quién protege al hombre de sus acreedores, los empleados de banca, que se levantan temprano sólo para alzar la vista hacia los Alpes? Por la noche, gracias a Dios, ha deshelado un poco, lo que hace que los esquiadores contengan el aliento, pensando en su billete de remonte. El hielo está desparramado al pie de los árboles como los trocitos de corcho en el embalaje de un hermoso aparato, ante el que se nos abren los ojos. Más de uno vería esto de otro modo. La criada llega con el carrito de la compra. El hielo, todavía firme en algunos puntos, cruje bajo las ruedas como si estuviera hueco. Tiene que haber también algo por debajo de nosotros, no sólo por encima. ¿Tiene usted quizá una buena amistad con la que poder ir al cine? ¿No? Entonces espere a que suene el timbre de su casa, quizá la miseria del paro, en este mundo esbelto y bien construido, en el que se le quiere vender un abono. Para que aprenda a entender mejor las necesidades de sus representantes en el mundo del arte, la economía y la política.
Como hombre, el director puede inclinarse hacia su mujer, que está sentada en su sitio de siempre, donde la luz de la ventana no puede caer sobre ella. Aún está oscuro. Gerti lleva unas gafas de sol. El niño viene, feliz por lo que ha visto fuera y en la televisión, entra con estrépito, vocifera codicioso, esta vez seguro que se va a comprar algo determinado con lo que poder escapar de este hermoso mundo: Rápidos aparatos y trajes a juego, para que sus días estén llenos de felicidad. Porque el niño quiere volver a desbordarse con la marea. Su padre pronuncia unas palabras enérgicas, desde la poderosa estrella oscura que es su cabeza. Ha elegido la mañana para volver a hacer una repentina visita a la madre de este niño. Mejorando su rendimiento nocturno, se ha impuesto a ella con presteza. Como se toma asiento en un sillón, sólo un instante, con la fingida objetividad del telediario de la noche, se ha dejado caer pesadamente dentro de la mujer, atracando desde atrás a la bomba de la estación de servicio de su vida, donde va a buscar los consuelos del sagrado sacramento. ¡Debe dejarle llenar el tanque con toda tranquilidad! ¡Super! Ha entrado con palabras en su oído, aún tiene que pasarle otra factura por su comportamiento del día anterior. Él es el supremo revisor de cuentas, que puede transformar las olas en ondas. Ojalá que la auténtica hierba se vea algún día, porque la plantamos erróneamente bajo cementerios de automóviles y áreas de descanso, donde incluso los preservativos se recalientan antes de tirarlos. Sí, allá donde somos tan decentes como para derrocharnos, hundir nuestro sexo y ocultárselo después a nuestra pareja para poder gozarlo en soledad. Los muslos de la mujer sólo deben estar preparados para él, el director, el horrible transeúnte, cocidos en el aceite hirviendo de su codicia, y así también los mantendrá él ocupados para ella, se descargará temblando en su rampa y le dará a cambio un caritativo broche o un brazalete de acero. Enseguida ha pasado, y volvemos a ser libres, en nuestra casa, a la que pertenecemos, pero más ricos que antes, cuando nos reíamos de los vecinos. ¡Está invitada a echar un vistazo! ¡No le ocurrirá nada si este Señor de la secta de los gozadores llama a su puerta con una botella de champán! ¡Al contrario, la mujer debe estar contenta! ¡Sólo faltaría que él mismo se hubiera envuelto para regalo! El azul del cielo se toma en serio el paisaje, el negocio prospera.
Sin duda esta mujer saldrá a la primera ocasión, a que el peluquero la disminuya para ponerla a la altura de Michael. Sí, ella es la responsable de poder presentarse como un bocado apetitoso; entre nosotros: ¡Qué hermoso día! Llenos de amor, los padres discuten con estrépito sobre el hijo, que se agota sobre sus juguetes como el padre en el regazo de la madre, en el que juega solo. Hay que recoger al niño. Antes aquí crecían cañas, ahora cadenas cierran el corazón, nadie puede quedarse tranquilamente en su senda y mirar. Todos tienen que cargar con sus penas o mear un chorro creador, para que se les vea y se les tenga que querer. Por todas partes preguntan al niño por su valor añadido frente a los hijos de los pobres. A la madre, agotada, casi le chorrea la leche de los pechos del miedo de que este niño no parece tener un alma inmortal, porque no hace feliz a su madre. Enseguida quiere marcharse a esquiar, donde los otros son conducidos bien o mal por el telesilla. ¡Si no se sobreestimaran al descender al valle! Ahora la madre besa ansiosa al niño, que se libra de ella. De buen humor, el padre escarba en la moqueta con los pies. ¡Si volviera a estar pronto a solas con su mujer, para poder hacerle señas con su poste (su pollita)! A veces, cuando el niño está distraído, él desliza dos dedos, a los que la piel da alas, en la parte más emocionante de ella, en esa hendidura que tanto le atrae, para cubrir la cual le compra a esta mujer esas prendas caras. Secretamente, se huele la mano, tan triunfadora como él. Tan penetrante como la luz. Entretanto la madre sigue amando al niño, siempre arroyo abajo, este niño, al que es tan adicto, con sus juguetes y cachivaches, como una amante. El padre da un puñetazo sobre la mesa, de buen humor. Él ya ha necesitado hoy a la mujer, ¿por qué no va un niño a necesitar a su madre? ¡Pero sin exagerar! El hijo debe aprender a ser modesto cuando presta a los modestos por necesidad sus hermosos esquíes nuevos, por un precio módico, para llevarse aún más sorpresas a la boca en la pastelería. El hijo, un pequeño y lento tren local, ha puesto ya en pie un ágil comercio con sus objetos, para que la felicidad llegue incluso a los más tontos (que creen que patinar sirve para buscar un hueco en el sistema, ante el que se levantan los Alpes). Pero estos niños sólo entienden que cuesta algo echarse al hombro unos esquíes de competición. Este hombre y esta mujer divina se sienten sencillamente alerta el uno frente al otro. Sus ojos están cosidos con grandes puntadas.
El hijo ha sido alabado por su capacidad mercantil por su propio padre, el violinista. ¡Tomen ejemplo de él, empresarios de esquí del municipio, que todavía se atreven a pedir dinero por el uso de los copos de nieve, esa macilenta blancura deportiva! Todo se queda en los campos locales, donde usted, uno de los innumerables esclavos del deporte, soportaba la vida hace una hora con su anorak de colores, que lleva puesto a todos sitios, desde la pista de descenso hasta la discoteca. Es todo uno, y usted es el primero. Sólo tiene que alzarse previamente hasta las cercanías de Dios, donde los tiempos cotizan más que su tiempo de descenso, cronometrado por su señora esposa, que ha venido a pie. De pronto la vida se le hace más familiar, cuando se detiene ante el abismo de nieve y aprieta contra su cuerpo un instrumento, también lavable. Los pobres no pueden contener sus aguas menores, que se congelan a sus pies, y no les queda más remedio que pisar con cuidado ante la más encumbrada de las montañas, de la que no les vendrá ninguna ayuda, atentamente. Lanzados como dados abigarrados de sus oficinas, elegantemente vestidos, dejan entrar la alegría en sus pequeñas tabernas y resbalan, totalmente inclinados sobre sus trineos como sobre un ser amado, bueno, sencillamente resbalan cuesta abajo. Y allí se contaminan con otros arruinados en tiempos peores, convertidos en un envío, en un paquete de vida, en el que reina el humor, por ejemplo, en el país de los músicos. Los más pobres miran también, pero les suena ajeno. Porque no saben cómo estos astros de la pantalla se elevan hacia el cielo delante de ellos. El temporal resopla en torno a ellos.
La madre se deja atender con café por la criada. Entretanto, hace mucho que ha escondido en el cajón de la ropa una botella sin abrir. Mejor sería que hoy no viniera el grupo de niños a aporrear el timbal. No, viene mañana, para poder probar su canto, sus bocas y su estrépito para la fiesta de los bomberos. En los días festivos, hay cosas hermosas que se unen bien en el tocadiscos a la Pasión según San Mateo y otro canto que pueda afrontar nuestros oídos. Espantada, la mujer mira sus manos, que le son completamente ajenas. El lenguaje se le eriza como el pene de su marido, allá delante, donde tira de su cadena y se va siseando montaña abajo. En su día festivo, le ha sobrevenido una sensación, en medio del blanco resplandor de la Naturaleza… ¿pero era sólo la Naturaleza? Todos queremos embellecernos, para conocer a otra persona y serle visible sin perturbaciones, sólo a él. ¿Seguirá pensando en ella el joven que la ha traspasado en media hora? Ha pisado el montoncillo excretado por ella, porque merece la pena ser algo especial. La mujer irá a supervisar cómo se vive como diosa para otro. Quizá también nosotras vayamos a la peluquería, y miremos después a los pobres inválidos laborales, en los navideños pesebres laborales.
Al pasar, el director mete profundamente la mano en el escote de la mujer, en el que aparece lo más importante que se necesita para su figura. Ésta es una buena imagen. Esta mujer no se sale de sus raíles, debe contemplar su cola, chuparla y dejarse guiar. No debe dejarse seducir por el primero que pasa. El paisaje tiene un brillo turbio, pero los que podrían verlo no ven nada, porque sus pobres sombras topan con las de los alegres deportistas, que se pegan a sus cuerpos para ser más aerodinámicas. Me temo que otro sitio, donde no se viva y se ría con el paso incesante del turismo, no será tan hospitalario. En sucias cocinas, un fuego frío crepita en los ojos de los hombres, que tienen que irse a trabajar a las cinco de la mañana. Su estómago ya no les admite la repugnante salchicha a la montañesa. Sus mujeres irrumpen ruidosamente en la realidad, y exigen ser adoptadas por el trabajo (otras van a visitar la Ciudad de los Niños de Viena-Hadersdorf, donde las casitas son muy pequeñas, para jugar. Así, el niño aprende a agachar la cabeza como un sometido). Todas quieren ganarse algo, para poder también deslizarse como furias hacia las vacaciones en sus trineos. Después vuelve a acabarse la frescura que han conseguido con tanto esfuerzo. Pero no hay nada que sacar en las cámaras de plomo de esta fábrica de papel, más bien el papel ha de ser todavía rotulado con cifras. El director ha acordado en la Asociación de los Poderosos despedir primero a las mujeres, para que los hombres se sientan libres por lo menos en el trabajo. Y para que los hombres tengan algo con lo que poder desfogarse cuando el capataz aparece de repente, una espléndida imagen.
Sin que nadie los moleste, los trabajadores se miran unos a otros en la cantina. Delante de la luz, cantan como pájaros, para dar plenitud a su vida y gusto al director. ¿Dónde se oculta el sentido de esto? ¿En sus sensuales mujeres, en las que la vida se ha expresado con plenitud?
El director necesita a su propia mujer, porque a cada uno la suya, ¿ano? La luz del día ya se ha mostrado, y las tiendas abren, mientras otras personas se hacen impenetrables. El hombre contempla de reojo a su mujer, que libra muy nerviosamente una guerra por conseguir hora en la peluquería; ha notado que sus pechos ya están algo calmados. En su memoria, viven como si él los hubiera creado y dado forma, como a su hijo. En cualquier caso, cielos, dónde ha ido a parar mi aguijón, se podrá volver a amasar la mujer. Y ella le pertenece, le pertenece, tantos frutos nos regala siempre la tierra. Después del colegio, el niño se deslizará por una montaña celestial, más rápido de lo que usted es capaz de tomar aliento, así que hoy será usted arrollado por este niño que ha recibido su herencia del padre, por lo menos lo adelantará en todo momento. Así se malcría a esta criatura, que vive junto a su madre y cree que siempre seguirá siendo así. Pero esta mujer desea adquirir juventud en una nueva tienda, de ahí también el peinado nuevo. Para ser vista y poder pasar de largo. Ante la casa de este hombre, que ayer alimentó su lado salvaje, dónde si no se va a alimentar la caza de cara al invierno. ¿No ha visto ya otros jóvenes, de pie en los locales? Se queden o se vayan, son tan hermosos antes de marchitarse. También quehacer con ellos mismos, porque tienen que despachar muchas cosas antes de marcharse un fin de semana a esquiar y vociferar con sus amigas, ante las que uno se queda con las manos vacías y se asombra de cómo ha surgido este policromo huecograbado en las caras más planas de la vida, y cómo puede hacer tan profunda impresión. Las postales tratan mejor al paisaje que el tiempo a la mujer, creo yo. El paisaje calla amansado en su día de reposo en las fotitos que usted compra en el estanco y garabatea hasta los bordes, ¡pero el tiempo va sencillamente demasiado lejos! Excava como una tempestad en los rasgos largamente desgastados de la mujer. Oh, no, ella alza la mano, asustada, ante su brillante imagen en el espejo: Habría que trabajar en un círculo amplio, no sólo en su peinado, que es distinto en distintas épocas. Fabricar trabajosamente una pequeña transformación para nada más que una pequeña música nocturna. Su figura desborda el marco del espejo, se hace tan amplia como sus pensamientos. Conoce su casa, en ella espera a un esquiador distinguido con premios. Todos esperamos que un día haya más en el saco, en el sobre del salario de los sentidos, donde susurran las nubes. Sí, la mayoría de las veces el tiempo es nuboso sobre ellos. Pensemos cómo hacernos hermosas, para convertirnos en más y llegar por lo menos hasta la raya de nuestro pelo.
La mujer espera que el hombre salga con todo orden para su oficina. El hombre espera poder echar mano a su mujer una vez más antes de ser puesto un rato a la intemperie del día. Los pobres trabajadores han salido hace mucho junto a los aludes, con el paquete al hombro. ¡Ahora descansa un poquito! El autobús ha partido. El niño ha sido transportado; excelso, se distinguirá de sus compañeros. Las líneas de su vida han sido seleccionadas con habilidad (por el destino probablemente, en compañía del cual el niño desciende por la ladera y ha visto ya algunas ciudades extranjeras). Le va bien desde que ha puesto su cuna donde hay un protector en casa. Sus compañeros se permiten un helado, y se detienen infinitamente en él. La luz brilla sobre esta gran casa como si hubiera nacido en ella, sobre un suelo de parquet encerado. Hoy tenemos sol, decido yo ahora. En cuanto pueda, la mujer quiere ir a una boutique a la ciudad, para tener un aspecto agradable. ¡Por qué no le basta al joven para todo el día, por qué tiene que ir a deslizarse por los raíles de la montaña donde más vírgenes están, ese especialista de la nieve alta! ¡Estar donde nadie estuvo antes que él! Excepto el año pasado, cuando otro joven armó allí un escándalo con sus amigos y amigas. La mujer no piensa en nada más que en qué va a ponerse para ir más rápido, más alto, más lejos. ¡Basta, cómo vuelan sus sentimientos, volvamos a sujetarlos! Su marido no puede calmar su paz, ahora se va a la fábrica. En un 80 por 100, para ser justos (y ser contados entre los propietarios), él es responsable de su felicidad. La empapa en ella. Échenos un vistazo cuando usted, pensativa y muy viajada, desee sembrar la tempestad en los ojos de otra persona. ¡Sí, venga y pida que se disfrute de usted!
Para tener una cómoda vista del tiempo que pasa, desde un porche (sólo en los sitios más pobres no hay una acolchada alfombra bajo los pies), la mujer sale de la casa, y se ha embadurnado de colorines, ella y las uñas de sus dedos. Qué magnífica grandeza tiene la Naturaleza, en la que los pobres sólo ven las señales de límite de velocidad y no las respetan, antes de ser mezclados con nuestra comida, ellos y sus torpes coches. La vagina de esta mujer está empapada del producto hirviente de su marido. A sus muslos se pega, bajo los panties, barro de las costumbres cotidianas del director. Él gusta de dejar una marca que pueda reproducir, aunque la tinta escasee. Podría tener bajo su encendedor, tranquilamente y con gusto, el bollito de una mujer mucho más joven, para consumirlo. En las montañas refresca rápido. Puede usted llamarlo tranquilamente circunstancias, cuando el bosque se refleja en el estanque y la hierba crece ante la ventana, suavizando los recuerdos de los conflictos domésticos. Qué furiosos se llegan a poner los pobres cuando se les hace objeto de una astucia o se les aplica como nos enseñan las leyes fiscales. El director de la fábrica de papel sigue asombrándose de que las hordas humanas que tiene empleadas compren todas lo mismo en el mismo supermercado, aunque tienen y levantan distintos pesos y medidas. Hace mucho que los pequeños negocios locales fueron liquidados, para que los habitantes no se volvieran demasiado díscolos a base de salchichas y cerveza. Mediante el canto fabril (¡el buen eco de nuestra industria en el extranjero!) y el griterío coral, este hombre desea sacudirnos para que le lleguemos al fondo del pecho, ese cañón que truena contra nosotros. De una patada se puede impedir fácilmente que el placer, el mensajero blanco del ser humano, desee emitir a toda costa su voz chillona. Entonces esta mujer calla. Desde las habitaciones en las que sólo es perseguida por su sexo, esa exquisitez única, clama al cielo; hasta la verja del jardín se oye el bramido en memoria de la matanza. Hace mucho que el hombre y la mujer actúan el uno sobre la otra, pronto tendrán que levantarse e ir a lavarse de ellos mismos.
Algunos tampoco han venido esta vez a la iglesia, donde las estatuas gotean, otros en cambio ni siquiera han sido elegidos. El ebanista, con su parte meteorológico y su impermeable, se despliega en una breve vida dentro de la mujer que trabaja en el supermercado. Su devenir le llevó del colegio al heno, y ya eran tres, y eran felices en la cocina, su taller vital, donde pueden ser pulidos y sin pulir, porque no tienen otra habitación. Tienen que permanecer juntos. Golpe a golpe, la Naturaleza reduce al hombre a su tamaño natural y le conduce a la taberna para que pueda volver a desbordarse. En casa se queda impasible ante los productos de sus sentidos, los niños, y medita en cómo podrá cogerlos al vuelo y tirarlos contra las paredes. A veces aquí los niños llegan a su fin en menos tiempo del que, para configurarlos, se ha hurgado en las mucosas. Se ha de garantizar la perduración y la continuidad mientras los señores del país les envenenan los árboles debajo del trasero y el papel que cosechan los trabajadores se esfumará en cincuenta años como una señal trazada en el cielo. Tan en vano como su ira. Tan inútil como la elección entre si las mujeres deben llevar pantalones o faldas, el único sitio donde no pueden llevar los pantalones es en casa. Como las heridas que les infiere el trabajo, hasta que ya no sirven para el uso, así su gozo se evapora demasiado rápido. En las fuentes, sumergen una mano en el chorro de agua. Y el pecho sintiente de las mujeres se transforma en amorfos abdómenes donde crecen cosas que el médico ataca con furia. No se ingresa en el hospital para nada. Hasta que los iracundos tienen hambre y se disparan en los sesos con las escopetas de caza que brotan como hongos en secretos rincones de sus casas. Por lo menos han encontrado en usted un honrado maestro que enseñe al niño mecánica del automóvil hasta que él mismo pueda alzar la mano sobre sí.
La señora directora se pone guapa, ese anuncio esta escrito en su rostro. Se arregla. Y la Naturaleza ofrece cobertura para ello. La mujer atraviesa, bajo el maquillaje en el que es persona, espacios mayores de los que podrán ser abarcados nunca por la cordillera. De ahí que en lo que concierne a su rostro no se abandone sólo a la Naturaleza; ese gran poder se le hace demasiado pequeño para respirar, y tiene que subir a su coche. Ya ve a su nuevo escudero en la patria de su cabeza, donde también se contempla a sí misma con otros ojos. ¡Sus presentimientos pueden dar en el clavo! Alrededor, es contemplada por las cabezas de pájaro de los perdidos, empaladas en los postes de su cerca. Esas mujeres del pueblo, que miran como si nunca hubieran visto otras tierras que sus pequeños reinos, donde sus Señores les insuflan aliento
por la noche. De sus madres ya han aprendido a mirar siempre al dinero, y a asombrarse ante el rostro que se ve en él. ¡Qué diferencia entre uno de cien y uno de mil! Hay todo un mundo en medio, un abismo que cubrir. La mujer recorre con su vehículo las serpentinas de la carretera nacional. Quiere que el joven de cuya conferencia ha disfrutado el día anterior vuelva lo antes posible a dejar oír una palabra enérgica dentro de ella. Ella aparecerá entre nosotros, a los pies de las escalinatas inaccesibles. Hay túneles que atraviesan las montañas, pero nos quedamos abajo, somos demasiado torpes para lo que de salvaje hay en nosotros. El joven abrirá mucho los ojos cuando vea el nuevo peinado. Algo parecido les ocurre a las personas que mantienen una postura intermedia entre los animales que cuidan -cientos de truchas muertas en el río, porque han abierto con demasiada brusquedad los muros de contención de la presa- y el trabajo que se han conseguido, fugaz regalo del dueño de una fábrica. Así describimos cómo son.
Se apresuran en las laderas. Los telesillas arrastran su carga impermeable, de la que pende la invitación de la Naturaleza, fundida en un envoltorio de plástico, hacia arriba sobre el paisaje fuertemente surcado por esquíes. Sí, bajo los esquíes el país parece enormemente desarrollado, donde originariamente era variado o simplemente accidentado. Los cañones de nieve escupen delante de los frenéticos turistas venidos de Viena a pasar el día. Cada uno de ellos se tiene por un cañón con los esquíes. Aquí quizá nos quedemos más, eones llevamos ya en el mundo para cambiarlo, y ahora se acaba debajo de nosotros. Los esquiadores tan sólo juguetean con el paisaje, nada que temer, no son demasiado apocados. Vagan sobre la Tierra con sus fuertes poderes y apagan cualquier fuego bajo sus pies. El gusto por la velocidad hace subir a los urbanistas, y la velocidad misma los vuelve a bajar. ¡Oh, si pudieran desfogarse de veras un día! Volarían bajo el Sol, honrados maestros que enseñan lo que han hecho de sí y de otros. Se han mezclado con otros y engendrado nuevos deportistas. Su hijos harán un curso de esquí, mientras el rostro de sus padres todavía refleja la gordura de un cerdo. El deporte, esa dolorosa nadería, ¿por qué iba a renunciar precisamente usted a él, si tampoco tiene mucho que perder? Muebles no hay por aquí, pero a la carrera por el valor de los chubasqueros, mercancías y aparato, junto con absurdos e inútiles gorros, no se le ha puesto límites, ¡y si los hay, simplemente se saltan, como una colina! Seguro que detrás vendrá otro que tenga que abarcar lo que entra dentro de nosotros. Hace mucho que el diente de las modas, los crímenes y las costumbres ha hecho mella en los Alpes, y por la noche todos nos revolcamos de risa delante de una marioneta con un acordeón que corretea delante de nosotros. Alrededor, los habitantes del pueblo duermen. Ante ellos no se separan las montañas cuando van al trabajo por las mañanas; sobre sus bicicletas, o sujetos a sus utilitarios, tienen que andar saltando sobre cada bache hasta que por fin pueden abrir la puerta de la reserva de los empleados. Sí, algunos consiguen subir, si tienen buen acero en los pies y en los sentimientos. Rogamos silencio. Al fin y al cabo, aquí también trabaja gente frente a sus animales, cada uno en su jaula.
Y nadie extiende la mano y coge a una de estas criaturas esquiadoras, que perforan cráteres en el suelo, y se lo impide. Nadie está libre de las leyes de la Tierra, que dicen que lo pesado siempre tiene que bajar, o habrá que vivirlo en propia carne. Algunos se ponen gafas de sol, mirándose unos a otros y pensando en la comida. Por la noche planean acostarse juntos según las reglas de la nueva cocina, poco, pero bueno. La tormenta exhala vapores rojos en sus fuentes, nuestros tenedores tintinean, se inclinan las cabezas doradas, pero las montañas guardan silencio. Millares de indecentes se lanzan pendiente abajo. Y unos centenares de sobrantes producen papel, una mercancía que pierde su valor todavía más rápido de lo que el hombre es desgastado por el deporte. ¿Sigue teniendo ganas de leer y de vivir? ¿No? Ah, bueno.
La mujer osa ir a la ciudad, donde su marido ha aparcado antes su coche e inspira vapores de agua caliente en la sauna. No importa. Depende de sus testículos y su arrecife, apoyado al sesgo en la escalera de sus genitales, la mujer propia, junto a la que el sueño lo encuentra cuando viene a buscarlo. Esta mujer se ha convertido en su desagüe, se derrama en ella hasta que se desborda. El hombre está ahí para hacer que se produzca una minucia en su abdomen, y para renovarlo, ¡para eso las mujeres se visten con ropa provocativa! El establecimiento tiene lamparillas rojas en las ventanas, pero ya no está tan frecuentado como antes. Para tomar aliento, los maridos cada vez cogen con más frecuencia y habilidad los higos de sus mujeres en el puño y los exprimen. Antes atan los pies a sus mascotas, para volverlas a encontrar donde las dejaron con un nuevo vestido. Ahora tienen que tratar de tú a tú a sus mujeres, sin considerarlas sus iguales. El sol brilla en el camino. Los árboles están ahí. Ahora, también ellos están acabados.
La enfermedad les allana el camino hacia el sexo familiar, señores, del que antes no querían sino escapar. Ahora es cuestión de vida o muerte poder confiar en su pareja, de lo contrario no queda más camino que el que conduce al especialista; antaño parecían abiertos todos los caminos, por los que usted, amado viajero, se adentraba, tocando con su armónica, en la alegría de su inmortalidad, todas las piezas que sabía. ¡Qué malhumor le producían a menudo los sordos instrumentos de ellas! Ahora todos giramos en un torbellino, mirándonos los unos a los otros, y nos servimos en nuestra propia salsa, hirviendo de codicia. Ahora el horrible cliente del sexo come en casa, donde mejor sabe la comida. Por fin el hombre concuerda con su cosa, que cuelga de él y se encabrita. Antes podaba a su mujer a cada momento como si fuera un seto, ahora él mismo crece salvaje ante ella. ¡Minucias! Cada cual tiene que aprender algún día el manejo para poder penetrar el culo a su pareja femenina en eterna calma y en eterna paz, ¡porque ya no hay más parejas, esta mujer es más que suficiente! Ahora los hombres son más corpulentos, y animan los sentidos que ya no tienen que ir a buscar lejos. Antes, al hombre se le preparaban mujeres a voluntad. Ahora se vacía en la propia, ella volverá a lavar sus cubiertos. Este espantoso cliente se regala con sus glúteos calientes de cama. Está enteramente concentrado en mantener la erección en la tupida pradera de su pelvis, donde se oye susurrar y burbujear. Siempre está temiendo perder su forma y ser sustituido por un extraño más amable. ¡Ah, el placer, se querría poder construir de verdad con él! Pero, si yo fuera usted, no construiría sobre él.
Como animales de rapiña se deslizan por sus calles florecientes, nómadas, arrojando las piedras pendiente abajo. Con sus poderosos paquetes sexuales, andan buscando un regazo cariñoso en el que poder instalarse de forma duradera, estos hombres. En medio del rebaño todavía son mansos, sus paquetes de carne todavía están cubiertos del sudor de las láminas de plástico, claramente visible, pero pronto, cuando el Sol les alcance, se hincharán, la savia brotará de la diminuta grieta, que rápidamente se hará grande. Y entonces el Sol cae con un bramido, revienta el húmedo depósito; penetrante, el olor de este sexo se extiende por los aparcamientos, y penetrantes los ojos se atraillan dos a dos, hasta que la carreta aterriza en el foso y los deseos vagan desenfrenados, en busca de un nuevo animal que pueda tirar de ellos. Los hombres no han vivido en vano. Se les ha meado en el rostro a voluntad, y yacen tranquilos bajo el arbolito del sexo, cuya plantación han controlado en persona. Ahora son rociados por él, el arbolito. Por un broche nuevo, es lo que la fría Gerti hace también en casa, cuando se golpea con el puño cerrado en su abonado parterre, hasta que su tierra se abre, se deshiela y el esfínter se afloja como es debido. Cualquiera de nosotros puede permitirse tales placeres, sin que tengamos que refugiarnos en nuestras penas, en nuestros cuartitos, rodeados nada más que de muebles. Como personas que constantemente miran más allá de sí mismas, para no tener que abatir los estandartes de su vida.
El tiempo devora el placer con el que nos penetramos y lanzamos gritos penetrantes, ya que una mañana tenemos que depositar un cuerpo aún más amplio junto a nuestro montón de desperdicios. Pero los agotados se consumen hasta la raíz. Para ellos es mejor, no tienen que estar delgados o que su cabello pierda su brillo, ellos mismos están pálidos ante la máquina a la que vuelven y cuyo entorno tienen que circundar una y otra vez. Y cuando miran a su lado, las aguas residuales de las obras de conducción ensucian el arroyo. Y toda su obra, toda la obra que han levantado, se seca y se detiene en su pecho. Y el director de esta instalación acolchada por el Estado y explotada por el extranjero, que no quiere más que vaciarse ante la plaga de su mujer. De la noche a la mañana, se ha vuelto peligrosa para él. ¿Cómo puede ir a sus posaderas, allá donde el carpintero ha perdido sus derechos? ¿Cuándo podrá Hubertus, su montero mayor, dormir directamente en la madriguera de acre olor donde ha sido sorprendido? ¿Quién, sino él, se arrodillaría ante su esposa, lanzaría estocadas a sus sentidos y levantaría sus pliegues uno tras otro? Ella le presta su rostro desde lo alto, mientras él, desde abajo, desde su cámara de comercio, hace promesas con la lengua doble de su sexo. El campo está circundado de aire, y las mujeres están presentes en todas partes en torno a nosotros. Comemos de ellas y con ellas. Y el tráfico no molesta al propietario colindante, él se dirige allá donde puede regular su propio tráfico.
El director se agarra a su coche y orina. Los nobles faros iluminan su silueta. Puede bombear su extracto de carne dentro de la mujer cuantas veces ella se incline sobre él desde su aguzada montaña. Esta pareja puede aparcar en cualquier lugar de su enorme casa para tomar medidas legales uno dentro de otro. La mujer se va a la peluquería. Detrás de las montañas se alza la luz, las praderas se ven abrazadas por el día, que ayuda a que todo salga bien. Sólo esta mujer se engaña en las resquebrajaduras en el muro que el tiempo le ha hecho. Todos somos vanidosos, señoras. ¡Saque al aire los dientes en la boca y el vestido al viento y láncese sobre su pareja, como si llevara horas sin hacerle daño! ¡Refrene su lenguaje!
El sueño no debe terminar para las parejas. Van a trabajar y levantan los rostros del camino que conocen para ver a otras personas que también conocen. Y ahí están, el uno junto al otro, uno tiene que comprarse estos trajes de jogging rebajados para quitarles del todo su valor. El camino se marchita bajo sus pies. Sus mujeres se desgarran allá donde han sido tocadas, pero hoy en día nadie pide la baja sin pensárselo antes. De lo contrario, la empresa en la que hemos encontrado un sitio para vivir y una pareja para amar frunciría el ceño. ¿Cómo se forma la imagen cuando hemos apretado el botón? Ni idea, pero en caso de tormenta debe usted desconectar y sacar su propio retrato de la temible ranura, en la que nadie echaría ni un chelín para contemplarse. Y sin embargo, usted vive y habita más de lo que merecería del cariño de una mujer, que tiene que quedarse con usted y restaurarlo. Sólo porque espera ver un poco de amor a la vuelta de la esquina.
Reunidos bajo las nubes, entran por la gran puerta y desaparecen. Apenas son suficientes, y en la fábrica son ajusticiados. Ahora váyase a casa con su mujer y descanse, mientras en los cementerios de automóviles humea la goma y las instalaciones de soplete autógeno segregan su propio sudor. La chapa bosteza, y las aceradas vísceras se salen por las heridas de los coches, que un día fueron más amados que las mujeres, que los pagaron trabajando el doble. Una cosa más: No se deje guiar por su gusto, porque antes de que pueda darse cuenta habrá un nuevo modelo en el mercado, ¡que le está esperando sólo a usted, a usted y a nadie más! entonces ya tendría uno, que antaño, hace mucho tiempo, le engatusó con palabras y cuentas de ahorro. ¡Y ahora basta, a casa!