37782.fb2 Diario de un cazador - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 3

Diario de un cazador - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 3

La Doly anda cogida. Lleva dos días sin probar bocado. En el ojo derecho se le ha formado como una telilla transparente. El Mele no se separa de ella. Acordamos llamar al veterinario. Melecio me preguntó si sabía lo de Tochano. Dije que no, y él dijo entonces que se casa con la Paula para Navidad. Le pregunté cómo era eso y él me contó que le encontró ayer tarde y le había dicho que durante su enfermedad pensó en la vida y había decidido casarse con la chica que le había demostrado su cariño. Le dije lealmente a Melecio que mira por dónde un zorro había conseguido lo que no consiguió don Florián, el cura.

José, el de Secretaría, me ha dicho que ayer volvieron a hablar de la Conserjería don Basilio y don Rafael. No sabe qué decidirán, pero cree que lo que sea sonará pronto. Al tal don Rafael le tengo más miedo que a un nublado. Es más tonto que un hilo de uvas, pero se me hace que no me tiene buena ley.

Como me prometió el Pavo, la Tuna estuvo esta noche donde Anita. Sólo se asomó el churrero y les dijo que se largaran, porque el chaval acababa de agarrar el sueño. Les dio tres pelas. El tío no se ha corrido. La verdad es que tres pelas en estos tiempos no son dinero.

29 noviembre, sábado

Estuve esta tarde a ver a la perra. Por lo visto el veterinario ha recetado penicilina. Pregunté a Melecio si interesaba la inversión con un animal que así viva mil años nunca aprenderá a cobrar, pero él dijo que aunque no sea más que por el chico está determinado a ello. Escotamos a diez barbos. De vuelta a casa me di de bruces con Anita. Me acerqué a ella y la panoli puso cara de circunstancias. Le pregunté si le gustó la serenata y respondió que su padre a poco la desloma, porque había entendido que ella salía con estudiantes. Le dije entonces que si tenía a mano las fotografías de la artista esa que se le parece, y me contestó que el domingo las sacó, pero que no me vio en el paseo vivo ni muerto. En el portal le agarré una mano y ella me dejó hacer. La arrinconé y le solté lo que pensaba desde que la conocí en la buñolería. Ella me salió con que por qué me había quitado el bigote. Le pregunté si le gustaba más con bigote, y ella dijo que ni más ni menos, solamente que extrañaba el verme ahora sin él. Estaba tan mollar que pensé que era buen momento y le pregunté por su madre. Ella se extrañó que le preguntase por su madre, y yo le dije que era por lo del crío. Se achucharró como si yo le hubiera propuesto un qué y, al fin, me dijo que su madre iba ya por la buñolería, y que ella había vuelto a peinar. Le dije que no sabía que peinara y ella dijo que iba para un año que trabajaba con las Mimis en la peluquería de la calle La Blanca. He quedado en ir el martes a la noche y ella en echarse al bolso las fotografías.

2 diciembre, martes

En cuanto oteé al Mele esta tarde trasteando en la calle, ya me imaginé que la perra estaba buena. El chavea me lo confirmó. Anduvimos los dos un rato tirándola el pellejo de la liebre, pero ella enreda con él, pero no lo trae. Melecio me ha devuelto 4,75. No ha sido caro el tratamiento. Ahora, cuando se mete uno en boticas, hay que cerrar los ojos. Me preguntó Melecio si se había explicado Tochano. Ya le dije que no. Al marchar me preguntó dónde iba con tantas prisas y le conté lo de la chavala. Estuvo un rato de cachondeo.

Anita sacó las fotografías. Sí, pero no. Es Anita, pero no es Anita. Ella tiene un qué que le falta a la otra. Se lo planté así y ella dijo que eso quisiera. Aunque hacía fresco, dimos una vuelta por los soportales y la invité a un bartolillo en «La Conchita». Anita es más golosa que un gato. En el portal le pregunté cuándo iba a darme una respuesta, y ella dijo que no sabía que le hubiera preguntado nada. No sé qué me da esta mujer que me tiene como tolondro.

3 diciembre, miércoles

Los apuntes de don Rodrigo se venden como rosquillas. Ya me han dejado 125 líquidas. Esta tarde me llegué a su casa a llevarle su parte y me mandó pasar, y me enseñó un termómetro para que vea que la temperatura no pasa de trece grados, y que no puede encender una estufa de petróleo, porque entonces se vería obligado a reducir la ración de los chicos. Dijo que aborrecía todo eso de andar con tapujos y no obrar a las claras, pero que los hijos son los hijos y con mil ochocientas mensuales, pagando novecientas de piso, no puede hacer milagros. Luego dijo que si sabía yo por qué ellos no tenían economatos, que si por casualidad los hijos de los catedráticos no tienen estómago como los demás. Le contesté que no lo sabía y le di los cuartos. Los contó dos veces delante de mí y, luego, me entregó otra docena de ejemplares de sus apuntes. Al marchar, insistió en que no se trata propiamente de un negocio clandestino, sino que al rogarme discreción pretende tan sólo no darle excesiva publicidad. Me escama a mí ya tanta gaita, pero si yo dijera no, el señor Moro no le iba a ir con ascos.

En el café nadie dijo media palabra de la boda. Echamos la partida como si tal cosa. Palmó Zacarías. El Pepe me preguntó por qué no íbamos el domingo a lo de Villalba. Le dije que tenía compromiso y él preguntó que dónde. Le conté lo del Pavo y me dijo que si no había sitio para él. Le respondí lealmente que no. Todavía estoy aguardando que me liquide los cafés y los cartuchos de Aniago.

4 diciembre, jueves

Cuando subí a comer este mediodía no se podía parar. En la azotea había una docena de cajones de envasar pescado que tiraban para atrás. Llamé en casa del señor Moro y le pregunté qué pintaba allí aquella basura. Asomó la bruja de la Carmina y me voceó que si me importaba a mí mucho lo que pintaban allí los cajones. Le dije que tanto, que si ella no los quitaba de allí los iba a tirar yo mismo a la calle. Metió el cuezo el señor Moro y me dijo que los cajones se estaban secando para luego hacer astillas con ellos. El cipote me preguntó si sabía yo lo que costaba un saco de leña. La madre, que andaba al quite, dijo que si creía el señor Moro que ella encendía la lumbre con piñas de California. Yo dije entonces que bien que ahorrasen en leña, pero que pongan a secar los envases donde no molesten. La pingo de la Carmina todavía voceó que si los iba a meter en la cocina, y yo le contesté, de mal café, que por mi parte podía meterlos donde le cupieran.

A las siete salí con la chavala. No sabe hablar más que de las Mimis. Dice que la mayor tiene un novio fogonero y que ella por nada del mundo querría un novio fogonero. Le pregunté que si por lo de los tiznones, y ella dijo que no por eso, sino porque cada jueves y cada domingo se largan de casa y a ella le gustan los hombres caseros. Anduvo un rato rondando delante de «La Conchita», pero yo me hice el sueco.

De retirada me topé con Melecio. Ha recibido una citación del Ayuntamiento y le dije que es fijo por lo de la Sinfónica. Él se encogió de hombros. Ya le advertí que si le hacen flauta caerán unas pelas. Mañana se pasará por allí a ver lo que se cuece. Le pregunté por la Doly y me dijo que el domingo podremos llevarla ya donde lo del Pavo.

6 diciembre, sábado

Hoy, San Nicolás, fiesta para el gremio. Mañana, domingo. Al otro, la Inmaculada. Luego, vacaciones hasta Reyes. Me levanté tarde y la madre me llevó el desayuno a la cama. Anduvo hablándome de sus problemas y me dijo que hoy con dos duros no hace la plaza. Ya le dije que a ver cómo viene lo de la Conserjería, y que si no, veré de buscarme algo para por las tardes. Yo debí hacer lo de Tochano. Tochano no tendrá mucho fijo, pero en propinas hace más de los ocho barbos líquidos. La gente agradece que le metan un giro en casa. La verdad es que embolsar cuartos sin más que firmar un cartón es un momio. Y no creo que Tochano le eche al asunto más de tres o cuatro horas. Claro que uno tiene aquello de la categoría. Pero uno va perdiendo la fe en la categoría. Es una filfa. La madre dice que con la categoría no se come y le sobra razón. Yo no tengo más que categoría y un uniforme. Y para eso también Tochano tiene uniforme, aunque desde luego es otra cosa.

A las seis vino Melecio. Estuvimos recargando hasta las diez. Insiste en que lo del Pavo es una mina. Veremos. Por de pronto llevamos 75 tiros por barba. Para Reyes le pediré a la madre una canana de pinzas. La que tengo está para tirarla. Le pregunté a Melecio por la reunión del Ayuntamiento y me dijo que el alcalde está emperrado en formar una orquesta, pero que saltan muchas pegas. Él quiere que una sociedad con elementos fijos la sostenga. Dice Melecio que eso es difícil porque en la ciudad no hay afición, y que ya es un dato que entre cien mil habitantes no haya un solo chelo. Hay que empezar por buscarle fuera y eso es un renglón. Le pregunté cómo se llamaría la cosa y él dijo que eso depende. Luego hablamos de la boda de Tochano y le dije lealmente que estaba escamado, porque en el café nadie se explica y yo sigo sin recibir invitación. Por lo visto la boda está fijada para el treinta, porque Tochano y la Paula quieren comer las uvas en la Puerta del Sol. Me preguntó por Anita y le dije que no nos vemos desde el jueves, pero que había empezado con el sistema de mano dura y tente tieso, y ella se había puesto de monos. Después le dije que se parecía a una artista de cine y él dijo que a todos, cuando novios, se nos hace que la novia se parece a una artista de cine, sólo que en mejor. Le pregunté que si la Amparo también y él me dijo que si no me había fijado que la Amparo tiene las mismas facciones que la Joan Bennet. Quedamos en oír misa de siete en los Agustinos. Le dije a Melecio que el Pavo subirá a la estación a las nueve en la serret. Al marchar me preguntó Melecio a qué artista se parecía la Anita y le dije que a la Pier Angeli. Se quedó frío y yo le confesé que no la conocía y que qué tal estaba, y él respondió lealmente que ni carne ni pescado.

7 diciembre, domingo

Lo del Pavo es un monte de encina apañadito y abierto. Se tira superior de la parte de la corta. Eso no quita para que yo hiciera poca carne. Al Pavo todo se le volvía decir que me creía mejor escopeta. Y es que el pelo se me da mal. Prefiero la pluma cien veces. El Pavo me prometió que a la tarde iríamos a las perdices. Pero a la tarde empezó a caer un aguanieve muy fina que nos quitó de cazar. El Pavo nos llevó a casa del guarda y preguntó si había llegado la garrafa. A mí no se me iba del pensamiento el conejo que se me embocó con las patas rotas. Y la Doly como una lela ladrando a las nubes. El Pavo empezó a ponerle pegas al vino, pero a mí me sabía bueno. Dijo el guarda que ahora todas las cosas tienen un sabor raro, por los abonos. Melecio dijo que sí y el guarda cogió humos y dijo que entre un huevo de sus gallinas y un huevo de granja hay más diferencia que entre un filete de ternera y otro de caballo. Melecio dijo que le gustaba la carne de caballo, y el Pavo que no podía tragar la liebre. Yo le dije que no la habría comido bien preparada y que un día le subiría a casa a comer una liebre como Dios manda. El Pavo aceptó. Dijo Melecio que la madre, si quisiera, podría ganar cuartos como cocinera en un hotel de postín. A las cinco escampó y salimos un rato a las perdices. Cogimos la lindera para meterlas dentro. Junto al monte había unos tipos excavando los majuelos. Después de mucho patear no vimos ni sombra de ellas. Yo marré dos conejos que se me metieron en los pies.

Camino de la estación vimos el bando en un barbecho. Las zorras no se espantaron de la serret. Llevaba la escopeta armada y tiré apuntando con cuidado. Quedé dos y esto me quitó el mal humor. En la estación me dijo el Pavo que el 14 salen para Marruecos. Luego me dijo que me había visto con la chavala de la buñolería y que estaba buena. Me gibó que me hablara así e hice como si no le oía. El Pavo tiene el cochino vicio de hablar así de todas las mujeres. Tocamos a cinco conejos y una perdiz por barba. En el tren dijo Melecio que el monte está bien de caza, pero que no es para tanto. De acuerdo. Mañana, la Virgen, subiremos en las burras a lo de Miranda.

8 diciembre, lunes

El día ha estado de nieve. Hicimos dos altos al ir y dos al volver para no quedarnos entumidos en el sillín. Dicen que es una ola de frío que viene de la Siberia. El Pepe se cachondea y dice que todo lo malo viene ahora de la Siberia. No le falta razón. Yo no me quité los guantes, aunque Melecio me advirtió que gato con guantes no caza. De salida se me largó una rabona por llevar la escopeta en el seguro; lo puse un momento para orinar y luego me olvidé de quitarlo. La tiré en París. La tía zorra bien puede decir que nació hoy. Es bonito lo de Miranda y un buen sitio de liebres. Si tuviera tablillas sería un paraíso. Claro que si tuviera tablillas ni Melecio ni yo tendríamos que hacer allí. Melecio hizo un bonito tiro a una torcaz. Sobre las dos se puso a nevar, y Melecio dijo que podíamos volvernos. Me resistí porque aún no había hecho nada. Cara al viento la cellisca nos cegaba. El matacabras zumbaba entre los chaparros y era un espectáculo ver los troncos blancos de un lado y del otro negros. La nieve cuajó a escape porque caían copos como platos. Melecio, inclinado contra el viento con la escopeta en la mano, parecía un cromo. En un tiento a la bota, me dijo Melecio que si salía un jurado podía buscarnos un escarmiento. Le pregunté la razón y él dijo que la ley llama a los días de nieve días de fortuna y está prohibido cazar. El que hizo esa ley no vio volar las perdices en lo de Miranda con la cellisca.

De regreso, la Doly se puso de muestra junto a un chaparro. Al acercarme vi que algo aleteaba en el suelo. Era una chocha-perdiz que debió hincar el pico en la tierra para chupar el jugo y la sorprendió la helada. Debía llevar tiempo allí, porque el animal estaba aterido. Llamé a Melecio, la sacamos con cuidado y nos pusimos en camino. A poco de llegar empezó a molestarme el vientre. Creí que era una necesidad, pero no. Me metí en la cama con una botella de agua caliente y se me pasó.

La madre no hace más que decir que si estamos locos, salir al campo con este tiempo.

9 diciembre, martes

El Mele quiere conservar viva la chocha-perdiz. La ha puesto en un cajón con tierra hasta la mitad para que chupe los jugos. Le advertí a Melecio que estos animales no admiten el cautiverio, pero él respondió que no quiere quitarle ese gusto al chico. La Doly anda encalabrinada con el pájaro.

Esta noche tuvo un percance el correo de Irún. Estuvieron hasta las tantas trabajando a la luz de los focos para dejar libre la vía.

Pasé dos horas en la terraza contemplando los trabajos.

12 diciembre, viernes

Don Basilio me llamó esta mañana a su despacho y me dijo que había tratado con don Rafael el asunto de la Conserjería. Se me paró en seco el corazón. Luego me dijo que por encima de su voluntad estaban los treinta y cinco años de servicios del señor Moro, y yo le dije que me parecía justo. Me aclaró que al señor Moro le restan dos años y unos meses de vida activa, y que al cabo de ellos volveríamos a hablar. El que no se consuela es porque no quiere. Pero, anda, que vaya él a decirle a la madre que aguarde todo ese tiempo. Ya iba a largarme, cuando me dijo que acababa de despedir al sereno que encendía la calefacción del Centro, porque apandaba carbón. Me ofreció el puesto por doscientas mensuales. Antes de dejarme hablar me hizo ver la necesidad de encender la caldera a las cinco de la madrugada para que las aulas estén templadas para las primeras clases. Acepté a ojos cerrados, y cuando se lo comuniqué a la madre, dijo que Dios aprieta, pero no ahoga. Yo la advertí que lo malo será en los meses de calor, cuando nos quiten los cuarenta barbos. La madre se echó a reír y me dijo que ya de chico era igual, y que el día que se abría la veda lloraba pensando en el día en que habría de cerrarse. Hasta después de vacaciones no empezaré con la calefacción.

Melecio me dijo esta tarde que ha habido otra reunión en el Ayuntamiento. El alcalde está decidido a traer un chelo de donde sea. La Prensa habla hoy del asunto y dice que nuestra ciudad necesita una agrupación así, que ya existe en localidades menos pobladas. El alcalde quiere tenerlo todo liado para primero de año. A Melecio le ofreció el puesto de flauta. Él dice que no, pero le gusta que se acuerden de él más que comer con los dedos.

La chocha-perdiz la pringó anteanoche. El Mele, el hombre, anduvo toda la noche hecho un lloraduelos hasta que se cansó y se quedó dormido.

Estuve donde Anita, pero no salió. No sé qué demonios le pasa. Si espera que yo le baile el agua, está fresca.

14 diciembre, domingo

Ha caído una nevada de órdago. Teníamos todo liado para ir a lo de Presa, pero hubo que desistir. Las máquinas quitanieves anduvieron todo el día afanando en la estación. Por la tarde estuve en el café. Al marchar, Tochano me llamó aparte y me dijo que si no me ha mandado invitación es porque entre nosotros sobra la etiqueta, y que ya sé que me espera el 30 en San Andrés, a las once. Le di las gracias y luego le pregunté a Melecio si le mandó a él invitación. Dice que sí. Decididamente yo no voy a la boda en estas condiciones, ya que no hay razón para que Tochano vaya a guardar etiqueta con él y no conmigo. Uno no será un duque, ¡qué coño!, pero tiene su amor propio.

16 diciembre, martes

Don Basilio me dio esta mañana una participación de cinco duros para el sorteo de Navidad. El número es el 31.165. La madre dice que es bonito, pero lo que hace falta es que toque. Dice la madre que si nos cae el gordo pedirá permiso a don Basilio para hacer obras en la cocina. Yo ya le he dicho a Melecio que si toca hay que comprar un cacharro. Estoy harto de pedalear y aguardar en las estaciones.

Al volver del estanco me tropecé este mediodía con el de Francés y la de Alemán. Iban haciendo boberías. Ella dijo adiós, pero él lo mismo que si pasase un perro. Y no es aquello de que no me haya visto, puesto que yo iba de uniforme.

A la noche cambié con Melecio un duro de lotería. El del taller de Melecio es el 5.444. Quedamos en salir mañana para comprar el regalo a Tochano.

17 diciembre, miércoles

Compramos una panera que dice la Amparo es de mucho gusto. Fundimos ciento setenta del ala. Esto de los regalos de boda es un atraso.

En el café había mucho público. Eché un parchís con Zacarías, Tochano y el Pepe. Tochano dice que esto del parchís está bien para los chicos. A mí me parece más distraído que las cartas. Uno pone mucha pasión en el juego y todo eso de las barreras y las comidas y los seguros está pero que muy bien traído. Hubo carta de Madrid. Tino nos felicita las Pascuas y dice que siente mucho no poder venir para las fiestas.

Sigo sin ver a Anita. Si espera a que yo la hinque, está lista. Ni por Anita ni por Santa Anita me tiro yo por el suelo. ¡Qué se habrá creído la panoli esa!

21 diciembre, domingo

Estuve un rato con Melecio en lo de la Diputación. Hicimos tres perdices. Por la tarde encontré a Tomasito en el España. El menguado sigue con su gorrilla de piñero. Palmé el café y luego le pregunté cómo iba la temporada. No charlaba de caza con él desde la perdiz aquella, en La Mudarra. Tomasito no tragaba que lo mismo que él pude matarla yo, ya que los dos tiros sonaron al mismo tiempo. Tuvimos que hacerle la autopsia y encontramos cuatro perdigones: dos del 6 y dos del 7. Él había tirado con 6 y yo con 7. Le dije que le habíamos pegado los dos, pero él se puso burro y voceó que sus cartuchos llevaban mezcla y que yo quería enredarle. Hace de esto dos temporadas. En todo este tiempo no me saludó. Pero esta tarde ya se le había pasado. Cuando le pregunté por la temporada, me contestó que el domingo último marró una liebre que vio en la cama, en lo de Cuesta. Le dije que estaría entrematada y él dijo que no, que en un barbecho; que la tía guarra tardó en arrancarse y le puso negro. Yo le conté lo de la chocha y lo de las tres perdices que caí de un tiro. Cuando se largó, me dijo el Pepe que Tomasito ha estado un mes a la sombra por un asunto de dinero.

La madre y yo nos acostamos a las mil, determinando lo que haremos si nos cae el gordo. Ya la advertí que, en ese caso, retiraré mil duros para hacerme ropa.

22 diciembre, lunes

Nada. Lo de siempre. Tengo muy mala potra. Todo para Madrid y Barcelona. Le cuesta a uno hacerse a la idea de que ha de seguir pedaleando y aguardando en las estaciones como un paria. No sé por qué este año me daba a mí el pálpito de que íbamos a agarrar un pellizco en un premio grande. ¡Pero, mierda! Ni un cochino reintegro. Pasé la mañana frente a la pizarra del periódico viendo anotar los premios gordos. Yo le tenía dicho a Melecio que lo primero que haría de caerme el gordo sería agarrarme la burra, llegarme a lo de Muro, liarme a matar liebres, y cuando saliera el jurado darle mi nombre y mis apellidos para que cumpliera con su deber. Le anuncié a Melecio que ese gustazo me lo daba, aunque me costase cuarenta duros. Pero nada. Todos los años ocurre igual. Y uno no acierta a escarmentar. Mañana subiremos con Tochano y los suyos a lo de Villalba, donde la perdiz aquella. Cogeremos el coche de línea a las ocho de la mañana. Todos piensan traer carne para las fiestas. Yo me llevo la burra, porque no me da la gana aguardar el tren hasta las tantas.

23 diciembre, martes

El monte de Villalba no tiene más inconveniente que el de ser del común, y ya se sabe lo que ocurre en este país con las cosas que son del común. Así y todo hay liebre en cantidad. Es un monte grande y cerrado y la caza se defiende bien. Zacarías había avisado a un primo suyo y nos esperaba a la entrada del pueblo con el camión del panadero. Hemos cazado de ojeo. Melecio llevó al Mele a pesar de que el tiempo está de helada. El chavea estaba negro y confundía las perdices con las urracas. Dimos tres ganchitos de salida y caímos dos liebres, dos perdices y una torcaz. Una de las liebres era un macho como un perro. Íbamos por el cuarto ojeo cuando apareció el jurado. El primo de Zacarías y su amigo escondieron las escopetas en un chaparro, pero al Pepe lo pilló in fraganti. El Pepe nunca lleva en regla los papeles. No tiene guía, ni permiso de armas y la licencia es del 44. El Pepe le dijo al jurado que era capitán de aviación y había olvidado los documentos en el campo. El jurado se echó a reír y le dijo que iba a retener la escopeta, y que al otro día podría volver en avión a mostrarle los papeles. El Pepe se cabreó y le dijo que la escopeta se la podía quedar, pero que de él no se cachondeaba ni su padre. Le di de codo al Pepe por el Mele, pero él como si nada. Soltó dos ajos y le dijo al guarda que no olvidase que hablaba con un oficial. El jurado le tomaba a pitorreo. El primo de Zacarías le dijo entonces que no fuera mala sangre y que si quería acompañarnos a comer. El guarda le dijo que ya había comido y le preguntó dónde había dejado su escopeta. El primo de Zacarías se las sabe todas y le contestó que de sobra sabía que él nunca llevaba armas. Visto lo visto, el Pepe cambió de sistema. Le pidió la cartera a Tochano, le largó un billete de cinco pavos al guarda y le dijo que no se hablara más del asunto. El jurado dijo que por quién le había tomado, y no hubo manera. Cuando nos sentamos a comer le dije lealmente al Pepe que mejor le había ido así, ya que su escopeta no vale un real. Se lo planté de buena fe, pero él se cabreó y me dijo que no la cambiaba por la mía ni aunque le diera diez pavos encima. Lo tomé a guasa, porque la escopeta del Pepe está desgobernada, tiene los tubos picados y no ve la grasa desde antes de la guerra. El primo de Zacarías le dijo entonces que si apreciaba el arma volviera al día siguiente con diez machacantes. Por la tarde, cosa extraña, hicimos cuatro liebres más y en seguida se llegó la hora. Sacamos pajas y el Pepe cogió la pequeña, se endemonió y dijo que no quería caza. Melecio metió el cuezo y le dijo que le cedía su lote. El Pepe, como si no le oyera, se puso a vocear que había hecho tres piezas, le habían birlado la escopeta y para acabar de gibarla le despachábamos con una liebre tiñosa. Le hice ver que así es la caza y que otras veces mata menos de lo que se lleva, pero no hubo manera. Al fin, Melecio, por primo, cargó con la liebre del Pepe y el Pepe se llevó la liebre grande y la perdiz de Melecio. En el camino pinché y perdí media hora. No vuelvo a subir en la burra aunque el tren llegue a las tantas.

24 diciembre, miércoles

Vinieron la Modes, Serafín y los chicos a pasar la noche. Mi hermana anunció que esperaba otro crío. Serafín se puso a reír a lo mandria y dijo que mujer movida al año parida. No habíamos empezado a cenar y el cerdo ya estaba mamado. Ni sé cómo mi hermana le aguanta. Luego, a medio comer, se puso a contarme lo del aborto. El cagueta lloraba sólo de recordarlo. Le dije que yo le acompañé a dar tierra al crío, pero él erre que erre. Al terminar, la madre recordó al padre y echó unas lágrimas. Luego el mayor de la Modes tiró la botella de anís y acabó de gibarla. La Modes le sacudió una buena zurra. A las doce bajé con la madre a misa del Gallo, a los Agustinos. Tenía esperanzas de ver a Anita, pero como si no.

25 diciembre, jueves

El tiempo está muy frío. En todo el día de Dios se va la escarcha de la azotea. A la una me topé en la escalera con el señor Moro. El tío candongo me dijo que se alegraba de verme, en primer lugar para desearme felices Pascuas, y, en segundo, para comunicarme que había sido nombrado conserje. Le felicité y, por no cortar, le pregunté por la grati. Tiene entendido que es para el 27. Pero el guaje lo dijo con retintín.

Estuve donde Melecio a llevar a la Doly las sobras de estas fiestas. La tía está poniéndose cebona. Me dijo la Amparo que a ver si nos animamos a correrla para fin de año. Ya le dije que por mí no quedaría. Por lo que dice Melecio, el Pepe ya tiene la escopeta en casa.

27 diciembre, sábado

Vino Melecio este mediodía. Parece que el alcalde ha encontrado un chelo en Burgos y que, al fin, tendremos orquesta. El angelito exige dos billetes y piso además. Un momio, vamos.

Esta tarde me soltaron la grati y, además, las 273 que le faltan al señor Moro para completar los obvencionales. No me correspondían, pero don Basilio es un hombre considerado. Di recado a Aquilino para que organice la subasta cuando le pete. Llamó por teléfono para preguntarme si hace el lunes a las diez. Le dije que al pelo. Pasado mañana, la Jabalí en casa. ¡Gibar, he suspirado por ella más que por una mujer!

Tochano nos lleva mañana al Montico a cazar a toro suelto. Ni sé cómo se las habrá arreglado el panoli. Por de pronto iremos en taxi. Llevando bichos se puede uno permitir este lujo. Melecio y yo teníamos planeado dar unas manos a la linde de lo de Muro, pero esto puede aguardar. Lo que me da lacha es no tener para mañana la Jabalí del 16.

28 diciembre, domingo

A las siete menos cinco, Melecio, el Pepe, Zacarías y yo estábamos en los soportales como clavos. Hacía un frío del demonio y con la niebla apenas si se veía el reloj del Ayuntamiento. A las siete y media seguíamos aguardando. Dieron las ocho y nada. Zacarías dijo que sí que le chocaba que Tochano saliera al monte en víspera de boda, pero el Pepe voceó que ni la misma noche de bodas desperdiciaría él una ocasión de cazar con bichos. Fue Melecio el primero que cayó en la cuenta que era el día de Inocentes. El Pepe reventaba y dijo que si era una coña, Tochano se iba a acordar. También Zacarías se cabreó y dijo que la caza no es cosa de juego. Melecio dijo que habíamos sido unos primos, y el Pepe a poco me muerde, porque yo me eché a reír. Entonces les dije que era mejor seguir la broma y llamé a un taxista y le dije que se acercase a casa de Tochano, aporrease la puerta y le llevara a la Plaza aprisita, porque hacía más de una hora que le aguardábamos. Luego cogimos el rapidillo y nos fuimos junto a lo de Muro. Hicimos dos liebres y una torcaz. De regreso fuimos al España. Tochano estaba cabreado y preguntó quién era el malaentraña que gastaba bromas con el dinero. Le dijo Zacarías que peor era gastarlas con la caza, y se enredaron a voces. Tochano se puso faltón y acabó confesando que el taxista le despertó y le cobró tres pavos. Terminamos jugando una siete y media. A mitad de la partida, Tochano le dio un pito a Zacarías, y cuando Zacarías lo fue a prender pegó un estallido. Tochano se meaba de risa. Luego llamaron por teléfono a Melecio y el de la mesa de al lado le quitó la silla. El mandria la gozaba cuando Melecio dijo que habían colgado sin más. Camino de casa le dije a Melecio que iré a la boda de Tochano por no dar la campanada.

La madre me dijo esta noche que le pida a don Basilio un anticipo a cuenta de la calefacción. Le di un billete, aunque todavía no sé lo que podrá valer la Jabalí.

29 diciembre, lunes

¡Gibar con Aquilino! Me llegué esta mañana al cuartelillo, a la subasta, y había otros dos tipos, uno con un cuero y cara de profesional y el otro un señoritingo bien trajeado. Salieron dos antes que la Jabalí y se las quedó el del cuero. Al aparecer la Jabalí yo tenté el billete de quinientas que llevaba en el bolsillo. Pero el señoritingo dijo de entrada: «setecientas», el otro dijo: «mil», y entonces el señorito dijo: «mil quinientas» y se la quedó. ¡Toma del frasco! No me dejaron ni chistar. Cuando se largaron me despaché a mi gusto con Aquilino. No tengo pepita en la lengua y por primera providencia le dije que me había empatado, ya que me prometió que la Jabalí sería mía por cuatro cuartos. Él me preguntó por el dinero que llevaba y le dije lealmente que quinientas. El cipote se echó a reír y me salió con que qué quería hacer con esa miseria. ¡No te giba! Ya le dije que no lo echase a barato, porque me había hecho la santísima. Él se atocinó y se puso a voces, que lo que no podía hacer era colocar un guardia a la puerta, y que yo había visto lo mismo que él, que el individuo ese vino por ella por derecho. Le dije lealmente que en ese plan no podíamos entendernos. El tío cambió de tono y me salió con que si no me iba esquinado con él y que cómo estaba la madre. Labia no le falta al marrajo, pero lo cierto es que me ha hecho la tana. Mejor le pintaría si no se le fuera toda la fuerza por la boca. En vista del éxito me haré un traje con los cuartos de la Jabalí.

30 diciembre, martes

La boda de Tochano ha resultado lucida. Él iba bien puesto con su terno azul a rayas, y la Paula con su gorrete y su vestido negro. Les casó don Florián y les echó un discurso. El hombre tiró un puntazo al Pepe con eso de las ovejas descarriadas, pero como si no. Allí estaban Tomasito, Zacarías con su señora, Melecio, su primo Esteban -el que me arregló lo del contador-, el Pepe, Asterio, don David, Juan y un montón de gente más. A la salida nos fuimos donde Tochano, y la Paula nos puso a discreción dos garrafas de blanco. Las dimos en forma, y cuando estábamos mamados nos largamos a la calle. Íbamos todos en grupo detrás de Tochano y la Paula, cantando y alborotando. Luego nos cogimos del brazo y jugamos a tapar la calle. Nos reímos las muelas con un vejete que le dio dos bastonazos a Juan para que abriese paso. Cerca de Colón vi venir a don Basilio y me quise poner formal, pero Asterio y Esteban me arrastraron y me vio haciendo el ganso. La mujer de Zacarías cogió la perra de que por qué no nos íbamos al parque a burrear a nuestro antojo y allí nos fuimos. Nos agarramos de la mano y anduvimos jugando al corro alrededor de la fuente. En una de las vueltas, la Amparo cogió una liebre y enseñó hasta el ombligo. Melecio la regañó. El Pepe se recochineaba y decía que un día es un día. Después me hicieron subir a la fuente y cantar «Torito, torito bravo». Vino el guarda y tuvimos lío. Entonces eché el ojo a una prima de Tochano que había venido de Villanueva. Comimos en la Cerve, y después organizamos baile. Pasé la tarde con la prima de Tochano. A las siete se despidieron los novios y les acompañamos hasta la puerta chillando y alborotando. A las nueve dijo Tomasito que por qué no continuábamos el bureo, y nos fuimos a cenar a lo de Polo. Hemos hecho el zángano de lo lindo. Me acosté a las dos más molido que otro poco. Sentí el exprés de Galicia.

31 diciembre, miércoles

Todavía con la resaca de la boda, estuvimos en la plaza comiendo las uvas. Fui con Melecio, la Amparo, la Modes y Serafín. Llevábamos gorros de papel, y Serafín compró bolas de mal olor. Había mucho personal y al dar las doce se armó un buen zurriburri. Serafín tiró las bolas. Otros habían soltado polvos de pica pica y no había cristiano que parase. Melecio se atocinó con Serafín por lo de las bolas y le cargaba el mochuelo de los polvos de pica pica. Quería largarse, pero al fin le convencí, diciéndole que traía mala sombra entrar en el año rabiando. A las doce y media, Serafín estaba ya mamado. Yo saqué a bailar a mi hermana y luego a la Amparo. La Amparo cogió la perra con que a ver si quitaba a Melecio de la cabeza la idea de poner a estudiar al Mele. Le pedí una razón y ella dijo que ni el chico está por la labor ni Melecio puede hacerlo sin molerse a trabajar. De repente vi a la Anita bailando con un lechuguino, y la sangre se me subió a la cabeza. La pingo de ella llevaba un gorrete de colorines. En cuanto acabó la pieza me fui donde ella, la agarré del brazo y le planté que se iba a acabar este juego. Ella se puso chulilla y me dijo que con qué autoridad le hablaba así, y que la estaba mancando. Luego se volvió y me presentó a las Mimis, pero no acertaba con el nombre del novio de la baja, y la Mimi se echó a reír y me dijo que era Faustino, su prometido. Les di la mano y saqué a Anita a bailar y le dije lealmente que no me gustaban las Mimis, y que parecen cualquier cosa. Anita dijo que no me había preguntado nada y que no gritase, que no era sorda. Me puse de mal café y le pregunté si es que hay que echar una instancia para hablar con ella. Me contestó tan fresca que le había sorprendido verme por allí, porque me hacía en el campo cazando perdices. De repente reparé en su cintura y le dije que por qué íbamos a regañar el primer día del año siendo tan bonito eso de sentirse hermana y hermano. Ella dijo que por qué hablaba ahora tan bajo, que si había enfermos. Me eché a reír y le dije que bailaba muy bien el mambo, y que Asterio, mi sastre, trabajaba siempre con la gramola a todo gas oyendo mambos, y que sin la gramola animándole no acierta a cortar. Anita me contó que Asterio hacía también la ropa a su padre, y que su padre no fue a comer las uvas porque ésta es una buena noche para el negocio. Yo le dije que tenía un hermano de churrero en Madrid. Luego le pregunté si le gustaba bailar y respondió que, después del cine, era lo que más y yo le dije entonces que algún domingo la llevaría a la Cerve. Luego ella me soltó que ya sabía que ayer estuve de boda y me harté de bailar. Le prometí que cruz y raya, y ella dijo que no le importaba que baile o que no baile. Le pregunté quién le había ido con el cuento y ella dijo que Asterio, precisamente. Estuvimos de bailoteo hasta las tres, y luego acompañé a Anita con las Mimis y el fogonero. Por caerle en gracia le dije que si libre hoy, y él se lió a hablarme de las distancias, las primas y los ahorros de carbón. Al despedirme me dejó la mano baldada. Luego me acordé de que no me había despedido de Melecio ni de mi hermana. Con la chavala junto a mí me olvido hasta de mi nombre.

2 enero, viernes

Di un garbeo con Anita. Ni en el monte estoy tan a gusto como al lado de esta chavala. Anduvo hablando de las Mimis todo el tiempo. Todo se le vuelve decir: «La Mimi dice…», «La Nines me asegura…» La primera vez le pregunté quién era la Nines y ella dijo que la Mimi pequeña, la alta. Luego me dijo que para la Mimi el mambo no es compás sino ritmo. Le dije que bueno y ella dijo que la Nines, en cambio, piensa que el mambo no es ritmo sino compás y que qué pensaba yo sobre el asunto. No hablamos de otra cosa, pero lo he pasado en grande. Si me dijeran que eligiese entre Anita o la escopeta me buscaban una empatadera. Estas noches tardo en agarrar el sueño más de la cuenta. Rara es la noche que no siento el exprés de Galicia. Anteanoche cuando pasó el sudexprés aún no dormía.

6 enero, martes

La madre se quedó como tolondra al ver la piel del zorro. Yo callé la boca cuando me dijo que le venía al pelo como pie de cama. Desde luego ha quedado muy tiesa y no vale para el cuello. Siete duritos tirados a la calle. Ella me regaló una canana, pero resulta que es del 12 y no del 16. Se llevó un sofoco, pero ya le dije que poniendo el culatín para abajo me hace mejor servicio, porque así veo el calibre del perdigón. Volví la canana para probar y no se cayó ninguno. A la Anita le regalé una polvera. Si será panoli que no quería cogerla…

8 enero, jueves

Anita me dijo esta tarde que le gusta que vaya bien arreglado y que ella no mira en un hombre la cara ni el tipo, sino que se presente bien y sea limpio y curioso. La verdad es que a mí siempre me dio por la ropa. No es por nada, pero sé cuidarla. La madre dice que ya de chico, al regresar de la escuela, lo primero de todo era colocarme el blusón y las alpargatas. Estas cosas, no es porque yo lo diga, no se aprenden en los libros. Se maman o no se maman. Otros defectos tendré, pero descuidado para vestir no soy.

10 enero, sábado