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Entre ayer y hoy me he hecho siete viajes a la tienda de don Rafael. Al séptimo me fui donde el señor Moro y le dije lealmente que, mientras no se cubra la vacante, él debe arrimar el hombro. El candongo de él todavía me gastaba guasitas y ya le dije que no lo echase a barato, que uno solo no puede atender arriba y abajo, ir cada media hora a la tienda del Secretario y, por si fuera poco, encender la calefacción. El señor Moro respondió que se ha resuelto el concurso y que viene uno de Santander y que en cuanto a lo de la calefacción, eso es otro cantar. Le dije lealmente que nadie gana pesetas más sudadas. Me salió con que en mi mano estaba el dejarlo. Estuve por darle con el cargo en la cara y lo hubiera hecho si no fuese por la madre. Es mucha esclavitud tirarse de la cama a las cinco de la mañana, y mucho peso y mucha mierda, hablando mal y pronto.

Vino un rato Melecio y estuvimos recargando. Parece que lo de la orquesta es un hecho.

11 enero, domingo

Hemos hecho nueve perdices y un conejo en lo de Ubierna. Tuve un día fenómeno. Hacer nueve perdices entre dos escopetas a estas alturas es una hazaña. Melecio, cada vez que bajaba una, me decía: «Aprovecha, Lorenzo, hoy estás con la chorrina». Hice siete y él dos y el conejo. Hasta la Doly va entrando. Si machuca los pájaros no es por saña, sino por celo. A la hora de comer le di una lección. A la tarde, me cobraba una alicorta. O mucho me equivoco o tenemos perro; pero perro de verdad. Llegué a tiempo de ir con Anita a la Cerve a echar un baile. Allí estaba la Mimi con Faustino, y Anita se emperró en hacer cuarteto. Menos mal que la Mimi me dijo que bailo el tango como los ángeles. En la pista le dije lealmente a Anita que me giban las Mimis porque le doblan los años y nada bueno puede sacar ella de esta amistad. Se cabreó y me dijo que no me meta donde no me importa. Ya embalado, aproveché para soltarle que la Mimi había atrapado al panoli del fogonero sin estar ni pizca enamorada de él. Anita se subió por las nubes y me dijo que la Mimi podía haber elegido a dedo porque es una de esas mujeres que trastornan a los hombres. Callé la boca por no ponerlo peor. Camino de casa me dijo Faustino que cuando tenga la caldera a todo gas le eche polvo de carbón empapado y abra tiro por medio. Mañana ensayaré.

13 enero, martes

De casualidad oí decir esta mañana al de Historia Natural que le han nombrado jurado para los premios de San Antón. Cuando se largó don Basilio le pregunté a don Ángel qué premios eran ésos y me dijo que para los animales más limpios y mejor adornados. Le pregunté qué le parecía que presentara una perrita de caza y respondió que bien y que precisamente él está en la sección de «Canes». A Melecio y la Amparo les petó la idea. Cené con ellos y al acabar la Amparo se puso en seguida a hacerle un chaleco rojo a la perra. En el rabo se le puede colocar un lazo y al cuello un collar de cascabeles. La mala potra es que la Paula haya tenido la misma idea con el Sol. No me atreví a decirle a Tochano que yo presentaré a la Doly. La que sea sonará.

Ensayé ayer lo de Faustino, pero se pone uno perdido. ¡Al diablo con el sistema! Al fin y al cabo a mí no me dan primas por ahorro de carbón.

17 enero, sábado

La plaza de San Roque estaba atestada esta mañana. A la puerta de la iglesia, don Ildefonso bendijo a los animales. Parecía aquello el Arca de Noé. Los bichos iban endomingados y andaban tan formales como si se dieran cuenta de que era la fiesta de su patrón. Tochano, al verme, me preguntó qué pintaba yo allí. El Sol iba muy majillo con un pierrot y una guirnalda de flores. Le mostré a la Doly y la Paula se guaseaba. Yo le dije entonces al Mele que teníamos que ganar. A mano derecha estaba el tablado con una bandera. Había mucho gentío incordiando porque no empezaba el concurso. El vejete de la Sociedad Protectora se subió al tablado y dijo que no quería que al concluir la fiesta nos fuésemos todos con las cabezas huecas como habíamos llegado, sino con un poco más de amor a los animalitos y las plantas, que también son criaturas de Dios. Había lo menos diez personas pisando el macizo y eran las que más aplaudieron al delegado. Luego don Ángel dijo: «Aves», y empezaron a desfilar patos, gallinas, jaulas con canarios, calandrias y jilgueros, todos emperifollados con lazos y cintas de colores. Cogí al Mele en los hombros para que lo viese y entonces se nos escabulló la perra. Bajé al Mele y empezamos a llamarla a voces. Pasé las penas del infierno. Al fin apareció, pero traía el lazo perdido. Tochano y la Paula se cachondeaban. A poco don Ángel dijo: «Canes», y yo agarré a la Doly y me fui con el Mele junto al tablado. Me brincaba el corazón como el día que amputaron la mano al padre. Don Ángel charló un rato con los del jurado y luego se fue donde el altavoz y dijo que la perrita Doly había sido premiada con veinte duros y que el perro Sol tenía un accésit. El Mele me ahogaba. A Tochano le llevaban los demonios y anduvo allí un rato pidiendo explicaciones a don Ángel. ¡Toma del frasco!

Esta tarde llegó Crescencio de Santander. Tiene mucha familia y parece buen prójimo. Mal se las va a componer el hombre. Me anduvo contando que ha pedido el traslado por la señora, que está enferma. La madre les hizo la cena porque andaban apurados y la señora llegó para meterse en cama y no levantarse en dos meses. Los chaveas pasaron la tarde alborotando en la terraza.

18 enero, domingo

Fuimos Melecio y yo en la furgoneta del pescado hasta lo de la Sinoba. La carretera está llena de agujeros y el trasto botaba con ganas. En Villalvilla andaban ya podando los bacillares. Melecio armó la escopeta por si las moscas, pero no vimos nada. Han talado el monte y hay que llevar las perdices ladera arriba si se las quiere tirar. De todos modos las pocas que hay se levantan muy recias. Frente al caserío la ladera se arruga y tiene unos tomillos donde pensé que aguantarían, pero nada. El bando que levantamos de salida, como si se le hubiera tragado la tierra. Al volver por la parte alta tropecé con dos lanchas. Una de ellas tenía aprisionada una perdiz llena de gusanos. Me puse de mal café. Me giban los furtivos que ni cogen la caza ni la dejan coger. En la curva topamos con un pastor que nos dijo que acababa de levantar la liebre. Maneamos un rato los sembrados y luego nos sentamos a comer a la abrigada. Llevábamos más de diez minutos de cháchara cuando se arrancó una liebre como un burro de junto a unas jaras que teníamos al pie. Agarramos la escopeta y la tía zorra corría por el borde del arroyo, queriéndose cubrir con las pajas. Al tiro de Melecio dio un quiebro y entonces tiré yo y ella cruzaba el sembrado y tiró de nuevo Melecio y volví a tirar yo y Melecio dijo que iba muerta. La tía brincaba por el sembrado y, de repente, dio un salto mayor y quedó entre dos surcos sin mover un pelo.

De regreso, cruzamos el páramo para caer de la parte de Quintanilla. En el camino bajé una perdiz que no sé a santo de qué se había dormido. Salió a huevo de entre las piedras. En la estación encontramos una partida que llevaba dos avutardas. A Anita le dije ayer que no podríamos vernos porque tenía servicio.

21 enero, miércoles

Otro pleito. ¡Qué le vamos a hacer! Cuando me llamó don Basilio esta mañana ya noté que ponía jeta. Por lo visto han dibujado en el tablón de anuncios una mujer en cueros. Sin mayor motivo se puso a darme voces como si yo fuera un mermado. Sacaba el habla de pendoncete. Me salió con que mi deber no consiste en decir «la hora» cada sesenta minutos, sino que corre a mi cargo una labor de policía. ¡Valiente novedad! Me llegué donde el tablón y allí estaba el tío Moro dándole al estropajo. Me armó una pelotera, pero le corté diciéndole que no era Dios para estar en todas partes al mismo tiempo. Se puso chulillo y me dijo que dejara la calefacción si no podía con todo. Me cabreé, me cisqué en su madre y le dije que ahí la tenía, que cuarenta duros me los gano yo con la gorra. A las dos me llamaron a la Dirección. Allí estaba la de Alemán, que había descubierto el dibujo y andaba como histérica. El cura de Religión le decía a don Basilio que estas cosas hay que cortarlas de raíz, con un escarmiento ejemplar. Me preguntó si sospechaba de alguien y yo respondí lealmente que cualquiera podía haber sido. Don Basilio se puso burro y voceó que cualquiera no, puesto que el autor a más de falta de vergüenza mostraba habilidad con el lapicero. Me preguntó luego si se había largado don Nicanor y como le dijera que sí, le dijo a don Esteban que mañana reuniría el Claustro.

El asunto me ha puesto de mala uva. A Zacarías le han dado un permiso para cazar con bichos en un monte de la parte de Palencia. La madre calló la boca cuando le dije que había dejado lo de la calefacción. Me cabrea que calle la boca y no suelte lo que está pensando.

22 enero, jueves

El de Francés es un pulguillas. De entrada, esta mañana, se puso a zamarrearme. ¡No te giba! No traga que la de Alemán haya visto una mujer en pelotas, como si ella no se mirase al espejo cuando se baña. A este tipo le tengo aquí. Pasé la mañana con Crescencio y José revolviendo expedientes. Ahora quieren saber los alumnos que tuvieron nota en dibujo en los últimos seis años. A las dos me llamó don Basilio a la Dirección y le dije lealmente que había cinco matrículas, quince sobresalientes y cincuenta notables. Se cabreó y dijo que eso era lo mismo que no saber nada. ¡A mí que me registren! A las cuatro se reunió el Claustro. Al cabo de un rato me mandaron llamar. El de Francés tomó la palabra y me embistió por las derechas, sin el menor sentido. Le dije que yo no era Dios para estar en todas partes al mismo tiempo. El soplafuelles de don Basilio voceó entonces que cuando la cosa ocurrió, Crescencio ya se había incorporado. No tuve más remedio que decirle cuántas son cinco. Pepita en la lengua no tengo. El cura me preguntó si había visto a alguien detenido ante el tablón de anuncios. Lo negué y dije que a mi ver el que fuera aprovechó un momento en que yo andaría ocupado. El de Francés metió el cuezo y voceó que el dibujo ese con sombreados y difumino no se hacía en un momento. Don Basilio sacó el habla de pendoncete y dijo que estábamos a oscuras, ya que había setenta muchachos de Notable para arriba en los seis últimos cursos. El cura dijo entonces que lo más oportuno era entrevistarse con una comisión de alumnos y persuadirles de que por el prestigio del Centro, por ellos mismos y, sobre todo, por sus compañeras, debían dar el nombre del autor. Todos dijeron que sí, pero el de Francés hizo constar que sería la primera vez en su vida que viera un caso de delación entre estudiantes.

Dice Tochano que no tenemos otro tren para ir a lo de Palencia que el de las cuatro de la madrugada. Por si no nos viésemos hemos quedado a las menos cuarto en la estación y el primero que llegue saque los billetes. El Pepe quedó en avisar al bichero. Sigo durmiendo mal. Anoche sentí el exprés de Galicia.

24 enero, sábado

Los ánimos se van calmando. El plan de don Esteban fracasó. Los chicos le plantaron que no sabían nada de nada. Uno dijo, y con razón, que cualquier persona de fuera pudo hacerlo, ya que para entrar en el Centro no se necesita invitación. Esta mañana le hablé al Pavo del asunto y me dijo que buena tía. Le pregunté si sabía quién la pintó y él puso cara de panoli y encogió los hombros. El de Francés no se separa de la de Alemán. A don Rodrigo todo esto le parece una tempestad en un vaso de agua. Me preguntó este mediodía por la venta de los apuntes y le dije lealmente que flojeaba. Él trató de animarse y me preguntó cómo nos las arreglamos los pobres en estos tiempos.

Tocó esta tarde, por primera vez, la Orquesta Municipal. Ya iba siendo hora. Estuve a oírla con la Amparo. Había buena gente y se aplaudió de verdad. Al final dieron cuatro propinas. A Melecio le dije a la salida que había sido un concierto por todo lo alto y él me dijo que anisete. El hombre nunca queda conforme. Mañana saldremos con los bichos. Tochano lleva la escopeta mocha. Quién pudiera hacer lo mismo.

25 enero, domingo

Esto de cazar a toro suelto me giba, la verdad. Prefiero ganarme la caza pateando el campo. Por pitos o por flautas con esto de los bichos siempre ocurre algo. El Tomillo llevó dos bichas de buena apariencia, pero hizo la pendejada de darles un plato de leche antes de salir. No sería porque Tochano no le advirtiese que corríamos el riesgo de que se durmieran dentro de la boca. Pero nada. El Tomillo dijo que eso serían otras, porque las suyas están enseñadas a comer antes de trabajar. El cazadero tenía así una traza regular. Así y todo, cuando rodeamos el primer bardo y Melecio dijo que no tirásemos para dentro del corro, me pegaba el corazón. Cuando sentí los cascabeles de la bicha no podía con los nervios. Una se metió dentro y el Tomillo se tiró en el suelo, arrimó la oreja y dijo que había tomate dentro y que anduviéramos al quite. Salió un conejo como un rayo y Zacarías lo quedó de un tiro. Tochano cayó otro al poco rato. Luego la bicha empezó a asomar a cada paso y el Tomillo la tiraba puños de tierra al hocico para que volviera a entrar. No había para más y nos fuimos a otro bardo. Dijo el Tomillo que la bicha nueva no quería entrar por uvas a pesar de que era de raza. Aguardamos como media hora y nada. Al fin el Tomillo dijo que la bicha vieja estaba trasconejada. Cogió la azadilla y a escape abrió una calicata y sacó la bicha agarrada al conejo. La muy zorra le tenía prendida la yugular. Volvió a meterla y cuando salió dijo que el animal estaba triste porque le había mordido un sapo. ¡Coplas! No quería meterla más y entonces el Pepe le dijo, con razón, que si era así también a su cartera la había mordido un sapo. El Tomillo dudaba, pero al fin la metió otra vez. Al cuarto de hora pegó el oído al suelo y dijo que se había dormido dentro. Armó una fogata en la boca, cara al aire, para que el humo la espabilase. Yo me cabreé y dije que ganábamos más dando una mano a los pinares que aguardando a que la bicha despertase. Dijo Tochano, y con razón, que qué coños hacía él en los pinares con una escopeta mocha. Pero nos fuimos, al fin. Dimos una mano sin fe y Zacarías descolgó una torcaz. La bicha no asomó hasta las cuatro. Luego, para desengrasar, el mixto traía dos horas y no llegamos a casa hasta las tantas. La madre me dijo que me preparase a recibir una sorpresa. Le dije que si buena o mala y ella me mostró una carta de Tino y una fotografía. Tino dice en su carta que ya tiene un hijo. En el hospicio los encuentra cualquiera. ¡No te giba! El chavea tiene unos ojos muy listos. Lo que al Tino no se le ocurra no se le ocurre a nadie. También son ganas de complicarse la vida.

27 enero, martes

Decía mi padre, y con razón, que para cazar perdices en Castilla no hacen falta más que piernas y que el conejo, en cambio, no es caza ni tiro, sino tenazón. La liebre, para él, era un saco de patatas y para matar codornices -me decía- sobran las piernas y la puntería; basta con reportarse. Estas enseñanzas me han sido muy prácticas en la vida y las he respetado como a la Iglesia. Me gibó por eso hoy Tochano en el café. Empezó por decir que la caza es puntería y que todo lo demás son coplas y ganas de enredar las cosas. Al principio le tomé a cachondeo y le dije que había que distinguir, pero él se puso burro, que es su sistema, y volvió a insistir que con puntería se tiene todo. Le hice ver que en Castilla la caza de perdiz es cuestión de piernas, en tanto que el conejo no es más que una costumbre. El mandria del Pepe se puso de su parte y dijo que cazador y tirador es una sola pieza en Castilla y en Extremadura. Le dije que colocase un tirador tísico en la ladera de Aniago a ver qué cosas hacía. Él se subió a la parra y dijo que pusiera en Aniago a un tragaleguas, que no hubiera agarrado un arma en su vida, a ver. Le dije que no se trataba de eso y el cipote empezó a voces. La de siempre, vamos. Me largué quemado. Con el Pepe es bobería discutir. Por un qué se mataría con su padre.

Anita vino esta noche con las chorradas de siempre. Lo que faltaba para el duro. Dice que las Mimis dicen que la mujer al casarse debe tener anchas las caderas. Ella las tiene estrechas y la he encontrado como achucharrada. Las tipas estas me comen vivo. No lo puedo remediar.

29 enero, jueves

Este mediodía me disculpé con el Pavo por no haberle subido a comer la liebre. Le dije que no había encontrado ocasión y que a ver los dos domingos que quedan. Yo iba con segundas, a ver si cantaba la gallina, pero el mandria ni chistó. La madre me dijo a la noche que no tiene una perra para hacer la plaza mañana. No me queda otro remedio que buscar algo para por las tardes.

1 febrero, domingo

Subimos Melecio y yo a lo del Marqués en las burras. El viento pegaba de cara y le dije a Melecio que era mejor así porque a la vuelta, con el aire de culo, ni tendríamos que dar pedales. De regreso nos daba de cara otra vez. Nos ha hecho la santísima. Todo para nada. Anda muy pelado lo del Marqués; se conoce que no lo cuida. Nos tiramos la mañana sin disparar la escopeta y a la hora de almorzar dijo Melecio que no daba un paso más. El cielo estaba limpio, pero el viento soplaba en forma entre los chopos. Nos sentamos en la hondonada del río y me puse de confidencias. Le dije a Melecio que estoy cabreado porque lo mío con la chica no va para atrás ni para delante. Le confesé lealmente que la chavalina esa me tiene tonto. Él se hacía de cruces y me preguntó si la había dicho algo. Le dije que tres veces, pero que ella se hace la sorda. Acabé por preguntarle cómo se las arregló él con la Amparo. Contestó que no recordaba a ciencia cierta, pero que hizo muchas pendejadas de esas que luego se avergüenza uno. A poco dijo que sí que recordaba que cada vez que veían una película de la Joan Bennet le decía: «Vales tú cincuenta veces lo que esa mujer», y que, naturalmente, era un decir, pero que a la Amparo le gustaba eso más que el comer con los dedos. No me convence mucho, pero cuando la cosa venga a cuento ensayaré. Regresamos con luz y aún llegué a tiempo de echar unos bailes con Anita en la Cerve.

4 febrero, miércoles

Don Basilio me preguntó esta mañana por la calefacción. Contesté lealmente que suponía que ya sabría que he puesto el servicio en manos del señor Moro. El tío ladraba a la luna y dijo que acababa de sorprender a una de sus hijas subiéndose a casa una sera de carbón. Callé la boca por ver por dónde salía y él entonces me preguntó si era cierto que vivía en la higuera o era un tonto de conveniencia. ¡No te giba! Le solté una fresca y él se puso chulillo y dijo que me entregó la calefacción para que el día que dejara de interesarme se la devolviera a él y no al señor Moro. Para que callase la boca le di la razón y él entonces cambió de tono y me dijo que esperaba que no se volviera a repetir. Por lo visto ha encargado ahora el servicio al sereno de los Dominicos. Veremos lo que dura.

Al subir a comer me encontré a la mujer de Crescencio enzarzada con la Carmina por unas pinzas de la ropa. No me gusta meter el cuezo, pero iba quemado y dije lealmente que no me chocaba que la Carmina se pringase en unas pinzas cuando era capaz de pulir el carbón al Centro. Terció el señor Moro con la broma de la jerarquía y callé la boca para no verme liado en un expediente. El cagueta de Crescencio aún le dijo que dispensase. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

La peña parecía esta tarde un funeral. El domingo se cierra la temporada. Hasta agosto a descansar y a vivir del cuento. Dijo Zacarías que aún nos quedan los patos y el reclamo. El Pepe dijo, con razón, que los patos serán un consuelo para los de la Albufera. Zacarías se atocinó y dijo que de la parte de San Miguel del Pino hay unos bandos tremendos de azulones que bajan de día al río y de noche a las salinas y que no hacía falta irse a la Albufera para colgar media docena y que él, sin ir más lejos, había hecho ocho en una jornada y eran tan hermosos que tuvo que ir por una carretilla al pueblo porque no podía con ellos. Al cipote de él se le entornaba el ojo de la nube. Tochano se cabreó y le dijo, con razón, que no sé qué coños hacía entonces que no cerraba la frutería y se dedicaba a cazar patos en las salinas. Finalmente jugamos la partida, pero nadie puso fe. Al marchar, el Pepe dijo que el domingo piensa divertirse por toda la temporada. Le pregunté que dónde y me dijo que tiene una autorización para lo de Muro siempre que respeten las liebres. Les preguntó Melecio si de verdad no iban a tirarlas y los dos se pusieron a reír. ¡Mal día el domingo para las liebres de Muro!

7 febrero, sábado

Hubo carta de Tino. ¡Hay que gibarse! Está más chocho que un abuelo primerizo. Dice que el chavea es espabilado y corta un pelo en el aire. La Veva dice que si no le ceden los dolores terminarán por operarla. Llevé a Anita a ver «El milagro del cuadro». Cuando vino al caso, me arrimé a ella y le dije que valía cincuenta veces lo que la Pier Angeli. Ella me salió con que cómo decía esas cosas, que la Pier Angeli era una pintura. Le dije lealmente que donde estuviera ella se escondiera la otra. Me partió el descanso. Cuando apagaron otra vez ya no hubo manera. A la salida me dijo Anita que las Mimis dicen que es una primada echarse novio antes de los veinticinco y casarse antes de los treinta. Yo no acertaba a decirle que mañana es el último día de bureo y no iría a buscarla y, al fin, me decidí. Me dijo entonces que si yo no salía el domingo, ella tampoco saldría el lunes. Le advertí que lo pensase, puesto que si no salía el lunes por un capricho, yo era lo bastante majo para no salir el martes. Se largó escalera arriba sin responderme. La chavala esta, no sé si a lo bobo o a mala fe, me está calentando la sangre y cualquier día me va a gibar de más y voy a hacer un disparate.

8 febrero, domingo

Lo de Jado está muy trotado. Metimos en el soto cuatro perdices tiñosas, bajamos dos y las otras cruzaron el río. A la tarde vimos un buitre en la punta de un chopo. Nos arrimamos y entonces nos dio en la nariz la carroña. Junto al río había una mula con las tripas fuera. Melecio dijo que aguantara, que a la vera de la carroña habíamos de levantar la rabona. Yo creí que era broma eso de que las liebres comen carroña, pero maneamos el jaral y en diez minutos de reloj quedamos dos hermosas. Ya en el tren le pregunté a Melecio si comería él la liebre esa. Él se echó a reír y dijo que puestos a hilar delgado es el hombre el único animal que se alimenta de cadáveres. También eso es cierto. Al cabo, le confesé a Melecio que había regañado con la Anita. Él lo echó a barato y dijo que peor era tenerse que despedir de las perdices hasta septiembre. Según cómo se mire, aunque ciertamente la veda para un cazador fetén es una penitencia.

BALANCE DE LA TEMPORADA

DíaLugar Tiros disparados Piezas

28 Septiembre Illera 10 2 perdices – 1 zorro

6 Octubre Buitrejo 1 3 perdices

10 Octubre Quintanilla 3 1 perdiz

9 Noviembre Jado 9 3 perdices (una se fue de ala)

23 Noviembre Muro 1 1 perdiz (se fue de ala)

7 Diciembre Pavo 21 3 conejos – 2 perdices

(un conejo se embocó

con las patas rotas)

8 Diciembre Miranda 2 1 chocha (sin tirarla)

21 Diciembre Diputación 5 2 perdices

23 Diciembre Villalba 11 2 liebres – 2 perdices

28 Diciembre Muro 6 1 liebre

11 Enero Ubierna 18 7 perdices

18 Enero La Sinoba 7 1 liebre (a medias) – 1 perdiz

25 Enero Baños 2 Me vine bolo

1 Febrero Marqués 1 Me vine bolo

8 Febrero Jado 6 2 perdices – 1 liebre

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Total… 103 26 perdices, 5 liebres, 3

conejos, 1 chocha y 1 zorro.

10 febrero, martes

No me había metido en la cama cuando sentí el timbre de la puerta. «Algo pasa, Lorenzo. ¡Asómate!», me voceó la madre desde la alcoba. Esto era anteanoche. Me eché el abrigo y me asomé por la azotea. Melecio aguardaba bajo un farol y me dijo que apurase, que había sucedido algo. En lo que tardé en bajar no me hubiera cabido un piñón en el culo. Ya en la calle me comunicó que el Pepe se había pegado un tiro y estaba diñándola. Echamos a correr calle arriba como dos locos. Al llegar donde el Pepe, Zacarías nos explicó que al querer matar una liebre encamada a culatazos se le disparó la escopeta y le alcanzó el hombro. Le pregunté si en lo de Muro y dijo que sí. Pasamos a la alcoba y allí estaba la Patro dándole al Pepe buches de agua. Es divertido esto del Pepe. El padre y él andaban ajuntados con dos socias en la misma casa. También el padre estaba allí. Le pregunté al Pepe cómo había sido, pero no acertaba a hablar. Llegó el médico y al largarse dijo que había que ponerse en lo peor. Yo le dije a Zacarías que me iba a buscar al cura. Me voceó que era inútil, pero ya iba yo corriendo escalera abajo y me decía: «No podemos dejarle morir como un perro. No podemos hacer eso». Don Florián bajó asustado y a pesar de que el reuma le hacía cojear, cruzaba las calles como un relámpago. El Pepe preguntó al verle si venía como cura o como cazador y don Florián le contestó que dejara eso, que venía a echar un párrafo y por si le necesitase. El hombre jadeaba como un perro en agosto. Daba fatiga el verle. El Pepe le advirtió que de eso que se pensaba, ni hablar, pero don Florián no le hizo caso y se sentó junto al catre. Zacarías, Melecio, el padre del Pepe y yo mirábamos todo desde la puerta como si nos hubieran clavado allí. Al rato, don Florián empezó a decirle al Pepe que él no era malo y que muchas de las cosas que había hecho y que sirvieron para que algunos le juzgasen mal, no pasaban la mayor parte de las veces de ser travesuras. Don Florián hablaba a chorros para que el Pepe no se debilitase. Luego le recordó cuando metió de matute un cerdo en un ataúd en la época del estraperlo. El mismo don Florián la gozaba. El Pepe, desde la puerta, no parecía el Pepe. El hombre, en sólo veinticuatro horas, se había quedado en la espina de santa Lucía. Me acordé de que, la víspera, el Pepe nos dijo que pensaba divertirse por toda la temporada. Lo que es la vida. Don Florián le hablaba ahora de Dios y le decía que para Dios muchas de las cosas que los hombres juzgan malas no constituyen motivos de censura. El Pepe dijo que lo dejara, pero el cura se lió entonces a hablarle de los cazadores y le preguntó si no había sentido nunca, al llegar a lo alto de una loma, una sensación de alivio. El Pepe dijo que a ver, que en las pantorrillas, pero don Florián le dijo que no era eso, sino la proximidad de Dios, y que imaginara lo que podría sentirse subiendo por encima de las nubes. El Pepe se cansó y le volvió la espalda. Pero don Florián, con toda su santa paciencia, siguió erre que erre y le dijo que él no tenía la culpa de que nadie le hubiera hablado nunca del cielo de los cazadores, que estaba lleno de cotos más grandes y mejores que el de Muro, porque no hay pinos ni chaparros que estorben el tiro. El Pepe rebullía y entonces el cura arrimó la silla a la cama y dijo: «La cosa más o menos ocurre así. Tú, cada mañana, al despertar, acudes junto al Señor y vas y le dices: "Señor, si no os molesta, hoy quisiera cazar a toro suelto, o bien con galgos, o bien en mano, o bien de ojeo". Porque allí arriba, las laderas no pesan en los riñones como aquí abajo, ¿entiendes, hijo? O mejor todavía, tú le dirás al Señor: "Señor, si no os enoja, yo quisiera que me ojearan esta mañana unas perdices". Y el Señor le dirá a San Miguel: "Miguel, ¿dónde anda el coro de ángeles número cuatro?" San Miguel dirá: "Señor, preparándole las carambolas al campeón de billar que subió anoche". "¿Todavía?", preguntará el Señor. Y dirá San Miguel: "No se cansan sus brazos de hacer carambolas, Señor". Y dirá el Señor: "Di al número cinco, entonces, que ojeen unas perdices al Pepe. Que lo hagan con cuidado, ¿entiendes? Que no dejen mata por registrar. Tengo interés en que este muchacho se divierta". Y San Miguel marchará a avisar, y el Señor aún le gritará: "Digo que le metan también unos faisanes. ¿Te gusta tirar los faisanes, hijo?" Y tú, Pepe, vas y le dices: "¿Faisanes? Nunca tuve esa oportunidad, Señor". El Señor insistirá: "Sí, sí, que le metan también unos faisanes. Así te irás adiestrando, hijo". Y luego se fijará en tu escopeta y t te dirá: "¿Cómo puedes tirar con ese viejo trasto lleno de herrumbre?" Y tú responderás: "Señor, hoy una escopeta vale un riñón". Él de seguro se echará a reír y te entregará entonces una Sarasqueta último modelo, de esas que pueden hacer ocho disparos sin más que mover a cada tiro una palanquita». El cura sudaba por cada pelo una gota. Sin parar mientes en que el Pepe se revolvía y sonreía con la mirada en el techo, continuó: «Y tú te ocultas tras una jara. La jara no impedirá que tú veas a las perdices, pero sí que las perdices te vean a ti. ¡Ésa es otra ventaja! Y a tus pies habrá un pointer dócil, que ni cazará recio, ni machucará los pájaros y que te irá poniendo las piezas muertas en un montón. Y, por descontado, allí nadie te va a ir con monsergas de que si la licencia, el permiso de armas, la guía o la historia. ¿Comprendes lo que es eso, hijo?» El Pepe empalidecía por momentos. Dijo, de pronto, sin dejar de sonreír, que nada de todo eso era posible porque resultaba demasiado hermoso. El cura dijo escapado que para el Señor nada había imposible. El Pepe estaba ansioso y preguntó si de verdad era cierto. El cura le dijo que él no le engañaría en este trance, y entonces el Pepe se volvió a él y le colgaban dos lagrimones. Salimos fuera y esperamos como media hora. Al cabo, el cura apareció en la puerta. Le dije a la Patro que entrase y ella dijo que no porque la asustaban los pies de los muertos. Salí a acompañar a don Florián y a encargar la caja. Por el fondo de la calle amanecía ya el día. Don Florián no me parecía el mismo hombre que veinte años antes llevaba la mano con el padre con la sotana arremangada a la cintura. Le dije lealmente que había estado inspirado y él miró para arriba y me dijo: «Creí que se me iba. Sinceramente, hijo, creí que se me iba». Ya en la puerta me preguntó si recordaba el empacho de buñuelos que agarré el Día de Todos los Santos, siendo todavía un chaval, en lo de Cuesta. Le dije lealmente que como si fuera hoy. Luego pasé por la funeraria. Tochano no ha aportado por casa del Pepe vivo ni muerto. Aún me parece mentira que así suba a lo de Jado, a lo de Aniago, a lo de Muro, o donde sea, no he de encontrar más al Pepe.

11 febrero, miércoles

Pasé el día junto al difunto. Una de las veces, de tanto mirarle, me pareció que me guiñaba un ojo. Pero ya, ya. Tenía los dos bien cerrados y lo único que se le abría era la boca. Su padre le anudó un pañuelo. Desde la medianoche la herida ya atufaba. Zacarías y Melecio se quedaron de vela conmigo. Por la tarde pasó un momento el presidente de la Sociedad de Cazadores y dijo que ya era patoso el que ocurriera una cosa así el último día de la temporada. El hombre parecía afectado. Zacarías no hacía más que repetir que si el jurado de Villalba hubiera retenido la escopeta como era su obligación, otro gallo le cantara al Pepe. Al caer la tarde, la Patro se largó sin entrar a ver el cadáver. Por lo visto vuelve al pueblo con los suyos. A la mañana llegó una corona de la Sociedad, toda de claveles blancos. A las once salió el entierro y el padre del Pepe, quieras que no, nos colocó a los tres con don Florián y él en la presidencia. Nos llegamos hasta el camposanto en taxi. Ya me alegra que haya allí una nube de conejos. Bien pensado, es una bobería, ya que el Pepe puede andar a estas horas tirando faisanes a mansalva. O de mano con el padre. ¡Vaya usted a saber! Así y todo me encuentro como aliquebrado esta noche.

14 febrero, sábado

Llevo tres días mano sobre mano. Por no tener no tengo ganas ni de comer. Y la madre dale duro con que si me pasa algo. Me duele la lengua de decirle que no. La fetén es que llevo el ansia dentro y eso no se arregla con un plato de alubias. Pero la cosa no es para andar pregonándolo a todo el que se ponga por delante, ¡qué caray!

15 febrero, domingo