37782.fb2
Anita sigue sin avisar. Le pregunté esta mañana a José y nada. A Anita le sale todo por una friolera. Eso pasa. Me gustaría saber qué hizo la muy pingo el domingo por la tarde. Me gustaría saberlo y no me gustaría saberlo, porque el día que se me calienten los cascos de más me planto donde las Mimis y voy a armar la de Dios. De mí no se pitorrea ni mi madre. Escrito está.
Escribe Tino. El vaina de él sigue chalado con el chico. Ahora dice que piensa darle carrera. La madre dice que luego vendrá el tío Paco con la rebaja. En el café echamos un parchís. A Zacarías todo se le volvía decir que si recordábamos cómo meneaba el Pepe el cubilete, o lo que hacía con la ficha si le salían tres seises, o lo que decía cuando metía el primero la primera ficha, y ya Tochano se cabreó y le dijo que callara la boca con tanto Pepe, que no por mucho mentarle le iba a resucitar. El cipote de él terminó alborotando el juego. A Tochano le va haciendo falta un guapo que le baje los humos. Por si acaso, que no me busque las pulgas.
Llevo tres noches soñando boberías. Me duermo escapado, pero en seguida vienen las pesadillas. Y todas las noches lo mismo. Sueño que me voy a dormir cuando veo un bando de perdices apeonando por la alcoba. Me tiro de la cama, agarro la escopeta y entonces las tías zorras se van bajo la cómoda. Las saco de allí a patadas y cuando disparo, los tiros salen follones o hacen: «psssst», como si algo se deshinchara. Otras veces los cañones se doblan como si fueran de chocolate. El caso es que no pringo nada y las marrajas se largan a la azotea por la rendija de la puerta y me toman a chirigota. Por las mañanas estoy como amorrongado. Hoy no vi a Melecio ni a Anita; estoy murrio. Si ella llamara sería otra cosa, pero la Anita es burra donde las haya.
Me soltaron los obvencionales: 385 líquidas, que no está mal. Ya le anuncié a la madre que si entre los tres repartos no alcanzo las dos mil me las completarán para Navidad. La madre abrió el ojo. Al levantarse había dicho que andaba como mareada, pero con los cuartos se le pasó. A las mujeres ya se sabe, cuando no les duele algo, han dormido mal, como decía el otro.
Al regresar esta mañana de la tienda de don Rafael me encontré a Melecio que acababa de toparse con la Anita al salir de la sierra. Le pregunté si parecía contenta y el vaina dice que riendo a carcajadas no iba. Hay muchas maneras de estar uno contento sin necesidad de alborotar, me parece a mí.
El tiempo se ha puesto suave. En el café decidimos ir el domingo a lo de San Miguel del Pino. El río forma arriba del pueblo una isla de la que los patos son querenciosos. Zacarías me aconseja que lleve cuarta y que al pato, particularmente si es azulón, no le tire de pico. ¡Valiente novedad! Compré un kilo de perdigón de cuarta. Esto del perdigón es una broma. ¡A 24, vamos! Dice Melecio que en la calle la Olma hay un fulano que dándole plomo lo hace barato. Pero ¿de dónde demonios saco yo el plomo?
En casa encontré a Aquilino, tan plantado como siempre. El hombre parece un general. Desde lo de la subasta le tengo atravesado. Vio la piel del zorro y me preguntó quién le había cascado. Le dije que fui yo en lo de Aniago y le conté toda la historia.
Ha hecho un día de primavera. Fuimos en el tren a San Miguel y de allí al río meneando las tabas. Había dos que nos tomaron la delantera y tenían los puestos al norte de la isla, pero el barquero dijo que tanto daba la parte porque la querencia varía y todo es cuestión de acertar. A la perra le imponía meterse en la barca. ¡La muy torda! Aún era temprano y la sombra de los chopos daba en el río. Tan pronto llegué al puesto coloqué unos tomillos sobre los carrizos para ocultarme y le dije a Tochano que se quitase la cazadora blanca, porque se le veía desde París. A Melecio se le ocurrió mentar al Pepe y Tochano se volvió a él cabreado y le dijo que no fuéramos a reventar la fiesta. Luego nadie mentó al Pepe, aunque todos lo teníamos en el pensamiento. Al quedarnos callados se oía la vida en cinco kilómetros a la redonda. De repente me pareció que alguien zurcía el aire con un junco, miré hacia arriba y vi un bando bueno, de lo menos trece. Venían formados como para un desfile, pero entraron tan largos que no hice ni intención. A mi derecha sonó un tiro y luego otros dos y la Doly se puso loca y tuve que zurrarla. La condenada no sabe más que correr gallos. Yo estaba como tolondro. Decididamente esto de la espera no me va. Cruzaron otros diez patos y como si nada. Me voceó Zacarías que iban a tirarse a la confluencia. Luego entraron tres rasando el agua y vacié la escopeta. Nada. Oí tirar por turno a Zacarías, Melecio y Tochano. Como voceaban, salí del puesto y me llegué donde ellos. Tochano había caído uno en medio de la corriente y estaba alborotado el gilí porque el Sol que si quieres y el agua arrastraba al pato. Azucé a la Doly, pero ni a la de tres. Acabamos desamarrando la barca y perdimos tres cuartos de hora. Era un azulón macho de una vez. A poco entró un bando a huevo y Melecio descolgó uno. Andábamos cobrándole sin ninguna precaución y bajó otro donde el muerto. Tiramos todos a placer y allí quedó el cipote sin menear una pluma. Luego nos sentamos a comer y Zacarías dijo que el crepúsculo era la mejor hora, pero cuando el río se llenó de sombras, no se oía más que el viento en los carrizos. De retirada tumbé una gallineta y poco más arriba, ya sin luz, un cagaaceite. En la estación echamos a dedos y me cayó el lote de la gallineta. Lo siento porque estos bichos son tan duros como burros. Al llegar a casa le pregunté a la madre si había habido algo y ella me dijo algo de qué. Me cabreó la salida, porque la verdad es que ni yo mismo sé lo que quiero.
Esta mañana encontré a la de Alemán y al de Francés besándose en la sala de profesores. Me hice el tolondro.
Anoche volví a soñar con perdices. Me levanté con dolor de muelas. Aún sigo como aliquebrado. Don Basilio me mandó preparar las togas para la fiesta de Santo Tomás. La del de Francés tenía un pegote de cera y la madre anduvo quitándole con la plancha. A las siete, sin intención, me llegué donde las Mimis. Anita me preguntó qué pintaba allí. Callé la boca por no soltarle una fresca. Pero me dio rilis cuando vi que ponía jeta y me llegué donde «La Conchita» y le compré un bartolillo. Luego le confesé lealmente que la echaba en falta. La chavala empezó con unos pocos de humos, pero, al cabo, como si no hubiera pasado nada. En el portal le cogí una mano. Ella se dejó hacer. La verdad es que la cría esta tiene una boca que es una nidada de besos. Tardé en dormirme más de la cuenta. Sentí el exprés de Galicia.
Se ha disuelto la Orquesta Municipal. Según Melecio había algunos con más pretensiones que Iturbi. Le pregunté que si el chelo, y me dijo que ése era uno. Luego me dijo que la fetén es que la idea no ha tenido el eco que se esperaba.
Esta tarde encontré a la Modes que se llevaba una botella de aceite. Tuve bronca con la madre. Para tanto como eso no me estoy yo reventando. Ya le dije que Serafín ingresa el doble que yo, pero ella me salió con que la Modes lo devuelve el lunes y que no me pusiera así. Me pongo como me pongo. Mi hermana es una fulana que siempre anda a la sopa y me giba que todos coman a costa de uno.
Acto académico en la Universidad. Uno de Letras soltó un rollo sobre el Tomismo. ¡Coplas! Hice por entenderle, pero a los diez minutos se me calentaron los sesos y salí al corredor a echar un pito. Estuve de cháchara con Cosme y Emilio. Los marrajos aún se las tenían tiesas cuando les dije que no es justo que ellos tengan carestía y nosotros no. Don Basilio me dijo a la salida que pasara por su casa a la tarde, que quería hablar conmigo. A las tres ya estaba allí. Me mandó sentar y me dijo que el de Francés y la de Alemán se casan para la primavera y que el de Francés había pensado en mí para que abriera las portezuelas de los coches de uniforme. Luego dijo que no ignoraba que tal cosa quedaba al margen de mis obligaciones, pero que lo meditase antes de decidirme y que en caso afirmativo me encargara sin más un uniforme. Por otro cualquiera lo hubiese hecho, pero si quiere uniformes el de Francés pudo hacerse marino en lugar de catedrático. Así es que le dije que nones. Él insistió que una boda entre catedráticos es una cosa rara y quiere rodearla de la mayor brillantez por el prestigio del Centro. Para no repetirle que no por las derechas le pregunté si tendría que llevar gorra y él respondió que a ver, y yo, entonces, le dije que no. El hombre no se daba por vencido y aún me dijo que volveríamos a hablar después de que yo reflexionase.
Estuve con don Basilio en la Dirección y me preguntó qué había decidido sobre el asunto. Le dije lealmente que lo sentía por él, pero que no; que me joroba lucirme.
El vaina de Crescencio me pidió esta mañana que le dé la hora en Dibujo. Le pregunté el porqué y todo lo que se le ocurrió decir es que tiene un chico en la clase. Le dije que qué tenía eso que ver y me contestó que al chaval le da lacha que su padre asome la jeta y diga: «¡La hora!» ¡No te giba! He comentado el caso con la madre. Ella dice que si un día tengo un hijo será bedel como yo. No le falta razón.
El tiempo sigue suave y esta noche al afeitarme me dejé el bigote. De aquí a septiembre, cuando se abra la veda, puede estar listo. Recuerdo que el Pepe decía, la otra vez que me lo dejé, que parecía tuerto del lado derecho. ¡Pobre Pepe!
Hoy me desayuné en la cama. La madre me subió el periódico y me entretuve con él hasta mediodía. Oí misa de una y a la salida me encontré a Melecio. Dice que uno de San Miguel le ha dicho que la manera de cazar patos en las salinas es de noche, a la espera. Por broma le pregunté que si a la luz de un farol y él se mosqueó y dijo que con la de la luna bastaba. Quedamos en ir el sábado. Me alegro porque así no tengo necesidad de dar explicaciones a Anita. Estuve con ella esta tarde en la Cerve y se me hace que pone cara.
Fui a primera hora al cementerio a llevarle unas flores al Pepe. Me topé allí con Melecio y Zacarías. De regreso dijo Zacarías que este año nos quedábamos sin la copa de anís que solía pagar el Pepe. Volvíamos todos murrios. Les recordé que el Pepe decía que San José era el único santo que merecía la pena, y Melecio se echó a reír y dijo que qué cara habría puesto al tropezarse arriba con los demás. Zacarías se puso a reír a lo bobo. En el café, Melecio volvió a recordar lo de la copa y Tochano voceó que al que volviera a mentar al Pepe, para bien o para mal, le estampaba la jarra en la cabeza. Luego pagó una botella. La bebimos sin chistar y, al acabar, Tochano pidió otra A lo bobo a lo bobo se nos hizo la una. De retirada nos topamos con Serafín en la barra. El patoso se me abrazó y dijo que se venía con nosotros y que pagaba un vaso donde Polo. Luego estuvimos en un banco de la Plaza cantando. Al final, mi cuñado se echó a llorar y dijo que se acordaba del chavea que se le murió. Tochano ladraba a la luna, le agarró por las solapas y le dijo que si volvía a mentar a un muerto le rompía la cara. Estaban los dos a cuál más mamado. Cogí a Serafín y me le llevé para casa. Mi hermana le aguardaba levantada. Al verme me puso a caer de un burro voceando que perdía a su marido por las tabernas mientras ella se mataba por dar a los chicos un pedazo de pan. Serafín se empeñaba en besarla y ella le largó un guantazo y le dijo que no fuera sobón. Mi hermana andará a la sopa, pero carácter no le falta.
Estuvo en casa la Modes de mañana y le contó a la madre lo de anoche. ¡Le ha faltado tiempo a la cuentera! Me dio lacha y le planté a la madre que el Pepe tuvo la culpa. Ella se hacía de cruces. Unas cosas nos llevaron a otras y acabó confesando que no tenía un real. Le dije que cómo si aún andamos a 20 y ella dijo que sí, que es cierto, pero que no sabe hacer milagros. Me giba lo que nadie sabe este mirar la peseta y que encima no alcance. No es vida, vamos. Ahora me doy cuenta de que con lo de la calefacción obré un poco a espetaperro. Las cosas hay que pensarlas. Decididamente he de buscarme algo para por las tardes.
Melecio y yo pasamos la noche al sereno en la salina de San Miguel. En el cielo había una luna como un plato. Desde la islilla de carrizos y espadañas, las ranas chillaban a la luna sin dejarlo. Estaba hermosa la noche. Un verdadero espectáculo. Antes, cenamos dos huevos con longaniza en la taberna del pueblo y el amigo de Melecio nos prestó una perra que no se asusta del agua. Entre Melecio y yo había la laguna y la luna ponía encima una raya de luz. Melecio me dijo que tuviera los ojos despiertos y yo miraba al cielo arrebujado en la manta, pero no veía nada. Llevábamos una hora larga cuando tiró Melecio y me asustó. Sentí un chapoteo y luego vi la cabeza de la Tula en el reflejo de la luna. Las ranas dejaron de alborotar. Melecio animaba a la perra. Al cuarto de hora tiró otras dos veces. Yo era todo ojos. El campo estaba como blanco y la luna tenía un cerco brillante. Disparé sobre una sombra a cascaporrillo y resultó un mochuelo. Al cabo sentí como el rumor de un viento que se arrimaba. Tiré la manta y me puse a mirar la luna sin pestañear. De pronto distinguí seis sombras al contraluz descolgándose sobre la salina. Primero disparó Melecio y yo seguidos los dos cañones. Allí quedó uno sobre el agua, chapoteando a la desesperada. La cabeza de la Tula hacía círculos alrededor y, a seguido, le echó el diente. Melecio iluminó al bicho con la linterna. Era un pato real, grandote como una avestruz. Había cobrado antes dos azulones machos hermosos y me preguntó por qué no tiraba más, que me habían pasado más de cien parros rozándome la jeta. Le dije lealmente que la luna me cegaba. Pasamos otras dos horas en silencio hasta la amanecida. El cielo blanqueaba por detrás de los tesos y la islilla de carrizos se empezó a animar. Volaron tres gallinetas y caí una. Luego se arrancó una cerceta y Melecio la derribó. El campo estaba hermoso con los trigos apuntados. En la coquina de la ribera había ya chiribitas y matacandiles tempranos. Una ganga vino a tirarse a la salina y viró al guiparnos. Volaba tan reposada que le vi a la perfección el collarón rojo y las timoneras picudas. En la salina, la gabusia se despegaba del cieno del fondo. Era un espectáculo y le dije a Melecio que atendiera. Sólo se sentían los silbidos de los alcaravanes al recogerse en los pinares. Así, como nosotros, debió de sentirse Dios al terminar de crear el mundo. Luego salió el sol, nos largamos al pueblo y oímos misa de siete. A las ocho tomamos el coche y a las nueve ya estaba roque. La madre me llamó a las cinco. Me arreglé y marché donde Anita. Estuvimos en la Cerve bailando como peonzas hasta las diez.
El de Francés me sonrió esta mañana al darle la hora. ¡Buen guaje! Desde el lunes es con el único que entran. Cuando se largó la gente, me llamó y trancó la puerta. Yo ya sabía por dónde iba. El tío empezó a darme coba con que si la boda afecta al Centro y que si tal y que si cual. Pensé decirle escapado que nones, pero su mirada me imponía, la verdad, y acabó enredándome. No hay duda que el marrajo sabe dar incienso, y a uno, aunque presuma de estar de vuelta, le gusta que le enjabonen. Ésta es la fetén. Y tanto «apuesto» y tanta historia, que terminé diciéndole que bueno y que sí, que abriría las portezuelas de los coches de uniforme. Todavía no sé dónde empezó a liarme el tolondro de él, pero me enredó y yo como un cagueta dije que sí. Después de todo, si caen unos pavos, bueno está lo bueno. Se lo conté a Melecio y dijo que había hecho la del otro. Le pregunté si no repetíamos lo de San Miguel y me dijo que no queda otro día que el sábado. Quedamos para el sábado si no hubiera novedad.
El tiempo se ha metido en agua. No cesa de diluviar. Malo será que no tengamos que desistir de la excursión. El primero de abril empieza la veda del pato. Me fui donde don Rafael, echándole cara, a ver si sabe de alguna colocación para por las tardes. Según él, es difícil, más que por el salario, por los barullos de seguros e historias. De ahí me llegué donde don Basilio, que estuvo tieso como un ajo, no sé si porque a él le dije que no y al otro que sí. En resumidas cuentas, flor de cantueso. Con la disculpa de los apuntes me fui a casa de don Rodrigo. Empecé por decirle que la venta va mal porque el curso está muy avanzado. Respondió que no esperaba otra cosa a estas alturas, pero si sé de algún alumno de alemán no deje de enviárselo. Me fijó los honorarios: un alumno, 200 pelas hora; 150 en grupos de dos a cuatro; de cuatro en adelante, 125. Empezó con la perra de siempre y yo le dije a todo que sí para que callase, pero la gibé, porque entonces salió con que si dar clases de alemán era una cosa lícita, porque no es lo suyo, ni forma tribunal ni moverá un dedo en favor de sus alumnos por bajo cuerda. El patoso terminó por mostrarme las mangas de la chaqueta y preguntarme qué años le echaba al traje. Le dije lealmente que no entendía y él entonces dijo que nueve. Cuando calló la boca, le expliqué lo mío y él me ofreció ponerme de acomodador en un cine. Le dije que al pelo. Eso, por lo visto, le es posible, porque lleva la crítica de películas en la emisora. Me preguntó si sabía lo que cobraba por cada comentario semanal y respondí que no y él me dijo que treinta y cinco pelas. Al final me dijo una verdad como un templo: que en estos tiempos uno va a comprar y le piden la luna, pero va a vender y la gente quiere saldos. Quedé en volver por su casa.
La lluvia no para. ¡Esto es el diluvio! En todo el día se ha visto un claro en el cielo. Buen agua, dicen los labradores, pero a nosotros nos ha hecho la santísima. Melecio avisó a mediodía que dejábamos el bureo. Esto quiere decir que puedo colgar la escopeta hasta agosto. ¡San Pedro, hasta agosto! Los dedos se me van a oxidar.
Hubo carta de mi hermano. El condenado es ciego por el chico. La Veva dice, en cambio, que tiene malos instintos y está mal enseñado. Tochano me dio la noticia de que don David ha endosado el café a la Banca Guipuzcoana. Juan andaba muy murrio esta tarde. ¡Hay que ver lo que son 35 años sin moverse de un sitio! Dice, y con razón, que el jefe se mete un buen fajo, pero que él a esconder. También a nosotros nos parten. Uno se hace a un rincón y aunque digan que otro es lo mismo, no es lo mismo. Zacarías propuso el Hogar del Productor, pero Tochano dijo que ni hablar y que él no era sospechoso. Yo indiqué entonces lo del Novelty y no cayó mal. Don David se acercó a última hora a dar explicaciones. Dice, y con razón, que a su edad le es más cómodo cortar cuatro cupones que no andar a cuestas con un negocio que tiene más quiebras que otra cosa. Si yo pudiera hacer lo mismo lo haría por más que diga Melecio.
El tiempo empieza a arreglarse. Hoy, siquiera, vimos el sol. A ratos, pero lo vimos. Estuve donde don Rodrigo y me facturó al empresario del Cine-Salón. Hablé con el cabo y quedé en volver a la tarde, porque don Acisclo no iba hasta las siete. Volví a las 7 y don Acisclo me recibió en el foyer. Me dijo que casualmente había una plaza y que si me petaba podía quedarme. Acepté y él entonces me explicó el horario y me dijo que eran ocho pelas diarias. Empezaré después de Semana Santa. Antes de marchar, charlé otra vez con el cabo, que tiene así una cara como de estar mochales. Me dijo que hace veinte años que existe allí una comandita para las propinas, porque el pasillo central es negocio y los laterales, sobre todo arriba, una miseria. Le dije que contase conmigo. Luego le pregunté qué suponían las propis y contestó que del orden de las 40 o 50 semanales. Unos meses con otros, 450 líquidas, que no está mal. Después, el cabo me llevó al ropero para que me probara el uniforme. Me quedaba chico y el cabo dijo que no le chocaba porque Higinio, el anterior, se había marchado a morir tísico a un Sanatorio. Le dije lealmente que no estaba dispuesto a usar la misma ropa que un tísico, pero el cabo se fue donde don Acisclo y volvió con la embajada de que le sacara la sisa y los botones y si me gustaba bien y si no ya conocía la puerta. Vi allí las lámparas y le pregunté si también las pilas corrían de nuestra cuenta. Respondió que no. Al despedirnos, me dijo Fermín, el cabo, que el Viernes Santo que no hay función vaya por allí a tomar las medidas de la sala. La madre se puso loca al saberlo.
Pasé la tarde tomando las medidas a la sala. Fermín me daba una fila y un número y yo los buscaba. La fila 15 tiene un pasillo más ancho por delante y lo guipé de entrada para orientarme. Primero lo hice con luz y luego a oscuras. Repetí varias veces. Según el cabo basta con retener dos cosas: que los pares son a la derecha y que la planta baja cuenta 34 filas y 19 el piso alto. Luego me aconsejó que me detenga junto al cliente después de servirle si quiero que se rasque el bolso. Le pregunté si eran frecuentes las propinas y me dijo que cada vez la gente es más amarreta y que si vivimos es gracias al pasillo central. Nos sentamos un rato y le pregunté si nadie sisaba a la comandita. Dice que aunque no hay un control no es fácil, al menos en cantidad, pues existe una cifra aproximada para los días de estreno, otra para la noche del sábado, otra para la tarde del domingo y así todo. Me explicó luego que los turnos giran semanalmente, ya que todos hemos de pasar por todos los puestos. Por lo visto antes las parejas se colocaban atrás y soltaban buenas propinas para que no se les molestara, pero ahora, con la campaña gubernativa, la cosa ha variado.
Estuve a última hora con Anita a ver entrar a la Virgen.
Pasé por casa de don Rodrigo a decirle que lo de la colocación es un hecho. Tenía sobre la mesa la liquidación de haberes de marzo y me la enseñó, advirtiéndome que mirase primero donde decía «líquido en nómina» y luego donde decía «neto a percibir». En «líquido en nómina» decía 1.930 pelas y en «neto a percibir» mil quinientas y tantas. Él se echó a reír y dijo que me fijase en las partidas a descontar. Eran cinco: Utilidades, Mutualidad, Pólizas, Habilitación y Defunciones. Yo, por caerle en gracia, le dije que era una vergüenza y me despedí para no empezar con retraso.
Para foguearme me han dado arriba. A las ocho no entraba un alma y Fermín me dijo que podía largarme a cenar para volver a las nueve y media. Hice 1,35 a todo tirar. Una risión, vamos. En cambio, Manolo, en el pasillo central, seis barbos. Cuando levantaba las butacas encontré un guante de señora y le dije, por guasa, al cabo si las cosas olvidadas eran para la comandita o para devolver. Creí que iba a gozarla, pero me preguntó qué era, y yo le dije que un guante y él me dijo, entonces, que lo dejara en el guardarropa. En la sesión de la noche se ocuparon veintidós butacas contadas. ¡Y para eso cuatro acomodadores! A las once me senté más tranquilo que el Bomba y me vi la película. Echan «Mi mula Francis» y pasé el rato. Luego me desvelé y sentí el exprés de Galicia.
Vi otra vez «Mi mula Francis». Me reí con algunos golpes que se me pasaron el primer día. Bien mirado no es más que una pendejada.
Vi otra vez «Mi mula Francis». Cada vez que el animal abría la boca ya me decía yo por dentro la gansada que iba a decir. Terminé con dolor de cabeza.
Vi otra vez «Mi mula Francis». Salí al foyer, pero allí seguía oyendo el habla del animal. Me encerré en el water, pero que si quieres. Hasta allí llegaba la voz de la tía. Me vine para casa loco.
Hoy estrenamos y no cabía en la sala un alfiler. Arriba hice 3,35 líquidas. Manolo 58,60. Con unas cosas y otras me acosté a las dos. Ni tiempo he tenido para engrasar la escopeta. Esto no es vida.
El domingo es en el cine como otro día cualquiera; peor que otro día cualquiera. Hay tres sesiones y mucho más personal. Me corresponde descansar mañana. Pero yo me pregunto: ¿qué puede hacer un hombre que descansa cuando los demás trabajan? Le dije a Fermín si será siempre así y me dijo que hay un turno. Total: un domingo libre al mes. Le pedí a Anita que no saliera y me dijo con muchos humos que con qué derecho la exigía eso. ¡Me cago en la pared! Me llevaron los demonios cuando la vi aparecer con la Mimi y el fogonero. Yo mismo les acomodé. Faustino no me reconoció y quiso darme una propi, pero yo me hice el ido. ¡También gibaría! A la salida, Anita pasó junto a mí como si no me conociera. ¡Se le caerán los anillos a la desgraciada!
Empleé la tarde libre en la escopeta. Casi había criado gusanos. Pasé el cepillo de cerdas por los tubos y le puse grasa. Por ir con prisas partí la baqueta por uno de los empalmes. Melecio me aconseja que compre una de madera; dan mejor resultado. También dice que use tubos «Diana» para el engrase. Ciertamente la que uso ahora se reparte mal.
Salí con Anita a las siete y la encontré un poco chulilla. Le hice ver que el ponerme de acomodador no es capricho sino necesidad. Ella dice que no le va ni le viene eso, ni nada mío. Le pregunté por qué estaba así y ella dijo que no estaba de ninguna manera. ¡Como si yo no tuviera ojos! Le pregunté si había dicho algo la Mimi y ella dijo que, para no mentir, la Mimi dijo al verme que parecía un botones. Ya me olía yo que la pingo esa andaría por medio. Le expliqué que el uniforme me estaba chico, pero le habían sacado las costuras hasta el tope. Luego pensé que estaba haciendo el cipote dándole razones y que ella y la Mimi y la Mimi y ella pueden pensar lo que les dé la gana. Nos separamos de monos. No me dormí hasta las tantas.
Esta tarde llamé la atención a una pareja. El cabo me dijo que no me ande con contemplaciones y tome nombres. Por la noche vi «Ivanhoe» por séptima vez. No me importa, porque no es una pendejada como la de la mula y da algo de cultura. A la madre le volvieron los mareos. Después de comer se acostó, porque se le iba la cabeza.
Por la mañana estuve con Anita en el Tirreno tomando unas mollejas. Se le ha quitado el morro. Ya le anuncié que en adelante podremos salir todos los días de ocho a nueve y media. He determinado que la madre me ponga una tortilla en un poco de pan y me ahorro dos paseos, uno de ida y otro de vuelta, y además puedo verme con Anita cada tarde. Veremos si no es peor el remedio que la enfermedad. Hoy, por de pronto, cuando toqué retirada en la Cerve, Anita se plantó y dijo que ni hablar del peluquín y que se quedaba con la Mimi hasta las diez. Me dio en los ojos y le dije que o se venía por las derechas o me la echaba al hombro como un saco. Ella debió notar que no iba de coña porque salió como un cordero. En todo el camino hablamos una palabra. Esta mujer me pone negro.
Ya tapiaron el España para empezar la reforma. Nos vimos por primera vez en el Novelty. No sé por qué, pero todos parecíamos alelados. Por hablar algo dije que no volveríamos a dar con un rincón como el de España y entonces Tochano me dijo que si volvía a mentar al España me pegaba una guantada que me ponía la cara del revés. Zacarías anunció que dentro de unas semanas empezará a salir con la hembra. No tengo pepita en la lengua y le dije que el reclamo es una perrería. Contestó, tan fresco, que todas las cosas son cuestión de puntos de vista. Anduvo contando hazañas. Dice que una vez, cuando chico, se metió en un tollo a las seis y a las siete había hecho ocho machos, uno detrás de otro. Al tío se le entornaba el ojo ciego como una persiana. Eso es mentir por la mitad de la barba. La verdad es que las enhebra como agua.
Me pasé por Asterio a probarme el uniforme. La boda es para el treinta. Desde el portal ya se sentían los mambos de la gramola. La chaqueta me tira de sisa y así se lo dije. Asterio me preguntó si era cierto que hablaba con la Anita, la del churrero. Le respondí lealmente que eso de hablar era muy relativo. Entonces me confesó que sabe de buena tinta que la chavala esa anda colada por mí hasta los tuétanos. Le pedí que se explicara, pero él calló la boca. Luego he estado pensando en ello. Hacía buena noche y me quedé un rato en la azotea al regresar del cine. Me pregunto en qué podrá basarse Asterio para decir lo de Anita.
El vaina de Crescencio me confesó esta mañana que al chico no le gusta que ande por los pasillos entre clase y clase para no tropezársele cuando va con los amigos. El memo de él se ríe como si tuviera gracia y dice que son los pocos años. ¡No te giba! Si yo tuviera un hijo así, le colgaría del palo de la bandera.
Esta tarde vi que se colaba el hermano de Fermín. Me fui donde el cabo y le pregunté si es que podemos meter de guagua a los nuestros. Le cabreó la cosa, pero no tuvo más remedio que decirme que en los últimos días, y sin abusar, no hay inconveniente.
Creí que se reventaba lo de la boda. El de Francés andaba hoy más nervioso que una lombriz y me dijo que suponía que me quitaría el bigote para mi actuación. Yo le dije que ni pensarlo. Se puso loco y voceó que a ver si ahora que me habían hecho el uniforme iba a dejarle en la estacada. Vino don Basilio y el de Francés se chivó. El otro, que también anda encalabrinado con lo de mañana, desanudó la voz y me puso a caldo. Finalmente le dije que bueno para que callase la boca. Me giba lo que nadie sabe que me voceen.
¡La madre que le echó! Con cinco cochinos pavos me despachó el tío. A buena hora me agarra para otra. Y me costó reventarme aunque él no lo crea. Apenas he dormido y me levanté con un tembleque que para qué. Con los galones y los bordados parecía un almirante. La madre, que me anduvo cepillando, dijo que iba más galán que Mingo y que ni el novio iría mejor puesto. Luego el cachondeo de las del señor Moro detrás de los cristales y la gente volviéndose en la calle. ¡La oca, vamos! No se los tiré a la cara para no dar el espectáculo. ¡El muy zángano! Dice la madre, y le sobra razón, que hay señores que no saben ser señores.
Fiesta. En cuanto me levanté puse la bandera en el balcón. La primavera ha llegado. Hoy pegó el sol en forma. Por la tarde estuve en el Novelty. La verdad es que nos vamos encontrando aquí. Ciertamente no es mal sistema ese de Tochano de no mirar atrás. A Juan le han colocado de ordenanza en la Banca Guipuzcoana. Por lo visto, don David lo exigió para el traspaso.
Tochano dice que ayer en la barbería le hablaron de una enfermedad que ha liquidado los conejos de Francia. El de la mesa de al lado, que cada tarde se embute un cortado a palo seco, metió el cuezo y dijo que era la mixomatosis y que ya estaba en el Pirineo. Le pedí que se explicara y dijo que es cosa de un médico francés que creyendo que hacía un servicio había hecho la del otro. Terció Tochano y dijo que, según él tenía entendido, para el contagio es necesario que un conejo sano coma yerba que ha orinado otro enfermo. El de al lado reconoció que todo eso era cierto y que a la vuelta de unos años no quedará en Europa un conejo para contarlo. Dijo luego que todos los males nos vienen de Francia y no sé qué tecla le tocó a Melecio que se atocinó y dijo que en Francia había cosas buenas y malas como en todas partes. Mientras la mixomatosis respete la perdiz y la liebre, bien vamos. Con estas coplas se me hicieron las tantas y llegué al cine a las menos veinte. El cabo me dio un repaso. Dijo no sé qué gaitas de que la profesión esta exige vocación y que nadie debe agarrarse a ella como recurso. ¡Coplas!
Zacarías subió el domingo con el reclamo a lo de Cuesta. Por lo visto, el campo respondió y la hembra recibía bien, pero no hizo más que dos machos. Esto me hace pensar que no hay tanta perdiz como dicen. Le dije que debería esconderse en vez de tanto farolear y le pregunté si no leyó lo que decía el sábado el «ABC». El tío arrastrado, voceó que yo y el «ABC», el «ABC» y yo le traíamos sin cuidado. Terminamos mal.
Estuve donde Anita. Le dije lealmente que sólo iba para decirle que puede entrar en el cine de guagua cuando le pete. Me dio unas gracias que me dolieron más que una guantada. Luego me preguntó con mucha guasa si la dejaba ir a pie hasta casa o prefería llevarla al hombro. Me eché a reír y le dije que el otro día estaba endemoniado y que dispensara. Quería largarse, pero al fin la convencí para tomarnos un bartolillo en «La Conchita». Yo no sé qué piensa esta mujer; me giba ya tanto tira y afloja. La chavala esta no quiere comprometerse aunque Asterio diga misa.
Hoy hizo un sol de justicia. En agosto vendrán los fríos. Después de comer me di una vuelta por el parque con la chavala. Nos sentamos en un banco entre sol y sombra, frente al estanque. No sabía de qué hablar y terminé por contarle la cacería de la otra noche en las salinas. Alrededor no había un alma y el sol espejeaba en el agua. Al terminar, no sé por qué ni por qué no, nos pusimos a mirarnos como lelos, cada vez más cerca, y cuando la besé en la boca el sol se nubló y se me olvidaron todas las cosas. ¡Madre, qué labios! Anita temblaba y dijo que estábamos tontos y que por una cosa así podíamos salir mañana en el periódico. Yo no acertaba a hablar y cuando al fin me arranqué, no me atreví a mentar el asunto y sólo dije que, al amanecer, Melecio cayó una cerceta y yo una gallineta, y una ganga nos pasó tan próxima que le vi perfectamente el collarón y las timoneras. Nos quedamos un rato atarugados y al cabo dijo Anita que era su hora. A las ocho volví a buscarla. Creí que las cosas habían cambiado, pero como si no. Le he plantado un beso muy rico, pero eso no fue más que una chamba. Es fijo que si yo lo intentase otra vez me saltaría las muelas de una guantada. Todavía estoy como tolondro. Sentí el exprés de Galicia.