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La Modes vino un rato esta tarde. Hacía tiempo que no la echaba el ojo. Aproveché para decirles a la madre y a ella que qué cara pondrían si me casase. La madre dijo que ése era un asunto muy personal, y la lela de mi hermana, que bien loco sería. Ella cree que todo va a ser como lo suyo con el torda de Serafín.
Algunos profesores dieron las notas esta mañana. Hablé a don Rodrigo del Pavo y me preguntó si tenía interés de verdad, pues no hay otro más gandul en todo el curso. Le confesé que el compromiso era serio y fue, entonces, y firmó el aprobado delante de mí.
A las doce se presentaron la de Alemán y el de Francés. Los dos han convocado para el 25. En los pasillos había recelo y el Pavo me dijo que lo del examen era una alcaldada. Querían armar una comisión para ver a don Basilio, pero al fin desistieron porque uno dijo que esto era una manera como otra de dar aprobado general.
En el cine hablé a Quintín, el portero, de que aguardaba a una chavala. No puso buena cara, pero yo anduve al quite y cuando Anita llegó me fui donde él y le dije que la dejara pasar, que era la chavala que esperaba. La acomodé atrás y cuando dejó de entrar público me senté donde ella y vimos juntos la película. Me olvidé de cenar.
Le he contado a Melecio lo de Anita. Le dije que prácticamente somos novios. Se alegró de verdad.
Estuve donde mi hermana, que tiene a la Titina con pulmonía. La cría parecía contenta, pero el mandria de Serafín anda aliquebrado. Me vino con que si la chavea sale de ésta no vuelve a probar un vaso. Si no le conociera… De casualidad estaba allí su hermano Gabriel, el de Villaherrero, y me invitó a dar una vuelta por el pueblo. Según él, las perdices se le meten en casa y tiene un pájaro muy guapo. Le dije la verdad, que el reclamo no se me hace trigo limpio, pero él dijo que no quiere saber nada y que si un día se me antoja ya sé el camino.
El de Francés se cargó hoy dieciocho de treinta y dos y la de Alemán dieciséis de veinticinco. Ha estado si se armaba o no se armaba.
Colé esta tarde a la Amparo y Melecio de guagua. Quintín parecía un poco mosca, pero calló la boca.
A las ocho salí con Anita y lo primero que me dijo fue que la Mimi le había dicho una cosa que no se atrevía a repetir. Después de mucho me salió con que no la mirara y me lo diría. Volví la cara y ella dijo entonces que la Mimi le había dicho que los besos de los hombres saben mejor que los bombones. ¡Gibar con las Mimis! En mi pueblo a las tipas de esta escuela las llaman pendones.
Terminaron los oficiales. Hasta el seis de junio no empezamos con los libres.
A la Titina no la parte un rayo. Esta tarde estuve a verla y ya corre como un conejo. Me dijo Serafín que ayer estuvo Gabriel y le dijo que no deje de darme una vuelta por el pueblo.
El tiempo sigue como de verano.
Pasé la mañana tumbado en la azotea con los pantalones arremangados. Asomó un momento la bestia de la Carmina y dijo algo de mis pantorrillas y de ponerme bonito. Me hice el loco. Me giban los pleitos con esta tía. Luego subió Crescencio como unas pascuas y dijo que su chico había despachado el curso con matrícula en todas las asignaturas. Luego dirá el panoli que ante un caso así es natural que su casa le venga estrecha. A la vuelta de cinco años el chavea este ni conocerá a su padre. Y si no, al tiempo.
Zacarías anduvo ayer de reclamo y, por lo que dice, le salieron dos jurados. Dice que les dijo que si no espabilaban iba a hacer carambola de jurados, que era lo único que le quedaba por hacer en la vida. El chalado las urde como agua. Tochano dice que para el 17 habrá aquí una tirada de pichón. Allá iremos a ver remangarse a los señoritos.
Me queman las piernas del sol de esta mañana. Las tías escuecen. No veo momento de salir al campo.
Aprieta el sol. La casa está echando bombas. En un mes no se ha visto una nube. ¡Dios! Si sigue así, en agosto se van a cocer los pájaros. Dice Crescencio que buena diferencia con Santander. Ya le dije que tampoco aquí los dos últimos años hizo verano.
Colé esta tarde a la madre, que tenía capricho por ver «Me casé con una estrella», de Sandrini. Fermín dejó que la acomodara y luego me dijo que Quintín le había dicho que estaba colando matute todos los días. Le respondí que era la cuarta vez que lo hacía y que en ese tiempo había visto allí a su hermano una docena de veces. El maula voceó que no era cierto y que aunque lo fuese es diferente colar una misma persona que gente distinta cada día. Luego dijo que llevadas las cosas a este terreno aprovechaba para decirme que el día que pasara a la novia no me pusiera de plan con ella estando de uniforme. Le dije lealmente que tomaba nota. La madre me dijo a la salida que se había reído las muelas y que ahora que podemos entrar gratis tengo que llevarla al cine más a menudo.
Ha hecho un día hermoso y la noche está calma, como en agosto. Mañana subiré donde Gabriel en la burra. No por nada sino por estirar las piernas. Dejaré la escopeta para evitar tentaciones. Esta tarde me tropecé a Cosme. Por lo visto ya está decidido su traslado a Barcelona. Melecio dice que en Cataluña la caza se la llevó la trampa hace tiempo. Si es así no envidio a Cosme.
Hace días que llegaron los vencejos y en casa es no parar. Los condenados chillan como pendones sin dejarlo. Todo el día de Dios andan colgados del alero. A las siete ya me tienen de pie. ¡La madre que los echó, no los mataran a todos!
Hoy empezamos con los de ingreso.
A las nueve ya estaba en Villaherrero. Gabriel se sorprendió. Le aclaré que venía solamente a asomarme al campo. Me enseñó el pájaro y tenía buena estampa. Luego me dijo que había terminado un tollo en la misma linde de lo de Moyano. Le aclaré que no traje escopeta ni cartuchos a intención. Él dijo entonces que por eso no, porque escopetas y cartuchos le sobraban en casa. Al fin le dije que me llegaría al tollo, pero sólo por ver pelear a los machos. Gabriel insistió en que cogiera la escopeta, pues siempre puede ocurrir un qué. La agarré por complacerle. El campo estaba hermoso y junto al puesto había una pradera cuajada de chiribitas y tréboles bravíos. A mano izquierda andaban acorrillando un majuelo. Ya en el tollo con la hembra a diez pasos dando el coreché se me olvidaron todas las cosas. Entró un macho y me lo cepillé. A poco entraron dos peleando y dejé a los dos de un tiro. Salí del tollo y me fui donde Gabriel. Se echó a reír al ver las perdices y dijo que eso ya lo sabía él. Las envolvió en un trapo y las amarró al soporte. Aún llegué a tiempo de ir con Anita a la Cerve. Se ha inaugurado la pista de verano y bailamos al descubierto. Teníamos la mesa bajo una acacia y yo le dije a Anita que puestas así las cosas había que pensar en fijar un día para la boda. Yo contaba con la luna y con la música, pero Anita dijo que nanay.
Los exámenes marchan. Sólo la de Alemán y el de Francés están a ver quién puede más. La gente anda que echa las muelas.
Vi a Melecio este mediodía. Está murrio otra vez. ¡Ay qué coño de hombre! Dice que es el calor, pero vaya usted a saber. Me giba verle así, porque el hombre, a lo bobo a lo bobo, pasa lo suyo. Me dijo que ha oído decir que entró poca codorniz este año y que en cambio la perdiz está criando como agua. No le dije una palabra de lo de Gabriel.
En el Novelty andaban alborotados con la tirada de pichón de pasado mañana. Tochano voceaba que esos pichones los mata un niño. Melecio dijo que hacía falta puntería. Tochano se atocinó y dijo que lo único que hace falta son cinco mil pavos de sobra en la cartera. Melecio le preguntó por qué no probaba si tan seguro estaba y Tochano voceó que un pájaro se le marcha al más pintado. Nos enredamos a voces y a vasos y Tochano dijo, al fin, que no tenía inconveniente en que escotáramos entre todos para que uno de los cuatro hiciese una tirada. Zacarías se calentó y dijo que por él no quedaría. Yo dije que por mí tampoco y Melecio no tuvo más remedio que hincarla. Acordamos ir a la prueba más barata, que sale a mil pelas la inscripción y a 23 el pájaro. A 250 por barba. Tochano pidió un dado, tiró y sacó un cuatro. Zacarías sacó un tres, Melecio otro tres y yo un seis. ¡Gibar con la comisión! Les dije que no tenía escopeta presentable y Melecio quedó en pedírsela a su jefe. Tochano me prometió la cazadora, pues a estos sitios no puede uno presentarse de cualquier manera. ¡En mi vida las he visto más gordas! Tochano tiene cada zanganada que para qué. Y lo malo es que nos enreda a todos.
Nos vimos en el café. Tochano llevó la cazadora y Melecio dice que ya tiene la escopeta en casa. Me han calentado las orejas de más. Todo se vuelven consejos. Zacarías dice que el secreto está en no dejarle tomar vuelo al pichón. Tochano que doble aunque vea al pájaro en el suelo sin mover una pluma. Le hice ver que cada cartucho son siete pelas, pero él dijo que esa cantidad no va a París donde se ventilan doce billetes. No le falta razón. Melecio dice que lo principal es sujetar los nervios. Ya le dije yo que todo eso es muy bonito, pero no está en la mano de uno. Me atontonaron la cabeza y les dije lealmente que es mucha responsabilidad y que prefería que tirara otro. Zacarías voceó que ni hablar, ya que los dados habían decidido. Estoy que no puedo parar. Ayer sentí el exprés de Galicia y hoy es fijo que volveré a sentirlo. Me giba presentarme allí como un mermado sin saber qué hacer ni qué decir. Dice Melecio que hay otra prueba antes y que andaremos al quite. ¡Vamos, que también tendría guasa que me embolsara mañana doce billetes!
Todavía no me salió el susto del cuerpo. La verdad es que he pegado el golpe. Veinte tíos bonitos dándole al asunto todo el año para que luego llegue un pelado y se lo lleve. A lo primero me dio lacha y tiraba mal y precipitado. A pesar de ello, los pájaros caían solos. La cuadrilla andaba detrás, más despistada que un chivo en un garaje. Luego cogieron confianza y en cuanto bajaba uno me aplaudían. Cuando fallaron todos menos yo y Pito, el de la armería, se quedaron como sin habla. Para entonces ya me reportaba y tiraba sobre seguro. Le había cogido el qué y hubiese matado ciento. Luego falló Pito y la gente me pegó una ovación que ni Cagancho. La cuadrilla vino hasta mí y me subieron en hombros. Me gibó porque ya había hecho alguna amistad y de este modo parecía que en la vida había visto doce billetes juntos. Quisieron enredarme para otra tirada, pero terció Tochano y dijo que nones. Ya le dije luego que me había puesto en evidencia como si yo fuera panoli. El tío se mosqueó. ¡Anda y que le zurzan!
La madre se quedó como tolondra al enterarse. Yo no le había dicho nada. A la noche se presentó don Florián. Le pregunté quién se lo había dicho y respondió que en el barrio no se hablaba de otra cosa. Recordó al padre y a punto estuvo de aguar la fiesta. A poco llegó Aquilino y luego Tomasito. Bajé por unas botellas y unos bollos. Después se presentaron Tochano y Zacarías con dos botellas más y la Amparo y Melecio con los chiquillos. Pasé recado a Crescencio, sacamos unas mesas a la azotea y armamos la de Dios. Anduvimos hasta las tantas haciendo el zángano. Aún me parece mentira. Hace tres días no había oído hablar de la tirada y hoy soy más popular que el Tato. El señor Moro ha estado tragando quina. La candajo de la Carmina no hacía más que fisgar detrás de la persiana. A las diez se presentó mi hermana con Serafín. Me eché a temblar. Antes de marchar, como me olía, me pidió dinero. Le di cinco barbos y le dije lealmente que no estoy para ayudar sino para que me ayuden. La Modes anda siempre a la que salta. Terminamos la noche de folklore en el bar de Polo.
El periódico trae mi fotografía y una reseña de la tirada. Dice que mi triunfo fue una revelación y que «con un estilo de furtivo, improvisado y ramplón, vencí a las mejores escopetas del país». ¡No te giba! Estos periodistas son la oca. No saben elogiar sin ofender. Tochano quería ir a pedir explicaciones. ¡Anda y que les den morcilla! Don Basilio subió esta mañana a felicitar a la madre. En la calle todo el mundo tiene algo que decirme. Anita iba hoy conmigo más orgullosa que un ocho. En cambio a Fermín no le duelen penas. En cuanto llegué esta tarde me dio un repaso. Yo le dije que no todos los días se ganan doce billetes. Él dijo que ni el gordo de Navidad le privaría a él de acudir puntual al trabajo. Me atociné y le planté que eso va en temperamentos. Luego cambió de conversación y me dijo que sospecha que Manolo no entrega todo lo que saca a la comandita. Le pregunté en qué se basa y dijo que en los ingresos de otros años por estas fechas y en las liquidaciones de los demás. Le dije que lo dejara de mi cuenta. Si eso es cierto lo voy a saber a escape.
Tochano se compró hoy una radio con las tres mil. Zacarías me propuso subir al páramo a cazar codornices con red. No tengo pepita en la lengua y le dije lealmente que me parecía una traición. Él dijo entonces que sólo por el gusto de atraparlas y luego las soltaría. Le dije que en ese caso, bien. A la madre le dio otra vez el telele esta noche. Se me hace que cuando se pone así se le vuelve un poco un ojo.
Un día con otro los exámenes me dejan cinco barbos líquidos. De fijo el que aprueba el Francés o el Alemán no me deja con las manos vacías. A cada aprobado de estos que canto suena una ovación. En cambio, no faltan todo el tiempo chavalas llorando por los rincones. Es la vida.
Le propuse a Melecio ir al cine esta tarde y aceptó. Le dije que diera a Manolo una peseta marcada con una cruz. A la hora de rendir cuentas, Manolo no entregó la pela marcada y Fermín le preguntó por ella. El cínico de él contestó que no le habían dado ninguna. Entonces llamé a Melecio, que se había aguardado a intención. El cabo le obligó a Manolo a sacar la cartera y allí tenía la pela de la cruz. Fermín le llamó una cosa gorda y dijo que en lo sucesivo podía campar por sus respetos. Manolo andaba acobardado y salió con que en casa había mucha necesidad, pero Fermín, que es un águila, le soltó que si se creía que no sabía que cada tarde tenía una partida interesada en el París. Manolo lloriqueó que no era interesada y el cabo dijo que echando por bajo cambiaban cinco duros de mano todos los días. Manolo se largó con las orejas gachas.
En la primera quincena de agosto tenemos permiso. Le pregunté a Fermín si no podía cambiarla por la segunda, pensando en la codorniz, pero me dijo que nones. ¡Esto no es vida!
Terminaron los exámenes. He echado cuentas: 473,65 líquidas, que no está mal.
Esta mañana visité a Aquilino en la Residencia de Suboficiales. El hombre anda reventado con un ataque de ciática. Qué cosa será que en la cama todavía parece más grande. Mañana le trasladarán al Hospital Militar.
Al atardecer subí al páramo con Zacarías y la fiesta terminó a bofetadas. El marrajo prometió soltar los pájaros, pero a última hora, como me olía, me hizo la trastada. Es un granuja. Al principio todo fue bien. Nos escondimos entre los surcos, tendió la red sobre las espigas y atrajo a los bichos con el pito. En cuanto que se arrimaba una, el tío se levantaba como una centella y el pájaro, al arrancar, se enredaba en la red. Así hicimos hasta siete. A la luz de la luna aún agarramos dos. Hacía un poco de viento que combaba las cañas de las espigas y el movimiento del campo parecía el mar. Estaba hermosa la noche. Al acercarnos a las burras los grillos aturdían. Como no hacía intención, le recordé a Zacarías que había prometido soltar los pájaros, pero él se echó a reír y uno a uno los fue sacando de la sera y dándoles una dentellada en la nuca. Los animalitos morían sin un temblor. Me entró tal coraje que, sin más, le di una guantada, él contestó y terminamos a golpes en medio la carretera. Al fin le sujeté y le dije que si intentaba algo le partía el espinazo. Él dijo que asunto liquidado y fui yo entonces y tiré las codornices muertas en medio de los trigos. En el cielo había una luna roja como una sandía. Agarré la burra y me largué sin esperarle. Dice Melecio que conociendo a Zacarías nunca debí llegar a esos extremos. Un pronto lo tiene cualquiera, digo yo.
Tropecé esta mañana en la calle con don Adolfo, el presidente de la Sociedad de Cazadores. Me felicitó por lo del pichón y luego me preguntó cómo llevaba la veda. Le respondí lealmente que con resignación, ya que no había otro sistema. Dijo él entonces que otros la llevan matando al margen de la ley. Le pregunté si no era posible terminar de una vez con esa canalla. Él respondió que se hace lo que se puede. Luego hizo números y dijo que calcula en cuatro mil las perdices que de mayo acá se han matado en la provincia con el reclamo. ¡Gibar! Así es que luego sale uno con la ley y no hace más que dar patadas a lo bobo.
El sol es fuego. A mediodía la Paula dio a luz un chaval muerto. Fui para allá, pero en la papeleta decía que no reciben. A Melecio le ocurrió lo propio. Anduvimos discutiendo sobre si deberíamos insistir. Me giban esos prontos de Tochano, la verdad. Melecio dice que no habiendo entierro no procede otra cosa. En fin, quedamos en dejarlo para el domingo.
Estuvimos donde Tochano. En el gabinete nos quedamos los tres mirándonos como pasmados. Melecio, por decir algo, dijo que tenía entendido que entró poca codorniz este año. Dijo Tochano que, por su parte, podían morirse todas. Para quitar hierro tercié y dije que la liebre, en cambio, había criado bien. Tochano dijo que se alegraba por los ricos que disponían de coto. Melecio le atajó que si no fuese por los cotos, de qué íbamos a matar nosotros liebres en Castilla. Se armó debate y Tochano se puso terco e insistió que los cotos eran un privilegio de mierda. Le dije yo que quitara las tablillas a lo de Muro, a ver qué liebres cazaba él en los bacillares de Herrera. Voceábamos tanto que entró la madre de Tochano y dijo que molestábamos a la Paula. Entonces Melecio se levantó y le dijo a Tochano entre dientes algo del chaval. A Tochano se le hinchó una vena negra en la frente y dijo que de este asunto ni una palabra. Luego se volvió a mí y me preguntó si era cierto que me había sacudido con Zacarías por un qué. Le respondí que sí y él dijo entonces que anduviera al quite porque Zacarías estaba caliente aún.
Tenía la tarde libre y di un paseo en barca con Anita. De regreso intenté besarla, pero ella me dijo con muchos humos que apartara el brazo si no quería que me soltase una guantada.
A las doce no corría una gota de viento. La casa está como un horno. A la madre le volvió el mareo. Cuando se acostó tenía el ojo vuelto del todo. Digo yo si serán los nervios.
Hubo carta de la Veva. Dice que el chavea es un golfo, pero que mi hermano es ciego por él. Nos dice que callemos la boca porque Tino no sabe que nos escribe. Por lo visto ella sigue con los dolores y el médico ha determinado operarla para el otoño.
En la vida hay días torcidos y de nada sirve que nos esforcemos en variar su mala disposición. Uno piensa, luego que la desgracia sucede, que una palabra hubiera bastado para cambiar el destino, pero esa palabra, a cosa pasada, no es más que un nuevo dolor. Cuando a uno se le va una perdiz a postura de perro, se dice que hubiese sido suficiente con reportarse para bajarla, pero eso se piensa después de que no se ha bajado y es ya tarde para enmendar la torpeza. Lo mismo sucede con las desgracias. Y uno se desespera y se da cuenta entonces de que cualquier tipo de la calle no es más que un mandado en la Tierra y que no basta tener en la cartera un buen fajo para determinar esto hago y esto no hago. Uno no sabe más que lo que quiere hacer y lo que no quiere hacer; lo que luego vaya en realidad a hacer o deshacer sólo el Señor lo sabe. Y uno, después que las cosas pasan, se queda como tolondro y se da cuenta de que aunque presuma de estar de vuelta, en el fondo no es más que un buñolero.
Ayer se ahogó el Mele. Melecio llegó a preguntarme por el chico cuando me sentaba a comer. Le dije que no sabía una palabra y nos largamos juntos. El sol era un infierno. Anduvimos corriendo calles hasta las cinco y luego bajamos hasta el río por los merenderos. Uno estaba diciendo en ese momento que se veía algo como un ahogado. Agarramos una barca y, según remaba, yo le pedía a Dios que no fuera el Mele, pero sí era. El chavea parecía talmente de cristal. Me dio por temblar según le subía Melecio a la barca. Luego se quitó la americana y le envolvió en ella. Hablaba solo, como los locos, y dijo que no quería que le robaran al chico para encerrarle en el depósito como un perro. Cuando llegamos a casa, la Amparo se arrancó a llorar a gritos. Yo estaba tolondro, igual que cuando sueño con perdices y el tiro no sale. Me fui escapado donde don Florián y, al regreso, la Amparo le había puesto al crío la marinera y le había lavado y peinado. La niña dijo que el Mele se había dormido, y, ciertamente, estaba tal cual el angelito sobre la colcha. La Amparo rompió a gritar al ver a don Florián. Melecio se sentó en una silla y miraba la pared de enfrente sin dejarlo. El cura le cogió por los hombros y le sacó fuera y le estuvo hablando en voz baja todo el tiempo y Melecio decía que sí con la cabeza. Entonces empezó a aullar la Doly en el corral. Digo yo si olería el cadáver. Mandé recado a la madre, a Serafín, a Tochano y a Zacarías, y, entre tanto, fueron llegando las vecinas y todas se arrimaban a la cama a besar al chiquillo. Hemos pasado la noche con Melecio. De madrugada le hicieron la autopsia al crío. La Amparo se puso loca. Melecio sigue como en la higuera. Con ese temperamento que tiene, esta desgracia ha de afectarle. Al tiempo. A las cinco salió el entierro. Detrás mío iban formados los chavalillos de la escuela 2 con el maestro y el estandarte. Cerca de la parroquia nos alcanzó la Doly, jadeando, con la lengua fuera. El animal se colocó junto a la carroza y andaba con las patas como encogidas, aullando lastimeramente. Daba congoja el verla. Cuando don Florián rezó el responso frente a la parroquia, la perra, como si se diera cuenta, calló la boca. Luego, en el cementerio, se tumbó junto a la cruz y lloraba como una persona. El cura del camposanto dijo que retiráramos al animal, y Zacarías, sin pensarlo, le dio una patada. Melecio se puso loco. Le calmé y le dije a la perra que se largase y ella se largó, pero aún la sentíamos aullar desde la puerta. Al acabar, Zacarías se me acercó y me dijo que mal año. Le di la mano y todo arreglado. Tochano no ha aparecido vivo ni muerto. Estoy como si me hubieran dado una paliza. Me duelen los huesos y tengo dentro una tristeza que para qué.
Melecio sigue sin abrir la boca. El hombre parece una estatua. Nada reza con él. Se pasa el santo día en el taburete acariciando la cabeza de la perra. Ya le digo que llore, pero el chalado aguanta, y el dolor le come por dentro. En cambio, la Amparo anda ya más resignada. Hoy estuvo allí don Florián y le dijo a Melecio que efectivamente es una dura prueba la que le envía el Señor, pero que otros pasaron por ella antes que él. Melecio dice que sí, pero sigue lo mismo. Me da miedo el temperamento de este hombre, la verdad.
Pasé la tarde donde Melecio. Parece algo más animado, aunque no acierta a explicar lo que le pasa. Dice que a veces se siente como si también él estuviese muerto. Don Basilio me había dicho que a las cuatro vendrían los pintores, pero hasta las seis no se presentaron. Estuvo también el electricista a colocar un tubo fluorescente en el tablón de anuncios. Los pintores empezaron por los retretes, y el maestro me preguntó quién era Pérez. Le dije que el profesor de Francés, y que acababa de casarse y él se echó a reír y dijo que cualquiera lo diría.
Manolo anduvo rodándome esta tarde y no se quedó a gusto hasta que me soltó que quiere volver a la comandita. Se lo indiqué a Fermín y dijo que bueno si se avenía a no ver un céntimo en la primera semana. En contra de lo que esperaba, Manolo aceptó.
Hoy bajé al río a darme un chapuzón. Están poniéndolo bien con eso de la playa artificial. El sol es fuego y la casa está imposible. La madre y yo dormimos con las ventanas abiertas y comunicadas, pero ni aun así. Cada tren que pasa es un susto y a la madrugada, con los vencejos, no se puede parar. Pero menos malo es esto que ahogarse. El chaval de Crescencio lleva unos días durmiendo en la azotea, sobre un jergón, y cada mañana se levanta con la cara perdida de carbonilla.
Anoche vino por casa Aquilino. Renquea un poco de la pierna izquierda, pero está muy mejorado.
La madre volvió a enzarzarse esta tarde con la Carmina. Por lo visto había desaparecido una prenda del tendedero. Pregunté a la madre que qué prenda y me dijo que no sabía, pero que contó diecinueve al tenderlas esta mañana y al recogerlas no había más que dieciocho. Le dije a la Carmina con toda mi santa paciencia que hasta cuándo iba a durar esto, y me contestó que ella no tiene la culpa de que la vieja esté chocha. La madre la llamó basura y dijo que peor era que a una le faltase la vergüenza. Entonces le dijo la Carmina que no le daba una guantada por no ensuciarse la mano. Le advertí que hasta ahí podíamos llegar. A la noche pasó la mujer de Crescencio con una camisa mía y preguntó a la madre si era esa la prenda que faltaba. La madre le preguntó dónde la había encontrado, y resulta que su chica la cogió por equivocación esta mañana. Le recordé a la madre que no quiero cuestiones con las hijas del señor Moro, aunque ya sé que es como hablarle a la luna.