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Sigue el calor achicharrante. Las noches son imposibles. Esta tarde rompió aguas la Modes. La madre se fue para allá. Anoche no lo pude resistir y me tumbé a dormir en la azotea. El 16 se abre la veda de la codorniz.

4 agosto, martes

La Modes tuvo mellizos: chico y chica. El torda de mi cuñado dice que mejor, que así es como si no se le hubiera muerto ninguno. Le hice ver que ninguno se le había muerto, y él, entonces, recordó a Pío. Le convidé a un vaso y en lo que yo bebí uno, se metió él media botella. Le recordé su promesa cuando lo de la Titina, pero él guiñó un ojo y dijo que esas promesas las hace uno cuando está agobiado y que el Señor no las toma en cuenta. ¡Valiente zascandil!

12 agosto, miércoles

Llevo dos noches soñando con perdices. La de siempre. Las persigo por la alcoba, y cuando aprieto el gatillo los tiros salen follones y ellas se escurren por debajo de la puerta. ¡Malditas zorras!

En la calle encontré a Tomasito. Acababa de regresar de Carrascalejo y dice que hay allí una nube de perdices. Me preguntó si tenía compromiso para el día de la Virgen y le dije que estaba ocupado. No sabía lo de acomodador. Dice que para él el domingo es sagrado, y que no aguantaría eso aunque le pagasen en oro. Razón no le falta. Luego le pregunté dónde iría y él me dijo que a Villatorán. Me decidí a acompañarle para volver a las cuatro. Quedamos en encontrarnos en la Plaza a las seis de la mañana.

14 agosto, viernes

Melecio no está de humor para acompañarnos. Lo comprendo. Hoy besé a Anita por segunda vez. ¡Madre, qué boca! Cuando la pruebo me olvido hasta de mi nombre. En casa he andado preparando los trebejos como tolondro. No tengo ni pinta de sueño. La Doly pasó la noche en la azotea. Sentí el exprés de Galicia.

15 agosto, sábado

A las seis de la mañana ya olía la resina en la carretera. Eso quiere decir calor. Estos olores tienen que ser saludables, por lo menos es el olor de los sanatorios. La Doly no se portó mal a la ida; pero a la vuelta, ya que yo traía poco encima, me la jugó. En Villatorán empezamos con las pajas, pero se hicieron las doce y no habíamos bajado más que una pareja. La primera la caí yo, y a la segunda le tiramos al tiempo, como la perdiz aquella de Villalba, pero Tomasito voceó «¡mía!» y no quise armar gresca. Por dos veces me dio Tomasito con la boca de los caños en la barriga, y cuando le dije que tuviera precaución me salió con que estaba en el seguro. ¡No te giba! Después de comer quise venirme, pero él me animó a manear antes unas remolachas. Y lo que pasa. Meterse la Doly y pegarle los vientos fue todo uno. Nos colocamos uno a cada lado de la perra, y cuando la tía se arrancó tiramos los dos, y Tomasito volvió a vocear «¡mía!». Me gibó ya tanta frescura y le dije que a santo de qué suya. Él respondió que mi tiro marchó alto y que él, en cambio, andaba con la chorrina. Me cabreé y le dije que tirase sólo las de su lado o me largaba con la perra. Él dijo que bueno, que lo que deseaba era tener la fiesta en paz. Hice un doblete junto a un almorrón, se me calentó la sangre y decidí fumarme el cine. Caímos cuatro más en la remolacha, y yo bajé una tórtola junto al arroyo. Al regresar donde las burras, la Doly se puso como un garrote junto a un montón de piedras. Saltó una media liebre y tiramos los dos a tenazón. El ansioso voceó otra vez «¡mía!», pero me planté y le dije de malos modos que esa liebre la había quedado yo como me llamo Lorenzo. Se puso burro y dijo que mi tiro había quedado corto y que llevaba quince años cazando y nunca le había ocurrido que le discutiera nadie una pieza. Me puso de tal café que ni le miré a la cara siquiera. Llamé a la perra, agarré la bicicleta y a casa. Para acabar de arreglarlo me tropecé con Fermín frente a lo de Creus. El zorro de él me vio, aunque calló la boca. A la madre le dije que había pinchado tres veces.

16 agosto, domingo

Como esperaba, Fermín me dio un repaso y dijo que a la próxima me aguardaba. Ni sé todavía cómo aguanté y no le tiré el cargo a la cara. Le tengo dicho que no me gusta que me voceen y que todas las cosas se pueden decir con educación, pero él que si quieres; lo mismo que si tratase con una caballería.

Estuve con Anita en la Cerve. No perdimos baile. Cada día me pone más negro la chavalina esta.

19 agosto, miércoles

Hoy conseguí llevar a Melecio al café. El hombre se distrajo. Zacarías y Tochano hicieron el domingo tres liebres y dos perdices junto a lo de Muro. Al marchar le dije a Melecio si contaba con él para subir el viernes, que descanso, a lo de Ortega. Me dijo que no, claro, por la sierra. No podemos ponernos de acuerdo. El día que él descansa, trabajo yo. Verdaderamente esto no es vida.

21 agosto, viernes

Subí a lo de Ortega solo, con la Doly. Pasé un día tranquilo. La perrina trabajó bien la huerta. Ciertamente ha hecho muchos progresos. A la tarde la metí en un perdido de escobillas y avena loca. Todo el tiempo se levantaban bandos de carracos y el animal andaba negro. Junto a un romero se arrancó una perdiz y no tuve valor para dejarla escapar. Cuando me agaché a cobrarla, volaron media docena de igualones. ¡La madre que los echó! Con la perdiz hice once codornices. Marré un solo tiro, por precipitado.

25 agosto, martes

Tochano y Zacarías estuvieron anteayer en Quintanilla. Dicen que en las pajas nada, pero en la ladera hicieron siete perdices. Cuando quieran abrir la general no va a quedar una para muestra.

Colé hoy a Serafín con la Modes y los chicos. Fermín me dijo a la salida con recochineo que otro día avise para no abrir la taquilla. Le di una mala contestación. Cada día estoy más decidido a dejar esto. No va con mi temperamento. Lo malo del caso es la madre. ¿Cómo le doy yo ahora este disgusto?

30 agosto, domingo

Esta tarde me decidí. Melecio salió con Tochano al campo y yo me quedé en casita. A la hora de comer le dije a la madre que lo del cine no me peta; que es justamente un oficio de perros. Ella dijo que lo comprendía, pero que no puede vivir sin esos ingresos. Yo le dije que sería más feliz comiendo pan a secas que con pichones a diario y en esta esclavitud de ahora. Me salió con que no me di cuenta de que era un esclavo hasta que empezó la caza. Todo puede ser. El caso es que lo del cine me giba y no pienso seguir así. Ella me preguntó por qué pensaba sustituirlo y le respondí lealmente que aún no había pensado en ello, pero que no faltan sitios donde ganar cuatro cuartos teniendo voluntad de trabajar. Por la noche, sin más, le dije a Fermín que me buscara sustituto. Me preguntó con guasa si me había caído el gordo y dije que a lo mejor. ¡No te giba, el panoli este!

31 agosto, lunes

De madrugada agarré la burra y me llegué a San Miguel. No quería más que darme cuenta de que soy libre. Sentado en un teso estuve viendo volar a los abejarucos y luego bajé hasta el río y me tumbé en la hierba entre los mimbrerales y los tomates silvestres. Las tórtolas se arrullaban y, de vez en cuando, una atravesaba el río como un rayo. Entre los sauces correteaban las ratas de agua. Dicen que hay nutrias aquí. No sé, no sé. Sin darme cuenta me quedé dormido. Me despertó una urraca rebullendo entre los tamarindos. En cuanto que moví un dedo, la tía se largó. De regreso hice un tiro larguísimo a una torcaz. Cayó sobre una zarzamora y sudé tinta para encontrarla. Ya en casita me tumbé una siesta hasta las ocho. Esto es vivir.

4 septiembre, viernes

Estuve donde don Rodrigo a decirle que he dejado lo del cine. El hombre no dijo ni palabra. Le pregunté por sus clases y me contestó que iba tirando con tres alumnos. Me entregó un montón de apuntes, a ver si entre septiembre y octubre puedo colocarlos. Al marchar me dijo que tiene un chico en cama y que parece que la cosa va para largo.

Anita se puso loca cuando le comuniqué que ya no tendría necesidad de dejar de bailar a las nueve y cuarto. Aproveché para decirle que cuando un hombre honrado se enamora de una mujer honrada y no hay obstáculos por medio, la inmediata es casarse. Le faltó tiempo para decirme que de ese asunto ni hablar por ahora. Toda la razón que me dio es que tiene diecinueve años y a esa edad ninguna mujer piensa en sacrificarse. ¡No te giba! Ya le dije que no creía que hablase por ella. Me respondió que si la creía una idiota o qué. Como si no la oyera, le planté que las Mimis no tenían por qué saber lo que era la vida de casada, puesto que las dos son solteras. Ella salió entonces con que las Mimis llevan veinte años peinando a casadas, y una peluquería es como un confesonario. Me gibó la salida y le solté una barbaridad. Se puso negra y me dijo a voces que me largara. Antes le dije que estaba cansado de hacer el memo y que la aguante su madre, que era su obligación. Me fui donde Melecio, y le conté la historia de pe a pa. Él se reía y dijo que efectivamente el separar a la novia de las amigas es un renglón. Cuando se me pasó el sofoco, Melecio me hizo salir al corral, prendió un fósforo y dijo que me asomara. Junto a la portilla estaba la Doly acostada en las pajas y ocho cachorros a la greña por la teta. Melecio a lo primero sonreía, pero luego se puso murrio y dijo que el Mele le preguntaba todo el tiempo cuándo iba a tener cachorros la perra. Luego me dijo que piensa ahogarlos a todos menos uno que le ha pedido Tochano. No lo pensé más. Agarré una perrilla moteada y me la traje para casa. La llamaré Zeta. Hace años que tengo capricho por una perra con este nombre. De momento parece que tiene casta. Veremos. La madre me puso jeta en cuanto le mostré el animal.

6 septiembre, domingo

Subimos esta mañana a los meandros de Villavieja, el bebedero de tórtolas. Pensamos en ir a lo de Aniago, a la codorniz, pero la perra no está aún en condiciones, y codorniz sin perro es tiempo perdido. Nunca había estado en los meandros de Villavieja, pero es un verdadero espectáculo. El río se ensancha allí y corre el agua tan mansa que parece un lago. En la ribera crecen olmos y alisos gigantescos y los tamarindos están tan prietos que apenas si entra el sol. Las tórtolas y las palomas bajan a beber a la islilla de arena que se forma en el centro del río. Según Melecio, en el otoño, la isla se la lleva la trampa y el agua corre a ciento por hora entre el follaje. A poco de llegar empezó el bureo. Cruzó un martín pescador como una centella, le solté los dos tiros, pero ni le toqué. El condenado llevaba un pececillo en el pico. Luego sentí el aleteo de una torcaz y la tía se fue a posar justamente en la punta de un aliso, frente a mi puesto. Aguardé con mi santa paciencia, y cuando se tiró a beber a la isla la sacudí en forma. La zorra de ella no dijo ni pío. En seguida empezaron a bajar las tórtolas. Era mediodía y el sol arriba debía apretar de firme. A la hora de comer había hecho tres, y Melecio dos. Nos descalzamos para cobrarlas. Melecio empezó a enredar y acabamos dándonos un baño. Luego subimos fuera del cauce a secar la ropa. Por la tarde hicimos otras nueve y una oropéndola. De regreso echamos un vaso en el merendero de Eliecer. Fue entonces que me dijo Melecio que la Amparo está embarazada, que cuando lo del Mele había dudas, pero que ahora se ha confirmado. Me alegró la novedad y le deseé que fuese un chicote como el Mele. Puso una cara rara y me dijo que cómo como el Mele, que es el mismo Mele que vuelve. Callé la boca para no llevarle la contraria. Desde lo del chico, Melecio tiene algo en la cabeza.

8 septiembre, martes

Empezaron los exámenes. El Pavo me pidió que le echara una mano en Francés. Ya le dije que no hay trato, pero que vería la manera de entrarle. Saqué a relucir el monte, pero el marrajo calló la boca. El domingo se abre la general. Parece que iremos a lo de Villalba.

12 septiembre, sábado

Hoy dice el periódico que la veda no se alza mañana, sino el 27. ¡Está bueno eso! Por lo visto no hubo hasta ahora momento de anunciarlo. En este país la gente se los pisa, vamos. Yo me pregunto lo que habrán dicho los bilbaínos que llegaron anoche donde Polo. Les han hecho la santísima. Tochano quería reclamar una indemnización y todo. Estuve recargando con Melecio y le propuse subir a lo de Aniago, a la codorniz. Le petó la cosa y quedé en pasar por su casa a las siete con la misa oída.

De Anita ni una palabra.

22 septiembre, martes

Tropecé esta mañana con don Rodrigo en la Sala de Profesores. Por lo visto el chico así anda, y de las clases nada. La de Alemán le chapodó los tres alumnos y, con tan feliz circunstancia, puede dar el ensayo por liquidado. Le encontré un temblor raro en las manos y se lo dije. Dice que es del tabaco.

Por la tarde se hicieron los escritos de Reválida. Esta noche cerré balance: 306,70 líquidas. Treinta y cinco duros menos que en junio. No sé dónde vamos a llegar.

25 septiembre, viernes

¡Veinte días sin saber de Anita! A terca no hay quien la gane. De sobra sabe el número del Centro, pero no. He de ser yo quien la hinque. ¡Pues no me da la gana, vaya!

27 septiembre, domingo

El primo de Zacarías nos esperaba a la entrada del pueblo con el camión del panadero. A las nueve ya andábamos ojeando. No sé si lo cogimos mal, pero lo cierto es que a mediodía no habíamos hecho más que cambiar la bota de mano siete veces. Ni tiramos ni vimos caza. El primo de Zacarías propuso manear los majuelos para meter la perdiz en el monte. Efectivamente, levantamos la biblia, pero todo largo. Por la tarde volvimos a ojear el monte y en el primer ganchito los ojeadores se salieron de línea. El primo de Zacarías echaba las muelas. El panadero se cabreó, agarró el camión y se largó al pueblo. Estábamos todos de un café que para qué. El primo de Zacarías organizó entonces la mano para cazar la parte izquierda del monte. Yo llevaba a la vera a Tochano y le oía jurar. Al poco rato, el Sol empezó a levantar perdices en París. Le dije a Tochano lealmente que sujetase al animal si es que quería disparar la escopeta, pero el Sol estaba caliente y no atendía a razones. Los otros empezaron a tirar en forma. Le insistí a Tochano que mientras el Sol siguiera alargándose no había nada que hacer. Entonces Tochano, sin más, se echó la escopeta a la cara y soltó los dos tiros. Los aullidos del animal se oían en Pekín. Al acercarnos, Tochano iba diciendo de mala uva que «mucha guasita, y en cuanto le tocan, a llorar como un condenado». El Sol tenía el ojo izquierdo colgando y se había acostado en unas escobas. El bicho sangraba como una chota, pero lo que son las cosas, con el ojo sano miraba a Tochano con cariño. Tochano, al verle así, se puso a jurar y a decir que uno tira a una perdiz a esa distancia y ni la toca, y tira a un animal de veinte kilos sin ánimo de perjudicarle y le deja en el sitio. Vinieron todos, y Zacarías sólo dijo «¡pobre animal!», pero Tochano se echó a él como si hubiera mentado a su madre. El primo de Zacarías le aconsejó que le rematara, y Tochano, sin decir palabra, metió un cartucho de cuarta en el tubo izquierdo, se apartó tres metros y disparó. Luego volvió a cargar tranquilamente y dijo que a ver si era posible que tirase una perdiz en toda la tarde. El cielo estaba entoldado y yo me puse murrio. Llevaba metido en los oídos el murmullo de la sangre del Sol al extenderse por las escobas. Caí dos perdices casi en la linde, pero como si nada. Tocamos a perdiz por barba. Tal como iba, con escopeta y todo, subí donde don Rodrigo y le di la mía para el chico. El hombre no quería aceptarla y según bajaba se asomaba con ella al hueco de la escalera como si fuera a tirármela encima. ¡No te giba!

7 octubre, miércoles

Le llevé a don Florián la Zeta, pues la madre no puede parar con ella. En cuanto uno la deja en el suelo, a mearse por la pata abajo. ¡Qué cosas!

Pasé un rato con él en la rectoría. El hombre anda medianete; está demasiado fuerte. Me preguntó por la caza y me dijo que él tiene que conformarse con arrimarse a las tapias del cementerio a oír cantar las codornices. Hay que ver, con lo que ha sido este hombre. Mentira parece. Dice que ésa es la vida y que uno cuando sirve para todo no piensa en el día que no servirá para nada, y que cuando llega el día en que no sirve para nada no tarda en acostumbrarse a estar mano sobre mano. Le conté lo de Tochano y se cabreó. Dice que el hombre que mata a sangre fría a su perro es capaz de matar otro día a su padre por un qué. Yo no lo veo así, pero el hombre estaba tan quemado que callé la boca. Hablamos luego de la cuestión pesetas y me preguntó si me importaría cobrar recibos. Le dije lealmente que no siendo a horas fijas contara conmigo. Mañana empezaré con los del Secretariado de Caridad y para la semana que viene me ha prometido los del Colegio de Médicos. Ya me iba a largar cuando le dije lo de Anita, que cabalmente era a lo que iba. Me preguntó si había tratado de convencerla y le respondí lealmente que cada día, pero que la panoli está influida por dos elementos de cuidado. Acabó por decirme que cualquier día que venga a pelo la pase por allí.

Vi a Tomasito esta noche en la Plaza, y cuando iba a saludarle volvió la cara. ¡Anda y que te zurzan!

9 octubre, viernes

A los cinco días de curso, lo mismo que si no hubiera habido vacaciones. ¡Qué barbaridad, cómo pasa el tiempo! Esta mañana me recordó el de Francés que le dé la hora a las menos diez; su mujer, a las menos cinco; don Basilio, a las menos siete, y don Rafael, a las menos cuarto. Todo igual para no variar. El Pavo aprobó el Francés de chamba. Me dio las gracias y yo me dejé querer.

En sólo esta mañana coloqué veintidós apuntes de don Rodrigo. A la tarde le llevé el importe y me dio una copa.

A las ocho no lo pude aguantar más y me fui donde Anita. La panoli saltó como si no me conociese. Me puse a su lado y le dije lealmente si merecía tanto castigo un hombre por querer casarse con ella como Dios manda. Dijo que de sobra sabía que no era por eso, y yo le pregunté que si por lo de las Mimis entonces. Fui a cogerle una mano y ella me dijo que nanay, mientras no hiciera lo que debía. Le pedí disculpas y ella dijo entonces que daba el asunto por liquidado. Lo hemos pasado en grande. Estuvimos en el Guinea echando unos dados. Luego, en el portal se me hace a mí que ponía cara. ¿Qui lo sa? Sentí el exprés de Galicia.

14 octubre, miércoles

Me avisó el maestro de Villagina que están concluyendo la vendimia y, a la tarde, me agarré la burra y me fui para allá. Si aguardo dos días, las ovejas se meten en los bacillares y cosa perdida. El campo, a pesar del buen tiempo, ya va para abajo. Los chopos de la carretera se deshojan y las huertas de Villavieja amarillean. Nada más apearme me recomendó un tipo que anduviera al quite, porque el pregonero del pueblo había anunciado que merodeaba por allí un perro rabioso. Le pregunté si sabía las señas y me dijo que era negro, rabón, como de diez kilos de peso. Añadió que el alcalde había prometido una recompensa a quien lo despachase. No me preocupó el asunto, pero apenas me metí en el pinar, un tazado que andaba a la miera me vino con el mismo cuento. Luego me lo volvió a repetir una cuadrilla que estaba escavanando. Me llegué a los majuelos y me puse a manearlos con calma. La Doly estaba alegre y cazaba a la mano, pero hizo dos muestras en falso y otra a un engañapastor. ¡No aprenderá nunca la condenada! En un barco caí un lebrato que venía levantado de sabe Dios dónde. Después me tiré dos horas pateando el bacillar sin resultado. Vi un bando de perdices en Pekín. También vi un zorro manco gazapeando a un kilómetro, en una pimpollada. De regreso, me topé con un perro negro, acostado junto a las ruinas del transformador. La Doly empezó a gruñir y se le pusieron de punta los pelos del espinazo. La llamé y me acerqué al paredón con tiento. El animal se incorporó con las orejas gachas y ciertamente me miraba torcido. Era rabón, de pequeño tamaño y me gibaba liquidarlo, pero en cuanto se arrancó, me armé y lo tendí de un tiro. Subí al pueblo en la bicicleta y le planté al cabo que acababa de matar un perro negro, rabón, como de diez kilos de peso. Él andaba de cháchara y no me hizo mucho caso. Se lo volví a repetir y él dijo entonces que si andaba sin dueño hice muy bien, y que no me preocupase, y que arreando. Le pregunté por el pregón y él dijo que algo decían de eso, pero que lo mejor era que enterrase cuanto antes al animal para evitar infecciones. Me volvió la espalda y yo entonces me metí en el estanco y pregunté por el alcalde. Una tía gorda me dijo que estaba en la ciudad. Le pregunté por el pregonero y me dijo que andaba a la vendimia. Ya cansado dije que esperaría, pero la tía gorda me salió entonces con que dormía en el campo mientras no concluyese la recolección. Ya de mala uva la pregunté si es que no habían dado un pregón sobre un perro rabioso, prometiendo una recompensa a quien lo despachase. La gorda parecía tolondra y me salió con que eso decían. Me puso negro, me agarré la burra y me vine para casa. En el pinar encontré a un pastor que regresaba al pueblo y me preguntó si había visto por casualidad un perro negro, rabón, como de diez kilos de peso. Me paré y él dijo entonces que llevaba diez años a su lado y en un descuido se le largó a beber a la acequia y no regresó. Le indiqué que tal vez se hubiera ahogado, pero él dijo que no porque nadaba mejor que un pez, y que si algún malnacido le había hecho daño, no le importaba terminar sus días en la cárcel. Llegué a casa de mal café. Por si faltase algo, a la madre le volvió el telele esta noche.

20 octubre, martes

Llevo unos días con pesadillas. Sin ir más lejos, anoche soñé que mataba a tiros a un perro rabioso, y cuando me llegué donde él resultó que era un pastor. Tomasito me conducía de las orejas donde el cabo, y el cabo, al vernos, rompió a reír y le dijo a Tomasito que los dos éramos responsables, puesto que el pastor tenía dos tiros. Me desperté medio ahogado. Por la tarde estuve cobrando unos recibos. Pero no pasa día sin que recuerde al perro negro de Villagina. Deben de ser los remordimientos.

Zacarías llevó la noticia al café de que la mixomatosis también ataca a las liebres. ¡La hemos pringado! Asegura que aunque las autoridades dicen que aquí no, él sabe de buena tinta que de la parte de Aragón se han dado ya varios casos. Había pensado ir con la Anita donde don Florián, pero a última hora desistí. La mujer esta a lo mejor se incomoda. ¡Cualquiera sabe!

28 octubre, miércoles

Pasé la tarde en casa de Melecio. Estaba fuera y me recibió la Amparo. La Amparín andaba en la cocina trasteando con un gazapo. Estuve un rato de palique con la Amparo y de repente se puso a llorar y salió con que tenía miedo. Ya le dije que ella siempre daba a luz bien y que esta vez además estaba poco abultada. Me dijo muy orgullosa que el médico le dice que tiene en el vientre un corsé de músculos muy majo. Luego me contó que Melecio desde lo del chavea anda como trastornado y que ahora dice que el Mele se ha vuelto a meter en el vientre de su madre y que esta vez no le hará tan faldero como la primera. ¡Buena se va a armar si sale chica! Estuve viendo la alcoba que le han preparado al chaval. Es la misma del Mele, pero toda encalada, la camita pintada de azul y las paredes cubiertas de muñecos. La dije lealmente a la Amparo que estaba muy curiosa, y como se me hacía tarde me largué. Dejé recado a Melecio de que antes de las ocho no puedo salir el domingo.

1 noviembre, domingo

Hemos andado en lo de Miranda. Subir a lo de Miranda y desatarse el frío es todo uno. Ha hecho un día perro. Recuerdo que el año pasado nos cogió allí la nieve. Anoche llevé a la madre a ver al Tenorio y me acosté a las tantas. Hoy tenía el pulso alterado y de salida se me fue una perdiz a huevo. De todos modos se me da mal este monte. A la hora de comer, Melecio había hecho una liebre. Armamos lumbre a la abrigada y estuvimos de recordatorios. Salió el Mele a colación, y Melecio anduvo diciendo que no piensa dejar al chico un solo día sin hacer gimnasia, para que no sea canijo de pecho como él, y que le enseñará a tirar con los dos ojos, porque guiñando uno difícilmente se puede ser un maestro. Sentía un frío del demonio y el cielo estaba blanco como la leche. Le di un tiento a la bota y le dije a Melecio que o tirábamos para arriba o me quedaba entumido. La Doly andaba hoy fina de vientos y se ponía loca con los rastros de las perdices. Junto a un escarbadero se desesperaba, porque quería seguir todos los rastros al tiempo. De pronto se quedó tiesa junto a un tomillo, y Melecio me voceó que anduviera al quite. Pisé el tomillo con cuidado, la perra saltó y sentí volar la perdiz. Cuando la encañoné ya noté una cosa rara, pero mientras no la vi en el suelo no me di cuenta de que fuera del pico, los ojos y las patas, que los tiene encarnados, todo lo demás es blanco. Dice Melecio que es una perdiz albina, como la que tienen los Carmelitas en el Museo. La madre me preguntó si sé lo que vale una perdiz, cuando le dije que pienso disecarla. Le conté a Anita la aventura y la panoli me preguntó que qué era una perdiz albina. La respondí que blanca, y entonces me saltó con que de qué color son las demás. Me giba lo que nadie sabe oírla hablar así, la verdad. A última hora cayeron por la Cerve la Mimi con Faustino y se aguó la fiesta. Tardé en dormirme. Entre sueños sentí el exprés de Galicia.

10 noviembre, martes

Escribe la Veva que el chaval se largó después de limpiarles la cómoda. Le está bien al Tino por confiado. La madre se llevó un berrinchín. Vino la Modes y se fue con ella a la calle. Mi hermana ofrece así un pronto áspero, pero no tiene mal corazón. La madre ha andado toda la tarde como tolondra. Malo será que no la vuelva el telele.

Llevo unos días encandilado. Estar junto a Anita no me basta. Ayer se me antojó besarla y la besé, aunque ella se resistía. Se incomodó y todo lo que se me ocurrió entonces fue agarrarla por los hombros y volverla a besar. Naturalmente tuvimos unas palabras. Dice la mujer que no me entiende a mí ni a ningún hombre, y que somos como bichos. Iba a empezar con explicaciones, pero de nada iban a servir y terminé por decirle que yo no puedo aguantar, y que llevo una temporada que a cada paso me peta abrazarla y besarla y no hay más. La panoli dijo que me comiera las ganas. ¡Qué fácil es decirlo! Aun tuve que llorarle media hora para que no llevara las cosas más lejos.

16 noviembre, lunes

Escribe la Veva. Encontraron al chavea en Guadalajara. No llevaba encima más que trescientas de las dos mil que limpió a Tino. Le han ingresado en el Reformatorio de C…

La perdiz ha quedado majilla. Melecio le puso una peana de aliso y la he colocado sobre el aparador. Hoy subieron Tochano y Zacarías a verla. Zacarías, que todo lo sabe, dice que las perdices se ponen blancas de un susto, y que si la Doly estuvo mucho tiempo sobre ella es fijo que se volvió blanca por eso. Tochano opina que es el clima, y que hay perdices blancas por la misma razón que hay hombres negros. Uno a otro se calentaron los cascos y decidieron subir el domingo a lo de Miranda a ver qué se cuece por allí.

28 noviembre, sábado

Crescencio me comunicó esta mañana que han retirado los obvencionales al personal subalterno. Éramos pocos y parió la abuela. Por lo visto van a centralizarlos para repartirlos sólo entre los catedráticos. Nos han hecho la santísima. Ahora que empezábamos a arreglarnos con lo de los recibos, esto. Razón tiene Melecio, que una casa es como un barco viejo, que cuando se tapa un agujero se abre otro en el lado opuesto. Al terminar las clases nos reunimos con el señor Moro en la Conserjería. Nos enseñó el escrito de Sevilla, donde los subalternos exponen una queja razonada al Ministerio. Traía ya cinco firmas, que con las tres nuestras hacen ocho. En la carta nos dicen que lo remitamos al Centro de Zaragoza. Así lo hicimos.

Ha cambiado el tiempo. La temperatura es muy suave. Sin embargo, pronto se echará el invierno encima, y don Basilio sin hacernos los capotes. A la madre no le dije lo de los obvencionales. Por la tarde estuvo Aquilino ya totalmente repuesto. El vaina nos anunció su boda para mayo. Me preguntó si seguía incomodado por lo de la escopeta. ¡Gibar! Ya le dije que no, pero que visto como andan las cosas tiraré con la que tengo hasta que me muera.

4 diciembre, viernes

Ya sabía yo que acabaría mal con el Pavo. Es un tipo que no distingue y un día le van a quitar la cara de un guantazo. Cuidado que le había advertido, pero el vaina entiende por la bragueta, como los gigantones. Esta mañana me salió con que la churrera está majilla, pero le falta delantera. Le dije que no me hablara así y él entonces se sintió guapo y pasó a lo otro. Se me subió la sangre a la cabeza y le dije que no metiera el cuezo en mis negocios, si no quería salir mal. Ya es la segunda vez que me pasa una cosa así. La otra fue con Tochano. Después de todo, Anita no es una tabla y si tiene mucho o poco ésa es cuestión mía.

Tuvimos reunión con el señor Moro. En Zaragoza y Barcelona han firmado el escrito. De Madrid hay también buenas impresiones. Dice el señor Moro que nada perdemos con exponer a don Basilio nuestra situación. Así lo decidimos y por la tarde fuimos a su casa. Nos recibió bien y nos dijo que entiende que las nuevas normas son provisionales, supuesto que el nuevo régimen está montado sobre la base de protección a los humildes. El señor Moro dijo, y con razón, que en términos generales podía ser así, pero que a nosotros las nuevas normas nos han hecho la santísima. Don Basilio nos prometió que verá de distraer de cualquier partida una cantidad para compensarnos momentáneamente. Don Basilio es un caballero.

8 diciembre, martes

Subí un par de horas a lo de la Diputación. En las tierras había perdices como para parar un tren, pero ni por un descuido aguarda una. Eché ladera arriba, y cuando menos lo esperaba caí un conejo. Había un bando de palomas rondando y me tapé tras unos zarzales. No llevaba diez minutos cuando el bando se me metió en la escopeta, disparé los dos tiros a cascaporrillo y bajé ocho. Las metí en el morral por miedo al dueño del palomar. Desde la loma veía apeonar las perdices por las tierras bajas, siguiendo los surcos. ¡Qué bonitas son las condenadas! Regresé a comer. Mañana no entran ya los chicos en clase y me espera un mes tranquilo.

En el café me dijo Tochano que para el domingo iremos a Aldeachica con los Currinches de ojeadores. Llevan cinco duros y la merienda, pero un día es un día. Me dan miedo los morros de Anita, pero le dije que de acuerdo.

12 diciembre, sábado

Esto ya lo sabía yo. Cuando le comuniqué a la chavala que mañana no podríamos salir porque regresaré tarde del campo, me salió con que estaba harta, y que escogiera entre ella o la escopeta. Insistí en que eran cosas distintas, pero ella dijo que se había hecho a la idea de ir mañana a la Cerve, y que iría a la Cerve aunque tuviera que alquilar un acompañante. Me puso negro y ya embalado le dije cuántas son cinco. Se quedó tan terne y me respondió que aguardaría hasta las siete, y que a esa hora se largaría conmigo o sin mí. Ya mosca, le planté que podía ahorrarse la espera y ella dijo entonces que si no iba yo mañana, no fuera tampoco pasado. La dejé plantada con la palabra en la boca. No es más que una criatura consentida que va siempre con el «yo» por delante, caiga quien caiga. No me conviene. Así. Después de todo, otras mujeres hay. Tonto soy en tomarme este sofoco. Si fuese otra cosa lo dejaría, pero Tochano dice que en Aldeachica entran las perdices planeando y son grandotas como gansos. A ella ya se le pasará, y si no se le pasa, aquí paz y después gloria. Otras más apañadas se quedaron para vestir santos.

13 diciembre, domingo

Llegamos a Aldeachica sin retraso y los Currinches nos aguardaban en la estación. Desde la estación se divisa el campo ondulado hasta los tesos de Quintanilla. Es un cazadero hermoso y la perdiz no tiene más defensa que la falta de maleza. Aldeachica, de no cazarlo en septiembre, no admite más que el ojeo. El primero lo dieron los Currinches sobre la Cotarra del Cuervo y bajamos cinco. Yo me lucí en un doblete de aúpa. La verdad es que se me metieron encima más de un ciento de ellas. Brillaba un sol vivo arriba y los bichos entraban planeando, confiados. En el segundo ganchito, los Currinches nos colocaron en la cortada de un camino. Las perdices aparecían de repente y no hubo manera. Así y todo, Melecio y Tochano hicieron una cada uno. A la hora de comer llevábamos trece y una liebre hermosa que ante los caños de Zacarías se puso a hacer títeres. Por la tarde, en el segundo ojeo, sentí batir el aire lo mismo que si se arrimara un ciclón. Me empiné sobre la mimbrera y vi venir el bando de avutardas. Me quedé sin habla. Le quise silbar a Melecio, pero los labios se me pusieron como tontos, y no respondían. Le hice una seña y él aprestó la escopeta. Volaban con todo el reposo y eran tan grandes que parecían aviones. Las encañoné fuera de tiro para asegurarlas, y las fui siguiendo por los puntos de la escopeta. Sentía una cosa en el pecho que no me dejaba ni respirar. De repente oí un tiro y la de la izquierda vaciló, la vi que perdía altura y entonces tiré yo sobre la más próxima. La zorra de ella se desplomó como un elefante. Marré el segundo por no reportarme. Cuando salimos de los puestos parecíamos un corro de locos. Se me hacía difícil creer que unos animales así, tan lucidos, no tuvieran dueño. Melecio había derribado otra y Tochano otra. Cuando las juntamos, Zacarías seguía mirando el bando con la mano en los ojos. De repente se puso a vocear que había pegado a dos y se echó a correr tierra abajo diciendo que una había caído sobre la línea del río. Aún dimos otro ganchito a la derecha de la vía y bajamos dos perdices. Camino del pueblo se nos juntó Zacarías. El tío venía negro y dijo que sin perro es bobada buscar un pájaro en la maleza. Tochano le dijo de cachondeo que ni que fuera un gorrión. El otro se puso de monos. Merendamos en la tasca de Peporro. El hombre había preparado una fabada en forma y teníamos apetito. Cuando empezamos eran las siete. Cogí el porrón y adentro. No dejé de beber hasta que se pasaron las siete y media, y el recuerdo de Anita se largó. En el tren devolví. Di el espectáculo. Me metí en cama tan pronto llegué a casa.

18 diciembre, viernes

Cinco días sin ver a Anita. Que no olvide que si ella es burra yo lo soy más. Otras mujeres hay. A cambio, don Basilio nos largó hoy las dos mil a tocateja. Aún el señor Moro le hizo ver que de esta manera perdemos la grati de Navidad, pero don Basilio se cabreó y voceó que pedíamos más que un hijo tonto. El señor Moro le dijo que no lo tomara por ahí, pero don Basilio respondió, y con razón, que le dijera por qué otro sitio podía tomarlo. La madre se puso más hueca que un pavo real cuando le di los billetes. Llevaba unos días murria desde que Tino avisó que tampoco vendrán este año. El dinero no le empapa el llanto, pero le enjuga una lágrima, como diría el otro.

21 diciembre, lunes

Mañana el sorteo de Navidad. Llevo cinco duros en el Centro, cinco en el Secretariado y tres con Melecio. Si no toca este año, no toca nunca. Decididamente, si cae, mañana a estas horas soy socio de un monte. Cada día es menos rentable esto de cazar a rabo en campo abierto. Se muele uno por nada. Dice Tochano que en la Argentina hay una liebre en cada yerbajo. Por lo visto allá no se cotizan. ¡Ya podría ocurrir aquí lo propio! Si mañana tengo suerte, soy capaz de sacarme un pasaje y hacerme una nueva vida allí. El cuñado de Zacarías dice que aquél es el país de las oportunidades para el que quiere trabajar. ¡Habría que ver la cara de Anita cuando yo regresara de allá con un bote de ocho metros y una buena mujer a mi lado! Se lo dije a la madre y me salió con que si de veras pensaba trabajar sabiendo que había una liebre detrás de cada yerbajo. A fin de cuentas tampoco sería perder el tiempo fabricar conservas de liebre para la exportación. Claro que para eso hace falta un capital, pero, bien mirado, cinco duros en el gordo tampoco es paja. Quita pasajes y aún restan cerca de los treinta y cinco mil machacantes para iniciar el negocio. Se lo propuse a Melecio en cuanto llegó y el torda dijo que eso son chiquilladas. ¡Pamplinas! A fin de cuentas, yo solito tampoco me iba a perder. Con un pellizco en el tercero aún me arreglaba. Nadie me manda empezar con más de dos hombres: uno para deshuesar y escabechar las piezas y el otro para envasarlas. El mismo Ford no empezó más desahogado. Con el tiempo iniciaría incluso otro negocio con las pieles, porque la piel de las liebres, sin ser cotizada, puede ser útil. Incluso podría tomar negros para las faenas más duras. Dice don Rodrigo que el negro, sobre ser fiel, tiene gran capacidad de trabajo. Con la cosa encarrilada me vendría a Europa a buscar gerente. Tampoco don Rodrigo le iba a hacer ascos, creo yo. Ahora, eso sí, por mucho personal que llegue a tener, el encargado de matar las liebres seré siempre yo. No quisiera hacerme a la vida regalada. Dispondré de un equipo señor, una Jabalí repetidora, una jauría de setter y todas las comodidades que se quiera. Eso está muy bien, pero el alba me cogerá en la pampa y me llevaré cada día dos gauchos para que acarreen las piezas muertas. Claro que no me daré pechugones y cazaré con método y, desde luego, nada de laderas. Lo malo es que, tiro aquí tiro allá, pronto acabo con las liebres de la Argentina, y entonces… Sí, es una pega esa. De todos modos, para cuando las liebres quieran extinguirse, ya tendré el suficiente crédito para dedicarme al pescado. Cualquier cosa. Ya se sabe que dinero llama a dinero. Lo que hace falta es que toque el gordo mañana.

22 diciembre, martes

Nada. Otra vez cero. Me tiré la mañana frente a la pizarra del periódico, todo para ver que sigo siendo tan pobre como ayer, más pobre que ayer, ya que ayer por lo menos tenía ilusiones. Hoy, ¡mierda! Estoy aliquebrado y me duelen las muelas y me duele todo. Me giba haberme ido del pico con Melecio. Sólo me falta que cuando le encuentre se ponga de cachondeo.

24 diciembre, jueves