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En Ponferrada el tráfico de turismos era mínimo, los oficiales y los de gasógeno, no había problemas a la hora de estacionar el coche, por eso cuando William White aparcó su Humber frente a la fachada principal de El Dólar, pero rozando la aleta del Mercedes Benz 500K, emblema inequívoco de los alemanes que explotaban las Minas del Eje, me dio un vuelco el corazón, era otro el enfrentamiento previsto.
– ¿Sabe de quién es?
– Of course. Un buen auto, sí señor.
Seguía demostrando una gran admiración por los productos germánicos.
– Podríamos volver más tarde, a ver si se han ido.
– La puntualidad es la cortesía de los príncipes, José. Éste es un país neutral, no un campo de batalla, así que no te preocupes, aquí la única lucha es la de la libre competencia en una economía de mercado, de mercado negro, of course.
– También ha sido mala pata.
– Al contrario, si nos ven sin tomar precauciones no sospecharán la envergadura de la operación.
En la casa del camino de Carracedo habíamos tenido mucho tiempo para hablar de todo lo divino y lo humano, el Inglés era un tipo ecuánime y serio pero cordial, los sentimientos que me embargaban no es que fueran contradictorios como en la adolescencia, eran acumulativos y se agolpaban a una velocidad sorprendente, apenas podía reflexionar sobre el cauce que imponían a mi vida cuyo sentido último, mi norte magnético, era Olvido, en aquellas conversaciones quedó claro que yo ocuparía su lugar en ciertos menesteres de un plan general que para mí seguía siendo ininteligible, ya te irás enterando de lo que debas enterarte, la Pesquisa, por el mote nunca, Carmen, me instaló en una habitación amplia y soleada, una maravilla, la ventana daba al huerto y al gallinero, me sobraba el armario porque apenas tenía ropa y los estantes para libros porque no tenía ninguno, él sí parecía un hombre culto, de familia bien, el piano y la foto de Maude le evocaban recuerdos de Chester, hablaba de Chester con una nostalgia que incentivaba mi morbo, intuía algo un paso más allá de esa primera melancolía, para mi corazón romántico un amor imposible con otra mujer a la que jamás nombraba, en las cuestiones bélicas los temas se hacían más explícitos, los aliados iban a ganar y punto, aunque admiraba la capacidad técnica de los Fritz, les llamaba así a los alemanes y se sabía todos los chistes de Otto y Fritz, supongo que como disciplina de conocer al enemigo, no les concedía ninguna oportunidad, sólo les quedaba la baza remota de las bombas volantes, los cohetes esvásticos, las famosas V-l y V-2 con las que bombardeaban Londres desde el continente, pero no podrán terminar de perfeccionarlas, los aliados tienen que impedirlo, ¿tienen?, tenemos y en ese plural estamos incluidos tú y yo, vamos a comprar todo el wolfram del Bierzo, la uves necesitan el wolframio para que el acero de que están hechas resista las altas temperaturas de rozamiento en el aire, no sé qué haremos con el mineral, nosotros no sabemos aprovecharlo como los Krupp y los Thyssen, hoy por hoy los aceros más sofisticados del mundo, lo que daría la US Steel por su fórmula, pero lo importante es que no llegue a sus fábricas, a la rampa de Peenemünde, pagaremos el doble que ellos aunque sea para tirarlo al mar, para eso estábamos en El Dólar y por eso me inquietó la presencia del Mercedes.
– Recuerda lo que te he dicho del amigo Arias.
Entramos en el salón, recordaba lo que me había dicho sobre el legendario jugador de cartas, me lo sabía de memoria, y no pensaba en otra cosa, lo cual no me impidió observar con inquietud al no tan amigo Monssen, el alemán de las gafitas, solo, meditando frente a una botella de coñac, ¿cómo se lo habrá olido?, no provocará ningún disturbio, los europeos son la leche de educados, pero preferiría que ahuecara el ala, a ver cómo soporto yo al don José Carlos, recuerda, es un poco impertinente, le gusta provocar para estudiar las reacciones del contrario, cuenta con la mayor flota de camiones y la mejor estructura comercial del valle y le gusta evidenciarlo con cierta prepotencia ostentosa de nuevo rico, te tiene que aceptar como a mí mismo, sin asomo de duda, tú serás el enlace para peinar la zona, las sobras que se desprendan de Casayo, y se van a desprender unas pocas por toda la Cabrera por más que sean ellos quienes la dominen, y todo lo de la peña que se desliza por Cadafresnas, ¿te gusta viajar?, culo de mal asiento me llamaba Vitorina y la posibilidad de desplazarme hasta Vigo y contemplar el Atlántico me ilusionó, sí, también me ilusionaba deambular por la huerta de mi nuevo domicilio escuchando sus recomendaciones agrícolas, ¿por qué saben tanto los extranjeros?, consiguió unas pavías fuera de serie, crecían los árboles sobre una hierba espléndida, si me muero que me entierren aquí, le dije, y no le gustó nada la broma, a los muertos se los entierra en sagrado, unos melocotones amarillos de veta roja y pico de ave que decían comedme, no los dejaba ir muy arriba, sujetaba las ramas con unos contrapesos de hierro, si suben mucho se cargan y se pueden romper, limpias de musgo y una vez al año sulfatadas con cobre y cal, entre tan variados consejos uno de carácter íntimo económico, el futuro de esta tierra está en la agricultura, pase lo que pase, cuando acabe, no te dejes engañar con ningún espejismo, cíñete al campo, a los nuevos cultivos, el tabaco por ejemplo, a lo que se te ocurra, esta tierra responde si se la trata con cariño e inteligencia, le volvió la misma nostalgia que cuando hablaba de Chester y para mí que la morriña se la producía otra ciudad, otra mujer, un tipo reservado para lo suyo a pesar de tanta locuacidad, en casa tenía incluso una zona de prohibición, un cuarto diminuto, no podía entrar allí ni Carmen con la bayeta, en él guardaba una radio potente según deduje por la bujía que encontré en la basura y el tamaño de la antena, un buró con papeles personales, en la misma basura una carta con membrete de Mining and Metalurgical Club, 3, Wall Buildings, London E.C.2, en inglés como si estuviera en chino, y un picú con discos de música clásica, soporífera y bastante ruidosa, su trato diario, aquella mezcla de confianza y de lo privado prohibido, cargaba la batería de mi personalidad produciéndome una reconfortante sensación de ser alguien al menos dentro de mi propia piel, cosa que hasta entonces había puesto bastante en entredicho, podía llegar a ser alguien incluso frente a los demás, así es que al entrar en El Dólar le contesté con aplomo:
– Descuide, no me voy a achantar.
– Tranquilo, pero ojo.
Nos sentamos en un velador y supongo que alguien sumamente discreto, ni nos dimos cuenta, avisó al señor Arias, se produjo el milagro, el fabuloso propietario de Jocarisa abandonó la eterna partida de giley y se reunió de inmediato con nosotros, más importancia no se le podía conceder a la entrevista.
– Éste es el hombre.
Así me presentó mister White dejándome un tanto a la intemperie, traté de mantener el tipo de joven agresivo con experiencia mientras estudiaba a fondo al señor Arias, aparentaba ser un paleto de Rodrígalos de Obispalía, su pueblo, tratando de simular un origen parisino, cosmopolita y tal, pero eso sólo era una fachada voluntariosa, debajo del disfraz se ocultaba un duro hombre de negocios al que no se le escapaba una y así es como debería considerarle si quería aprobar el examen.
– ¿Crees en el éxito?
– Como en mí mismo.
– Para tener éxito no hace falta pasar por la adversidad, con tener los cinco sentidos herméticamente abiertos basta, ¿no? veo que me comprendes, muchacho, y ¿sabes una cosa?
– Sé muchas.
– En los nervios está la clave.
Alzó su mano derecha, extendió los dedos y los dejó suspendidos en el aire, no le oscilaron ni un milímetro, buena puntería, le supuse, el muy astuto había comenzado de una forma desconcertante, por mí podía hacer gimnasia. Llamó a una de las chicas.
– A ver, Lola.
– Si me necesita para algo…
– Para eso te sobran unos kilos y las bragas.
– Los kilos no puedo quitármelos de encima, pero lo otro cuando usted quiera, don José Carlos.
– A ver qué quieren los amigos, para mí un trepador.
No me gustaba el anís, pero pedí un Bergidum para no desentonar, me estaba acostumbrando a lo dulce, el Inglés se mostró castizo, no perdía ocasión de demostrar su adaptación al medio, un paso a nivel, Byas y Cadenas. Una vez servidos esperé la primera andanada del interrogatorio sin preguntarme el porqué de aquella reválida.
– ¿Sabes conducir un camión?
– Y reparar ciertas averías.
– ¿Cuánto pesa un litro de wolfram molido?
– Tres, tres y medio, depende de su ley.
– ¿Y si te meten estaño por liebre?
– Lo dice en broma, ¿verdad?
Siguieron otras trivialidades hasta que de pronto, por la forma distraída que tuvo de beber, supe que había llegado la hora, iba a tirar con bala.
– Un cochino asunto éste, hay que asustar a la competencia, sobornar a los traidores y engañar a los amigos, sucio de veras, ¿qué harías si el precio fuera dar por el culo a un municipal?
Le hubiera cruzado la cara, pero me contuve a tiempo, no era un problema de machismo sino de ingenio.
– Si se presenta el caso no se preocupe, soy tan hombre como la que más.
– ¿Y si fuera al contrario, que te dieran a ti?
No tenía pinta de marica pero sí de bujarrón, no me destemplaría los nervios.
– No se preocupe, no le voy a venir embarazado.
– Mejor, porque aquí no existe libro de reclamaciones. ¿Sabes escribir?
– Y las cuatro reglas.
Parecía darse por satisfecho, cosa que me reconfortó, mi paciencia estaba llegando al límite, pero el muy canalla se lo traía estudiado y de improviso me asestó el golpe bajo que más podía dolerme.
– A propósito, ¿cómo se llama tu padre?
Le miré a los ojos diciéndole hasta aquí hemos llegado, a ver cómo lo encajas.
– ¿Quién de los aquí presentes puede estar seguro de quién es su padre?
El silencio se convirtió en una barra de hielo, nos quemaba en el rostro, si no llega a intervenir el Inglés nos habríamos fosilizado como los mamuts de Siberia.
– ¿Y bien?, ¿qué te parece?
– Tiene más valor que un espontáneo en el ruedo, pero que no se vuelva a pasar de la raya. No consiento ciertas bromas.
– ¿Vale?
– Le responden los nervios, vale -se levantó de improviso-, me vais a disculpar, tengo una partida colgando.
Decepcionado, volví a ocuparme del mundo alrededor, el alemán con gafitas de abuela no nos quitaba ojo de encima, su botella no había bajado de nivel, me alegré de ganarme la confianza del señor Arias a puro huevo, pero la desilusión provenía de la falta de un plan concreto, seguía sin conocer mi función específica.
– Me hubiera gustado entrar en detalles.
– Tranquilo, hay que actuar sobre la marcha, Spain no es el país idóneo para trazar planes sistemáticos.
– ¿Y el señor Monssen?
– Ya te conoce. Si hubiera tenido que localizarte como a un personaje en la sombra te hubiera dado más importancia, así eres uno más del montón. Mejor, ¿no?
No sé por qué, pero en ese instante me pareció que el exhibirme ante el alemán era parte sustancial de la entrevista.
– Peligro a estribor.
La Faraona se nos acercaba siguiendo el turno de amabilidades para con sus clientes, ninguna persona me pareció jamás tan segura de sí misma, sabía de las erecciones que florecían a su paso y sabía explotarlas como nadie, canturreaba en falsete:
Él vino en un barco, de nombre extranjero.
Lo cantaba echándole más garra y muslo que Conchita Piquer, hubiera podido llegar al estrellato que soñó de niña si se lo hubiera propuesto un empresario, acentuó lo de:
Era hermoso y rubio como la cerveza.
El Inglés, haciendo caso omiso a la dedicatoria, se volvió hacia mí.
– Mañana empiezas.
No pude comentar lo que tanto me interesaba, la Faraona me oprimió una rodilla y concentré todas mis fuerzas en el consejo de Arias, los nervios son la clave, no quería tener problemas con mi bragueta, pensé en otra cosa, las pintadas en el water del Dólar no eran tan bestias como las del Perrachica, eran más precisas e higiénicas, «da un paso adelante, no es tan larga como supones» y «Blenocol protege al hombre», absurdos pensamientos.
– Si sigues en tan buena compañía dentro de poco tendrás que pasar una noche conmigo, te la prometo fastuosa.
– Me gustaría, pero lo que más me gusta lo obtengo gratis.
– Vaya, sigues enamorado, ¿eh?
Me desnudó con la mirada, no el cuerpo sino los entresijos del alma, me había masturbado en su honor y la muy zorra se lo sabía de memoria, traté de no ruborizarme, sería el colmo.
– No te metas con el chico.
Me sentó fatal, no me vuelvas a llamar chico o te rajo, no sé muy bien por qué camino me llevas, no sé muy bien qué tengo que hacer ni qué hago aquí, pero sé muy bien lo que quiero y lo que estoy dispuesto a pagar por conseguirlo, no te vuelvas a meter con quien ya no es un chico.
– ¿Y con quién, si no, señor White? Es usted hermoso, rubio, alto y frío como la cerveza, sobre todo frío.
– Los hay más.
Se habían enredado las miradas del Inglés y las de Helmut Monssen, una guerra sicológica difícil de entender para un latino.
– No lo creo.
Estuve de acuerdo con la del Ferrol del Caudillo, se necesitaba una sangre a bajo cero para sonreír, levantar el paso a nivel hacia el alemán y brindar con un insólito:
– Que gane el mejor.