37901.fb2 El A?o Del Wolfram - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 18

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Capítulo 17

Salí con buen ánimo, las instrucciones del inglés White tan bien memorizadas como la tabla del cinco y tascándome los nervios, una noche decisiva. Lo primero seleccionar el vehículo, me fui con don José Carlos Arias en persona al galpón de Montearenas que le servía de garaje, el guarda con banderola de jurado nos dejó pasar, no faltaría más, lucía una escopeta juve pero no gastaba cartuchos de sal, seguro, no es que yo fuera un experto pero sabía lo que quería, me enamoré a primera vista del Ford LE-2076, dos ejes, cinco toneladas y ocho cilindros a gasolina, «el combustible es aparte, gasta lo que te dé la gana de esos bidones, pero se mide al milímetro, con ellos tiene una autonomía de dos mil kilómetros», de sobra, no es que el Bedford, el Hanschel y el Chevrolet tuvieran mala pinta, es que los neumáticos del Ford estaban tan nuevos y relucientes, con el dibujo tan marcado, que entraban ganas de acariciarlos, firestones a estrenar, de contrabando, de Portugal, un vicio acostumbrado como estaba al parche, vulcanizado y recauchutado, miré al chófer y me lo confirmó con un imperceptible parpadeo, es el mejor, el chófer era René, uno de los de confianza del Arias, le llamaban el René como si fuera un apodo y era su verdadero nombre, su abuelo materno fue uno de los franceses que llegaron a Villafranca a instalar la fábrica de conservas y allí se quedó por matrimonio con una muchachita de Santa Fiz del Seo, de allí era René Couceiro Limousín, tendría a lo sumo un par de años más que yo, me alegré, íbamos a formar equipo y la lucha de clases es moco de pavo si se la compara con la generacional.

– A los mayores no hay quien los entienda.

– Y en este negocio menos, el que hoy te fríe una corbata, mañana te plancha un huevo.

Nos despidió Arias con uno de sus tópicos:

– Suerte y toreo de salón, todo lo que se salga del programa es verídicamente falso.

Tomamos carretera y manta hacia Toral de los Vados, a cargar lo del depósito de Eloy Pousada, la luna llena es mala para enamorados y contrabandistas pero a mí me asentaba el espíritu por su eterna sonrisa de cómplice bondadoso.

– ¿Tú crees que don José Carlos está en sus cabales?

– Tiene un decir tonto, pero es más listo que el hambre. Ése, donde no llega manda recado.

Lo de Toral fue coser y cantar, no ofreció ninguna pega, al contrario, el Perrachica lo tenía todo previsto.

– Suerte, Ausen.

– La llevo puesta.

Me golpeé el bolsillo de la pistola.

– Que no la necesites, digo.

De allí nos fuimos a Los Barrios, entraba ya en la jungla desconocida, no conocía al enlace, Antonio Yebra, el ebanista, pero me lo sabía de memoria, cinco por tres quince, Los Barrios son en realidad tres pueblos, Villar de los Barrios, Los Barrios de Salas y San Esteban de Valdueza, el tal Yebra nos esperaba en el primero, en una casa palacio con escudo nobiliario, paredes de piedra y pizarra, marcos y dinteles de granito, había muchas casas solariegas del mismo tono que me recordaron a las de la calle del Agua de Villafranca, el ebanista tenía una cara simpática, inspiraban confianza sus anteojos de miope.

– ¿Cargamos?

– Estoy en lo que estoy porque los tiempos no dan para carpintería fina, de lujo, que es lo mío, muchacho.

– Sí, ya, pero ¿dónde está la carga?

– Pasad dentro. Si esta puerta hablara, ha visto el desfile de tantas fortunas.

– ¿Esto?

– Sí, claro.

– Oiga, esto no es wolfram.

Las gafas son muy traidoras, nunca debe fiarse uno de su apariencia.

– Chelita y de la buena, mira.

Se agachó y con una de las lajas rascó el suelo, la raya de color chocolate era el control de calidad.

– Está bien, que lo carguen por separado, al fondo de la caja.

Mientras se llevaba a efecto la maniobra se empeñó en invitarnos a un trago, tenía el porrón dispuesto y ganas de hablar no le faltaban, era un hombre solitario, viudo y sin hijos, al que el caserón se le caía encima.

– Perteneció a las Corralas, ¿sabéis? Las solteronas más ricas de por aquí, los corrales de las Corralas eran famosos por su lanar y vacuno, toda una fortuna, pero su riqueza más propia era el tesoro del Temple, así, como suena, lo tenían enterrado en el sótano de este edificio y viviendo las tres solas pasó lo que tenía que pasar, un día amanecieron muertas, la gente entró a saco y desvalijar ya desvalijaron, pero el tesoro no apareció.

– Y se acabó la leyenda.

Si los tesoros ocultos del Bierzo aparecieran de golpe, todos sus ciudadanos viviríamos sin necesidad de trabajar por los siglos de los siglos, la abuela de don Ángel tenía otro en su casa del Folgoso que tampoco aparecía por parte alguna, cuando ardió la casa por culpa de un brasero mal apagado, el desván empezó a chorrear oro líquido, el que no tiene un tesoro oculto es porque no quiere.

– No apareció, pero al poco muchas familias de Los Barrios que estaban a dos velas empezaron a comprar fincas y a gastar carruaje y ropa cara.

Por el teso de las Corralas ardían los candiles de los buscadores, hacían a floreo y apaño, se conoce que a ellos no les había llegado el reparto del tesoro templario, algunas calicatas se llevaban el huerto del vecino por delante, el fiandón de la noche de San Esteban no estaría más concurrido.

– ¿No vienen los civiles por aquí?

– Vienen, pero hay acuerdo.

– Tenemos que irnos.

– Para mí que se las cepilló el ama de llaves, las doñas Marisol, Mariluz y Marialba eran muy golosas, les preparó una mermelada con las cerecillas del tejo de Valdueza y ese fruto revienta a un caballo, desapareció la muy y dicen haberla visto por Lugo, que compró piso y comercio, una mercería de postín, ¿con qué, si no?

Le dejamos con la palabra en la boca, el hombre era simpático pero lo de la chelita no me había hecho ninguna gracia, sería buen mineral, no sería un equívoco como el de las gafas, pero me inquietaba porque no lo dominaba como el wolfram, en la peña no había tungstato de calcio. Subíamos a la Cabrera, a la mina José de don Trinitario González.

– Lo que tengan allá arriba será lo que les manguen a los alemanes de Casayo.

René demostró con tal deducción un perfecto dominio del terreno que pisaban sus ruedas.

– Para un inglés negocio doble, ¿eres germanófilo?

– Ni germanófilo, ni teófilo, nada. Los alemanes me caen bien por lo bien que hacen las cosas, el año pasado hice dos viajes a Alemania con el Bussing del Marión, ¿le conoces?, los tíos tienen unas carreteras de puta aldaba, auto-bahn las llaman, me extraña que se dejen robar.

– Tanto como dejarse no será, digo yo.

De unos castaños bravos salió un lechuzo gigantesco, es lo bueno que tienen las noches claras de luna llena, nos evita los fantasmas y describe a los animales por su figura, lo supuse un gran duque o búho real, ay del cordero descarriado y el conejo insomne, no había visto ninguno anteriormente pero esta noche era la de mi iniciación en temas varios, un depredador nocturno en competencia con el águila también real a la que tiene que ceder plaza en cuanto apunta el día, nosotros éramos los grandes duques del wolfram.

– Menudo bicho.

Añoré sus alas, su poder viajar muy lejos en busca del deseo de volver a casa, una libertad para mí imposible puesto que no tenía casa propia, la tendría. Llegamos a la mina de don Trinitario.

– Oye, ¿qué hace ése ahí?, ¿no es Aquiles, el de Salamanca?

Seguro como cinco por dos son diez.

– No creo, anda, atiende a la maniobra.

La carga fue tan rápida y aséptica como en Toral de los Vados, pero como su filón era de estaño no me quedó más remedio que hacer un control.

– No habréis metido de lo vuestro, ¿verdad?

– Compruébalo.

Tomé varias muestras al azar, ni rastro de casiterita, todo wolfram de cinco estrellas.

– Pasable.

Media vuelta, bajábamos del monte satisfechos, al menos yo iba pletórico, el traqueteo de los baches, un camino poco más arreglado que una corredoira, me lanzaba hacia la alegría de la luna, flotaba en el espacio, sentía dentro de mí un algo indefinido que cristalizaba en forma de personalidad, terminaría siendo alguien, pasando por encima de la rémora de una cuna descarriada, con personalidad y dinero me gustaría conocer a mis padres, no me causarían ninguna nueva frustración, no sabía muy bien si me gustaría conocerlos para escupirles o perdonarlos, decían que ella podía ser una gran señora, así lo daban a entender los paños de encaje con que me envolvieron, pero yo preferiría a una pobre mujer desvalida con un motivo sólido para abandonarme, si es que hay motivos suficientes para abandonar a un hijo, allá ella, me sentía un héroe de película y su recuerdo no me iba a impedir el disfrute, tan en las nubes como un gran duque, por eso fue René quien dio la voz de alarma.

– ¡Mira!

Una silueta inconfundible.

– Pasa de largo.

– No jodas, tienen una furgoneta cruzada.

– ¡Vuela!

René no me hizo caso, optó por lo más sensato y frenó. Al apagarse el ruido del motor se oyó el canto intermitente de un autillo.

– Enséñale la guía, a ver si cuela.

El guardia civil se aproximó al Ford.

– ¿José Expósito?

– Yo mismo.

– Baje, quieren hablarle.

Bajé razonando con la aprensión y velocidad de una liebre cuando el aliento del galgo caldea su trasero, me cedió el paso, tras él aparecieron dos sombras de paisano, barajaba mil posibilidades dialécticas, hundí la mano derecha en el bolsillo-funda de la Super Star, el argumento decisivo si no quedaba más remedio, si me daban tiempo a esgrimirlo.

– Hola, ¿ha ido bien la recogida?

– No sé de qué me hablan.

– Tranquilo, somos amigos.

Me sonó tan a broma como si me hubieran dicho que eran titiriteros.

– Si son autoridad demuéstrenlo, llevo los papeles en regla.

– Nuestra documentación.

El de la voz cantante echó mano al sobaco, si saca la cartera vale, si saca un arma disparo, no quise reflexionar sobre las complicaciones de herir a un policía, me ceñía a lo inmediato como la liebre acogotada, afortunadamente lo que sacó fue un periódico en cuatro dobleces.

– ¿Me permite?

El contacto lo hacemos con este número atrasado, me explicó don Guillermo dándome un ejemplar, quien te ofrezca otro igual es de entera confianza. Promesa, semanario editado por el Frente de Juventudes ponferradino, año 1, núm. 23, precio: 40 céntimos». Coincidía. El artículo de cabecera comenzaba con «Bajo el añil nítido de nuestros cielos camina con paso firme una nueva generación». Sí, era el mismo, me lo sabía de memoria, cinco por una cinco, pero el W. W, no incluía para nada tan intempestivo alto en el camino del firme pisar, estaba más que perplejo.

– ¿Todo en orden?

– Puede… ¿ése quién es?

El aludido se abrió el capote, junto con el tricornio era todo el uniforme que vestía.

– Es un disfraz, de otra forma no habrías parado.

Mejor no haberlo hecho, pensé.

– ¿De qué se trata?

– Cambio de ruta. Ya no vais a Zamora, hay que entregarlo en Vigo.

– ¿A quién?

– Tú te quedas, seguiré yo con René.

Lo del Promesa no podía ser casualidad, pero aquel individuo me pareció más falso que un real sin agujero, la decepción de no seguir hasta Vigo fue múltiple, la más superflua la de quedarme sin ver el mar.

– Voy con vosotros.

– Me parece que no.

Por lo menos me apuntaban tres pistolas, se acabó el vuelo del gran duque, en la noche sólo se oía el canto interminable del autillo y el latir de mis dudas.

– Tranquilízate, todo está en orden y es conforme, tú ya cumpliste.

– ¿Cómo te llamas?

– No hace al caso.

– Soy muy buen fisonomista.

– Me alegro.

– No me olvidaré de tu cara.

– Me ahorras el regalarte una foto, gracias.

– Si es una trampa terminaré metiéndote un tiro en la jeta.

Se me iban acumulando las posibles venganzas, al Inglés le había dicho lo mismo.

– Puedes dormir tranquilo, José, no tendrás por qué matarme.