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Capítulo 19

Si subí a Oencia fue por el chantaje de Jovino, «sube o no hueles un kilo más de la peña del Seo», con la disculpa del negocio quería adoptar una pose cínica y dura ante mí mismo, pero en realidad subí por solidaridad, le machacarán, pero con testigos puede que no le machaquen del todo, con el amigo Menéndez seguía en muy buenas relaciones, «además tengo que decirte una cosa confidencial, algo definitivo, sube», y subí, no llegaríamos a la docena los que nos atrevimos a plantarnos frente al único edificio de ladrillo, encalado y con una bandera sobre la puerta: todo por la patria. Ni se molestaron en sacar un centinela, pero los famosos del pueblo, la cuadrilla del Gas en pleno, se nos enfrentó en la explanada interponiéndose entre nosotros y la casa cuartel como si temieran un asalto, quedamos en dos filas de uno frente a otro como en un torneo a lo Ivanhoe, lar armas en el bolsillo, el odio en las pupilas, lo que fuera a pasar envenenando el aire.

– Lolo, será mejor que te evapores.

– ¿Por qué? No hice mal a nadie.

– Para que no te lo hagan a ti.

Lo de Dragonte sonó y la autoridad competente encabritóse, lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible, los cuatro vecinos asesinados era un crimen, pero en recinto sagrado y con párroco incluido una afrenta al mismísimo régimen, algo a compensar con un gesto rápido, se lo repitieron hasta la náusea a Manuel Castiñeira, el hermano de Genadio, lo mejor es que te evapores una temporada, pero Lolo, el Puto, andaba más que sonado, vivía a medias de la caridad y del vino de los Perrachica y allí le trincaron, en la barra, tomándose un blanco.

– No te importa acompañarnos, ¿verdad?

– ¿De qué se me acusa?

– De nada, hombre, el teniente quiere preguntarte algunas cosillas de puro trámite.

Que Chaves se ocupara del caso eran palabras mayores, le vimos entrar al cuartelillo con su cara de caricatura fácil, el pelo negro de bicho ocultándole la frente y la mandíbula recta típica de cazador de fugitivos más adelantada que nunca, cuanto más se le adelantaba más peligro a su alrededor, nos dejó pocas esperanzas.

– Lolo, si no colaboras te vamos a dar la fiesta.

El ventanuco de la celda, enrejado, no decía nada, era la ventana grande de la oficina, abierta de par en par, a propósito, la que nos radiaba las voces del teniente a través de los tiestos con geranios, las contestaciones del Puto resultaban inaudibles, lo más probable es que no le llegaran al cuello de su camisa.

– Le van a torturar.

– Ojalá se quede la cosa en una tanda de hostias.

Tronó la voz del Chaves:

– ¿Dónde están?

La pregunta de siempre, había suprimido la de cuántos eran porque en la iglesia se les había podido contar a placer, siguió un silencio prolongado en donde el rumor del agua del riachuelo y el de las hojas de los chopos ironizaban sobre la placidez de la tarde, el veneno del odio se iba espesando entre las dos filas de paisanos haciéndose irrespirable, me sentía profundamente deprimido, miré hacia atrás para comprobar los efectivos de nuestra retaguardia, al fondo de la pradera, al borde del soto de castaños, las mujeres aguardaban el previsto desenlace, en el carro de bueyes, uno del país de ruedas bajas sin radios, tenían ya preparado el colchón para transportarle a casa del doctor Vega, no le tenía ninguna simpatía al pariente de Olvido, pero se había portado, tráiganlo en cuanto acaben con él, no importa la hora, tronó de nuevo la ventana y volví la cabeza para enfrentarme con el absurdo.

– ¡Dime dónde se esconde o te pego un tiro!

Todos sabíamos que no lo sabía y le oímos por primera vez, lloraba a moco tendido con gemidos de perro apaleado. Sonó un tiro de revólver y el corazón se nos subió a la garganta. No podía ser. De nuevo sólo los rumores del campo, el disparatado croar de un sapo.

– No puede ser, no puede habérselo cepillado a sangre fría estando aquí nosotros.

– Calla, coño.

Pasó un minuto eterno y fugaz.

– Probemos con el jarabe de palo.

Silbó el aire con un cruel latigazo y el consiguiente chasquido de la carne.

– ¡Madre mía!

El aullido de dolor, por absurdo que parezca, ¿qué no fue absurdo en aquella tarde?, ¿qué no iba siendo absurdo en mi vida?, me consoló al informarme de que el Puto seguía vivo, golpe y madre mía, golpe y madre mía, cuando llegaron a treinta y tres perdí la cuenta, los nervios me iban a estallar, quise tranquilizarme con un pito, pero si metía la mano en el bolsillo en busca de la petaca el sospechoso movimiento desencadenaría un zafarrancho de muerte, me contuve, imité a los de mi fila, todos aguantábamos el tipo impávidos como la guardia de un general cuando suena la marcha de infantes, por dentro nerviosos como la colegiala a la que sorprende un exhibicionista decepcionando sus ensueños eróticos, no comprendía la escena, la estaba soñando, intercaladas en los vergajazos preguntas absurdas que parecían más propias del concurso doble o nada de la radio.

– ¿Se emborracha?

– ¿Le gustan las tías?

– ¿Las tías con las tetas gordas?

– ¿Se tiró a la pastora de Los Mazos?

Corría la voz de que el Charlot había violado a varias pastoras, pero lo lógico sería preguntárselo a ellas, tenía fama de mujeriego y las mujeres se le daban, las hacía reír y llorar con sus gracias chaplinescas, eso lo sabíamos todos, bajó el ritmo de los vergajazos hasta dar paso a un nuevo silencio, los silencios eran lo más tétrico del espectáculo que no veíamos, me mareaba con sólo imaginarme la espalda del Puto, la cabeza me daba vueltas por culpa del aire emponzoñado.

– ¿Es usted un hombre o qué?

Creí que la pregunta me la hacían a mí por marearme, pero no, Chaves estaba interpelando al verdugo que resultó ser el cabo Sánchez, Mediocapa.

– ¿No tiene más fuelle?

– Déjeme descansar un rato, mi teniente, no puedo más.

Si el hijoputa del Mediocapa no podía sacudir más estopa, el cuerpo de Lolo era una piltrafa que no servía ni para albóndigas, mejor no imaginárselo. Algo voló desde la ventana para caer en el espacio libre que dejábamos las dos hileras de hombres enfrentados, contemplé la herramienta ya inútil, un palo rojo, tinto en sangre, una vara de avellano silvestre, me iba a marear y las caras de los Pepín, Lisardo, Sandalio y demás fantasmas se distorsionaron en una masa plástica, alargada, reptante, de hermosos y malvados colores, la boa constrictor de cien garras se deslizó hacia la casa cuartel aprisionándola con sus poderosos anillos, parecía imposible que las paredes de argamasa resistieran el fenomenal empuje de su presión, algo crujía, no las paredes sino los huesos de la inocente víctima, saltaban las costillas una tras otra perforándole las vísceras, extraños fluidos manaban por todos los orificios de su cuerpo, incluidos los ojos, desprendidos como bolas de tapón de gaseosa, el líquido se derramaba efervescente formando un charco en el que chapoteaban las cien pezuñas, me volvió a mi ser la voz de Chaves.

– Le voy a enseñar cómo se varea la lana.

El chasquido, lúgubre y salvaje, sonó como si hubieran golpeado con una pala la superficie lisa de una piscina, la sangre salpicó hasta el techo.

– ¿Se tiró a la pastora de Los Mazos?

– Madre mía…

Apenas se oían los madre mía, puede que me los estuviera inventando, conté hasta diez golpes y no pude más, si la actuación de Charlot me había revuelto las tripas, la del teniente me hacía vomitar, jamás había sentido tanto asco, odio o lo que fuera, ante ningún enemigo, ni en la guerra de trincheras, ni siquiera en el único asalto a la bayoneta en que participé y en el que por fortuna no tuve que ensartar a ningún ser humano, Jovino trató de animarme, supongo que fue él, «anímate, tengo la pista del filón grande de la peña, si coincide con la historia de la vieja Oda la cosa es segura, un momio, nos pondremos de acuerdo para hacernos ricos, tú te encargas del transporte, que ahora eres alguien en el gremio de los rematadores, el resto a mi cuenta, será un golpe definitivo, listo, anímate que aquí no se acaba el mundo», me preguntaba cosas absurdas, que si me gustaban las tías con las tetas gordas, que si había sobornado a alguno de los suyos, ¿qué tenía que ver eso con el wolfram?, supongo que no contestó porque ni siquiera podría oírle al teniente pero hizo bien, confirmar tamaña infamia le hubiera colocado en una situación incómoda, los de la Benemérita son insobornables, por mí podían ser incombustibles e imperdibles, despedían chiribitas los ojos de Pepín, el Gallego, lo tenía cara a cara, tú y yo vamos a terminar como el rosario de la aurora, estaba en pésimas condiciones para iniciar la pelea, cuando se produzca no vivirás para contarla, asesino, eran unos latigazos tan crueles, los sentía como si se los estuvieran aplicando a mi madre, ¿a quién?, ¿quién era mi madre? Madre mía, no era el momento para pensar en buenos pañales ni para hacernos ricos con el wolfram, se lo pregunté:

– ¿Qué podemos hacer por él?

– Nada, con los amigos hasta la muerte, pero ni un paso más allá.

Sensata medida, me cago en Cristóbal Colón, si estuviera en el pellejo del Puto me concentraría en una única idea salvavidas, la venganza, resistir para poder vengarme, hacerle rodajas, pasarle por el molinillo, embutirlo en tripa de cerdo, celebrar con un banquete la onomástica de tal día como hoy. El último silencio me llegó como un consuelo, lo que sea ya es, se acabó.

– Se acabó, ya puede retirarse.

– No puede. ¿Le echo?

– Claro.

La boa constrictor se escindió en repugnantes eslabones individualizados, sus vivos colores se desvanecieron en caras terrosas, malbarbadas, los componentes del Gas abrieron la fila para que pudiéramos pasar a recoger el cuerpo que alguien había arrojado sobre la hierba, las mujeres pusieron el carro en movimiento, gemía, porque no engraso los ejes me llaman abandonao, un cuerpo irreconocible, un amasijo sanguinolento que lo mismo podía ser Lolo, el Puto, que el Cid Campeador o Juanita Reina, algo sólo vagamente humano.

– Dios mío, ¿qué es esto?

Sonrió el Mediocapa.

– Me alegro de que hayan venido. Ustedes son testigos de que no se le ha tocado un pelo. Cualquiera puede despeñarse por estos andurriales.

Miré a Manuel Castiñeira y no pude evitar el vómito, si no se moría es que no se moría nadie de una paliza.