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Capítulo 21

Conducía René, los baches me sacaban de vez en cuando de mi ensimismamiento pero regresaba de inmediato a él, volvía a recordar una salvajada tras otra, me dolía el alma por culpa de las atrocidades últimamente vistas, el alma si existe es el yo que te habla desde detrás de las pupilas cuando cierras los ojos, la mía no paraba de largar, en el azul del cielo un galfarro se precipitó como un proyectil contra un pajarillo, saltaron las plumas del pardal por el aire, que Dios exista ya es más dudoso, somos su obra y la naturaleza no es ética, el hombre mata, el pez grande se come al chico, el galfarro al pardal, el pardal al gusano y el gusano al hombre, el galfarro era un halcón peregrino, todo gris, de ser milano le hubieran brillado las plumas rojizas de la espalda, de existir Dios como nos lo describen sería un Ser más rencoroso que justo.

– ¿Tú crees en la justicia divina?

René se tomó un buen kilómetro para contestar.

– Yo, como mi abuelo, era francés, ya sabes, ¿no?, racionalista y tal, sólo creo en el dicho la dans sal de la pans, en español algo así como la danza sale de la panza.

– No es mal refrán para el hambre que se gasta.

– Hambre algunos, porque otros…

Señaló con el pulgar hacia atrás, por encima de su hombro, íbamos a Zamora con una tonelada de wolfram en la caja del Ford, yo llevaba una guía falsa en la cartera y por si había problemas administrativos con los de tráfico un fajo de verdes y otro de marrones, a distribuir según la complejidad del problema y el carácter de los motoristas, en última instancia imaginación, acelere y Star. Zamora no me gustó nada a pesar de sus muchas iglesias antiguas, la catedral tiene un divertido cimborrio que se parece al casco de los reyes godos según los dibujos del libro de historia, de vacaciones puede ser, la dicen movida, pero de rematador ni pum, demasiado pequeña y abigarrada, una encerrona, puede ser que en la mala impresión me influyera la melancolía del alma que venía arrastrando, además del miedo a fallar el trueque.

– Espérame aquí.

– ¿Cuánto tiempo?

– Hasta la puesta del sol, como las letras.

Comimos en Venta Juanita, en los viajes de remate comíamos como si nunca lo hubiéramos hecho, eso de ir a gastos pagos era una delicia, en la carta no tenías por qué preocuparte de la columna de los precios, le dejé allí a René, a las afueras, y tuve que cruzar andando toda la ciudad, otra circunstancia que tampoco me gustó, la cita era en el bar Roma, esquina de las calles Zapatería y Manteca, que el bar tuviera dos puertas sí me gustó, leería el Promesa hasta que entrara el señor don Antonio Díaz Diez del Moral con otro Promesa en la mano, en el bolsillo, donde quisiera, pero a la vista, don Antonio era el dueño de Comercial Hispania, S. A. y compraba para los aliados, o sea que pagaba como nadie, por lo visto era un tipo influyente, bien considerado, adicto al régimen, persona de orden y cofrade del Santísimo Cristo de las Injurias, el que el miércoles santo lucía el pendón de la cofradía bajo un capirote de pirulí, casi nadie al aparato.

– ¿Qué hora es, por favor?

Me asustó el crío, dicen que si te preguntan cosas por la calle es que tienes cara de buena persona, mal aspecto para mi negocio, aunque no era lógico que utilizaran niños para una trampa, lo espanté.

– Largo, humo. Las tres y media.

El Roma sí me gustó, muy concurrido, mucha gente y de mezcla, camioneros, estraperlistas, señoras y estudiantes, los más jóvenes jugaban al parchís, eso me hizo gracia, pedí un café con leche y dos suizos, dos por si se retrasaba el señor Díaz, y repasé al personal, me fijé en una pareja mayor, no tan mayor, de unos treinta, bueno, me fijé en ella, falda negra, suéter negro, chaqueta negra, medias negras, zapatos negros, melena negra y ojos negros que fascinan, lo demás también lo supuse negro, toda de negro y no iba de luto, se enredaron nuestras miradas y me costó sostenérsela, descarada, cuando acudieron las procacidades a mi mente se sonrió, entonces me refugié en el periódico, no podía distraerme con una misión tan delicada de por medio, concentré todo mi interés en la página de anuncios, mucho comercio y más bebercio. «Casa el Turco, especialidad en callos, pinchos morunos y café express. Confitería Somojeda; dulces variados, ultramarinos. Bar Nemesio; donde nadie es forastero, mariscos. Bodegas Guerra; vinos de la tierra, fábrica de licores, gran anís Bergidum. Sociedad de Socorros Mutuos La Obrera; café, bar, billares.» Una plaga de anuncios signo del progreso, por todas partes la palabra progreso. «El Progreso; artículos de cocina. Droguería Placer; para el hogar moderno. Hijos de Francisco Alcón; juguetería y explosivos. Tintorería Sáez; única en la provincia con instalación de lavado en seco. Peluquería Dionisio; higiénica, gran servicio y desinfección. Casa Cuesta; sombreros, tejidos, alpargatas, ventas por mayor y detall. Ramiro Viloria; reparación de automóviles, fundición de hierro. Mariano Arias; armería, máquinas de coser.» Era el hermano de José Carlos Arias, qué familia, ni los Bordelón. La de negro me brindó un cruce de piernas faraónico, mi vista se deslizó involuntariamente por entre sus rodillas, una descarada, volví al Promesa, en sus artículos y noticias el tema alimenticio era el que más preocupaba. «¿Cuándo se rebajarán los precios para disminuir el coste de la vida? El mercado de nuestra ciudad es terriblemente caro, ayer, en un establecimiento de la calle Capitán Losada, se han vendido tres pimientos por ¡una peseta!» Un robo, sin duda, menudos son los tenderos. «En el pueblo de Toreno de Sil, sustrajo en los días pasados el vecino del mismo, Lucio Díaz Fernández, un jamón y tres monedas de oro que guardaban en una bodega los hermanos Jesús, María y José Melgarejo, fue detenido el autor del hurto e ingresado convicto y confeso en prisión, recobrándose solamente las monedas.» Lo que me ponía más cachondo de la señora o señorita de negro era la presencia de su acompañante, el marido, novio o lo que fuera no se enteraba de la fiesta mental que nos estábamos dando, con las miradas se dicen cosas que no nos atrevemos a pronunciar en voz alta, se pasó la lengua por los labios y tuve que mirar a otro sitio para no explotar allí mismo, tenía unos labios más provocativos que los de Celia, la de Veariz, que ya es tener, miré la luna del escaparate rotulada con las letras amarillas y capitulares de «BAR ROMA», al revés se leía «AMOR RAB» con la barriga de las erres al otro lado, a lo ruso, se me ocurrió una frase capicúa, Roma es ese amor, por ser mía me pareció tan buena como la de dábale arroz a la zorra el abad, entró por la puerta de Zapatería y agitó el Promesa para que no me cupiese la menor duda, don Antonio, de corbata y colonia, me pareció un modelo de conservaduro, práctico y dueño de sí mismo, antes de sentarse ya me estaba dando órdenes.

– Présteme mucha atención, le espero mañana a las tres en mi oficina, el camión en el almacén a la misma hora, está en la parte trasera del mismo edificio.

– No puedo esperar tanto.

– En efecto, tiene que desaparecer ahora mismo, le buscan, volatilícese hasta mañana a las tres en que ya tendré todo arreglado. Márchese ya.

– Pero…

Le iba a pedir una explicación pues el retraso estaba fuera de programa cuando los vi entrar disfrazados de secretas, de gabardina con el cuello subido, mejor dejar las aclaraciones para mañana, un chivatazo, no podía ser otra cosa, pero vete a saber de quién, salí precipitadamente por la puerta que daba a la calle Manteca, un vistazo hacia atrás para comprobar la reacción de la pasma, aceleraban el paso, vi un gesto desilusionado en la cara de la mujer de negro, anda y que te zurzan, eché a correr con todas mis fuerzas, me preocupaba el wolfram, a lo mejor era una trampa y de policías nada, pero más me preocupaba mi ilustre persona, mi salvoconducto no resistiría un examen a fondo en la comisaría y por nada del mundo quería dar de nuevo con mis huesos en el campo de trabajo, me acordé de Juan, el Socialista, ¿qué habría sido de él?, ¿tendré el manzanillo para los viajes de remate?, doblé por la plazuela de Santa Lucía, por el palacio de Puñoenrostro, vaya nombre para animar a un fugitivo, y supuse que les había sacado una considerable ventaja, era más joven y corría más que ellos, suposición errónea, por poco doy de bruces con el más gorila de mandíbula cuadrada, tan cerca que contemplé de maravilla los canutos de su barba mal afeitada, la pistola, si me pone la mano encima saco la pistola, por fortuna mis reflejos fueron más rápidos que mi razonamiento, amagué hacia un lado y me escurrí por el otro, un regate elemental, conocen la ciudad y me van a atajar por cualquier parte, pero la pistola no, la humanidad se divide en dos grandes especies, los que han matado y los que todavía no lo han hecho, yo quería seguir perteneciendo al segundo grupo, en el frente jamás había tirado a dar, me agobiaban las imágenes de tantos cadáveres empezando por el de Lucianín y terminando por el de, no se terminaran nunca, me parecía correr menos que el caballo del malo, salí a una calle principal, la Ramos no sé qué, y traté de confundirme con la multitud, por desgracia la multitud era más bien escasa, lucía el sol, pero un viento frío arrastraba papeles por la acera, tiene gracia que en un momento así uno se detenga a observar un papel volandero, una cajetilla de bisontes, me arrimé a la cola del cine y en ese preciso instante tembló la tierra, el edificio entero se desplomó, lo sentí caer sobre mi hombro izquierdo, era la mano del otro gorila, mejor afeitado y con un bigotito que apenas le subrayaba las fosas nasales, la pistola no, un nuevo reflejo instintivo, los billetes, saqué los de cien porque coincidieron en la mano, no por ahorrar, si llegan a ser los de mil hubiera hecho lo mismo, los lancé al aire con gritos de alegría.

– ¡Alegría! ¡Viva el padrino!

Un bautizo rumboso, sí, señor, se organizó un auténtico festival, la gente se peleaba por aquellos papelitos huidizos que llevaba el viento, «está loco el tío, son verídicos», aproveché el desconcierto del poli, si lo era, para salir de najas y doblar la primera esquina, Zamora es una ciudad de iglesias, allí había una y ni lo dudé, ya estaba persignándome con los dedos mojados en agua bendita, carcamales, el más joven de los feligreses no cumplía ya los sesenta, feligresas pues casi todas eran beatas, para mejor disimular me senté en la única fila de beatos, a retaguardia, estudié las salidas mientras la interminable letanía del rosario nos machacaba el cerebro contra las piedras sillares cargadas de historia, culpa y polvo, dejaría a René suelto hasta mañana aunque me librara de los perseguidores, por si acaso hacía frío pero las rodillas me temblaban por culpa de otro aire, recé para que no entrasen allí los gorilas, uní mi preocupación al ritmo sincopado de las jaculatorias, un bálsamo anestésico de adormecedores meandros, el mismito con que me inhibí en Dragonte.

– Virgo veneranda.

– Ora pro nobis.

– Virgo predicanda.

– Ora pro nobis.

– Virgo potens.

– Ora pro nobis.

Volví a ensimismarme como en el Ford, lo de los billetes a rebatiña había sido un éxito y es que el dinero todo lo puede, por eso estaba en el wolfram, todo no, puede comprar una cama pero no el sueño, medicamentos pero no la salud, comida pero no el apetito, bulas pero no la salvación, un buen polvo pero no el amor, pensaba demasiado.

– Virgo clemens de la de negro.

– Ora pro nobis.

– Virgo fidelis de Celia, la de Veariz.

– Ora pro nobis.

– Virgo admirabilis de Carmiña, la Faraona.

– ¿Dónde estará?

Cualquiera sabe, ni ella misma se acuerda de su primer e inolvidable asalto.

– Virgo purissimi de Olvido.

– ¿Dónde estará?

En su lugar descanso, no tenía la menor duda, esperándome y llegaría a conseguirlo por más que se opusieran gorilas y circunstancias, en la Cruz del Santísimo Cristo de las Injurias las chapitas reservando la carga para sucesivos miércoles santos, padres e hijos de las mismas familias, se alargaban por el madero hasta casi cubrir los años del actual siglo, con el rosario se acabó la incertidumbre, logré despistarlos, al día siguiente, a la hora de la siesta, en Comercial Hispania, S. A., «pase sin llamar», la operación de compra venta se desarrolló normalmente suponiendo que la ausencia de sorpresas fuera lo normal.

– Nunca me había ocurrido una cosa así.

– A mí tampoco.

Cuando se lo expliqué al Inglés me largó un aforismo matemático, «dos y dos a veces son cinco, pero nos empeñamos en que siempre sean cuatro, y claro», no me aclaró nada.