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Corrían tiempos de matanza y la suya particular no iba a ser un fiasco, estaba seguro, se le había escapado de varias trampas, pero ésta era la definitiva, su eficacia residía en la sencillez, un tiro y fuera. El teniente Chaves saboreaba el éxito mientras preparaba los detalles de la elemental maniobra, nada de desplegar a sus hombres por el bosque, serían detectados por aquellas auténticas alimañas y el cebo no funcionaría, se quedó él solo para pasar inadvertido, era capaz de mantenerse inmóvil en la postura días enteros, el tiempo que hiciera falta, había excavado un hoyo profundo en lo más espeso de las urces, recubierto con ramas y helechos, un camuflaje impecable, ver y no ser visto; de la pradera que se extendía a sus pies, por donde paseaba el señuelo, no se le escapaba el menor ángulo. Se sentía orgulloso de sí mismo, su rotunda mandíbula de cazador de fugitivos se le iba con la mirada, ansiosa de entrar en acción, pero todavía era pronto, paciencia y barajar, repasó el equipo, la botella de Domecq para no entumecerse, los prismáticos, la caja de proyectiles super-speed, balas de punta acerada capaces de derribar un jabalí a cien metros, distancia a la que calculaba se situaría el blanco, más fiera que un jabalí, y el rifle, un arma de campeonato, la más sofisticada arma de caza que existía en el mundo, se la dejó el comandante jefe con la advertencia de que una avería le costaba una estrella, un Winchester Cowboy Magnum, con él en la mano era más eficaz que don César de Echagüe, el Coyote, el protagonista de J. Mallorquí, casi nada al aparato, «W, symbol of accuracy since 1870» rezaba la propaganda, para un tirador de primera especial hacer blanco a cien metros con este rifle es como acertar con el máuser reglamentario en una barraca de feria, no se le iba a escapar esta vez, no tenía la más mínima intención de perder una estrella, al contrario, tenía la de hacer méritos para la siguiente, José Chaves García, natural de Campillo del Hambre, provincia de Albacete, estaba acostumbrado a ascender así, con paso corto, vida larga y mala leche, a tiro limpio, que no había pasado por la General de Zaragoza y lo de mear colonia no era lo suyo, le habían destinado a Villafranca para acabar con la fiera y estaba a punto de disecarla, me la corto si no la cazo.
Apacentar un rebaño de treinta y siete ovejas, todas las de Meleznas, era para Conchita, la Palmas, una labor tan ardua e imposible como cuidar de una sola, menos mal que con los dos perros su labor de pastora se reducía a la apariencia, se paseaba por el prado a la espera de ejercer su verdadero oficio, sabía lo que tenía que hacer aunque no sabía para qué ni quería saberlo, trabajaba en El Dólar y no hubiera aceptado el regalito si la Faraona no se hubiese mostrado tan convincente, lo siento, niña, pero te han elegido a ti, por las tetas, buscaban los pechos más grandes y siempre has presumido de globos, ¿no?, total es un polvo silvestre y te lo van a pagar como si te tirases a Romanones con la propina de un billete de primera a donde quieras, ¿y si no acepto?, pues a peor, te aplican la gandula, la de vagos y maleantes, al trullo por prostituta y lo que sigue, ficha y chirimías. A Concepción López Aguado, la Palmas, hombre que tocas, hombre que empalmas, no le quedó más remedio que aceptar, paseaba meditando en las paradojas de la vida, se echó a la vida por huir del campo, de Tolocirio (Segovia), y, después de dar más vueltas que la oreja, por el campo andaba con los pies metidos en las galochas de madera, se iba a dislocar un tobillo, haciendo el número de la pastora, el más puerco que jamás le habían pedido incluyendo el francés, el griego, el sesenta y nueve, la tortilla y el salto del tigre, qué remedio, procuraba seguir las instrucciones, desmaquillarse, fuera los bucles de solriza, ropas de fregona, te abrigas por fuera, lanilla, sarga, por dentro nada de refajos ni líos que has de dar facilidades para que te la encalome sin demasiadas virguerías, pon cara de inocente cachonda y te toqueteas los pechos como si estuvieras ardiendo, él te estará espiando en la espesura, en cuanto aparezca te dejas seducir, con remilgos de novicia pero rápido, ¿eh?, cuando suene lo que tiene que sonar te largas rápida al pueblo y se acabó tu misión, ¿comprendido?, un encargo de artesanía el de provocar a un mirón oculto con aquellas ropas, y el tiempecito, cuando el grajo vuela bajo, hace un frío de carajo, y que no se ponga a llover, con más barro tendría que hacerlo a pie firme y contra un árbol, odiaba el campo de regadío más que el de secano, tendría que marcharse justo cuando Ponferrada se ponía a tope, les estaban regalando hasta abrigos de pieles, también era mala suerte, tenía una amiga en Madrid, en el Cunigan, para allá se iría, si Madrid no era la ciudad del dólar por lo menos era la capital en donde los estraperlistas echaban sus mejores canas al aire, pero con una competencia que para qué, se deprimía lejos del asfalto y la atemorizaba el no saberse adaptar a lo finolis, su novio, también fugitivo de Tolocirio, quiso ser torero, si no hubiera muerto en una capea ahora estaría pensando en retirarse con él a un pisito, sonaron unos pasos a su espalda y se volvió sobresaltada, más cornadas da el hombre, parecía simpático.
– Hola, guapa.
Chaves le vio salir del robledal y dirigirse a la muchacha, se acarició la prominente mandíbula y sonrió satisfecho, el señuelo había funcionado, no podía fallar, la chica estaba más buena que el pan y al individuo le tiraban las ubres más que a un ternero recién nacido, habían sido tres violaciones a chicas aisladas en el monte, se imaginó algo cuando ninguna quiso hacer denuncia oficial, trató de sonsacarles, a la tercera, la pastora de Los Mazos, algo se le escapó sin querer, un tío simpático, tienes más delantera que el Atlético de Bilbao, como a mí me gusta, me dijo bromeando antes del mordisco, y, en efecto, las tres estaban muy bien dotadas, las vagas y disimulantes señas del individuo coincidían con una posible descripción evanescente del que se estaba acercando a la Palmas y con la que él se había hecho del huido a través de la foto de la comisaría, no podía fallar el disparo, encaró el Winchester hacia el presunto, acarició el cerrojo con la mejilla, acompasó el punto de mira y engarfió el gatillo, no tenía más que apretarlo, el blanco apenas era móvil y la chica estaba todavía fuera del campo, circunstancias óptimas, pero ¿y si no era el sujeto?, no es que le repugnara en demasía el cargarse a un transeúnte que se interpone en un acto de servicio, al fin y al cabo el que actúa comete errores y en su oficio el fin sí justifica los medios, lo que le repugnaba de veras de un posible error es que ya no volvería a funcionar la trampa y vete tú a saber cuándo se presentaría otra ocasión tan a huevo, tenía que asegurarse, era cuestión de aguardar un minuto como máximo.
Genadio se empalmó nada más verla, llevaba así una semana y eso era demasiado tiempo para tan crítica situación fisiológica, venteó los alrededores como un zorro, nada delataba la presencia del riesgo, siempre iba sola, bueno, con los perros, y esa ausencia de peligro le asustó un poco, no pudo comprobar su filiación en Meleznas porque ninguno del grupo tenía allí familiares y, además, si preguntaba por la chica de las ovejas los padres la enclaustrarían de inmediato, una pastora muy distraída pero lógico con ese cuerpo y juventud, parecía estar siempre pensando en las musarañas, enamoriscada del amor, seguro, y salidilla, se toqueteaba de una forma creyendo que nadie la veía que para qué las prisas, salió de la espesura con su mejor presencia, la suerte es un riesgo calculado y ningún botín merece más riesgos que éste, por eso había ido solo, hay cosas que un caballero no comparte ni con sus guardaespaldas.
– Hola, guapa, ¿qué haces por aquí?
– Uy, qué susto. ¿Qué voy a hacer?, ya lo ves, de retirada, se me hace tarde.
– ¿Y qué prisa tienes, si nadie te la mete?
Más que salidilla, pensó el hombre saboreando el fin de la abstinencia, como quien no quiere la cosa la muy cachonda se acariciaba la nalga, la falda se le subió por encima de la rodilla enseñándole una suicida porción de muslo, estamos de acuerdo, ¿verdad?, ensayó la gracia que tanto las hacía sonreír, el charlotesco saludo de bombín y el bastón girando loco, está más que favorable, a por ella.
– No me pierdas, por favor, no me pierdas.
– Calla y disfruta.
– Nos van a ver.
Es Charlot, decidió el teniente sin ninguna duda, pero ya no pudo disparar, rodaba la pareja por el húmedo verde, revolotearon telas sucias de barro, se clavó en la chica como un animal, contaría más tarde, no se quedó sobré la hembra, por detrás, se la tiró a lo perro, eso facilitaba la puntería, no quería herir a la moza aunque si fuera necesario correría el albur, un coito rápido, Genadio Castiñeira levantó la vista al cielo en pleno orgasmo y en ese preciso instante Chaves apretó el gatillo del superpreciso Winchester Cowboy Magnum. Charlot cayó sobre la aterrorizada Conchita como lo que ya era, un peso muerto, alguien le había tocado con delicadeza en la sien, con un dedo, llamándole la atención, vámonos, su último pensamiento fue para su hermano Lolo, ya sé que no me has traicionado tú, pobre diablo, le regaló un revólver para que no se dejara volver a apalear, a él no había nacido quien le pusiera la mano encima salvo a traición, defiéndete, Manuel, o pégate un tiro, después se dejó llevar a la oscuridad del más profundo de los sueños.
Conchita huyó hacia el pueblo a la carrera, sin faldas y sin atreverse a gritar el horror que se le apelotonaba en la garganta. Chaves dejó pasar quince prudentes minutos antes de salir del escondrijo a comprobar la eficacia del disparo, alguien podría llamarle cobarde por pura ignorancia, ¿cobarde?, usted no sabe el valor que se necesita para matar a un hombre que jamás nos ha dirigido la palabra. Sí, está muerto. Las ovejas no se dieron por aludidas y siguieron pastando.