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Téllez estaba ya muy quemado en el coro, y a su oposición de diablo malo le salió la competencia de un barbas gordo, sudoroso y democristiano que se llamaba Jaime o así y pretendía convertirse en el adalid de los pocos incautos que allí iban quedando. Jaime también cantaba, pero en el grupo de la casa, y hablaba pestes de los Sin Nombre, a lo mejor hasta con razón. La revista Chorus era su siguiente paso en la conquista de un título o un trono que iba a acabar disfrutando a sus anchas. Téllez tuvo la elegancia de dejarlo allí plantado, como a una chaqueta vieja, y buscarse el mundo por su cuenta.
En Chorus, antes de la égida, Téllez me colocó un artículo. Sobre cómics, claro. Sobre los cómics de la posguerra, que vestía mucho. Manolo Chulián también quería colaborar en aquel engendro, aunque trabajito le costaba, y fusiló a medias (a tercios, porque yo le eché una mano), un artículo sobre pirámides y extraterrestres, calcado párrafo a párrafo de uno de los libros de Von Däniken de la época (¿dónde se habrán metido?). También Miguelito Martínez tuvo una aparición estelar en aquella revistucha ya condenada, con una historieta de una página que tuvieron que reproducir a cliché electrónico, con lo que eso valía, donde apuntábamos ya las influencias de Metal Hurlant que después hemos odiado tanto. Habíamos descubierto hacía muy poco a Richard Corben, y Miguel dibujó una historia con un par de maniquíes, en pelotas y sin sexo, que jugaban al ajedrez y a cada pieza perdida se amputaban un dedo o se saltaban un ojo, cosas así de agradables. En el mundillo del comic era lo que se llevaba (historias peores se han visto desde entonces). Entre la intelectualidad conservadora y mojigata del coro aquello resultó una herejía que habría acabado con Miguel en la hoguera si le hubieran visto alguna vez el pelo.
Hubo un movimiento subterráneo de oposición a que gente de fuera (Miguel y yo) se llevara las páginas más atractivas de una revista que ya era un muerto y apestaba. Celebraron cónclaves y nos dieron fumata negra. Téllez se puso de nuestra parte, como no podía ser menos, consciente de los nuevos vientos de la historia, y cogió a Manolo Chulián y a Pedro Alba y algún otro (los partidos políticos, lo he dicho, se estaban llevando a todos los demás), y mandó a la congregación a hacer puñetas.
Miguel y yo llevábamos meses queriendo reproducir la fórmula deDanger´75, la revista colegial que habíamos parido un par de años antes, pero adecuándola a los tiempos. Queríamos publicar un fanzine (la palabra ya existía nuestro vocabulario) y hasta teníamos elegido un nombre hermoso: Amra (aunque estábamos a punto de darle la patada en favor de Corto Maltés y Valentina, todavía debíamos muchos buenos ratos al bruto de Conan).
Miguel estudiaba magisterio mientras yo repetía cou en el Columela, por lo que nuestra aventura fanzinera se retrasó cuando ya sólo pudimos vernos los fines de semana. Téllez, desprovisto de Chorus en buena hora, tenía también ideas mejores en qué pensar. Íbamos charlando él y yo en el autobús, un día de mucho calor aunque faltaban semanas para el verano que marcaría a hierro nuestras vidas, cuando a la altura del Parque Genovés el motor se recalentó y tuvimos que esperar un rato a que llegara otro cacharro que nos rescatase. Entonces perfilamos la idea. Una revista, esa era la solución a nuestras cuitas. Una revista independiente, sin el lastre de los curas, donde tuvieran cabida comics y poesía por igual, los relatos que allí mismo me comprometí a escribir, los reportajes que la gente quería leer, sin escandalizarse, aunque luego se escandalizarían.
Le conté a Téllez lo del nombre de Amra, comprendiendo que, visto el nuevo escope que estábamos dando a un fanzine que nunca fue, ya no valía para expresar bien el contenido del proyecto.
– Yo tengo un nombre mejor -me dijo Téllez.
– ¿Cuál es? -pregunté yo.
– Jaramago.
– ¿Cómo dices?
– Jaramago.
Y me explicó que era una flor que crece entre los escombros. Era de un poema suyo: «Somos semillas de jaramago», venía a decir. No recuerdo el resto, pero la comparación estaba ya hecha, y era válida: queríamos salir de la mierda y en nuestra humildad reconocíamos nuestros orígenes.
Jaramago sería, pues. La suerte estaba echada (ahora tendría que sonar la música).