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Transcurrió una semana completa sin noticias de aquel a quien yo esperaba. Pero dejé pasar los días sin que en ningún momento me cupiera la menor duda de que mi esquivo interlocutor acabaría por aparecer. Había releído muchas veces nuestra conversación y tenía la convicción de que me las había arreglado para hacerle morder el anzuelo; cuando menos, lo bastante como para que no se esfumara sin haber explorado un poco más lo que aquel contacto pudiera depararle. El aburrimiento y la desesperanza que he padecido durante largos trechos de mi vida me han llevado a charlar con multitud de desconocidos a través de la Red. Eso me ha enseñado a apreciar cuándo existe una conexión que merece la pena prolongar, y también he aprendido que sucede rara vez y que el sentimiento suele ser recíproco. El Inquisidor iba a volver, de eso estaba segura; la única incertidumbre era cuándo.
Fue, finalmente, en la madrugada del 23 al 24 de julio. Reproduciré, de nuevo, nuestra conversación. Me gusta leerla y copiarla así, limpia de todas esas acotaciones a las que son aficionados los novelistas, y con las que pretenden ayudarnos a captar el tono y la intención de lo que se dice. El chat es, a fin de cuentas, la forma de diálogo más pura: en él sólo están las palabras dichas, en su más absoluta desnudez. Ellas solas han de expresarlo todo, y de ellas surge, sin más, la comprensión o la incomprensión entre quienes las escriben. Podría indicar cuáles eran mis emociones o mis propósitos mientras tecleaba el texto de mis intervenciones (respecto del Inquisidor, sólo podría hacer discutibles conjeturas); pero prefiero abstenerme. Tan sólo fuimos, el uno para el otro, nuestras palabras. Y sólo ellas puedo y quiero recoger aquí.
Buenas noches, Theresa.
Qué sorpresa. El desaparecido…
Cuidado con lo que dices, querida. Esa forma de hablar puede llevarme a interpretar que me has echado de menos.
Interprétalo, si quieres. No voy a impedirlo.
Vaya. No sé cómo debo tomarme eso. Pero si por cualquier razón mi presencia te resulta inoportuna, por favor házmelo saber.
Lo haré, no lo dudes. Por ahora no es el caso. De hecho, me alegra verte. Dejamos una charla a medias. ¿Recuerdas?
Vagamente… Mi memoria guarda demasiado material, no te ofendas si algunavez no está a la altura de las circunstancias.
Ya veo. ¿Qué tal la semana? ¿Atareado?
No más de lo habitual. Siempre hay cosas que hacer, a menudo son más de las que a uno le gustaría y casi nunca las que a uno le apetecen, pero no puedo disculpar mi ausencia por mis tareas. Sencillamente me mantuve alejado de esto. La constancia no es mi virtud.
Supongo que es inútil que te pregunte a qué te dedicas.
Bueno, a efectos de saberlo, me temo que sí. Pero acaso mi negativa a decírtelo te sirva de algo. Por ejemplo, para tomar tus precauciones. Lo entendería. La gente que oculta lo que hace resulta sospechosa.
¿Ah, sí? ¿Debo entender que te dedicas a algo ilegal?
Ahora mismo no. Al menos conforme a las leyes del país donde vivo.
Menos mal. Eso me tranquiliza. No sé si te interesa, pero yo no tengo ningún inconveniente en decirte a qué me dedico.
Si mi torpe memoria no me engaña eras historiadora, ¿no?
No. Eso es lo que estudié. Ahora trabajo en una librería. De hecho vengo a ser la propietaria. O casi. El negocio pertenece al hombre con el que me casé y lo atendemos juntos.
Librera. Un oficio romántico.
No en mi caso, para qué engañarte. Lo que vendo sobre todo son bestsellers anglosajones, alemanes y nórdicos de temporada. La librería está en una zona turística, los clientes son los europeos del norte que vienen a estas islas a tomar el sol. Además de otras cosas, claro…
Ya imagino. No quiero dar la sensación de dejarme llevar por los prejuicios, y menos por los que son corrientes entre mis compatriotas frente al extranjero, pero no habría dicho que esa gente leyera mucho.
Cada vez menos, es verdad. Pero no pueden estar bebiendo todo el rato, y la playa, después de los dos primeros días, se acaba haciendo aburrida. El negocio no termina de hundirse.
Lo celebro. Así que has salido de una isla para meterte en otra.
Sí.
¿Contenta con el cambio?
En ésta hace menos frío y hay más luz. Por lo demás resulta un lugar perfectamente absurdo, al menos la parte donde yo vivo. Una burbuja artificial de diversión, donde todo el mundo está de paso y vive el instante como si el mañana no existiera.
Así descrito, suena pavoroso.
A mí me va bien. Es como no estar en ninguna parte. Y puedo atestiguar que hay sensaciones mucho peores que ésa.
Por ejemplo, la de estar donde no debes. O donde no quieres.
Por ejemplo, señor Inquisidor. A propósito. Me veo en la obligación de advertirle que en estos días no me he quedado de brazos cruzados. Respecto de nuestra historia, quiero decir.
Nuestra historia…
Sí, nuestra historia. La de Teresa. Y de paso la tuya.
No recuerdo que llegara a compartirla contigo, mi historia. Pero ¿se puede saber qué es lo que has hecho al respecto en estos días?
No sé que impresión te has formado de mí, pero yo no soy de las que se resignan a no saber. Me preparé duramente durante años para lo contrario. Y aunque no me sirva para ganarme la vida, me ha permitido averiguar por mi cuenta lo que no tuviste el detalle de contarme la última vez que conversamos. Por cierto, que hiciste bien interrumpiendo esa novela. Creo que en ella proyectabas una imagen de Teresa que no le hace justicia.
Bueno, bueno. Así que me ha salido una crítica. ¿Me lo vas a explicar?
Explícame tú antes qué razones tienes para afirmar que la absolución de Teresa y de sus compañeras fue indebida.
¿He dicho yo eso alguna vez?
Dijiste que no era inocente.
Hay un matiz. Yo nunca he dicho que viera justificado el que se le impusiera castigo alguno. Yo no castigaría a nadie por creer esto o lo de más allá. Tampoco por tratar de darse importancia y disfrutar con ello. Y mucho menos por restregarse o dejar que se le restrieguen.
Yo creo que Teresa es sincera. Que fue víctima de la maledicencia de quienes no la querían bien en su comunidad. Y quizá de su excesivo candor a la hora de relacionarse con el confesor.
A eso le llamo yo fe…
He leído su memorial, Inquisidor…
No esperaba menos de ti, Theresa. Te he dado siete días para que lo encontraras. Con mayor motivo afirmo, sabiendo que has leído su memorial, que tu fe en nuestra irreductible monja resulta admirable.
No me voy a conformar con ironías. Dame argumentos.
Oh, oh. Veo que la noble Teresa no está sola frente a los hombres malos. Ahora tiene una defensora dura de pelar.
Pues no me lo pongas fácil…
Verás… Hay algún punto en el que no vas del todo descaminada. Quizá sea interesante, de todos modos, analizar antes el contexto del proceso, profundizar un poco en quién era Teresa Valle de la Cerda y cómo llegó a ser la priora del convento de la Encarnación. Imagino que habrás hecho los deberes, así que quizá quieras contármelo tú…
No, no. Siempre prefiero escuchar a quien sabe más que yo.
Si fuera malpensado diría que no has hecho los deberes… Pero no creo, eres una chica aplicada. Está bien. Hay varios detalles que conviene anotar. En primer lugar, Teresa Valle no sólo era noble, sino que estaba muy bien relacionada. Para la fundación del convento contó con la financiación de don Jerónimo de Villanueva, protonotario de la Corona de Aragón y secretario del Conde Duque de Olivares, a la sazón el hombre que dirigía los destinos de España. Teresa era hermana de Pedro Valle, cuñado del protonotario, y según se decía, había tenido relaciones con éste antes de tomar los hábitos. Villanueva era un tipo controvertido y oscuro: soltero, intrigante, aficionado a la astrología… Pero por aquellos años tenía demasiado poder como para que sus enemigos pudiesen derribarlo. El convento que había fundado, y las monjas que en él profesaron, jovencitas de alta cuna en su mayoría, resultaron ser su flanco débil.
Nada de eso acredita la culpabilidad de Teresa, respecto de los cargos que contra ella formularon los inquisidores.
Desde luego. Sólo nos permite sospechar que no siempre anduvo en las mejores compañías, y que era alguien a quien no repugnaba precisamente arrimarse a los que mandaban. También explica que hubiera quien quisiera presentarla, una vez que estalló el escándalo, a la peor luz posible, porque era una forma indirecta de golpear al intocable protonotario, a través del único poder que podía desafiar el suyo: el del Santo Oficio.
Eso es justamente lo que digo yo. Que la calumniaron.
Sin duda, en más de un aspecto. A raíz del proceso, por la Corte llegaron a circular toda clase de bulos, como que el Conde Duque entraba a escondidas en el convento para realizar allí actos carnales sacrílegos, con la aquiescencia de la priora. El valido había sido en tiempos tan vicioso como para eso y mucho más, pero en los años de que hablamos, fines de la década de 1620, ya había caído en la depresión que le produjo la muerte de su hija, tras la que se entregó a una especie de ascetismo que no dejaba espacio para otro deseo que el de hacerle a su esposa un heredero varón. El chisme parece pues poco verosímil, y más creíble lo que cuenta Teresa en su memorial: que el Conde Duque acudía al convento con el propósito de pedirles a las monjas que rezaran para que Dios le diese descendencia.
Hasta aquí, diría que todo respalda mi teoría. ¿No?
Bien dices. Hasta aquí, Theresa… Tenemos razones para pensar que no faltaba quien quisiera engordar las culpas de nuestra querida priora, por su excesiva intimidad con los dos hombres más influyentes y por tanto más odiados del reino. Pero también tenemos indicios que desdicen de su supuesta humildad, y que apuntan su propensión a cometer alguno de los deslices de los que fue acusada. Por ejemplo, tratar de ganar el ánimo del Conde Duque, y quien sabe si algo más, inventándose que Dios le había revelado que pronto había de nacerle el hijo que tanto esperaba…
Eso no es más que una especulación.
Cierto, con lo que tenemos, sólo podemos hacer especulaciones. Pero me apoyo en las propias palabras de Teresa. Es significativo que en algún pasaje de su memorial aluda a los religiosos que con acciones no del todo convencionales habían alcanzado la santidad. ¿Qué perseguía una joven noble y ambiciosa, tomando los hábitos y fundando un convento? ¿Qué modelo tenía en mente? A lo mejor buscaba emular a otra monja insigne y visionaria, tocaya suya, que un siglo atrás había fundado cierta orden…
Santa Teresa de Jesús…
Desde luego, no parece que le repugnara asemejarse a ella. Teresa reconoce que el confesor le prohibió que le hablara de sus visiones al Conde Duque, y que ella insistió hasta que le permitió escribírselas. Porque Dios la empujaba, dice. Chica lista. Nadie podía llamar a testificar a Dios, así que nadie iba a desmentirla en ese punto.
¿Y no es posible que la mujer creyera de buena fe tener la visión, y que Dios le pedía que se la comunicara al Conde Duque para ofrecerle alguna luz en medio de su desconsuelo?
Sí, esa irreprimible lástima suya por los afligidos que dice nuestra priora. El caso es que el Conde Duque no tuvo ningún hijo. Y ante el fiasco, Teresa culpa de sus erróneas visiones a las insidias del demonio y se queda tan ancha. Con lo que llegamos a un capítulo interesante de nuestra historia: los demonios que entraron en el convento, y que tanto le cunden a Teresa. Porque hay otras muchas acusaciones, y lo que es más importante, otro condenado, el infortunado padre Francisco, al que, te hago notar, nunca alcanzó la absolución.
No entiendo. ¿Adónde quieres ira parar?
Al meollo. Adónde si no. ¿Me permites una pregunta?
Dispara.
¿Crees en el demonio?
¿Qué importa si yo creo o no?
Responde.
No.
¿Y en la posesión diabólica?
¿Estás poniendo a prueba mi sentido de la lógica? Mal puedo creer en lo segundo si no creo en lo primero.
Yo tampoco creo en ella. Quiero decir que nunca he obtenido ninguna prueba concluyente de que exista, que es lo único que podría hacerme creer. Te haré una confidencia. En cierta ocasión, no viene al caso porqué, asistía un exorcismo. Lo que allí vi fue bastante desagradable, pero no presencié nada sobrenatural. Nada que no pudiera explicar una intensa autosugestión del supuesto poseso, agravada por toda la parafernalia del ritual con que se le trataba de sacar el demonio de dentro. En resumen, que no acepto la existencia de la posesión diabólica, y en esto coincido con los inquisidores, que siempre fueron muy reacios a dar por probada cualquier clase de fenómeno paranormal, lo que vale tanto para las manifestaciones demoníacas como para la brujería y otras supersticiones del populacho.
Ya… Y de todo eso, ¿qué se deduce?
Me permito recordarte que Teresa, no sólo al referirse a sus visiones sobre la inminente paternidad del Conde Duque, sino en otros muchos hechos y dichos que se le imputan, se exime de toda responsabilidad traspasándola a los demonios que según ella la poseían. No niega haber hecho ni dicho aquello de lo que la acusan, sino que alega en su descargo que los demonios la movían y que por eso no pueden pedírsele cuentas. Pero si tú no crees en los demonios, la estás dejando sin su principal excusa…
Bueno, no necesariamente. Lo que ella llama demonios yo lo llamaría trastorno nervioso, delirio, o como prefieras. El caso es que no estaba en su ser cuando hacía y decía tales cosas.
Ya… Ésa es la interpretación a la que se apunta el bueno de Menéndez Pelayo. Que le valga a él, que es un historiador católico militante y no puede dejar de suscribir la decisión final del Santo Tribunal, tiene un pase. Pero de ti, una súbdita de Su Graciosa y hereje Majestad Británica, esperaba otra cosa.
Bueno, no olvides que soy escocesa. Una súbdita más bien levantisca de esa Majestad que dices…
Bromas aparte. Has leído a nuestra Teresa, y estoy seguro de que lo has hecho con atención. ¿Te parece una mujer sugestionable?
Estaba en un entorno cerrado. Bajo la influencia de un confesor de escrúpulos más que dudosos. Y rodeada de un grupo de monjas muy jóvenes que empezaron a perder los nervios y el juicio. No me parece imposible que se dejara arrastrar. O que la situación la desbordara de tal manera que terminase por alterar su equilibrio mental, además de echarle a perder la salud.
Ahora que mencionas al confesor… ¿Crees que les predicó a las monjas doctrina de alumbrados? Ya sabes, simplificando mucho, que con amor todo vale, incluida la laxa observancia del sexto mandamiento…
Creo que pudo hacerlo. Aunque quizá no muy a las claras, porque ya estaba escarmentado de su primera condena.
¿Y crees que la puso en práctica? Quiero decir, en sus caricias, sus confianzas verbales y acaso otros tocamientos…
Es posible. Teresa admite las caricias. No sé hasta qué punto, pero sobre esto también la creo a ella. Que no pasó de aquello que pudiera resultar equívoco si era libidinoso o no.
En plata, que no les echó mano a los pechos, por ejemplo.
No a Teresa, al menos.
Está claro que la priora te ha ganado para su causa. Yo no estaría tan seguro. En este punto Teresa demuestra una gran habilidad para arrojar balones fuera. Niega rotundamente aquello que sabe que no puede dejar pasar, y luego trata de dar una versión suavizada de lo que confesó durante la instrucción, acusando al instructor de falsificar sus declaraciones. Otras cosas dice no recordarlas bien y el resto las deja sin responder porque sería «demasiado fatigoso». Mi intuición es que algo hubo. Fray Francisco andaba sobrado de testosterona. Y entre tanta hembra tierna y sometida a su autoridad, algún patinazo hubo de dar. También con Teresa, que era con quien más trato tenía. Que ella quisiera ver otra cosa, y aun acabara viéndola, porque en caso contrario habría sido su deber acudir ella misma al Santo Oficio para denunciar al capellán, puede ser. Pero en aquel convento debió de relajarse más de la cuenta el monjil recato. Y a partir de esto, mezclado con todo lo demás, se desencadenó el desastre.
Concluyendo, que la condena no fue arbitraria, según tú.
No la que le impusieron. Una abjuración de levi. La pena mínima. Qué menos para la superiora de un convento que acabó sumido en el caos, y que no ofrece para disculpar su conducta, cuando menos negligente y a ratos estrambótica, otra circunstancia eximente que haber estado arrebatada por los demonios. Ella misma es consciente de que su empeñoso alegato no termina de desmontar la acusación. Por eso carga las tintas en el tono sumiso y compungido, y termina tachando meticulosamente a todos los testigos de cargo. En resumen, Teresa es olvidadiza cuando le conviene, pero concienzuda cuando hace falta. No niego que fuera una víctima, pero no tan ingenua como ella se dice.
Qué despiadado eres con ella. ¿No te da pena?
Al contrario. La admiro. Por no arrugarse. Por resistir. Por prevalecer, después de todo. El que me da pena, si acaso, es otro.
No te referirás al confesor…
Convendrás conmigo en que no es muy justo que a él no se le absolviera. Si se dan por buenas las afirmaciones de Teresa, ni hubo herejía ni tratos deshonestos. Aunque no deja de llamar la atención cómo nuestra buena priora no descarta que lo que ella hizo y consintió inocentemente, en el ánimo del otro no fuese tan casto y limpio. Por si la solución era la que al final fue: salvarla a ella de la quema cargándole todo el muerto al confesor. Una actitud poco solidaria, ¿no crees?
Su obligación era intentar salvarse. Y el fraile ya estaba perdido. No sé si podemos afearle demasiado esta debilidad.
No me entiendes, Theresa. Yo no le afeo nada. No es mi ánimo al indagar en esta historia el juzgar a nadie. Es otra cosa la que trataba de decir. Algo que tiene que ver con la desigualdad en las consecuencias de los actos. Con lo erróneo y lo pueril que resulta nuestro sentido de la culpa y del castigo. ¿Has leído la sentencia que absuelve a Teresa?
Desde luego.
¿Y qué opinas? ¿Por qué la absolvieron?
Esperaba que me lo dijeras tú. Aunque ya sé tu teoría.
Es bastante evidente. A Teresa Valle de la Cerda la condenaron en 1630. Un enojoso revés para el Conde Duque de Olivares y para su hombre de confianza, que entonces se encontraban en la cúspide de su poder, por más que la sentencia fuera relativamente benigna, vistos los cargos. También fue una buena escocedura para la orden benedictina, salpicada de lleno por el escándalo. Les llevó su tiempo, pero unos y otros acabaron moviendo las fichas necesarias para que la Inquisición revisara aquel veredicto. El pliego de descargos de Teresa no fue más que un trámite, formalmente necesario para revocar la primera sentencia. No la absolvieron por lo que allí dice. De hecho, si te fijas, con sus descargos no hizo más que ponérselo difícil…
¿Por qué?
Por insistir en aquella pamplina de los demonios, y acusar de prevaricación y falsedad al comisionado del Santo Oficio. La absolvieron porque sí, porque había que hacerlo para contentar a sus poderosos amigos y a la orden que no podía soportar el descrédito que aquel asunto le había traído. Por eso el tribunal evita entrar en detalles, y se limita a excusar el error que al declarar la inocencia de la priora debe entenderse que se cometió en la primera sentencia. Simplemente, los primeros jueces no tuvieron a la vista todos los hechos pertinentes al caso…
Ya esperaba que le sacaras punta a eso. Pero qué más da. Teresa tenía amigos influyentes. Se movieron en su favor. Lograron que la absolvieran por razones políticas. Eso no excluye que fuera efectivamente inocente. Todos tus argumentos no pasan de ser una lectura suspicaz de sus palabras. A mí me parece una mujer sincera en su fe, que cree de corazón no haber hecho nada reprobable y que se siente una víctima de la malicia ajena.
Quizá llegó a convencerse de ello. Muchos lo consiguen. Lo que no quiere decir necesariamente que sean mejores que los demás. Sólo que disponen de un mecanismo de defensa del que otros carecen.
Discrepo, de nuevo. Yo creo que Teresa fue una mujer honrada y valiente. Y te agradezco que me hayas descubierto su historia. Me parece ejemplar. Quizá porque prefiero fijarme en lo positivo: que una mujer lograse ablandar la dureza de un tribunal implacable, sin otra arma que sus razones y su entereza.
Eres una idealista, Theresa. No fue ella.
Yo apuesto que no les dejó indiferentes. Aun con todas esas inconveniencias que dijo, y con toda la ayuda que pudiera recibir. No siempre acierta quien piensa mal, señor Inquisidor.
Tampoco quien se empeña en pensar bien.
Pero si he de elegir…
Ya. Se ve que eres bondadosa.
Parece que te disguste.
En absoluto. Aprecio la bondad. Y más cuando va acompañada de inteligencia. Y de voluntad. No te has dejado doblegar.
¿Creíste que me dejaría?
Ni por un momento, chica testaruda.
A propósito. Hay algo de lo que todavía no hemos hablado. Hemos desmenuzado la historia de Teresa, pero nos queda otra. Que es la que más me interesa, dicho sea de paso.
¿Cuál?
Ya lo sabes.
Es tarde, y ya hemos escrito mucho por hoy.
Eso quiere decir que puedo abrigar alguna esperanza?
¿De qué?
De que otro día hablemos.
De momento quiere decir lo que he dicho. Nada más.
Vamos, Inquisidor. No te hagas de rogar.
Hay algo que me fascina de ti, Theresa.
Qué.
Tu descaro. No sé por qué crees que voy a contarte a ti lo que no quise contar a nadie. Lo que me he tomado la molestia de esconder tras la historia de Teresa, fray Francisco y el inquisidor que los procesó.
Porque tal vez te sirva de algo. Por lo menos, podrías contarme qué tiene que ver tu historia con la de ellos. Por qué los elegiste.
Tendrás que darme razones para contártelo.
Lo intentaré.
No cuentes con que te sea fácil.
Eso no va a disuadirme. Al revés.
Buenas noches, Theresa. Ya es tarde.
Aquí seguiré, Inquisidor.
Quizá tu tesón sea digno de mejor causa.
Quizá. El caso es que no tengo ninguna otra en perspectiva.
Ya me explicarás eso, si quieres.
Cuando desees. Yo no soy tan pudorosa.
Tomo nota. Hasta la vista.
Y se desconectó. Pero supe que esta vez no iba a tardar tanto en volver a dar señales de vida. El juego empezaba a ir en serio.