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Theresa y el Inquisidor. 27 de agosto de 2007.
Aleluya, apareciste.
¿Te cabía alguna duda?
Alguna. Imagino que puedes entenderlo.
Prometí estar aquí hoy. Y ya sabes lo que opino de las promesas.
Antes no hacerlas que incumplirlas.
Exacto.
Pero ésta la hiciste muy rápido. Podías no haber tenido el tiempo necesario para pensártela bien.
Lo tuve.
¿Estás dispuesto a continuar con la conversación de ayer?
Por qué no.
Comprende que me sorprenda. Me tienes acostumbrada a que ciertas cosas haya que sacártelas con sacacorchos.
Bueno, dependerá de por dónde quieras continuar la conversación.
No volveré a preguntarte tu edad, si es eso lo que temes.
No lo temo. Sólo que es algo irrelevante, entre tú y yo. Imagina que tengo 25, o 38, o 54, o 63. ¿Qué cambiaría entre nosotros?
Sé que 25 no tienes.
Querrás decir que es improbable que los tenga. Saberlo no lo sabes, y si crees saberlo es que te dejas llevar por tus prejuicios. Que tienes una idea limitada de lo que puede caber en una vida de 25 años.
Ya… Me llama la atención que en esa lista de edades que me acabas de hacer te hayas saltado la década de los 40.
La hice sin pensar.
Con mayor motivo. He leído a Freud.
¿Y te lo creíste todo?
Está bien, hombre sin edad. Quisiera saber qué te lleva a pensar que eres dañino para los demás.
Cosas que sucedieron. Cosas que me dijeron. Cosas que yo sentí.
Qué sucedió.
Es largo de contar. Lamentablemente, recuerdo haber hecho daño más de una vez. En alguna ocasión, por necesidad. En alguna otra, por torpeza. También por miedo. Por negligencia. Y en fin, por placer. No por el placer de dañar, en sí mismo, sino porque otros placeres implicaban causar ese daño y no supe renunciar a ellos.
Bueno, también yo podría suscribir eso.
A lo mejor es que también eres de los míos… Lo que sí puedo decir es que nunca he hecho daño por odio, ni por codicia, ni por venganza. Aunque no sé si eso tiene alguna trascendencia. Al que sufre el daño le duele igual, sea cual sea el motivo del que se lo causa.
Pero ¿de qué clase de daño hablas? ¿Grave?
No leve.
Cuéntame más. Si puedes. Quiero decir, si no se trata de algo por lo que te persiga la ley. Con tu manía de ser tan enigmático ya no sé lo que has podido hacer y lo que no…
¿Crees que pude cometer un crimen?
No sé. ¿Lo cometiste?
Tengo derecho a no responder a eso. Bajo la ley española y bajo la británica. Y también bajo la del país que ahora me acoge.
Vaya. Estoy hablando con un abogado.
Fui a una facultad de Derecho. Perdona la deformación.
Bueno, al fin una pista sobre tu profesión secreta. Esto sí que es toda una novedad.
No es una pista sobre mi profesión. Sólo algo que estudié.
No te ganas la vida con eso, entonces.
No.
¿Estudiaste más cosas?
Alguna otra, sí.
Hablando de estudios, hay algo que hasta aquí me he quedado con las ganas de preguntarte.
A ver.
¿Dónde aprendiste inglés? Perdona si te ofende la observación, pero por lo general los españoles tenéis un inglés pésimo. Y aunque en el tuyo se cuelan a veces construcciones extrañas, me asombra tu soltura. Y el vocabulario que manejas.
He vivido en Inglaterra. Durante algunos años, fue el idioma en el que trabajaba y en el que leía. Incluso tenía que escribir en él.
Bueno, bueno. Eres una caja de sorpresas. ¿Y trabajabas en?
Eso ya no puedo decírtelo.
Vale. Volví a meterme en la Zona Prohibida. Bueno, ¿vas a contarme esas cosas que hiciste y que te hicieron pensar que eras tan dañino, o son también secreto del sumario?
No necesariamente. Pero como ya has adivinado se trata, en parte, de historias de amor. Y ya te dije lo que pienso sobre ellas.
¿Qué me dijiste? No recuerdo.
Sé que lo recuerdas. Guardas nuestras conversaciones. Te dije que no creo que tuviera demasiado sentido contarlas. Es difícil encontrar la manera de hacerlas interesantes. Al final, todas se parecen.
Vamos, yo te he contado las mías.
Te advertí que no esperaras correspondencia.
Pero hoy estás más comunicativo. Anda, no te resistas. Seguro que tus historias de amor me parecen interesantes. Y seguro que se te ocurre una forma original de contármelas.
¿Crees que puedes engatusarme apelando a mi vanidad?
Nunca se sabe.
Está bien. A ver cómo me las arreglo.
Soy toda ojos.
¿Has leído algo de Kierkegaard?
¿Eh?
No te asustes. Kierkegaard. Filósofo danés. Siglo XIX.
Hasta ahí llego. Pero poco más. No, no lo he leído. ¿Debería?
Tanto como deber… Pero me permito recomendártelo.
¿Es divertido?
No suelen considerarlo así. De hecho pasa por ser un pensador bastante sombrío. Pero a mí me parece ingenioso. Sobre todo en sus primeros escritos. Los que dedica al amor, precisamente.
¿ Y qué dice?
Muchas cosas. Entre otras, que siempre nos arrepentiremos de cualquier decisión que tomemos en ese terreno.
Pues qué bien. Un poco cenizo sí parece.
Bueno, lo dice con bastante ironía. Pero además, en uno de esos escritos de juventud, se describe a sí mismo de un modo con el que me identifico mucho, cuando repaso mi propia experiencia amorosa.
¿A saber?
Espera, que tengo el libro aquí.
Así que esto estaba preparado. Tramposo.
Tenía una ligera sospecha de por dónde podía ir esta conversación. ¿Me dejas copiarte algunos párrafos?
OK.
El fragmento se llama O lo uno o lo otro. Y tiene un subtítulo: Un discurso extático. Está dentro de una pieza titulada Diapsálmata.
¿Diap… qué?
Diapsálmata. Significa entreacto, en griego. En fin, una pedantería que podemos disculparle. El fragmento empieza, precisamente, con su tesis principal: * «Cásate, te arrepentirás, no te cases, también te arrepentirás; te cases o no te cases, en ambos casos te arrepentirás, o bien te casas o bien no te casas, en ambos casos te arrepientes».
Me ha quedado claro.
Es un poco más adelante cuando viene lo que te decía. Su autorretrato. Dice así. «Nunca he deseado hacer mal a nadie, pero siempre he dado la impresión de que cualquier persona que se me acercase iba a ser ultrajada y agraviada. Nunca se ha endurecido mi corazón en contra de nadie, pero siempre, precisamente cuando me he sentido más conmovido, he dado la impresión de que mi corazón estaba cerrado y de que era ajeno a todo sentimiento. Cuando me veo maldecido, execrado, odiado por mi frialdad y por mi insensibilidad, me río. Y es que si precisamente la buena gente lograra que yo juzgase mal de verdad, que hiciese mal de verdad, sí, entonces yo habría perdido».
No me extraña que te guste. Suena muy tú…
Sigue: «Ésta es mi desdicha: a mi lado camina siempre un ángel exterminador y, si bien no es la puerta de los elegidos la que salpico con sangre, indicándole así que pase de largo, él entra justamente por esa puerta; pues sólo cuando el amor lo es del recuerdo, es feliz».
Me reservo mi opinión, por ahora…
Más: «El vino ya no deleita mi corazón; un poco de vino me entristece; mucho me apesadumbra. Mi alma ha perdido la posibilidad. De tener que pedir algo para mí, no pediría riquezas ni poder, sino la pasión de la posibilidad, el ojo que aquí y allá, eternamente joven, eternamente ardiente ve la posibilidad. El goce decepciona, la posibilidad no. ¡Y qué otro vino es tan espumoso, tan oloroso, tan embriagador!».
Empiezo a ver por dónde va, tu Kierkegaard.
Espera… Me queda el último trozo: «Me vienen a la memoria mi juventud y mi primer amor… Entonces anhelaba, ahora anhelo tan sólo mi primer anhelo. ¿Qué es la juventud? Un sueño. ¿Qué es el amor? El contenido del sueño».
Mira tú. Al final va a resultar que es un poeta.
Por supuesto. Aunque no quería serlo, porque según él, un poeta siempre es un ser desdichado. Pero eso no se elige.
Veamos… Si no entiendo mal, lo que tratas de decirme, con ayuda de tu filósofo, es que el amor sólo es posible mientras uno conserva la ingenuidad. Y que tú la has perdido, porque has conocido no sólo el desgaste del tiempo y de los desengaños, sino también tu capacidad para dañar a otros a través de la relación amorosa. Ese ángel exterminador que va contigo…
Ésa es la idea general, aproximadamente.
¿Y no te parece una visión un poco tremenda?
Comprendo que lo parezca, considerándola en abstracto. Pero yo parto de una historia concreta. Me vas a permitir que no te la cuente con tanto detalle como tú me contaste la tuya, pero no me importa hacerte un resumen, si es que tienes interés en conocerla.
¿Tú qué crees?
Bien. Omitiré lo accesorio y me centraré en lo principal. Antes de nada te aclararé que sólo me gustan las mujeres, por lo que, para bien o para mal, mi historia amorosa tiene un sesgo exclusivamente femenino.
Es una aclaración importante. A ver adónde llevas ese sesgo.
A grandes rasgos, en mi relación con las mujeres hay dos grandes periodos. Una primera época en la que apenas me hacen caso, por mucho que yo intento buscarlas, lo que me procura una infelicidad moderada y apacible. Y una segunda época en la que ellas son las que vienen a buscarme a mí, lo que me provoca una turbulenta sucesión de éxtasis y desastres. Como puedes deducir, es de esta segunda parte de la que se trata, sobre todo. No hacerle caso a alguien, aunque ese alguien no lo sienta así, es una especie de deferencia. Lo ponemos a salvo de las dificultades y las zozobras que podemos traerle mezclándolo en nuestros asuntos. Con la perspectiva del tiempo, casi les estoy agradecido a las mujeres que no me hicieron caso, como me temo que algunas mujeres a las que yo se lo hice agradecerían que no hubiera sido así…
Qué enfoque más positivo.
Me obligan los hechos.
Los hechos no obligan a nada. Todo es cuestión de actitud.
Bueno, hasta cierto punto. Espera a ver. Resumiendo, y descartando episodios menores, en mi vida han tenido importancia tres mujeres.
La trinidad, otra vez…
Sí, casi resulta preocupante, ¿no? El hecho es que han sido tres, así son las cosas. Tres mujeres muy diferentes, y de diferentes edades también. Cada una nacida en una década distinta, de hecho.
Bueno, al menos has tenido variedad generacional.
Sí, de eso no puedo quejarme.
¿Contables o pródigas?
Tu agudeza resulta a veces temible, Theresa.
Responde.
Dos pródigas y una contable. Pero ya ves, con todas me fue mal.
¿Con todas igual de mal?
No sé si tiene sentido el ejercicio de buscar grados en la catástrofe. Podría decir que con las pródigas, dentro de todo, hubo menos destrozo recíproco. Que me las arreglé, pasado el tiempo, para recordarlas de manera más entrañable, porque acabé entendiendo mejor sus reacciones, incluso sus despropósitos. Y me da la sensación de que también ellas me entendieron mejor, en mis reacciones y en los despropósitos que hubo por mi parte. Aunque de poco sirviera, al final.
¿Qué pasó?
De todo, Theresa. De todo eso que trae el amor. Sinrazón, irrealidad, celos, afán de posesión, extorsión, ventajismo, dudas, sentimiento de rutina, de tedio, de incomprensión, de ahogo, deslealtades protagonizadas y sufridas, dependencias, huidas, soledad…
No puede decirse que seas un romántico, desde luego.
Soy realista. He conocido todo eso. En mí y en quien tenía enfrente. Claro que también estuvo lo otro, desde el placer hasta la sonrisa bobalicona y las flores y los versos, pasando por los desayunos con periódico en las mañanas de domingo. Pero estamos haciendo balance y los dos somos adultos. Y te estoy diciendo por qué, en definitiva, se acabó jodiendo todo, las tres veces. Podría contarte cada uno de los tres casos, con sus diferentes secuencias y responsabilidades. Tú lo hiciste y no soy quién para reprochártelo. Pero yo prefiero no hacerlo, porque no se trata sólo de mi intimidad, sino de la de otros, y tendría la sensación de que la estoy traicionando. Lo que en su día me prohibí.
¿Me estás llamando chismosa?
No, cada uno tiene sus reglas. Y las mías son éstas, nada más. En fin, la esencia es ésa. Al final, acabó prevaleciendo el lado oscuro. Y no quiero que me entiendas mal. Ante todo, me considero a mí mismo responsable. Porque seguramente no elegí bien. O mejor dicho, ya que las tres veces me eligieron, porque no supe decir que no.
Ya te salió el inquisidor. Siempre con la culpa…
No he dicho culpa, sino responsabilidad. Y para mí éste es un aspecto crucial de la cuestión. He abandonado y he sido abandonado, pero siempre, en mayor o menor medida, me encontré con que me culpaban, y con que yo, por el contrario, era incapaz de culpar. Puede ser que yo haya sido siempre el malo, o puede ser que haya tenido la mala suerte de tratar con mujeres propensas a descargarse de cualquier responsabilidad en los fracasos de pareja y a cargarla toda al varón. Pero renuncio a averiguarlo. Asumo yo la responsabilidad. No pienso ir por la vida apuntando a nadie con el dedo. Me apunto a mí mismo y tomo la decisión más coherente. Abstenerme. No dañaré más.
Ejem. Te hago notar que estás hablando con una mujer.
Soy consciente. ¿Y?
Podría decir que percibo un cierto tufo misógino.
Serías injusta. Relee mis palabras. No he hablado de todas las mujeres. Sino de las que a mí me han tocado en suerte.
Ya. Pero tu conclusión es rehuir a las mujeres.
No. Abstenerme de entablar relaciones de pareja con ellas. Me sigue gustando mucho mantener otras.
¿Ah, sí? ¿Como cuáles?
Como la que mantengo ahora contigo, por ejemplo. Estoy seguro de que con un hombre sería mucho más aburrida.
Ya… Pero no me convences. De lo de la misoginia, digo.
Voy a serte sincero. Quizá he simplificado algo, antes. Lo cierto es que de esas tres mujeres, dos acabaron odiándome, agrediéndome de una u otra forma y culpándome de todo. La otra… Bueno, simplemente se comportó de una manera incoherente, que nunca logré entender. Todo eso me ha llevado, no diría que a sacar conclusiones sobre las mujeres en general, pero sí a abrigar algunos temores fundados.
Explícate. Si te atreves, forastero.
Creo que hombres y mujeres vivimos ahora en un momento de cierto desajuste. Y que muchos hombres tienen una imagen desenfocada de la situación, de lo que se habla mucho, pero también bastantes mujeres, de lo que se habla menos. Igual que hay burros que siguen creyendo que las mujeres han de estar a su servicio, hay mujeres que no se han dado cuenta de que alcanzar la independencia significa asumir también la responsabilidad, a todos los efectos. Que no se puede ser amazona para lo que interesa y niña pequeña cuando conviene.
Ajá. ¿Por ejemplo?
No me quieres, eres un cabrón y te has aprovechado de mí No te quiero, entiéndelo y respeta mi libertad. No pienso plancharte nunca una puta camisa, a ver si te has creído que soy tu esclava, pero tú ya puedes irme preparando cenas románticas, darme caprichos y traerme el desayuno a la cama. A igual trabajo igual salario, pero si rompemos exijo mi derecho a quedarme con la casa, con los niños y con todo lo que pueda sacarte de tu sueldo y a que los jueces me apoyen.
Jajaja. ¿Eso somos las mujeres de hoy, según tú?
Eso podéis ser. Para mi mal, lo he comprobado. Y lamentablemente no se sabe de antemano. Se ve a posteriori.
Podríamos hablar también de lo que podéis ser los hombres. Y de cómo tampoco se sabe hasta que os descubrís.
Lo sé. Y frente a la estupidez masculina, aplíquense las leyes que ya hay, y mejórense en lo que fallan. Pero ya te he dicho, a mí me gustan las mujeres. Por eso es de ellas de las que me toca preocuparme. Y ya sé que no cuento con leyes que me protejan, precisamente…
De mí no necesitarías que te protegiera ninguna ley. Para empezar, yo nunca he intentado sacarle un duro a un hombre. Por no hacerlo me he quedado en la calle, pobre como una rata.
Habrá que esperar a que haya más como tú…
Así que es eso. Nos tienes miedo.
No. Sólo he respondido a lo que me preguntabas. En mi caso, simplemente, no ha funcionado. Y te insisto, no quiero caer en aquello que repudio. No se lo achaco a ellas. Me lo achaco a mí. En realidad, no me disuade nada de lo que acabo de decirte. Es lo que opino, pero no pasa de ser una generalidad sin importancia, al final. Lo que me disuade es algo más concreto. No quiero volver a ver a nadie llorando, sintiéndose desgraciado por mi culpa y arremetiendo contra mí.
Volvemos al principio. Tu ángel exterminador…
Es más saludable, ¿no crees? Es mejor aceptar que el mal está dentro de uno, en lugar de empeñarse en transferirlo a los demás. Aceptarlo y seguir con él, tranquilamente, aunque te obligue a reconocer que la renuncia es la única forma de remediarlo. Por eso me gustó cómo lo expresa Kierkegaard. Sin rodeos, sin imposturas. Pues amarga la verdad, quiero echarla de la boca, *que decía el poeta. Soy yo, que llevo el desasosiego y la insatisfacción conmigo. También encontré una canción que lo dice muy bien. Suelo oírla, cuando me acuerdo de ellas. Para no caer en la tentación de sentirme una víctima.
Qué canción?
¿Entiendes alemán?
Poco.
Busca en YouTube. Ohne dich, Rammstein.
¿ Rammstein? No puedo creer que escuches eso.
¿Por?
No soy una experta, lo mismo me confundo. Pero diría que son unos tipos que van por ahí vestidos de neonazis. ¿No?
Otra vez tus prejuicios, Theresa. Busca la canción. Y escúchala.
Estoy en ello. Espera.
La música hace que la letra resulte mucho más catártica. Y quizá el alemán, también. La clave está en el estribillo.
Ya la tengo. Estoy empezando a oírla.
Viene a ser así, si la memoria no me engaña: Ohne dich kann ich nicht sein / Ohne dich / Mit dir bin ich auch allein / Ohne dich / Ohne dich zähl' ich die Stunden / Ohne dich / Mit dir stehen die Sekunden / Lohnen nicht. ¿Te traduzco?
Si eres tan amable…
Pierde fuerza, pero en fin: «Sin ti yo no puedo estar / Sin ti / Contigo estoy igualmente solo / Sin ti / Sin ti cuento las horas / Sin ti / Contigo se detienen los segundos/ No merecen la pena».
Qué desolador. Pero es una bonita música. No me lo imaginaba. Y el vídeo tiene un punto de ternura. Curioso.
Ya ves, Theresa. No te dejes llevar por las apariencias.
Bueno. Después de todo esto, algo me ha quedado claro.
Qué.
Que no eres un tipo recomendable.
Ya te decía yo.
Eso es lo que quieres que piense, ¿no?
No. Sólo trato de ser honesto contigo.
¿Ni por un momento se te ha pasado por la cabeza la idea de intentar seducirme? Porque parece que pretendas lo contrario.
¿Y para qué iba a seducirte?
No sé. Pero todos los tipos con los que he chateado, antes o después, lo han intentado.
Pues yo no. Ya ves.
¿De veras?
¿Qué insinúas?
No sé cuántos años tienes, por encima de 25, pero sé que eres un perro lo bastante viejo como para saber ciertas cosas.
¿Como cuáles?
Que a ciertas chicas, la mejor manera de seducirlas, es no intentando seducirlas en absoluto.
De verdad que no he hecho ese cálculo.
Y que a esas chicas nada les atrae tanto como un hombre que se declara malhechor, peligroso, atormentado.
¿Me he declarado atormentado?
Dices que te absolviste a ti mismo, pero no es verdad. El inquisidor sigue dentro de ti. Ya no puede dominarte, te has puesto de pie ante él, en eso te doy la razón, pero no has terminado de echarle. Él es el que te mete en la cabeza esa tontería de que eres dañino, y te hace recrearte con ese aguafiestas de Kierkegaard, y con esa canción de tus hombres malos alemanes… Que es bonita, no te lo discuto, pero que no te lleva a ningún lado.
¿Y qué debo hacer, según tú?
¿Te gusta Stanley Kubrick?
Sí.
¿Has visto Eyes Wide Shut?
Afirmativo.
¿Recuerdas la última palabra de la película?
Cómo olvidarla.
Pues eso.
¿Es una proposición?
Quizá. Piénsalo. Voy a estar fuera hasta el viernes. Te doy tres días para meditar al respecto. Buenas noches, Inquisidor.
<a l:href="#_ftnref17">*</a> Las citas, en castellano en el original. Corresponden a los Escritos de Søren Kierkegaard en la traducción de B. Sáez Tajafuerce y D. González (Trotta, Madrid, 2006). (N. del e./t.)
<a l:href="#_ftnref18">*</a> En castellano en el original. (N. del e./t.)