37935.fb2 El Cielo De Los Leones - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 23

El Cielo De Los Leones - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 23

¿QUIÉN SUEÑA?

¿En qué siglo fue que la condesa Sanseverina soñó con los amores del implacable Fabrizio? ¿Y en qué momento Henri Beyle se soñó el Stendhal que soñó a la desaforada condesa? ¿Cómo fue el milenio en que Cleopatra soñaba con el poder y los brazos de Marco Antonio? ¿En el principio de qué tiempos se atrevió Magdalena a soñar con un hombre que se soñaba Dios?

No ha habido una época que no respire un aire propicio a los sueños. Así como toda época ha sido denunciada por buena parte de quienes la viven como la peor de todas, como la menos propicia para los sueños y la felicidad, así es como en toda época hubo quienes se empeñaron en soñar tiempos mejores, en forjar las alegrías de su tiempo con lo mejor de sus sueños.

Soñar siempre parece ligero y frívolo. Más aún soñar despiertos. Sin embargo, son nuestros sueños la tela con que tejemos nuestra certidumbre de que vale la pena entregarse a el mundo en que vivimos como se entregan a nosotros los sueños, dándonos de golpe lo que Rubem Fonseca describió como grandes emociones y pensamientos imperfectos. Emociones entre más grandes menos asibles, pensamientos entre más imperfectos menos abandonados.

Los sueños, en todos los siglos, han sido consuelo y solaz de quien se atreve a entregarse a ellos. Supongo que también de ahí viene el éxito del fascinante Don Quijote, soñador soñado hace siglos por el lujo de novelista cuyas palabras se han vuelto sueño nuestro. Y de ahí la razón por la cual Sancho acaba pareciéndonos el hermano de la mitad del alma con la que despertamos para reírnos de los atrevimientos y desvaríos de nuestros sueños.

Conozco a una escribiente que nació en la misma fecha que Cervantes. Inhibida al saberlo, ha querido abandonar el sueño de hacer literatura, y sólo a veces acepta que siempre que abandona tal sueño la abandonan de golpe todos los demás. Entonces decide soñar que nació en cualquier otra fecha y que sólo tiene con Cervantes la obligación de honrar su genio y concederle a diario la gloria que él se ganó soñando.

No siempre alcanzamos alegrías cuando soñamos dormidos, los que soñamos, no los que hacen planes, no los que ofrecen proyectos, sino los simples soñadores. A veces, los sueños al dormir nos atormentan y otras parecen inasibles y sin sentido, gratuitos y vanos. Sin embargo, también hay quienes han reconocido el salto de la felicidad mientras duermen. Mi madre, que casi nunca recuerda sus sueños, y cree que no sueña como algo cotidiano, aunque ya la ciencia le haya dicho que todos soñamos, sólo que algunos recuerdan más que otros, tiene un único sueño recurrente, que es como una bendición. Sueña que ve a su marido vivo y lo abraza dichosa, celebrando que no haya muerto, que todo haya sido la mala jugada de un destino falso que queda en otra parte, en un lugar que no es la vida real sino un mal sueño. Consigue entonces una felicidad llana como la de los cuentos y goza de ella unos instantes parecidos a la eternidad. Luego despierta y resulta que su marido murió hace muchos años y que sus hijos han tomado cada uno la vida de la mano y se han ido por ella. Entonces acuna su sueño de las noches y recuerda los brazos que ahí la ciñeron y sale a cuidar árboles y a cultivar sueños vivos. Se hace cargo de un parque, guisa para los nietos, ambiciona que en su país haya justicia y cree que olvida el sueño que, de todos modos, palpita siempre en su entrecejo.

Cuando uno duerme, sus sueños son privados y personalísimos, cuando soñamos despiertos compartimos nuestra fiebre con otros. Así es como hemos imaginado mil veces un país diferente, como hemos acompañado a otros en sus guerras y en su derrota, como somos capaces de recordar los delirios que no nos pertenecieron. La literatura, y el cine, que es un forma de literatura, nos han acompañado a soñar despiertos tantas veces que no es extraño encontrarnos con ellos mientras dormimos y confundir el sueño de la noche con el de cualquier tarde. Yo he soñado que vivo en África, que conozco la granja de Karen Blixen y vuelo con ella entre los flamingos, que en español se llaman flamencos, que flotan sobre un lago de plata. Le doy la mano al más audaz de los amantes y con ese sólo gesto nos entendemos mejor que nunca. He soñado como soñó Meryl Streep que era la baronesa Blixen, como Sidney Pollack soñó que los destinos de la baronesa y su amante podían caber en el celuloide que él usó para filmar a Meryl Streep y a Robert Redford amándose como si de verdad.

Soñamos en las tardes de sábado con cuanto sueño de otros quiera ponerse frente a nuestros ojos ávidos de la ajena imaginaria, y en las del miércoles soñamos con ir al cine, como fuimos el sábado. Soñamos en mitad de una noche insomne que Buenos Aires es nuestro como lo fue de Borges. Que entonces caminamos bajo un cielo acerado, mirando la ciudad "quieta y resplandeciente como una dicha que la memoria elige". Soñamos con el balcón de Fermina Daza en Cartagena, y si un día vamos al jardín sobre el que está suspendido, entendemos la tarde en que García Márquez la soñó allí cosiendo.

Cita Savater a Nietzsche que a su vez cita a Emerson cuando dice: "Para el filósofo todas las cosas son entrañables y sagradas, todos los eventos son útiles, todos los días santos, todos los hombres divinos" Creo que tal certeza es también propia de quien sueña. Dormidos o despiertos, nuestros sueños convierten todas las cosas, incluso las que nos asustan, en entrañables y sagradas. Cualquier acontecimiento es un milagro, cualquier día es santo, cualquier aparición resulta divina.

¿Sueñan los perros, las jirafas, las flores? ¿Sueñan el fondo de una laguna o las crestas del mar? O será que soñar ha sido privilegio sólo de quien sabe que sufre o necesita: de los humanos. Porque sufrir y necesitar, como enamorarse o haber ido a la luna, es sólo privilegio de humanos. Quizás venga de ahí que a los humanos el preciso azar nos haya concedido la gloria y el abismo de los sueños. Soñemos pues, en este y en los futuros siglos. Hagamos santa la memoria de una luz cayendo a trozos sobre el cuerpo de otro, divina la extraña aparición de un monstruo sentado entre la ramas del árbol que asusta nuestra ventana en mitad de la noche, sagrada la sopa de almejas danzando cerca de unas cebras en el restaurante italiano que irrumpe en nuestros sueños cuando aparece Nueva York, milagrosa la llave que buscamos desesperados por un jardín de helechos sabiendo desde el principio del sueño que la escondimos ayer bajo la tercera maceta de la izquierda, entrañable cualquiera de las mil emociones que nos atraviesan, cada uno de los imperfectos y escurridizos pensamientos que visitan todas nuestras noches y cientos de nuestras mejores mañanas.