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11

LA CASA BARTH

Como estaba previsto, Virgilio le esperaba en el bar del hotel. Tenía aspecto de estar muy cansado, con una palidez y unas ojeras que sugerían una noche en blanco, pero mantenía, pese a todo, una mirada plácida, de ojos limpios como espejos. Parecía que ya no viera en realidad a Gabriel e, indolente, sólo permitiera que se reflejara sobre sus pupilas como sobre una superficie acuosa. Gabriel tenía la impresión de que, al haber compartido aquel momento en Cofete, podrían hablar sin preámbulos ni malentendidos, tal que si después de Cofete poseyeran ambos una clave secreta, un código establecido que les permitiría entenderse como amigos, sin protocolos, sin modales, sin fórmulas de buenas maneras y sin la desconfianza y el recelo que Gabriel había sentido ante un hombre tan atractivo. Todo por miedo a perder a Helena, un temor que se había disipado ahora que la había tenido en sus brazos, pese a que en realidad la angustia de perderla era más grande después de haber hecho el amor con ella que antes. Pues antes de enredarse ambos se había hecho a la idea de que no la iba a tener nunca, pero después de haberla probado, la ansiedad ante la posibilidad de perder eso que había tenido y que quizá no volvería a tener se hacía más dolorosa.

– ¿Y bien? ¿Cómo te encuentras? -preguntó Virgilio-. Te he llamado varias veces al móvil, pero siempre salía el contestador. Por eso te envié el mensaje. Después de que llegó el helicóptero, todo fue tan rápido…

– Lo desconecté. El teléfono, quiero decir.

– Entiendo.

– Pero estoy bien, gracias. Un poco desconcertado. Y deprimido.

– ¿Quieres tomar algo? ¿Una cerveza?

– Quiero un güisqui.

– ¿A estas horas?

– Sí, a estas horas. Si a ti no te molesta. Es el desayuno típico escocés, ya sabes…

– No me molesta en absoluto. Es más, te voy a acompañar. Camarero, dos güisquis, por favor.

Hacía años que Gabriel no bebía güisqui, desde los primeros tiempos en Londres, tiempos de pubs y de clubes en los que bebía mucho y muy en serio, cuando se acostumbró a llegar al trabajo con resaca y a sentirse como si hubiera ido a caer a la pista de un circo, a una arena de lucha, a un escenario angustioso. Una ciudad frenética, vertiginosa, delirante, drogada. Y cruel. Hasta el día en que decidió que ya no quería beber más. Y llegó una época de soledad total, un año de mierda, de sábados por la mañana perdidos en paseos solitarios por Hyde Park, envidioso de las parejas acarameladas con las que se cruzaba. Vagabundeaba por la ciudad sin planes, sin dirigirse a lugares específicos. Algunos días permanecía en el centro caminando a pasos largos y despaciosos por calles estrechas v oscuras que, sin embargo, resultaban un hervidero de gente. La ciudad era demasiado grande, los movimientos impredecibles. Otros días entraba en librerías y acariciaba con las puntas de los dedos los lomos de libros que nunca leería. Tanto le abrumaba el vacío que sentía que cuando salía de allí apenas podía dar un paso, y se aparcaba en la esquina de una calle cualquiera, pensando en cómo había arruinado su vida, sin poder evitar recordar a Cordelia. Y entonces encontró a Ada. Y dejó de depender del alcohol para hacerse adicto a la angustia.

– Si te digo la verdad, hasta que encontramos a Heidi en Cofete, creía que existía alguna posibilidad de hallar a mi hermana viva, de que estuviera con ella, quizá…

– Y eso, ¿por qué? ¿Qué te hacía pensar que tu hermana podía estar con ella?

– Bueno, había papeles, cartas, fotos… Helena pensaba que Cordelia podía estar muy cercana a Heidi, que no se habría suicidado junto con los demás. Pero se equivocó. Cordelia está muerta. Es algo que tengo que asumir.

– Ya… Entiendo. Debe de ser duro.

– Lo es…

– Gabriel, hay algo que tengo que contarte. Verás, Fuerteventura es muy pequeña. Apenas somos cien mil habitantes. Casi cinco veces menos que en Edimburgo, ¿no?

– Sí…, supongo.

– Como comprenderás, nos conocemos todos. En particular, mi familia es muy conocida. Mi tía trabaja en el Cabildo y su marido fue el presidente del Cabildo Insular. En fin, que en Puerto del Rosario me conocen bien.

– ¿Esto es Puerto del Rosario?

– No, esto es Puerto de Santa Cruz. Puerto del Rosario es la capital de Fuerteventura. Allí me conocen bien. La policía también. Cuando trabajas de guía a veces te metes en historias raras… El año pasado, por ejemplo, hice de guía para una pareja de brasileños muy ricos, me pagaban realmente una fortuna por un tour de cinco días, lo que llaman un jeep safan… Bueno, el caso es que la mujer apareció en la habitación de su hotel semiinconsciente: le habían dado una paliza. Al principio decía que habían sido unos desconocidos, pero lodo era muy inconsistente, no se sostenía, se contradecía mucho… Y yo tuve que declarar la verdad, que sospechaba que había sido su marido porque ella ya había tenido tiempo de contarme que se quería separar y que él había organizado el viaje para reconquistarla después de una bronca… Bueno, te cuento la historia para que entiendas por qué tengo tan buenas relaciones con la policía…

– Los llamaste tú, es eso lo que quieres decirme, ¿no? Cuando fuiste a buscar los bocadillos.

– Eres muy listo.

– Por eso estabas tan seguro, cuando oímos aquel ruido, de que se trataba del helicóptero de la policía…

– Sí.

– ¿Y si no hubieran venido ellas? ¿Y si toda la pista hubiera sido falsa?

– Verás, cuando llamé nadie pareció sorprendido. Después de que la foto de la Meyer salió en la prensa y en la tele, se recibieron varias llamadas de gente que aseguraba haber visto a la alemana en el ferry a Fuerteventura. No les hicieron mucho caso al principio, pero cuando llamé yo pensaron que la pista podía ser fiable. Por lo visto, la policía ya creía que no habrían salido de Canarias.

– Y ¿cómo acabaron las dos en aquella casa? ¿Era de Heidi?

– Eso parece… No está muy claro. Bueno, como creo que ya te expliqué, no se puede edificar en la península de Jandía porque la zona está declarada parque natural. Los únicos que han podido construir allí son aquellos cuyos padres o abuelos vivían en Cofete, y que pudieron exhibir algún título de propiedad o similar. En esos casos rehabilitaron las antiguas casas de majoreros. Pero eso no se empezó a hacer hasta los años ochenta. La de la alemana estaba lo suficientemente apartada como para que casi nadie se preguntara de quién era en realidad. Nadie la ocupaba. La señora podía aparecer de cuando en cuando, pero era muy discreta, llegaba con el Land Rover cargado con suficiente comida y avituallamiento como para mantenerse sin necesidad de aparecer por el guachinche de Cofete y nadie le prestaba mayor atención, porque por allí pasan solamente los excursionistas de turno, los que van a acampar en la playa o a visitar la casa. Y la casa era de Gustav Winter, no pertenecía a ningún majorero.

El camarero, muy ceremonioso, llegó con los dos vasos de un caliente color ambarino, y la cuenta. Sin mirar siquiera el importe, Virgilio dejó su tarjeta sobre la factura y, con un gesto displicente de la mano, le hizo entender a Gabriel que invitaba.

– ¿De Gustav Winter? ¿Del presunto nazi que construyó la casa grande?

– La casa Winter, sí, exactamente. Te dije que en 1962 Winter vendió la península de Jandía, pero no la parcela de la casa. En esa parcela estaba incluida la casa que la señora ocupaba. El caso es que, por lo que parece, la alemana dice que la casa es suya, que su padre se la compró a Winter, y asegura que tiene las escrituras de propiedad. No las tenía consigo en el momento de la detención, evidentemente. Pero los abogados de los herederos de Winter niegan ese hecho y dicen que, si hay una escritura, debe de ser una falsificación. En fin, un lío.

– Y todos estos años, ¿nadie se había fijado en la alemana? ¿Nadie la conocía? Es raro…

– Tú mismo viste que, escondida entre los bancales y construida con la misma piedra seca de éstos, la casa está perfectamente camuflada. Además, está situada en un lugar por el que apenas pasa nadie. Tiene una planta pequeña, dos habitaciones y un lavadero, y eso es lo que nosotros vimos desde fuera. Pero lo que no pudimos apreciar es que la casa no es sino la punta de un iceberg. ¿Recuerdas que le dije que antes de irse de la casa Winter se tapiaron los sótanos? Bien, nunca se sabrá la extensión de aquellos sótanos o si contaban o no con un túnel hasta el mar, pero la casa en la que encontramos a la alemana también está edificada sobre un sótano. Sospecho que, durante años, se han podido guardar armas en él, es el escondite perfecto porque nunca imaginarías que existe.

– ¿Armas? ¿Qué quieres decir? -Gabriel le pegó un buen trago al güisqui. Empezaba a marearse.

– Verás… Como todo el mundo sabe a estas alturas, la tal Heidi fue detenida hace muchos años en Alemania porque formaba parte de un grupúsculo nazi que se dedicaba a imprimir y repartir folletos negacionistas. La detuvieron, pagó la fianza y, cuando estaba a la espera de juicio, huyó de.Alemania antes de que éste tuviera lugar. De alguna manera llegó a Canarias y consiguió un pasaporte y una identidad nueva. Ya os dije que ese tipo de trapicheos y de nuevas identidades eran moneda corriente en los años cincuenta e incluso sesenta en España, pero el caso de esa mujer, de Heidi como se llame, porque tiene varios pasaportes con varias identidades diferentes, es muy particular. -Se detuvo para pegarle un trago a su güisqui, imprimiendo una pausa dramática al discurso, y Gabriel pensó, por enésima vez, que aquel hombre, en lugar de mantener conversaciones, impartía conferencias en tono doctoral, incluso en situaciones presuntamente distendidas como aquélla-. Verás, te conté que la Kameradenwerk era una asociación de excombatientes que se ayudaban entre sí, pero en este caso no ayudaron a un excombatiente, sino a la hija de uno: de Rudolf Barth. El nombre original de la alemana no era Heidi; en realidad se llama Isolde Barth.

– ¿Isolde? Joder, qué nombre tan horrible.

– Bueno, su padre era un alto dignatario nazi, ¿qué le iba a gustar más que un nombre wagneriano?

– ¿Cómo has dicho que se llamaba el padre?

– Barth, Rudolf Barth.

– Lo siento, pero el nombre no me suena.

– Un nazi conocido. Quizá no lo suficiente para que a ti te suene, pero sí reconocible para muchos. Parece que Barth había restaurado la antigua casa de medianero con la intención de crear un refugio en caso de necesidad. Si un hombre necesitaba esconderse del mundo, Cofete era el lugar ideal. Es fácil subsistir allí siempre que se disponga de una escopeta. Hay agua potable gracias al aljibe y a los numerosos manantiales, y el clima es excelente. Hay tuneras y marisco en abundancia. Y, por la noche, siempre se pueden quemar las numerosas aulagas disponibles para hacer fuego.

– ¿Qué son aulagas?

– Unos arbustos que crecen sólo en lugares secos y rocosos V que prenden en seguida porque tienen poca hoja verde. Allí, en Jandía, hay también abundancia de caza, conejos y perdices. Imagino que Barth, que se había refugiado en Canarias con un nombre falso, había mantenido la casa como posible refugio en caso de necesidad. Tengo la sospecha de que muy probablemente la Kameradenwerk usó durante años ese refugio para esconder a perseguidos en caso de estar tramitándoles una nueva documentación o preparándoles el viaje hacia África o Sudamérica.

– Y esa sospecha,;se podrá probar algún día? -Otro trago de güisqui, y la sensación de que la realidad se iba diluyendo, o convirtiéndose sólo en narración.

– No lo sé. De momento lo que se sabe es que Heidi mantuvo la casa durante años bien encalada y adecentada, con la misma idea. Porque en caso de tener problemas podía refugiarse allí durante varios meses. Como son numerosos los turistas alemanes que viajan a Cofete en excursiones de Land Rover, nadie se fijaría mucho en dos turistas alemanas. Amén de que la zona está casi despoblada, ¿quién podía verlas? En los sótanos de la casa había latas de conserva suficientes corno para que Heidi y Ulrike pudieran aguantar varios meses en Jandía. Después, una vez se hubiera calmado la tormenta mediática, y cuando los aeropuertos estuvieran menos controlados, ambas tenían planeado huir a Sudamérica. O, bueno, eso es lo que cree al menos la policía, porque ellas no han abierto la boca.

– Y su padre, ¿cómo has dicho que se llamaba?

– Rudolf Barth.

– ¿Quién era exactamente? ¿Un carnicero estilo Adolf Eichmann? ¿Uno de esos que estaban en la lista del Mossad?

– No es uno de los nombres más conocidos entre la alta cúpula de poder nazi, pero sí fue uno de los más poderosos. Barth era uno de los altos magos de la Sociedad de Thule, un grupo esotérico proveniente de la logia ocultista Germanenorden.

– Me estoy liando. Mi alemán es pobre, y mis conocimientos históricos también…

– Sí, perdona, cuando me pongo profesoral, me embalo y no paro. Sé que a veces nadie me entiende. Verás, todos los grandes hombres del Reich, todos los que detentaron poder, habían pertenecido a sociedades esotéricas y ocultistas. Y Rudolf Barth no era una excepción. Barth trabajaba directamente con la Das Ahnenerbe y la Amherge. Y, antes de que me preguntes de qué hablo, ya te lo aclaro yo: la primera era la Sociedad para la Herencia de los Antepasados, dedicada a la arqueología, la etnografía y la antropología. Y la segunda fue un centro de estudios esotéricos sobre la herencia aria, el centro que junto con la Das Ahnenerbe organizó y financió las expediciones antropológicas al Tibet y Asia Central, así como el estudio de diversas expediciones a Canarias. Unas para visitar las pirámides de Huimar, y otras, esto es lo importante, a… Fuerteventura.

– ¿Fuerteventura? Y ¿por qué? ¿Qué tiene que ver esta isla con el ocultismo? ¿O con la herencia aria?

– Mucho, aunque no lo parezca. Esta puede ser una de las islas más antiguas del mundo. Desde luego es la más antigua de este archipiélago, por eso la llaman la Isla Madre. Y, además, aquí se reportan muchos fenómenos paranormales. No sé si has oído hablar, por ejemplo, de la luz de Mafasca…

– Nunca.

– Bueno…, pues es una luz. Eso, una luz que acompaña al viajero por los senderos solitarios de la isla de Fuerteventura. Aparece de pronto, desaparece de pronto. Creo que algún equipo ha llegado a grabarla, incluso… Y lleva siglos en la isla…

– Y ¿qué se supone que es? ¿Un ovni? ¿Un espíritu?

– No se sabe. Una presencia sobrenatural, dicen. Aquí se cree que es el espíritu de un muerto que se quedó sin cruz en la tumba porque unos caminantes que tenían frío quemaron los maderos de la misma para hacer una fogata… Leyendas locales, ya sabes… Es que en esta isla hay mucha tradición de espíritus y aparecidos. Hay una casa en Tacande en la que se oyen ruidos extraños, y arrullos, por no hablar de la montaña mágica de Tindaya. ¿Tampoco has oído hablar nunca de ella?

– No. -Gabriel seguía bebiendo despacio, a trago apretado, afirmado en el vidrio frío y sacándole al güisqui su piel líquida.

– Pues es una montaña espectacular que se erige en medio de una planicie y que de lejos parece una pirámide, como un gran templo natural en forma de cono alzado sobre el cielo. Por eso erigían los egipcios las pirámides, porque representaban la conexión de la tierra con el firmamento, el axis mundi que enlaza el mundo de las divinidades con el mundo de los hombres. La idea la tomaron de los mesopotámicos, que no consiguieron hacer pirámides pero sí zigurats. Y esos edificios intentaban lograr la conexión entre el dios Sol y la Madre Tierra, que se unirían de forma mágica en la cima.

– O sea, que estamos en una isla mágica, es eso lo que me quieres decir… Y por eso Heidi venía a retirarse aquí. Quiero decir, Isolde, o como se llame.

– Sí. Sospecho que su padre estaba obsesionado con la isla. Ya te he dicho que la alta cúpula nazi era una obsesa de los temas ocultistas y esotéricos. No sé si sabes que, según la biografía del propio Albert Speer, Hitler declaró la guerra tras una aurora boreal porque estaba obsesionado con la astrologia, y lo consideró una señal. El cielo era rojo, y todos los altos cargos de la cúpula nazi, que contemplaban el espectáculo desde la terraza del Berghof, tenían la cara y las manos teñidos de ese color, y el Führer entendió que ése era el baño de sangre que iba a instaurar el Reich de los Mil Años.

– ¿Eso va en serio?

– Viene en las memorias de Albert Speer, no puede haber fuente más fiable. El 21 de agosto de 1939, una aurora boreal extraordinariamente intensa cubrió de luz roja el legendario Utenberg durante más de una hora. Y Hitler, dirigiéndose a uno de los asistentes militares, observó: «Esto parece un baño ele sangre, no podremos evitar la violencia.» Como esa misma mañana Stalin había ratificado el pacto de no agresión germano-soviético, Hitler creyó que estaba reservado a un destino tan alto que nadie podría causarle ningún mal.

– Me vas a perdonar, pero me parece un poco increíble que alguien decida declarar una guerra sólo porque cree ver un signo en el cielo… Suena a novela de Jeffrey Archer.

– Pero fue así. Los contemporáneos de Hitler han ratificado que desde joven le obsesionaban temas esotéricos: religiones orientales, ocultismo, hipnosis, astrologia…

– Vaya, como mi hermana Cordelia… Otro iluminado. ¿Me estás diciendo que mi hermana Cordelia empezó por leer a Blake y acabó neonazi?

– Pues no exactamente, pero, si me lo permites, tendría que explicarte más cosas para que llegues a entenderlo.

– ¿Vas a contarme otra historia como la de la casa Winter?

– Algo parecido, si me dejas.

– Todo oídos. Será un placer. No es que tenga mucho más que hacer esta mañana, la verdad.

– Perfecto. Sigo hablándote de Hitler. Braunauarm-Inn, su pueblo natal en Austria, era un hervidero de espiritistas y videntes. En realidad, toda la Alemania meridional, Suiza, Austria…, era un semillero de ocultistas por entonces. Fue precisamente en ese contexto en el que Jung redactó la teoría del inconsciente colectivo. Él pensaba que los médiums se ponían en contacto con ese inconsciente Pero vuelvo a irme por las ramas, según mi costumbre.

– La verdad es que tu erudición es asombrosa.

– Leo mucho, probablemente demasiado, por eso estoy tan fascinado con toda esta historia, con que la líder de una secta fuera nada más y nada menos que la hija de Barth, intentando mantener viva la sociedad secreta en la que creía su padre. Es como una novela.

– Y esa sociedad secreta, ¿era una sociedad nazi?

– Bueno, no sé si sabes que Hitler estuvo a punto de ser sacerdote, o eso decía él; había sido monaguillo. Pero en realidad no era católico, sino esoterista pagano. Ariosófico, para ser más exactos.

– Vuelvo a perderme. ¿Qué significa ariosófico?

– Pues el ariosolismo es un movimiento, no diría yo que cultural… ¿cómo lo defino? Un sistema ideológico, más bien. Lo sistematizó otro austríaco, Guido von List, cuya ideología bebía directamente del resurgimiento general del ocultismo en Alemania y Austria que tuvo lugar a fines del siglo xix y principios del siglo XX, inspirado por el paganismo germano y por el romanticismo alemán. Se supone que el ariosofismo recopilaba la sabiduría oculta tradicional aria. No sé cómo explicártelo…, es como si metieras en una batidora la masonería, la teosofía, Wagner, las antiguas sagas nórdicas, las leyendas germanas (que en gran parte son una invención literaria del movimiento romántico alemán), el gótico alemán, los rosacruces, la cábala germánica, la gnosis… ¡Ah! Y el vegetarianismo también, por eso Hitler era vegetariano estricto. En fin…, como si batieras todas las teorías esotéricas o espirituales que pudieran correr por la Europa de entonces y crearas tu propia teología. No sé si teología es la palabra adecuada, porque List no creía exactamente en una divinidad, sino en un destino universal de una raza, la aria, y un pueblo, el germánico. O sea, que creía que las personas debían fundirse en grandes colectividades luchando por el bien común. El franquismo utilizaba la misma idea: un destino en lo universal. En cualquier caso, el ariosofismo constituyó la base ideológica de las tesis nazis.

– Y Hitler creía en esa ideología, religión, secta o lo que fuera…

– Hitler era ariosófico pero, por lo que sé, nunca perteneció a la Sociedad de Thule. Sí que pertenecieron, por ejemplo, Himmler, Rudolf Hess, Alfred Rosenberg, el ministro de los Territorios Ocupados del Este, o Hans Frank, el gobernador nazi en Polonia… Todos ejecutados en los juicios de Nuremberg.

– Hess, no. No le ahorcaron.

– Tienes razón. Hess murió en prisión.

– Por una vez, he ido más de prisa que tú. Lo cual es un honor, porque veo que eres una máquina de datos.

– Bueno, ya te he dicho que leo mucho. Estuve… digamos enfermo muchos años, y no tenía nada mejor que hacer. Además, se trata de un tema que me interesa especialmente…

– Y el padre de Heidi…

– Isolde.

– El padre de Isolde, ¿era un tipo peligroso?

– Era uno de los grandes maestres de la Sociedad de Thule, a la que Hitler no pertenecía pero en cuyos postulados y estética se inspiraron muchas de las consignas nazis.

– ¿Se escribe T-H-U-L-E?

– Exactamente.

– Pero… la secta de Heidi, o de Isolde, se llamaba Thule Solaris.

– ¿Y ahora caes en la cuenta? ¿Por qué crees que te estoy contando todo esto? Isolde es hija de un nazi, y estaba continuando la labor de su padre, que fue uno de los grandes maestres de la sociedad, uno de los más grandes iniciados y teóricos del ariosofismo. A ver si te aclaro un poco este embrollo…

– Me he perdido hace un rato, pero me gusta como hablas… Lo digo sin ironía, me gusta oírte hablar. Intenta explicármelo, como puedas.

– Verás… Por motivos políticos, Hitler se declaraba católico, y se vanagloriaba de haber unificado a los alemanes católicos y protestantes. Pero a él le había iniciado el esoterista thulianista Dietrich Eckart, a quien le fue dedicado Mein Kampf. Eckart, por cierto, también era miembro de la Sociedad de Thule. No sólo Hitler era un iniciado: Heinrich Himmler, Rudolf Hess, Alfred Rosenberg, casi todos los primeros nacionalsocialistas se inspiraron, a la hora de configurar las bases doctrinales y organizativas del Partido de los Trabajadores Alemanes, en las enseñanzas que habían recibido de los grupos esotéricos con los que habían tenido contacto para configurar las hases doctrinales y organizativas del Partido de los Trabajadores Alemanes. Toda la idea de implantar el Reich de los Mil Años proviene del esoterismo ariosófico, cuyo emblema era, precisamente, la esvástica.

– La esvástica era el símbolo de la Sociedad de Thule…

– No, la esvástica es un símbolo universal que el ariosofismo tomó como emblema. De la misma forma que la escuadra y el compás es el símbolo masón, o la cruz el símbolo cristiano. Es decir, los nazis toman un símbolo antiguo, la cruz gamada, y lo hacen suyo, tal como los cristianos toman el de la cruz ansada. No porque Jesús muriera en una cruz porque, si Jesús existió, murió probablemente en un poste o una estaca vertical, sino porque el símbolo cristiano proviene de la cruz ansada del Antiguo Egipto, que era símbolo de fertilidad y vida, y la cruz egipcia proviene a su vez de otros símbolos. En lugares de todo el mundo se han hallado varios objetos, que datan de períodos muy anteriores a la era cristiana, marcados con cruces de diferentes diseños. Para colmo, la cruz no fue un símbolo que se usó en el cristianismo primitivo. El primer símbolo de Cristo fue el pez, en el siglo n; en las primeras tumbas esculpidas se le representa como el Buen Pastor, en el siglo m. Y la cruz no llegó a ser el emblema y símbolo supremo del cristianismo sino hasta el siglo IV.

– Y tú, ¿cómo sabes tanto de esto?

– Estudié filosofía, rama teología.

– ¿Teología? ¿Estudiaste para cura?

– Algo así…

– ¿Algo así? ¿Estuviste en un seminario, me quieres decir, o también estaban en una secta?

– Mira, otro día te lo cuento, pero sería una historia más larga que la de la casa Winter, y ahora estamos en otro tema… -Gabriel se dio cuenta, en una iluminación repenlina, de que había tocado un punto candente-. La cuestión es que te he hablado de la cruz cristiana para que veas que en ambos casos se sigue un esquema similar -prosiguió Virgilio muy serio, retomando su discurso profesoral, como si quisiera enterrar con palabras el tema evidentemente incómodo que había asomado inesperadamente la cabeza-. El de un movimiento que toma un símbolo universal y consigue hacerlo exclusivamente suyo. Cualquiera que vea una cruz latina da por hecho ahora que se trata de una cruz cristiana, y cualquiera que vea una cruz gamada entiende que es un símbolo nazi. Pero, como siempre, he hecho una digresión.

– No me importa que hagas digresiones. Me gusta oírte hablar, ya te lo he dicho. Me siento como si hubiera asistido a una conferencia… Con la diferencia de que no hablas para un auditorio, sino solo para mí. -Aquella perorata confusa y densa era como una nana que lo arrullaba y le permitía olvidar, pero no se lo dijo.

– Pero estoy hablando yo solo.

– En ese caso, es un honor que estés dando una conferencia para mí, en privado, y sin cobrarme. Estoy encantado de que hables, me interesa lo que cuentas y además me distrae.

– ¿Te distrae de qué?

– Bueno, ya sabes… He perdido a una hermana. Tengo problemas en mi país. Mi vida ahora mismo es todo desorden. Y quizá el hecho de ver que la existencia en general es caos y confusión, que mis problemas están inscritos en una maraña de problemas mucho mayores me hace relativizar, no sé. Me gusta escucharte, me interesa lo que me cuentas, pero no sé adónde quieres ir a parar… -A través de la cristalera, Gabriel veía el cielo canario, un cielo que no se definía bien, no por falta de luz, sino por su exceso, y el sol era como una botella de güisqui vaciándose en ese cielo-. ¿Sabremos por qué mi hermana se dejó engañar por Isolde, Heidi o como se llame? ¿Me vas a aclarar de una vez si mi hermana era neonazi?

– No, no creo que tu hermana fuera neonazi, en el sentido en el que se entiende el término. Tu hermana se sintió fascinada por una personalidad y una ideología mítica que se remonta a muy lejos.

– Que se remonta a…, ¿cuándo exactamente?

– ¿Qué quieres? ¿Que te dé una charla sobre la sociedad a la que pertenecía tu hermana? Quiero decir, que tengo miedo de aburrirte.

– No me aburres, en absoluto. Quiero que sigas con la explicación, quiero entender algo, necesito entender.

– Veamos, lo que quiero explicarte es que Isolde no es exactamente nazi. Ella era probablemente la gran maestre de una orden secreta, y la propagadora de una filosofía, de un sistema ideológico que hace un sincretismo de muy diversas tradiciones. La esvástica, por ejemplo, se ha situado ya en el inconsciente colectivo como un símbolo de destrucción y odio, pero se trata en realidad de un símbolo antiquísimo, que representa la luz solar en rotación. Incluso los oficiales de vuestro ejército (el británico, quiero decir) la usaban, y las aeronaves francesas comandadas por La Fayette llevaban pintado como emblema la cabeza de un indio sioux adornada con un penacho de plumas, en el que aparecía el emblema de la cruz gamada. El origen de la esvástica se pierde en la noche de los tiempos, quizá sea incluso el más viejo símbolo utilizado por la humanidad. De hecho, las primeras esvásticas se encuentran en materiales rupestres de la Edad del Bronce. Las encuentras también como decoración pintada sobre cerámica y los egipcios la utilizaban como representación del poder. Para los budistas, la esvástica es un amuleto y un talismán. Y para el esoterismo ariosófico, que bebe de todas estas fuentes, se trata de la cruz Sylfot o el martillo de Thor de las antiguas leyendas germanas. Pero para los ariosófícos es algo más que un símbolo, porque ellos creían que, en algún momento, una esvástica brillante estuvo girando en los cielos de la Tierra, presenciada por los pueblos de todo el mundo.

– ¿Te refieres a un ovni en forma de esvástica? Porque Heidi hablaba de un ovni que recogería a sus adeptos antes del fin del mundo…

– No lo sé… Verás, las primeras cruces gamadas aparecen a la vez en restos arqueológicos de culturas contemporáneas unas de otras y que no pudieron tener contacto entre sí. Los incas, por ejemplo, también las usaban. La esvástica es un auténtico enigma, un símbolo de miles de años de antigüedad que ni nace espontáneamente en la mente del artista ni se transmite primariamente de cultura en cultura. Por eso, la creencia esotérica es que la esvástica tuvo su origen en algo aparecido en el cielo, algo que pudieron presenciar independientemente culturas muy separarlas, el símbolo habría llegado del exterior y, sin embargo, no se habría transmitido por difusión cultural, ¿entiendes? De ahí la idea ariosófica de que no representa a un poder superior, sino que lo retrata. Que quienes pintaban esvásticas pintaban algo que habían visto. ¿Un ovni? ¿Por qué no? Quizá a eso se refería la alemana, muy probablemente, que sería la cruz gamada original la que se llevaría los espíritus de los acólitos después de que se suicidaran…

– Y los nazis hicieron suyo el símbolo… -Gabriel asentía, cabeceando para dar a entender que había captado lo que Virgilio quería decir, y los movimientos ligeramente pendulares de la cabeza, yendo y regresando, producían la reiterada confusión asociada a toda conversación que gire en torno a un tema tan complicado que parece inaprensible.

– Exactamente. El nazismo no es un simple movimiento político, sino un sistema ideológico-místico muy complejo. El Partido Nacionalsocialista era el brazo político, y la Sociedad de Thule, el brazo ideológico.

– A ver si me aclaro, la Sociedad de Thule es una sociedad ariosofista de la misma manera que la Royal Society fue una sociedad masónica en su día…

– Algo parecido… Los mitos, los símbolos y la ideología nacional socialista habían sido ya desarrollados por diferentes pensadores ocultistas, más o menos tarados o iluminados, que escribían desde finales del siglo XIX y cuyas ideas cristalizaron en la Sociedad de Thule. Y esta Sociedad u Orden de Thule es una sociedad secreta anterior al Partido Nacionalsocialista. O sea, no todos los thulistas eran nazis, ni viceversa, pero muchos de los nazis importantes sí lo eran. Himmler era un thulista convencido. Para que te hagas una idea, por ejemplo, quería convertir las SS en la institución ariosófica por excelencia, constituida no sólo por agentes de pura raza aria, sino que hubieran sido convenientemente iniciados. Por eso instituyó ritos cuya finalidad era ligar de forma segura al iniciado a la orden. Así, los hombres de las SS se casaban y bautizaban a sus hijos en ceremonias ariosóficas destinadas a suplantar los sacramentos cristianos. Y lo mismo hizo Himmler respecto a las festividades religiosas, que sustituía por festivales paganos. Por ejemplo, en lugar de festejar la Navidad, los miembros de las SS se reunían y celebraban banquetes a la luz de las velas y alrededor de fogatas que evocaban los ritos tribales germanos del solsticio de invierno. Porque debes entender que Himmler concebía las SS no como una élite militar, sino como una orden de caballería al estilo templario. De hecho, se refería a ella como la Orden Negra. E intrigó para que Hess fuera nombrado por el Führer como jefe del partido nazi por la razón más absurda que te puedas imaginar.

– La verdad es que no puedo imaginar ninguna razón por la que querría tener nada que ver con las SS, menos aún quiero imaginar las razones por las que Himmler intrigara a favor de Hess. Porque era de pura raza aria, supongo.

– Eso se daba por hecho. Pero eligió a Hess por las runas.

– Sé lo que son las runas. Por una vez me pillas enterado de algo. Se trata de un sistema de adivinación con piedras, ¿no? Mi hermana Cordelia tenía unas, guardadas en una bolsa, y Helena me contó que cuando ingresó en Thule se obsesionó con ellas y las llevaba siempre encima.

– Pues sí, de esas mismas runas hablamos. El alfabeto rúnico es un antiguo alfabeto escandinavo. Y si se graba cada letra en una piedra basta con tirar las piedras y asignar a cada letra un significado. Es como leer las cartas, pero con piedras. El fundador de la sociedad Thule, el barón Sebottendorf, estaba obsesionado con las runas. Supongo que por eso tu hermana también las usaba.

– Pero ¿el fundador de la orden no era el Von List ese que has citado?

– No, Von List inventa el término «ariosófico». Sebottendorf funda la Orden de Thule. Y él, Sebottendorf, creía que la más sagrada de todas las runas sería Hagal. La letra Hagal, que se corresponde con nuestra hache, se hallaría presente, según los ariosóficos, en el hexágono, la flor de lis de la heráldica e incluso en la pirámide de Keops, ya que ellos se creían descendientes de una civilización aria primigenia que habría sobrevivido bajo diversas formas culturales. Los ariosóficos creían en una leyenda según la cual los antiguos guerreros germánicos esculpían los signos rúnicos sagrados en la vaina de las espadas que utilizaban en el combate. Y Himmler identificaba las SS con esos guerreros germánicos, los guardianes ancestrales de la patria nórdica.

– Y ¿qué tiene que ver Hess en esto? ¿Era especialista en lectura de runas? No me vayas a decir ahora que decidía las acciones y los movimientos de las SS después de hacer una tirada de piedras…

– No. Pero te he dicho que los thulianos creían que la runa más sagrada, la mejor que te podía salir en una tirada, era la Hagal, que significa el granizo. O sea, un cambio devastador.

– Sigo sin ver la relación con Hess.

– Te he dicho que la Hagal se identifica con nuestra hache.

– Sigo sin verlo… No me dirás que eligió a Hess como subcomandante porque su nombre empezaba por H.

– Exactamente. Creó la Trinidad H: Hitler, Himmler y Hess. La doctrina cristiana de la trinidad tiene su origen en las tríadas veneradas de los antiguos cultos mistéricos y paganos. Y Himmler pensó en la Tríada Hagal, que llevaría a Europa el Gran Cambio hacia el Reich de los Mil Años a través de la destrucción.

– Es el absurdo elevado a la máxima potencia, y al máximo poder destructivo…

– Te he hablado antes de la montaña de Tindaya, de la montaña mágica, esa que parece una pirámide, no… Pues en lo alto de la montaña hay unas inscripciones rupestres, los petroglifos los llaman… Me parece que la primera vez que Rarth vino a Fuerteventura fue para estudiarlos, porque según los antropólogos nazis, los petroglifos de Fuerteventura no se diferenciaban en nada de los Renania o Westfalia. Y las inscripciones de esos petroglifos, son en muchas ocasiones las mismas o muy parecidas que los signos de las runas. Creo que por eso Heidi tenía su refugio precisamente aquí, en Fuerteventura. Mantenía la obsesión de su padre.

– Y mi hermana…, ¿mi hermana dio su vida por la hija de un loco que creía en tonterías como ésas? Qué digo tonterías…, serían tonterías si fueran inofensivas. Son delirios psicópatas. Y… ¿en eso estaba metida mi hermana? ¿Cordelia se había vuelto completamente loca o qué? -Una náusea de asco o de ebriedad vino a cortar su discurso. Gabriel se contuvo porque no quería ni vomitar ni llorar. Deseaba enterrar el nombre de Cordelia en el olvido, entregar su memoria al cerrado abandono antes que admitir a su hermana como alguien capaz de hacer locuras semejantes, antes de que en un sueño sin voluntad de origen hubiera de admitir que la razón ya no contaba, antes de asociar el nombre de Cordelia con la locura y el dolor.

– Tu hermana fue una víctima, una víctima más. Mira, existe el prejuicio popular de que las personas que son captadas por ese tipo de grupos tienen algún tipo de debilidad o retraso, que son crédulas o poco inteligentes, pero prácticamente cualquiera puede engancharse a una secta. Podríamos haber sido tú o yo en otro momento de nuestras vidas, en un momento de soledad, desesperación, dolor o insatisfacción.

– No, yo no. Tú, no sé. Pero yo nunca me metería en algo así.

– No lo digas tan alto. Todo es cuestión de que la persona se encuentre en un momento de necesidad espiritual, o que atraviese una crisis de identidad. O en momentos especialmente críticos: que hayan perdido a un ser querido, que los hayan abandonado, que estén gravemente enfermos, que estén lejos de su casa y desorientados…

– Me temo que estás describiendo la situación de mi hermana cuando se unió a Thule: lejos de su casa, desorientada, y acababa de perder a un ser querido.

– Mira, Gabriel. Más que un asunto de perfil o de personalidad, el hecho de unirse a una secta es una cuestión de coincidencia en el tiempo y en la circunstancia. Infravaloras los métodos de lavado de cerebro que se pueden llegar a utilizar, y esa mujer, Isolde, era muy hábil. -En realidad, no había manera de convencer o consolar a Gabriel, y Virgilio debió de darse cuenta, porque detuvo su discurso-. Lo siento, es todo lo que puedo decirte. Lo siento, de verdad.

– Te lo agradezco -dijo Gabriel con un hilo de voz que intentaba reprimir el sollozo. Pero él no lloraba nunca, y se acabó el güisqui de un trago para cortar con aquello. Hubiera querido extraerse la memoria de Cordelia como si fuera un tumor, pero la memoria constituía, pese al dolor, su último privilegio-. Me ha encantado hablar contigo, de verdad. Ha sido muy interesante. Pero no me encuentro bien, me duele la cabeza y creo que debería pensar en volver a Punta Teno. Se hace tarde. He traído el coche de Helena y no quiero conducir cansado.

– Te entiendo. Mira, estaré aquí, en el Puerto, unos días más. Hay algunos asuntos de familia que debo resolver. Gestiones para mi tío; vive en Madrid, pero tiene aquí una casa que estaba alquilada a unos alemanes.

– Como todas.

– Bueno, sí, va sabes. Gran parte de las mejores casas del Puerto están alquiladas a alemanes. Ahora que éstos se van, es el momento de hacer unas reformas, y no tiene sentido que mi tío venga desde Madrid para hablar con los albañiles, así que le he dicho que me ocupo yo. Si necesitas cualquier cosa, ya sabes cuál es mi teléfono.

Transcurrieron unos segundos de silencio, el tiempo suficiente para que Gabriel volviera en sí, recuperase la voz y el movimiento y se pusiera en pie. Extendió la mano para estrechar la de Virgilio, que se la asió enérgicamente.

– Muchísimas gracias. Lo tendré en cuenta.