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HELENA

Querido Gabriel:

Las cosas van bien por aquí, creo que Cordelia te tendrá al corriente. Tuvo que hacer infinidad de declaraciones y hubo una temporada en la que teníamos a los periodistas todo el día al acecho. El hecho de que tu hermana sea tan escandalosamente guapa añadía más morbo a la historia. Desde mi punto de vista, los periodistas de la prensa sensacionalista no son más que carroñemos, hienas todos ellos, moscas de cadáveres, chacales en busca de carne corrompida. Cualquier día, pensábamos, forzarán las puertas, entrarán en casa, nos golpeará n en la cabeza, se llevarán las fotos y se sentirán más que justificados. Al final, Cordelia decidió marcharse a Barcelona una temporada. Está escribiendo un libro sobre su experiencia en Thule Solaris. Ya tiene un agente en Inglaterra y el libro está vendido antes incluso de que lo haya terminado. Me escribe casi a diario desde allí, parece muy feliz. Supongo que a ti también te escribe.

Doy por hecho que de lo de Heidi y Ulrike ya te habrás enterado por los periódicos. Las van a juzgar por estafa y evasión de capitales, pero creo que cuentan con muy buenos abogados, no va a haber forma de probar que indujeron al suicidio a aquella gente. No sé en qué va a quedar la cosa.

Pasemos a algo más importante, que es, supongo, lo que tú deseas que te aclare, ese algo de lo que nunca hemos hablado, esa historia que dejamos fluir sin someterla a preguntas o escrutinios. Quiero que sepas que desde el primer momento en que te vi me impresionó lo mucho que te parecías a tu hermana, todos los rasgos comunes. Los mismos ojos profundos y verdes, la curva de la barbilla, la boca elegante, el puente de la nariz… Era casi como decir que Cordelia había reaparecido en un cuerpo de hombre o, en cualquier caso, que reaparecía en breves destellos, en los momentos más inesperados. Me encantaba el hecho de tenerla allí otra vez, de sentir de nuevo su presencia, de ver que una parte de ella vivía en ti. Algunas veces cabeceabas o fruncías el ceño o sonreías de idéntica forma a como ella solía hacerlo, y me sentía tan conmovida que me daban ganas de levantarme y darte un beso. Cuando pensé que Cordelia había muerto, no se me ocurrió mejor forma de revivirla que acostarme contigo. Sabía que llevabas tiempo deseándolo, esas cosas se saben, se notan. No me quitabas los ojos de encima. En el avión que nos llevaba a Fuerteventura, te sorprendí tantas veces clavándome miradas como dardos que incluso llegaste a avergonzarme.

Pensé que sabías lo que había entre Cordelia y yo. Por supuesto, no te lo dije expresamente, no explicité los detalles del trato, pero ¿hacía falta? ¿No te resultó obvio? Con tu hermana, entendí desde el principio que, si quería mantener a Cordelia a mi lado, debía dejarla vivir, experimentar. Si lo hacía así, ella siempre volvería a mí, porque me necesitaba. Yo era la madre que ella había perdido, le ofrecía ese amor incondicional que sólo una madre puede dar, sin querer cambiarla ni adaptarla a mi gusto, y no se iba a separar de mí. Martin entendió lo mismo y me aceptó como parte del trato. Yo poseía derechos que estaban por encima de los de él y ofrecía lealtades que él era incapaz de imaginar siquiera. Además, si alguna vez se enfrentaba a Cordelia, se enfrentaba a nosotras dos.

No se trataba de algo estricta mente físico, si es en lo que estás pensando. Por eso me resultaba tan fácil compartirla, porque yo había tenido acceso a un nivel mucho más allá de lo físico, del mero contacto entre cuerpos. Cordelia tenía, y tiene, una especie de jaula mental en la que se encerraba cuando se sentía amenazada. (La jaula aún existe, pero no está tan blindada como antes.) Ella podía salir de la jaula, pero nunca dejaba a nadie entrar en ella. Se ponía muy nerviosa cuando alguien intentaba invadir lo más secreto de su intimidad, cuando alguien intentaba forzar el candado. Nunca me contó lo que había pasado entre vosotros, por ejemplo, por qué no os habíais hablado en diez años, ni tampoco me habló jamás de aquel primer amor de adolescencia en Aberdeen. Como no hablaba de la muerte de sus padres, ni de su tía. Yo no le pedí nunca que me hablara de algo que no estuviera dispuesta a compartir. Su silencio era su fuerza. Si yo pretendía amarla en la única manera en la que ella podía ser amada, era preciso no cruzar la línea fronteriza. En ese sentido, era y es muy reservada. Lo más curioso es que poseía y posee unos dones sociales muy desarrollados, y era y es una verdadera maestra en el arte de atraer a la gente como moscas a la miel de su encanto y su belleza. Pero sólo permitía que accedieran hasta cierto nivel, no más allá. Esa peculiar manera de ser escondía una dificultad para contactar con los demás a un nivel muy profundo. Por miedo. Miedo a la intrusión y a la invasión, al dolor, una desconfianza radical ante el mundo y ante los seres humanos y una negativa absoluta a dejarse controlar o poseer. La única persona que podía tenerla -pensaba yo, ingenua de mí- era yo, precisamente porque nunca intenté arrogarme ningún derecho de propiedad. No conté con la aparición de Heidi, que era mucho más hábil y que supo venderle una promesa mucho más atractiva. Le ofrecía el calor de una madre, pero no de una madre terrena, sino de la madre universal, de una diosa.

Ya te he dicho que me acosté contigo cuando la creí muerta en un intento desesperado por revivirla, pero no fue sólo por eso. Gabriel, no quiero que pienses que te utilicé. Amaba y arno a tu hermana, pero eso no me impidió amarte a ti; es más, te amé y te amo a ti porque amaba a tu hermana, he amado todo lo que de ella hay en ti, e incluso he llegado a amaren ti cualidades que ella no tiene. Creo que las personas complejas vivimos historias complejas y que somos capaces de amar en muchas dimensiones. Yo entendí esto de la misma manera que Martin lo entendió, así que, como ves, los rumores tenían su fundamento, pero lo que vivimos no tenía nada que ver con la historia de un donjuán otoñal y decadente que se agencia a dos jovencitas para que le animen la vida, sino con tres personas independientes, libres y respetuosas que habían decidido convivir bajo un mismo techo y compartir cierto trecho del camino de sus vidas. El sexo era lo menos importante de nuestro pacto, lo sustancial era lo mágico, el luminoso punto de contacto, el vértice imposible que habíamos encontrado entre la amistad, el deseo y el amor. De una manera indecisa y singular, la personalidad de Cordelia nos había sugerido un modo completamente nuevo de expresión del amor. Veíamos las cosas de modo diferente, las pensábamos de modo diferente.

Cuando recibí tu carta hablando de la cancelación de tu boda, por supuesto entendí que yo tenía algo que ver en todo aquello. Pero ¿qué esperabas, Gabriel? ¿Volver a Canarias y empezar una vida conmigo"? Es cierto que ya no mantengo con tu hermana la misma relación que entonces. Ella no podía volver a mí tras lo que había pasado con Heidi, por supuesto, pero aun así el vínculo que nos une sigue vivo. No me imagino iniciando ahora una historia con el hermano de Cordelia, no puedo. No, al menos, el tipo de historia que creo que tú quieres vivir.

He vuelto a Puerto de la Cruz. De momento trabajo en un hotel, pero estoy pensando en ir a Barcelona con Cordelia y estudiar traducción e interpretación, no quiero ser camarera toda mi vida. Tú me convenciste de ello. De momento, creo que ella necesita estar sola una temporada. Yo también necesito estar un tiempo sin ella. Pero seguimos siendo hermanas, siempre lo seremos. Y yo siempre seré tu amiga si sabes aceptar lo que puedo dar.

Pe envío muchos besos y los mejores deseos desde Tenerife,

Helena