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– Lo que os voy a contar, que podría ser una novela pero es una historia real, habla de cómo se despobló una península entera y se desertizó un paraíso…
»Cofete es un pueblo, o más bien una población, que no llegó a tener en su momento más de veinticinco casas. Sus habitantes vivieron durante siglos de los cultivos y la ganadería, sin casi pagar impuestos de medianería. La aldea estaba situada en la península de Jandía, en un lugar de muy difícil acceso, por lo que la gente allí vivía muy aislada, sin relacionarse apenas con los habitantes del resto de la isla. La zona es una de las más bonitas de aquí, y se trata de uno de los pocos lugares de Fuerteventura, quizá el único, en el que el agua no escasea. Está rodeada por una cadena de montañas que ejerce un efecto pantalla frente al calor extremo, de modo que, incluso en lo más duro del verano, hay aire fresco y temperaturas más o menos agradables.
»Al inicio de la historia que os voy a relatar, Cofete era una hermosa y alegre vega con manantiales y cultivos. Imaginad la mayor propiedad rústica de todo Canarias en la época, una península entera, en un lugar por entonces casi desértico, aislado del progreso y de todo signo de civilización. Resultaba muy arduo entrar y salir de la península en camello o en burro, que eran los únicos vehículos que utilizaban los habitantes de la isla por entonces, puesto que los caballos son difíciles y caros de mantener en un clima tan seco y en un entorno tan montañoso. Así que los naturales de Cofete vivían muy a su aire. Porque la península de Jandía dependió desde antiguo de los señores de Lanzarote, y no de los de Fuerteventura, así que los medianeros de Cofete no estaban tan vigilados como el resto de los de la isla, probablemente la gran mayoría no sabían siquiera quién poseía sus tierras ni a quién estaba llegando la parte de la cosecha que cedían por arriendo, porque el propietario de Jandía nunca las visitó, sino que nombró un administrador en Canarias, que a su vez designó a un arrendatario en Jandía.
El tal Virgilio se expresaba en un inglés perfecto, de tono académico, casi doctoral, modulando la voz con elegancia, como si estuviera dando una clase. Helena parecía pendiente de sus palabras. A Gabriel le comían unos celos tiranos. En realidad, siempre había sido un hombre muy celoso, pero odiaba reconocérselo a sí mismo, y desde luego, jamás se lo habría reconocido a nadie más, encerrado como estaba en el refugio ilusorio de su contención británica.
»Hasta que en 1937 -proseguía Virgilio- Gustav Winter, un ingeniero alemán, se interesa por la zona y les propone un ventajosísimo trato a los marqueses de Lanzarote, condes de Santa Coloma, que eran los propietarios, para arrendarles la península. Nadie entendía por qué precisamente un alemán estaba interesado en arrendar un terreno situado en una isla perdida de la mano de Dios, pues debéis de recordar que por entonces Fuerteventura no era un destino turístico, sino una isla a la que apenas llegaban viajeros. Una isla muy poco poblada, seca, dura, paupérrima…
– Más o menos como ahora, ¿no? -Gabriel formuló la pregunta en un tono correctísimo, pero el veneno que transportaba la observación era evidente.
– Mucho peor -correctísimo también él, Virgilio no se dio por ofendido-. Para que te hagas una idea, aquí, en Fuerteventura, en Tefia, existió un campo de concentración franquista y ni siquiera tenía vallas o alambradas. Estaba en medio del desierto, así que ¿a dónde podría un prisionero escapar? En fin, como iba diciendo, el repentino interés del alemán llamó mucho la atención y más aún el hecho de que inmediatamente decidiera construir una carretera. Hubo mucho intercambio de cartas entre alcaldes, gobernador civil y demás, pero las actividades de Winter no sólo habían alertado al gobierno nacional. Al Almirantazgo británico la presencia del alemán también le había colocado la mosca detrás de la oreja: sospechaban que Herr Winter era súbdito del Reich, y que lo que pretendía construir en la isla era una base militar alemana que podía servir tanto para el suministro o abastecimiento de navíos como para la observación o para refugio.
– Winterr, Raij… -Helena parecía paladear las palabras como si fueran los nombres de un postre exótico-. Qué bien pronuncias el alemán…
– Me encanta tener a una mujer tan guapa tan interesada en lo que cuento, no me suele suceder a menudo.
Helena sonrió, una sonrisa radiante y cálida como el propio día, y Gabriel sintió que los demonios de los celos le mordían por todas partes.
– Pero sigue, por favor, no quería interrumpir.
– ;Por dónde iba?
– Los ingleses sospechaban de Herr Winter.
– Pues sí, el Almirantazgo británico insistía en que el apéndice de Jandía se había convertido en una rada privilegiada para los submarinos alemanes. Hay que tener en cuenta que Jandía constituye un enclave de importancia geográfica y estratégica incomparable, pues supone un paso obligado en la ruta a África, amén de que desde Barlovento se disfruta de una vista excepcional para poder divisar cualquier barco que viaje de un continente a otro. Tened en cuenta que por aquel entonces pendía sobre Canarias una amenaza de invasión angloamericana. Buques de guerra del Tercer Reich atracaban a menudo en los puertos canarios, eso os lo puede confirmar cualquier viejo de más de ochenta años. De aquélla llegaban regularmente a Canarias navíos alemanes a través de la consignataria Woermann Linie, con base en el Puerto de la Luz, que actuaba oficiosamente como base de inteligencia del Reich.
»Durante las dos guerras mundiales, el paso de barcos de guerra y submarinos alemanes por Canarias fue constante: naves que se abastecían en La Palma, La Gomera, Tenerife, Gran Canaria y Fuerteventura. En el caso de los puertos de Gran Canaria y Tenerife existen pruebas documentales del avituallamiento de submarinos nazis durante la segunda guerra mundial, así como de sus barcos nodriza. En Gran Canaria, las tropas alemanas contaban con un chalet en Tafira para refresco de las tripulaciones y con una estación de radio, en el Pico de Bandama. Lo dicho pues: Franco puso las islas Canarias a disposición de los alemanes, por mucho que el país, en teoría, fuera neutral.
– ¿En teoría? ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó Helena, evidentemente muy interesada por la historia o, temía Gabriel, por quien la relataba.
– Neutral en teoría y no tanto en la práctica. Porque a partir de la victoria del bando franquista en la guerra civil la implicación del Estado español en el funcionamiento del Tercer Reich fue importante. El aparato franquista se esforzó mucho en estar bien sincronizado con el del Tercer Reich. Franco tuvo su parte de responsabilidad en la larga duración de la segunda guerra mundial por su intenso comercio con el régimen alemán y por el apoyo que se les presto a los nazis desde España, por más que el Estado español se definiera oficialmente como Estado no beligerante o neutral. Eso es bien sabido por cualquier historiador, especialmente por los británicos, que han escrito mucho sobre el particular.
– Tú estudiaste allí, ¿no? -intentó confirmar Gabriel, tanteando al posible rival.
– No exactamente. Fui lector en Oxford, con una beca de investigación… ¿Cómo lo has sabido? ¿Te lo ha dicho mi tía?
– Por el acento, lo he supuesto por el acento y el buen inglés que hablas. Yo también estudié en Oxford, por cierto.
– ¿Qué estudiaste?
– MBA.
– Ah…
Gabriel creía entender el porqué de aquel ah ligeramente despectivo y arrojado como un dardo envenenado. Los estudiantes de empresariales no estaban bien vistos a ojos de los de humanidades, como si hubieran traicionado el espíritu humanista de la institución.
– Me siento halagado de que lo hayas advertido. Tenía la intención de seguir la carrera académica, pero ahora he cambiado de opinión. Puede que escriba un libro, pero no un libro académico; un libro de divulgación, para el gran público. A veces pienso incluso en escribir una novela…
– Y ¿por qué esa decisión? Te veo realmente muy versado. Un erudito, diría yo. Serías un gran profesor, o un gran investigador -dijo Helena, y el halago debió de resultar tan agradable para Virgilio como doloroso para Gabriel.
– Gracias, pero en realidad no es para tanto. Y no me veo de profesor universitario. Quiero vivir aquí y, más tarde, ya veré. Ahora mismo no me imagino viviendo lejos de la isla.
– No me extraña… Supongo que es fácil enamorarse de este sitio. Pero tú no eres canario, ¿no? No tienes acento.
El pensamiento de Gabriel se aceleraba errátil e inseguro: quería pensar que aquello no era un coqueteo, y que imaginaba donde no había, pero le comía una envidia verde y muda de Virgilio, y una tenaz y lúcida avaricia de cada gesto de Helena.
– Mi familia lo es. Yo viví mucho tiempo en Madrid, y luego volví aquí. Es una larga historia, otro día te la cuento.
– Claro. Por favor, sigue con lo que estabas contando. Me parece muy interesante todo eso de la colaboración entre el Estado español y el Tercer Reich.
– Ah, sí. Pues, por ponerte un ejemplo, en el treinta y ocho se firmó un pacto de colaboración entre la Gestapo y el servicio de información de la policía militar española. A través de ese pacto se acordaba que expertos de las SS y la Gestapo asesorarían a agentes españoles en la lucha contra el comunismo. Lo que quiere decir que los alemanes instruyeron a los policías españoles en lo referente a técnicas de interrogatorios, torturas, ficheros, campos de internamiento, etc.
– Suena terriblemente sórdido…
– Lo es, Helena. En bastantes casos de designación de cargos policiales se llegó a aceptar la prioridad de decisión alemana. Incluso se adiestraron policías españoles en Alemania. Durante la segunda guerra mundial, Franco también puso al servicio de los alemanes parte de su infraestructura comercial con los países del sur de América, ofreciéndola a los alemanes como enlace. Y no sé si sabéis que casi cincuenta mil soldados españoles lucharon con el ejército nazi.
– Sí, claro, la División Azul -dijo Helena-. Pero no sabía que habían sido tantos…
– Creí que habías dicho que España era neutral -recordó Gabriel.
– ¿Neutral? Sobre el papel, nada más. En España, la Alemania de Hitler tenía miles de agentes, unos diez mil según las listas de los aliados, infiltrados en casi todos los puntos clave del país: el ejército, la policía, la prensa, la radio nacional española, los puertos… y, por supuesto, los servicios secretos. Las academias de formación de oficiales estaban asesoradas por oficiales alemanes, y la Gestapo organizaba a la policía española. Incluso Iberia empleó aviones alemanes. Al igual que Radio Nacional de España, cuya primera emisora era completamente alemana… Es decir, que España fue el único país oficialmente neutral que apoyó militarmente al Estado nazi en su guerra. Neutral sobre el papel, repito. En el cuarenta y tres, y debido a las múltiples presiones británicas, Franco no tuvo más remedio que retirar a la División Azul del frente, pero no lo hizo porque no apoyara ya el régimen nazi, ni por un distanciamiento ideológico, sino porque no era tonto. Ya se intuía que la guerra la iban a perder los alemanes, de forma que el Generalísimo inició coqueteos políticos con los aliados para garantizar la supervivencia del fascismo español. Pero el ejército español, por ejemplo, siguió colaborando con el alemán en acciones de sabotaje a objetivos británicos. Y durante toda la guerra, España fue la encargada de transferir bienes nazis a terceros países.
»En resumidas cuentas, que cuando ese presunto agente nazi, Gustav Winter, arrienda las tierras de Jandía, en el año treinta y siete, el gobierno nacional -el gobierno del alzamiento, el de Burgos, no el gobierno legítimo de la República- está a partir un piñón con el alemán, como si dijéramos. Después, en el cuarenta y uno, cuando el fascismo ha ganado la guerra, una entidad denominada Dehesa de Jandía, S. A., compró la península entera, en teoría con la intención de destinar el territorio a la explotación agrícola. Y ¿quién era el gerente de esa sociedad?
– Gustav Winter. -Helena respondió inmediatamente, confirmando así su interés en la historia o, triste sospecha que anidaba en Gabriel como una víbora, en su narrador.
– Bingo. El señor Winter, quien se convirtió en el propietario de facto de la península de 1937 a 1962. Resulta extrañísimo que un simple particular, en años tan turbulentos, invirtiera tanto dinero en un área geográfica casi olvidada y de tan difícil acceso. Por no decir que no se entiende que dispusiese en España de contactos al más alto nivel para montar un tinglado jurídico-económico como el que lió. Parece evidente que Winter contaba con el apoyo y la colaboración del gobierno alemán, ¿no?
»Así que, durante la segunda guerra mundial, el señor Gustav Winter, dueño de la península de Jandía, no hace nada por mejorar la agricultura local. Desde luego no inicia ninguna de las acciones supuestamente encaminadas a hacer de Jandía la fértil y próspera explotación agrícola que había prometido crear. La mayoría de los majoreros que vivían entonces en la zona ya han fallecido, pero relataban que el señor Winter dormía a menudo en la playa y que de noche se veían luces extrañas allí. Habéis de tener en cuenta que por entonces no había luz eléctrica, y que los majoreros vivían en Cofete, en la aldea, que no está tan cerca de la playa. La idea de construir a pie de playa es muy moderna. En poblaciones de mar, las viviendas se construyen lejos de la costa, al abrigo de posibles mareas o inundaciones, e intentando evitar que la sal que trae la brisa del mar erosione los muros de las casas. Así que, de noche, con el frío y la oscuridad, nadie paseaba por la playa. Cofete, ya lo veréis, no era sino una pequeña agrupación de casitas alejadas de los bancales y la playa. Cuando lleguemos allí comprobaréis que la playa de Barlovento está bastante desierta, pero en aquellos años lo estaba todavía más. Sin luz eléctrica, desde Cofete, de noche, era imposible entender claramente lo que sucedía allí, qué maniobras se estaban llevando a cabo. Pero las luces sí que se veían.
– De forma que ¿es posible que los ingleses tuvieran razón y que barcos y submarinos atracaran allí?
– La verdad, no lo sé. Creo que el oleaje y las corrientes de aquella playa no son los más adecuados para atracar, pero ésa es una opinión personal. No me atrevo a aventurar nada… La cuestión es que llega el año cuarenta y cinco. La guerra ha terminado, el Reich ha sido derrotado, sus máximos dirigentes han muerto, están prisioneros o han huido. Y a Gustav Winter se le presenta la oportunidad de su vida. Hasta entonces, según parece, si creemos en la leyenda, Winter no había sido sino un mero hombre de paja para el Reich. Las operaciones de compra se habían materializado a nombre de una persona física, Gustav Winter, pero probablemente se trataba de un simple testaferro. Sin embargo, en el cuarenta y cinco, dado que nadie iba a reclamar la propiedad ni a hablar de unas operaciones que se habían realizado en el más alto secreto, el ingeniero se convierte en el verdadero dueño y señor de la península de Jandía. Y es precisamente entonces, a partir de ese mismo año, acabada la guerra, cuando Winter realiza una serie de obras y acciones de lo más misteriosas.
– ¿Misteriosas como las luces que se veían en la playa? -preguntó Helena.
– Veo que vas captando el espíritu de la historia. -Virgilio le dedicó una sonrisa cómoda, la de un hombre seguro de gustar. Ella le correspondió con otra, luminosa y abierta, que se le clavó a Gabriel en lo más oscuro de su orgullo. El brillo en los ojos de Helena le creaba un dolor que conocía demasiado bien, que creía haber dado por muerto y olvidado pero que renacía allí, en Canarias, como si el sol hubiese hecho germinar una semilla mucho tiempo enterrada-. En primer lugar, querida -ah, cómo odiaba Gabriel aquella palabra- te cuento: el señor Winter aisló la península. Veréis, de costa a costa, colocada en el istmo que separa la península del resto de la isla, existe un antiquísimo muro de piedra seca, un auténtico tesoro antropológico que levantaron los primitivos pobladores de Fuerteventura, quizá para delimitar los dos antiguos reinos de la isla: Jandía y Maxorata. Se trata de una verdadera reliquia arqueológica. La Pared de Jandía, llaman aquí al muro. Pues bien, Winter construyó una alambrada paralela a La Pared de forma que nadie pudiera entrar o salir de la península sin que él lo supiese, pues en la puerta de la alambrada había centinelas día y noche. -Gabriel encontraba a Virgilio tan pedante, tan tronante y vanidoso, con su discurso cargado de datos y su acento pomposo y hueco como un tambor, que no entendía por qué Helena parecía tan fascinada, y si lo entendía, aún peor, porque podía imaginar que a Helena le embobara el continente y no el contenido.
– Pero eso no tenía mucho sentido,;no? Si has dicho que el acceso a Jandía era tan difícil que ni el cura se aventuraba a llegar para rezar el responso de los fallecidos… -La conversación fluía entre Virgilio y Helena. Gabriel permanecía al margen, herido pero también, a su pesar, curioso e intrigado. Virgilio tenía una extraña cualidad de Sherezade que le iba atrayendo despacio hacia su historia, como las sirenas que engañaban a los marinos con su canto, por mucho que aquellos intentaran resistirse.
– Por eso precisamente resulta tan llamativa la construcción de la alambrada. La excusa que dio la familia Winter para cerrar Jandía fue que pretendía dedicarse a la cría de la oveja caracul y que no deseaba que sus ovejas se mezclaran con las ovejas locales, ni tampoco que se las robaran. Es cierto que Winter compró un rebaño de ovejas caracul, pero no parece que lo explotara comercialmente ni sacara beneficio del mismo. Más bien la compra de las ovejas suena a excusa para justificar el cierre de la península. Pero, además, ¿no parece sospechoso que el gobierno nacional no le impidiera cerrar la dehesa? Entonces no era, como tampoco es ahora, tan fácil aislar un trozo de costa porque para ello debía asegurarse de que la península de Jandía no estuviese sujeta a servidumbre de paso.
– ¿Eso qué quiere decir?
– Que nadie puede cerrar el acceso a una costa a su voluntad. No puede haber playas privadas ni se puede cerrar el paso por la costa así como así. Pero Winter lo logró mediante un truco legal. Aseguró que la dehesa se había registrado anteriormente a la Ley de Aguas de 1866, y que por tanto no debía estar sujeta a servidumbre de paso. -Cómo le encanta a este hombre abrumarnos con su memoria de elefante y su recopilación enciclopédica de datos y fechas, pensó Gabriel, y entonces se preguntó qué haría ese hombre por las noches… ¿leer sin parar o seducir en los bares a mujeres como Helena, mujeres a las que enredaba en una red de palabras y conocimientos como una araña que se dispusiera a devorar una mariposa?, y entretanto Virgilio seguía con su historia, con sus datos y sus fechas-. El caso es que, en primer lugar, el hecho de que la propiedad de la dehesa de Jandía se registrara anteriormente a la Ley de Aguas no constituía razón para eximirla de obligaciones. En segundo lugar, y esto es mucho más importante, en realidad la dehesa se registró en 1875, nueve años después de publicada la ley. Lo que quiero que os quede claro es que el propio gobierno nacional facilitó a Winter el cierre y total aislamiento de la península. Y, una vez cerrada ésta, el alemán inició una serie de obras muy particulares en la dehesa.
»Primero comenzó las obras para la construcción de un muelle. Después levantó una clínica, un hospital tan completo y eficiente como el que pudiera haber en la capital. Y, más tarde, construyó una pista de aterrizaje en la zona meridional. La pista fue derruida, no podréis ver ni las ruinas, pero en cualquier caso era bastante impresionante: ochocientos metros de largo por setenta y cinco de ancho, un verdadero aeropuerto.
»Y, por si eso fuera poco, edificó la casa Winter, que es la que sale en las fotos de tu madre. Como veréis, está construida lejos de la aldea de Cofete, aislada, enclavada sobre una zona desde la que se pueden ver perfectamente las dos playas, y, dato curioso, la villa cuenta con una torre vigía. La familia Winter denominaba eufemisticamente a la casa El Chalet de Cofete, y aseguraban que fue construida como casa de recreo. Pero ¿qué sentido tiene edificar una casa de recreo en medio de ninguna parte, en una zona aislada del resto de la isla y del mundo en general, en un lugar ya de difícil acceso en la actualidad y entonces mucho más? En resumidas cuentas, no precisamente en el sitio al que a uno se le ocurriría ir a pasar las vacaciones.
– Quizá buscaba eso precisamente. El aislamiento, la paz… -sugirió Helena- Al fin y al cabo yo vivo en una zona muy aislada y alquilé mi casa precisamente por eso, porque no hay edificaciones ni casas ni gente alrededor.
– Pues sí, desde luego, Winter buscaba el aislamiento, y lo consiguió mediante un método bastante expeditivo, además de cruel. Ya desde que adquirió las tierras se había portado como un auténtico señor feudal, exigiendo a los medianeros unos tributos verdaderamente abusivos, lo que había provocado que muchos de ellos abandonaran el pueblo, pero en el año cuarenta y nueve dicta un edicto realmente delirante prohibiendo la siembra en la isla. Así que Winter prohibió la siembra en Jandía precisamente cuando se suponía que había comprado la península para dedicarse a la explotación agrícola. Extraño, ¿no?
– Qué locura… ¿Quería despoblarla?
– Da esa impresión. Como comprenderéis, prohibida la siembra, los medianeros no podían quedarse a vivir allí: ¿cómo iban a subsistir si no podían cultivar? Además, Winter les facilitó el éxodo. El alemán había comprado unas tierras en Morro Jable, un pueblo que está al otro lado de La Pared, y garantizó a cada majorero que abandonaba Jandía una parcela de tierra. Setenta y cuatro mil metros cuadrados, nada menos, donó Winter para la construcción de viviendas.
»Eso sí, hay que reconocer que en Morro Jable hizo una gran labor social: aportó suelo y fondos para el trazado y la construcción de la carretera general, erigió la iglesia-escuela, buscó un maestro, puso en marcha un comedor infantil donde su mujer se ocupaba de la alimentación y la salud de más de cuarenta hijos de medianeros, donó terrenos para el ambulatorio, el terrero de lucha canaria, el parque infantil, el centro cultural, la casa del médico… Es decir, hizo de Morro Jable un lugar habitable y próspero al que emigraron, lógicamente, todos los naturales de Cofete.
»En fin, que si uno va sumando dos y dos, la alambrada, la construcción del muelle, la del hospital, la pista de aterrizaje, la torre vigía, la expulsión de los pobladores locales…, ¿qué es lo primero que se os viene a la cabeza?
– Guantánamo -sugirió Helena.
– Exactamente. Parece el proyecto de construcción de una base militar. Y, claro, una cosa es que la península estuviera aislada y, otra muy distinta, que la gente no hablara de lo que estaba sucediendo. Así pues, el jefe de la zona aérea canaria, ante la imposibilidad de controlar los vuelos, prohibió el uso de la pista, lo que nos hace pensar que el gobierno ya sabía lo que había en Cofete, sobre todo porque, según cuentan los medianeros, Winter organizaba recepciones en el chalet de Cofete a las que asistían altos cargos del gobierno militar. Y, atención, la pista de acceso la construyeron precisamente presos políticos españoles, homosexuales que habían sido recluidos en un campo de concentración.
– ¿En España había campos de concentración?
– Ya os lo he dicho antes: aquí hubo uno, en Fuerteventura, en Tefia. Se enviaba sobre todo a homosexuales. En eso, y en tantas otras cosas, Hitler y Franco compartían criterios. Y esos hombres fueron los que el gobierno puso a disposición de Herr Winter para que la construcción de la carretera le saliera gratis. Como veis, el alemán se llevaba muy bien con el gobierno español, pero no tan bien como para que el gobierno se jugara sus relaciones con los aliados permitiendo que existiera una pista de aterrizaje sin controlar en una zona tan estratégica.
– Hay algo que no me cuadra en toda esta historia -acotó Gabriel, que por fin se había decidido a hablar, harto de lo que interpretaba como coqueteo de Virgilio pero también, a su pesar, enganchado a la historia que el guía relataba-. Dices que Winter inicia la construcción de la base militar después de acabada la segunda guerra mundial, y terminada también la guerra civil. Pero, si ya no hay guerra, ¿qué sentido tiene la base? ¿Estaba pensando Winter en construir su propio imperio o algo así?
– Ahí, precisamente, reside el quid de la cuestión. ¿Habéis oído hablar de la Kameradenwerk?
– Me suena a grupo de techno alemán, como Kraftwerk. -Gabriel se arrepintió casi al momento de decirlo. Era un chiste muy malo. Había querido llamar la atención de Helena pero había quedado como un imbécil, sobre todo si a ella se le ocurría compararlo con Virgilio.
– No, a mí me suena -aseguró Helena-. Espera… Y en relación con Canarias, además. No sé decírtelo exactamente, pero sé que tiene que ver con los nazis, eso seguro… Con los nazis que se instalaron en las islas tras la guerra.
– ¿Los nazis se instalaron en Canarias tras la guerra? -A Gabriel le había sorprendido que Helena pareciera tan al día de hechos históricos de los que él nunca había oído hablar. Quizá, pensó, realmente le interesa el tema, y le ha interesado siempre, y la apostura del guía nada tiene que ver en el hecho de que prácticamente beba de sus palabras. Pero si le interesa el tema, aún peor, porque entonces se sentirá atraída por él a partir de lo que los dos tengan en común. Y una vocecita le resonó dentro: ¿Y eso a ti qué diablos te importa? Al fin y al cabo tú vives con una mujer con la que estás comprometido, y dentro de poco te irás de esta isla y volverás a Londres y tendrás que olvidar a Helena, por bella e interesante que la encuentres. Y esta reflexión que se tarda un minuto en leer en realidad le había cruzado por la mente en el tiempo en que tarda un relámpago en iluminar el cielo o la razón.
– ¿No lo sabías? -Fue precisamente la voz de soprano de Helena la que le sacó de su ensimismamiento-. Muchísimos nazis se instalaron en las islas tras la segunda guerra mundial, o eso asegura aquí la gente. Hay un montón de historias locales al respecto. Muchos libros escritos. Yen la prensa de aquí se publican artículos sobre el tema con bastante regularidad.
– Pues sí, Helena tiene razón. La Kameradenwerk, se dice, era una organización clandestina de ayuda mutua entre criminales de guerra y nazis prófugos. La más potente organización de ayuda y salvamento de criminales de guerra nazis, según muchos, aunque no se sabe cuánto hay de mito y cuánto de realidad en su historia. Y precisamente parece ser que se fundó en 1950, el mismo año en el que Winter despobló Cofete.
– Ya sé de qué hablas… -A Gabriel le parecía haber leído el nombre en un artículo-. ¿No era la asociación que ayudaba a Adolf Eichmann?
– ¿Quién era Adolf Eichmann? -preguntó Helena.
– Un teniente coronel de las SS, responsable directo del holocausto -aclaró Virgilio-. Tras la guerra se refugió en Argentina con un nombre falso. Finalmente, los israelíes lo localizaron. Un comando del Mossad lo raptó cerca de Buenos Aires y lo embarcó en un avión con destino a Israel para juzgarlo por crímenes de guerra.
– Parece el guión de una película de Spielberg…
– La realidad siempre supera a la ficción, mi niña. -Virgilio dijo esto en español, corno una muestra de complicidad, supuso Gabriel, y en ese momento le vino a la cabeza la imagen del pomposo macho alfa cubierto de brea y emplumado-. Pues eso, la Kameradenwerk ayudó a Eichmann y a muchísimos otros nazis, y también participó en varias campañas de propaganda neonazi y negacionista en América Latina, Alemania y Austria, durante los años cincuenta.
En ese momento Gabriel recordó que Heidi tenía un expediente y una orden de busca y captura precisamente por cargos de propaganda neonazi. Este pensamiento le distrajo por un momento de sus fantasías asesinas.
– Y en los años cincuenta, la época en que la Kameradenwerk era más activa, cientos de miles de nazis llegaron a nuestro país aprovechando las excelentes relaciones entre los servicios de espionaje alemanes y españoles bajo el franquismo y utilizando las rutas clandestinas que habían venido preparándose en los últimos meses de la contienda. Entre ellas, quién sabe, quizá una creada por Winter…
»En 1945, cuando ya se sabía que la guerra estaba prácticamente ganada, el M16, el servicio secreto británico, estaba averiguando el paradero y las actividades del personal de los servicios alemanes, diplomáticos, agentes, etc., haciendo las necesarias gestiones ante el gobierno español para contrarrestar sus actividades y, sobre todo, para prevenir el establecimiento de una organización que pudiera operar desde España en el futuro. Y no sólo los británicos advertían del peligro. Los franceses y los americanos ya sabían que España podría convertirse a corto plazo en uno de los depósitos más importantes para las operaciones financieras nazis en la posguerra. Porque el alto mando militar nazi ya estaba organizando vías de escape en caso de que la guerra se perdiera.
»Y así fue, efectivamente: al menos veinte mil nazis alemanes se refugiaron en España tras la guerra. Aquí vivían libres, felices y contentos, con dinero y propiedades, ayudados y cubiertos por la Falange y, en alguna medida, por el Alto Estado Mayor.
– ¿Veinte mil nazis? ¿Veinte mil? -preguntó Helena.
– O más. Las cifras varían según quien cuente la historia. Muchos de ellos simplemente utilizaron nuestro país como un puente hacia América del Sur, pero gran parte permanecieron aquí y viven todavía. Es imposible precisar cuántos, pero hay miles de historias sobre nazis residentes en poblaciones turísticas, esos pueblos de costa en los que se retiran los alemanes, los escandinavos y los ingleses para pasar la jubilación. La mayoría llegó en los años cincuenta y sesenta, cuando la diferencia de ratio entre la peseta y sus monedas locales hacía que el país les resultara baratísimo y convertía como por arte de magia las rentas más o menos modestas que percibían por jubilación en un sueldo de pachá. Esos pueblecitos playeros resultaban los lugares idóneos en los que antiguos altos cargos nazis podían pasar desapercibidos entre los miles de compatriotas que buscaban el sol. Aunque también se cita su presencia en Cataluña y en Madrid, las historias suelen correr en esos pueblos…en la costa levantina, en el litoral de Granada, en Málaga, en Cádiz, en Baleares y en…
– Canarias.
– Bingo, Gabriel… Canarias. En cualquiera de esos pueblos costeros en los que puedes encontrar pubs ingleses o bares con la carta escrita en alemán y en los que muchos extranjeros llevan viviendo años sin hablar una palabra de español. Pues algunos de esos viejecitos jubilados con pinta afable son antiguos nazis con el apellido cambiado. Prácticamente en cualquier guachinche costero de Canarias antes o después, si sacas el tema, alguien te contará la historia de un viejecito que tenía una caja en casa en la que guardaba una foto suya con un uniforme de general, una pistola y una cruz de hierro.
»Esos antiguos nazis nunca preocuparon demasiado a la policía franquista española, ni siquiera después, cuando el país fue una democracia. Se sabía que estaban aquí y quiénes eran, pero eran ya muy mayores y no realizaban ninguna actividad que pudiera ser comprometedora para la seguridad del Estado. Además, desde Alemania nunca se reclamó control sobre ellos. Salvo en casos muy excepcionales. De manera que España ha sido desde el final de la guerra el paraíso europeo desde el que poder burlarse de las legislaciones antifascistas y desarrollar actividades como la edición de libros y revistas. Algunos de los casos han salido a la luz, pero por cinco nazis extraditados ha habido miles que se quedaron aquí tan tranquilamente. Doscientos mil, según el embajador soviético ante la ONU y según cálculos israelíes. Un mínimo de cien mil, según otros.
– Pero ésa es una cifra altísima… -Helena de nuevo, punteando el discurso de Virgilio con la atención concentrada en sus palabras.
– Altísima, sí. Pero hay que tener en cuenta que el gobierno franquista nunca fue tan neutral como se pretendía, y que mientras duró la contienda muchos oficiales alemanes invirtieron en España su botín de guerra con la idea de refugiarse aquí en el futuro si la contienda se perdía. Así que la derrota militar nazi trajo una avalancha de refugiados a la península Ibérica. Precisamente porque durante el Tercer Reich los nazis organizaron una importante infraestructura económica en el territorio del Estado español. Se estima que, acabando la segunda guerra mundial, los nazis dejaron aquí valores entre uno y dos billones, repito, billones de pesetas…
– Eso es un fortunón… -exclamó Helena asombrada y Gabriel hubiera cedido gustoso su carísimo apartamento de Londres sólo porque ella le hubiera escuchado con semejante interés, con que hubiera clavado en él los ojos tal y como entonces los fijaba en Virgilio.
– Sí… -El guía parecía acostumbrado a que las mujeres le escucharan y le miraran así-. Sí, querida -aquel odioso apelativo, de nuevo-. Y a ese monto hay que añadirle el valor de un racimo de holdings: empresas de seguros, bancos, industrias químicas y eléctricas, navieras, mineras y agrícolas, etc.
»Mira, muy probablemente, de no haberse hallado los campos de concentración, el nazismo como filosofía e ideario político no habría sido tan perseguido. Así que los nazis tenían la idea de que, si perdían la guerra, podrían refugiarse en España sin tener siquiera que cambiar de nombre, simplemente como un general cualquiera de un ejército derrotado que se retira a otro país. Entonces muchos no imaginaban que los fueran a juzgar por crímenes de guerra.
»Como os decía, los agentes nazis vinieron a España porque era aquí donde habían invertido su dinero, y la mayoría de ellos simplemente se cambiaron el nombre y compraron un pasaporte nuevo en un momento en el que era facilísimo hacerlo porque los diplomáticos y los funcionarios franquistas hicieron florecer un buen negocio con la venta de documentos españoles falsos. Resultaba fácil en una España empobrecida tras la guerra civil en la que campaba la picaresca y la lucha por la supervivencia y en la que los trapicheos ilegales estaban a la orden del día. De este modo, muchos alemanes se convirtieron en españoles. Algunos ni siquiera eso, sino que mantuvieron su nombre sin reparos, confiando en que nadie los reclamaría. Una vez aquí, el ministro de Exteriores siempre encontró algún argumento oportuno para protegerlos. Después, a raíz de algunas débiles reclamaciones de extradición de agentes alemanes o colaboradores nazis por parte de los aliados, el gobierno español entregó a unos pocos. Pero muy pocos. Cuando en 1955 los aliados presentaron a las autoridades franquistas una lista de demanda de expulsión de presuntos agentes nazis, Franco ignoró la petición. Al contrario, la ayuda que esos alemanes recibieron creció. Precisamente hace unos años el periódico El País publicó esa lista negra, que estaba incluida en un documento desclasificado proveniente de los archivos del Ministerio de Exteriores. Y, como curiosidad, ¿qué nombre figuraba en la lista?
– El de Gustav Winter. -Helena citó el nombre de inmediato, como una alumna aplicada que quiere lucirse y destacar ante un apuesto profesor.
– Efectivamente. Y, por supuesto, el Estado español no entregó ni a él ni a los otros reclamados. España fue el país europeo que acogió a más jerarcas, dirigentes, asesinos y verdugos nazis, tanto de cuadros intermedios como de alto nivel. En ningún momento los falangistas cesaron de admitirlos, ayudarlos, otorgarles la tarjeta de residencia o aceptar su entrada en la Legión Cóndor. Contra las demandas de extradición, el gobierno siempre encontraba la excusa de que tal o cual ex jerarca nazi era importante para el Estado español debido a su posición clave en la economía o a una cualificación superior de técnico, director o representante de alguna empresa alemana radicada en España. Y, de esa manera Merck, AEG, IG Farben o Sofindus se convirtieron en auténticas tapaderas de nazis. Sofindus en particular, que tenía dieciséis filiales en España, parece haber radicado en nuestro país una estructura tan impresionante exclusivamente con tal propósito. Por otra parte, muchos agentes de la Gestapo ingresaron en la Legión española. El Almirantazgo británico recriminó este hecho muchas veces al gobierno de Franco, sobre todo porque algunos de los mandos de la Legión eran jerarcas nazis muy conocidos y significados. El gobierno de Franco respondió al Almirantazgo con una nota en que venía a decir que, dado el duro servicio que se les exigía a los soldados de la Legión, no se podía ser muy exigente respecto a su pasado.
– Qué soberbio, ¿no? Y… ¿cómo se lo permitieron?
– Se lo permitieron, Helena, y en breve te explicaré por qué. Así las cosas, no creo que os sorprenda que la ayuda al prófugo nazi se ofreciera incluso desde el ámbito institucional. En 1940, la Presidencia de Gobierno de Madrid creó el Patronato de Refugiados Extranjeros Indigentes, cuyo objetivo, sobre el papel y en estatutos, era el de ayudar a aquellos extranjeros que «vienen a buscar trabajo, asilo político o posibilidades de salir del país». Lo de extranjeros era un decir, dado que a los únicos extranjeros que este patronato ayudó fueron alemanes.
»Al final, no se sabe con certeza cuántos nazis se refugiaron en territorio de Franco. Debido al secretismo institucional, incluso hoy en día sólo podemos especular sobre ello. Enrique Múgica Herzog, que fue senador en España, defensor del pueblo y presidente del grupo de investigadores sobre el paradero del oro nazi en España, cree que alrededor de cuarenta mil nazis se refugiaron aquí. Ya os he dicho que hay quien dice que fueron cien mil y hay quien habla de doscientos mil.
– En cualquier caso, un número altísimo. -Helena ele nuevo, tan solícita, tan cautivada.
– Sí. En fin, fuera el número que fuese, el caso es que el régimen de Franco les daba su bienvenida a todos, y nadie fue expulsado por los gobiernos posteriores. Hasta que en noviembre de 1947 Estados Unidos se rindió a la evidencia, tiraron la toalla y dieron por cerrado su programa de repatriación.
– Lo que no entiendo es… ¿cómo no se presionó más al gobierno de Franco? ¿Cómo los aliados no amenazaron con represalias? -Gabriel, absorbido por la historia, había decidido dejar de lado un rato su odio carnicero, aunque, por supuesto, éste no se había extinguido en absoluto. No podía evitar que la historia le atrapara y le dividiera en dos: el Gabriel que sentía una antipatía profunda y visceral hacia Virgilio y el Gabriel que quería conversar con él, saber más de aquella historia, incluso, qué extraña y paradójica ocurrencia, hacerse su amigo.
– Necesidades políticas y estrategias de la guerra fría. A nadie le apetecía un enfrentamiento abierto con el gobierno español, dada la situación geopolítica privilegiada de la península Ibérica, y si analizas todos los factores, como la posición estratégica de España como puente entre Sudamérica, Europa y África, las simpatías de Franco hacia el nazismo, la cantidad de nazis afincados en España y los aliados que hacían la vista gorda, no os sorprenderá que la mayoría de los miembros de la Kameradenwerk trabajasen desde España.
»Bueno, tras esta digresión creo que ahora entendéis que, teniendo en cuenta todo lo que os he contado no se puede probar de forma absolutamente concluyente que Gustav Winter fuera miembro de la Kameradenwerk, o de alguna asociación similar, pero resulta verosímil. Es decir, un hombre que monta una base militar en un enclave perdido que podría ser el escondite ideal para refugio y avituallamiento de cualquier barco, submarino o viajero de camino hacia Sudamérica o África; un hombre que cuenta con el apoyo de un gobierno fascista, gobierno que llega al punto de falsificar unos papeles para declarar a una península entera de un área de casi cuatrocientos kilómetros cuadrados exenta de servidumbre de paso… En fin, blanco y en botella.
»Pero, si continuamos con esta hipótesis, en 1950 las actividades de Winter empezaron a ser demasiado evidentes, y una cosa era que Franco diera asilo y refugio a jerarcas nazis en su país, y otra muy distinta que permitiera la actividad de una base militar que empezaba a ser un secreto a voces en una época en la que los helicópteros y los aviones aliados la habían emplazado perfectamente. De ahí que se le requiriera a Winter que destruyera la pista de aterrizaje y que paralizara las obras de construcción del muelle. La zona quedó abandonada, pero podría haber seguido funcionando como enclave de avituallamiento y refugio, aunque fuera temporal. Un retiro, por ejemplo, para ex nazis que estuvieran esperando papeles o transporte hacia otro lugar.
»Tened en cuenta que Jandía cuenta con cuatro manantiales de agua dulce, y los majoreros se aprovechaban de un sistema de canalización y riego que probablemente tenía cientos de años. Winter perfeccionó este sistema con acero alemán, y las ruinas de las tuberías aún son visibles hoy día. La casa Winter disponía de un aljibe y de un generador que cubrían las necesidades de agua y electricidad…
– Así que Cofete resultaba un lugar de retiro idílico.
– Exactamente, Helena. Recordad que todos los majoreros habían abandonado Cofete después de que Winter prohibiera la siembra en la zona y los condenara, por tanto, al hambre. La península de Jandía está atravesada por una crestería y son las montañas, precisamente, las que aíslan Cofete de los vientos alisios, de ahí el clima privilegiado. Como el terreno está en pendiente, se sembraba en bancales. Cuando Cofete era un vergel, existían unos bancales de cientos de años de antigüedad, muros de piedra que servían tanto para separar parcelas de cultivo como para aprovechar al máximo el terreno cultivable y evitar el desperdicio de agua. Al despoblarse la zona y al no haber nadie que fuera reponiendo las piedras que la lluvia o los vientos derribaban, dichos bancales se fueron derrumbando. El terreno se cubrió de piedras y todos los cultivos se perdieron. Y, así, el antiguo vergel que fue Cofete adquirió el aspecto yermo que tiene hoy.
– Y ahora, ¿qué es?, ¿un desierto?
– No exactamente, ya lo veréis. Estoy a punto de acabar la historia. En el año sesenta y dos, en una época en la que las actividades de la Kameradenwerk se habían limitado considerablemente, pues casi todos los ex altos mandos nazis va vivían confortablemente instalados en España o Sudamérica, o bien ya habían fallecido, Winter vendió las tierras de la península de Jandía pero se reservó la propiedad de la casa. Lo curioso es que antes de irse tapió los sótanos, de forma que actualmente es imposible precisar si de verdad existían, como se supone, túneles en la casa con acceso directo al mar, tal y como afirmaron en su día muchos de los sirvientes que habían trabajado en la casa. La leyenda dice que esos túneles se diseñaron para permitir el paso de submarinos, pero lo veo poco probable, pues la accidentada geografía de Jandía no da como para construir un túnel tan ancho que pudiera permitir el paso de un submarino. Y la zona, con semejantes corrientes, no permitiría maniobras muy sofisticadas. Yo tiendo a pensar que los túneles existían, ya que, de lo contrario, no veo la razón para tapiar los sótanos, pero creo que no se construyeron para permitir el paso de submarinos, sino para facilitar una huida rápida en caso necesario. Claro que todo son elucubraciones…
»En fin, cuando lleguemos, ya veréis cómo en semejante paisaje de soledad absoluta, cuando uno se encuentra con esa villa enorme en medio de la playa… Es imposible no darse cuenta de que se trata de un elemento insólito y preguntarse qué diablos pinta esa villa allí, ya que desde luego no es, ni puede ser, por sus dimensiones, por su aspecto, por su estructura, el sitio de recreo y reposo de una familia, tal y como insistían la viuda y los hijos de Winter. El caso es que Gustav Winter desapareció hace más de treinta años, después de habitar el extremo más despoblado de las Canarias durante otros treinta. Su secreto, si lo hubo, sigue sin desvelarse, y en Jandía la población sigue creyendo en la existencia de túneles subterráneos que conducen desde los sótanos de la casa Winter hasta el mar. Fuera o no Herr Winter un espía al servicio de Hitler, la leyenda vive. Y, cuando lleguemos allí y veáis la casa y el entorno, creo que entenderéis por qué…
El vehículo avanzaba ajeno a los celos de Gabriel, a su inseguridad, a sus miedos infantiles, ronroneando como un animal tranquilo y bien alimentado, y la voz interna de Gabriel le requirió que recuperara la compostura y la contención, que controlara la expresión y los gestos, que asegurara firmemente las compuertas para impedir que se desbordara cualquier emoción inoportuna. Igual que el caracol, con los años había ido creándose un refugio a la medida de sus necesidades, una concha frágil en realidad, y que podría resquebrajarse con la simple pisada de un niño, como acababa de quedar demostrado, pero su refugio exclusivo al fin y al cabo, en el que podía replegarse, como hacía siempre, cuando se sentía vulnerable. Contuvo la respiración y se obligó a sí mismo a concentrarse en el paisaje.