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La Idea hizo que volviera a la consulta de la vidente. La Idea me había dejado reducido a cenizas. Privado de sentido.

¿Por qué no me habló de su relación con Vera? Comprendía que mi rígida mentalidad no favoreció esta clase de confidencias (tampoco la de la dead line). Quizá su contacto con otras culturas más espirituales la hizo más sensible a todo esto. Lady Macbeth me miraba con sus ojos fosfóricos, y tan pronto estaba ahí como se había esfumado por alguna fractura del espacio/tiempo.

Esta vez Vera vestía un peto vaquero y zapatillas deportivas. Iba sin maquillar. Le pedí disculpas por mi comportamiento de la otra vez.

– ¿En qué puedo ayudarte ahora? -Su tono de voz era en sí mismo un reproche.

¿En qué podía ayudarme? Bien, tenía algo así como un millón de preguntas; verbigracia, ¿es el tiempo reversible? ¿Qué es el tiempo? ¿Cómo se puede ver el futuro? ¿Se la tiró realmente el Polvazo?

En lugar de eso, le pregunté simplemente cómo lo hacía. Ella se echó a reír y antes de entrar en conversación puso un disco titulado El misterio de las voces búlgaras, tras lo cual se sentó junto a mí y me miró con expresión aprobadora y magnánima. Una corriente de voces entrelazadas comenzó a envolvernos suavemente.

Me explicó que ejercer de sibila es peligroso, además de irresponsable. Ella prefería interpretar el presente y guiar a las personas en el sendero de la felicidad.

– El futuro puede verse, pero no cambiarse, Lucas. Hay unos versos de Borges: «el porvenir es tan irrevocable como el rígido ayer». -Me observaba con una dulce sonrisa, como si pudiera entender lo que pasaba por mi cabeza en ese momento-. Yo no tengo una bola de cristal. La clarividencia consiste en descubrir lo que ya sabemos, pero hemos olvidado. Incursionarnos en ese olvido. Todo está dentro de nosotros. La luz y la sombra, el pasado y el futuro… -Esbozó un amplio arco en el aire.

»Quiso practicar conmigo, hacer un ejercicio. En aquella ocasión conectamos nuestras mentes en la oscuridad. Ella proponía, como en un juego de búsquedas. Ella proponía y yo la guiaba, en silencio. Nos sentamos en el suelo tocándonos las espaldas, para estar en contacto pero no vernos la cara, en total concentración. Yo trataba de recibir los mensajes de su pensamiento, ella tenía lápiz y papel, por si podía registrar lo que ocurría, al final escribió esa fecha; dijo que se la transmití con una voz interior, tras concentrarnos en su futuro, en su último día; no sé si la vi yo o la vio ella, pero al final creí que había sido un simple ejercicio de telepatía, no de precognición. Una fecha cualquiera que había pasado de una mente a otra, sin más trascendencia. Traté de quitarle importancia a esa fecha, ni yo misma creía que fuera cierta, pero me di cuenta de que, jugando juntas, habíamos ido más allá de las reglas, más allá de lo razonable. Estaba un poco asustada, las dos lo estábamos; esa fecha era demasiado cercana, no podía ser cierta. Le aconsejé que lo olvidara, pero ella se lo tomó en serio; había experimentado una conexión psíquica con su futuro, con su final, para ella la experiencia había sido real. Lo fue, por desgracia. Y no pudo evitarlo. Nadie puede escapar al destino. Por eso es mejor no tratar de leerlo con antelación.

La gata de pelaje abullonado maulló sobre una silla y movió la cabeza en un gesto de asentimiento.