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EL CERN AFIRMA DISPONER DE INDICIOS DE UN NUEVO ESTADO DE LA MATERIA
Turín. B.T. Unos experimentos realizados en el Laboratorio Europeo de Física de Partículas del CERN, en Ginebra, han arrojado indicios de un nuevo estado de la materia, en el que las más minúsculas partículas elementales subatómicas -los quarks-, vagabundean libremente, en vez de estar férreamente enlazadas formando protones y neutrones que, a su vez, componen los núcleos atómicos. Es como una especie de sopa de quarks que fue el estado del universo unos 10 microsegundos después del Big Bang, cuando el cosmos era extremadamente caliente y denso. Poco después, ese universo infernal se fue enfriando y los quarks se asociaron formando neutrones y protones que acabarían constituyendo los núcleos de los átomos.
Para reproducir tal situación extrema y lograr fundir los protones y neutrones hasta liberar sus quarks constituyentes, los físicos del CERN han hecho colisionar núcleos de plomo a altísimas velocidades, logrando condiciones de alta densidad.
El CERN afirma haber creado un nuevo estado de materia: «Los datos combinados de siete experimentos del programa Iones Pesados del CERN dan una imagen clara de un nuevo estado de la materia».
En estos experimentos no se ve directamente esa sopa, puesto que dura sólo unas fracciones de segundo, pero se puede deducir su existencia por el humo resultante, es decir, por la producción de otras partículas y radiaciones generadas, que es lo que miden los detectores. Lucas Frías, de la división de física experimental del CERN, afirma que es como ver la sonrisa del gato de Cheshire de Alicia en el país de las maravillas, que permanece después de que el gato haya desaparecido.
Sin embargo, varios expertos del Laboratorio de Brookhaven (EE.UU.), donde trabajan en este mismo campo, han tildado de exagerada la pretensión del laboratorio europeo y la polémica no se ha hecho esperar. El director del CERN matizó: «Es un paso en la investigación… no es la última palabra…».
En EE.UU. abundan los comentarios escépticos sobre un descubrimiento «ampliamente discutido» según Los Angeles Times. En los datos del CERN «no aparece la pistola humeante», señala el profesor Barry Ledig, del Laboratorio de Brookhaven.
«I don't see the smoking gun»; su frase aún resuena en mis oídos. Sin embargo, sí había pistola humeante, sí había balística, aunque Barry Ledig entonces no supiera advertirlo, por que le faltó verdadero olfato de sabueso. No realizó bien la inspección ocular. Había caso.
Releo ahora esta noticia de prensa de mayo de 1990, que Elena recortó y plastificó con orgullo, y conservó en una carpeta de documentos importantes, porque para ella yo sí que había cosechado un gran éxito para la ciencia.
Releo la noticia y pienso en Barry Ledig, en cómo me puso la zancadilla en un momento en que necesitaba un empuje. Tres años después localizó mi número de teléfono y me comunicó que buscaban a un físico experimental para codirigir el equipo del Laboratorio Nacional de Brookhaven en Upton, Long Island. Había pensado en mí, entre otros, «por mis hallazgos en el CERN». Ésta fue su manera de reconocer su error, de tenderme la mano.
Barry y yo nos conocimos en el Palacio de Congresos de Turín, en 1990, donde se celebraba la conferencia internacional sobre el modelo estándar de partículas que reseña la noticia. En mi ponencia, titulada Quark Matter, presenté los trabajos que me habían mantenido ocupado durante ese período en el que Elena me llamaba por teléfono y me apremiaba a tomar una decisión. Quería saber si pensaba quedarme definitivamente en Ginebra, quería saber a qué atenerse conmigo. Estaba cansada de esperarme.
La conferencia de Turín había sido mi meta después de largos años de esfuerzo, una gran oportunidad para aportar algo relevante a la ciencia. Nuestro equipo llegaba con un gran descubrimiento y mi estado de ánimo en aquel entonces era febril. Las últimas noches no había podido conciliar el sueño, ultimando detalles de la exposición. Quería ser brillante, quería ser diáfano. Quería sorprender a la comunidad científica y ganarme el respeto de todos. Los trabajos sobre los quarks en estado libre merecían una gran recepción y la habrían tenido, sin duda, si no nos hubiéramos tropezado con Barry Ledig.
Barry era ya por entonces uno de los físicos experimentales más respetados, especialista en cromodinámica cuántica. Su verbo acerado y campechano y su agudeza le habían granjeado cierta popularidad. Al día siguiente de nuestra presentación, subió al estrado con su andar rotundo, y con su acento californiano afirmó que nuestras pruebas no eran sólidas y que no tenían ni la consistencia de una sopa, ni tan siquiera la evanescencia del humo.
Debo matizar que el término sopa había sido acuñado por los periodistas que difundieron el resumen de nuestra presentación -nosotros hablábamos de plasma- y fue aprovechado por Barry Ledig con fines satíricos. La palabra «humo», en cambio, sí se mentó en nuestras conclusiones finales para referirnos de forma sencilla a las radiaciones por las que deducíamos lo que había ocurrido antes, durante unas fracciones de segundo y a altísimas temperaturas. «No se ve el humo -añadió Barry desde el estrado, mirando a la audiencia con aire desafiante-, ni tampoco el revólver humeante, de modo que nuestros detectives tal vez hayan seguido una pista falsa.»
Por entonces, Barry trabajaba en el RHIC de Brookhaven, donde precisamente estaban interesados en conseguir la separación de quarks; tal vez les habíamos tomado la delantera y por ello intentaban frenarnos.
Durante la cena de clausura del congreso, ya en los postres se acercó a felicitarme mordiendo un puro por la comisura de la boca. Le estreché la mano sin entusiasmo, por cortesía. Era una mano regordeta y menos vigorosa de lo que esperaba. Le pregunté si de veras creía que nuestros resultados eran falsos. Se echó a reír con una risa de granuja y eludió pronunciarse.
Resulta paradójico que ese desengaño fuera el detonante de mi decisión final a favor de Elena. Me sentí menospreciado. En dos días en Turín habían pisoteado varios años de trabajo. Ya no tenía ilusión en seguir por ese camino, de modo que podía renunciar al CERN y establecerme en Madrid junto a Elena. Y eso fue exactamente lo que hice. En realidad, nunca supe si fue Elena lo que me hizo volver a ella, o si fue el despecho y la rabia. Un despecho que hice extensivo a la comunidad de físicos de partículas. Elena Blanco se me ofrecía como un refugio sentimental. Claro que ni yo mismo era consciente de este importante matiz. Creí que mi elección era una apuesta por ella, por un futuro juntos. Así lo entendió también ella.
Fue un error. En cuanto dejé de ocuparme de la pregunta fundamental, ¿cómo empezó el universo?, dejé también de encontrar sentido a mi vida.
Barry Ledig tardó años en hallar pruebas del plasma de quarks en el Laboratorio Nacional de Brookhaven. Llegó a las mismas conclusiones que habíamos presentado en Turín. También descubrió el quark t que nosotros predijimos, y su masa era la que habíamos estimado. Barry no se comió el sombrero, ni entonó el mea culpa; simplemente me ofreció un puesto en Brookhaven, en la división experimental, para seguir estudiando los quarks. Y si superaba unas pruebas de selección, podía ocupar el cargo de subdirector.
Desde su zancadilla en Turín hasta su generosa oferta habían transcurrido algo más de dos años de trabajo estéril en el Servicio Interdepartamental de Investigación de la Facultad de Física, en Madrid, con el Proyectazo. Dos años durante los cuales mi relación con Elena había ido en total declive, hacia el hermetismo autista por mi parte. Dos años de frustración, en los que ansiaba volver a la física de partículas, a los quarks. Era mi gran oportunidad.
En noviembre de 1992 hice un vuelo a Nueva York y desde allí tomé un enlace a Long Island y a Brookhaven. A Elena le dije que era un viaje rutinario de trabajo. Si conseguía el puesto, estaba dispuesto a abandonar Madrid y sacrificar la relación, o lo que quedara aún en pie de ella. Semejante mudanza iba a significar un rumbo nuevo en mi vida, soltando lastres. Por eso, hasta que no se confirmara la oferta, preferí guardar reserva. En caso de no obtener el puesto, todo seguiría igual, al menos durante algún tiempo, aunque lo cierto es que nada marchaba bien. Habría mantenido la mentira sobre la que justifiqué ese viaje, y la mentira de nuestra relación. Y habría prolongado mi existencia narcotizada en Madrid.
Llegué a Long Island una semana antes del accidente de Elena. Barry me brindó un muy amistoso recibimiento. Me enseñó las instalaciones.
– Si de mí dependiera, el puesto de subdirector sería tuyo. Sin embargo, hay dos directivos que ni siquiera son físicos ni tienen maldita idea de lo que estamos haciendo, ya que ocupan cargos ejecutivos. Ellos quieren que este procedimiento de selección sea totalmente limpio, conforme a las normas. Así que te deseo lo mejor y que la Fuerza fuerte te acompañe.
Barry y su equipo buscaban crear una materia más caliente y densa en los aceleradores del RHIC, y ahí entraría yo. Era un trabajo hecho a mi medida, con una tecnología puntera y desde un cargo que me permitiría tomar decisiones importantes. Pero aún quedaba superar la última prueba de selección.
El Relativistic Heavy Ion Collider (RHIC) me deslumbró. Dos aceleradores circulares de unos cuatro kilómetros de perímetro, capaces de acelerar iones pesados a la velocidad de la luz y crear colisiones entre estas partículas podían proporcionar importantes pistas a las grandes cuestiones sobre el origen del universo y la estructura última de la materia. Colisionando iones de oro a velocidades cercanas a la luz y a una temperatura suficiente para licuar la torre Eiffel en un instante, se iban a liberar los quarks de nuevo, creando ese misterioso plasma que habíamos prefigurado en el CERN.
Una enfermedad terminal del subdirector del laboratorio y mano derecha de Barry había dejado vacante este cargo. Nos presentamos cerca de doscientos candidatos, y tras varias jornadas draconianas de selección, sólo quedamos tres.
La última prueba, la que pretendía despejar al candidato idóneo de los tres que quedábamos, no pudo realizarse debido a la noticia de la muerte de Elena. Esta llamada lo truncó todo a las puertas del final. Viendo mi estado, Barry tomó la decisión de postergar la prueba hasta al cabo de un mes, en diciembre. Puesto que los otros dos candidatos eran un inglés y un alemán, fijó en París el centro geométrico para el encuentro. Estuvimos de acuerdo.
¿Por qué le mentí a Elena? ¿Cómo llegué a hacer las cosas tan mal? Mi silencio farisaico era una medida cautelar. Quería evitar un conflicto innecesario, una dolorosa crisis. Me dije que si conseguía el puesto haría frente al vendaval, pero entonces yo me sentiría mucho más fuerte en mi posición. Me había convencido a mí mismo de que en realidad no la quería, ni la necesitaba, incluso de que sería mucho más feliz lejos de ella.
I don't see the smoking gun. Cuando regresé precipitadamente a Madrid, descubrí aterrado que sí había revólver humeante; yo lo empuñaba, y yo había apretado el gatillo.