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Cuando Tristana la vio llegar no dio grandes muestra de extrañeza: Conocía el drama causado por el huracán en la zona donde el pueblo de Elena se ubicaba.

– Dios mío, cuánto me he acordado de ti -le dijo mientras la abrazaba y Elena lanzaba su dolor comprimido sobre el hombro de su amiga.

Cuando se hubieron sosegado comenzaron las explicaciones y las miserias que atenazaban la vida de la recién llegada.

– Necesitaré encontrar trabajo Tristana. Tú tienes una empresa. Quizás podrías proporcionarme un empleo.

Tristana la contemplaba compungida. El aspecto de su amiga no era demasiado estético, no obstante a pesar de todo continuaba siendo muy bella y atractiva.

– Preciso encontrar trabajo -insistió Elena. -¿Podrás ayudarme?

Tristana asintió con la cabeza:

– ¿Cuántos años tienes? -preguntó.

– Dieciocho.

– Perfecto -dijo- la mayoría de edad es imprescindible para el trabajo que puedo conseguirte -y tras una breve pausa, añadió- eres bonita, inteligente y sabes expresarte. El resto corre de mi cuenta. -Y tras un ligero silencio, añadió-, de momento puedes hospedarte en mi casa, pero si todo funciona como yo imagino, pronto podrás instalarte por tu cuenta ¿Traes equipaje?

– Un cuadro pequeño y algo de dinero.

– No importa: yo me encargaré de equiparte. Todo saldrá bien. No te preocupes.

***

El principio no fue agradable. Pero el dinero suavizaba pronto las durezas y vergüenzas que debía soportar.

Los clientes se hartaban de ensalzar sus belleza entre recatada, inocente y audaz.

Todos querían conocerla, utilizarla y convertirla en la más cotizada de la organización que Tristana dirigía.

Y el dinero comenzó a llenar las arcas vacías de Elena.

Al poco tiempo sus inevitables reparos empezaron a convertirse en costumbre.

Lo que fue altamente incómodo se le iba disipando para ser otra cosa; algo muy alejado de su vida pasada, pero que configuraba un presente nuevo y lleno de promesas.

Pronto pudo alquilar un piso en un barrio cercano al puerto.

El mar ya no era un deseo incumplido. Desde el balcón de su casa el mar era ya algo suyo, un anhelo conseguido y una esperanza realizada.

Por eso, en sus horas libres, Elena casi podía olvidarse del pueblo destruido, del entierro masivo de cuerpos sin entidad definida y hasta le fue posible imaginar que su profesión no era deshonrosa.

***

Cuando Tristana supo que Elena estaba embarazada, se le llenó el rostro de una ráfaga de enfado.

– Pero hija, ¿cómo has llegado a ese extremo? ¿Por qué dejaste de lado las reglas que yo te di? ¿Por qué olvidaste las precauciones necesarias?

– Fue un descuido, me olvidé.

– Pues menuda la has hecho con tu olvido -y tras ese pequeño enfado, Tristana preguntó- ¿Qué vas a hacer ahora?

– Cambiar de vida. Tengo suficiente caudal para abrir un pequeño negocio. No quiero que mi hijo pueda avergonzarse de su madre.

– Así que piensas tenerlo.

– Naturalmente. No voy a matarlo.

– ¿Quién es el padre?

– No lo sé. Hoy día hay muchos hijos que nacen sin padre.

A Tristana la decisión de Elena no le convencía.

– También son muchos los padres que precisan hijos. Podrías darlo en adopción.

Elena frunció el entrecejo y casi se volvió agresiva:

– No pretenderás que vuelva a quedarme sola. Por fin podré tener un principio de familia.

– O un final de independencia.

– ¿Crees que ofrecer placeres a fuerza de tender la mano es vivir independiente? -preguntó Elena.

Tristana no contestó. En el fondo lo que realmente le preocupaba no era que su amiga se complicara la vida con un hijo de nadie. Lo que realmente le molestaba era que, por culpa de un «alguien» desconocido, una de sus más cotizadas mercancías decidiera esfumarse. ¿Cómo explicar a sus clientes la ausencia de aquella presencia tan apreciada y solicitada?

No obstante Tristana todavía intentó cambiar el rumbo de sus decisiones dándole un toque de atención.

– Eres demasiado bonita para desperdiciar tu vida regentando una tienducha y dedicada a cuidar de un crío.

– La belleza dura poco. Los críos crecen. Y el amor de una madre no puede compararse al que ofrecen los clientes de tu empresa.

– A lo mejor uno de esos clientes podría retirarte. Conozco varios casos que lo consiguieron y acabaron siendo millonarias.

– Serán millonarias pero también miserables. Yo no seré miserable. Tener un hijo siempre enriquece.

***

Cambió Elena de casa. Se olvidó del mar y se adentró en el centro de la ciudad. Encontró una vivienda barata que formaba parte de una plaza y cuya estructura le permitía instalar una pequeña tienda de prendas para la mujer: medias, camisetas, pijamas, ropa interior, zapatillas, batas, todo lo que lentamente Elena iba descubriendo para mejorar su discreto negocio.

Cuando el niño vino a este mundo y con él regresó a su casa, el negocio, aunque modesto, prosperaba y el día del bautizo fue una fiesta para todo el barrio.

Como nació el primer día del año, el nombre que le impusieron fue Manuel…