37964.fb2 El Evangelio seg?n Jesucristo - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 11

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Respiró Dios profundamente, miró la niebla de alrededor y murmuró, en tono de quien acaba de hacer un descubrimiento inesperado y curioso, No lo había pensado, esto es como estar en el desierto. Volvió los ojos a Jesús, hizo una larga pausa, y luego, como quien se resigna ante lo inevitable, comenzó, La insatisfacción, hijo mío, fue puesta en el corazón de los hombres por el Dios que los creó, hablo de mí, claro, pero esa insatisfacción, como todo lo demás que os hace a mi imagen y semejanza, la busqué donde ella estaba, en mi propio corazón, y el tiempo que ha pasado desde entonces no la ha hecho desvanecerse, al contrario, parece como si el tiempo la hubiera hecho más fuerte, más urgente, de mayor exigencia. Dios hizo aquí una breve pausa como para apreciar el efecto de la introducción, luego prosiguió, Desde hace cuatro mil y cuatro años, soy dios de los judíos, gente de natural conflictiva y complicada, pero de la que, haciendo balance de nuestras relaciones, no me quejo, una vez que me toman en serio y así se mantendrán a lo largo de todo lo que puede alcanzar mi visión de futuro, Por tanto estás satisfecho, dijo Jesús, Lo estoy y no lo estoy, o mejor dicho, lo estaría si no fuera por este inquieto corazón mío que todos los días me dice Sí señor, bonito destino, después de cuatro mil años de trabajo y preocupaciones, que los sacrificios en los altares, por abundantes y variados que sean, jamás pagarán, sigues siendo el dios de un pueblo pequeñísimo que vive en una parte diminuta del mundo que creaste con todo lo que tiene encima, dime tú, hijo mío, si puedo vivir satisfecho teniendo ésta, por así llamarla, vejatoria evidencia todos los días ante los ojos, Yo no he creado ningún mundo, no puedo valorarla, dijo Jesús, Es verdad, no puedes valorarla, pero sí puedes ayudar, Ayudar a qué, A ampliar mi influencia para ser dios de mucha más gente, No entiendo, Si cumples bien tu papel, es decir, el papel que te he reservado en mi plan, estoy segurísimo de que en poco más de media docena de siglos, aunque tengamos que luchar, yo y tú, con muchas contrariedades, pasaré de dios de los hebreos a dios de los que llamaremos católicos, a la griega. Y cuál es el papel que me has destinado en tu plan, El de mártir, hijo mío, el de víctima, que es lo mejor que hay para difundir una creencia y enfervorizar una fe. Las dos palabras, mártir, víctima, salieron de la boca de Dios como si la lengua que dentro tenía fuese de leche y miel, pero un súbito hielo estremeció de horror los miembros de Jesús, parecía que la niebla se hubiese cerrado sobre él, al mismo tiempo que el Diablo lo miraba con expresión enigmática, mezcla de interés científico e involuntaria piedad. Me dijiste que me darías poder y gloria, balbuceó Jesús, temblando aún de frío, Y te los daré, te los daré, pero recuerda lo que acordamos en su día, lo tendrás todo, pero después de la muerte, Y de qué me sirven poder y gloria si estoy muerto, Bien, no estarás precisamente muerto, en el sentido absoluto de la palabra, pues siendo tú mi hijo estarás conmigo, o en mí, aún no lo tengo decidido de manera definitiva, En ese sentido que dices, qué es no estar muerto, Es, por ejemplo, ver, siempre, cómo te veneran en templos y altares, hasta el punto, puedo adelantártelo ya, de que las personas del futuro olvidarán un poco al Dios inicial que soy, pero eso no tiene importancia, lo mucho puede ser compartido, lo poco no. Jesús miró a Pastor, lo vio sonreír, y comprendió, Ahora entiendo por qué está aquí el Diablo, si tu autoridad se prolonga a más gente y a más países, también se prolongará su poder sobre los hombres, pues tus límites son sus límites, ni un paso más, ni un paso menos, Tienes toda la razón, hijo mío, me alegro de tu perspicacia, y la prueba de eso la tienes en el hecho, en el que nunca se repara, de que los demonios de una religión no pueden tener acción alguna en otra religión, como un dios, imaginando que hubiera entrado en confrontación directa con otro dios, no lo puede vencer ni por él ser vencido, Y mi muerte, cómo será, A un mártir le conviene una muerte dolorosa, y si es posible infame, para que la actitud de los creyentes se haga más fácilmentte sensible, apasionada, emotiva, No vengas con rodeos, dime cuál va a ser mi muerte, Dolorosa, infame, en la cruz, Como mi padre, tu padre soy yo, no lo olvides, Si puedo todavía elegir un padre, lo elijo a él, incluso habiendo sido él, como fue, infame una hora de su vida, Has sido elegido, no puedes elegir, Rompo el contrato, me desligo de ti, quiero vivir como un hombre cualquiera, Palabras inútiles, hijo mío, aún no te has dado cuenta de que estás en mi poder y de que todos esos documentos sellados a los que llamamos acuerdo, pacto, tratado, contrato, alianza, en los que figuro yo como parte, podían llevar una sola cláusula, con menos gasto de tinta y papel, una que prescribiese sin más florituras, Todo cuanto la ley de Dios quiera es obligatorio, las excepciones también, ahora, hijo mío, siendo tú, de cierta y notable manera, una excepción, acabas siendo tan obligatorio como es la ley, y yo que la hice, Pero, con el poder que sólo tú tienes, sería mucho más fácil, y éticamente más limpio, que fueras tú mismo a la conquista de esos países y de esa gente:

– No puede ser, lo impide el pacto que hay entre los dioses, ese sí, inamovible, de nunca interferir directamente en los conflictos, me imaginas acaso en una plaza pública, rodeado de gentiles y paganos, intentando convencerlos de que el dios de ellos es un fraude y que el verdadero Dios soy yo, esas no son cosas que un dios le haga a otro, aparte de que a ningún dios le gusta que le hagan en su casa aquello que sería incorrecto que él hiciese en casa de los otros, Entonces os servís de los hombres, Sí, hijo mío, sí, el hombre es, podríamos decir, palo para cualquier cuchara, desde que nace hasta que muere está siempre dispuesto a obedecer, lo mandan para allá y él va, le dicen que se pare y se para, le ordenan que vuelva atrás y él retrocede, el hombre, tanto en la paz como en la guerra, hablando en términos generales, es lo mejor que le ha podido ocurrir a los dioses, Y el palo de que yo fui hecho, siendo hombre, para qué cuchara servirá, siendo tu hijo, Serás la cuchara que yo meteré en la humanidad para sacarla llena de hombres que creerán en el dios nuevo en el que me convertiré, Llena de hombres para que los devores, No es necesario que yo devore a quien a sí mismo se devorará.

Jesús hundió los remos en el agua, dijo, Adiós, me voy a casa, volveréis por el camino por el que vinisteis, tú a nado, y tú que sin más ni más reapareciste, desaparece también sin más ni más.

Ni Dios ni el Diablo se movieron de donde estaban, y Jesús añadió, irónico, Ah, preferís ir en barca, pues mejor, sí señores, os llevaré hasta la orilla, para que todos puedan, al fin, ver a Dios y al Diablo en sus figuras propias, y que vean lo bien que se entienden y lo parecidos que son.

Jesús dio media vuelta a la barca, en dirección ahora a la orilla de donde había partido, y con golpes de remo fuertes y acompasados, entró en la niebla, tan espesa que en el mismo instante dejó de verse a Dios, y del Diablo ni señal.

Se sintió vivo y alegre, con un vigor fuera de lo común, desde donde estaba no podía ver la proa del barco, pero la sentía levantarse a cada impulso de los remos como la cabeza del caballo en la carrera, que en cada momento parece desligarse del pesado cuerpo, pero tiene que resignarse a tirar de él hasta el fin. Jesús remó, remó, la orilla debía de estar ya próxima, cuál va a ser, se pregunta, la actitud de las gentes cuando les diga, El de las barbas es Dios, el otro es el diablo. Jesús echó una mirada hacia atrás, donde estaba la costa, distiguió una claridad diferente y anunció, Ya estamos, y remó más. En cualquier momento esperaba oír el blando deslizarse del fondo de la barca sobre el lodo espeso de la margen, el roce alegre de las pequeñas piedras sueltas, pero la proa de la barca, que él no veía, apuntaba hacia dentro del lago, y la luz percibida era la del brillante círculo mágico, la de la trampa fulgurante de que Jesús había imaginado escapar. Exhausto, dejó caer la cabeza sobre el pecho, cruzó los brazos sobre las rodillas, puso los puños uno sobre otro, como si esperase que viniera alguien a atárselos, ni siquiera pensó en meter los remos dentro de la barca, tan imperiosa y exclusiva era en él ahora la conciencia de la inutilidad de cualquier gesto que hiciese.

No sería el primero en hablar, no reconocería en voz alta la derrota, no pediría perdón por haber rechazado la voluntad y los decretos de Dios e, indirectamente, atentado contra los intereses del Diablo, natural beneficiario de los efectos segundos, aunque no secundarios, del uso de la voluntad y de la realización efectiva de los proyectos del Señor. El silencio, después de la tentativa frustrada, fue breve, Dios, allá en su banco, tras haberse compuesto el vuelo de la túnica y el manto con la falsa solemnidad ritual del juez que va a emitir una sentencia, dijo, Volvamos a empezar, volvamos a empezar a partir del momento en que te dije que estás en mi poder, porque todo lo que no sea una aceptación tuya, humilde y pacífica, de esta verdad, es tiempo que no deberías perder ni obligarme a perder a mí, Volvamos a empezar, dijo Jesús, pero toma nota de que me niego a hacer milagros y, sin milagros tu proyecto no es nada, un aguacero caído del cielo que no alcanza para matar ninguna sed verdadera, Tendrás razón si estuviese en tu mano el poder de hacer o no hacer milagros, Y no es así, Qué idea, los milagros, tanto los pequeños como los grandes, soy yo quien los hace siempre, en tu presencia, claro, para que recibas los beneficios que me convienen, en el fondo eres un supersticioso, crees que basta con que esté el milagrero a la cabecera de un enfermo para que el milagro acontezca, pero queriéndolo yo, un hombre que estuviera muriéndose sin tener a nadie a su lado, solo en la mayor soledad, sin médico, ni enfermera, ni pariente querido al alcance de su mano o de su voz, queriéndolo yo, repito, ese hombre se salvaría y seguiría viviendo, como si nada le hubiera ocurrido, Por qué no lo haces entonces, Porque él imaginaría que la curación le había venido por gracia de sus méritos personales y se pondría a decir cosas como ésta Una persona como yo no podía morir, ahora bien, ya hay demasiada presunción en el mundo que he creado para que ahora permita que a tanto puedan llegar los desconciertos de opinión, Es decir, todos los milagros son tuyos, Los que hiciste y los que harás, e incluso admitiendo, aunque esto es una mera hipótesis útil para clarificar la cuestión que aquí nos ha traído, admitiendo que llevaras adelante esa obstinación contra mi voluntad, si fueses por el mundo, es un ejemplo, clamando que no eres hijo de Dios, lo que yo haría sería suscitar a tu paso tantos y tan grandes milagros que no tendrías más remedio que rendirte a quien te los estuviera agradeciendo y, en consecuencia, a mí, Entonces, no tengo salida, Ninguna, y no hagas como el cordero rebelde que no quiere ir al sacrificio, y se agita, gime hasta romper el corazón, pero su destino está escrito, el sacrificador lo espera ya con el cuchillo, Yo soy ese cordero, Lo que tú eres, hijo mío, es el cordero de Dios, aquel a quien el propio Dios lleva hasta su altar, que es lo que estamos preparando aquí.

Jesús miró a Pastor como si de él esperase, no un auxilio, sino, siendo forzosamente diferente el entendimiento que él tendrá de las cosas del mundo, pues hombre no es ni fue, ni dios fue ni será, quizá una mirada, un leve movimiento de cejas que pudiera sugerirle al menos una respuesta hábil, dilatoria, que lo liberase, aunque sólo fuera por un tiempo, de la situación de animal acorralado en la que se encuentra. Pero lo que Jesús lee en los ojos de Pastor son las palabras que le dijo cuando lo expulsó de la guarda del rebaño, No has aprendido nada, vete, ahora comprende Jesús que desobedecer a Dios una vez no basta, aquel que no le sacrificó el cordero, no debe sacrificarle la oveja, que a Dios, no se le puede decir Sí para después decirle No, como si el Sí y el No fuesen mano izquierda y mano derecha, es bueno sólo el trabajo que las dos hiciesen. Dios, pese a sus habituales exhibiciones de fuerza, él es el universo y las estrellas, él los rayos y los truenos, él las voces y el fuego en lo alto de la montaña, no tenía poder para obligarte a matar la oveja, sin embargo, tú, por ambición, la mataste, la sangre que ella derramó no la absorbió toda la tierra del deserto, mira cómo llega hasta nosotros, es aquel hilo rojo sobre el agua que, cuando nos vayamos de aquí, seguirá nuestro rastro, el tuyo, el de Dios, el mío. Dijo Jesús a Dios, anunciaré a los hombres que soy tu hijo, el unigénito, pero no creo que ni siquiera en estas tierras que son tuyas eso sea suficiente para que se ensanche, como quieres, tu imperio, Te reconozco, hijo mío, al fin has abandonado las fatigosas veleidades de resistencia con que estuviste a punto de irritarme, y entras, con tu propio pie, en el modus faciendi, ahora bien, entre las innumerables cosas que a los hombres pueden ser dichas, cualquiera que sea su raza, color, credo o filosofía, una sola es pertinente a todos, una sola, a la que ninguno de estos hombres, sabio o ignorante, joven o viejo, poderoso o miserable, se atrevería a responderte Eso que estás diciendo no va conmigo, De qué se trata, preguntó Jesús, ahora sin disimular su interés, Todo hombre, respondió Dios, en tono de quien da una lección, sea quien fuere, esté donde esté, haga lo que haga, es un pecador, el pecado es, por así decir, tan inseparable del hombre como el hombre se ha hecho inseparable del pecado, el hombre es una moneda, le das la vuelta y ves el pecado, No has respondido a mi pregunta, Respondo, sí, y de esta manera, la única palabra que ningún hombre puede rechazar como cosa no suya es Arrepiéntete, porque todos los hombres cayeron en pecado, aunque sólo fuese una sola vez, tuvieron un mal pensamiento, infringieron una costumbre, cometieron un crimen mayor o menor, despreciaron a quien los necesitaba, faltaron a sus deberes, ofendieron a la religión o a sus ministros, renegaron de Dios, a esos hombres no tendrás que decirles más que Arrepentíos Arrepentíos Arrepentíos, Por tan poco no necesitarías sacrificar la vida de aquel de quien dices ser padre, bastaba con que hicieras aparecer a un profeta, Ya ha pasado el tiempo en que escuchaban a los profetas, hoy necesitamos un revulsivo fuerte, algo capaz de conmover la sensibilidad y arrebatar los sentimientos, Un hijo de Dios en la cruz, Por ejemplo, Y qué más le diré a la gente, aparte de exigirles un dudoso arrepentimiento, si, hartos de tu advertencia, me dan la espalda, Sí, mandar que se arrepientan no creo que sea suficiente, tendrás que recurrir a la imaginación, y no digas que no la tienes, todavía hoy estoy sorprendido con el modo como conseguiste no sacrificarme el cordero, Fue fácil, el animal no tenía nada de que arrepentirse, Graciosa respuesta, aunque sin sentido, pero hasta eso es bueno, hay que dejar inquietas a las personas, envueltas en dudas, inducirlas a pensar que si no consiguen entender, la culpa es suya, Tengo que contarles historias, Sí, historias, parábolas, ejemplos morales, aunque tengas que retorcer un poco la ley, no te importe, es una osadía que las gentes timoratas siempre aprecian en los otros, a mí mismo, pero no por ser timorato, me gustó tu manera de librar de la muerte a la adúltera, y mira que lo que digo no es poco, pues esa justicia la puse yo en la regla que os di, Permites que te subviertan las leyes, es una mala señal, Lo permito cuando me sirve, incluso llego a quererlo cuando me es útil, recuerda la explicación sobre la ley y las excepciones, lo que mi voluntad quiere, se hace obligatorio en el mismo instante, Moriré en la cruz, dijiste:

– Esa es mi voluntad.

Jesús miró al pastor, pero el rostro de él parecía ausente, como si estuviera contemplando un momento del futuro y le costara creer lo que veían sus ojos. Jesús dejó caer los brazos y dijo, Hágase entonces en mí según tu voluntad.

Dios iba a contragularse, a levantarse del banco para abrazar al hijo amado, cuando un gesto de Jesús lo detuvo, Con una condición, Bien sabes que no puedes poner condiciones, respondió Dios con expresión de contrariedad, No le llamemos condición, llamémosle ruego, el simple ruego de un condenado a muerte, A ver, di, Tú eres Dios y Dios no puede sino responder con verdad a cualquier pregunta que se le haga, y, siendo Dios, conoce todo el tiempo pasado, la vida de hoy, que está en el medio, y todo el tiempo futuro, Así es, yo soy el tiempo, la verdad y la vida, Entonces, dime, en nombre de todo lo que dices ser, cómo será el futuro después de mi muerte, qué habrá en él que no habría si yo no hubiera aceptado sacrificarme a tu insatisfacción, a ese deseo de reinar sobre más gente y más países. Dios hizo un movimiento de enfado, como quien acaba de verse preso en una red armada por sus propias palabras, e intentó, sin convicción, una evasiva, Mira, hijo mío, el futuro es enorme, el futuro sería muy largo de contar, Cuánto tiempo llevamos aquí en el mar, envueltos en la niebla, preguntó Jesús, un día, un mes, un año, pues bien continuemos otro año, otro mes, otro día, el Diablo que se vaya si quiere, ya tiene garantizada su parte, y si los beneficios fueran proporcionales, como parece justo, cuanto más crezca Dios, más crecerá el Diablo, Me quedo, dijo Pastor, era su primera palabra desde que se había anunciado, Me quedo, repitió, y luego, También yo puedo ver algunas cosas del futuro, pero lo que no siempre consigo es distinguir si es verdad o mentira lo que creo ver, es decir, veo mis mentiras como lo que son, verdades mías, pero nunca sé hasta qué punto las verdades de los otros son mentiras suyas. La laberíntica tirada exigía, para quedar perfectamente rematada, que Pastor dijera qué cosas del futuro veía, pero se calló bruscamente, como quien acaba de darse cuenta de que ya ha hablado demasiado. Jesús, que no perdía de vista a Dios, dijo, con una especie de ironía triste, Para qué fingir que no sabes lo que sabes, sabías que yo te pediría esto, sabes que me dirás lo que yo quiero saber, así que no retrases más mi tiempo de empezar a morir, Empezaste a morir desde que naciste, Así es, pero ahora iré más deprisa. Dios miró a Jesús con una expresión que, en persona, diríamos que fue de súbito respeto, como si sus modos y todo su ser se humanizasen y, aunque parezca que esto no tiene nada que ver con aquello, porque nunca conoceremos nosotros las vinculaciones profundas que existen entre todas las cosas y los actos, la niebla avanzó hacia la barca, la rodeó como una muralla cerrada y espesa, para que no salieran y se divulgasen en el mundo las palabras de Dios sobre los efectos, resultados y consecuencias del sacrificio de este Jesús, hijo que dice suyo y de María, pero cuyo padre verdadero es José, según ley no escrita que manda creer sólo en lo que se ve, aunque, ya se sabe, no veamos siempre, nosotros, hombres, las mismas cosas de la misma manera, lo que, por otra parte, ha resultado excelente para la supervivencia y relativa salud mental de la especie.

Dijo Dios, Habrá una iglesia, que, como sabes, quiere decir asamblea, una sociedad religiosa que tú fundarás, o que en tu nombre será fundada, lo que es más o menos lo mismo si nos atenemos a lo que importa, y esa iglesia se extenderá por el mundo hasta confines que hoy todavía son desconocidos, y se llamará católica porque será universal, lo que, desgraciadamente, no evitará desavenencias y disensiones entre los que te tendrán como referente espiritual, más, como ya te dije, a ti que a mí mismo, pero eso será durante algún tiempo, sólo unos miles de años, porque yo ya era antes de que tú fueses y seguiré siéndolo cuando tú dejes de ser lo que eres y lo que serás, Habla claro, le interrumpió Jesús, No es posible, dijo Dios, las palabras de los hombres son como sombras y las sombras nunca sabrían explicar la luz, entre ellas y la luz está, interponiéndose, el cuerpo opaco que las hace nacer, Te he preguntado por el futuro, Y del futuro te estoy hablando, Lo que quiero que me digas es cómo vivirán los hombres que vengan después de mí, Te refieres a los que te sigan, Sí, si serán más felices, Más felices, lo que se dice felices, no diría yo tanto, pero tendrán la esperanza de una felicidad allá en el cielo donde yo vivo eternamente, o sea, tendrán la espeanza de vivir eternamente conmigo, Nada más, Te parece poco, vivir con Dios, Poco, mucho o todo, sólo se sabrá después del juicio final, cuando juzgues a los hombres por el bien y por el mal que hayan hecho, pero entre tanto vivirás solo en el cielo, Tengo a mis ángeles y a mis arcángeles, Te faltan los hombres, Sí, me faltan, y para que ellos vengan a mí, tú serás crucificado, Quiero saber más, dijo Jesús casi con violencia, como si quisiera alejar la imagen qe de sí mismo se le representaba, colgado de una cruz, ensangrentado, muerto, Quiero saber cómo llegarán las personas a creer en mí y a seguirme, no me digas que será suficiente lo que yo les diga, no me digas que bastará lo que en mi nombre digan después de mí los que en mí ya creían, te doy un ejemplo, los gentiles y los romanos, que tienen otros dioses, quieres tú decir que, sin más ni más, los cambiarán por mí, Por ti no, por mí, Por ti o por mí, tú mismo dices que es lo mismo, no juguemos con las palabras, responde a mi pregunta, Quien tenga fe, vendrá a nosotros, Así, sin más, tan simplemente como lo acabas de decir, Los otros dioses resistirán, Y tú lucharás contra ellos, qué disparate, todo cuanto acontece, acontece en la tierra, el cielo es eterno y pacífico, el destino de los hombres lo cumplen los hombres donde estén, Diciendo las cosas claramente, aunque las palabras sean sombras, van a morir hombres por ti y por mí, Los hombres siempre morirán por los dioses, hasta por falsos y mentirosos dioses, Pueden los dioses mentir, Pueden, Y tú, entre todos, eres el único verdadero, {único y verdadero, sí, Y siendo verdadero y único, ni siquiera así puedes evitar que los hombres mueran por ti, ellos que debían haber nacido para vivir para ti, en la tierra, quiero decir, no en el cielo, donde no tendrás para darles ninguna de las alegrías de la vida, Alegrías falsas, también ellas, porque nacieron con el pecado original, pregúntale a tu Pastor, él te explicará cómo fue, Si hay entre tú y el Diablo secretos no compartidos, espero que uno de ellos sea el que yo aprendí con él, aunque él diga que no aprendí nada. Hubo un silencio, Dios y el Diablo se miraron de frente por primera vez, ambos dieron la impresión de ir a hablar, pero nada ocurrió. Dijo Jesús, Estoy a la espera, De qué, preguntó Dios, como si estuviera distraído, De que me digas cuánto de muerte y sufrimiento va a costar tu victoria sobre los otros dioses, con cuánto de sufrimiento y de muerte se pagarán las luchas que en tu nombre y en el mío sostendrán unos contra otros los hombres que en nosotros van a creer, Insistes en querer saberlo, Insisto, Pues bien, se edificará la asamblea de que te he hablado, pero sus cimientos, para quedar bien firmes, tendrán que ser excavados en la carne, y estar compuestos de un cemento de renuncias, lágrimas, dolores, torturas, de todas las muertes imaginables hoy y otras que sólo en el futuro serán conocidas, Al fin estás siendo claro y directo, sigue, Para empezar por alguien a quien conoces y amas, el pescador Simón, a quien llamarás Pedro, será, como tú, crucificado, pero cabeza abajo, y crucificado será también Andrés, pero en una cruz en forma de aspa, y al hijo de Zebedeo, a ese que llaman Tiago, lo degollarán, Y Juan y María de Magdala, Esos morirán de su muerte natural, cuando se acaben sus días naturales, pero otros amigos tendrás, discípulos y apóstoles como los otros, que no escaparán del suplicio, es el caso de un Felipe, amarrado a la cruz y apedreado hasta que acaben con su vida, un Bartolomé, que será desollado vivo, un Tomás, a quien matarán de una lanzada, un Mateo, que ahora no recuerdo cómo morirá, otro Simón, serrado con el medio, un Judas, a mazazos, otro Tiago, lapidado, un Matías, degollado con hacha de guerra, y también Judas de Iscariote, pero de ese tú acabarás sabiendo más que yo, salvo la muerte, con sus propias manos ahorcado en ua higuera, Todos esos tendrán que morir por ti, preguntó Jesús, Si planteas la cuestión en esos términos, sí, todos morirán por mí, Y después, Después, hijo mío, ya te lo he dicho, será una historia interminable de hierro y sangre, de fuego y de cenizas, un mar infinito de sufrimientos y de lágrimas, Cuenta, quiero saberlo todo.

Dios suspiró y, en el tono monocorde de quien ha preferido adormecer la piedad y la misericordia, comenzó la letanía, por orden alfabético, para evitar problemas de precedencias, Adalberto de Praga, muerto con una alabarda de siete puntas, Adriano, muerto a martillazos sobre un yunque, Afra de Ausburgo, muerta en la hoguera, Agapito de Preneste, muerto en la hoguera, colgado por los pies, Agrícola de Bolonia, muerto crucificado y atravesado por clavos, {águeda de Sicilia, muerta con los senos cortados, Alfegio de Cantuaria, muerto de una paliza, Anastasio de Salona, muerto en la horca y decapitado, Anastasia de Sirmio, muerta en la hoguera y con los senos cortados, Ansano de Sena, a quien arrancaron las vísceras, Antonino de Pamiers, descuartizado, Antonio de Rívoli, muerto a pedradas y quemado, Apolinar de Rávena, muerto a mazazos, Apolonia de Alejandría, muerta en la hoguera después de arrancarle los dientes, Augusta de Treviso, decapitada y quemada, Aura de Ostia, muerta ahogada con una rueda de molino al cuello, {áurea de Siria, muerta desangrada, sentada en una silla forrada de clavos, Auta, muerta a flechazos, Babilas de Antioquía, decapitado, Bárbara de Nicomedia, decapitada, Bernabé de Chipre, muerto por lapidación y quemado, Beatriz de Roma, estrangulada, Benigno de Dijon, muerto a lanzazos, Blandina de Lyon, muerta a cornadas de un toro bravo, Blas de Sebaste, muerto por cardas de hierro, Calixto, muerto con una rueda atada al cuello, Casiano de {ímola, muerto por sus alumnos con un estilete, Cástulo, enterrado en vida, Catalina de Alejandría, decapitada, Cecilia de Roma, degollada, Cipriano de Cartago, decapitado, Ciro de Tarso, muerto, niño aún, por un juez que le golpeó la cabeza en las escaleras del tribunal, Claro de Nantes, decapitado, Claro de Viena, decapitdo, Clemente, ahogado con un ancla al cuello, Crispín y Crispiniano de Soissons, decapitados, Cristina de Bolsano, muerta por todo cuanto se pueda hacer con muela de molino, rueda, tenazas, flechas y serpientes, Cucufate de Barcelona, despanzurrado, y al llegar al final de la letra C, Dios dijo, Más adelante es todo igual, o casi, son ya pocas las variaciones posibles, excepto las de detalle, que, por su refinamiento, serían muy largas de explicar, quedémonos aquí, Continúa, dijo Jesús, y Dios continuó, abreviando en lo posible, Donato de Arezzo, decapitado, Elifio de Rampillon, le cortarán la cubierta craneana, Emérita, quemada, Emilio de Trevi, decapitado, Esmerano de Ratisbona, amarrado a una escalera y muerto, Engracia de Zaragoza, decapitada, Erasmo de Gaeta, también llamado Telmo, descoyuntado por un cabrestante, Escubíbulo, decapitado, Esquilo de Suecia, lapidado, Esteban, lapidado, Eufemia de Calcedonia, le clavarán una espada, Eulalia de Mérida, decapitada, Eutropio de Saintes, cabeza cortada de un hachazo, Fabián, espada y cardas de hierro, Fe de Agen, degollada, Felicidad y sus Siete Hijos, cabezas cortadas a espada, Félix y su hermano Adauto, ídem, Ferreolo de Besancon, decapitado, Fiel de Sigmaringen, con una maza erizada de púas, Filomena, flechas y áncora, Fermín de Pamplona, decapitado, Flavia Domitila, ídem, Fortunato de {évora, tal vez ídem, Fructuoso de Tarragona, quemado, Gaudencio de Francia, decapitado, Gelasio, ídem más cardas de hierro, Gengulfo de Borgoña, cuernos, asesinado por el amante de su mujer, Gerardo de Budapest, lanza, Gedeón de Colonia, decapitado, Gervasio y Protasio, gemelos, ídem, Godeliva de Ghistelles, estrangulada, Goretti, María, ídem, Grato de Aosta, decapitado, Hermenegildo, hacha, Hierón, espada, Hipólito, arrastrado por un caballo, Ignacio de Azevedo, muerto por los calvinistas, estos no son católicos, Inés de Roma, desventrada, Genaro de Nápoles, decapitado tras lanzarlo a las fieras y meterlo en un horno, Juana de Arco, quemada viva, Juan de Brito, degollado, Juan Fisher, decapitado, Juan Nepomuceno, de Praga, ahogado, Juan de Prado, apuñalado en la cabeza, Julia de Córcega, le cortarán los senos y luego la crucificarán, Juliana de Nicomedia, decapitada, Justa y Rufina de Sevilla, una en la rueda, otra estrangulada, Justina de Antioquía, quemada con pez hirviendo y decapitada, Justo y Pastor, pero no éste aquí presente, de Alcalá de Henares, decapitados, Killian de Würzburg, decapitado, Léger de Autun, ídem, después de arrancarle los ojos y la lengua, Leocadia de Toledo, despeñada, Lievin de Gante, le arrancarán la lengua y lo decapitarán, Longinos, decapitado, Lorenzo, quemado en la parrilla, Ludmila de Praga, estrangulada, Lucía de Siracusa, degollada tras arrancarle los ojos, Magín de Tarragona, decapitado con una hoz de filo de sierra, Mamed de Capadocia, destripado, Manuel, Sabel e Ismael, Manuel con un clavo de hierro a cada lado del pecho, y otro clavo atravesándole la cabeza de oído a oído, todos degollados, Margarita de Antioquía, hachón y peine de hierro, Mario de Persia, espada, amputación de las manos, Martina de Roma, decapitada, los mártires de Marruecos, Berardo de Cobio, Pedro de Gemianino, Otón, Adjuto y Acursio, degollados, los del Japón, veintiséis crucificados, lanceados y quemados, Mauricio de Agaune, espada, Meinrad de Einsiedeln, maza, Menas de Alejandría, espada, Mercurio de Capadocia, decapitado, Moro, Tomás, ídem, Nicasio de Reims, ídem, Odilia de Huy, flechas, Pafnucio, crucificado, Payo, descuartizado, Pancracio, decapitado, Pantaleón de Nicomedia, ídem, Patroclo de Troyes y de Soest, ídem, Paulo de Tarso, a quien deberás tu primera iglesia, ídem, Pedro de Rates, espada, Pedro de Verona, cuchillo en la cabeza y puñal en el pecho, Perpetua y Felicidad de Cartago, Felicidad era la esclava de Perpetua, corneadas por una vaca furiosa, Pia de Tournai, le cortarán el cráneo, Policarpo, apuñalado y quemado, Prisca de Roma, comida por los leones, Proceso y Martiniano, la misma muerte, creo, Quintino, clavos en la cabeza y en otras partes, Quirino de Ruan, cráneo serrado por arriba, Quiteria de Coimbra, decapitada por su propio padre, un horror, Renaud de Dormund, maza de cantero, Reine de Alise, gladio, Restituta de Nápoles, hoguera, Rolando, espada, Román de Antioquía, lengua arrancada, estrangulamiento, aún no estás harto, preguntó Dios a Jesús, y Jesús respondió, Esa pregunta deberías hacértela a ti mismo, continúa, y Dios continuó, Sabiniano de Sens, degollado, Sabino de Asís, lapidado, Saturnino de Tolosa, arrastrado por un toro, Sebastián, flechas, Segismundo, rey de los Burgundios, lanzado a un pozo, Segundo de Asti, decapitado, Servacio de Tongres y de Maastricht, muerto a golpes con un zueco, por imposible que parezca, Severo de Barcelona, un clavo en la cabeza, Sidwel de Exeter, decapitado, Sinforiano de Autun, ídem, Sixto, ídem, Tarsicio, lapidado, Tecla de Iconio, amputada y quemada, Teodoro, hoguera, Tiburcio, decapitado, Timoteo de {éfeso, lapidado, Tirso, serrado, Tomás Becket, con una espada clavada en el cráneo, Torcuato y los Veintisiete, muertos por el general Muza a las puertas de Guimaräes, Tropez de Pisa, decapitado, Urbano, ídem, Valeria de Limoges, ídem, Valeriano, ídem, Venancio de Camerino, degollado, Vicente de Zaragoza, rueda y parrilla con púas, Virgilio de Trento, otro muerto a golpes de zueco, Vital de Rávena, lanza, Víctor, decapitado, Víctor de Marsella, degollado, Victoria de Roma, muerta después de arrancarle la lengua, Wilgeforte, o Liberata, o Eutropía, virgen, barbada, crucificada, y otros, otros, otros, ídem, ídem, ídem, basta. No basta, dijo Jesús, a qué otros te refieres, Crees que es realmente indispensable, Sí, lo creo, Me refiero a aquellos que no habiendo sido martirizados y muriendo de su muerte propia sufrieron el martirio de las tentaciones de la carne, del mundo y del demonio, y que para vencerlas tuvieron que mortificar el cuerpo con el ayuno y la oración, hay incluso un caso interesante, el de un tal John Schorn, que pasó tanto tiempo arrodillado rezando, que acabó criando callo. Dónde, En las rodillas, evidentemente, y también se dice, esto ahora va contigo, que encerró al diablo en una bota, ja, ja, ja, Yo, en una bota, dudó Pastor, eso son leyendas, para poder encerrarme en una bota tendría que tener la bota el tamaño del mundo, e incluso así, me gustaría ver quién habría por ahí capaz de calzársela y descalzársela después, Sólo con el ayuno y la oración, preguntó Jesús, y Dios respondió, También ofenderán al cuerpo con dolor y sangre y porquerías, y otras muchas penitencias, usando cilicios y practicando flagelaciones, habrá incluso quien se pase la vida entera sin lavarse, o casi, y habrá quien se lance en medio de las zarzas o se revuelque en la nieve, para domar las intemperancias de la carne suscitadas por el Diablo, a quien estas tentaciones se deben, que su objetivo es desviar a las almas del recto camino que las llevaría al cielo, mujeres desnudas y monstruos pavorosos, criaturas de la aberración, la lujuria y el miedo, son las armas con las que el Demonio atormenta las pobres vidas de los hombres, Todo esto harás, preguntó Jesús a Pastor, Más o menos, respondió él, me he limitado a tomar como mío todo aquello que Dios no quiso, la carne, con sus alegrías y sus tristezas, la juventud y la vejez, la lozanía y la podredumbre, pero no es verdad que el miedo sea mi arma, no recuerdo haber sido yo quien inventó el pecado y su castigo y el miedo que en ellos siempre hay, Cállate, interrumpió Dios, impaciente, el pecado y el Diablo son dos nombres de una misma cosa, Qué cosa, preguntó Jesús, La ausencia de mí, Y la ausencia de ti, a qué se debe, a haberte retirado tú, o a que se hayan retirado de ti, yo no me retiro nunca, Pero consientes que te dejen, Quien me deja me busca, Y si no te encuentra, la culpa, ya se sabe, es del Diablo, No, de eso no tiene él la culpa, la culpa la tengo yo, que no logro llegar al lugar donde me buscan, estas palabras las pronunció Dios con una punzante e inesperada tristeza, como si de repente hubiera descubierto límites a su poder. Jesús dijo, Continúa, Otros hay, siguió Dios, reanudando lentamente la conversación, que se retiran a descampados agrestes y hacen, en grutas y cavernas, en compañía de animales, vida solitaria, otros que se dejan emparedar, otros que suben a altas columnas y allí viven años y años seguidos, otros, la voz menguó, fue decayendo, Dios contemplaba ahora un desfile interminable de gente, millares y millares, millares de millares de hombres y mujeres, en todo el orbe, entrando en conventos y monasterios, algunos son construcciones rústicas, muchos, palacios soberbios, allí permanecerán para servirnos, a mí y a ti, de la mañana a la noche, con vigilias y oraciones, y teniendo todos ellos el mismo propósito y el mismo destino, para adorarnos y morir con nuestros nombres en la boca, usarán nombres distintos, serán benedictinos, bernardos, cartujos, agustinos, gilbertinos, trinitarios, franciscanos, dominicos, capuchinos, carmelitas, jesuitas, y serán muchos, muchos, muchos, ah, cómo me gustaría poder exclamar, Dios mío, por qué son tantos. En ese momento, dijo el Diablo a Jesús, Observa cómo, según lo que acaba de decirnos, hay dos maneras de perder la vida, una por el martirio, otra por la renuncia, no les bastaba tener que morir cuando llegara su hora, era necesario además que, de una manera o de otra, corrieran a su encuentro, crucificados, destripados, descuartizados, estrangulados, desollados, alanceados, corneados, enterrados, serrados, asaeteados, amputados, desgarrados, o si no, dentro y fuera de celdas, capítulos y claustros, castigándose por haber nacido con el cuerpo que Dios les dio y sin el cual no tendrían donde poner el alma, tales tormentos no los inventó este Diablo que te habla. Es todo, preguntó Jesús a Dios, No, aún faltan las guerras, también habrá guerras, Y matanzas, De matanzas estoy informado, podía incluso haber muerto en una de ellas, bien mirado fue una pena, no tendría ahora a mi espera una cruz. Llevé a tu otro padre al lugar donde era preciso que estuviera para poder oír lo que yo quise que los soldados dijesen, en fin, te salvé la vida, Me salvaste la vida para hacerme morir cuando te parezca y convenga, es como si me mataras dos veces, Los fines justifican los medios, hijo mío, Por lo que llevo oído de tu boca desde que aquí estamos, creo que sí, renuncia, clausura, sufrimientos, muerte, y ahora guerras y matanzas, qué guerras son esas, Muchas, un nunca acabar, pero sobre todo las que se harán contra ti y contra mí en nombre de un dios que todavía está por aparecer, Cómo es posible que esté por aparecer un dios, un dios, si realmente lo es, sólo puede existir desde siempre y para siempre, Reconozco que cuesta entenderlo, y no menos explicarlo, pero va a suceder como te estoy diciendo, un dios vendrá y lanzará contra nosotros, y los que entonces nos sigan, pueblos enteros, yo no tengo palabras bastantes para contarte todas las mortandades, las carnicerías, las matanzas, imagina mi altar de Jerusalén multiplicado por mil, pon hombres en lugar de los animales, y ni siquiera así entenderás por entero lo que fueron las cruzadas, Cruzadas, qué es eso, y por qué dices que fueron si aún están por ser, Recuerda que yo soy el tiempo, y que en consecuencia, para mí, todo lo que ocurrirá ha ocurrido ya, todo cuanto aconteció, está aconteciendo todos los días, Cuéntame eso de las cruzadas, Bueno, hijo mío, estos lugares donde ahora estamos, incluyendo Jerusalén y otras tierras hacia el norte y occidente, serán conquistadas por los seguidores de ese dios tardío del que te he hablado, y los nuestros, los que están de nuestro lado, harán todo por expulsarlos de los lugares que tú con tus pies pisaste y que yo con tanta asiduidad frecuenté, Para expulsar a los romanos, hoy, no has hecho mucho, Te estoy hablando del futuro, no me distraigas, Sigue, entonces, Añade que tú naciste aquí, aquí viviste y aquí moriste, Por ahora, todavía no he muerto, Para el caso es igual, acabo de explicarte que, desde mi punto de vista, lo mismo es acontecer que haber acontecido y, por favor, no me estés interrumpiendo siempre si no quieres que me calle de una vez por todas, Me callaré yo, Pues bien, estas tierras a las que en el futuro llamarán Santos Lugares, por el hecho de haber nacido, vivido y muerto tú aquí, no sería bueno que estvieran en manos de infieles, siendo la cuna de la religión que voy a fundar, motivo, como ves, más que suficiente para justificar que, durante unos doscientos años, grandes ejércitos vengan de occidente e intenten conquistar y conservar para nuestra religión la cueva donde naciste y el monte donde morirás, por hablar sólo de los lugares principales, Esos ejércitos son las cruzadas, Así es, Y conquistaron lo que querían, No, pero mataron a mucha gente, Y los de las cruzadas, Murieron otros tantos, incluso más, Y todo eso, en nuestro nombre, Irán a la guerra gritando Dios lo quiere, Y morirán gritando Dios lo quiso, Sería una bonita manera de acabar, Una vez más, no valió la pena el sacrificio, El alma, hijo mío, para salvarse, necesita el sacrificio del cuerpo, Con esas u otras palabras, ya lo había oído antes, y tú, Pastor, qué nos dices de estos futuros y asombrosos casos, Digo que nadie que esté en su perfecto juicio podrá afirmar que el Diablo fue, es o será culpable de tal matanza y de tantos cementerios, salvo si a algún malvado se le viene a la cabeza la ocurrencia calumniosa de atribuirme la responsabilidad de hacer nacer al dios que será enemigo de éste, Me parece claro y obvio que no tienes la culpa, y en cuanto al temor de que te atribuyan la responsabilidad, responderás que el Diablo, siendo mentira, nunca podría crear la verdad que Dios es, Pero entonces, preguntó Pastor, quién va a crear al Dios enemigo. Jesús no sabía responder, Dios, si callado estaba, callado quedó, pero de la niebla bajó una voz que dijo, tal vez este Dios y el que ha de venir no sean más que heterónimos, De quién, de qué, preguntó, curiosa otra voz, de Pessoa (Juego de palabras, “pessoa” en portugués significa "persona".

[N. del E.]), fue lo que se oyó, pero también podría haber sido, De la Persona. Jesús, Dios y el Diablo hicieron como quien no ha oído, pero luego se miraron asustados, el miedo común es así, une fácilmente las diferencias.

Pasó un tiempo, la niebla no volvió a hablar, y Jesús preguntó, ahora en el tono de quien espera una respuesta afirmativa, Nada más, Dios vaciló, y luego, en tono fatigado, dijo:

– Todavía está la Inquisición, pero de ella, si no te importa hablaremos en otra ocasión, Qué es la Inquisición, La Inquisición es otra historia interminable, Quiero conocerla, Sería mejor que no, Insisto, Vas a sufrir en tu vida de hoy remordimientos que son del futuro, tú no, Dios es Dios, no tiene remordimientos, Pues yo, si ya llevo esta carga de tener que morir por ti, también puedo aguantar remordimientos que deberían ser tuyos, Preferiría ahorrártelos, De hecho, no vienes haciendo otra cosa desde que nací, Eres un ingrato, como todos los hijos, Dejémonos de fingimientos y dime qué va a ser la Inquisición, La Inquisición, también llamada Tribunal del Santo Oficio, es el mal necesario, el instrumento cruelísimo con el que atajaremos la infección que un día, durante largo tiempo, se instalará en el cuerpo de tu Iglesia por vía de las nefandas herejías en general y de sus derivados y consecuentes menores, a las que se suman unas cuantas perversiones de lo físico y de lo moral, lo que, todo junto y puesto en el mismo saco de horrores, sin preocupaciones de prioridad y orden, incluirá a luteranos y a calvinistas, a molinistas y judaizantes, a sodomitas y a hechiceros, manchas algunas que serán del futuro, y otras de todos los tiempos, Y siendo la necesidad que dices, cómo procederá la Inquisición para reducir estos males, La Inquisición es una policía y un tribunal, por eso tendrá que aprehender, juzgar y condenar como hacen los tribunales y las policías, Condenar a qué, A la cárcel, al destierro, a la hoguera, A la hoguera, dices, Sí, van a morir quemados, en el futuro, millares y millares y millares de hombres y de mujeres, De algunos ya me has hablado antes, Esos fueron arrojados a la hogera por creer en ti, los otros lo serán por dudar, No está permitido dudar de mí, No, Pero nosotros podemos dudar de que el Júpiter de los romanos sea dios, El único Dios soy yo, yo soy el Señor y tú eres mi Hijo, Morirán miles, Cientos de miles, Morirán cientos de miles de hombres y mujeres, la tierra se llenará de gritos de dolor, de aullidos y de estertores de agonía, el humo de los quemados cubrirá el sol, su grasa rechinará sobre las brasas, el hedor repugnará y todo esto será por mi culpa, No por tu culpa, por tu causa, Padre, aparta de mí ese cáliz, el que tú lo bebas es condición de mi poder y de tu gloria, No quiero esa gloria, Pero yo quiero ese poder. La niebla se alejó hacia donde antes estaba, se veía agua alrededor del barco, lisa y opaca, sin una arruga de viento o una agitación de brisa. Entonces el Diablo dijo, Es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre.

La niebla volvió a avanzar, algo tenía que ocurrir aún, otra revelación, otro dolor, otro remordimiento. Pero fue Pastor quien habló, Tengo una propuesta para ti, dijo dirigiéndose a Dios, y Dios, sorprendido, Una propuesta, tú, y qué propuesta es esa, el tono era irónico, superior, capaz de reducir al silencio a cualquiera que no fuera el Diablo, conocido y familiar de largo tiempo. Pastor estuvo un momento callado, como si buscara las mejores palabras, y luego dijo, He oído con gran atención todo cuanto se ha dicho en esta barca y, aunque por mi cuenta ya había vislumbrado unos resplandores y unas sombras en el futuro, no creí que los resplandores fueran hogueras y las sombras de tanta gente muerta, Y eso te molesta, No debía molestarme, dado que soy el Diablo, y el Diablo siempre en algo se aprovecha de la muerte, incluso más que tú, pues no necesita demostración el hecho de que el infierno estará siempre más poblado que el cielo, Entonces, de qué te quejas, No me quejo, propongo, Pues propón más rápido, que no puedo quedarme aquí eternamente, tú sabes, nadie mejor que tú lo sabe, que el Diablo también tiene corazón, Sí, pero haces mal uso de él, Quiero hacer hoy buen uso del corazón que tengo, acepto y quiero que tu poder se amplíe a todos los extremos de la tierra, sin que tenga que morir tanta gente, y puesto que de todo aquello que te desobedece y niega dices tú que es fruto del Mal que yo soy y gobierno en el mundo, mi propuesta es que vuelvas a recibirme en tu cielo, perdonado de los males pasados por los que en el futuro no tendré que cometer, que aceptes y guardes mi obediencia, como en los tiempos felices en que fui uno de tus ángeles predilectos, Lucifer me llamabas, el que lleva la luz, antes de que una ambición de ser igual a ti me devorase el alma y me hiciera rebelarme contra tu autoridad, Y por qué voy a recibirte y perdonarte, dime, Porque si lo haces, si usas conmigo, ahora, de aquel mismo perdón que en el futuro prometerás tan fácilmente a derecha e izquierda, entonces se acaba aquí hoy el Mal, tu hijo no tendrá que morir, y tu reino será, no sólo esta tierra de hebreos, sino el mundo entero, conocido y por conocer, y, más que el mundo, el universo, por todas partes el Bien gobernará y yo cantaré, en la última y humilde fila de los ángeles que permanecieron fieles, más fiel que todos porque estoy arrepentido, yo cantaré tus loores, todo terminará como si no hubiese sido, todo empezará a ser como si de esa manera debiera ser siempre, No se puede negar que tienes talento para confundir a las almas y perderlas, eso ya lo sabía yo, pero nunca te había oído un discurso como éste, un talento oratorio, una labia, no hay duda, estuviste a punto de convencerme, No me aceptas, no me perdonas, No te acepto, no te perdono, te quiero como eres y, de ser posible, todavía peor de lo que eres ahora, Por qué, Porque este Bien que yo soy no existiría sin ese Mal que tú eres, un Bien que tuviese que existir sin ti sería inconcebible, hasta el punto de que ni yo puedo imaginarlo, en fin, que si tú acabas, yo acabo, para que yo sea el Bien, es necesario que tú sigas siendo el Mal, si el Diablo no vive como Diablo, Dios no vive como Dios, la muerte de uno sería la muerte del otro, es tu última palabra, La primera y la última, la primera, porque es la primera vez que la digo, la última porque no la repetiré. Pastor se encogió de hombros y habló con Jesús, Que no se diga que el Diablo no tentó un día a Dios, y, levantándose, iba a pasar una pierna por encima de la borda de la embarcación, cuando, de pronto, dejó el movimiento en suspenso, y dijo, Tienes en tu alforja una cosa que me pertenece. Jesús no recordaba haber traído la alforja a la barca, pero la verdad es que allí estaba, enrollada, a sus pies, Qué cosa, preguntó, y, abriéndola, vio que dentro no había más que la vieja escudilla negra que trajo de Nazaret, Esto, Eso, respondió el Diablo, y se la quitó de las manos, Un día volverá a tu poder pero tú no llegarás a saber que la tienes. Guardó la escudilla entre sus bastas ropas de pastor y entró en el agua. No miró a Dios, sólo dijo, como si hablara con un auditorio de invisibles, Hasta siempre, ya que él lo ha querido así.

Jesús lo siguió con los ojos, Pastor se iba alejando poco a poco perdiéndose en la niebla, no se le ocurrió preguntarle por qué capricho vino y se marchaba así, a nado, en la distancia era de nuevo como un puerco con las orejas erguidas, se oían unos jadeos bestiales, pero un oído fino no tendrá dificultad en percibir que había también allí un sonido de miedo, no a ahogarse, qué idea, el Diablo, acabamos de enterarnos ahora mismo, no acaba, sino de miedo de tener que existir para siempre. Ya Pastor se perdía en la línea difusa de la niebla, cuando la voz de Dios sonó de repente, rápida, como de quien está de partida, Mandaré a un hombre llamado Juan para que te ayude, pero tendrás que convencerlo de que eres quien dirás ser. Jesús miró, pero Dios ya no estaba allí. En el mismo instante, la niebla se levantó y se disipó en el aire dejando el mar limpio y liso de una punta a otra, entre los montes y los montes, en el agua ni señal del Diablo, en el aire ni señal de Dios.

En la orilla de donde había venido vio Jesús, pese a la distancia, una gran reunión de personas y muchas tiendas armadas tras la multitud, como si aquel lugar se hubiera transformado en sede permanente de gente que, no siendo de allí, y por lo tanto sin tener donde dormir, se había visto obligada a organizarse por su cuenta, Jesús encontró el caso curioso y nada más, metió los remos en el agua y orientó la barca en aquella dirección. Al mirar por encima del hombro, observó que estaban empujando algunas barcas hacia el agua y, afinando mejor la vista, reconoció en ellas a Simón y a Andrés, y a Tiago y a Juan, con unos cuantos que no recordaba haber visto, aunque a otros sí, de andar juntos.

En poco tiempo se acercaron, tanto era el empeño con que manejaban los remos, y, llegando lo bastante cerca para ser oídos, gritó Simón, Dónde has estado, lo que quería saber no era esto, claro, pero de algún modo tenía que empezar, Aquí en el mar, respondió Jesús, palabras tan innecesarias unas como otras, en verdad no parecen iniciarse bien las comunicaciones en la nueva época de la vida del hijo de Dios, de María y de José. De ahí a nada saltará Simón a la barca de Jesús, y lo incomprensible, lo imposible, lo absurdo fue conocido, Sabes cuánto tiempo has estado en el mar, en medio de la niebla, sin que pudiéramos echar nuestros barcos al agua, que una fuerza invencible nos empujaba cada vez para atrás, preguntó Simón, Todo el día, fue la respuesta de Jesús, un día y una noche, añadió, para corresponder a la excitación de Simón con una expectativa semejante, Cuarenta días, gritó Simón, y en voz más baja, Cuarenta días estuviste allí, cuarenta días en los que la niebla no se levantó ni un poco, como si quisiera esconder de nuestra vista lo que pasaba en su interior, qué hiciste, que en cuarenta días contados ni un solo pez pudimos sacar del agua. Jesús había dejado a Simón uno de los remos, ahora venían los dos remando y conversando en buen concierto, hombro con hombro, pausado, es lo mejor que hay para una confidencia, por eso, antes de que se acercaran las otras barcas, dijo Jesús, estuve con Dios y sé mi futuro, el tiempo que viviré y la vida después de mi vida, Cómo es, cómo es Dios, quiero decir, Dios no se muestra de una forma, tanto puede aparecer en una nube, en una columna de humo, como venir de judío rico, lo conocemos más bien por la voz, después de haberlo oído una vez, Qué te dijo, que soy su Hijo, Lo confirmó, Sí, lo confirmó, Entonces aquel diablo tenía razón cuando lo de los cerdos, El Diablo también estuvo en la barca, lo presenció todo, parece saber de mí tanto como Dios, pero hay ocasiones en las que pienso que sabe todavía más que Dios, Y dónde, Dónde qué, Dónde estaban ellos, El Diablo en la borda de la barca, ahí mismo, entre tú y Dios, que quedó en el banco de popa, Qué te dijo Dios, Que soy su hijo y que seré crucificado, Vas a las montañas a luchar junto a los bandidos, si vas, vamos contigo, Iréis conmigo, pero no a las montañas, lo que importa no es vencer a César por las armas, sino hacer triunfar a Dios por la palabra, Sólo, Por el ejemplo también, y por el sacrificio de nuestras vidas, cuando sea preciso, Son palabras de tu Padre, A partir de hoy todas mis palabras serán palabras de él, y aquellos que en él crean, en mí creerán, porque no es posible creer en el Padre y no creer en el Hijo, si el nuevo camino que el Padre escogió para sí, sólo en el hijo que yo soy podrá empezar, Has dicho que iríamos contigo, a quién te refieres, A ti, en primer lugar, a Andrés, tu hermano, a los dos hijos de Zebedeo, Tiago y Juan, a propósito, Dios me dijo que enviaría a un hombre llamado Juan para ayudarme, pero ese no debe de ser, No necesitamos más, esto no es un cortejo de Herodes, Otros vendrán, quién sabe si algunos de esos no están ya allí, a la espera de una señal, una señal que Dios manifestará en mí, para que me crean y me sigan aquellos ante quienes él no se deja ver, Qué vas a anunciar a las gentes, Que se arrepientan de sus pecados, que se preparen para el nuevo tiempo de Dios que ahí viene, el tiempo en el que su espada flameante obligará a inclinar el cuello a aquellos que rechazaron su palabra y escupieron sobre ella, Vas a decirles que eres el Hijo de Dios, eso es lo menos que puedes hacer, Diré que mi Padre me llamó Hijo y que llevo esas palabras en el corazón desde que nací, y que ahora vino también Dios a decirme Hijo Mío, un padre no hace olvidar a otro, pero hoy quien ordena es el Padre Dios, obedezcámosle, Entonces, deja el caso en mis manos, Dijo Simón, y, acto seguido, soltó el remo, se fue a la proa de la embarcación y, como ya su voz alcanzase a los de tierra, gritó, Hosanna, llega el Hijo de Dios, estuvo en el mar durante cuarenta días hablando con el Padre, y ahora vuelve a nosotros para que nos arrepintamos y nos preparemos, No digas que también el Diablo estaba allí, avisó rápido Jesús, temeroso de que se hiciera pública una situación que sería muy complicado explicar. Dio Simón un nuevo grito, pero más vibrante, con el que se alborozaron las gentes que en la orilla esperaban, y luego volvió a su lugar, diciéndole a Jesús, Déjame ese remo, y ponte en proa, de pie, pero no digas nada hasta que no estemos en tierra, no digas ni una palabra. Así lo hicieron, Jesús en pie, en la proa de la barca, con su túnica vieja, la alforja vacía al hombro, los brazos medio levantados, como si fuera a saludar o a dar una bendición y lo retuviera la timidez o una falta de confianza en sus propios merecimientos. Entre los que lo esperaban, hubo tres, más impacientes, que se metieron en el agua hasta la cintura y, llegados a la altura de la barca, echaron una mano, empujándola y tirando de ella, a la vez que uno, con la mano libre, intentaba tocar la túnica de Jesús, no porque estuviese convencido de la verdad del anuncio de Simón, sino porque ya le parecía muy notable que hubiera permanecido un hombre en altamar durante cuarenta días, como si hubiera ido al desierto en busca de Dios, y de las entrañas frías de una montaña de niebla regresara ahora, viera o no viera a Dios. Ni qué decir tiene que de otra cosa no se habló por estas aldeas y cercanías, muchos de los que aquí están reunidos vinieron por causa del fenómeno meteorológico, luego oyeron que dentro estaba un hombre, y dijeron, Pobrecillo, La barca quedó varada sin un traqueteo, como si allí la hubieran dejado alas de ángeles. Simón ayudó a Jesús a salir, despidiendo con impaciencia mal reprimida a los tres que se habían metido en el agua y que ya se creían acreedores de diferente pago, Déjalos, dijo Jesús, un día oirán que he muerto y sentirán dolor por no haber podido llevar mi cuerpo muerto, déjales que me ayuden mientras estoy vivo. Jesús se subió a un ribazo y preguntó a los suyos, dónde está María, la vio en el mismo instante en que hacía la pregunta, como si el nombre de ella, pronunciado, la hubiera traído de la nada o de un mar de nieblas, parecía que no estaba allí, pero bastaba decir su nombre y ella venía, Aquí estoy, mi Jesús, Ven a mi lado, que vengan también Simón y Andrés, que vengan Tiago y Juan, los hijos de Zebedeo, estos son los que me conocen y en mí creen, que ya me conocían y creían en mí cuando todavía no podía decirles, y tampoco podía decíroslo a vosotros, que soy el Hijo de Dios nacido, este Hijo que fue llamado por el Padre y que con él estuvo cuarenta días en medio del mar, y que de allí volvió para deciros que son llegados los tiempos del Señor, y que debéis arrepentiros antes de que el Diablo venga a recoger las espigas podridas que hubieran caído de la mies que Dios lleva en su regazo, que esas mieses caídas sois vosotros, si para vuestro mal del amoroso abrazo de Dios queréis huir. Pasó un murmullo por la multitud, rodando sobre las cabezas como aquellas olas que se ven en el mar de tiempo en tiempo, en verdad muchos de los asistentes habían oído hablar de milagros obrados en diversas partes por el que allí está, algunos incluso fueron testigos directos y beneficiarios de estos milagros, Yo comí de aquel pan y de aquellos peces, decía uno, Yo bebí de aquel vino, decía otro, Yo era vecino de aquella adúltera, decía un tercero, pero entre tales acontecimientos, por muy importantes que pudieran haber sido y parecieran, y este supremo y proclamado prodigio de ser Hijo de Dios y, en consecuencia, Dios mismo, va una distancia como de la tierra al cielo, y esa, que se sepa, aún no ha sido, hasta hoy, medida. De entre la multitud llegó entonces una voz, Danos una prueba de que eres el Hijo de Dios y yo te seguiré, Tú me seguirás siempre si tu corazón te trajese a mí, pero tu corazón está aprisionado en un pecho cerrado, por eso me pides una prueba que tus sentidos puedan comprender, pues bien, voy a darte ahora una prueba que dará satisfacción a tus sentidos, pero que tu cabeza rechazará, y, estando tú dividido entre tu cabeza y tus sentidos, no tendrás más remedio que venir a mí por el corazón, Quien pueda entender que entienda, yo no entiendo, dijo el hombre, Cómo te llamas, Tomás, Ven aquí, Tomás, ven conmigo hasta la orilla del agua, ven a ver cómo hago unos pájaros con este barro que cojo a manos llenas, mira, es muy fácil, formo y modelo el cuerpo y las alas, doy forma a la cabeza y al pico, engasto estas piedrecillas, que son los ojos, ajusto las largas plumas de la cola, equilibro las patas y los dedos y, habiéndolo hecho, hago once más, aquí los tienes, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce pajarillos de barro, imagina, hasta podemos, si quieres, darles nombres, éste es Simón, éste es Tiago, éste Andrés, éste Juan, y éste, si no te importa, se llamará Tomás, en cuanto a los otros vamos a esperar a que aparezcan los nombres, que los nombres muchas veces se retrasan en el camino, llegan más tarde, y mira ahora lo que hago, lanzo esta red por encima para que los pájaros no puedan huir, si no tenemos cuidado, Quieres decir con eso que si esta red fuera levantada los pájaros huirían, pregunto incrédulo Tomás, Sí, si levantamos la red, los pájaros huirían, Y ésta es la prueba con la que querías convencerme, Sí y no, Cómo sí y no, La mejor prueba, pero esa no depende de mí, sería que no levantaras tú la red y creyeras que los pájaros huirían al levantarla, Son de barro, no pueden huir, También Adán, nuestro primer padre, era de barro y tú desciendes de él, A Adán le dio vida Dios, No dudes, Tomás, y levanta la red, yo soy el Hijo de Dios, Así lo quisiste, así lo tendrás, estos pájaros no volarán, con un movimiento rápido Tomás levantó la red, y los pájaros, libres, alzaron el vuelo, dieron, entre gorjeos, dos vueltas sobre la multitud maravillada y desaparecieron en el espacio.

Dijo Jesús, Mira, Tomás, tu pájaro se ha ido, y Tomás respondió, No Señor, está aquí arrodillado a tus pies, soy yo.

De la multitud se adelantaron algunos hombres, detrás aunque no demasiado cerca, algunas mujeres. Se aproximaron y dijeron cómo se llamaban, Yo soy Felipe, y Jesús vio en él las piedras y la cruz, Yo soy Bartolomé, y Jesús vio en él un cuerpo desollado, Yo soy Mateo, y Jesús lo vio muerto entre gentes bárbaras, Yo soy Simón, y Jesús vio en él la sierra que lo cortaba, Yo soy Tiago, hijo de Alfeo, y Jesús vio que lo lapidaban, Yo soy Judas Tadeo, y Jesús vio la maza que se alzaba sobre su cabeza, Yo soy Judas de Iscariote, y Jesús tuvo pena de él porque lo vio ahorcándose con sus propias manos de una higuera.

Entonces llamó Jesús a los otros y les dijo, Ahora estamos todos, ha llegado la hora. Y a Simón, hermano de Andrés, Como tenemos otro Simón con nosotros, tú, Simón, de hoy en adelante te llamarás Pedro. Dieron la espalda al mar y se pusieron en camino, tras ellos iban las mujeres, de la mayor parte no llegamos a saber los nombres, verdaderamente, da lo mismo, casi todas son Marías, incluso las que no lo sean responderían por ese nombre, que decimos mujer, decimos María y ellas vuelven la mirada y vienen a servirnos.

Jesús y los suyos iban por los caminos y los poblados, y Dios hablaba por boca de Jesús, y he aquí lo que decía, Se ha completado el tiempo y está cerca el reino de Dios, arrepentíos y creed en la buena nueva. Al oír esto, el vulgo de las aldeas pensaba que entre completarse el tiempo y acabarse el tiempo no podía haber diferencia, y que en consecuencia estaba próximo el fin del mundo, que es donde el tiempo se mide y gasta.

Todos daban muchas gracias a Dios por la misericordia de haber enviado por delante, dando aviso formal de la inminencia del suceso, a uno que se decía su Hijo, cosa que bien podía ser verdad, porque obraba milagros por dondequiera que pasaba, la única condición, si así se le puede llamar, pero esa imprescindible, era la convicta fe de quien se los pidiera, como fue el caso de aquel leproso que le suplicó, Si quieres, puedes limpiar mi cuerpo, y Jesús, con mucha compasión de aquel mísero llagado, lo tocó y ordenó, Lo quiero, queda limpio, y estas palabras aún no habían sido dichas y en aquel mismo instante la carne podrida se volvió sana, lo que en ella faltaba quedó reconstituido y donde antes había un gafo horrendo y sucio, de quienes todos huían, se veía ahora un hombre lavado y perfecto, muy capaz para todo. Otro caso, igualmente digno de nota, fue el de aquel paralítico a quien, por ser multitud la gente a la entrada de la puerta, tuvieron que hacer subir y luego bajar, en su camastro, por un agujero del tejado de la caa donde Jesús estaba, que sería la de Simón, llamado Pedro, y como fe tan grande era merecedora de premio, dijo Jesús, Hijo mío, tus pecados te son perdonados, pero ocurrió que había allí unos escribas malintencionados, de esos que en todo ven motivo de recriminación y llevan la ley en la punta de la lengua, y cuando oyeron lo que Jesús decía, alzaron su voz en protesta, Por qué hablas así, estás blasfemando, sólo Dios puede perdonar los pecados, y respondió Jesús con una pregunta, Qué es más fácil, decirle al paralítico Tus pecados te son perdonados, o decirle Levántate, toma tu camastro y anda, y sin esperar a que los otros le respondiesen, concluyó, Pues bien, para que sepáis que tengo el poder en la tierra de perdonar los pecados, te ordeno, y esto se lo decía al paralítico, que te levantes, que cojas tu catre y te vayas a tu casa, dichas estas palabras se asistió al inmediato ponerse en pie del beneficiado, recuperado además de todas sus fuerzas, pese a la inacción causada por la parálisis, pues tomó el camastro, se lo echó a la espalda y se fue dando mil gracias a Dios.

Está visto que la gente no anda toda por ahí pidiendo milagros, cada uno, con el tiempo, se habitúa a sus pequeñas o medianas carencias y con ellas va viviendo sin que se le pase por la cabeza importunaar a los altos poderes, pero los pecados son otra cosa, los pecados atormentan por debajo de lo que se ve, no son pierna coja ni brazo tullido, no son lepra de fuera, sino lepra de dentro. Por eso tuvo Dios mucha razón cuando a Jesús le dijo que todo hombre tiene al menos un pecado de que arrepentirse, lo más corriente y normal es que tenga muchísimos. Ahora bien, estando este mundo a punto de acabarse y viniendo ahí el reino de Dios, además de que queremos entrar en él con el cuerpo rehecho a costa de milagros, lo que importa es que nos encaminemos a él con un alma, la nuestra, purificada por el arrepentimiento y curada por el perdón. Por otra parte, si el paralítico de Cafarnaún pasó una parte de su vida hecho un garabato, era porque había pecado, pues sabido es que toda dolencia es consecuencia del pecado, por eso, conclusión lógica sobre todas, la vera condición de una buena salud, aparte de serlo de la inmortalidad del espíritu, y no sabemos si también del cuerpo, sólo podrá ser una integrísima pureza, una absoluta ausencia de pecado, por pasiva y eficaz ignorancia o por activo repudio, tanto en obras como en pensamientos. No se crea, sin embargo, que nuestro Jesús anduvo por aquellas tierras del Señor malbaratando el poder de curar y la autoridad de perdonar que el mismo Señor le otorgó. No es que no lo hubiera deseado, claro está, pues su buen corazón lo inclinaba a tornar en universal panacea lo que, como mandato de Dios, estaba obligado a hacer, es decir, anunciar a todos el fin de los tiempos y reclamar de cada uno arrepentimiento, y para que no perdieran los pecadores demasiado tiempo en cogitaciones que retrasaban la difícil decisión de decir, Yo he pecado, el Señor ponía en boca de Jesús ciertas prometedoras y terribles palabras, como eran éstas, en verdad os digo que algunos de los que aquí están presentes no experimentarán la muerte sin haber visto llegar el reino de Dios con todo su poder, imaginen los efectos arrasadores que tal anuncio causaba en las conciencias de la gente, de todas partes acudían multitudes ansiosas que seguían a Jesús como si él, directamente, las tuviera que conducir al paraíso nuevo que el Señor instauraría en la tierra y que se distinguiría del primero porque ahora serían muchos los que de él gozarían, habiendo redimido, por oración, penitencia y arrepentimiento, el pecado de Adán, también llamado original. Y como, en su mayor parte, esta confiada gente procedía de bajos estratos sociales, artesanos y cavadores de azadón, pescadores y mujerucas, se atrevió Jesús, un día en que Dios lo dejó más libre, a improvisar un discurso que arrebató a todos los oyentes, derramándose allí lágrimas de alegría como sólo se concebirían a la vista de una ya no esperada salvación, Bienaventurados, dijo Jesús, bienaventurados vosotros los pobres porque vuestro es el reino de Dios, bienaventurados vosotros los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados, bienaventurados vosotros, los que ahora lloráis, porque reiréis, pero en este momento se dio cuenta Dios de lo que estaba ocurriendo, y como no podía suprimir lo que por Jesús había sido dicho, forzó su lengua para que pronunciara otras palabras distintas, con lo que las lágrimas de felicidad se convirtieron en negras lástimas por un futuro negro, Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os insulten y rechacen vuestro nombre infame, por causa del Hijo del Hombre. Cuando Jesús acabó de decir esto, fue como si el alma se le hubiera caído a los pies, pues en el mismo instante se representó en su espíritu la trágica visión de los tormentos y de las muertes que Dios anunció en el mar.

Por eso, ante la multitud que lo miraba transida de pavor, Jesús cayó de rodillas y, postrado oró en silencio, ninguno de los que se encontraban allí podría imaginar que él estaba pidiendo, a todos, perdón, él que se gloriaba, como Hijo de Dios que era, de poder perdonar a los demás. Aquella noche, en la intimidad de la tienda donde dormía con María de Magdala, Jesús dijo, Yo soy el pastor que con el mismo cayado lleva al sacrificio a los inocentes y a los culpables, a los salvos y a los perdidos, a los nacidos y a los por nacer, quién me librará de este remordimiento, a mí que me veo hoy como se vio mi padre en aquel tiempo, pero él responde de veinte vidas, y yo por veinte millones. María de Magdala lloró con Jesús y le dijo, Tú no lo has querido, Peor aún, respondió él, y ella, como si desde el principio conociese, por entero, lo que poco a poco hemos venido viendo y oyendo nosotros, Dios es quien traza los caminos y manda a los que por ellos han de ir, a ti te eligió para que abrieses, en su servicio, un camino entre los caminos, pero tú no andarás por él y no construirás un templo, otros lo construirán sobre tu sangre y tus entrañas, sería mejor que aceptases con resignación el destino que Dios ha ordenado y escrito para ti, pues todos tus gestos están previstos, las palabras que has de decir te esperan en lugares a los que tendrás que ir, ahí estarán los cojos a quienes darás piernas, los ciegos a quienes darás vista, los sordos a quienes darás oídos, los mudos a quienes darás voz, los muertos a quienes podrías dar vida, No tengo poder contra la muerte, Nunca lo has intentado, Sí, lo intenté, y la higuera no resucitó, El tiempo, ahora, es otro, tú estás obligado a querer lo que Dios quiere, pero Dios no puede negarte lo que tú quieras, Que me libere de esta carga, no quiero más, Quieres lo imposible, mi Jesús, la única cosa que Dios realmente no puede es no quererse a sí mismo, Cómo lo sabes tú, Las mujeres tenemos otros modos de pensar, quizá porque nuestro cuerpo es diferente, debe de ser por eso, sí, debe de ser por eso.

Un día, como la tierra siempre es demasiado grande para el esfuerzo de un hombre, aunque se trate sólo de una pequeñísima parcela, como es, en este caso, Palestina, decidió Jesús mandar a sus amigos, a pares, a anunciar por ciudades, villas y aldeas la próxima llegada del reino de Dios, enseñando y predicando por todas partes como él hacía. Hallándose solo con María de Magdala, pues las otras mujeres acompañaban a los hombres, conforme a los gustos y preferencias de ellos y de ellas, decidieron ir a Betania, que está cerca de Jerusalén, y así, si decirlo no falta al respeto, mataban dos pájaros de un tiro, visitando a la familia de María, que ya era hora de que se reconciliasen los hermanos y se conocieran los cuñados, y yendo después el grupo, reunido otra vez, a Jerusalén, pues Jesús había citado a todos sus amigos en Betania al cabo de tres meses. De lo que hicieron los doce en tierras de Israel no hay mucho que decir, en primer lugar porque, salvo algunos pormenores de vida y circunstancias de muerte, no es la historia de ellos la que fuimos llamados a contar, y en segundo lugar, porque no les era concedido más que el poder de repetir, aunque según el modo de cada uno, las lecciones y las obras del maestro, lo que quiere decir que enseñaban como él, pero curaban como podían. Fue una pena que Jesús les hubiese ordenado taxativamente que no siguieran por el camino de los gentiles ni entrasen en ciudad de samaritanos, porque con esa manifestación de sorprendente intolerancia que no era de esperar en persona tan bien formada, se perdió la oportunidad de abreviar futuros trabajos, pues teniendo Dios el propósito, con bastante claridad expresado, de ampliar sus territorios e influencia, más tarde o más temprano tendría que llegarles el turno, no sólo a los samaritanos, sino sobre todo a los gentiles, bien a los de aquí, bien a los de otras partes. Les dijo Jesús que curasen enfermos, resucitasen muertos, limpiasen leprosos, expulsasen demonios, pero, en verdad, fuera de alusiones vagas y muy generales, no se observa que haya quedado registro ni memoria de tales acciones, si es que algo hicieron, lo que sirve, en definitiva, para mostrar que Dios no se fía de cualquiera, por muy buenas que sean las recomendaciones.

Cuando vuelvan a encontrarse con Jesús, algo, sin duda, tendrán los doce que contarle acerca de los resultados de aquella predicación de arrepentimientos en que anduvieron, pero muy poco podrán contar en lo que a curas se refiere, salvo la expulsión de unos cuantos demonios subalternos, de esos que no necesitan exorcismos particularmente imperiosos para saltar de una persona a otra. Lo que sí dirán es que algunas veces fueron expulsados o mal recibidos en caminos que no eran de gentiles y ciudades que no eran de samaritanos, sin más consuelo que sacudirse a la salida el polvo de los pies, como si la culpa fuera del polvo que todos pisan y que de nadie se queja. Pero Jesús les había prevenido que eso era lo que debían hacer en tales casos, como testimonio contra quien no quisiera oírles, deplorable, resignada respuesta, es verdad, pues de lo que se trataba era de la propia palabra de Dios de este modo rechazada, ya que el mismo Jesús fue muy explícito, No os preocupéis de lo que vais a decir, llegado el momento os será inspirado.

Aunque quizá las cosas no puedan ser exactamente así, tal vez en éste como en otros casos, la solidez de la doctrina, que está encima, depende del factor personal, que está debajo, la lección, si no es temerario adelantarlo, parece buena, aprovechémosla.

Ocurrió que estaba el tiempo como de rosas acabadas de cortar, fresco y perfumado como ellas, y los caminos limpios y amenos como si por allí anduvieran ángeles salpicándolos de rocío para barrerlos después con escobas de laurel y arrayán. Jesús y María de Magdala viajaron de incógnito, no pernoctaron nunca en los caravasares, evitaron unirse a las caravanas, donde era mayor el riesgo de encontrar quien lo reconociese. No es que Jesús estuviea descuidando sus obligaciones, que no se lo consentiría la minuciosa vigilancia de Dios, más bien parecía que el mismo Dios decidió concederle unas vacaciones, pues al camino no bajaban leprosos implorando curas ni posesos rechazándolas y las aldeas por las que pasaban se complacían bucólicamente en la paz del Señor, como si, por virtud suya y propia, se hubieran adelantado en la vía de los arrepentimientos. Dormían donde les caía la noche, sin más preocupaciones de bienestar que el regazo del otro, teniendo alguna vez por único techo el firmamento, el inmenso ojo negro de Dios cribado de luces que son el reflejo dejado por las miradas de los hombres que contemplaron el cielo, generación tras generación, interrogando al silencio y escuchando la única respuesta que el silencio da. Más tarde, cuando se quede sola en el mundo, María de Magdala querrá recordar estos días y estas noches, y cada vez que recuerde se verá obligada a luchar para defender la memoria de los asaltos del dolor y de la amargura, como si estuviera protegiendo una isla de amores de las embestidas de un mar tormentoso y de sus monstruos.

No están lejos esos tiempos, pero, mirando a la tierra y al cielo, no se distinguen los signos de la aproximación, igual que en el espacio libre vuela un ave y no se apercibe del rápido halcón que, con las garras lanzadas hacia delante, baja como una piedra. Jesús y María de Magdala cantan en el camino, otros viajeros, que no los conocen, dicen, gente feliz, y de momento no hay verdad más verdadera. Así llegaron a Jericó y de allí, despacio, en dos largos días de jornada, porque el calor era mucho y las sombras ningunas, subieron hasta Betania. Tras tantos años pasados, no sabía María de Magdala cómo iban a recibirla los hermanos, saliendo de casa como salió, para vivir una mala vida, Quizá piensen que he muerto, decía, quizá hasta deseen que haya muerto, y Jesús intentaba apartar de su cabeza las negras ideas, El tiempo lo cura todo, sentenciaba, sin recordar que la herida que para él era su propia familia seguía viva y abierta y sangrando todo el tiempo. Entraron en Betania, María velándose medio rostro, con vergüenza de que la reconocieran los vecinos, y Jesús, suavemente, reprendiéndola, De qué te escondes, ya no eres aquella mujer que vivió otra vida, esa ya no existe, No soy quien fui, es verdad, pero soy quien era, y la que soy y la que era están atadas una a otra por la vergüenza de la que fui, Ahora eres quien eres, y estás conmigo, Bendito sea Dios por eso, él que de mí te llevará un día, y María dejó caer el manto, mostrando el rostro, pero nadie dijo, Ahí va la hermana de Lázaro, la que se fue a vivir de prostituta.

{ésta es la casa, dijo María de Magdala, pero no tuvo ánimo para llamar ni voz para anunciarse. Jesús empujó un poco la cancela, que sólo estaba entornada, y preguntó, Hay alguien, desde dentro una mujer dijo, Quién llama, su propia respuesta pareció traerla hasta la puerta, allí estaba Marta, la hermana de María, gemelas, pero no iguales, porque sobre ésta hizo la edad mayor estrago, o el trabajo, o el carácter y el modo de ser. Dio primero con los ojos en Jesús, y su rostro, como si de él se hubiera levantado una nube que lo oscureciera, se volvió de súbito luminoso y claro, pero, en seguida, viendo a la hermana, dudó, y se le dibujó en las facciones una expresión de descontento, Quién es él para estar con ella, podía haber pensado, o tal vez, Cómo puede estar con ella, si es lo que parece, pero Marta no sabría decir, si se lo ordenaran, qué era lo que le parecía Jesús. Y seguramente por eso en vez de preguntarle a la hermana, cómo estás, o, A qué has venido aquí, las palabras que dijo fueron, Quién es este hombre que te acompaña. Jesús sonrió, y su sonrisa fue directa al corazón de Marta con la rapidez y el choque de un disparo de flecha y allí se quedó, doliendo, doliendo, como un extraño y desconocido gozo, Me llamo Jesús de Nazaret, dijo, y estoy con tu hermana, palabras éstas que eran, mutatis mutandis, tal como sabrían decir los romanos en su latín, equivalentes a las que gritó a su hermano Tiago cuando se separó de él a la orilla del mar, Se llama María de Magdala y está conmigo. Marta abrió la puerta del todo y dijo, Entrad, estás en tu casa, pero no supo en cuál de los dos estaba pensando. Ya en el patio, María de Magdala sostuvo del brazo a su hermana, y le dijo, Pertenezco a esta casa como tú perteneces, pertenezco a este hombre que no te pertenece a ti, estoy en regla contigo y con él, no hagas de tu virtud pregón ni de mi imperfección sentencia, en paz he venido, y en paz quiero quedarme. Marta dijo, Te recibo como hermana por la sangre, y espero que pueda llegar el día en que te reciba por el amor, pero hoy no, iba a continuar cuando un pensamiento la detuvo, y es que no sabía si el hombre que estaba con la hermana era conocedor o no de la vida que llevó, si es que no la llevaba todavía, y entonces, en este punto del raciocinio, se le cubrió el rostro de rubor y confusión, durante un momento los odió a los dos y se odió a sí misma. Al fin habló Jesús, para que Marta oyese lo que era menester, no es tan difícil adivinar lo que va en el pensamiento de las personas, Dios nos juzga a todos y cada día nos juzgará de manera diferente, según lo que cada día somos, ahora bien, si a ti, Marta, tuviera que juzgarte Dios hoy, no creas que serías, a sus ojos, diferente de María, Explícate mejor, no te entiendo, Y yo no te diré más, guarda mis palabras en tu corazón y repítelas para ti misma cuando mires a tu hermana, María ya no, Quieres saber si aún soy puta, preguntó brutalmente María de Magdala, cortando la reticencia de su hermana.

Marta retrocedió, asintió con las manos cubriéndose el rostro, No, no, no quiero que me lo digas, me bastan las palabras de Jesús, y sin poder contenerse se echó a llorar.

María fue hacia ella, la abrazó como acunándola, Marta decía entre sollozos, qué vida, qué vida, pero no sabía si hablaba de la hermana o de sí misma. Lázaro, dónde está, preguntó María, En la sinagoga, Y de salud, cómo va, Sigue sufriendo aquellos sofocos suyos, salvo eso, no va mal. Le dieron ganas de añadir, en otro asalto de amargura, que la preocupación se había atrasado por el camino, pues, en todos estos años de culpable ausencia, la hermana pródiga, pródiga de tiempo y de cuerpo, pensó Marta con ironía despechada, nunca tuvo el detalle de demandar noticias de la familia, en particular de un hermano cuya débil salud parecía que en cada instante se iba a romper para siempre.

Volviéndose hacia Jesús, que dos pasos atrás observaba con atención el mal disimulado conflicto, Marta dijo, Nuestro hermano copia libros en la sinagoga, no tiene salud para más, y el tono, aunque la intención no fuera ciertamente esa, era el de alguien que nunca podrá comprender cómo es posible vivir sin esta fuerza diligente, sin este continuo trabajo mío, que en todo el santo día no tengo ni un momento de descanso. De qué mal sufre Lázaro, preguntó Jesús, De unos sofocos, como si fuera a parársele el corazón, después se pone pálido, pálido, parece que ahí acaba. Marta hizo una pausa, y añadió, Es más joven que nosotras, lo dijo sin pensar, tal vez porque de pronto reparó en la propia juventud de Jesús, otra vez la confusión entró en su espíritu, un sentimiento de celos tocó su corazón, y el resultado fueron unas palabras que sonaron de modo extraño estando allí presente María de Magdala, que ella, sí, tenía el deber y el derecho de pronunciarlas, Vienes cansado, siéntate y déjame que te lave los pies. Un poco más tarde, María hallándose a solas con Jesús, le dijo medio en serio, medio en broma, Por lo visto y oído, estas hermanas han nacido para enamorarse de ti, y Jesús respondió, El corazón de Marta está lleno de tristeza por no haber vivido, La tristeza de ella no es esa, está triste porque piensa que no hay justicia en el cielo si es la impura quien recibe el premio y la virtuosa tiene el cuerpo vacío, Dios tendrá para ella otras compensaciones, Puede ser, pero Dios, que hizo el mundo, no debería privar de ninguno de los frutos de su obra a las mujeres de las que también fue autor, Conocer hombre, por ejemplo, Sí, como tú conociste mujer, y no debías necesitarlo más, siendo, como eres, hijo de Dios, quien se acuesta contigo no es el hijo de Dios, sino el hijo de José, La verdad es que nunca, desde que te conozco, sentí que estuviera acostada con el hijo de un dios, De Dios, quieres decir, Ojalá no lo fueras.

Por un chiquillo, hijo de unos vecinos, Marta mandó aviso al hermano de que había vuelto María, pero no lo hizo sin haber dudado antes mucho, pues así iba a precipitar la inevitabe y sabrosa noticia de que la prostituta hermana de Lázaro regresó a casa, con lo que la familia volvería a caer en las habladurías de la gente, después de haberlas silenciado durante un tiempo.

Se preguntaba a sí misma con qué cara saldría a la calle al día siguente y, peor todavía, si tendría valor para acompañar a su hermana, obligada a hablar con las vecinas y decirles, es un ejemplo, Te acuerdas de María, mi hermana, pues está aquí, ha vuelto a casa, y la otra, con aire muy redicho, Vaya si me acuerdo, quién no se acuerda, que estas minucias prosaicas no escandalicen a quien con ellas tenga que perder el tiempo, la historia de Dios no es toda divina. Se censuró Marta a sí misma por sus mezquinos pensamientos cuando Lázaro, al llegar, abrazó a María y le dijo muy sencillamente, Bienvenida seas, hermana, como si no le estuviesen doliendo tantos años de ausencia y de callada tristeza, y porque alguna señal de alegre disposición tenía que mostrar ahora, apuntó Marta a Jesús y le dijo al hermano, {éste es Jesús, nuestro cuñado. Los dos hombres se miraron con simpatía y luego se sentaron a charlar, mientras las mujeres, repitiendo gestos y movimientos que fueron comunes en otro tiempo, comenzaron a preparar la cena. Después de haber cenado, salieron Lázaro y Jesús al patio a tomar el fresco de la noche, dentro de la casa se quedaron las dos hermanas resolviendo la importante cuestión de cómo deberían instalar las esteras, teniendo en cuenta la alteración sobrevenida en la composición de la familia, y, al cabo de un momento de silencio, Jesús, viendo las primeras estrellas que surgían en el cielo aún claro, preguntó, Sufres, Lázaro, y Lázaro respondió, con una voz extrañamente tranquila, Sí, sufro, Dejarás de sufrir, dijo Jesús, Seguro, después de muerto, Dejarás de sufrir ahora, No me habías dicho que fueras médico, Hermano, si fuese médico no sabría cómo curarte, Ni puedes curarme, incluso no siéndolo, Estás curado, murmuró Jesús dulcemente, Lázaro sintió que el mal huía de su cuerpo como un agua oscura devorada por el sol, notó que se le fortalecía la respiración y el corazón se le rejuvenecía, y como no podía comprender lo que pasaba, sintió miedo en el alma, qué es esto, preguntó, y su voz sonaba ronca de angustia, Quién eres tú, Médico no soy, sonrió Jesús, En nombre de Dios, dime quién eres, No pronuncies el nombre de Dios en vano, Qué debo entender, Llama a María, ella te lo dirá. No fue necesario, atraídas por el repentino volumen de las voces, Marta y María aparecieron en la puerta, andarían los dos hombres en altercado, pero luego vieron que no, el patio estaba todo azul, el aire, queremos decir, y Lázaro, trémulo, indicaba a Jesús, Quién es éste, preguntaba, que con tocarme la mano y decirme Estás curado, me curó. Marta se acercó al hermano con intención de tranquilizarlo, cómo era posible que estuviera curado si temblaba de aquel modo, pero Lázaro la mantuvo alejada, y dijo, Habla tú, María, que lo has traído, quién es, Sin moverse del umbral de la puerta donde se quedó, María de Magdala dijo simplemente, Es Jesús de Nazaret, hijo de Dios. Incluso siendo estos lugares, desde el principio del mundo tan regularmente favorecidos por revelaciones proféticas y anuncios apocalípticos, lo más natural hubiera sido que Lázaro y Marta manifestaran una perentoria incredulidad, porque una cosa es que uno se sienta súbitamente curado por obvio efecto de milagro, y otra es que te vengan a decir que el hombre que tocó tu mano y te liberó del mal es el propio hijo de Dios. Pero pueden mucho la fe y el amor, es más, hay quien afirma que no precisan andar juntos para poderlo todo, el caso es que Marta se lanzó, llorando, a los brazos de Jesús y luego, asustada por aquella osadía, se dejó caer en el suelo, donde se quedó, y sólo sabía murmurar, con el rostro transfigurado, Te lavé los pies, te lavé los pies. Lázaro no se movía, el asombro lo había paralizado, podemos incluso suponer que si no lo fulminó la súbita revelación fue porque un acto oportuno de amor, un minuto antes, le puso un corazón nuevo en lugar del corazón viejo. Sonriendo, Jesús lo abrazó y dijo, No te sorprenda ver que el hijo de Dios es un hijo de hombre, verdaderamente Dios no tenía más opción, como los hombres que escogen a sus mujeres y las mujeres que escogen a sus hombres. Las últimas palabras iban destinadas a María de Magdala, que las tomaría por el lado bueno, pero no reparó Jesús en que estas palabras servirían para aumentar el sufrimiento de Marta y la desesperación de su soledad, ésta es la diferencia que hay entre Dios y un hijo suyo, Dios lo haría adrede, lo hizo el hijo sólo por humanísima torpeza. En fin, la alegría hoy es grande en esta casa, mañana volverá Marta a sufrir y a suspirar, pero un alivio puede ya tener seguro, nadie va a tener el atrevimiento de comentar por las calles, plazas y mercados de Betania la vida disoluta de la hermana cuando se sepa, y la propia Marta se ocupará de esto, que el hombre que vino con ella curó a Lázaro de su mal sin poción ni tisana. Estaban en casa, recogidos y disfrutando de la hora, cuando Lázaro dijo, De tiempo en tiempo nos llegaban noticias de que un hombre de Galilea andaba haciendo milagros, pero no decían que fuese hijo de Dios, Unas noticias andan más deprisa que las otras, dijo Jesús, Eres tú ese hombre, Tú lo has dicho. Entonces Jesús contó su vida desde el principio, pero no toda ella, de Pastor, nada, de Dios dijo sólo que se le apareció para decirle, Eres mi hijo. Si no fuese por aquella primera noticia de unos lejanos milagros, convertidos en verdades puras por la palpable evidencia de éste, si no fuese por el poder de la fe, si no fuese por el amor y sus poderes, seguro que habría sido muy difícil a Jesús, sólo con una frase lacónica, aunque puesta en boca del mismo Dios, convencer a Lázaro y a Marta de que el hombre que dentro de un rato iba a acostarse con su hermana estaba hecho de espíritu divino, si con su humana carne se aproximaba a ella, que a tantos hombres había conocido sin temor de Dios. Perdonemos a Marta el orgullo que la llevó a decir, muy bajo, con la cabeza tapada por el cobertor para no ver ni oír, Yo sería más digna.

A la mañana siguiente, la noticia corrió velocísima, toda Betania fue un loar y dar gracias al Señor, e incluso los que, pocos, empezaron a dudar del caso, creyendo que la aldea era demasiado pequeña para que en ella pudieran ocurrir grandes cosas, esos no tuvieron más remedio que rendirse, a la vista del milagro que benefició a Lázaro, de quien no podrá decirse que de ahora en adelante venderá salud, porque era de corazón tan generoso que la daría, si pudiese. Ya a la puerta de la casa se juntaban curiosos que querían ver, con sus propios y en consecuencia no mentirosos ojos, al autor del hecho celebrado y, pudiendo ser, para final y definitiva certeza, ponerle la mano encima. También, unos por su pie, otros traídos en angarillas o a las espaldas de parientes, vinieron los enfermos a la cura, hasta el punto de que era imposible dar un paso en la estrecha callejuela donde vivían Lázaro y las hermanas. Sabedor que fue del caso, mandó Jesús avisar que hablaría a todos en la plaza mayor de la aldea, que fueran andando, que ya iba él. Ora bien, quien tiene un pájaro en la mano no será tan loco que lo suelte, antes le hará con los dedos jaula más segura. Por causa de esta prudencia o desconfianza, nadie se alejó de allí, y Jesús tuvo que mostrarse y salir como uno más, igual que nosotros apareciendo en el vano de una puerta, sin música ni resplandor, sin que temblara la tierra o los cielos se moviesen de un lado a otro, Aquí estoy, dijo, intentando hablar en tono natural, pero, suponiendo que lo consiguiera, eran de aquellas palabras, por sí solas, salidas de quien salían, capaces de poner de rodillas en el suelo a la aldea entera, clamando piedad, Sálvanos, gritaban estos, Cúrame, imploraban aquéllos.

Jesús curó a uno que por ser mudo nada podía pedir, y a los otros los mandó a sus casas porque no tenían fe bastante, y que volvieran otro día, aunque primero debían arrepentirse de sus pecados, pues el reino de Dios estaba cerca y el tiempo a punto de completarse, doctrina ya conocida. Eres tú el hijo de Dios, le preguntaron, y Jesús respondió del modo enigmático que solía, Si no lo fuera, antes Dios te volvería mudo que consentir que me lo preguntases.

Con estos señalados actos se inició la estancia de Jesús en Betania, mientras llegaba el día del encuentro acordado con los discípulos que por distantes parajes andaban.

Claro es que no tardó en llegar gente de las ciudades y aldeas de alrededor, conocida que fue la noticia de que el hombre que hacía milagros en el norte estaba ahora en Betania. No necesitaba Jesús salir de casa de Lázaro porque todos acudían a ella como lugar de peregrinación, pero Jesús no los recibía, les mandaba que se reuniesen en un monte fuera de la aldea y allí iba él a predicarles el arrepentimiento y hacer algunas curas. Tanto se habló y dijo que las voces llegaron a Jerusalén, haciendo que se engrosaran las multitudes y Jesús se interrogase sobre si debía seguir allí, con riesgo de motines que siempre nacen de ajuntamientos excesivos. De Jerusalén llegó, primero, al rumor de una esperanza de salvación y cura, el pueblo menudo, pero pronto empezaron a llegar también gentes de clases que están por encima, e incluso unos cuantos fariseos y escribas que se negaban a creer que alguien, en su juicio, tuviera el atrevimiento, por así decir suicida, de llamarse con todas las letras Hijo de Dios.

Regresaban a Jerusalén irritados y perplejos porque Jesús nunca respondía afirmativamente cuando le preguntaban, y todo su hablar, por lo que toca a filiaciones, era denominarse a sí mismo Hijo del Hombre, y si, hablando de Dios, le acontecía decir Padre, se entendía que lo era de todos y no sólo suyo. Quedaba entonces, como cuestión difícilmente polémica, el poder curativo de que daba sucesivas pruebas, ejercido sin artificiosos pases de magia, del modo más simple, con una o dos palabras, Camina, Levántate, Habla, Ve, Sé limpio, un sutil toque con la mano, nada más que el roce suave de la punta de los dedos, y de inmediato la piel de los leprosos brillaba como el rocío al darle la primera luz del sol, los mudos y los tartamudos se embriagaban en el flujo torrencial de la palabra liberada, los paralíticos saltaban de las angarillas y danzaban hasta que se quedaban sin fuerzas, los ciegos no creían lo que sus ojos podían ver, los cojos corrían y corrían y después, de pura alegría, se fingían cojos para poder correr otra vez, Arrepentíos, les decía Jesús, arrepentíos, y no les pedía otra cosa. Pero los sacerdotes superiores del Templo, sabedores más que nadie de las confusiones y otras perturbaciones históricas a que habían dado impulso, en su tiempo, profetas y anunciadores de varia índole, decidieron, tras pesar y medir todas las palabras oídas a Jesús, que en este tiempo no se verían convulsiones religiosas, sociales y políticas como las del pasado, y que de hoy en adelante prestarían atención a todo lo que el galileo fuese diciendo o haciendo, para que, en caso de necesidad, y todo indica que hasta este punto llegaremos, sea cortado y arrancado de raíz el mal que se anuncia, porque, decía el sumo sacerdote, A mí no me engaña ese, el hijo del Hombre es el Hijo de Dios. Jesús no fue a sembrar grano en Jerusalén, pero en Betania forjaba y daba filo a la hoz con la que lo habrán de segar.

En esta fiesta estábamos cuando, dos ahora, dos mañana, a pares cada vez, o cuatro que se habían encontrado en el camino, empezaron a llegar a Betania los discípulos.

Difiriendo apenas, unos y otros, en pormenores y circunstancias menores, traían todos la misma noticia, y era que del desierto había salido un hombre que profetizaba al modo antiguo, como si rodase canchales con la voz y moviese montaña con los brazos, anunciando castigos para el pueblo y la venida inmediata del Mesías. No lo habían llegado a ver porque él iba constantemente de un lado a otro, y en cuanto a las informaciones que traían, aunque coincidentes en general, eran todas de segunda mano, y decían que si no lo buscaron era porque estaba a punto de cumplirse el plazo acordado de tres meses y no querían faltar a la cita, Preguntó entonces Jesús si sabían cómo se llamaba el profeta y ellos respondieron que Juan, luego ese era el hombre que debía venir a ayudarle, conforme a lo que Dios le había anunciado en su despedida. Ya llegó, dijo Jesús, y los amigos no comprendieron lo que quería decir con estas palabras, sólo María de Magdala, pero esa lo sabía todo. Jesús quería ir ya al encuentro de Juan, que sin duda lo estaría buscando a él, pero de los doce faltaban aún Tomás y Judas de Iscariote, y como podía ocurrir que ellos trajeran noticias más directas y completas, le molestaba la tardanza. Valió la pena aquella espera, los retardatarios habían visto a Juan y hablado con él.

Vinieron los otros de las tiendas donde paraban, fuera de Betania, para oír el relato de Tomás y de Judas de Iscariote, sentados todos en círculo en el patio de la casa de Lázaro, y Marta y María y las otras mujeres, por allí, sirviéndolos. Entonces hablaron alternativamente Judas de Iscariote y Tomás, y dijeron esto, que Juan estaba en el desierto cuando la palabra de Dios le fue dirigida, entonces se fue de allí a las márgenes del Jordán a predicar un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados, pero yendo las multitudes a él para hacerse bautizar, las recibió con estos gritos que los oímos nosotros y de ellos quedamos asombrados, Raza de víboras, quién os ha enseñado a huir de la cólera que está a punto de llegar, lo que tenéis que hacer es dar frutos de arrepentimiento sincero, y no os engañéis a vosotros mismos diciendo que tenéis por padre a Abraham, pues yo os digo que Dios puede, de estos rudos pedregales, originar nuevos retoños a Abraham, dejándoos a vosotros despreciados, ved que ya el hacha se acerca a la raíz de los árboles, y por eso todo aquel que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego, y las multitudes, llenas de temor, le preguntaron, Qué debemos hacer, y Juan les respondió, Quien tenga dos túnicas reparta con quien no tiene ninguna, y quien tenga mantenencias, haga lo mismo, y a los publicanos que cobran los impuestos les dijo, No exijáis nada que no esté establecido en la ley, pero no penséis que la ley es justa sólo porque la llamáis ley, y a los soldados que le preguntaron, Y nosotros, qué debemos hacer, les respondió, No ejerzáis violencia sobre nadie, no denunciéis injustamente y contentaos con vuestra soldada. Se calló en este punto Tomás, que era el que había empezado, y Judas de Iscariote, tomando la palabra, prosiguió, Le preguntaron entones si él era el Mesías, y respondió, Yo os bautizo en agua para moveros al arrepentimiento, pero va a llegar quien es más poderoso que yo, alguien cuyas sandalias no soy digno de desatar, que os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego, y que tiene en su mano la pala de cribar para limpiar su era y recoger el trigo en su granero, pero la paja la quemará en un fuego inextinguible. No dijo más Judas de Iscariote, y todos esperaron a que Jesús hablase, pero Jesús, con un dedo, hacía trazos enigmáticos en el suelo y parecía esperar a que alguno de los otros hablase. Entonces dijo Pedro, Eres tú el Mesías que Juan anuncia, y Jesús, sin dejar de hacer rayas en el polvo, Tú eres quien lo dice, no yo, que a mí Dios sólo me dijo que soy su hijo, hizo una pausa, y concluyó, Voy en busca de Juan, Vamos contigo, dijo el que también se llamaba Juan, hijo de Zebedeo, pero Jesús movió lentamente la cabeza, No, sólo vendrán Tomás y Judas de Iscariote, porque lo conocen, y volviéndose a Judas, Cómo es él, Más alto que tú y mucho más fuerte, lleva una gran barba que parece hecha de espinos, viste toscas pieles de camello sujetas con una tira de cuero alrededor de la cintura, y dicen que en el desierto se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre, Más parece el Mesías él que yo, dijo Jesús, y se levantó del corro.

Partieron los tres a la mañana siguiente, y, sabiendo que Juan nunca paraba muchos días en el mismo lugar, pero que lo más probable, en todo caso, sería encontrarlo bautizando a orillas del Jordán, bajaron de los altos de Betania hacia el lugar de Betabara, que está a orillas del mar Muerto, con idea de ir después, río arriba, hasta el mar de Galilea, y todavía más al septentrión, hasta las fuentes del río, si preciso fuera. Pero al salir de Betania no podían imaginar que la jornada iba a ser tan breve, pues fue allí mismo en Betabara donde, solo, como si estuviera esperando, encontraron a Juan. Lo vieron de lejos, minúscula figura de hombre sentado a la orilla del río, cercado por montes lívidos que eran como calaveras y valles que parecían cicatrices aún doloridas y, extendiéndose hacia la derecha, brillando siniestra bajo el sol y el cielo blanco, la superficie terrible del mar Muerto, como de estaño fundido. Cuando se aproximaron a la distancia de un tiro de honda, Jesús les preguntó a sus compañeros, Es él, los dos miraron con atención, protegiendo la vista con la mano sobre las cejas, y respondieron, Sería su gemelo si no lo fuese, Esperad aquí hasta que yo vuelva, dijo Jesús, no os acerquéis pase lo que pase, y, sin más palabras, empezó a bajar hacia el río.

Tomás y Judas de Iscariote se sentaron en el suelo requemado, vieron a Jesús apartarse, apareciendo y desapareciendo según los accidentes del terreno y luego, ya en la orilla, caminando hacia donde estaba Juan, que en todo este tiempo no se había movido. Ojalá no nos hayamos equivocado, dijo Tomás, Tendríamos que habernos acercado más, dijo Judas de Iscariote, pero Jesús nada más verlo tuvo la certeza de que era él, preguntó por preguntar. Allá abajo, Juan se había levantado y miraba a Jesús, que se acercaba, qué se dirán el uno al otro, preguntó Judas de Iscariote, Tal vez Jesús nos lo diga, tal vez calle, dijo Tomás. Ahora los dos hombres, a lo lejos, estaban frente a frente y hablaban animadamente, se podía ver por los gestos, por los movimientos que hacían con los cayados, pasado un tiempo bajaron hasta el agua, desde aquí no es posible verlos, porque el relieve de las márgenes los oculta, pero Judas y Tomás sabían qué estaba ocurriendo, porque también ellos se hicieron bautizar por Juan, entrando los dos en la corriente hasta medio cuerpo, y Juan tomando agua con las dos manos en concha, alzándola luego al cielo y dejándola caer sobre la cabeza de Jesús mientras decía, Bautizado estás con agua, que ella alimente tu fuego. Ya lo ha hecho, ya lo ha dicho, ya suben del río Juan y Jesús, recogieron del suelo los cayados, sin duda están diciéndose el uno al otro palabras de despedida, las dijeron, se abrazaron, luego Juan empezó a andar a lo largo de la orilla, hacia el norte, Jesús viene hacia nosotros. Tomás y Judas de Iscariote lo esperan de pie, él se acerca y, otra vez sin decirles nada, pasa y sigue adelante, camino de Betania.

Van tras él, no con pequeño disgusto, los discípulos, roídos por la curiosidad insatisfecha, y, en un momento dado, Tomás no puede contenerse más y, desatendiendo el gesto que hizo Judas para retenerlo, preguntó, No quieres hablarnos de lo que te dijo Juan, No es aún la hora, respondió Jesús, Te dijo al menos que eres el Mesías, No es aún la hora, repitió Jesús, y los discípulos se quedaron sin saber si sólo repetía lo que antes había dicho o si les estaba informando de que la hora de la venida del Mesías todavía no había llegado.

Hacia esta hipótesis se inclinó Judas de Iscariote cuando, desanimados, se fueron quedando atrás, mientras Tomás, escéptico por decidida y renitente inclinación de espíritu, opinaba que se trataba de una simple repetición y, para colmo, impaciente, añadió.