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Mientras caminábamos por la calle, Alex no paraba de lanzarme miradas. En la milagrosa llamada que había recibido la directora pedagógica él no veía más que suerte. Cuando se vació, la escuela, se rascó la cabeza. Pero vi que empezaba a dudar de verdad cuando la ambulancia llegó al colegio con la sirena a tope. Todavía estábamos allí y lo vimos todo. Confieso que me dio pena ver a la directora pedagógica tumbada boca abajo en la camilla. No paraba de gemir mientras el enfermero intentaba animarla.
– Espero por su bien que solo esté astillado, pero viendo cómo le duele, mucho me temo que se haya roto el coxis.
No la animó mucho. Gimió aún más fuerte. De repente parecía tan frágil… ya no era la misma que en su despacho. Afortunadamente no oyó a los alumnos pasándose la noticia. Nadie recordaba que había resbalado al ayudar a echar arena en el hielo para que ningún niño resbalara y se hiciera daño.
– ¡La directora pedagógica se ha roto el culo!
– ¡La directora pedagógica se ha roto el culo!
– ¡La directora pedagógica se ha roto el culo!
Los niños son crueles, ya lo sé. Alex no hablaba, estaba demasiado ocupado en mirarme cada cinco segundos. Se hacía preguntas, estaba claro. Así que volvimos a casa sin hablar. El cielo no me ayudaba exactamente como yo quería, pero era evidente que me había oído. Eso me dio nuevas esperanzas. Al llegar a nuestra calle vi que se abría la puerta de mi casa. Apareció una maleta, luego otra. Mi padre salió detrás. La esperanza no duró mucho.
– ¿Qué hacéis aquí?
– Han cerrado el colegio a causa del hielo. ¿No te has enterado?
– No, la verdad es que no he tenido tiempo de oír las noticias esta mañana.
Miré a mi padre. En sus ojos leí que hubiera preferido que no lo viera marcharse. En esos casos, uno dice lo que puede. Empezó él.
– Supongo que vais a aprovechar para hacer los deberes, ¿no?
– No ha dado tiempo de que nos pusieran, papá…
– Qué suerte…
Al oír esta palabra, Alex pareció volver en sí. Mi padre cogió sus dos maletas.
– Tengo que irme, parece que las carreteras están bastante mal… Dale un beso a mamá de mi parte.
¡Dar un beso a mamá de su parte! Se inclinó hacia mí. Me pegué a él. Pude ver que sus manos apretaban muy fuerte, temblando, las asas de las maletas. No debe de ser fácil eso de irse. Empezó rápidamente a cargar el coche sin mirarme o más bien sin querer que yo lo viera. Puso el motor en marcha. Al irse, los neumáticos resbalaron en el hielo. Desapareció a la vuelta de la esquina. Alex miró a otra parte.
– Se separan, ¿no?
No tenía nada que contestar. Alex notó que yo hacía esfuerzos por no llorar. Lamentaba haberme preguntado. Dio unos pasos atrás. Incluso los duros saben ser tiernos a veces.
– Me voy a casa… ¡Qué fuerte tu número con la directora pedagógica! ¡Genial, tío! ¡Eres el mejor!
Dijo aquello para animarme. En realidad no creía ni una palabra. Me parece que en su lugar yo tampoco me lo habría creído. Cuando entré en casa, mi madre no estaba. Así que, solo en mi habitación, me pasé la tarde mirando cómo caía el hielo.
No se me ocurrió nada mejor que hacer.