37965.fb2 El Fr?o Modifica La Trayectoria De Los Peces - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 15

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¿Hasta dónde quería llegar el cielo?

Cuando mi madre volvió a casa, le salté al cuello para darle un beso. Había reflexionado mucho durante la tarde. No podía dejar que el cielo lo hiciese todo.

«Ayúdate y el cielo te ayudará.»

No sé dónde había oído aquella frase. Pero a fuerza de pensar en el cielo, me había venido a la cabeza. Abracé a mi madre muy fuerte para que pensase que el abrazo podía ser de otra persona.

– ¡De parte de papá!

Se quedó un poco atontada entre mis brazos. No quería vengarme o hacerle daño, solo deseaba que comprendieran que yo existía, y que era demasiado fácil decidir sin mí.

– ¿Ha llegado bien al chalet?

– Sí, me ha llamado. Me ha dicho que os habíais visto cuando él se iba… También ha caído mucho hielo por allá y se ha quedado sin electricidad…

Me quedé inmóvil. Casi sentí vergüenza de estar en mi casa, tan calentita, cuando él estaba pasando frío. Él se lo había buscado al irse de casa, pero no merecía morir helado y solo en nuestro chalet.

– No te preocupes, cariño. Lo tiene todo previsto. Ya lo conoces. Está usando el generador. Ya sabes, el que se compró el año pasado para renovar este verano. El teléfono funciona, si quieres puedes llamarlo, cariño.

– Más tarde.

– Como quieras, cariño, estamos siempre a tu lado.

¿Por qué me llamaba «cariño»? Nunca me había llamado así. Tengo un nombre, ¿no? Me puso nervioso, y en momentos así no quiero ser bueno. Tenía un plan.

– ¿Volveremos al chalet?

– Pues claro, cariño…

Respiré profundamente. Mi madre había caído en la trampa.

– ¿Todos juntos?

Por la cara que puso, no había visto venir la pregunta. Sabía que le había afectado. No me importó. No quería decirle que yo tenía que ayudarme a mí mismo. Ella, en cambio, no se ayudó mucho.

– No forzosamente, cariño, lo importante es que tú pases buenos ratos… Además, si haces cálculos, compartiendo el tiempo entre papá y yo, pasarás el doble de vacaciones en el chalet. ¡Menuda suerte!

Me limité a mirarla. Ella comprendió que yo no me consideraba en absoluto afortunado. Cerró los ojos un instante y se acercó a mí. Sentí sus dos manos, tan suaves, en mis mejillas. Tardó un rato en hablar.

– Perdóname, cariño, ya sé que no es fácil para ti… Tampoco es fácil para mí, para nosotros. Son momentos que nadie desea, pero así es la vida. El tiempo lo arreglará todo, y nosotros haremos todo lo posible para que sea lo mejor para ti. Para papá y para mí, tú eres la cosa más importante en el mundo.

¡La «cosa»! Para ser maestra ya podría haber escogido otra palabra. Me besó con ternura. Estaba emocionada. Estoy seguro de que no se fue a la cocina solamente para prepararme la cena. Yo deseaba que llorase, no mucho, pero sí al menos unas lágrimas. A cada uno le llega su momento.

No contestó. Y eso que había dejado sonar el teléfono mucho rato. Volví a marcar el número del chalet y esperé un poco más. Mi padre no contestaba. ¿Dónde podía estar?

– Se habrá ido a cenar fuera. Sin luz es difícil cocinar. ¡Sobre todo si no sabes!

Mi madre quería relajar el ambiente, pero a mí aquello no me relajó. Había notado cierto afecto en sus palabras, pero saber que mi padre no iba a comer bien me bajó la moral a cero. Un niño no merece eso. Normalmente habríamos estado juntos, papá delante de la tele, mamá leyendo en la cocina y yo en algún sitio entre los dos. Mi madre no estaba serena. Creo que para ella aquella situación no resultaba tan fácil como había previsto. Yo estaba descubriendo la vida de un niño compartido y ella, la de una madre soltera.

Mi madre quiso mirar la tele. Se sentó en el brazo del sillón de mi padre. No sé por qué. A lo mejor, en su interior, era como si él estuviera ahí… A lo mejor ella también habría querido que él estuviera con nosotros, mando en ristre… A menudo los momentos que menos nos gustaban son los que más echamos de menos.

– ¡Por fin esta noche voy a poder escoger el programa!

Escogió el canal de las noticias, el que mi padre ponía siempre primero al encender la tele.

El cielo se estaba pasando un poco. Solo hablaban de lo que estaba haciendo. No era del agrado de mi madre.

– Maldito hielo… ¡Tenía que caer justo ahora!

En la pantalla de la tele no se veía más que hielo.

– Deberías filmarlo, sería un buen recuerdo.

– No tengo muchas ganas de recordarlo…

Hizo una mueca como si todo lo que dijera se volviera en su contra. Pero no podía confesarle que la cámara que me había regalado mi padre estaba en un despacho del colegio con las tetas de la vecina en primer plano.

– ¿Sabes? ¡La directora pedagógica se ha roto el coxis!

– ¿Cómo ha sido?

– Ha resbalado en el hielo del patio cuando echaba sal. Se ha caído de culo.

– Pobre, lo debe de estar pasando fatal.

Ya en mi cama, pensé en la directora pedagógica, tumbada boca abajo, en una cama de hospital. Aunque a veces era severa, me acordé de todas las veces en que había sido simpática. A lo mejor tenía hijos y, sin ella en casa, estaban tristes. ¿Me había pasado un poco?

Mi madre entró para darme las buenas noches. Se sentó en el borde de la cama y me acarició el pelo.

– Que duermas bien, cariño…

– ¿Puedo hacerte una pregunta?

La velada había sido dura para ella. No puedo decir que hubiera puesto mucho entusiasmo.

– Claro que sí, cariño…

– ¿Cómo os conocisteis papá y tú?

Alzó los ojos al cielo.

– Ah, bueno… Mira, cariño, me parece que no es el mejor momento…

Puse cara de niño bueno, buenísimo, que tan solo ha cometido una pequeña travesura.

– No sé, déjame un poco de tiempo para digerir todo esto. ¿Vale, cariño?

– ¿Otra vez?

– Sí, otra vez…

Se inclinó para darme un beso.

– No estés mucho rato leyendo, cariño…

No esperó a que le contestara. Se levantó deprisa temiendo que le hiciera otra pregunta. ¡Pom!

Cuando apagué la luz de la mesilla de noche, oí el repiqueteo del hielo que caía contra mis ventanas. El cielo había visto que yo estaba intentando ayudarme, así que él seguía ayudándome. Reconfortaba saber que alguien pensaba en mí. Me levanté para mirar por la ventana. El paisaje se estaba volviendo raro. El arbolito de enfrente parecía un caramelo envuelto en papel de celofán. Estaba muy inclinado, su cima pronto tocaría el suelo.

Miré hacia la calle, estaba vacía. En el suelo, sobre el hielo, se reflejaban las luces de las ventanas. De pronto, hubo una luz muy fuerte en el callejón de enfrente. Casi todo se quedó a oscuras. Las luces del bloque de enfrente acababan de apagarse. Fui a la lámpara de la mesilla. ¡Clic! Se encendió.

¿Hasta dónde quería llegar el cielo?