37965.fb2 El Fr?o Modifica La Trayectoria De Los Peces - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 21

El Fr?o Modifica La Trayectoria De Los Peces - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 21

¡Déjalo ya, me estás haciendo mucho daño!

Si no hubiera habido hielo, Alex no se estaría divirtiendo con el perro del vecino y nuestro ruso no se habría mudado a la casa de la chica más guapa del barrio. Me aparté de la ventana, ya no había nada que mirar. ¿Y a mí por qué no me pasaba nada? A lo mejor estaba pasando algo lejos de allí. En el chalet, mi padre contestó enseguida.

– ¿Tienes calefacción?

– Sí, claro.

– Entonces, ¿no pasas frío?

– No, tengo el generador. No es muy grande, pero lo suficiente para salir del paso. Bueno, eso si mañana encuentro gasolina…

– ¿Y qué comes?

– He aprendido a hacer bocadillos de jamón.

Ya le había hecho todas las preguntas.

– Y vosotros, ¿cómo va todo por casa?

– Bien. Mamá está al ordenador. Está haciendo cuentas.

– Sí, estoy al corriente…

– ¿Irás a trabajar mañana?

– No, todas las escuelas están cerradas, hasta la de la policía.

– ¿Qué harás?

– Intentaré quitar el hielo del tejado; ya empieza a haber demasiado.

– ¿No te da miedo resbalar?

– Iré con cuidado, te lo prometo. Y tú, ¿qué harás mañana?

– No sé.

– ¿Usas de vez en cuando la cámara?

– Me da miedo resbalar y romperla.

– Espero que te portes bien con mamá.

Comprendí que mi madre le había contado lo que le había dicho la noche anterior. Debía de haberle entristecido. Quise disculparme. Él habló primero.

– Me ha dicho que no estabas muy animado…

– Estoy un poco depre…

– Es este maldito hielo que lo complica todo. Todo se arreglará después.

No tuve fuerzas para continuar. Me sentía culpable. Las lágrimas me inundaron los ojos. No quería que el hielo complicara las cosas. Quería que las arreglara. No hacía nada de lo que yo le había pedido. ¿Por qué había hecho yo aquello?

Fui al gran trastero que sirve de despachito. Mi madre escribía lentamente en el teclado del ordenador. Cuando me vio, se paró en seco y, con un clic, cerró el documento que estaba en pantalla. Solo tuve tiempo de ver que era un cuadro de cuentas Excel. En la escuela habíamos hecho unas prácticas dos meses antes.

– ¿Qué tal, mamá?

– Bien, cariño.

– ¿Qué haces?

– Cuentas…

– ¿Puedo mirar la tele?

– Haz lo que quieras, cariño, hasta puedes acostarte tarde, mañana las escuelas están cerradas…

– ¡Gracias, mamá querida!

La abracé. Le sorprendió que me pegara a ella de aquel modo. Yo ya no tenía ganas de ayudarme. Ya había sido bastante malvado el día anterior. ¿Para qué hacerla llorar? Quiero mucho a mi madre. Uno no se siente mejor cuando hace daño a los demás. Y además, no había servido de nada. Lo que yo quería hacer era demasiado difícil. Un niño no decide. Debería haberlo entendido enseguida. Cuando los padres han decidido separarse, no puedes hacer nada.

– ¡Cariño! ¡Te quiero tanto! ¡Hala! ¡Vete a mirar la tele!

La reconfortó que la abrazara, pareció aliviada. Bajé los brazos. Separaos, compartidme, no diré nada más.

Corrí hacia el sitio de mi padre, «su» sillón con «su» mando a distancia. Antes era antes. Tenía que dejar de esperar que volviera y que la vida se reanudase siendo tres. Pasé revista a todos los canales. En el LCN solo hablaban del hielo. Era lo que tocaba. Pero el problema de la información en bucle es que termina repitiéndose. A fuerza de oír y oír lo mismo, empecé a multiplicar, para reír, bueno, para no llorar. Setecientos mil hogares sin electricidad multiplicados por el número de centros de acogida, a lo cual sumo mil voluntarios que multiplico por veinticinco milímetros de hielo. ¿Cuánto da?

«El balance de esta tormenta de hielo podría ser espantoso. Se habla ya de varias decenas de millones de dólares en daños… Y el hielo sigue cayendo…»

Me avergonzaba de lo que había provocado. Si aquello hubiera permitido resolver mi problema, no habría importado, pero… ¡no había servido de nada! Corrí hacia mi habitación. Estaba furioso. Hice una corta escala en el gran trastero que servía de despachito.

– ¡Buenas noches, mamá!

No estaba. Mis ojos se posaron en la bandeja de la impresora. En la hoja de cálculo, dos columnas, «tú», «yo», y montones de cifras. Leí «cámara de vídeo: mil dólares». En la columna «tú» había «quinientos dólares». Lo mismo en la columna «yo». Un comentario precisaba «Aún estábamos juntos…».

No es el regalo lo que cuenta, es el detalle… ¡Qué fácil decirlo!

Todo lo que había en la casa estaba en una lista. Entendí que mi padre se quedaba con los electrodomésticos pero tenía que separarse del sofá y de su preciado sillón de cuero. ¿Qué? ¿Que valía tres mil dólares? Mi padre se quedaba el televisor de seiscientos dólares, pero se separaba del ordenador de ochocientos. Vi una línea «pensión alimenticia: quinientos dólares». Daba para un año. Comprendí que mi padre no pagaría hasta abril porque mi madre se quedaba con la gran cama doble y el mueble grande del salón, todo por dos mil dólares. En medio de las cuentas, yo era como un mueble. Valía poco más que el sofá.

Oí la cadena del baño. Mi madre apenas tuvo tiempo de salir cuando yo ya estaba en mi cuarto. ¡Pom!

El cielo no había hecho nada por mí, al contrario, mi situación empeoraba día tras día, hora tras hora. Me acerqué a la ventana. Miré al cielo y grité.

– ¡Déjalo ya, me estás haciendo mucho daño!