37965.fb2 El Fr?o Modifica La Trayectoria De Los Peces - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 31

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¡Yo soy un quebequés solidario!

Mi padre, poniendo como pretexto el miedo a resbalar en el hielo, se agarró del brazo de mi madre. Hacía un rato, cuando lo vi desde la ventana intentar levantar la rama, aguantaba muy bien el equilibrio. Igual que había sido capaz de comer solo la noche anterior a escondidas de nosotros. Me hacía gracia aquel juego suyo. Estaba contento de que saliéramos los tres, aunque a papá le había costado mucho convencer a mamá de que nos acompañara.

– Ya verás, son muy agradables. Además, ¿qué tiene de raro ir a visitar a los vecinos?

– En siete años no les hemos dirigido nunca la palabra, ¿y ahora hemos de ir a su casa así, sin más ni más?

– ¡En situaciones excepcionales se conoce a gente excepcional!

– Yo a la vecinita de al lado no le veo nada excepcional.

– Es muy simpática. Se les ha caído un árbol en la cabeza a ella y a su novio, el estudiante de enfrente.

– La verdad, no me apetece encontrarme cara a cara con el padre de Alex. Le he saludado mil veces y nunca me ha contestado.

– Ha cambiado mucho, ya verás.

– Debe de ser una epidemia…

– ¡Venga, mujer, nos lo pasaremos bien!

– ¡Maldito hielo!

Delante de mí, mi madre sujetaba en cada mano una botella de vino, con mi padre agarrado a su hombro. La paró con el brazo y le murmuró algo al oído.

– ¡Vaya, no paro de descubrir cosas!

– Habrá que contárselo, ¿no?

– Creo que es mejor que se lo diga un hombre.

Mi padre me hizo una seña para que me acercara. No quería soltar a mi madre. De repente, me pareció muy serio.

– Aunque ahora te parezca extraño, en la vida los hombres no siempre van con las mujeres. Es su opción. Simon y Michel son…

– ¡Una pareja homosexual!

– ¿Ya lo sabías?

– Sí, Alex me lo ha dicho.

– ¿Y qué te parece?

– ¡Nada! ¿Por qué quieres que me moleste? Son felices… ¡Y son dos!

Mi padre y mi madre entendieron lo mismo al mismo tiempo. Había puesto el dedo en la llaga. Ninguno quería tomar la palabra. La música los salvó.

– ¿Listos para bailar?

El padre de Alex cruzaba la calle con una guitarra y, sobre todo, con una amplia sonrisa. Se acercó a mis padres con una mano tendida.

– ¡Vaya, Martin! ¿Me presentas a tu mujer?

– Alexis, esta es Anne, Anne te presento a Alexis.

– ¡Me alegro de conocerte, Anne! Me alegro de verdad… No siempre he sido muy amable contigo. Lo siento…

Alexis no esperó la respuesta de mi madre. Se dio rápidamente la vuelta para caminar delante. Mamá miró a papá y luego me habló, como si ya solo le quedara yo para desahogarse.

– Pero ¿qué le pasa a todo el mundo?

– No entiendo qué quieres decir…

Alexis, sin llamar, abrió la puerta de casa de Simon y Michel. Se oyeron risas. Había una fiesta. Entramos rápidamente. Alexis se sentó con su guitarra en el sofá. Se entretuvo un momento para quitarle el polvo. La afinó de oído.

– ¡Rindamos primero un homenaje al más grande de los grandes!

Empezó a tocar, el ritmo era pegadizo. Rápidamente, mi madre se vio obligada a hacer lo que todo el mundo y empezó a dar palmadas. Alexis atacó la primera estrofa:

C'était un petit bonheur que j’avais ramassé

Il était tout en pleurs sur le bord d'un fossé…[2]

Julie se echó a llorar mirando a Boris. Eran lágrimas de alegría. Alexis, por su parte, miraba a Simon y Michel cogidos de la mano.

Mes fréres m'ont oublié, je suis tombé, je suis malade!

Si vous ne me cueillez point, je vais mourir, quelle ballade!

Los dos hombres estaban emocionados. Luego Alexis miró solo a Simon mientras el ritmo se hacía más lento.

Monsieur, je vous en prie, délivrez-moi de ma torture…

Una mano se puso sobre mi hombro.

– ¡Ven! Tengo que decirte una cosa…

Seguí a Alex hasta la habitación. Pipo, trastornado al ver a tanta gente en su casa, asomó la cabeza por debajo de la cama cuando nos vio entrar.

– Perdona por lo de ayer. No quería que esto terminase.

Me miró fijamente a los ojos. Esperaba mi perdón. Le sonreí. Fue hasta la cama y pasó la mano por debajo de la almohada. Sacó una funda de disco y me la enseñó.

– Es mi madre…

No pude evitar que se me hiciera un nudo en la garganta.

– Es muy guapa.

– Ahora ya sé por qué no me parezco a mi padre…

– Porque te pareces a tu madre.

– No, sobre todo porque este no es mi padre de verdad.

Tuve que poner el trasero en la cama. Miré a Alex, no sabía qué decirle. Estaba tan tranquilo…, como un adulto, casi. Vino a sentarse a mi lado. Los dos miramos la funda.

– Pero para mí, Alexis es mi padre, el único… Mi madre se llama Dolores… Dolores Sánchez… Vive en México.

Por fin Alex tenía una historia propia.

– Mi padre se enamoró de ella en cuanto la vio… No sabía que estaba embarazada de mí… Ella tampoco lo sabía… Cantaba bien… Quiso hacerle el regalo más bonito del mundo… Él financió el disco con su dinero… Lo hizo todo… Ella solo tuvo que cantar lo que él le decía que cantara… Quería convertirla en una estrella…

Miré la funda, Al y Do, no me sonaba de nada. Los padres te hablan de los artistas, incluso de los de hace tiempo. Alex metió la mano en la funda y sacó un recorte de periódico.

– Lee esto, lo entenderás…

Leí en voz alta.

– «"I got you babe" de Sonny and Cher es un monumento de la canción. Querer hacerla en versión disco, y además en francés, es una solemne mamarrachada. "Te tengo a ti, bebé" es, por tanto, un monumento a la memez, un chiste del muy insípido Al y de Do, a la que esperamos olvidar para siempre jamás.»

En el salón, Alexis se puso a cantar más alto:

Mon bonheur est partí sans me donner la main…

– Consiguió que la olvidaran para siempre. Estaba avergonzada… Le echó todas las culpas a mi padre… Había venido aquí con un sueño y lo que vivió fue una pesadilla… Entonces, para que yo tuviera una vida mejor que en México me dejó con Alexis cuando no era más que un bebé… Pero él ya no era capaz…

J'ai bien pensé mourir de chagrin et d'ennui…

– Por eso se volvió como es…, bueno, como era… Simon le ha dicho que había bloqueado sus emociones, como si el tiempo se hubiera parado para él… Por eso estaba resentido con todo el mundo. Pero desde hace tres días ya puede hablar, por fin… Estoy descubriendo a un nuevo padre…

– ¿Y dónde está tu madre?

– No sé… en el cielo… en México… De momento lo importante no es saber eso…

Notó que no le entendía.

– Lo más importante es saber que tengo una madre. Tú no puedes entenderlo, siempre has tenido una.

Estaba de acuerdo. Yo estaba enfadado con mi madre. Pero para estar enfadado con ella, necesitaba que existiera. Siempre queremos más, nunca nos damos cuenta de lo que ya tenemos. Alex se giró y me abrazó muy fuerte.

– Gracias por haber hecho todo esto por mí.

Sí, el gran Alex, el más fuerte, el terror del colegio, estaba llorando entre mis brazos.

– Me gustaría escuchar el disco…

– ¿De verdad?

– ¿Por qué no iba a ser verdad?

– ¿A pesar de lo que has leído?,

– Pero son tu padre y tu madre. No puedes avergonzarte de ellos.

Cuando entramos en el salón, Alexis había dejado la guitarra y estaba bebiendo un trago. Mi madre tenía las mejillas un poco rosadas, pero no dijo que no cuando le ofrecieron más vino. Simon estaba con mi padre, que había conseguido encajar un vaso dentro del yeso.

– Y dígame, Martin, ¿qué quiso decir con lo de «policía vago»?

– Que no puede decirse que esté en el meollo de la acción…

Cuando Simon vio que Alex, con el disco en la mano, se dirigía hacia el tocadiscos, dio un codazo a Michel. Se hizo un gran silencio, pues Alexis también había dejado de hablar. Las mejillas de Alex aún estaban llenas de lágrimas. Alexis, al ver el disco, se levantó. Simon no le dejó ir muy lejos.

– Alexis, si él tiene ganas de que escuchemos la canción de su madre y su padre, hemos de dejarle.

Alexis volvió a sentarse de inmediato. Era raro, Simon se había convertido en su jefe. Alex colocó el vinilo en el tocadiscos. Se dio la vuelta y desafió a todos con la mirada. Cuando empezó la melodía disco, Julie se levantó como una flecha.

– ¡Uau, qué marcha!

Se subió a la mesita baja y empezó a bailar, o digamos más bien a ondular.

– ¡Julie! ¡Bailar ahí encima no es lo más razonable!

– ¡Lo siento, no sé bailar en otra parte!

A mí me pareció muy bonita su manera de bailar. Boris también puso cara de que le gustaba. Hasta a mi padre parecía gustarle mucho. Sobre todo porque Julie daba vueltas sobre sí misma mirando a todos los hombres, uno por uno. A mi madre ya no le gustó tanto.

– Solo falta que se desnude.

Cuando Julie se quitó el jersey, Simon se acercó a hablar con ella. Pero como la música estaba muy fuerte, le gritó y todo el mundo lo oyó.

– ¡Un poco de calma, Julie! Hay niños.

Noté que mi padre se desilusionaba un poco. Cuando vio que lo miraba, me guiñó un ojo. Simon se puso a bailar. Bailaba la mar de bien para ser hombre. Cogió a Michel de la mano y empezaron a menearse juntos.

– ¡Venga, a bailar todo el mundo!

Boris se subió a la mesita con Julie. Ella hacía gestos y luego él hacía lo mismo. Pero no se le daba nada bien. Mi padre seguía mirando a Julie. Eso a mi madre la puso de los nervios. Se levantó.

– ¡Anda, ven a bailar!

– ¡Hace siglos que no bailamos juntos!

Para recordar cómo era, mi madre se bebió entero el vaso que acababan de llenarle. Bailaba bien. Mi padre ya solo la miraba a ella. Agitaba sus yesos con ritmo. Alexis se situó detrás de Alex y le puso las manos en los hombros.

– ¿Has visto cómo les gusta?

Miraron con orgullo cómo todo el mundo bailaba. Alex lloró hasta el final.

«Te tengo a ti, bebéééééé…»

Mi madre, sin aliento, se colgó de mi padre. Julie se tiró hacia atrás, confiando en Boris. Él colocó sus manos para cogerla como en los últimos acordes de un tango.

¡Clac!

De golpe todo se quedó a oscuras. Solamente se oyó a Julie caer de la mesita. Boris no la había cogido. ¡Paf!

– Kochané! ¿Estás bien?

Parecía realmente preocupado. Luego se oyeron unos extraños ruiditos. No conseguía saber qué eran. Después lo comprendí: ¡besos!

– Mi Boris…

– Kochané…

Y más besos, y más y más.

– ¡Un poco de calma, Julie!

¡Ras! Michel prendió una cerilla y encendió rápidamente unas velas para sofocar el fuego de Julie. Cuando se hizo un poco de claridad, mi madre se descolgó de mi padre. Julie se levantó mientras se ponía bien la ropa. Boris, por su parte, tenía una sonrisa amplia y boba. Alex se me acercó.

– Seguro que se la ha tirado…

No me gusta hablar de esas cosas. La situación era extraña. El hielo nos había alcanzado. Menos mal que mi padre se puso al mando de la situación.

– Bueno, ¿y qué hacemos ahora?

– Justo cuando la fiesta se animaba. ¡Hay que joderse!

– Alexis, que su alegría recuperada no le haga olvidar que quizá otros están pasándolo muy mal…

– Perdona, Simon…

– Es verdad, somos muy afortunados de poder estar aquí de fiesta mientras otros sufren…

Todo el mundo se sentía culpable.

– ¡Los ancianos!

Julie fue la primera en pensar en ellos.

– ¿Os los imagináis, solos en sus habitaciones, abandonados, perdidos en la oscuridad… sin tele?

– Seguro que no dura mucho, Hydro-Québec lo arreglará enseguida…

– ¡No estés tan seguro, Simon!

Mi madre se acurrucó. Ya empezaba a tener frío. No me preocupé por ella, al contrario. Estar congelada la ayudaría a reflexionar. De momento, el cielo no había hecho más que ayudar a los demás, tenía que terminar su trabajo ocupándose por fin de mí. Esperaba que Hydro-Québec no me fastidiara el plan. A veces es difícil olvidarse de uno mismo.

– ¿Y si fuéramos a ayudarles?

– ¿A quién?

– ¡A los ancianitos!

– Es una idea muy hermosa, Alexis. Es importante que pueda mirar a los demás.

– ¡Pues venga, vamos!

– Alexis, me refería a la idea, a su cambio interior. No nos precipitemos, no hay fuego.

Se oyó una sirena de bomberos en la calle. Luego otra, y otra.

– ¡Yo sí voy!

– ¡Yo también!

Se me hizo extraño ver a mi padre decidido otra vez a entrar en acción.

– Davai!

– ¡Boris, tú y yo vamos juntos!

– ¡Anne, tú te quedas con los niños!

Mi madre soltó una risita forzada cuando mi padre se dirigió hacia la puerta sin decir una palabra más. Julie, Boris y Michel lo siguieron. Simon no parecía tan motivado como los demás. No se movía. Por su frente corría el sudor. Alexis lo sacudió.

– ¡Venga, ven, te necesitamos!

– Soporto oír hablar de la desgracia, pero verla…

Mi madre cogió la ocasión por los cuernos.

– Simon, comprendo perfectamente que no quieras ver desgracias. ¡Quédate aquí con los niños!

Simon no protestó y se sentó de inmediato. Mi madre echó a correr por el pasillo. Mientras Alexis abrazaba a Simon para consolarlo, a lo lejos, oímos gritar a Julie.

– ¡Boris, tus peces!

Hubo un gran silencio. Alex y yo nos levantamos para ir a ver. Todos miraban a Boris, que temblaba. Julie le suplicaba con los ojos. Él alzó la cabeza, orgulloso como un ruso.

– ¡Yo soy un quebequés solidario!


  1. <a l:href="#_ftnref2">[2]</a> Se trata de la canción «Un petit bonheur» (Una pequeña felicidad) de Félix Léclerc, el más célebre cantante quebequés. (N. de la T.)