37965.fb2 El Fr?o Modifica La Trayectoria De Los Peces - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 35

El Fr?o Modifica La Trayectoria De Los Peces - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 35

¿Hay algo más bonito que el amor?

– ¡Diecinueve!

– ¿Y al otro lado?

– ¡Diecinueve!

– ¡Julie! ¡Espera a que el termómetro se estabilice!

Vestida solo con el picardías rojo, Julie levantó la mirada al techo. Ni pensó en contestar. Sumergió el termómetro en el otro extremo del acuario. Frente a ella, Boris silbaba, relajado, con Brutus en las rodillas. Había oído silbar a otros hombres después de hacer el amor, pero aquella dulce melodía no sonaba como las demás. En el paroxismo del éxtasis, Boris había rugido.

– Ya Lubie tebie…

Las cuatro veces Julie había oído aquel mismo grito del corazón que, aunque en otro idioma, no precisaba diccionario. Ella también había gritado en el instante en que la había traspasado lo sublime.

¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Te quiero!

Los dos gatos, para quienes el sofá era territorio conquistado y un trampolín ideal hacia el acuario, dieron marcha atrás cuando Brutus propinó al más grande de los dos un viril zarpazo. Julie sonrió. Desde que se había unido a Boris, Brutus había ganado seguridad y no toleraba que ningún congénere se acercase al acuario. En aquel momento Julie pensó en el amor. Con el termómetro dentro del agua, recordó las palabras de su madre, de la que se había separado muy joven. A veces hay que dar tiempo al tiempo para comprender qué querían enseñarnos nuestros padres.

– Ya verás, hija, cuando amas al hombre con el que haces el amor, el placer es diferente. Es único, porque el corazón multiplica la potencia.

Julie miró a su Boris silbador, que acababa de sacar sus hojas de trabajo. Su madre tenía razón; aquella noche había sentido por fin lo que llevaba tanto tiempo esperando. Había conocido los amores imperfectos en su pasado, tan indefinido. Lo descubría ahora, en su presente, en el pluscuamperfecto, y al fin creía en el futuro.

– ¡Boris, el termómetro sigue estando a diecinueve!

Boris dejó en la mesita las hojas que contenían las trayectorias de cada uno de sus peces. Bueno, las trayectorias de antes, a treinta y dos grados.

– Kochané? ¿Has observado su nueva conducta?

A pesar de su intensa voluntad de comprender los trabajos de Boris, e incluso de compartir su sudor, Julie, con sus tres días de experiencia en topología, no era más que una novata.

– Aguantando el termómetro no es fácil…

– Kochané, mira… Mira bien…

– ¿Puedo sacar el termómetro del agua?

– Sí, sí, claro…

Julie observó los peces. Por encima del agua, el dedo de Boris dibujaba el recorrido de «Número dos». Con el dedo de la otra mano, seguía a «Número cuatro». Julie hizo trampa. Se limitó a seguir el movimiento de los dedos de su hombre.

– No siguen la misma trayectoria…

– ¡Exactamente!

Boris, fatalista, miró a Julie fijamente.

– Era evidente. ¡El frío modifica la trayectoria de los peces!

Julie estaba satisfecha con su respuesta. Qué agradable era charlar por la mañana con su sabio amante ruso. Pero, incluso después del amor, un matemático que pretende optar al más glorioso de los doctorados no puede evitar hacerte sentir que aún estás muy lejos de saber tanto como él.

– Mira, Kochané, hay una cosa evidente que no has visto…

Julie se sintió un poco desilusionada, sobre todo porque Boris insistió.

– Fíjate… Es flagrante…

Boris no podía comprender que de buena mañana la topología expresada en el hermético lenguaje de las matemáticas puras solo era evidente para él. Pero Julie quería compartirlo todo. Se concentró intensamente y buscó la evidencia en el agua. De pronto, la halló.

– ¡Tienen una nueva trayectoria!

Boris, el experto, asintió con la cabeza.

– Exacto… Voy a estudiar sus nuevas trayectorias a diecinueve grados y las compararé con las trayectorias a treinta y dos, eso solo retrasará un año o dos mi tesis… Ya veremos qué sale de esto… Dentro de la desgracia, tengo la suerte de que no se han muerto.

Boris se levantó y resopló; le disgustaba tener que volver a poner todos los cálculos en marcha. Pero Julie, la investigadora, no había terminado.

– ¡Diría que nadan más cerca los unos de los otros!

Boris se volvió a sentar de inmediato frente al acuario. Julie tenía algo más que decir.

– ¡Claro! ¡Cuando hace frío, se acercan los unos a los otros!

Boris abrió sus grandes ojos azules. Frente a él, Julie tomó una gran bocanada de aire. Sus ojos chispeaban.

– Y además nadan de dos en dos, como si fueran parejas. Ya no trazan sus caminos en solitario, evitando a los demás. Ahora lo hacen juntos… Y eso es desde que tienen frío… ¡Ahora hacen nudos dobles!

Una conclusión topológica de altos vuelos que Boris no había considerado nunca. Se inclinó hacia el acuario para verificar más de cerca la teoría de su bella Julie. «Número dos», con su aleta derecha, no paraba de rozar las escamas traseras de «Número tres». En cuanto a «Número uno», salió de detrás de las rocas con una especie de sonrisita estúpida, fenómeno raramente observado en el pez exótico en cautividad, seguido de «Número cuatro», que se atusaba la aleta trasera mientras silbaba burbujas.

– Da… Da… Da…

Boris Bogdanov contempló a aquella mujer que, además de llenarle el corazón, acababa de deducir una evidencia matemática fundamental, fácilmente demostrable por un repetidor de primer curso, pero que a él, sin embargo, se le había pasado totalmente por alto. Cuando dos personas se aman, forman una sola. Maravillado, observó a su chica.

– Julie, tú y yo somos un poco como Pierre y Marie Curie con sus magníficos descubrimientos…

Julie retrocedió mucho en el tiempo pero no encontró nada.

– Esa película no llegué a verla cuando era pequeña… Habrá que alquilarla.

Eso era lo que a Boris le gustaba de Julie. Era natural, honrada y lógica. Y encima tenía un cuerpo de diosa, una piel suave, una sensualidad tórrida, pechos firmes, y besaba divinamente. Por la mañana temprano el camino entre la reflexión matemática extrema y el deseo súbito, casi bestial, es mucho más corto de lo que puede parecer, sobre todo para el investigador que acaba de descubrir algo.

– ¡Kochané, vamos a la habitación!

– ¡Buenos días, parejita!

Alexis entró sin llamar. Sostenía una bandeja. Encima, dos platos con tortillas de beicon, dos vasos de zumo de naranja, cuatro tostadas y dos cafés cargados, muy calientes. Simon no pudo contener su emoción. Se inclinó hacia Michel, que aún dormía sobre su hombro.

– Despierta, cariño. Mira qué nos ha preparado Alexis…

Cuatro días antes apenas osaban salir juntos; en ese momento el vecino de enfrente, al que solo conocían desde hacía tres días, les estaba sirviendo en la cama un copioso desayuno continental.

– ¡Sentaos, pareja, si no se va a enfriar!

Cuando Alexis se disponía a dejar la bandeja en la cama, Simon le cogió el brazo.

– Nos gustaría darte las gracias, Alexis.

– Bah, no es nada, solo dos huevos y un…

– No me refería a eso, me refería a tu nueva manera de mirarnos.

– En cierto modo es gracias a ti… No, es completamente gracias a ti. Hablar contigo me ha hecho mucho bien… ¡Gracias! Gracias a los dos.

– No nos des las gracias, te hemos ayudado tanto como tú a nosotros. Antes de conocerte éramos diferentes. Este encuentro ha provocado profundos cambios, nuestra vida ya no será la misma… ¡Te invitaremos a nuestra boda! Cuando la ley lo permita, claro…

– En todo caso, para no ser una pareja casada habéis hecho mucho ruido esta noche…

– Alexis, nosotros no hablamos ruso cuando hacemos el amor.

– ¿Boris?

– ¡Sí, no ha parado en toda la noche! ¡Cuatro veces! No he podido pegar ojo.

Alex pasaba por el pasillo seguido por su inseparable Pipo.

– ¡Te dije que eran ellos, papá!

– Veo que ampliáis el campo de vuestras conversaciones… Eso está muy bien, es muy constructivo… Pero quizá haya otros temas que podrías abordar con tu hijo…

– A esta edad son curiosos, ¡es normal! Te diré una cosa, Simon, yo entiendo a Boris. ¡Cuando uno tiene una moto así de guapa, tiene ganas de montarla todo el rato!

Alexis no pudo evitar guiñar el ojo a sus dos amigos.

– ¿Verdad?

– Es una manera de verlo.

– Bueno, os dejo comer o estará frío.

Alexis cogió a su hijo por el hombro, en un gesto protector y cálido, como solo saben hacerlo los padres de verdad.

– ¿Vamos a pasear a Pipo?

La puerta de la habitación se cerró suavemente. Simon y Michel se miraron, cómplices. Cada uno cogió una tostada y la untó con mantequilla. Antes de morderla, intercambiaron un dulce beso. Acto seguido, hicieron una mueca. Detrás del tabique se oían unos fuertes golpes.

– ¡Oh, no! ¡No empezarán otra vez!

De pronto, el ritmo se aceleró. Los golpes en la pared eran cada vez más fuertes. Con las tostadas ya frías, se produjo el delirio.

– ¡Aaaaaaaaaahhhhhhh! Ya Lubie tebie!

– ¡Te quiero… aaah! ¡Te quiero… aaah! ¡Te quiero… aaah!

Y se hizo el silencio. Simon dio un mordisco a su tostada helada. La masticó delicadamente. En cuanto tragó la miga, se volvió hacia Michel.

– ¿Hay algo más bonito que el amor?