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A mi padre le tocó el haba, a mi madre la corona, y a mí nada de nada. Se miraron. Mi padre inspiró, mi madre espiró.
– Tenemos que decirte una cosa.
Yo no tenía ganas de oír nada, pero ellos hablaron.
– Tienes que saber que papá y mamá se quieren mucho.
– Bueno… Sí, todavía mucho.
– Pero ya sabes, a veces la gente se quiere, pero la vida de cada día es difícil… Las cosas cambian… El tiempo pasa… Ya no somos los mismos…
Esta frase me pareció muy complicada. Mi madre tomó aliento y aprovechó para ponerse bien la corona, que acababa de resbalarle de la cabeza.
– A veces es tan difícil que es imposible vivir juntos como antes porque las cosas ya no son como antes.
Unos amigos del colegio me habían contado cómo se las habían apañado sus padres para darles la noticia. Apenas escuché la continuación, ya la había oído.
– Papá y yo hemos decidido separarnos.
Me miraron fijamente para ver cómo reaccionaba. No moví ni un dedo.
– Hace un mes que lo decidimos, pero no queríamos fastidiarte las fiestas de Navidad.
Agaché la cabeza para no decir gracias. Tampoco había que pasarse. No quería mirarlos, pero noté que ellos se miraban para saber quién tenía que hablar. Mi madre siempre ha sido la más charlatana de los dos.
– Seguirás teniendo un papá y una mamá pero ya no vivirán juntos… Estarás una semana en casa de papá, aquí. La siguiente irás a mi casa. Ya verás, será casi como antes. Hay muchos niños que viven así y son muy felices…
Ahora en mi clase seríamos catorce los que emigrásemos cada semana. Algunos dicen que es guay. Levanté la cabeza. Todo estaba dentro de mí. Mi madre me miró a los ojos. Yo hice lo mismo. Se puso nerviosa.
– ¿Estás bien? Parece que la noticia no te ha afectado… Tienes derecho a sentir emociones.
Tenía que decir algo, no quería que creyeran que ya no los quería. No me lo pensé mucho.
– ¿Quién hará la comida cuando esté con papá?
Mi padre sonrió como pudo. No me tranquilizó en absoluto.
– Compraré un libro de recetas y cocinaremos juntos. ¡Será divertido!
Eso de la custodia compartida empezaba realmente mal. Me levanté.
– Tengo que preparar la cartera para el cole.
Mi madre me cogió de la mano.
– Si necesitas hablar, si tienes preguntas que hacer, no lo dudes.
Me solté de su mano. Ella esperaba algo. Me acerqué y la abracé con fuerza. Ella me apretaba aún más fuerte. Cuando me soltó, hice lo mismo con mi padre. Pero él sí que apretaba fuerte de verdad.
– Papá, me estás ahogando…
Ya no tenía nada más que decir, nada más que hacer. Me fui pasillo adelante, en dirección a mi cuarto, sin pararme en el baño. Oí que cuchicheaban. Ya no me apetecía escucharlos.
En mi habitación, cuando cerré la puerta, fue extraño. Oí que se encendía la televisión. Mi padre había comenzado su turno de noche. Mis padres no habían hablado mucho rato y, por una vez, no se habían peleado.
Cogí la cámara de vídeo, pero no me apetecía mirar las tetas de la vecina. Rebobiné hasta Nochevieja. Lo pasamos en casa de Julien, en Montérégie. No tuve que volver a ver a las gemelas hiperactivas saltando en el sofá; estaban en casa de su madre. Una suerte para Julien, que no tuvo que estar detrás de ellas toda la noche. A él, esto de la custodia compartida le debía de ir bien. La verdad es que solo les va bien a los padres.
No paré de ir adelante y atrás entre 1997 y 1998.Apretaba el rewind para oír una vez y otra la fatídica cuenta atrás.
«Cinco… cuatro… tres… dos… uno… ¡cero! ¡Feliz Año Nuevo!»
Luego vi a mi padre y a mi madre felicitándome delante del objetivo. Les costaba encontrar las palabras. Ahora entendía por qué estaban tan incómodos.
«Papá, pégate más a mamá, si no no os cojo a los dos.»
Apreté el stop. Ya los había visto suficiente. Volví a correr la cinta hasta las tetas de la vecina. Apagué la cámara y la metí en la cartera del colegio.
Me tumbé y miré el techo. Era blanco como siempre, pero el blanco me pareció diferente. No conseguía entenderlo, todo parecía igual. Pero nada era igual. Entonces, se me vino encima de golpe. Me brotaron lágrimas de los ojos y me empaparon la cara. Me puse las manos en las mejillas pero las lágrimas las atravesaban. No podía detenerlas. Lloraba como no había llorado nunca. Generalmente lloro cuando me hago daño o un compañero me pega. Pero aquello venía de dentro. Duele muchísimo más. Yo no lo sabía.
¡No era posible lo que me estaba pasando! ¡A mí no! ¿Cómo podían separarse? ¿Compartirme? ¡Imposible! Los padres no se separan, o solo los padres de los otros.
– ¡No quiero! ¡No quiero! ¡No quiero!
Y seguí llorando hasta que no pude llorar más. No sabía que también para eso hay un final. Ni siquiera me habían preguntado mi opinión. Y sin embargo me incumbía. ¡Era mi vida! Si hacían algo así tenía que ser porque ya no me querían, pues habían dicho que ellos seguían queriéndose, pero no como antes.
– ¡Ayúdame! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame!
Nadie me contestó. Estaba solo, completamente solo. Fui a la ventana. Llovía. Miré el cielo. Estaba gris y negro. No aparté la vista. Yo era tan pequeño, él era tan grande…
Y recé para que me ayudara.