37978.fb2 El Incendio De Alejandria - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 27

El Incendio De Alejandria - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 27

SABIDURÍA HUMANAEl mensaje

El emir desenrolló voluptuosamente el rollo que había hecho traer de una tienda de los arrabales y lo puso con mimo sobre la tablilla de madera preciosa. Papiro egipcio, del mejor, pensó. Lo mantuvo plano gracias a dos varillas que se deslizaban en sus ranuras, lo alisó luego con un gesto sensual. Por fin, abrió su escritorio de fina marquetería de marfil y ébano, disfrutando de su aroma a sándalo e incienso. Colocó en el soporte de porcelana los pinceles de pelo de cabra y fijó junto a ellos la piedra rectangular para mezclar la tinta. Cuando la adquirió, la piedra tenía grabados unos dragones y otros ídolos paganos. En su lugar, él mismo había grabado este versículo del Libro: «¡Sé paciente! Tu paciencia procede de Dios.» Amr había comprado el magnífico escritorio a un marinero persa cuando, siendo joven, su padre le había enviado a Sohar, el puerto del mar del sur, para comprar un cargamento de seda que procedía del gran imperio de levante.

Vertió un poco de agua de su calabaza en el hueco de la piedra, frotó allí el bastoncillo de tinta hasta que la mezcla estuvo lo bastante espesa y mojó en ella la punta de un pincel.

Del emir Amr ibn al-As al califa de los verdaderos creyentes Omar ibn al-Jattab, salud y que la paz de Alá sea contigo.

En este día de la luna nueva de Moharem, en el vigésimo año de la hégira, [9] he conquistado la gran ciudad de poniente.

La ciudad ha sido tomada por las armas y sin ningún tratado. Los verdaderos creyentes están impacientes por recoger el fruto de su victoria.

Luego enumeró los tesoros de Alejandría, sus innumerables palacios, baños públicos, teatros, perfumerías, orfebrerías, forjas, hilaturas… Omar era muy poco instruido; apenas sabía leer y escribir y presumía de ello, pues de este modo pretendía imitar al Profeta. Pensaba demostrar, haciendo correr el rumor de que Mahoma era también inculto, que todo le había sido dictado de viva voz por el mensajero del Misericordioso. El califa Omar era un hombre sombrío para quien la vida era un eterno castigo del Señor, pues estaba convencido de que la humanidad entera maquinaba contra él. El poder se le había subido a la cabeza y toda incertidumbre le era ajena. Omar era tan odiado como temido. Lamentablemente, todo el pueblo árabe, salvo algunas élites, creía que el arcángel Gabriel hablaba por su boca, incluso cuando emitía el más cruel o más absurdo de sus decretos. Al ofrecerle así la ciudad de Alejandría, el emir esperaba amansarle. Tenía que convertir el desmesurado orgullo del califa en su principal debilidad. Tenía también que especular con el tiempo, porque Omar no era eterno. Durante los diez años de conjuras e intrigas y los ocho de reinado, se había creado muchos enemigos y eran innumerables los intentos de asesinarle. Llegaría sin duda el día en que un cuchillo pusiese fin a su tiranía. ¡Sé paciente, Amr! Tu paciencia procede de Dios…

En el-Iskandariyya -el emir tuvo buen cuidado de transcribir en árabe el nombre de Alejandría- viven trescientas mil almas, de ellas doscientos mil griegos cristianos y cuarenta mil judíos que no se convertirán y por lo tanto pagarán tributo…

Amr exageraba un poco, pero éste era sin duda el mejor argumento para justificar que la Ciudad no hubiera sido saqueada ni demasiado destruida. Desde los inicios de la conquista, Omar había instituido ese impuesto que los pueblos de los Libros de Moisés y de Jesús debían tributar a Medina si querían seguir practicando sus religiones. Con su rapacidad, que hacía pasar por tolerancia, el segundo califa impedía que sus correligionarios pudieran atraer a cristianos y judíos, mediante la simple arma de la palabra, a la ruta de la Verdad trazada por el Profeta. Y es que, a su entender, el hecho de acrecentar la fortuna de Medina, y la suya, era preferible al triunfo universal del islam. De modo que Amr no pudo evitar escribir:

Por lo que se refiere al pueblo egipcio, que sigue haciendo sacrificios a los ídolos con cabeza de animales, nos será fácil llevarlo a la verdadera Palabra, para abrirles los Jardines de Alá…

El conquistador de Alejandría pasó luego muchas horas contando las historias que Filopon, Rhazes e Hipatia le habían relatado sobre la Biblioteca. Pero las contó a su manera, a la manera de su pueblo, que tanto amaba los cuentos y la poesía. Salvo, tal vez, por desgracia, Omar…

Poco antes del alba, Amr despertó a su ordenanza, que dormía ante la tienda, en el santo suelo. ¿Podrán esos beduinos dormir algún día en los palacios de las ciudades que hayan conquistado? El hombre no necesitó largas explicaciones. Tomó el mensaje, montó de un salto en su caballo y desapareció en la noche. Necesitaría más de catorce días para llegar a Medina, y otros catorce para traer la respuesta del califa. En una luna, muchas cosas habrían cambiado en Alejandría, de la que Amr era el dueño. Un dueño que, a pesar de todo, tendría que obedecer a su califa, pues el poder de éste procedía del Altísimo y de su Profeta.


  1. <a l:href="#_ftnref9">[9]</a> 22 de diciembre de 642