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Capítulo 4: Matrimonio

«No se puede remediar, todas las flores se han marchitado… Lo único que puedo hacer ahora es pasear solo por el perfumado jardín.»

Ann Zhu, siglo ix

Había transcurrido un año desde que conocí a Dong Yi. Más o menos me había resignado al hecho de que, si quería seguir viendo a Dong Yi, debía enterrar mis verdaderos sentimientos y pensar que para él no era nada más que una buena amiga. De modo que veía con frecuencia a Ning y a Dong Yi juntos y, en nuestra última excursión antes de las vacaciones de verano, los tres habíamos decidido ir a dar un paseo en bote. Fuimos al Jardín del Bambú Púrpura, un parque situado en el centro de Pekín, famoso por sus lagos intercomunicados. El día era húmedo y gris; estuvimos deliberando si ir o no ir, pues se habían pronosticado lluvias. Al final decidimos ir porque tal vez no volviéramos a vernos durante todas las vacaciones estivales. Dong Yi, como era de suponer, iba a volver a Taiyuan. Yo pensé en viajar hasta el monte Huangshan, las Montañas Amarillas del sur.

Situadas en la zona más meridional de la provincia de Ann Hui, las Montañas Amarillas habían simbolizado durante mucho tiempo la magnificencia, la belleza y el misterio. Li Bai (701-762), el gran poeta de la dinastía Tang, escribió los siguientes versos:

A miles de pies de altura se alzan las Montañas Amarillas

Con sus treinta y dos magníficos picos

Que florecen como doradas Jlores de loto

Entre rojos peñascos y columnas de piedra

Las Montañas Amarillas eran las cimas más altas de las tierras bajas del Yangtsé y eran famosas por ser un lugar desde el que observar la salida del sol. Así pues, al igual que muchos chinos, hacía tiempo que uno de mis sueños era subir a lo alto de las montañas y contemplar cómo el sol se elevaba desde las llanuras de China central. Sin embargo, Ning no quiso revelar sus planes e insistió en que nos los contaría cuando estuviéramos en el bote.

Aquel día no había mucha gente alquilando barcas. Elegimos un bote blanco con bandas rojas cuya pintura era tan reciente que aún brillaba. A lo lejos, en la distancia, las barcas blancas eran como puntitos que salpicaban el horizonte. El lago estaba en calma, aunque nos daba la sensación de que las oscuras aguas ocultaban secretos. Un grupo de chavales de instituto pasaron remando junto a nosotros, cantándose los unos a los otros desde los cuatro botes que ocupaban.

Las olas siguen nuestros remos

Cielo azul y nubes blancas

Un mañana radiante

Nuestros corazones laten por un mañana radiante

Nos reímos. Recordé que cuando tenía su edad solía cantar la misma canción. ¡Qué entusiasmo y esperanza teníamos cuando estábamos listos para entrar en la universidad! Cada uno a su manera, los envidiábamos, sentíamos envidia de su despreocupada juventud, llena de ilusión y esperanza por la vida que se les presentaba.

De pronto, Ning se volvió hacia nosotros y dijo, cuando menos nos lo esperábamos:

– La semana pasada recibí una carta de la Universidad de Nuevo México. Al parecer alguien ha renunciado y han sacado mi nombre de la lista de espera. Me han dado una beca para estudiar en su programa de doctorado. No quería decir nada hasta que estuviéramos los tres juntos. Chicos, ¡he aceptado la oferta y en septiembre me marcho a Estados Unidos!

Nos miró con ojos brillantes, esperando.

– ¡Es fantástico! ¡Felicidades!

De repente, Dong Yi se movió hacia delante con las manos extendidas. El bote dio un bandazo, él se cayó encima de Ning y casi lo tira al agua. Yo también felicité a Ning y me acordé de lo que me había dicho cuando nos conocimos. Me alegré muchísimo al ver que una persona amable, generosa e inteligente como él obtenía un resultado tan maravilloso como aquél. También fue muy emocionante para mí presenciar la felicidad de mi querido amigo, la felicidad de un sueño convertido en realidad.

Pero, al mismo tiempo, tenía una profunda sensación de pérdida. No podía creer que Ning nos iba a dejar muy pronto para marcharse a un país del otro extremo del planeta y del que en realidad sabíamos muy poco. ¿Cuándo volvería a verlo? Tal vez nunca. Me puse a pensar también en Dong Yi. Sin Ning, ¿cómo iba a cambiar mi relación con Dong Yi?

– Vayamos a la orilla a por cacahuetes tostados y helado. Esto se merece una gran celebración -dijo Dong Yi con una sonrisa.

Durante los días siguientes, los tres permanecimos juntos y comimos más y más a cuenta de la celebración. Una noche tomamos sopa de wonton en un pequeño puesto de una calle cercana. Otra noche comimos Tian Ji Gou Zi, colines fritos con salsa picante y tortas de huevo. Por último, un día terriblemente caluroso tomamos fideos fríos coreanos en un pequeño restaurante.

Cuando terminamos de comer ya había oscurecido y al salir hacía una noche fresca y brillante en la que las estrellas titilaban en el cielo como diamantes. Me llegaba el aroma de jazmín desde el otro lado de las paredes de la universidad. Hablamos de ir juntos al lago, como habíamos hecho tantas otras veces.

– Lo siento -dijo Ning-. No puedo ir al lago con vosotros. Tengo que volver al laboratorio para terminar un experimento.

– ¿No puedes terminar el experimento mañana? Es una pena, hace una noche realmente hermosa -le supliqué con dulzura.

– No. Se lo prometí a mi tutor. Está esperando el resultado -explicó Ning al tiempo que se movía de un lado a otro.

De modo que Dong Yi y yo nos despedimos de Ning y emprendimos nuestro camino entrando por la puerta sur hacia el lago Weiming.

La luna llena se cernía sobre la pagoda, como si alguien hubiera colgado un gigantesco farolillo blanco. Era una noche apacible, apenas hacía viento, aunque de vez en cuando unas suaves ondas afloraban desde alguna parte y desdibujaban el reflejo de la luna perfecta. En lo más profundo del bosque, el canto de los grillos era intenso. Había unas cuantas farolas repartidas alrededor del lago.

Nos alejamos del camino principal y bajamos hacia el lago mientras buscábamos algún lugar donde sentarnos. La mayoría de los bancos que había en el lago estaban bajo sauces llorones que se inclinaban sobre ellos o detrás de arbustos que llegaban a la altura de la cintura, lugares que, al abrigo de la oscuridad, eran los más privados del campus.

– Me temo que esta noche todos los bancos están ocupados -susurró Dong Yi mientras pasábamos junto a jóvenes enamorados fundidos en un estrecho abrazo. No podían ir a ningún otro sitio que no fuera a los bancos de alrededor del lago.

Nos detuvimos en el puente de piedra. La luna también se había detenido allí, debajo de nosotros, en el agua. Dong Yi se apoyó contra las columnas del puente, que tenían esculpidos en ellas leones en varias poses.

A su lado, notando el roce de mi piel contra la suya, me quedé mirando hacia el agua y la luna.

– ¿Y tú no has pensado en marcharte a Estados Unidos? -me preguntó.

– Nunca. Pero ahora que Ning se va, quizá también deba pensar en ello.

En aquellos tiempos muchos estudiantes querían irse a Estados Unidos, y algunos de ellos descuidaban sus estudios para concentrarse en los exámenes de ingreso de las universidades norteamericanas. Pero yo no era uno de ellos, si bien alguna que otra vez me había preguntado cómo sería el mundo fuera de China y pensaba que estaría muy bien verlo por mí misma algún día. Pero, hasta que Ning se marchó, no me sentía preparada para explorar aquel mundo lejano y desconocido.

– ¿Y qué me dices de ti? -pregunté, y me volví para mirar a Dong Yi. Lo que vi fue su sombra a la luz de la luna.

– Ya sabes lo que pienso, podemos hacer más por nuestro país si nos quedamos.

Dong Yi se mantenía firme. Yo conocía y siempre había respetado su deseo de retribuir a nuestra sociedad y de luchar para que China tuviera un mañana mejor.

– Es una lástima que se marchen de China tantas personas inteligentes y cultas. -Dong Yi suspiró-. Pero ¿quién puede culparles? Todo está prohibido: carteles, manifestaciones y debates políticos.

Irse a Estados Unidos se había puesto de moda desde principios de 1987, después de que el gobierno prohibiera las manifestaciones estudiantiles. Puesto que el entorno político era cada vez más represivo, las jóvenes generaciones de chinos perdieron la esperanza. Cada vez eran más los que se marchaban, principalmente como estudiantes de posgrado, a Estados Unidos.

– En mi clase hay mucha gente que se va a Estados Unidos este año, lo cual me hace pensar dos veces mis propias decisiones. Liu Gang se sorprendió al oírme decir esto. No creo que haya cambiado. Es que es muy difícil mantener viva la esperanza -prosiguió Dong Yi.

– Si te fueras, aún estarías más lejos de Lan -dije yo.

Dong Yi se dio la vuelta y también se apoyó en el puente. Debajo de nosotros, la luna parecía más real que la que había en el cielo.

– Supongo que sí -replicó en voz baja.

Ambos nos volvimos al mismo tiempo para mirarnos. Nuestros rostros estaban tan cerca que notaba el aliento de Dong Yi. La luna iluminaba su cara. Había algo en su mirada que me hacía estar segura de que el anhelo que yo tenía -de que se inclinara hacia delante, me abrazara, me susurrara palabras de amor, quizá incluso de que me besara- ardía en su interior tanto como lo hacía en el mío.

Entonces dio un paso atrás. Una ligera brisa alteró el reflejo de la luna y continuamos andando. Empecé a notar el peso de la bolsa con los libros y me la pasé al otro hombro.

– ¿Has escrito algún poema nuevo últimamente? -me preguntó.

– Sí. De hecho, ayer mismo terminé uno.

– ¿Lo tienes aquí, puedo leerlo?

– Bueno…, no estoy segura…, podría ser que no te gustara nada.

– No seas tonta. Me encantan tus poemas. Pienso sinceramente que deberías pensar en publicarlos. Quizá presentar algunos a una revista, ¿no? Yo no sé mucho de poesía, pero creo que tienes talento para las palabras.

– No sé, tengo una gama muy limitada. Todo lo que escribo es sobre el amor y la pérdida. A veces me pregunto si llegarán a interesarle a alguien.

– A todo el mundo. ¿Qué otras cosas hay en la vida aparte del amor, la felicidad, la pérdida y el dolor? No muchas, me parece a mí. Vamos, enséñamelo, por favor.

Le di el pedazo de papel en el que había escrito mi último poema. Nos quedamos debajo de una farola para que pudiera leerlo. Yo seguí sus ojos, que avanzaban por la página, y aguardé con nerviosismo su reacción. Me pregunté si sabía que escribía pensando en él.

A su paso por una ventana que da al sur

El sol esparce innumerables sombras

Junto a tu cama

Flor del limero que el viento perfuma

¿Te hace pensar en mí?

¿Igual que yo no puedo evitar pensar en ti?

– Es muy bueno, Wei. Mándalo al concurso literario. Estoy seguro de que ganarás -dijo con entusiasmo.

Alguien empezó a tocar la guitarra en la barca de piedra que había cerca de la pequeña isla del centro del lago. El canto de un ruiseñor resonó desde la colina de enfrente.

La luna había ascendido en el cielo por encima de la pagoda. La noche era apacible y cálida, como las manos de Dong Yi. Ojalá no hubiésemos estado andando junto al lago sino entre los que se esconden en la oscuridad, en algún lugar colina arriba, en los bancos bajo los álamos temblones. Ojalá él hubiera leído el poema no como crítico o amigo, sino como enamorado. Ojalá…

De repente, una luz brillante iluminó la oscuridad del bosque. Una joven volvió el rostro hacia la luz como un ciervo ante los faros de un automóvil. Estaba tumbada sobre el regazo de su novio. La mujer se sentó inmediatamente y trató de apartar la cara del haz de luz.

– ¿Qué estáis haciendo aquí arriba? -gritó el guardia de seguridad sin dejar de enfocar a la pareja con la linterna-. ¿Cómo os llamáis? ¿En qué departamento estáis?

La joven pareja se quedó allí sentada como si fueran estatuas y no respondieron.

– Déjelos, por favor. No son más que niños que tratan de estar juntos -dijo Dong Yi.

El guarda apuntó a Dong Yi con la linterna. Él levantó la mano y apartó la cara.

– Esto es un campus, no un sucio burdel. Tenemos la obligación de mantener limpia nuestra universidad -replicó el guarda, y volvió a dirigir la linterna hacia el bosque. El banco estaba vacío.

Se acercó a nosotros y continuó hablando:

– No sabéis cuántas actividades delictivas descubrimos aquí, en el lago. El otro día, sin ir más lejos, pillamos a una pareja ahí arriba haciendo, bueno, ya sabéis qué. Pronto veréis sus nombres anunciados en carteles. Ambos recibieron amonestaciones oficiales por indecencia. Esto va a quedar en sus expedientes para siempre. Lo tienen bien merecido. La gente tendría que ser más como vosotros dos: paseando, hablando y conociéndose uno a otro, nada más.

Siguió su camino, enfocando aquí y allí con la linterna, manteniendo limpio el campus.

Perdimos el interés por encontrar un banco y nos marchamos del lago en seguida, manteniendo cierta distancia entre nosotros al andar.

Dong Yi regresó a Taiyuan y yo, tal como tenía planeado, me fui de excursión a las Montañas Amarillas con mi amiga Qing, que para entonces estudiaba en la Universidad Agrícola de Pekín.

Tanto a Qing como a mí nos encantaba viajar. En aquella época el turismo aún no se había desarrollado en China y viajar con mochila era poco habitual, y más aún para dos chicas jóvenes como nosotras. Como disponíamos de poco dinero, tomábamos trenes lentos que paraban en todos los pueblecitos de la línea y cambiábamos de tren con frecuencia. A veces dormíamos en los duros asientos de madera de los trenes utilizando las mochilas como almohada (para evitar que nos las robaran), en tanto que otras veces nos acurrucábamos en baños públicos vacíos. Una noche, en una casa de baños, me despertó un fuerte estrépito. Al cabo de un rato, cuando el ruido por fin cesó, yo seguía temblando a causa de temores imaginarios. No pude dormir más. Las sombras de las cabezas de las duchas, el olor a frío y humedad; a nuestro alrededor todo parecía estar lleno de peligro. Llegó un momento en que tuve que despertar a Qing.

– Vuelve a dormirte. Aquí no hay nadie más que nosotras. Tú misma te estás asustando -dijo, y volvió a dormirse inmediatamente.

Pero yo no me atreví a cerrar los ojos en todo lo que quedaba de noche.

Al final, cuando las vías se terminaron, en el último pueblo antes de las montañas, nos subimos a un autobús. Durante unas horas pareció que estábamos perdidas por infinitos bosques de bambú. Luego el camino empezó a ensancharse a medida que ascendía. Otros autobuses, la mayoría de ellos pertenecientes a empresas turísticas que ofrecían sus servicios a los visitantes extranjeros, se unieron a nosotros por el sinuoso camino que llevaba al pie del monte Huangshan. A lo lejos empezamos a divisar unos picos neblinosos que con frecuencia cambiaban de forma y color a medida que las nubes y la neblina pasaban empujadas por el viento.

Llegamos al pie de las Montañas Amarillas a media tarde. Qing y yo pasamos la noche en un pequeño hotel que había allí. A la mañana siguiente iniciamos nuestra escalada al pico más alto, de unos mil ochocientos metros. La subida fue lenta y, en ocasiones, difícil. En muchos puntos durante el ascenso el camino pasaba justo al lado de los precipicios, con una caída a pico a un lado y la roca vertical en el otro. La únicas medidas de seguridad consistían en unas cadenas de hierro clavadas en la roca. Para mí, el ascenso supuso un particular desafío debido a mi miedo a las alturas. Pero Qing y yo no podíamos contener nuestra emoción mientras subíamos cada vez más alto, cuando, en cada curva, se nos ofrecían unas vistas impresionantes a través de algún que otro claro en la niebla; disfrutando mientras tanto del aire limpio y purificador, de los picos y de los viejos pinos que crecían con fuerza en la roca desnuda y que daban la impresión de ir a saltar de sus precarios salientes para tocar el cielo.

La primera noche alquilamos unos abrigos de invierno acolchados e intentamos dormir en la cima de la montaña. Pero hacía un frío espantoso y no pudimos conciliar el sueño. Nos pasamos toda la noche hablando, adormilándonos y volviendo a hablar.

Conocí a Qing cuando teníamos doce años, el primer día de internado. Era una de mis siete compañeras de habitación.

– No te imaginas a quién me encontré hace dos semanas en Wangfujing: a nuestra antigua compañera de habitación Min Fangfang, Minnie Mouse. Fue muy curioso; las dos estábamos comprando un lápiz de labios en los grandes almacenes nuevos. Al principio no la reconocí. El brote había florecido. ¡Cómo pueden llegar a cambiar a la gente dos años de universidad en Shanghai! ¿Te acuerdas de la primera noche en el internado? ¿Que hubo una gran tormenta eléctrica y se cayó de la cama y lloró? -nos reímos las dos.

La noche era larga y fría. Tras agotar todas las posibles conversaciones sobre el pasado, hablamos del futuro. Sin embargo, a la mañana siguiente estábamos tan cansadas que poco recordábamos de nuestras deliberaciones. Al amanecer empezó a lloviznar. Aun así nos dirigimos al mirador -un grupo de rocas gigantescas- con la esperanza de que despejara antes de la salida del sol. Pero no tuvimos suerte y, por consiguiente, decidimos quedarnos otra noche en la cima, con la esperanza de que al día siguiente pudiéramos ver amanecer.

Aquella noche desembolsamos quince yuanes (cerca de un euro cincuenta) por una cama dentro de una de las tiendas. Por fin, a la mañana siguiente vimos salir el sol en toda su gloria, alzándose desde las llanuras de China. En el horizonte, la fértil tierra de mis antepasados se fundió con el cielo entre rayos de luz dorada y no pude distinguir ninguna frontera o límite. De modo que ésta es China, mi madre patria. Allí, al este, estaban las bajas llanuras de Zhong Gou donde la vida existe desde hace miles de años. Más al oeste, el río Yangtsé fluía plácidamente por el terreno, brillando bajo la luz matutina como un cinturón de plata. Cuando el sol se alzó por encima del horizonte hubo una explosión de luz que irradió cientos de miles de destellos sobre la tierra, penetrando el aire, las nubes, las rocas, los seres; de pronto todo parecía transparente.

– ¡Dong Yi! -dije calladamente para mis adentros-. ¿Puedes ver lo que yo veo y sentir lo que yo siento?

Aquel verano, Yang Tao, mi ex novio del primer curso en la Universidad de Pekín, regresó después de pasar un año en el extranjero. Cuando se marchó yo ya había roto la relación pero, al volver, él sencillamente la retomó allí donde la había dejado y volvió a asumir el papel de novio. Me colmó de regalos que había comprado en Occidente y me habló con gran detalle de su nuevo trabajo en el Departamento de Asuntos Exteriores, de sus ambiciones políticas y de los planes de futuro para ambos. Yang Tao estaba a punto de convertirse en el diplomático más joven de China.

Yo no sabía qué hacer, con Dong Yi que había vuelto a casa y Ning que se preparaba para marcharse a Estados Unidos. Aunque no había pensado seriamente en irme a Estados Unidos, igual que a muchas jóvenes chinas de entonces, me había cautivado el glamour de tierras lejanas, la relación con todo lo extranjero y, sobre todo, la gente que había trabajado en otros países. Me gustaba la moderna ropa que Yang Tao me había traído de París, Roma y El Cairo. El maquillaje acababa de llegar a China y las marcas extranjeras eran pocas y muy caras. Las chicas que querían ir a la moda a veces se mataban de hambre para poder comprarse base de maquillaje y pinturas para los ojos. Yang Tao no sólo me trajo unas grandes cajas de cosméticos que contenían de todo, desde sombra de ojos y colorete hasta barras de labios, sino que además trajo otras para mis compañeras de habitación. Ellas, claro está, quedaron muy agradecidas y sumamente impresionadas.

– ¡Qué suerte tener un novio tan guapo y rico! -me dijeron. Su envidia estimuló mi ego, aunque sabía que todo aquello era superficial. Pero tal vez era lo que necesitaba después del rechazo de Dong Yi. Así pues, por motivos tan estúpidos y materialistas como aquéllos, no rechacé a Yang Tao: ése fue mi error.

Pasamos gran parte de la última semana de las vacaciones de verano juntos, comprando en boutiques de diseño occidentales y comiendo en lugares elegantes como Maximilian, el restaurante francés propiedad del diseñador Pierre Cardin. Y un sábado por la tarde, Yang Tao me llevó a su residencia para enseñarme más fotos de su temporada en el extranjero. Yang Tao estaba a punto de empezar a trabajar para el Departamento de Asuntos Exteriores en otoño; hasta entonces, estuvo cumpliendo con los últimos requisitos para obtener la licenciatura por la Universidad de Lenguas Extranjeras de Pekín.

Al tratarse del último fin de semana antes de que terminaran las vacaciones estivales, la universidad estaba tranquila. La residencia de estudiantes de Yang Tao estaba vacía y no vimos ni oímos a nadie en todo el camino hacia su habitación en el primer piso. Aunque fuera el día era soleado y radiante, el dormitorio de Yang Tao, que tenía una sola ventana que daba al norte y quedaba totalmente ensombrecida por un enorme roble, estaba oscuro. La estancia era pequeña, quedaba muy poco espacio con las tres literas, y la cama de Yang Tao era la de abajo a la izquierda, junto a la puerta.

Nos sentamos uno junto a otro en la cama de Yang Tao para mirar sus álbumes de fotos mientras él me explicaba dónde estaban tal y tal sitio y qué estaba pasando en el momento de la fotografía. Entonces dejó el álbum de fotos en el suelo y me tumbó en la cama. Lentamente empezó a besarme.

– No te preocupes. La primera vez será doloroso, pero iré con mucho cuidado -me susurró al oído al tiempo que me levantaba la falda y me quitaba las bragas.

Aunque tenía veinte años, nunca había tenido una experiencia sexual. Por supuesto que sabía lo que ocurría desde el punto de vista biológico, pero no sabía cómo debía reaccionar o qué debía hacer. Permanecí inmóvil.

Después, Yang Tao me observó mientras volvía a ponerme la ropa. Yo me sentía fatal, el dolor que notaba entre las piernas era fuerte, pero la forma en que él reaccionó me pilló por sorpresa. De pronto le entró el pánico y dijo:

– Supongo que no tomas anticonceptivos. Tenemos que conseguirte algunas pildoras del día siguiente. No querrás quedarte embarazada.

En aquel momento sentí miedo: un embarazo. ¿Qué iba a hacer si ocurría? ¿Cómo me enfrentaría a mis padres? Mi vida se echaría a perder. Me expulsarían de la universidad… La idea de tener un hijo o de abortar me daba escalofríos. Y Yang Tao podría perder su trabajo en el Departamento de Asuntos Exteriores por dejar embarazada a una menor de edad. Veintitrés años era la edad mínima requerida para el matrimonio y, por lo tanto, para el sexo. Supe que Yang Tao estaba igual de preocupado cuando decidió que debíamos dirigirnos sin pérdida de tiempo a la calle mayor de Haidian para conseguir algún contraceptivo.

La tienda más grande que había en la calle principal era el herbolario-farmacia chino. Frente a la tienda, una gran cartelera mostraba un dibujo de una pareja revolucionaria y un niño sonriente, con la leyenda: «Cásate tarde, controla la natalidad». La calle mayor estaba atestada de personas de compras de fin de semana, pero, por suerte para nosotros, había poca gente en la farmacia.

En la puerta, vacilamos. Yang Tao dijo:

– Tenemos que actuar con naturalidad. Diremos que estamos casados, que hemos tenido un accidente y que necesitamos pildoras del día después.

Entramos. Me temblaban las manos. La tienda era más ancha que larga y, todo alrededor, había unos mostradores de cristal que llegaban a la altura de la cintura. De pared a pared, detrás de los mostradores, había unos altos e imponentes muebles chinos para guardar medicinas con cientos de cajones diminutos y relucientes tiradores metálicos. Cuando era pequeña, pensaba que ir al herbolario era algo parecido a ir a un templo; la sabiduría se guardaba en aquellos cajones minúsculos, colocados unos sobre otros hasta llegar al techo.

Al entrar nos invadió el olor a raíces secas y amargas, de intestinos de animal adobados y de hierbas machacadas. Al otro lado del mostrador había sentada una mujer de mediana edad que llevaba una bata blanca y estaba leyendo una popular novela sobre los jóvenes expulsados de la universidad. Tras escuchar lo que Yang Tao le contó, nos miró estudiando nuestros rostros. Yo estaba segura de que estaba perdida. «Sabe que estamos mintiendo. Llamará a la policía. La policía vendrá y me llevará de vuelta a la Universidad de Pekín…» Aún estaba muy confusa por todo lo que me había pasado en la última hora. No duró mucho; todo terminó en cuestión de minutos. Pero me había supuesto mucho dolor y ahora amenazaba con arruinar el resto de mi vida…, ¡y tenía tantas cosas que esperar con ilusión!

– Allí, en aquellas cajas, servios vosotros mismos -dijo por último la mujer, volviendo a enterrar la cara en su libro.

Debido a la superpoblación de China, se fomentaba mucho el control de natalidad. El gobierno había hecho que las pildoras anticonceptivas y los preservativos fueran gratuitos para todo el mundo y había introducido la ley por la que una pareja sólo podía tener un hijo. Aunque sabía lo de las pildoras anticonceptivas gratuitas, me sorprendió lo fácil que era conseguirlas. Había toda clase de pastillas y dispositivos contraceptivos en unas bandejas de plástico distribuidas por toda la tienda.

Nos hicimos con una caja de cada tipo de pastilla y nos marchamos cuanto antes. Leí las instrucciones detrás de un pequeño puesto de frutas. Decían que te tomaras un comprimido en seguida y otro al día siguiente.

Entonces regresamos a la Universidad de Pekín.

La fecha de la partida de Ning ya estaba muy próxima. Un día fui a verle. A ambos nos entristecía el hecho que se iba muy pronto. Estábamos hablando del año anterior y de los momentos que habíamos pasado juntos cuando, de repente, Yang Tao irrumpió en la habitación. Sin decir una sola palabra, saltó sobre Ning y le dio un puñetazo. Mi primer impulso fue ayudar a Ning. Pero inmediatamente me di cuenta de que eso no serviría más que para empeorar las cosas. Yang Tao había supuesto equivocadamente que Ning y yo éramos amantes.

Después me enteré de que una de mis compañeras de habitación le había dicho a Yang Tao que había ido a ver a mi amigo del departamento de física. Entonces Yang Tao me registró la bolsa y encontró la dirección de Ning. Aunque Yang Tao se disculpó conmigo varias veces durante los días siguientes, el incidente me había afectado profundamente.

Llegó el otoño. Las hojas de los arces eran rojas como la sangre. El cielo parecía estar más alto sin el brumoso sol estival y el aire era fresco y cristalino.

Ning se fue de China.

Faltaba poco para la hora de la cena, mis compañeras de habitación se habían ido al comedor y yo me estaba maquillando para salir aquella noche. Yang Tao iba a llevarme a celebrar mi beca para el curso de posgrado.

Cada año, la Universidad de Pekín otorgaba una beca y una plaza en el curso de posgrado a uno o dos de los mejores estudiantes de cada departamento. Aquella misma mañana, en la primera semana de vuelta a la universidad, me habían dicho que tenía las mejores notas de mi promoción y que, por consiguiente, era la ganadora de la beca. No sólo me dieron una plaza en el curso de posgrado, sino que además me ofrecieron la oportunidad de elegir con qué profesor del departamento quería estudiar, un gran privilegio, puesto que normalmente es el profesor quien elige.

Llamé a Yang Tao para contarle la noticia.

– Estupendo. Iremos a cenar al Russian Tea House. Ponte el vestido blanco que te compré en París. Te pasaré a recoger a las siete en punto.

Aquello era muy emocionante. El Russian Tea House era un restaurante que hasta hacía muy poco tiempo sólo frecuentaban los cuadros del Partido y nunca había estado allí. Ni siquiera conocía a nadie que hubiera estado. Acababa de maquillarme cuando oí que alguien llamaba a la puerta. Yo di inmediatamente por sentado que se trataba de Yang Tao.

– Llegas pronto.

Abrí la puerta.

– ¿Ah, sí?

Me sorprendió ver a Dong Yi delante de mí. Me había estado preparando para ir a verlo, pero en aquellos momentos aún no estaba preparada. Se me quedó mirando unos segundos y sonrió.

– Hola, Wei. Hacía tiempo que no nos veíamos. ¡Qué guapa estás esta noche!

– Me alegro muchísimo de verte. Pasa, por favor.

Sentí que me invadía la felicidad al verlo; quería abrazarlo y cogerle las manos y compartir mis buenas nuevas con él. Pero no lo hice porque, en China, el contacto físico se reserva sólo para los que son novios.

– ¿Cuándo regresaste? ¿Cómo te ha ido el verano?

En cuanto lo dije pensé en Lan y en el verano entero que habían pasado juntos. En seguida lamenté haberlo preguntado.

– Bien. Me alegro de estar de vuelta. ¿Te gustó el viaje a las Montañas Amarillas?

Le hablé a Dong Yi de mi viaje y le dije que algún día tenía que conocer a Qing.

– Es muy divertida, muy nerviosa y muy rebelde. A veces encuentro extraño que sea tan temeraria, dados sus orígenes: tanto su padre como su madre son oficiales del ELP.

Pero Dong Yi interrumpió mi relato del viaje, algo que no haría normalmente, y cambió de tema.

– En realidad he venido para decirte una cosa.

– Yo también tengo algo que contarte. Estoy muy emocionada. ¡Me han concedido la beca para el curso de posgrado!

– ¡Felicidades! Es estupendo, Wei.

Entonces oí que alguien llamaba a la puerta.

– Espera un momento, déjame ver quién es.

Abrí la puerta. Era el novio de una de mis compañeras de habitación. Le dije que su novia se había ido a cenar al comedor número catorce. En el preciso momento en que iba a cerrar la puerta, apareció mi diplomático.

– ¡Felicidades, cariño! Estoy muy orgulloso de ti. He traído esto. Ábrelo, -dijo, y entró con el casco de la moto en una mano y una cajita roja en la otra.

– No tendrías que haberlo hecho. Éste es mi amigo Dong Yi. Ya se iba.

Me sentí incómoda. Aún no me había dado tiempo a contarle a Dong Yi este nuevo acontecimiento en mi vida. También estaba preocupada al recordar el episodio con Ning, y quería sacar a Dong Yi de allí lo antes posible.

– Hola -le dirigió un saludo desganado con la cabeza a Dong Yi. Después se volvió hacia mí de nuevo y repitió-: Ábrelo.

Abrí la caja. Dentro había un collar de oro con un relicario en forma de corazón.

– Póntelo. Esto es lo primero que te compré cuando estuve en el extranjero. Te quedará bien.

Me ayudó a ponerme el collar y luego me dio un beso en la mejilla.

Hubiera querido morirme. Miré a Dong Yi, que estaba claramente violento, y no encontré palabras para decir nada.

– ¿Estás lista para irnos? No querrás que lleguemos tarde para nuestra reserva.

Siguió haciendo caso omiso de Dong Yi.

– Será mejor que me vaya. Que os vaya bien la cena.

Dong Yi se levantó para irse, a todas luces dolido.

– Vendré a verte, tal vez mañana, ¿vale?

– Querías decirme algo.

– No, no era nada. No te preocupes -respondió, y se marchó a toda prisa.

El Russian Tea House era el único restaurante occidental que sobrevivió a la Revolución Cultural; al parecer, a los dirigentes del Partido les gustaba la comida. Tal vez les recordara a los cuadros del Partido los días que habían pasado en la URSS como miembros de las prometedoras juventudes soviéticas. Se hallaba emplazado en un jardín y se trataba de un establecimiento al magnífico estilo ruso, con techos altos y grandes columnas.Había sido un restaurante «exclusivo para miembros del Partido» hasta 1984, año en que se abrió al público. Pero la mayoría de los que acudían allí continuaban siendo dirigentes del Partido, sus familiares y amigos. Más recientemente también se había convertido en el lugar de moda donde los jefes de las grandes empresas estatales comían a cuenta de la compañía, aun cuando muchos de ellos no sabían utilizar los cuchillos y tenedores que ponían en la mesa en lugar de palillos. A diferencia de los establecimientos chinos tradicionales, los camareros vestían camisas blancas y pantalones negros y atendían a los clientes con esmero. Aquella noche nos dimos una comilona en el Russian Tea House. Yang Tao pidió caviar y champán. Cuando me corrigió el modo en que utilizaba los tenedores y cuchillos, pensé en Dong Yi. Me preguntaba cómo debía de sentirse y qué podía ser lo que quería decirme. Y pensé en lo que yo no le había dicho.

Al día siguiente no fui a ver a Dong Yi. El hecho de que se hubiera enterado de lo de Yang Tao de aquella manera me hacía sentir mal. Al cabo de unos días me lo encontré en el comedor. Noté que mantenía las distancias. Cuando le pregunté qué quería decirme aquella tarde, insistió en que no era nada.

Me imaginé que Dong Yi no me había dicho la verdad. Pero no hice nada al respecto. Tampoco le expliqué lo que había ocurrido entre Yang Tao y yo. En lugar de eso, me concentré en otras cosas. Al tener garantizada una plaza en el curso de posgrado me sentí menos presionada por los estudios y cada vez pasaba más tiempo fuera del campus.

Armado con los dólares norteamericanos que había ganado durante el tiempo que estuvo destinado en el extranjero, Yang Tao me llevó de compras por las boutiques de diseño recién abiertas. Fuimos a restaurantes caros y a bares de hotel; la vida nocturna de Pekín acababa de empezar, pero sólo para los pocos que podían permitírselo. Pronto me convertí en una de las estudiantes mejor vestidas del campus. Creo que la razón por la cual nunca puse objeciones a aquellos regalos fue porque, aunque de vez en cuando seguía viendo a Dong Yi, nuestra relación se había enfriado considerablemente.

No obstante, en mi interior sabía que todavía lo amaba y por ese motivo, para no tener que enfrentarme a mis sentimientos, me sumí en aquel mundo de gratificación instantánea que Yang Tao había creado para mí: dinero, joyas, ropa de diseño, alcohol y sexo.

Una tarde vino Yang Tao y me dijo que le había pedido al representante de la Asociación de Estudiantes Universitarios de la Universidad de Pekín que me vigilara. Me contó que había gente que trataba de reavivar el llamado «debate por la democracia» y suscitar sentimientos antigubernamentales en el campus. No quería que me acercara a esas personas, porque me advirtió que tanto la Asociación de Estudiantes como la Liga de Juventudes estaban siguiendo la situación muy de cerca y conocían nombres y departamentos concretos.

– Si estos estudiantes no se detienen, pronto habrá algún herido.

Me explicó que, como futura esposa de un importante diplomático, debía tener cuidado. Pronto empecé a sentirme como un pájaro encerrado en una jaula de oro. A veces, cuando iba sola al lago Weiming, sentía el vacío en mi interior. En ocasiones soñaba con los días maravillosos que había pasado con Dong Yi y Ning. Y al despertar, mi corazón rebosaba de tristeza y sentimiento de pérdida. Pensaba en Ning: desde que él se fue, nada había sido igual; parecía ser el culpable de mi entonces absurda existencia.

Y mi vida fue yendo cada vez más a la deriva a medida que iba transcurriendo el trimestre. No disfrutaba de ella, de hecho la detestaba, pero no podía escapar. Me deprimí. Sacaba peores notas y me alejé de mis amigos. Asimismo, mi relación con Yang Tao se volvió tempestuosa cuando empezó a insistir en que le rindiera cuentas de todos mis movimientos cuando no estaba con él, y mi frustración iba en aumento. Aunque muchas de mis amigas envidiaban mi estilo de vida, yo estaba desesperada por ponerle fin. Echaba de menos a Dong Yi y a Ning y los días felices que habíamos pasado juntos.

Tres días antes de la fecha en la que tenía que presentarme para el curso de posgrado, de pronto me di cuenta del camino que debía tomar si quería escapar a mi situación. Durante tres noches permanecí despierta en la cama pensando en mi vida. Decidí que, en lugar de hacer el curso de posgrado en la Universidad de Pekín, me iría a estudiar a Estados Unidos, aun cuando ello significara tener que dar más clases de inglés. La tierra dorada de libertad y prosperidad se convirtió en la solución que estaba buscando.

Así pues, cuando llegó el día de la matrícula, no fui a inscribirme. El departamento me mandaba cartas y enviaba a mis compañeros de clase para tratar de localizarme. Cuando les expliqué a los profesores que había decidido renunciar a mi plaza en el curso de posgrado no podían creerlo. Mis padres alucinaron.

– ¿Cómo puedes desperdiciar semejante oportunidad? ¿Qué harás si no consigues irte a Estados Unidos? ¡No es tan fácil como piensas! -me gritó mamá. Pero yo ya estaba decidida. Nadie iba a convencerme de que cambiara de opinión.

Era libre; el pájaro había escapado de la jaula de oro. No sentía ningún arrepentimiento, sólo un irreprimible deseo de volar hacia el cielo que se abría en lo alto.

En el campus me convertí de forma instantánea en una celebridad. Durante el año siguiente, siempre que iba a visitar a los amigos que pasaron al curso de posgrado, la gente acudía a las habitaciones de sus residencias para verme. Me decían que hacía mucho tiempo que oían hablar de mí y querían ver qué aspecto tenía. Supongo que la mayoría pensaba como mis padres y me creía loca.

Cuando decidí no hacer el curso de posgrado y marcharme a Estados Unidos, también fui capaz de poner fin a mi relación con Yang Tao. Para entonces, afortunadamente, Yang Tao volvía a estar destinado en el extranjero, de modo que le escribí y rompí nuestra relación. Y después, una tarde, quedé para cenar con Dong Yi.

Aquella noche el comedor estudiantil número tres estaba lleno. Cientos de personas se aglomeraban en su interior. A voz en grito les leían el menú a sus amigos, que estaba apuntado en unas pizarras que había colgadas en todas las ventanas. Se peleaban por conseguir un lugar en la cola. Saludaban a viejos amigos y a conocidos recientes con el entusiasmo propio de un nuevo curso.

Dong Yi y yo hicimos lo que pudimos para tratar de ponernos al día en medio del estrépito de las cucharas contra los cuencos de aluminio y las conversaciones mantenidas a todo volumen. Le conté a Dong Yi lo que había decidido hacer con mi vida. No pareció sorprendido.

– ¿Cómo han reaccionado tus padres?

– Están furiosos. Piensan que he desaprovechado una cosa segura por algo tan incierto como ir a Estados Unidos. Creen que me he vuelto loca. Por supuesto, sé que es perfectamente posible que no entre en ninguna universidad de Estados Unidos. Pero ello no significa que no deba intentarlo. Por otro lado, se alegraron mucho cuando dejé de ver a tú ya sabes quién. Nunca les había caído bien. Bueno, nunca les ha caído bien ninguno de los chicos con los que he salido. ¿Y tú qué me cuentas? ¿Cómo te fueron las vacaciones de verano? ¿Llenas de acontecimientos? -le pregunté.

– Bueno, podría decirse que sí. En primer lugar, las noticias sobre Liu Gang. ¿Te acuerdas de Liu Gang?

– Claro que sí, fuimos a su fiesta de cumpleaños. Se licenció el año pasado, ¿no?

– Sí, así es, pero ahora está sin trabajo y ha regresado a Pekín. Va a quedarse conmigo una temporada.

La noticia me sorprendió.

– Lo lamento. ¿Qué tal está?

– En el departamento hay mucha gente que lo ayuda, incluida la profesora Li Shuxian y su marido, el profesor Fang Lizhi -dijo Dong Yi.

El profesor Fang Lizhi era un catedrático de física que durante muchos años había sido la figura principal de la oposición en China. En 1987 lo expulsaron del Partido Comunista por apoyar las manifestaciones estudiantiles de 1986. Sus escritos sobre los derechos humanos y la democracia le habían reportado el reconocimiento internacional y un montón de problemas con el Gobierno. Su esposa, la profesora Li Shuxian, le daba clases a Dong Yi y era también una figura prominente en el Movimiento Democrático Chino.

Dong Yi continuó hablando:

– Por cierto, si alguien te pregunta por Liu Gang, no digas nada. Creemos que la policía secreta ha estado en el campus buscándole.

– ¿La policía secreta? ¿Por qué?

– Atrajo su atención cuando era editor de la revista Free Talk. Tras regresar a Pekín, se ha hecho oír más en relación con la reforma política. Ha estado dando discursos en mítines públicos en el campus.

Interrumpí a Dong Yi en cuanto me di cuenta de que él también podría estar en peligro.

– Si la policía secreta vigila a Liu Gang, tú tampoco estás seguro.

– No te preocupes por mí. Yo estoy bien. En serio, estoy bien -sonrió.

– ¿Qué más? Dijiste que ésta era la primera noticia -le pregunté con impaciencia, en parte para cambiar de tema y en parte para satisfacer mi curiosidad. Quería averiguarlo todo sobre él lo antes posible para así poder empezar a contarle mis planes de futuro.

– Me casé.

Aquella vez su voz era tranquila, como si estuviera contándome que se acababa de comprar una camisa nueva o de cambiar el calendario de la pared.

– ¿Qué? -Me quedé anonadada, no sabía qué pensar. Me sentí como si me hubieran drenado la vida-. ¿Lo tenías planeado hacía tiempo? ¿Por qué no me dijiste nada?

– No, no lo planeé. Ni siquiera sabía que iba a suceder. Cuando estuve en casa, todos los miembros de nuestras respectivas familias querían que nos casáramos. Al principio pensé que se trataba simplemente de otra muestra del espectáculo que montan cada vez que vuelvo a casa. Pero esta vez fue distinto. ¿Recuerdas aquella tarde del año pasado cuando acababa de regresar de Taiyuan? Fui a verte. Quería decirte que estaba pensando en dejar a Lan. Durante el verano había pensado mucho en ti y en lo que deseaba en la vida.

Al oír aquellas palabras me quedé atónita y la sorpresa me dejó la lengua paralizada. Aunque con frecuencia había intentado adivinar lo que quería decirme aquella tarde, nunca se me había ocurrido que dejar a Lan fuera una de las posibilidades.

– Estuve pensando en lo que dijiste sobre Ana Karenina, lo de la historia de amor condenada al fracaso -continuó diciendo Dong Yi-. Y tampoco sería justo para Lan, creía yo, casarme con ella si no la quería. Vine a contarte todo eso. Pero tú habías vuelto con tu diplomático. ¿Cómo se llama?

– Yang Tao -contesté.

– No podía competir con Yang Tao. Yo no te podía comprar joyas ni me podía permitir llevarte a restaurantes caros. Parecías feliz. Daba la impresión de que habíais arreglado vuestras diferencias.

¿Tan superficial era yo? Sí, lo era. Pero, ¡si él hubiera sabido cómo era en realidad mi relación con Yang Tao! ¡Si hubiera sabido lo sola que me sentía sin él!

– ¿Por qué no me lo dijiste por lo menos? -le pregunté.

¿Por qué no vino a rescatarme? ¿No sabía que yo hubiera dejado todo lo que me importaba si me hubiera llamado para ir al fin del cielo con él?

– Ahora ya no importa. La verdad es que, con cada año que pasaba, cada vez era más difícil terminar la relación. Todo el mundo decía que si no nos casábamos, la reputación de Lan quedaría arruinada. Nunca podría encontrar a alguien para contraer matrimonio.

– ¿A qué te refieres?

– Porque, bueno…, cómo te diría…, Lan ya no era virgen.

Me sorprendió oírlo conociendo la severa moralidad de la China interior. Tal vez Lan fuera más progresista de lo que yo creía, tal vez se querían lo suficiente como para hacer frente a la hostilidad de la sociedad, tal vez… Entonces interrumpí bruscamente la línea de mis pensamientos. Me sentía triste, celosa y enojada. «Esto es más de lo que quiero saber», me dije a mí misma.

Dong Yi continuó hablando:

– Cuando le hablé de ti a Lan le hice mucho daño. Yo no podía soportar ver que era desdichada. Nos habíamos amado durante mucho tiempo. Tenía que resarcir a Lan y hacer lo que me correspondía para devolver la felicidad a nuestras vidas.

– Pero si nosotros ni siquiera llegamos a besarnos -farfullé.

– Eso a ella no le importaba. Lo que le molestó era lo que yo sentía por ti. En muchos sentidos tenía razón, algo puramente físico habría dolido menos. También le sentó mal que siguiéramos siendo buenos amigos. Me preguntó por qué. No supe qué decirle. Ella creía que, al igual que el Partido, yo «prefería lo nuevo a lo viejo». Dijo que desde que había venido a la Universidad de Pekín la miraba por encima del hombro y no le agradecía todo lo que ella había hecho por mí: cuidar de mis padres, cocinar, limpiar, etc. Toda la gente de su entorno dijo lo mismo. -Dong Yi bajó la voz hasta que no fue más que un susurro-. Lan les habló de ti a mis padres y a su familia. Todos se pusieron de su lado. Wei, tú sabes lo complicada que puede ser la vida, ¿no?

Hizo una pausa. ¿Esperaba de mí comprensión o lástima? «Amor mío, ¿qué esperas que diga?» Quería perderme en sus ojos, de tan dulces que eran. Pero yo estaba deshecha. Así que no dije nada. No podía ayudarle, en aquel momento no podía.

– Así pues, hicimos lo más fácil y nos casamos. Ya era hora de poner fin a todo el sufrimiento.

– ¿El tuyo o el mío?

– No seas cruel, Wei. Ojalá pudiera parecerme más a ti. En realidad, nunca he conocido a nadie como tú. A la más mínima puedes volver a empezar tu vida de nuevo. Por el contrario, yo soy un cobarde. Pero creo que es lo mejor para todo el mundo. Soy lo único que tiene Lan, pero tú tienes el mundo entero a tus pies.

– No seas demasiado duro contigo mismo -dije yo. De repente volví a tomar conciencia de dónde nos encontrábamos, de los gritos de los estudiantes de primer año y del olor a grasa para cocinar y a salsa picante del comedor estudiantil-. No eres un cobarde. Sencillamente, eres mejor persona que yo.

En aquel momento, sumergiéndome en el sonido del atareado mundo que me rodeaba, me di cuenta de que tenía frente a mí al hombre que encarnaba todo lo que yo siempre había querido y todo lo que había perdido. Dong Yi había encomendado su felicidad futura, y a él mismo, a otra persona.