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– Quieren que vos vayas con ellas y le digas que venga -dice Rogelio-. ¿No te parece que hace mal en no venir? Rosa dice que si ella no viene la va dar por muerta. Rosa está enojada porque dice que para ella nosotros no somos nada. Se le va la mano, ya, quedándose también este año, ¿no te parece?
Wenceslao mira a Rogelio.
– Córrete unos pasos para atrás -dice.
– ¿Qué? -dice Rogelio, y queda con la boca abierta.
– Dos o tres pasos -dice Wenceslao.
Rogelio retrocede; primero un paso, deteniéndose, y después dos más. Wenceslao lo sigue pisando su sombra, y cuando la sombra se desliza hacia atrás, acompañando el cuerpo de Rogelio, Wenceslao la pisa con el pie, produciendo unos golpes sordos. Después se queda inmóvil.
– No se puede -dice, mirando otra vez a Rogelio-. Se va por abajo. Decile a Rosa que pruebe ella, a ver si es que puede.
Rogelio se da vuelta y marcha en dirección a la casa, sacudiendo la cabeza.
– Viejo loco -dice.
– A ver, cuñado -dice Wenceslao-. Dígale a su mujer que venga y trate.
– Estás colifato -dice Rogelio, sin darse vuelta, caminando en dirección a la casa. Siguiéndolo, detrás suyo, el cuerpo magro de Wenceslao parece todavía más diminuto.
– Dígale. Dígale -dice Wenceslao-. Dígale que venga y que trate.
– ¿Dónde te habías metido? -dice Rosa, después que pasan junto a la bomba y doblan hacia el patio delantero. Teresa está sentada en la esquina de la mesa, con la silla vuelta hacia el rancho, y detrás suyo se hallan de pie Josefa y la Negra. Rosa está parada en el sol, cerca de la pared blanca.
– Estaba durmiendo -dice Rogelio.
– Hace una hora que te estamos buscando -dice Rosa.
– ¿Una hora? -dice Wenceslao-. Si no dormí ni diez minutos.
– Son casi las cinco y media-dice Rogelio-. Has estado durmiendo más de dos horas.
– Me parecía que eran las tres y media o las cuatro y que no había dormido ni diez minutos -dice Wenceslao.
– Bueno, a ver, ahora que no están los vicios -dice Rogelio-. ¿Qué hacemos con tu mujer?
– ¿No vas a venir con nosotras a buscarla? -dice Rosa-. Capaz que si vamos solas no quiere venir.
– Este viejo está loco -dice Rogelio riéndose-. Se volvió loco de golpe y ahora no sirve para nada.
– Vayan solas -dice Wenceslao.
– Vos sos más cabeza dura que ella -dice Rosa.
La pollera multicolor de la Negra se mueve y avanza.
– ¿Qué le pasa a la tía, tío? -dice la Negra -. ¿Por qué no quiere venir? Vaya y dígale que estamos nosotras y que tenemos ganas de verla.
– Sí, tío -dice Josefa-. Vaya y dígale. Nosotras nos vamos mañana a la mañana y queremos verla.
Wenceslao mira la blusa amarilla y después la cara redonda y oscura de la Negra.
– Tu tía está de duelo -dice-. No quiere venir porque dice que está de duelo.
– ¿De duelo? -dice la Negra -. ¿Por qué de duelo? ¿Quién se murió?
La voz ceceante de Teresa se hace oír débil.
– Por tu primo, Dios lo tenga en la gloria, pobrecito -dice.
– Dios lo tenga en la gloria, sí -dice Rosa-. ¿Pero ella por qué no fue y se enterró con él?
– Bueno, Rosa -dice Rogelio.
– Dejala hablar -dice Wenceslao-. Tiene razón.
– Tenía que haber ido y enterrarse con él -dice Rosa-. Y sus hermanas, ¿qué somos? Hace seis años que no pisa mi casa.
– Tiene razón -dice Wenceslao.
– Nosotras nos vamos mañana a la mañana, tío -dice la Negra – y la queremos ver. Hace dos años que no la vemos.
– ¿Entonces nos acompañas? -dice Rosa.
– No -dice Wenceslao.
– Es peor que ella -dice Rogelio-. Viejo loco.
Wenceslao se ríe.
– Decile a tu mujer que vaya y trate de pisar esa sombra -dice.
– ¿Qué está diciendo ahora? -dice Rosa.
– El sol le aflojó los sesos -dice Rogelio.
– Es más cabeza dura que ella todavía -dice Rosa.
– Se ha vuelto loco -dice Rogelio.
Se ríe. Wenceslao, se ríe. Rosa los mira alternadamente con la cara seria y los ojos semicerrados.
– Una desgracia atrás de la otra -dice Teresa-. No pasa día sin que no nos caiga alguna desgracia.
– Está bien -dice Rosa-. Vamos ir a traerla.