38002.fb2
– A ver si se dejan de joder, grandulones de mierda -dice Rogelio.
Después ordena que se rieguen los patios.
– Vayan a saltar adelante, que asustan a este pobre animal y hay que carnearlo -dice Wenceslao.
Los muchachos se van. Quedan Wenceslao y Rogelio fumando en silencio, Rogelio parado en la zona de sombra y Wenceslao en la zona soleada, y la mitad de la sombra de Rogelio se imprime sobre la línea de sombra del rancho y la galería. La sombra de Wenceslao se estira en dirección al cordero, al montecito, al río. El humo de los dos cigarrillos sube apacible, lento, convergiendo y mezclándose a determinada altura para constituir una sola columna azul, árida y sin brillo.
– ¿Por dónde andará Agustín? -dice Rogelio, después de un momento.
– Ha de haber ido otra vez a lo Berini -dice Wenceslao.
– No puedo creer -dice Rogelio.
Se saca una brizna de tabaco de los labios con el pulgar y el anular de la mano con que sostiene el cigarrillo entre el índice y el medio.
– No hace más que joder -dice Wenceslao.
El cordero ha quedado parado, callado, tranquilizándose de a poco. Se da vuelta y comienza a tascar el pasto que crece alrededor del paraíso, más allá del cuadrado perfecto del patio liso en el que no crece nada verde del suelo. El Carozo viene desde adelante con una lata llena de maíz.
– Papi -dice-. Mami me mandó darle de comer a las gayinas.
– Sí -dice Rogelio-. Pero primero vienen y me riegan el patio. Deja ese maíz sobre la mesa y anda traer la regadera con agua.
El Carozo obedece. Mientras Wenceslao está dando las últimas chupadas al cigarrillo oye los gritos del Carozo y de Rogelito, peleándose por la regadera, y después el ruido de la bomba y del agua cayendo en un chorro violento en la regadera. No oye más nada en el momento en que deja caer el cigarrillo al suelo, pisándolo y aplastándolo contra la tierra, de modo que cuando el Carozo reaparece, inclinado hacia la izquierda para contrabalancear el peso de la regadera que hace fuerza en sentido contrario, el humo de la última pitada, que no obstante ha sido ya expelido, grisáceo, por Wenceslao, está todavía desvaneciéndose en la luz del sol, por encima de su cabeza.
– ¿Está fresquita? -dice Wenceslao.
– Sí, tío -dice el Carozo.
Wenceslao se inclina y juntando las manos ahueca las
palmas.
– Echa un poquito -dice.
Enderezándose, el Carozo apoya la mano izquierda en la base de la regadera y la inclina hacia adelante. De la flor cae una lluvia espesa que llena las manos de Wenceslao, las rebalsa, y salpica la tierra. Wenceslao se refriega las manos y después las sacude.
– Espera un momento -dice.
Con dos dedos, para no mojarla, se desabrocha la camisa y se la saca alcanzándosela a Rogelio. Después se saca el sombrero, también agarrándolo de borde del ala con el índice y el pulgar y se lo entrega a Rogelio. Abre las piernas y se dobla hacia la tierra, juntando las manos y ahuecando las palmas sobre las que cae la lluvia ahora suave de la flor; se refriega la cara, el cuello, el torso magro, de modo que el vello encanecido del pecho queda aplastado contra la piel. Mientras Rogelio se dirige hacia la mesa para dejar la camisa y el sombrero, Wenceslao recoge el cuchillo y la palangana y los lava en la lluvia de la regadera. Después se dirige a la galería llevándolos en la mano, cruzándose con Rogelio que regresa al centro del patio, mientras el Carozo comienza a regar la tierra amarilla sobre cuya superficie las gotas que salen de la flor y refulgen fugaces en el aire antes de caer van dejando regueros y manchas húmedas irregulares que el suelo caliente absorbe casi en seguida y que convierten el gran espacio liso en un diagrama complejo en el que las manchas marrones de la humedad se superponen a la superficie amarillenta. Wenceslao deja el cuchillo dentro de la palangana y la palangana sobre la mesa y se da vuelta viendo a Rogelio detenerse en el otro extremo del patio, bajo los paraísos, cerca del cordero que se ha vuelto a echar y que permanece tranquilo. Con paso plácido, el Carozo va recorriendo el patio, trazando círculos, sacudiendo la regadera con más facilidad a medida que va vaciándose, la lluvia que brota de la flor refulgiendo fugaz a la luz solar y cayendo después a la tierra. Ahora se aproxima a la línea de sombra y sobre la superficie oscurecida las manchas de humedad se superponen como una sombra más densa, cegando de a trechos las coladuras de luz que la parra apretada, pero no del todo compacta, deja pasar entre el tumulto de las hojas. El olor de la tierra regada sube hasta las narices de Wenceslao, que siente al misino tiempo, de un modo casi imperceptible, que la piel de su cara y de su pecho comienzan a secarse. El chico va y viene por el patio hasta que vacía la regadera.
– Ahora anda a echarle un puñado de maíz a las gayinas -dice Rogelio, arrojando una última bocanada de humo y tirando el cigarrillo hacia el centro del patio. El cigarrillo cae sobre una mancha de humedad y despide todavía un poco de humo, pero en seguida se apaga. El Carozo desaparece hacia el patio delantero, por el lado del horno.
Wenceslao y Rogelio están parados uno a cada lado del patio, frente a frente; uno en el borde de la galería, del lado de la sombra; el otro cerca del cordero, bajo los paraísos, del lado del sol. No dicen nada. Rogelio mira fijo el centro del patio, pensativo. Wenceslao alza la cabeza viendo las copas de los paraísos sobre cuyas hojas la luz del sol, todavía intensa pero ya declinante, pega y resbala. "Ve" la canoa amarilla sobre la que las mujeres se mantienen en un tenso equilibrio salir de bajo los sauces de la isla y comenzar a avanzar despacio hacia el centro del río. La "ve" sentada bajo el paraíso, las manos cruzadas sobre el abdomen, pensativa, escuchando. "Ve" la canoa que avanza alejándose cada vez más de ella, de los sauces, de la isla, en dirección al centro del río. Por un año más, se ha quedado sola en la casa, escuchando, prometiendo, esperando. Y la canoa amarilla, sobre la que las mujeres mantienen un equilibrio difícil, va dejando una estela que apenas si turba la superficie dorada, lisa. Ahora los remos salen del agua, los dos al mismo tiempo, movidos por las manos firmes de Rosa, ahora se adelantan en el aire, al unísono, ahora se hunden los dos a la vez, ahora los palos regresan comidos por el agua que se sacude paralelamente a los costados de la canoa que gana distancia a cada sacudida, mientras la mano de la Negra, que va adelante, de espaldas a la proa, abandonada por encima de la borda, toca delicadamente el agua dejando una estela diminuta y adicional. Ahora es de noche y la luna mancha los árboles, mientras a la luz de los faroles que cuelgan entre las hojas de los paraísos el cordero es dividido y repartido entre los que están sentados a la mesa. Ahora el farol, en la isla, se desplaza, llevado por ella desde la mesa del patio, bajo el paraíso, hasta el comedor, atraviesa la cortina de cretona, descansa sobre el arcón. Las sombras móviles que han venido acompañando su trayecto se inmovilizan. Ella se desviste, apaga el farol, se acuesta en la oscuridad. La canoa amarilla avanza hacia el centro del río, bajo la luz del sol. Ahora, por un momento, ella viene en la canoa, en el centro, frente a Rosa que rema, las manos plácidas cruzadas sobre el abdomen, el rodete tenso coronando la cabeza, al lado de Teresa, de espaldas las dos a la popa, mientras la Teresita, sentada todavía más atrás sobre el vértice de la popa y de espaldas a la popa, se sostiene apoyando sus manos sobre los hombros de ella que ve más atrás del cuerpo de Rosa que se adelanta y retrocede mientras rema, de espaldas a la proa, a la Negra, sonriéndole cada vez que el cuerpo de Rosa se inclina hacia adelante o hacia atrás, y detrás de la Negra todavía a Josefa, sentada sobre el vértice de la proa y de espaldas a la proa sosteniéndose sobre los bordes que se arquean y se reúnen en el punto mismo en el que está sentada. Ahora está por un momento sentada a la mesa bajo los faroles que cuelgan entre las ramas, comiendo su parte del cordero y escuchando, sin hablar, las voces que se mezclan al tintineo de los platos y los cuchillos y no dejan oír el croar de las ranas que llega desde los pantanos ni los ladridos de los perros que vienen del claro o de los ranchos vecinos. Se ve la luna, nítida, circular, dura, blanca y sin destellos, entre las hojas de los árboles, más fría, más lejana, y sin embargo más poderosa que los faroles, aunque ilumine menos. Los sonidos se confunden y después se borran, pero eso no se percibe porque otros sonidos, complejos y fugaces como los anteriores, se empalman a ellos, en el mismo momento en que a su vez ellos mismos se empalman a nuevos sonidos, indefinidamente. Ahora su mirada va bajando de la copa de los árboles entre cuyas hojas la luz pega y resbala, diseminándose entre los intersticios de la fronda, y se detiene medio metro por encima de la cabeza de Rogelio, viendo más allá, entre los troncos de los paraísos, amontonarse en desorden las ramas, las flores y los troncos de los árboles que nadie plantó, envueltos en esa claridad verdosa en que ellos mismos transforman la luz solar que cae gradual desde la altura despedazándose y diseminándose en todas direcciones por la refracción de las hojas. Después la mirada baja, todavía más, y encuentra la de Rogelio, parado al lado del cordero que está echado en el suelo, el hocico apoyado delicadamente sobre las patas delanteras. Le parece percibir fatiga en la expresión de Rogelio.
– Y hemos pasado nomás otro año, gracias a Dios -dice Rogelio.
– Todavía no -dice Wenceslao, sonriendo.
– No seas lechuza -dice Rogelio.
– A mí se me hace que el cordero no ve otro año -dice Wenceslao.
– A mí se me hace algo parecido -dice Rogelio-. ¿Vos qué pensás, Layo, la traerán?
Wenceslao sacude la cabeza. Rogelio sacude también su cabeza, siguiendo el movimiento de la cabeza de Wenceslao y convenciéndose de lo que el movimiento quiere significar a medida que la ve moverse. Se quedan un momento inmóviles y en silencio, mirándose, hasta que Wenceslao sacude la cabeza en dirección al cordero y dice:
– Lo despenamos y en paz.
Más adelante será una res roja, vacía, colgando de un gancho, después se dorará despacio al fuego de las brasas, sobre la parrilla, al lado del horno, después será servido en pedazos sobre las fuentes de loza cachada, repartido, devorado, hasta que queden los huesos todavía jugosos, llenos de filamentos a medio masticar que los perros recogerán al vuelo con un tarascón rápido y seguro y enterrarán en algún lugar del campo al que regresarán en los momentos de hambruna y comenzarán a roer tranquilos y empecinados sosteniéndolos con las patas delanteras e inclinando de costado la cabeza para morder mejor, dando tirones cortos y enérgicos, hasta dejarlos hechos unas láminas o unos cilindros duros y resecos que los niños dispersarán, pateándolos o recogiéndolos para tirárselos entre ellos en los mediodías calcinados en que atravesarán el campo para comprar soda y vino en el almacén de Berini, objetos ya irreconocibles que quedarán semienterrados y ocultos por los yuyos en diferentes puntos del campo durante un tiempo incalculable, indefinido, en el que arados, lluvias, excavaciones, cataclismos, la palpitación de la tierra que se mueve continua bajo la apariencia del reposo, los pasearán del interior a la superficie, de la superficie al interior, cada vez más despedazados, más irreconocibles, hechos fragmentos, pulverizados, flotando impalpables en el aire o petrificados en la tierra, sustancia de todos los reinos tragada incesantemente por la tierra o incesantemente vuelta a vomitar, viajando por todos los reinos -vegetal, animal, mineral- y cristalizando en muchas formas diferentes y posibles, incluso en la de otros corderos, incluso en la de infinitos corderos, menos en la de ese cordero hacia el que ahora se dirige Wenceslao llevando el cuchillo y la palangana.
Wenceslao se pone la camisa y el sombrero y recoge el cuchillo y la palangana. Cuando se acuclilla para desatar el cordero, Rogelio vuelve a meter la mano en el bolsillo de su camisa y a sacarle los cigarrillos y los fósforos. Wenceslao deja la palangana con el cuchillo adentro en el suelo, y después desata el cordero que se queda casi inmóvil, dejándolo hacer. Cuando la soga cae a un costado, Wenceslao apoya suavemente la mano izquierda sobre el cuello del animal, sin hacer presión, pero previendo que el cordero pueda asustarse y saltar. Después, lentamente, recoge el cuchillo y deslizando la mano izquierda del cuello a la cabeza donde la lana es más rala y la superficie por lo tanto más dura, la deja reposar un momento. Tantea, agarra las orejas tirando hacia atrás la cabeza del cordero, y clava el cuchillo, que rasga la lana y entra en la carne, hundiéndose, abriendo en la garganta un hueco que lo ciñe, que se vuelve a cerrar, un hueco en el que no hay lugar más que para el cuchillo. El animal comienza a sacudirse con violencia, y entonces Wenceslao tira con más violencia todavía, medio inclinado en la dirección que da a su movimiento, el mango del cuchillo, degollando. La sangre brota en un chorro grande y dos o tres más pequeños, a los que Wenceslao, rápidamente, dejando el cuchillo sobre el animal mismo que da sacudidas cada vez más débiles y ronca, despacio, acerca la palangana. La sangre empieza a acumularse en el recipiente y hasta que el animal no queda inmóvil y su sangre no deja de manar, Wenceslao no afloja la mano de su cabeza.
Se saca otra vez la camisa y el sombrero para faenarlo. Cuando ha terminado de cuerearlo, de sacarle las vísceras, abrirlas y lavarlas, con ayuda de Rogelio, que fuma todo el tiempo y que en un momento dado, mientras él arrancaba las vísceras, se ha entretenido en quemar un mechón de lana con la brasa de su cigarrillo, cuando ha dejado la res roja colgada de un gancho de uno de los travesaños de la parra y las visceras limpias en una de las fuentes de loza cachada, la sombra de la parte trasera de la construcción blanca toca ya casi en el borde del patio los troncos de los paraísos cuyas hojas ahora no brillan sino que son como borradas por unos gruesos bloques horizontales de luz rojiza que se expanden entre los árboles como si fuesen refractados por grandes láminas de metal. Wenceslao tiene las manos, los brazos, el torso y la cara manchados de sangre y sudor. Se sienta un momento, jadeando de un modo acompasado, y fuma un cigarrillo. Rogelio desaparece hacia adelante por el lado contrario al del horno, el del gallinero y el excusado, llevando la fuente con las achuras. Cuando acaba su cigarrillo Wenceslao se levanta, recoge con la punta de los dedos, para no mancharlos, la camisa y el sombrero, cruza el patio internándose entre los árboles, avanza en dirección al río. Camina más de trescientos metros siempre entre los árboles, sin ver el agua; desvía hacia la costa en un punto preciso en el que después de un claro hay cuatro sauces en hilera. Los dos de los costados están inclinados hacia afuera del conjunto; los del medio en cambio, están inclinados también pero hacia adentro, de modo que sus troncos casi se tocan en la altura. Los cuatro troncos son rectos, sin ramas bajas, y las copas que los coronan, ralas, no ocultan la forma peculiar del conjunto. Son tres ángulos graves, el del medio con el vértice hacia arriba y los de los costados con los vértices hacia abajo. Wenceslao deja atrás los cuatro sauces y desemboca de golpe sobre el río que corre tres metros más abajo. La luz mancha el agua de un tinte violáceo. Enfrente, un riacho divide en dos la orilla, a unos trescientos metros, Wenceslao deja la camisa y el sombrero en el suelo. Después se descalza, se saca despacio el pantalón acomodándolo sobre las alpargatas, realiza la misma operación con los calzoncillos y después se adelanta unos pasos y queda con los pies juntos, erguido, en el borde de la barranca. Entre la barriga, un poco más abajo del ombligo y la mitad superior de los muslos, su piel es más clara que el resto del cuerpo. Queda un momento inmóvil, mirando hacia la otra orilla. Después inclina la cabeza y mirando el agua que corre abajo comienza a balancear los brazos doblando las rodillas y de pronto pega un envión hacia arriba, con las manos juntas, los brazos estirados entre los que la cabeza va inclinada, los pies ligeramente separados, ya despegados de la tierra, y su cuerpo, en el aire, una fracción de segundo después, cambia de dirección quedando otra fracción de segundo horizontal al agua, y comienza después a descender rápido, las manos que ahora se tocan suavemente por las yemas de los dedos aproximándose a la superficie violada. Ha de haber sido el sol cayendo a pique lo que me tumbó. Ha de haber sido el sol. Yo venía por el camino de arena desde el río y la canoa verde estaba otra vez abajo de los sauces. No paso el tejido que me vengo al suelo, por el sol, por el sol cayendo a pique, por el sol cayendo a pique en pleno mediodía que ha de ser seguro lo que me tumbó. Subiendo la barranca y viniendo después por el caminito y como ella viene también corriendo hacia mí desde el paraíso -la canoa verde ya estaba descansando abajo de los sauces- porque se me hace que ya me estaba empezando a caer sin darme cuenta y ella me venía viendo desde el paraíso; así que se levantó y venía corriendo mientras yo me caía, por el sol, por el sol cayendo a pique, por el sol cayendo a pique en pleno mediodía, porque se me hace que ha sido el sol cayendo a pique en pleno mediodía lo que me tumbó.
Ella venía corriendo desde el paraíso, vestida de negro. Se levantó y la silla baja se vino para atrás, abajo del paraíso. Venía corriendo descalza y balanceándose, la vieja, con la cabeza negra descolorida como el batón, pisando y rebotando contra la arena para no quemarse la planta de los pieses, desde la sombra del paraíso a la que yo quería llegar y donde la silla baja se dio vuelta cuando ella se levantó y vino corriendo en el momento en que se me hace que yo estaba empezando a caerme, dando bandazos de un lado al otro del caminito, a causa del sol de mediodía cayendo a pique sobre mi cabeza, porque a mí se me hace que es de seguro el sol cayendo a pique lo que me tumbó. Era una sola cuando se levantó abajo del paraíso. Y no va que a mitad del camino, cuando sale de bajo la sombra, se divide en dos; primero veo una cosa negra descolorida, el batón, seguro, que se infla, y ahí nomás se parte por la mitad, de arriba abajo, y quedan las dos mitades igualitas corriendo las dos hacia mí, las dos viejas descalzas vestidas cada una con su batón negro, las dos con el pelo negro descolorido peinado en rodete en la parte de arriba de la cabeza, pisando y rebotando contra la arena caliente y echando su sombra cada una sobre la arena mientras vienen corriendo en dirección mía, que me estoy cayendo. No estoy todavía en el suelo porque alcanzo a ver -siempre cayéndome o capaz dando bandazos de un lado al otro del caminito como a veces antes cuando sabía volver en pedo, y capaz dando bandazos nomás porque de a momentos parece que el paraíso cambia de lugar en el fondo saltando primero para un lado y después para el otro y después otra vez para el otro lado y después para el otro- porque alcanzo a ver que una me mira, está como media inclinada hacia mí en la carrera, pero la otra mira más allá por encima mío, en dirección al agua. Ahí debo de haber caído. Y después siento los brazos que me empiezan a palpar y los gritos y de golpe un poco de arena que me golpea en la cara; un puñadito, por los pieses que han pasado corriendo al lado de mi cara que ha de estar como aplastada contra el suelo. Siento por encima de los gritos el ruido de los pieses que siguen corriendo en dirección al río, mientras unos brazos me palpan y tratan de soliviantarme; los voy sintiendo alejarse y rebotar y después no oigo más nada. No oigo más nada. Más nada. No oigo ni que están tratando de levantarme. Nada. Porque estoy esperando, porque estoy esperando que venga la explosión, porque estoy esperando que venga la explosión de la zambullida, porque estoy esperando que venga la explosión de la zambullida del cuerpo que salió de ella, idéntico; porque estoy esperando que venga la explosión de la zambullida del cuerpo que salió de ella idéntico saltando al agua para buscar lo que yo dejé que la corriente se llevara hace catorce años. Por un momento no pasa nada y después se oye la explosión, y ahora está el farol colgado del travesaño, en el techo, y dos mariposas blancas vuelan alrededor. Hay otras dos mariposas negras, enormes, que vuelan pegadas a las paredes y al techo, donde da la luz del farol. Si las mariposas blancas que vuelan alrededor del farol chocando a veces contra el vidrio y a veces aleteando en el mismo lugar sin salir de él se paran, las mariposas negras enormes que se mueven pegadas al techo y a la pared también se paran, y si las mariposas blancas empiezan a girar alrededor del farol volando rápido en círculo y al mismo tiempo en espiral hacia arriba, y cruzándose muchas veces porque llevan dirección contraria, también las mariposas negras enormes giran alrededor del farol volando rápido en círculo y al mismo tiempo en espiral hacia arriba y se cruzan muchas veces pegadas al techo y a la pared porque llevan dirección contraria. Cuando paran queda la luz del farol. Está siempre quieto y siempre en movimiento, siempre el centro de la llama quieto y siempre con destellos que entran y salen del centro quieto y que titilan en las puntas porque el centro quieto es como blanco y los destellos que entran y salen blancos cerca del centro y más afuera rojizos y verdes en las puntas que titilan. De a ratos todo se me borra.
De a ratos se me aparece todo otra vez. Primero está todo borrado, negro. Después menos borrado, unas manchas de colores que dan vuelta en lo negro, pasando y desapareciendo y volviendo después a pasar y después desapareciendo otra vez, hasta que desaparecen por fin del todo y aparece una mancha blancuzca, empañada, rodeada de negro, que parece pegada contra un vidrio mojado, después contra un vidrio seco, después contra nada, que se va achicando, se estira, se queda parada con un centro quieto y destellos que entran y salen titilando en las puntas, o sea el farol, y después las mariposas blancas que empiezan a volar en círculo y al mismo tiempo en espiral hacia arriba, cruzándose muchas veces porque llevan dirección contraria, igual que las dos mariposas negras enormes que se mueven pegadas al techo y a la pared. No se oye nada; a veces me parece que oigo el zdzzzzz de las mariposas, pero no viene ni del farol ni del techo. De ninguna parte no viene. Suena un pedazo un ratito y después no se oye más. Después otra vez se me borra todo.
Ahora la veo entrar chorreando agua, viene y se sienta en el borde de la cama. Me levanto un momento y me quedo medio sentado apoyando la espalda contra la almohada y entonces las veo a las dos, una en el borde de la cama chorreando agua y la otra sentada en una silla al costado, sequita. Las dos me miran, igualitas, y les digo: "¿Qué están haciendo ahí las dos que no se mueven? ¿Qué están haciendo ahí?". Y una de ellas, la de la silla, se levanta y me empuja despacio por el pecho y me dice que me quede quieto, que no hable, y hablando para atrás, para la que está en el borde de la cama, dice: "Capaz quiere algo, pobrecito". Y digo: "Están ahí las dos que no se mueven", y en seguida se me borra todo otra vez y ahora empieza otra vez a verse cómo las dos mariposas blancas vuelan alrededor del farol y de a ratos chocan con él: Dddzac ddzac ddzac. Ahora está todo negro y oigo cómo chocan ddzac ddzac ddzac.
Matamos al animal hace catorce años y después fuimos caminando despacio zac y nos zambullimos. Empezamos a nadar. Caímos de cabeza en el agua zac y anduvimos abajo un rato largo con los ojos abiertos pero sin ver nada zaczac sin ver nada y después sacamos otra vez la cabeza fuera del agua y no vimos tampoco nada todavía zaczac zac así que nos volvimos a zambullir. Ahí entonces chocamos contra algo duro que estaba parado en el fondo con las piernas abiertas y que después se nos prendió de un tobillo y empezó a tirar para abajo cosa de llevarnos también a nosotros zac zac zac y dejarnos ahí. Zac Así que ciegos nomás tiramos la mano y empezamos a buscar zac bajo el agua zac zac zac para encontrarle el lugar de donde agarrarnos y empezar a tirar también nosotros haciendo tuerza tontraria zac fuerza contraria cosa de que no nos tiraran al fondo. Al fin zac dimos con algo firme zaczac. No era fácil porque con los manotazos y los pataleos empezó a levantarse zac zaac empezó a levantarse barro del fondo y no se veía más nada. No se veía más nada zaczac. Había como una columna de barro hecho polvo que flotaba en el agua y giraba zac zac zac en espiral y para arriba y todos nosotros zac todos nosotros moviéndonos ahí en el medio a ver quién se llevaba zac zac a ver quién se llevaba al otro al fondo. Ahí nomás nos le prendimos y empezamos nomás a apretar. Estábamos adentro de la columna de barro hecho polvo que se había levantado del fondo por los pataleos y los manotazos y cada cual tiraba para su lado. Pero nosotros zaaaac zaac zac nos prendimos y nos afirmamos y empezamos a apretar hasta que el otro cedió y empezó a patalear cada vez más débil hasta que al fin zac no se movió más del todo y aflojó del todo y se fue boyando zac. Quedamos nosotros solos adentro de la espiral de barro hecha polvo que subía zac desde el tondo zac zac zac fondo. No había lugar para nadie más. Salimos del agua y nos acostamos a dormir la siesta. Y después veníamos en la canoa verde bajo la llovizna finita. Hará como unos veinte años, o sea seis años después que matamos al cordero. Justito seis años después. O sea veinte años. Yo venía zac zac zac zaac zddzzz zac zddzzzz zac zddzz zzzzac remando. Caían los remos y después volvían para atrás bajo el agua zac zddzzzz zac zddzzzzz zac zddzzzzz. Taían dos demos zac zddzzzz zac zddzzzz. íbamos sintiendo cómo golpeaban contra algo. Un peso muerto que tiraba para abajo. Cada vez que los remos caían chocaban contra algo que quería agarrarlos y tirar para el fondo zac zac zac. El borde de la isla en el que están los sauces negros se nos va viniendo encima con enviones parejitos. Y los remos zac zddzzzz zac zddzzzz chocan contra algo que está esperando en el fondo cuando se hunden en el agua.
Ahora hay una mancha tirando a blanca atrás de un vidrio empañado, ahora el vidrio está seco y limpito, ahora el vidrio ya no está más, ahora está otra vez el vidrio todo empañado, ahora todavía más empañado y quiere como principiar a borrarse, ahora parece como si quisiera principiar a secarse otra vez, ahora está limpito, ahora no hay vidrio ni nada y la mancha quiere como empezar a estirarse para arriba, ahora de golpe el vidrio está todo empañado otra vez y de nuevo se me borra todo.
Ahora está todo negro, ahora parece como si quisiera haber una rendijita que apenas si se ve, ahora se ve mejor que es una rendijita de luz blanca toda empañada, ahora es más ancha, y cada vez más ancha, y todavía más ancha, y ahora los bordes derechos se rompen y no es más una rendijita, ahora parece como que quiere ser una mancha de luz blanca empañada, parece como que quiere ser la mancha de luz blanca que se veía una vez, pero cuando estoy por empezar a saber si es la misma mancha se me borra todo y me quedo otra vez en la oscuridad.
Ahora está primero todo negro y en seguida hay una rendijita blanca de luz, empañada, ahora se agranda y es una mancha de luz que aparece atrás de un vidrio empañado, ahora parece como si el vidrio estuviera principiando a secarse pero todavía está todo empañado, ahora está seco en parte y veo la luz más fuerte, ahora está todo seco y de golpe se me borra y me quedo otra vez en la oscuridad.
Ahora veo un vidrio empañado y atrás una mancha tirando a blanca, ahora la mancha atrás de un vidrio seco, ahora no hay ningún vidrio, pero ahora estoy otra vez en la oscuridad.
Ahora veo de golpe el farol y las dos mariposas blancas que vuelan alrededor, chocando de vez en cuando contra el vidrio: zdzzzz zac dzzzzzz zac. Las dos mariposas negras grandísimas vuelan pegadas al techo y a la pared. Yo venía caminando después de bajar de la canoa verde que descansaba abajo de los sauces, después de cruzar de lo de Rogelio despacito, sin sombrero, con el sol cayendo a pique sobre mi cabeza, y no va que después de subir la barranca y enderezar por el caminito de arena, para la casa, no va que el paraíso empieza a saltar primero para un lado, después para el otro, después otra vez para un lado y otra vez después para el otro; porque yo daba bandazos., seguro. Cuando ella me ve se levanta y viene corriendo y no va que en la mitad primero se infla, se infla y se parte en dos: quedan las dos igualitas, con el batón negro descolorido y el pelo negro descolorido, corriendo las dos en patas en dirección al punto en el que yo me estoy cayendo. Y una de las dos sigue de largo y oigo al rato que se zambulle. Es por eso que ahora entra chorreando agua y viene y se sienta en el borde de la cama. También está sentada al costado, sobre una silla. Las dos me miran. Medio me levanto y les digo: "¿Qué hacen ahí que no se mueven?". La que chorrea agua no se mueve. La de la silla se levanta y medio me empuja por el hombro y dice medio mirando para atrás, a la que está sentada en el borde de la cama, o capaz más atrás todavía: "Ha de querer algo, pobreci-to". Después va para atrás y se sienta en el borde de la cama, justito donde está la otra. Entra en la otra, que se borra. Pero medio me levanto otra vez y veo que ha ido a sentarse en el lugar en que estaba la otra, en la silla. Las dos me miran. Capaz que hay alguno también sentado en el arcón, que también me mira. Pero no estoy seguro. Hay algo que me mira desde el arcón, pero no alcanzo a ver bien. Arriba las mariposas blancas zddzzzz zac zddzzzz zac. No esnoy neguno. Nanece qunena auno nenacón neno nesnoy neguno. Está sentado en el cómo se llama. Me mira ahí sentado en el cómo se llama y más acá están las dos igualitas con los balones negros descoloridos y el pelo negro descolorido, una seca en el borde de la cama, la otra chorreando agua en la silla. Alguno sentado también, cómo se llama mirándome. Arriba mariposas blancas zddzzzz zac zdzzzz zac. Las dos mariposas negras grandísimas se mueven al mismo tiempo que las blancas.
Ahora se me borra otra vez todo. Ahora abro los ojos otra vez y veo el farol, pero no las mariposas blancas. Las mariposas negas gandísimas se mueven negadas al necho y a la nared. Zddzzzzzzzzzz. Ahora se me borra todo otra vez zdddzzzzzzzz. Todo borrado. Nono nonado. Enanan nenadas nas nos nuna nene none nena nana na ona none nanina. Nanién nanuno nenado nenacón. Nenado nenacón. Zac zac zaczac zddzzzz zddzzzzzzz zac zac zddzzzzzzzzzzz zac-zaczac zddzzzzzzzzzzzzzz zzzzzzzzzzzzaaaac zzzaaaaaaaaac Zddzzzzzzzzzzzzzz qqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqq qqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqqq aaaaaaaaaaaaaaa
aaaa aa a a agth agth srkk srkk aaaa aaa agtth srk srk agth agth ark srik srik ai ai agth aaagth aaagth ai aaí aaaaí.
Era un solo ver agua. Agua y después más natía. Más nada.
Aparece en eso una islita. Apenas vea si usté podía hacer pie de tan chiquitita que era. Cabía a lo más uno solo parado, derecho, y sin moverse porque sino se iba al fondo. Y pura agua alrededor. Aparte de eso, más nada. Más nada.
En eso, a unos veinte metros, la misma islita. No otra, no vaya creer, no, la misma, vea, igualita. La misma, únicamente que dos veces, una a unos veinte metros de la otra, chiquititas las dos, tan chiquititas que arriba de ellas no cabía más que uno solo parado, derecho. La misma islita dos veces, pura agua alrededor, y después más nada. Más nada.
Aparece en eso otra vez la islita, siempre a unos veinte metros de las otras dos, en triángulo que le dicen, vea. Tres veces la misma islita. Alrededor, hasta donde usté quisiera mirar, agua, pura agua. Y aparece después otra islita, y después otra, y otra, y otra. Siempre la misma islita, muchas veces, aquí y allá, apareciendo despacio, sin mover el agua, todavía de barro blando. Muchas veces la misma islita. Alrededor, pura agua. Pura agua y después más nada. Más nada.
Al rato había tantas, digo había aparecido tantas veces, la misma islita, que usté podía pasar saltando de una a la otra, sin miedo de meter la pata en el agua. Y no bien usté había terminado de saltar de una islita y me va creer vea si le digo que era siempre la misma, no había vea terminado de saltar que ya estaba apareciendo otra vez la islita entre las dos, cosa de que si usté esperaba vea un minuto, vea, podía haber pasado caminando lo más tranquilo. Así hasta que se vio que todas las islitas estaban queriendo formar una sola. Quedó la isla grande y alrededor pura agua. Pura agua y después más nada. Más nada.