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TEXTOS ESCRITOS PARA EL BLOG
MARZO DE 2009 – JUNIO DE 2010
Traducción de Pilar del RíoTítulo original: O Caderno 2© 2010, José Saramago
Un regalo inesperado
El 18 de junio de 2009, un año antes del día que iba a morir, José Saramago anotó en este que sería su último cuaderno:«Hace más de treinta años escribí: Castelo Novo es una de las más conmovedoras memorias del viajero. Tal vez un día vuelva, tal vez no vuelva nunca, tal vez evite volver, porque hay experiencias que no se repiten. El viajero no volverá a hablar de la hora, de la luz, de la atmósfera húmeda. Pide sólo que nada de esto sea olvidado mientras por las empinadas calles sube. Queden, pues, la luz y la hora ahí paradas, en el tiempo y en el cielo.»Y se pararon, sí, la luz y la hora, justo un año después de aquel viaje en que José Saramago leyó estas palabras para el grupo de amigos que le acompañaba y todos supimos entonces, con la experiencia de nuestras propias vidas, que no volveríamos a sentarnos en las escalinatas de la fuente de Castelo Novo, que oír la voz entrecortada por la emoción del escritor viajero era un privilegio que no se repetiría nunca más. José Saramago recorría su país, el que describió en el formidable libro Viaje a Portugal, pues en su último tiempo se empeñó en iniciar una ruta nueva, El Camino de Salomón, para respirar una vez más aires conocidos y decir adiós a los paisajes que antes había iluminado. Así son las despedidas de los hombres que saben que han nacido de la tierra y que a la tierra vuelven, pero abrazados a ella, con esa especie de inmortalidad que ofrece el suelo del que nos levantamos cada día, con nuevas experiencias incorporadas. Las de quienes son suelo y tierra, nuestro sustento, tal vez nuestra alma.El último cuaderno de Saramago no es un libro triste. Tampoco contiene tanta indignación como Umberto Eco dice en su prólogo, escrito para los primeros textos y del que Saramago se hace eco en un juego insólito protagonizado por dos opinantes sin remedio, que no sólo no nacieron mudos sino que con el pasar del tiempo encontraron muchas palabras para decirnos a todos unas cuantas verdades. Qué suerte tenemos de poder leerlos. No es éste un libro triste, digo, no es un libro tronante, es, simplemente, una despedida. Por eso, José Saramago, pese a estar atento a la anécdota del día o al suceso terrible, pese a usar el humor y la ironía y emplearse a fondo en la compasión, busca también en sus archivos y rescata textos dormidos que son actuales y nos los deja como regalos inesperados, no como un testamento, simplemente ofrendas íntimas que desvelan pasiones y sueños. Pessoa, por ejemplo. Con trazos poéticos pinta el retrato que de sí mismo haría el autor del Libro del desasosiego, o nos acerca al mundo de Kafka, o a la inevitable tristeza de Charlot, o nos describe la soberbia aventura de coronar la cima de la Montaña Blanca, en Lanzarote, un Everest para quien sale de casa con calzado inadecuado, al caer la tarde, sin linterna, mascarilla de oxígeno, sin un mísero bastón para apoyarse en la bajada, seiscientos metros, una nadería para un alpinista en la flor de la edad, una proeza a los setenta años.Y sigue Saramago contando el lenguaje de los ríos, de las aguas que bajan tumultuosas en el río Castril o las mansas de su aldea, Azinhaga, y se enfrenta no una, sino muchas veces con la cosa Berlusconi, esa cosa, sí, habrá que repetirlo porque ahí sigue; se complace en escritores de su idioma, Agustina Bessa-Luís, Aquilino Riveiro, Raúl Brandão, o en Gabo, no hay que decir el apellido del colombiano y mexicano, como lo presentó Carlos Fuentes una noche en México y luego de Saramago dijo que era portugués y mexicano, y fue la definición más hermosa y más real, tantas patrias como hombres tiene la tierra, todos semejantes unos a otros, como se vio en aquel acto de celebración de la literatura en una región que fue transparente y hoy, ay, no lo es, pese a la expresa voluntad de los mejores. También José Saramago se complace escribiendo sobre Galeano o María João Pires, y se indigna, sí, ahí se indigna, cuando ve África desde su ventana y no puede arrullar al continente que otros han depredado y lo siguen haciendo, porque codicia es lo que más hay en la tierra, no paisaje, como erróneamente escribió hace años. En este cuaderno último dice que la muerte es negra en África pero las armas que matan son blancas, tal vez la muerte de hambre también sea blanca, quién sabe, si no vamos al lugar en el que están los que mueren, no vemos a los que matan o mandan matar, estamos enzarzados en disputas domésticas mientras el lobo se come todos los corderos. Y Dios, las religiones, estas humanísimas invenciones, son otro asunto en el que entra Saramago, ateo confeso, que ser agnóstico le parece como ser del partido de en medio, una forma de estar y no estar, y desde su militante ateísmo le propone a las dos grandes confesiones monoteístas que se inventen un tercer Dios, no el del Cristianismo ni el del Islam, un Dios ecuménico que pueda ser adorado por unos y otros y así se acaben las guerras de religión y se ponga fin a la terrible función de esos niños vestidos de negro que las familias entregan para que otros los adiestren y sean mártires. Esto ocurre en Yemen y los niños son como nuestros hijos, miran igual, ansían tener un cochecito con ruedas con el que jugar ladera abajo. Tal vez mañana uno de ellos muera matando en nombre de Dios, pero Saramago no estará para escribir el epitafio, no el del niño, del que no nos llegará el nombre ni el color de sus ojos, sino el epitafio por las iglesias que siguen azuzando los instintos en vez de la razón que nos hace pensar, sublevarnos y quizá ser libres para decir no a las impostaciones. «No» es la palabra preferida del escritor que nos acompañará unas líneas más adelante, tengan un poco de paciencia.Éste es un libro de vida, un tesoro, un Saramago que nos habla al oído para decirnos que el problema no es la justicia, sino los jueces que la administran en el mundo, sea en Guatemala, en España o en Estados Unidos. Que defiende a Garzón con la misma fuerza con que se pone al lado de las víctimas, las de África, ya mencionadas, las que en España se quedaron en cunetas tras una guerra que ellos no declararon y nadie, setenta años después, había vindicado hasta que llegaron nietos intrépidos y encontraron a un juez que los oyó y todos, por ese hecho, nos pusimos a hablar e incluso a decir disparates, como si enterrar a los muertos no fuera obligación humana, sólo mandamiento divino para los que se dicen elegidos. A veces Saramago se deja ir en sueños, recupera árboles con Jean Giono, o películas que son la sal de la tierra, o le dice a Almodóvar que con Volver roza la belleza absoluta pero le pone deberes, le señala que tendrá que traducir a imágenes la gran película de la muerte, él que hizo la descripción de una forma de vivir Madrid, tan célebre. O escribe las más bellas palabras de amor en una carta que María Magdalena le dirige a Jesús:«Y cuando, algunos días después, Jesús fue a reunirse con los discípulos, yo, que caminaba a su lado, le dije: “Miraré tu sombra si no quieres que te mire a ti”, y él me respondió: “Quiero estar donde esté mi sombra, si es allí donde van a estar tus ojos”. Nos amábamos y decíamos palabras como éstas, no porque fueran bellas y verdaderas, si es posible que sean una cosa y otra al mismo tiempo, sino porque presentíamos que el tiempo de las sombras estaba llegando y era preciso que comenzásemos a acostumbrarnos, todavía juntos, a la oscuridad de la ausencia definitiva.»Este último cuaderno no abarca un año. De pronto sintió que le quedaban dos libros por escribir y se empeñó en ellos las veinticuatro horas del día. En uno que lleva por título Caín se enfrenta al Dios de la Biblia, le confronta con las muertes que provoca, desde Abel hasta los niños de Sodoma y Gomorra, también calcinados por pecados -«¿qué es eso del pecado?» se ha preguntado insistentemente Saramago- que ellos, los niños recién nacidos, no habrían podido cometer, hasta el Diluvio Universal, el mundo entero ahogado, un tsunami definitivo que sólo respetaría a Noé y a su dudosa estirpe de no haber mediado Caín para poner punto y final a una historia que no merece ser contada en esa clave de sangre y castigo. Caín es un grito agónico, no dramático, tal vez trágico, un «no nos toméis más el pelo, ya somos mayores», porque el día que el último hombre muera también Dios morirá y todos los sistemas creados en torno a la vida eterna no serán más que partículas de la nada. Para escribir este libro dejó José Saramago de entrar de forma asidua en su blog y luego, contando sus días, empezó otra novela, tenía título, Alabardas, Alabardas, espingardas, espingardas, un verso de Gil Vicente, iba ya comenzada cuando la muerte vino a alterar todos los planes y a disgustar a los lectores. La muerte, esa cosa sí absoluta, ese vacío interminable que a todos nos hiela y nos petrifica, da igual quién muera, si uno mismo, si el otro que se ama. O sea, que José Saramago no pudo contar la historia de los trabajadores de las fábricas de armas, aunque esboza la idea en este cuaderno, cuando lleguen a la página verán a qué me refiero.Faltaban pocos días para que José Saramago muriera, ya no podía escribir pero dictó dos entradas en su blog. La penúltima la provocó el juez Garzón saliendo de la Audiencia Nacional, expulsado por sus pares, abrazado por algunos compañeros, aplaudido por funcionarios y amigos. Entonces Saramago lloró con Garzón, sintió rabia e impotencia porque estaba vivo y dictó porque sus manos temblaban sobre el teclado. La última entrada en su blog son dos palabras. Era mediodía, también estaba viendo un informativo en televisión y así, por ese medio, supo que un compañero suyo, un escritor sueco, se había sumado a una flotilla que pretendía romper un cerco terrible contra Palestina. Y Saramago, que de cercos sabía mucho, dijo sólo «Obrigado, Mankell», «Gracias, Mankell», y en estas dos palabras resumió todo, la admiración, la solidaridad, el respeto, la impotencia, su vida de persona que no se resigna, la gratitud ante quien no desfallece. Y luego murió y ya no habrá nada más que contar, no habrá más cuadernos, esa mirada oblicua para ver el revés de las cosas, la frontal, sin bajar nunca la cabeza ante el poder, sí para besar, la ironía, la curiosidad, la sabiduría de quien no habiendo nacido para contar sigue contando, y con qué actualidad ahora que ya no está y tanta falta nos sigue haciendo. Bendito sea José Saramago, autor de este último cuaderno, que fue capaz de escribirlo pensando en nosotros, sus lectores.PILAR DEL RÍO
Un bloguero llamado Saramago [*] Curioso personaje, este Saramago. Tiene ochenta y siete años y (según dice) algunos achaques, ha ganado el Premio Nobel, distinción que le permitiría no volver a producir nada porque, total, en el Panteón va a entrar en cualquier caso (el muy tacaño Harold Bloom lo ha definido como «el novelista más dotado de talento de los que siguen con vida… uno de los últimos titanes de un género en vías de extinción»), y le vemos escribiendo un blog en el que la toma con todo el mundo en general, atrayéndose polémicas y excomuniones de muchos sitios -a menudo no porque diga cosas que no deba decir, sino porque no pierde el tiempo en medir los términos que emplea-, y tal vez lo haga a propósito.Pero ¿cómo?, ¿él precisamente? ¿Él, que cuida la puntuación hasta el extremo de hacer que desaparezca, que en su crítica moral y social no afronta jamás los problemas de frente sino que los rodea poéticamente bajo las formas de lo fantástico y de lo alegórico, de modo que su lector (pese a sospechar que de te fabula narratur) debe poner algo de su parte para entender adónde quiere ir a parar el apólogo; él, que -como en su Ceguera- hace que el lector viaje en una niebla láctea en la que ni siquiera los nombres propios, en los que tan parco es, dan una señal claramente reconocible; él, que en su Ensayo sobre la lucidez se inclina por una decidida opción política basándose en enigmáticas papeletas blancas? ¿Y este escritor fantasioso y metafórico viene a decirnos como si tal cosa que Bush es de «una ignorancia abismal, de una expresión verbal confusa perennemente atraída por la irresistible tentación del puro despropósito», un cowboy que ha confundido el mundo con una manada de bueyes, que ni siquiera sabemos si piensa realmente (en el sentido más noble de la palabra), un robot mal programado que confunde constantemente los mensajes que están grabados en su interior, un mentiroso compulsivo, corifeo de todos los demás mentirosos que le han aplaudido y servido en los últimos años? ¿Y es este delicado tejedor de parábolas el que emplea palabras que no dejan lugar a la duda cuando define al propietario de la editorial que lo publica en Italia? ¿Y es ese ateo manifiesto, para quien Dios es «el silencio del universo y el hombre, el grito que da sentido a ese silencio», el que saca otra vez a escena a Dios con tal de preguntarse qué pensará de Ratzinger? ¿Y quien, militante comunista (tenazmente aún), no duda en gritar que «la izquierda no tiene ni la más mísera idea del mundo en el que vive», quejándose, por si fuera poco, de no haber recibido respuesta (qué sé yo, una expulsión, una excomunión por lo menos)? ¿Y quien se arriesga a una acusación de antisemitismo por haber criticado la política del gobierno de Israel, olvidándose sin más, al sentirse tan airadamente partícipe en las desventuras palestinas, de recordar -como cualquier equilibrado análisis exigiría- que no falta quien niegue el derecho a la existencia de Israel? Nadie tiene en cuenta, sin embargo, que cuando habla de Israel, Saramago está pensando en Yahvé, «dios rencoroso y feroz», y en tal sentido no resulta más antisemita que antiario o desde luego anticristiano, dado que para cada religión intenta arreglar sus propias cuentas con Dios -que, evidentemente, se llame como se llame en los distintos idiomas, le cae rematadamente mal-. Y que a uno le caiga rematadamente mal Dios es sin duda motivo de ira furibunda contra todos aquellos que de él se sirven como escudo.Si tuviera siempre en cuenta los pros y los contras, Saramago sabría también que hay maneras y maneras incluso en la invectiva. Cito (de memoria) a Borges que citaba (de memoria tal vez) al doctor Johnson que citaba el caso de un fulano que insultaba de esta manera a su adversario: «Señor, vuestra esposa, con el pretexto de regentar un burdel, vende telas de contrabando». Saramago, por el contrario, no se anda con tantos cumplidos, es decir, se deja de rodeos y en su actividad de comentarista cotidiano de la realidad que le circunda se toma la revancha de toda la vaguedad oblicua de sus fabulaciones.Se ha hablado del ateísmo militante de Saramago. En efecto, sus polémicas no se dirigen contra Dios: una vez admitido que su «eternidad es sólo la de un eterno no ser», Saramago podría haberse quedado tranquilo. Su rencor se dirige contra las religiones (y por esa razón le atacan desde distintos frentes: negar a Dios es algo que se le concede a todo el mundo, polemizar con las religiones pone en discusión las estructuras sociales).En una ocasión, estimulado precisamente por una de las intervenciones antirreligiosas de Saramago, reflexioné sobre la célebre definición marxista según la cual la religión es el opio del pueblo. ¿Sería verdad que todas las religiones poseen esa virtus adormecedora? Saramago ha arremetido en distintas ocasiones contra la religión como germen de conflictos: «Las religiones, todas sin excepción, no servirán nunca para acercar y reconciliar a los hombres; todo lo contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de una monstruosa violencia física y espiritual que constituye uno de los más tenebrosos capítulos de la mísera historia humana» {La Repubblica, 20 de septiembre de 2001).Saramago concluía en otra ocasión que «si todos fuéramos ateos, viviríamos en una sociedad más pacífica». No estoy seguro de que tenga razón, y parece como si el papa Ratzinger le hubiera contestado indirectamente en su encíclica Spe salvi, donde decía que el ateísmo de los siglos XIX y XX, por más que se haya presentado como una forma de protesta contra las injusticias del mundo y de la historia universal, es el que ha provocado que «de tales premisas se hayan derivado las mayores crueldades y violaciones de la justicia».Tal vez estuviera pensando Ratzinger en gente descreída como Lenin y Stalin, pero se olvidaba de que en las banderas nazis aparecía escrito Gott mit uns (que significa «Dios está con nosotros»), que falanges de capellanes militares bendecían los gallardetes fascistas, que se inspiraba en principios religiosísimos y se apoyaba en los Guerrilleros de Cristo Rey un culpable de tantas masacres como Francisco Franco (aparte de los crímenes de sus adversarios, fue él en todo caso quien empezó), que religiosísimos eran los vendeanos en su lucha contra los republicanos, quienes se habían inventado incluso una diosa Razón, que católicos y protestantes se han masacrado alegremente durante años y años, que tanto los cruzados como sus enemigos estaban impulsados por motivos religiosos, que para defender la religión romana se dejaba que los leones devoraran a los cristianos, que por razones religiosas se han encendido muchas hogueras, que religiosísimos son los fundamentalistas musulmanes, los terroristas de las Torres Gemelas, Osama y los talibanes que bombardearon las estatuas de Buda, que son razones religiosas las que oponen a la India y Pakistán, y, para terminar, que fue al grito de God bless America como invadió Bush Irak.Por todo ello se me ocurre la reflexión de que si la religión en ocasiones es o ha sido tal vez el opio del pueblo, más a menudo ha sido su cocaína. Creo que ésa es también la opinión de Saramago y le regalo la definición -y su responsabilidad.El Saramago bloguero se muestra siempre irritado. Pero ¿existe realmente un hiato entre esta práctica de indignación cotidiana acerca de lo transeúnte y la dedicación a la escritura de «opúsculos morales» válidos para los tiempos pasados y los futuros? Escribo este prólogo porque creo tener una experiencia en común con el amigo Saramago, que es la de escribir libros (por un lado) y tener a mi cargo (por otro) una columna de crítica de costumbres en un semanario. Al ser este segundo tipo de escritura más claro y divulgativo que el primero, son muchos quienes me preguntan si lo que hago es trasvasar a esas breves piezas periodísticas reflexiones más ampliamente desarrolladas en los libros mayores. Qué va, contesto, la experiencia me enseña (pero creo que se lo enseña a cualquiera que se halle en una situación análoga) que es la reacción irritada, el impulso que lleva a la sátira, la estocada crítica escrita al hilo de la actualidad lo que proporciona más adelante el material para una reflexión ensayística o narrativa más extensa. Es la escritura cotidiana la que inspira las obras de mayor empeño, y no al contrario.Y por eso yo diría que, en estos breves escritos suyos, Saramago sigue alimentando su experiencia del mundo tal como desgraciadamente es, para revisarla posteriormente con más serena distancia sub specie de moralidad poética (y en ocasiones peor de lo que es, por más que parezca imposible ir más allá).Y además, ¿realmente se muestra siempre tan airado este maestro de la filípica y de la catilinaria? Me da la impresión de que junto a la gente a la que odia está también la gente a la que ama, y así hallamos piezas afectuosas dedicadas a Pessoa (no es uno portugués en vano), o a Amado, a Fuentes, a Federico Mayor, a Chico Buarque de Hollanda, que nos demuestran lo poco envidioso que es este escritor respecto a sus colegas y cómo sabe trazar de todos ellos delicadas y tiernas miniaturas.Por no hablar de cuando el análisis de la actualidad desemboca en temas (y aquí estamos de vuelta a los mayores asuntos de su narrativa) como los grandes problemas metafísicos, la realidad y la apariencia, la naturaleza de la esperanza, cómo son las cosas cuando no las estamos mirando.Entonces vuelve a escena el Saramago filósofo-narrador, ya no irritado sino meditabundo, e inseguro. Con todo, no nos disgusta tampoco cuando se enfurece. Resulta de lo más simpático.
UMBERTO ECO
Marzo de 2009
Día 23
Funes & Funes
Hace años, bastantes ya, en un viaje que de Canadá nos llevó a Cuba, hicimos parada en Costa Rica y El Salvador. De esta última visita quiero hablar hoy. Como siempre sucede cuando voy viajando por ahí, di algunas entrevistas, la más importante de ellas a Mauricio Funes, ahora presidente electo de El Salvador. No lo conocía de antes. Tuve la grata sorpresa de encontrar, no a un periodista más o menos al servicio del poder, encargado de convencer al recién llegado escritor de las virtudes de un régimen basado en la más feroz represión, responsable directo, desde el gobierno a las fuerzas militares, de los abusos, arbitrariedades y crímenes cometidos por el Estado y por las poderosas familias de terratenientes, señores absolutos de la economía del país, sino a un interlocutor culto e informado de todo cuanto había sido el largo martirio sufrido por el pueblo, y también la problemática posibilidad de un cambio que todavía no parecía vislumbrarse en el horizonte social y político de la sociedad salvadoreña. No volvimos a vernos, aunque Pilar ha mantenido, desde entonces, y en momentos personales y políticos muy duros para ellos, una correspondencia frecuente con Vanda Pignato, la esposa de Mauricio, que, a partir de ahora, seguramente se intensificará.El otro Funes que aparece en el título es el de Borges, aquel hombre dotado de una memoria que lo absorbía todo, todo lo registraba, hechos, imágenes, lecturas, sensaciones, la luz de un amanecer, una onda de agua en la superficie de un lago. No le pido tanto al presidente electo de El Salvador, sólo que no olvide ninguna de las palabras que pronunció la noche de su triunfo ante los miles de hombres y mujeres que habían visto nacer finalmente la esperanza. No los desilusione, señor presidente, la historia política de América del Sur transpira decepciones y frustraciones de pueblos enteros cansados de mentiras y engaños, es hora, es urgente cambiar todo esto. Para Daniel Ortega, ya basta con uno.
Día 24
¡Que viene el lobo!
La historia, por lo general contada por el abuelo de la familia, era inevitable en las veladas pueblerinas, no como simple divertimento para los inocentes infantes, sino como pieza fundamental de un buen sistema educativo, precursor, de alguna forma, del juramento con que los testigos se comprometen, o comprometían, a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. La duda que aquí expreso resulta simplemente del hecho de no ser asiduo de tribunales, mi curiosidad sobre las diversas manifestaciones de la naturaleza humana no me ha incitado nunca a meter la nariz en la vida ajena, incluso tratándose del mayor criminal del siglo. Maneras. Pues bien, lo que la historia del abuelo contaba era que un joven pastor de ovejas, tal vez para entretener sus solitarias horas en el campo, decidió un día gritar que venía el lobo, que venía el lobo, de tal modo que la gente de la aldea, armada de cayados, cachiporras y algún trabuco de la penúltima guerra, salió en tromba para defender las ovejas y, de camino, al zagal que las guardaba. Al final no había lobo, había huido con los gritos, dijo el mozo. No era verdad, pero, como mentira, parecía bastante convincente. Satisfecho con el resultado de la mistificación, nuestro pastor decidió repetir la gracia y, una vez más, la aldea acudió en masa. Nada, del lobo ni rastro. A la tercera vez, sin embargo, nadie movió un pie de su casa, estaba visto que el zagal mentía con cuantos dientes tenía en la boca, que grite, ya se cansará. El lobo se llevó las ovejas que quiso, mientras el mozo, encaramado en un árbol, contemplaba impotente el desastre. Aunque el tema de hoy no sea ése, viene al pelo recordar las veces que muchos de nosotros también gritamos que viene el lobo. Fueron muchos más los que negaban que el lobo viniese, pero por fin vino y traía una palabra en el collar: crisis.Vamos a ver qué pasa después de la reciente noticia de que son muchos, muchísimos, los portugueses que han decidido aprender español. Temo, no obstante, que los patrioteros de costumbre comiencen a gritar por ahí que viene el lobo. De acuerdo que algo viene, y es la necesidad de aproximación de los pueblos de la península, este de aquí y los otros de allá. La Historia, cuando quiere, empuja mucho.
Día 25
El mañana y el milenio
Hace unos días leí un artículo de Nicolás Ridoux, autor de Menos es más. Introducción a la filosofía del decrecimiento, y recordé que hace ya unos buenos años, en vísperas de la entrada del milenio en que ya estamos instalados, participé en unas jornadas en Oviedo donde a algunos escritores se nos solicitaba que trazáramos objetivos para el milenio. A mí siempre me pareció que hablar del milenio era demasiado ambicioso, así que propuse hablar del día siguiente. Me acuerdo que hice propuestas concretas y que una de ellas era la que ahora enuncia Ridoux en su Menos es más. Por eso he buscado en el disco duro del ordenador, y recupero parte de lo que escribí hace años y que hoy parece tener más actualidad que entonces.En cuanto a las visiones de futuro, creo que sería preferible que comenzáramos preocupándonos del día de mañana, cuando se supone que todavía estaremos casi todos vivos. Verdaderamente, si en el remoto año de 999, en cualquier lugar de Europa, los pocos sabios y los muchos teólogos que entonces existían se hubiesen puesto a tratar de adivinar cómo sería el mundo pasados mil años, me da que se habrían equivocado en todo. En algo pienso que más o menos acertarían: en que no habría diferencias fundamentales entre el confuso humano de hoy, que no sabe y no quiere preguntar hacia dónde lo llevan, y el amedrentado ser que, en aquellos días, creía que estaba próximo el fin del mundo. Por lo demás, seguramente será mucho mayor el número de diferencias entre las personas que hoy somos y las que nos sucederán, no de aquí a mil años, sino a cien. Dicho con otras palabras: tal vez tengamos más que ver con los que vivieron hace un milenio que con esos otros que de aquí a un siglo habitarán el planeta… Es ahora cuando el mundo se acaba, está en el ocaso lo que hace mil años apenas amanecía.Pues bien, mientras se acaba y no se acaba el mundo, mientras se pone y no se pone el sol, ¿por qué no nos dedicamos a pensar un poco en el día de mañana, ese en que casi todos todavía estaremos felizmente vivos? En vez de unas cuantas propuestas gratuitas sobre y para uso del tercer milenio, que luego, probablemente, el tiempo se encargará de reducir a cisco, ¿por qué no nos decidimos a poner en pie unas cuantas ideas simples y unos cuantos proyectos al alcance de cualquier comprensión? Estos, por ejemplo, en caso de no encontrar nada mejor: a) desarrollar desde la retaguardia, es decir, aproximar hasta las primeras líneas de bienestar a las crecientes masas de personas que fueron dejadas atrás por los modelos de desarrollo en uso; b) suscitar un sentido nuevo de los deberes humanos, haciéndolo paralelo al ejercicio pleno de sus derechos; c) vivir como supervivientes, porque los bienes, las riquezas y los productos del planeta no son inagotables; d) resolver la contradicción entre la afirmación de que estamos cada vez más cerca unos de otros y la evidencia de que nos encontramos cada vez más alejados; e) reducir la diferencia, que aumenta cada día, entre los que saben mucho y los que saben poco.Creo que de las respuestas que demos a cuestiones como éstas dependerá nuestro mañana y nuestro pasado mañana. Y dependerá el próximo siglo. Y el milenio todo.A propósito: ¿y si volviéramos a la Filosofía?
Día 26
Cuestión de color
Diálogo de un anuncio de automóviles en televisión. Al lado del padre, que conduce, la hija, de unos seis o siete años, pregunta: «Papá, ¿sabías que Irene, mi compañera de clase, es negra?». Responde el padre: «Sí, claro…». Y la hija: «Pues yo no…». Si estas tres palabras no son propiamente un puñetazo en la boca del estómago, son sin duda otra cosa: un mazazo en la mente. Se diría que el breve diálogo no es más que el fruto del talento creador de un publicitario con genio, pero, aquí al lado, mi sobrina Julia, que no tiene más que cinco años, preguntada sobre si en Tías, lugar donde vivimos, había negras, respondió que no sabía. Y Julia es china…Se dice que la verdad sale espontáneamente de la boca de los niños; sin embargo, ante los ejemplos dados, no parece que ése sea el caso, puesto que Irene es realmente negra y negras no faltan tampoco en Tías. La cuestión es que, al revés de lo que generalmente se cree, por mucho que se intente convencernos de lo contrario, las verdades únicas no existen: las verdades son múltiples, sólo la mentira es global. Las dos niñas no veían negras, veían personas, personas como ellas mismas se ven a sí mismas, luego la verdad que les salió de la boca fue simplemente otra.El señor Sarkozy no piensa así. Ahora ha tenido la idea de mandar que se realice un censo étnico destinado a «radiografiar» (la expresión es suya) la sociedad francesa, es decir, saber quiénes son y dónde están los emigrantes, supuestamente para retirarlos de la invisibilidad y comprobar si las políticas contra la discriminación son eficaces. Según una opinión muy difundida, el camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones. Por ahí creo que irá Francia si la iniciativa prospera. No es nada difícil imaginar (los ejemplos abundan en el pasado) que el censo pueda llegar a convertirse en un instrumento perverso, origen de nuevas y más sofisticadas discriminaciones. Estoy pensando seriamente pedirles a los padres de Julia que la lleven a París para aconsejar al señor Sarkozy…
Día 27
Nido de avispas
Los avisos no faltaban: cuidado, la Unión Europea se arriesga a ser un nido de avispas, con lo que eso tiene de peligroso como de ridículo. Era imposible que los viejos egoísmos nacionales, la sempiterna ambición personal de los políticos, la corrupción mental (por lo menos ésa) que desde la primera hora contagia cualquier intento de organización colectiva que no se rija por principios claros de honestidad intelectual y de respeto mutuo, era imposible, repito, que este conjunto de negatividades extremas no acabasen confrontando a la Unión Europea con su más grotesca caricatura. Ha sucedido ahora con la intervención del checo Mirek Topolánek, presidente de turno de la Unión y, desconcertante paradoja, dimisionario del cargo de primer ministro de su país, que no sólo embistió contra el presidente de Estados Unidos utilizando los términos más duros, acusándolo de, con su plan, llevar a la economía por el «camino del infierno», o, en versión atenuada, «del desastre», sino que dejó claro por dónde van sus sueños y simpatías: liberalismo radical de la vieja escuela y rechazo de cualquier medida que pueda ser asimilable, aunque sea superficialmente, a un intervencionismo socialdemócrata. El señor Topolánek es, como se ve, una firme esperanza de la humanidad.Como coincidencia, el presidente del gobierno de España, Rodríguez Zapatero, se encuentra desde hace dos días bajo fuego cerrado de todo el arco de la oposición parlamentaria debido, no a la próxima retirada de las tropas españolas de Kosovo, que ésa ya estaba decidida desde hace más de un año, sino por haber faltado a las normas más elementales, no informando previamente a la OTAN ni a la administración norteamericana. En mi opinión, efectivamente, el gobierno se equivocó. Pero la cuestión que se me presenta es ésta: ¿qué piensa hacer el Parlamento Europeo para dejarle claro al señor Topolánek que, además de reaccionario, es grosero y maleducado?
Día 30
Raposa do Sol
De tarde en tarde el día amanece diferente. Que lo digan los indios de la reserva indígena de Raposa do Sol en el estado de Roraima, al norte de Brasil, a quienes el Tribunal Supremo Federal acaba de reconocer y confirmar definitivamente su derecho a la plena posesión y al uso pleno de los mil kilómetros cuadrados de superficie de la reserva. La sentencia no deja ningún margen a la duda: los no indios deben salir inmediatamente de Raposa do Sol, así como las empresas arroceras que durante años invadieron el territorio y en él se instalaron abusivamente. Ya en 2005 el presidente Lula había decidido la entrega de la reserva a los indígenas y la salida de las empresas arroceras, pero las autoridades del estado de Roraima, favorables a los arroceros, recurrieron al Tribunal Supremo por considerar inconstitucional el decreto presidencial. Cuatro años después el Supremo ha decidido la cuestión y ha puesto una piedra definitiva sobre el asunto. No todo, sin embargo, son rosas en este idílico cuadro. Al final, la lucha de clases, tan discutida en épocas relativamente recientes y que parecía haber sido condenada al cubo de la basura de la Historia, existe de verdad. Con esta visión unilateral que tenemos nosotros, los europeos, de los problemas sociales de América Latina, tendemos a ver unanimidades donde no existen ni existieron nunca. En Raposa do Sol, los indios adinerados, que también los hay, hicieron causa común con los no indios y con las empresas arroceras. La fiesta fue de los otros, de los pobres.Más abajo, en la Ciudad Maravillosa, la de la samba y del carnaval, la situación no está mejor. La idea, ahora, es rodear las favelas con un muro de cemento armado de tres metros de altura. Tuvimos el muro de Berlín, tenemos los muros de Palestina, ahora los de Río. Entretanto, el crimen organizado campea por todas partes, las complicidades verticales y horizontales penetran en los aparatos del Estado y la sociedad en general. La corrupción parece imbatible. ¿Qué hacer?
Día 31
Geometría fractal
Así como el señor Jourdain de Molière hacía prosa sin saberlo, hubo un momento en mi vida en que, sin darme cuenta del fenómeno, me encontré metido en algo tan misterioso como la geometría fractal, de la que, excusado será decirlo, ignoraba todo. Eso ocurrió allá por el año 99, cuando un geómetra español, Juan Manuel García-Ruiz, me escribió para llamarme la atención sobre un ejemplo de geometría fractal presente en mi libro Todos los nombres. Me indicaba el párrafo en cuestión, el cual reza así: «Observado desde el aire […] parece un árbol tumbado, con un tronco corto y grueso, constituido por el núcleo central de sepulturas, de donde arrancan cuatro poderosas ramas, contiguas en su nacimiento, aunque después, en bifurcaciones sucesivas, se extienden hasta perderse de vista, formando […] una frondosa copa en que la vida y la muerte se confunden». No pensé en mudar de oficio, pero todos mis amigos notaron que había una convicción nueva en mi espíritu, una especie de encuentro en el camino de Damasco.Durante aquellos días me codeé con los mejores geómetras del mundo, nada más y nada menos. A lo que ellos llegaron a costa de mucho estudio, lo alcancé yo gracias a un golpe de intuición científica, del que, hablando francamente, a pesar del tiempo pasado, todavía no me he repuesto. Diez años después, acabo de sentir la misma emoción ante un libro titulado Doñana y las marismas – Armonía Fractal del que Juan Manuel es autor, junto a su colega Héctor Garrido. Las ilustraciones son, en muchos casos, extraordinarias, los textos de una precisión científica en absoluto incompatible con la belleza de las formas y de los conceptos. Cómprenlo y regálense. Es una autoridad quien lo recomienda…
Abril de 2009
Día 1
Mahmud Darwish
El próximo día 9 de agosto se cumplirá un año de la muerte de Mahmud Darwish, el gran poeta palestino. Si fuese nuestro mundo un poco más sensible e inteligente, más atento a la grandeza casi sublime de algunas de las vidas que en él se generan, su nombre sería hoy tan conocido y admirado como lo fue, en vida, por ejemplo, el de Pablo Neruda. Enraizados en la vida, en los sufrimientos y en las inmortales esperanzas del pueblo palestino, los poemas de Darwish, de una belleza formal que frecuentemente roza la transcendencia de lo inefable en una simple palabra, son como un diario donde van siendo registrados, paso a paso, lágrima a lágrima, los desastres, aunque también las escasas, pero siempre profundas, alegrías de un pueblo de cuyo martirio, pasados sesenta años, todavía no parece que se anuncie el final. Leer a Mahmud Darwish, además de una experiencia estética que será imposible olvidar, es hacer un doloroso recorrido por las rutas de la injusticia y de la ignominia de que la tierra palestina ha sido víctima a manos de Israel, ese verdugo de quien el escritor israelí David Grossmann, en hora de sinceridad, dijo que no conocía la compasión.Hoy, en la biblioteca, he leído poemas de Mahmud Darwish para un documental que será presentado en Ramala en el aniversario de su muerte. Estoy invitado a estar allí, veremos si es posible que pueda hacer ese viaje, que ciertamente no sería grato para la policía israelí. Recordaría entonces, justo en el mismo lugar, el abrazo fraterno que nos dimos hace siete años, las palabras que intercambiamos y que nunca más pudimos renovar. A veces, la vida quita con una mano lo que nos ha dado con la otra. Así me sucedió con Mahmud Darwish.
Día 2
G20
Ante la cumbre del G20 de hoy, sólo tres preguntas:¿Qué?¿Para qué?¿Para quién?
Día 3
Santa María de Iquique
Santa María es el nombre de la escuela, por eso se supone que la santa propiamente dicha, la del cielo, no intervino en el asunto como, en principio, estaría obligada por su potestad. El nombre del lugar es Iquique, un puerto de mar entonces importante en el norte de Chile, en una región rica en salitre, esa mezcla de nitrato de sodio y nitrato de potasio directamente creada en el infierno, como con certeza pensarían los miles de hombres, tanto de Chile como de los países limítrofes, que trabajaban en su extracción. Estamos en 1907. Inevitable como el destino, porque ésa es la lógica soberana del capital, la indecente sobreexplotación de la fuerza de trabajo de esa pobre gente acabó alcanzando extremos insoportables. La huelga fue la respuesta natural. Desde los poblados mineros de las montañas comenzaron a bajar, primero cientos, luego miles de trabajadores que se concentraban en la escuela de Santa María, en Iquique. Tras varios días en que los huelguistas intentaron, sin resultado, negociar, las autoridades gubernamentales, presionadas por los capitalistas extranjeros, decidieron poner fin de cualquier manera al conflicto. El día 21 de diciembre, más de tres mil personas, no sólo mineros, también viejos, mujeres y niños, fueron criminalmente masacrados por las fuerzas militares convocadas para la represión. A Chile no le han faltado páginas negras. Ésta fue una de las más trágicas, y de las más absurdas también.Décadas más tarde, el compositor chileno Luis Advis, un músico autodidacta de enorme talento, compuso y escribió la Cantata de Santa María de Iquique para el grupo Quilapayún. Presentada al público en los primeros años setenta, la Cantata de Santa María es, todavía hoy, uno de los más altos exponentes de la Nueva Canción Chilena y de gran parte de América del Sur. La tengo aquí en DVD, noventa minutos guiados por ese mágico instrumento que es la flauta andina y por las magníficas voces de los integrantes del grupo. También yo aparezco. Pocos días antes de mi internamiento en el hospital, en noviembre de 2007, vinieron aquí para grabarme una declaración. Aviso ya que no soy José Saramago, sino su fantasma. No hay otras imágenes mías de ese periodo tan chocantes. Casi me apetece pedirles que las eliminen, pero lo vivido, vivido está y no se debe negar. De todos modos, al lado de los tres mil muertos, la modestia aconseja moderar las expansiones de una pena personal. Quedémonos por aquí.
P. S.: No es fácil encontrar en el mercado la Cantata de Santa María de Iquique. Si alguien está interesado en lo que acabo de escribir, hasta el punto de querer compartir estos sentimientos, diríjase al productor ejecutivo Carlos Belmonte, cuya dirección electrónica es c.belmonte@accionvisual.com. Sé que me lo agradecerán.
Día 6
El reloj
Uno de mis amigos más recientes acaba de regalarme un reloj. No una máquina cualquiera, sino un Omega. Me había prometido que revolvería cielo y tierra para conseguirlo, y ha cumplido su palabra. Se podría decir que cumplir la promesa no debiera suponer dificultades de mayor envergadura, bastaría con entrar en una relojería y elegir entre los diversos modelos, que seguramente habría para todos los gustos clásicos y modernos, incluyendo alguno que el comprador ni imaginaba. La cosa parece fácil, pero intente el lector encontrar en una de esas relojerías un Omega fabricado en 1922, año de mi nacimiento, y cuénteme luego qué le ha sucedido. «Probablemente -pensaría el empleado- este señor está pasado de rosca».Mi reloj es de los de cuerda, necesita que diariamente le renueven el depósito de energía. Tiene un aspecto serio que le viene dado, creo, del material de que está hecha la caja: plata. La esfera es un ejemplo de claridad que consuela el corazón que la contempla, y el mecanismo está protegido por dos tapas, una de ellas hermética donde ni la más ínfima partícula de polvo conseguirá penetrar. Lo malo es que el reloj comenzó a causarme problemas de conciencia desde el primer día. La primera pregunta que me hice fue ésta: «¿Dónde lo pongo?» «¿Lo condeno a la oscuridad de un cajón?». Nunca, no tengo el corazón así de duro. «Entonces, ¿lo uso?» Ya tengo reloj, de pulsera, claro está, y sería ridículo andar con ambos, sin olvidar que el lugar ideal para un reloj de bolsillo es el chaleco, que ahora ya no se usa. Decidí, por tanto, tratarlo como si fuese un animalillo doméstico. Pasa sus días echado sobre una pequeña mesa que hay al lado de la que trabajo y creo que es un reloj feliz. Y, para consolidar nuestra relación, he decidido llevármelo en mis viajes. Él se lo merece. Tiene tendencia a adelantarse un poco, pero ése es el único defecto que le encuentro. Mejor eso que atrasarse.El amigo que me lo regaló se llama José Miguel Correia Noras y vive en Santarém.
Día 7
Otra lectura de la crisis
La mentalidad antigua se formó en una gran superficie que se llamaba catedral; ahora se forma en otra gran superficie que se llama centro comercial. El centro comercial no es sólo la nueva iglesia, la nueva catedral, es también la nueva universidad. El centro comercial ocupa un espacio importante en la formación de la mentalidad humana. Se ha acabado la plaza, el jardín o la calle como espacio público y de intercambio. El centro comercial es el único espacio seguro y el que crea la nueva mentalidad. Una nueva mentalidad temerosa de ser excluida, temerosa de la expulsión del paraíso del consumo y por extensión de la catedral de las compras.¿Y ahora qué tenemos? La crisis.¿Será que vamos a volver a la plaza o la universidad? ¿A la filosofía?
Día 8
Leer
Esto que llaman mi estilo se asienta en la gran admiración y respeto que tengo por la lengua que se habló en Portugal en los siglos XVI y XVII. Abrimos los Sermões del Padre António Vieira y comprobamos que hay en todo lo que escribió una lengua llena de sabor y de ritmo, como si eso no fuese exterior a la lengua, sino algo intrínseco.Nosotros no sabemos cómo se hablaba en esa época, pero sabemos cómo se escribía. La lengua entonces era un flujo ininterrumpido. Admitiendo que podamos compararla con un río, sentimos que es como una gran masa de agua que se desliza con peso, con brillo, con ritmo, incluso cuando a veces su curso sea interrumpido por cataratas.Llegan días de vacaciones, una buena ocasión para adentrarse en estas aguas, en esta lengua escrita por el Padre Vieira. No aconsejo nada a nadie, pero digo que voy a bucear en la mejor prosa y, por tanto, desapareceré estos días. ¿Alguien quiere acompañarme?