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Netanyahu
Habló simplemente porque no podía continuar callado. Colocado contra la pared por el presidente de Estados Unidos, el primer ministro israelí se avino, por fin, a admitir la creación de un Estado palestino. No llegó más lejos. O sí, exigió que ese futuro Estado (¿lo habrá alguna vez?) no tenga ejército y que su espacio aéreo sea controlado por Israel. Es decir, nuevas formas de mantener a los palestinos en la situación de minoría política a la que la opresión israelí los ha forzado a vivir. Sin embargo, el otro punto esencial de la posición de Barack Obama, el de los asentamientos y de los colonos, no le mereció a Netanyahu ni una palabra. Ora bien, todo el mundo sabe que Cisjordania, en teoría espacio «nacional» del pueblo palestino, está cubierto de asentamientos, unos «legales» (o sea, autorizados y construidos por el gobierno de Tel-Aviv), otros «ilegales» (esos con los que el mismo gobierno hace la vista gorda). En total son más de doscientos asentamientos y en ellos viven medio millón de colonos, que hoy, a todas luces, se presentan como el mayor obstáculo para la paz, además de para el reconocimiento del derecho de los palestinos a tener un Estado independiente y viable. Ya lo dijo antes nada menos que Bush padre cuando hizo ver a Israel que querer hablar al mismo tiempo de paz y asentamientos era una contradicción insalvable. De esto parecía ser consciente el ex primer ministro Ehud Ólmert, que, en declaraciones al periódico Haaretz en noviembre de 2007, dijo que si no se llegaba rápidamente a una solución con dos Estados, «el Estado de Israel estaría acabado». No hizo nada para que la cuestión se resolviera, pero las palabras ahí quedan. Ellas ayudan a comprender hasta dónde los colonos siempre han sido la espada de Damocles suspendida sobre los gobiernos israelíes y ahora, con más razones, sobre la cabeza de Netanyahu. Creo que Israel vive bajo el miedo de tener que volver a la diáspora, a la dispersión por el mundo que parece ser su destino. A mí no me alegra nada, pero habría que ver si los ciudadanos de Israel han tenido los gobiernos que la paz necesitaba. Denle las vueltas que quieran, la respuesta es negativa.
Día 17
El elefante de viaje
Los lectores recordarán que los nombres de dos aldeas que la expedición encontró en su camino hacia Figueira de Castelo Rodrigo nunca fueron mencionados por el narrador de la historia. Esas aldeas, tal como se encuentran descritas, fueron simples inventos necesarios para la ficción y no tenían ninguna correspondencia en la vida real. Por esto les parecerá abusivo a los amantes del rigor histórico que Salomón esté preparándose hoy para un viaje que, no siendo documentalmente el que fue, bien podría haber sido, aunque de aquél no quedara ningún registro. La vida trae muchas casualidades en el bolsillo y no se puede excluir que, en algún que otro caso, la letra haya acertado con la música. Es cierto que la Historia no dice que Salomón hubiera pisado tierras de Castelo Novo, Sortelha o Cidadelhe, pero tampoco es imposible jurar que tal no sucedió. De esa obviedad nos servimos, nosotros, la Fundación José Saramago, para idear y organizar un viaje que va a comenzar hoy en Belém, delante del monasterio de los Jerónimos, y que nos llevará hasta la frontera, allá arriba, donde sucedió lo de los coraceros austríacos que pretendían llevarle el elefante al archiduque. Que el itinerario es arbitrario, protestará el lector, pero nosotros, si nos lo permiten, preferiremos considerarlo uno de los innumerables posibles. Andaremos por ahí dos días y de lo que en ellos ocurra haremos relato. ¿Quién va? Va la Fundación en pleno, van unos pocos amigos incondicionales de Salomón, periodistas portugueses y españoles, todos buena gente. Queden en paz. Hasta nuestro regreso, adiós, adiós.
Día 18
En Castelo Novo
Hace más de treinta años escribí:Castelo Novo es una de las más conmovedoras memorias del viajero. Tal vez un día vuelva, tal vez no vuelva nunca, tal vez evite volver, porque hay experiencias que no se repiten. Como Alpedrinha, está Castelo Novo construido en la falda del monte. Desde allí hasta arriba, en línea recta, se llegaría al punto más alto de la Gardunha. El viajero no volverá a hablar de la hora, de la luz, de la atmósfera húmeda. Pide sólo que nada de esto sea olvidado mientras por las empinadas calles sube, entre las rústicas casas, y otras que son palacios, como éste, seiscentista, con su pórtico, su balconada, el arco profundo de acceso a los bajos, es difícil encontrar construcción más armoniosa. Queden, pues, la luz y la hora ahí paradas en el tiempo y en el cielo, que el viajero va a ver Castelo Novo. También escribí sobre personas concretas hace treinta años: a una viejecita que a la puerta aparece le pregunta el viajero dónde queda la Lagariça. Es sorda la viejecita, pero comprende si le hablan alto y de frente. Cuando entendió la pregunta, sonrió, y el viajero se quedó deslumbrado, porque sus dientes eran postizos, y pese a ello la sonrisa era tan verdadera, y tan contenta de sonreír, que daban ganas de abrazarla y pedirle que sonriera otra vez. De José Pereira Duarte, una de las personas más bondadosas que he conocido en mi vida, escribí que mira al viajero como quien mira a un amigo que no apareciera por allí desde hace muchos años, y toda su pena, dice, es que la mujer esté enferma, en cama: «Si no me habría gustado que viniera un poco a mi casa». Hoy estuvimos con la hija y el yerno de José Pereira Duarte, la viejecita ya no está, pero otras personas amables aparecieron en Castelo Novo y volví a salir con el mismo espíritu de hace treinta años. Si el elefante Salomón hubiera pasado por aquí, las personas que componían la comitiva sentirían lo mismo. Acogidas como éstas no se improvisan.
Día 22
Regreso
Al elefante le gustó lo que vio y se lo hizo saber a la compañía, aunque en ningún punto el itinerario que elegimos coincidiera con el que su memoria de elefante celosamente guardaba. Que habían, dijo, él y los soldados de caballería, subido hacia el norte casi pisando la línea de la frontera, por eso eran los caminos tan calamitosos. Comparado con el viaje de entonces, éste ha sido un paseo: buenas carreteras, buenos alojamientos, buenos restaurantes, el propio archiduque, pese a estar habituado a los lujos de la Europa central, se habría quedado sorprendido. La expedición era para trabajar, pero se disfrutó como si se anduviera de vacaciones. Hasta los sufridos cámaras, obligados a cargar con equipos de siete kilos al hombro, estaban encantados. Lo interesante es que ni nuestros amigos, ni los periodistas que nos acompañan conocían los lugares que visitábamos. Mejor para ellos, que así se llevan mucho que contar y recordar. Comenzamos en Constância, donde se cree que Camões vivió y tuvo casa, desde cuyas ventanas habrá visto mil veces el abrazo del Zêzere y del Tajo, aquel suave remanso de agua en el agua capaz de inspirar los versos más bellos. Desde allí fuimos a Castelo Novo para ver el Ayuntamiento, del tiempo de don Dinis, y el chafariz, de don Juan V, que le está pacíficamente adosado. Vimos también el lagar o lagariça, esa especie de cuba al aire libre para pisar las uvas, cavada en roca viva en tiempos que se cree eran de la prehistoria. Dormimos en Fundão, tierra de cerezas por excelencia, y a la mañana siguiente a Belmonte, donde nació Pedro Álvares Cabral, derechos a la iglesia de Santiago, de mi particular devoción. Ahí está una de las más conmovedoras esculturas románicas que existen en la faz de la tierra, una pietà de granito toscamente pintado, con un Cristo yacente sobre las rodillas de su madre. Junto a esta estatua, la célebre pietà de Miguel Ángel que se encuentra en el Vaticano no pasa de un suspiro manierista. No fue fácil arrancar al personal de la extasiada contemplación en la que había caído, pero conseguimos despegarlos con el señuelo del enigma arquitectónico de Centum Cellas, esa construcción inacabada cuya problemática finalidad ha sido y sigue siendo objeto de las más acaloradas discusiones. ¿Sería una torre de vigía? ¿Una hospedería para viajeros de paso? ¿Una prisión, aunque lo nieguen las rasgadas ventanas que subsisten? No se sabe. Saciado el hambre de imágenes, el destino siguiente sería Sortelha, la de las murallas ciclópeas. Allí nos cayó encima una tormenta como pocas, ráfagas de relámpagos, truenos que no se quedaban atrás, lluvia a cántaros y granizo que era como metralla. No llegamos a tomar café, la corriente eléctrica se fue. Una hora tardó el cielo en escampar. Todavía llovía cuando entramos en el autobús, camino de Cidadelhe, sobre la que no escribiré. Remito al lector interesado y de buena voluntad a las cuatro o cinco páginas que le dediqué en Viaje a Portugal. Los compañeros se regalaron los ojos ante el palio de 1707, después fueron a ver la aldea, los relieves en las puertas de las casas, los cuadros de la iglesia matriz con retratos de santos. Volvieron transfigurados y felices. Ahora sólo faltaba Castelo Rodrigo. El alcalde de Figueira de Castelo Rodrigo nos esperaba en el puente sobre el Côa, a poca distancia de Cidadelhe. De Castelo Rodrigo yo conservaba la imagen de hace treinta años, cuando fui por primera vez, una vieja villa decadente, donde las ruinas ya eran sólo una ruina de ruinas, como si todo aquello estuviese deshaciéndose en polvo. Hoy viven 140 personas en Castelo Rodrigo, las calles están limpias y transitables, las fachadas han sido recuperadas así como los interiores, y, sobre todo, ha desaparecido la tristeza de un fin que parecía anunciado. Hay que contar con las aldeas históricas, están vivas. He aquí la lección de este viaje.
Día 23
Sastre
Conocí al dramaturgo Alfonso Sastre hace más de treinta años. Fue nuestro único encuentro. Nunca le escribí, nunca recibí una carta suya. Me quedó la impresión de un carácter áspero, duro, nada complaciente, que no facilitó el diálogo, aunque tampoco lo hubiese dificultado. No volví a saber de él, salvo por ocasionales y poco expresivas noticias de prensa, siempre relacionadas con su militancia política en las filas abertzales. En las últimas semanas, el nombre de Alfonso Sastre ha vuelto a aparecer como candidato cabeza de lista a las elecciones europeas, integrado en una Iniciativa Internacionalista de reciente formación. La agrupación no obtuvo representación en el parlamento de Estrasburgo.Hace pocos días ETA asesinó al policía Eduardo Puelles con el casi siempre infalible proceso de la bomba lapa colocada en la parte inferior de los coches. La muerte fue horrible, el incendio carbonizó el cuerpo del infeliz, al que no hubo manera de salvar. Este crimen suscitó en toda España un movimiento general de indignación. General, no. Alfonso Sastre acaba de publicar en el periódico vasco Gara un artículo amenazador en que habla de «tiempos de mucho dolor en lugar de paz», al mismo tiempo que justifica los atentados como parte de un «conflicto político», añadiendo que más atentados habrá si no se abre una negociación política con ETA. Casi no creo lo que leo. No fue Sastre quien fijó la bomba en el coche de Eduardo Puelles, pero lo que no esperaba era verlo como valedor de asesinos.
Día 24
Sábato
Casi cien años, noventa y ocho exactos, son los que hoy está cumpliendo Ernesto Sábato, cuyo nombre escuché por primera vez en el viejo Café Chiado, en Lisboa, allá por los remotos años cincuenta. Lo pronunció un amigo que inclinaba sus gustos literarios hacia las entonces mal conocidas literaturas sudamericanas, mientras que nosotros, los otros miembros de la tertulia que nos reunía al final de la tarde, tendíamos, casi todos, hacia la dulce y entonces todavía inmortal Francia, salvo algún excéntrico que presumía de conocer de cabo a rabo lo que en Estados Unidos se escribía. A aquel amigo, que acabé perdiendo en el camino, le debo la incipiente curiosidad que me llevó a nombres como Julio Cortázar, Borges, Bioy Casares, Asturias, Rómulo Gallegos, Carlos Fuentes y tantos otros que se me atropellan en la memoria cuando los convoco. Y estaba Sábato. Por un fenómeno acústico extraño asocié las tres rápidas sílabas a un súbito golpe de puñal. Conocido como es el significado de esta palabra italiana, la asociación tiene que parecer de lo más incongruente, pero las verdades son para decirse, y ésta es una de ellas. El túnel fue publicado en 1948, pero yo no lo había leído. Entonces, a aquellas alturas, con mis inocentes veintiséis años, todavía sería mucho el pan y la sal que tendría que comer antes de descubrir el camino marítimo que me conduciría a Buenos Aires… Fue ese inolvidable compañero de mesa de café el que me proporcionó la lectura de la novela. Desde las primeras páginas entendí hasta qué punto había sido exacta la osada asociación de ideas que me hizo relacionar un apellido con un puñal. Las lecturas siguientes que hice de Sábato, ya fueran novelas, ya fueran ensayos, sólo confirmarían la intuición inicial, la de que me encontraba ante un autor trágico y eminentemente lúcido que, además de ser capaz de abrir caminos por los corredores laberínticos del espíritu de los lectores, no les consentía, ni un solo instante, que desviasen los ojos de los más obscuros rincones del ser. ¿Lectura por eso difícil? Tal vez, pero lectura fascinante entre todas. La amalgama de surrealismo, existencialismo y psicoanálisis que constituye el soporte «doctrinario» de las ficciones del autor de Sobre héroes y tumbas, no nos debería hacer olvidar que este autoproclamado «enemigo» de la razón que se llama Ernesto Sábato es quien acaba apelando a la falible y humilde razón humana cuando sus propios ojos se enfrentan a ese otro apocalipsis que fue la sangrienta represión sufrida por el pueblo argentino. Novelas que se ciñen a épocas históricamente determinadas y a lugares objetivamente definidos, El túnel, Sobre héroes y tumbas, Abbadón el exterminador no hacen oír simplemente el grito de una consciencia afligida por su propia impotencia y la visión profética de una sibila a la que el futuro aterra, también nos avisan de que, tal como Goya (más conocido como pintor que como filósofo…) ya hiciera constar en su famosa serie de grabados de los Caprichos: siempre ha sido del sueño de la razón de donde ha nacido, crecido y prosperado la inhumana genealogía de los monstruos.Querido Ernesto, entre el temor y el temblor transcurren nuestras vidas, y la tuya no podía ser excepción. Pero tal vez no se encuentre en los días de hoy una situación tan dramática como la tuya, la de alguien que, siendo tan humano, se niega a absolver a su propia especie, alguien que a sí mismo no se perdonará nunca su condición de hombre. No todos te agradecerán la violencia. Yo te pido que no la desarmes. Cien años, casi. Estoy seguro de que al siglo pasado se le podrá llamar también el siglo de Sábato, como el de Kafka o el de Proust.
Día 25
Formación (I)
No ignoro que la principal tarea asignada a la enseñanza en general, y en particular a la universitaria, es la formación. La universidad prepara al alumno para la vida, le transmite los saberes adecuados para el ejercicio cabal de una profesión elegida a partir del conjunto de necesidades manifestadas por la sociedad, elección que si alguna vez estuvo guiada por los imperativos de la vocación, ahora con más frecuencia tiene que ver con los progresos científicos y tecnológicos, y también con las interesadas demandas empresariales. En cualquier caso, la universidad tendrá siempre motivos para pensar que cumplió su papel al entregarle a la sociedad jóvenes preparados para que reciban e integren en su acervo de conocimientos las lecciones que todavía les faltan, es decir, las de la experiencia, madre de todas las cosas humanas. Ora bien, si la universidad, como era su deber, ha formado, y si la llamada formación continua hará el resto, la pregunta es inevitable: «¿Dónde está el problema?». El problema está en que me he limitado a hablar de la formación necesaria para el desempeño de una profesión, dejando de lado la otra formación, la del individuo, la persona, el ciudadano, esa trinidad terrestre, tres en un solo cuerpo. Es hora de tocar el delicado asunto. Cualquier acción formativa presupone, naturalmente, un objeto y un objetivo. El objeto es la persona a la que se pretende formar, el objetivo está en la naturaleza y en la finalidad de la formación. Una formación literaria, por ejemplo, no presentará más dudas que las que resulten de los métodos de enseñanza y de la mayor o menor capacidad de recepción del educando. Sin embargo, la cuestión cambia radicalmente cuando se trata de formar personas, cuando se pretende inculcar en lo que designé «objeto», no sólo las materias disciplinares que constituyen la carrera, sino un complejo de valores éticos y de relaciones teóricas y prácticas indispensables en la actividad profesional. El problema es que formar personas no es, por sí mismo, un aval tranquilizador. Una educación que propugne ideas de superioridad racial o biológica estaría pervirtiendo la propia noción de valor, colocando lo negativo en lugar de lo positivo, substituyendo los ideales solidarios de respeto humano por la intolerancia y por la xenofobia. No faltan ejemplos en la historia antigua y reciente de la humanidad. Continuaremos.
Día 26
Formación (2)
¿Adónde pretendo llegar con esta plática? A la universidad. Y también a la democracia. A la universidad porque deberá ser tanto una institución dispensadora de conocimientos como el lugar por excelencia de formación del ciudadano, de la persona educada en los valores de la solidaridad humana y del respeto por la paz, educada para la libertad y para la crítica, para el debate responsable de las ideas. Se argumentará que una parte importante de esa tarea pertenece a la familia como célula básica de la sociedad; sin embargo, como sabemos, la institución familiar atraviesa una crisis de identidad que la hace impotente ante las transformaciones de todo tipo que caracterizan nuestra época. La familia, salvo excepciones, tiende a adormecer la conciencia, mientras que la universidad, siendo lugar de pluralidades y encuentros, reúne todas las condiciones para suscitar un aprendizaje práctico y efectivo de los más amplios valores democráticos, empezando por el que me parece fundamental: el cuestionamiento de la propia democracia. Hay que buscar el modo de reinventarla, de arrancarla del inmovilismo de la rutina y del descreimiento, bien ayudadas, una y otra, por los poderes económico y político a los que conviene mantener la decorativa fachada del edificio democrático, aunque nos vengan impidiendo verificar si por detrás de esa fachada subsiste todavía algo. En mi opinión, lo que queda se usa, casi siempre, más para armar eficazmente las mentiras que para defender las verdades. Lo que llamamos democracia comienza a parecerse tristemente al paño solemne que cubre el féretro donde ya está descomponiéndose el cadáver. Reinventemos, pues, la democracia antes de que sea demasiado tarde. Y que la universidad nos ayude. ¿Querrá? ¿Podrá?
Día 29
España negra
La España negra es el título de un libro del pintor José Gutiérrez Solana (1886-1945) de lectura a veces difícil y siempre incómoda, no por razones de estilo o de lo inédito de la construcción sintáctica, sino por la brutalidad del retrato de España que traza y que no es otra cosa que la transposición de su pintura a la página escrita, una pintura que ha sido clasificada como lúgubre y «feísta», en la que refleja la atmósfera de degradación de la España rural de la época, mostrada en cuadros que no retroceden ante la expresión de lo más atroz, obsceno y cruel que existe en los comportamientos humanos. Influenciado por el tenebrismo barroco, en especial por Valdés Leal, es también evidente la impresión que sobre él ejercieron las pinturas negras de Goya. La España de Gutiérrez Solana es sórdida y grotesca en el más alto grado imaginable, porque eso fue lo que encontró en las llamadas fiestas populares y en los usos y costumbres de su país.Hoy, España no es así, se ha convertido en un lugar desarrollado y culto, capaz de dar lecciones al mundo en muchos aspectos de la vida social, objetará el lector de estas líneas. No niego que puede tener razón en la Castellana, en las salas del museo del Prado, en el barrio de Salamanca o en las ramblas de Barcelona, pero no faltan por ahí lugares donde Gutiérrez Solana, si viviera, podría colocar su caballete para pintar con las mismas tintas las mismísimas pinturas. Me refiero a esos pueblos y ciudades donde, por subscripción pública o con apoyo material de los ayuntamientos, se adquieren toros a las ganaderías para gozo y disfrute de la población con motivo de las fiestas populares. El gozo y el disfrute no consisten en matar al animal y distribuir los filetes entre los más necesitados. Pese al desempleo, el pueblo español se alimenta bien sin favores de ésos. El gozo y el disfrute tienen otro nombre. Cubierto de sangre, atravesado de lado a lado por lanzas, tal vez quemado por las banderillas de fuego que en el siglo XVIII se usaban en Portugal, empujado al mar para que allí perezca ahogado, el toro será torturado hasta la muerte. Los niños en brazos de las madres baten palmas, los maridos, excitados, palpan a las excitadas esposas y, en silencio, a alguna que no lo sea, el pueblo es feliz mientras el toro intenta huir de sus verdugos dejando tras de sí regueros de sangre. Es atroz, es cruel, es obsceno. Pero ¿eso qué importa si Cristiano Ronaldo va a jugar en el Real Madrid? ¿Qué importa eso en un momento en que el mundo entero llora la muerte de Michael Jackson? ¿Qué importa que una ciudad haga de la tortura premeditada de un animal indefenso una fiesta colectiva que se repetirá, implacablemente, al año siguiente? ¿Es esto cultura? ¿Es esto civilización? ¿No será simple barbarie?
Día 30
Dos años
La Fundación cumplió ayer dos años. Como se suele decir, parece que el tiempo no ha pasado. Si nos pusiéramos a trazar el balance de lo que hicimos y de lo que soñábamos, no nos faltan motivos para afirmar que no hemos tenido ni un momento de descanso. En primer lugar, la preocupación de decidir sobre lo que más le convenía a la recién nacida para que el paso siguiente que se diera fuese firme y con futuro. Después, el trabajo de convencer a los desconfiados de que no estábamos aquí para dedicarnos a la contemplación del ombligo del patrono, sino para trabajar en beneficio de la cultura portuguesa y de la sociedad en general. No tenemos la pretensión de haberles hecho cambiar de idea, ni entonces ni ahora, pero la tarea de acción pública nos ha permitido llevar nuestras ideas y nuestras propuestas a las personas de buena fe, que afortunadamente no faltan en este país, por muy mal que de él se diga. La Fundación ya puede presentar una hoja de servicios, además de digna, prometedora. Las obras de la Casa dos Bicos, que visitamos hace tres días, avanzan con tenacidad, y es muy probable que en seis meses o poco más tengamos la llave en la mano y podamos entrar libremente en la casa que ya es nuestra, aunque lo será mucho más cuando estemos en actividad plena. Queremos que el Campo das Cebolas forme parte de los itinerarios habituales de las personas para las que la cultura no es sólo una decoración superficial del espíritu. Recordamos recientemente la obra y la vida de José Rodrigues Miguéis. El próximo escritor, tal vez en enero del año que viene, será Vitorino Nemésio. Y después Raúl Brandão. Las leyes, tantas veces injustas, de la oferta y la demanda en el mercado de las letras, en demasiadas ocasiones hacen que grandes escritores del pasado reciente hayan dejado de estar en el día a día de la gente. Haremos todo lo posible para contrariar esa maléfica tendencia. Tenemos mucho trabajo por delante. Dos años no son nada, pero la criatura tiene buena salud y es recomendable.
Julio de 2009
Día 1
Agustina
Hace alrededor de cuarenta años, durante algunos meses, ejercí de crítico literario en la revista Seara Nova, actividad para la que obviamente no había nacido, aunque la benévola generosidad de dos amigos consideró que podía estar a mi alcance. Fueron éstos Augusto Costa Dias, que tuvo la idea, y Rogério Fernandes, entonces director de la (desde todos los puntos de vista) recordada revista. En líneas generales, supongo que no cometí injusticias graves, salvo el poco cuidado que empleé cuando opiné sobre El Delfín, de José Cardoso Pires. Muchas veces, después, me he preguntado dónde estaba mi cabeza aquel día. Se dice que un tropiezo lo puede tener cualquiera, pero aquello no fue un tropiezo, fue (perdóneseme la vulgaridad de la palabra) un trompazo. Cuando, años después, con la preciosa ayuda de Jorge Amado en la pelea, luché a brazo partido en Roma para que el Premio de la Unión Latina le fuese atribuido a Cardoso Pires, es bien posible que estuviera siendo impelido, en las escaramuzas argumentativas del jurado, por aquel penoso recuerdo del pasado. Y la competidora de Cardoso Pires era nada más y nada menos que Marguerite Duras…Hay que reconocer que el aval con el que llegué a Seara Nova no valía gran cosa: había publicado Terra do Pecado, en 1947, y Los poemas posibles, en 1966. Nada más. No existía ni un solo escritor en Portugal que no hubiera hecho mucho más y mucho mejor que José Saramago. Comprendo que algunos hayan visto como una petulancia sin disculpa que yo (un casi anónimo) decidiera aceptar la invitación de mis imprudentes amigos. Y eso fue, probablemente, lo que Agustina Bessa-Luís debió de pensar cuando, hojeando Seara Nova (¿leería Agustina Bessa-Luís Seara Nova?), se dio de bruces con una crítica de un libro suyo firmado por mí. No la censuraré si lo pensó, aunque su ego puede haber encontrado una rápida compensación en las líneas que venían a continuación. Cito de memoria: «Si hay en Portugal un escritor que participe de la naturaleza del genio, es Agustina Bessa-Luís». Lo dije y lo repito hoy. Es cierto que más adelante escribía: «Ojalá no se duerma con el sonido de su propia música». ¿Había un puntito de malicia en esta observación? Es posible, pero bastante perdonable, tratándose de un crítico neófito que buscaba un lugar propio en la plaza literaria…¿Se durmió? ¿No se durmió? Pienso que no. Que algunos de sus lectores hubieran deseado que Agustina, con su inagotable libertad de espíritu (que la tenía), se lanzara por otras rutas y otras aventuras literarias, es comprensible, pero lo que a Agustina más parece haberle interesado, la comedia humana de Entre-Duero-y-Miño, eso fue ejemplarmente cumplido. No es disminuirla decir que la vastísima y poderosa obra de Agustina Bessa-Luís tiene, entre todas las otras posibles lecturas, una lectura sociológica. Cada uno en su terreno, cada uno en su tiempo, cada uno según sus especificidades personales y artísticas, Balzac y Agustina Bessa-Luís hicieron lo mismo: observar y relatar. El siglo XIX francés se entiende mejor leyendo a Balzac. La luz que irradia la obra de Agustina nos ayuda a ver con más nitidez lo que fue la mentalidad de cierta clase social en el siglo XX. Y también, ya puestos, la del final de nuestro siglo XIX. En verdad, en verdad, no es trabajo para alguien que hubiera estado dormido…
Día 2
Traducir
Escribir es traducir. Siempre lo será. Incluso cuando estamos utilizando nuestra propia lengua. Transportamos lo que vemos y lo que sentimos (suponiendo que el ver y el sentir, como en general los entendemos, sean algo más que las palabras con las que nos va siendo relativamente posible expresar lo visto y lo sentido…) a un código convencional de signos, la escritura, y dejamos a las circunstancias y a las casualidades de la comunicación la responsabilidad de hacer llegar hasta la inteligencia del lector, no la integridad de la experiencia que nos propusimos transmitir (inevitablemente parcelada con respecto a la realidad de la que se había alimentado), sino al menos una sombra de lo que en el fondo de nuestro espíritu sabemos que es intraducible, por ejemplo la emoción pura de un encuentro, el deslumbramiento de un hallazgo, ese instante fugaz de silencio anterior a la palabra que se quedará en la memoria como el resto de un sueño que el tiempo no borrará por completo.El trabajo de quien traduce consistirá, por tanto, en pasar a otro idioma (en principio, al propio) lo que en la obra y en el idioma original ya había sido «traducido», es decir, una determinada percepción de una realidad social, histórica, ideológica y cultural que no es la del traductor, substanciada, esa percepción, en un entramado lingüístico y semántico que tampoco es el suyo. El texto original representa únicamente una de las «traducciones» posibles de la experiencia de la realidad del autor, estando el traductor obligado a convertir el «texto-traducción» en «traducción-texto», inevitablemente ambivalente, porque, después de haber comenzado captando la experiencia de la realidad objeto de su atención, el traductor tiene que realizar el trabajo mayor de transportarla intacta al entramado lingüístico y semántico de la realidad (otra) a la que tiene el encargo de traducir, respetando, al mismo tiempo, el lugar de donde vino y el lugar hacia donde va. Para el traductor, el instante del silencio anterior a la palabra es pues como el umbral de un movimiento «alquímico» en que lo que es necesita transformarse en otra cosa para continuar siendo lo que había sido. El diálogo entre el autor y el traductor, en la relación entre el texto que es y el texto que será, no es sólo entre dos personalidades particulares que han de completarse, es sobre todo un encuentro entre dos culturas colectivas que deben reconocerse.
Día 3
Apariencias
Supongo que en el principio de los principios, antes de que hubiéramos inventado el habla, que es, como sabemos, la suprema creadora de incertidumbres, no nos atormentaría ninguna duda seria sobre quiénes éramos y sobre nuestra relación personal y colectiva con el lugar en que nos encontrábamos. El mundo, obviamente, sólo podía ser lo que nuestros ojos veían en cada momento, y también, como información complementaria no menos importante, lo que los restantes sentidos -el oído, el tacto, el olfato, el paladar- consiguiesen comprender de él. En esa hora inicial, el mundo era pura apariencia y pura superficie. La materia era simplemente áspera o lisa, amarga o dulce, ácida o insípida, sonora o silenciosa, con olor o sin olor. Todas las cosas eran lo que parecían ser por el simple motivo de que no había ninguna razón para que pareciesen y fuesen otra cosa. En aquellas antiquísimas eras no se nos pasaba por la cabeza que la materia fuese «porosa». Hoy, sin embargo, aunque sabedores de que, desde el último de los virus hasta el universo, no somos nada más que organizaciones de átomos y que en el interior de ellos, además de la masa que les es propia, todavía sobra espacio para el vacío (lo compacto absoluto no existe, todo es penetrable), seguimos, tal como hicieron nuestros antepasados de las cavernas, aprendiendo, identificando y reconociendo el mundo según la apariencia con que se nos presenta. Imagino que el espíritu filosófico y el espíritu científico, coincidentes en su origen, se habrán manifestado el día en que alguien tuvo la intuición de que esa apariencia, al mismo tiempo que imagen exterior captable por la consciencia y por ella utilizada, podría ser, también, una ilusión de los sentidos. Si bien es verdad que habitualmente se refiere más al mundo moral que al mundo físico, es de todos conocida la expresión popular en que esa intuición se plasma: «Las apariencias engañan». Una ilusión, por tanto…
Día 6
Crítica
Dice José Mario Silva en su crítica a El cuaderno, publicada en el suplemento «Actual» de la revista Expresso, que no soy un verdadero bloguero. Lo dice y lo demuestra: no hago links, no dialogo directamente con los lectores, no interactúo con la restante blogosfera. Ya lo sabía, pero a partir de ahora, si me preguntan, haré mías las razones de José Mario Silva y concluiré definitivamente el asunto. De todos modos, no me quejo de una crítica que es bien educada, pertinente, aclaradora. Dos puntos, sin embargo, me hacen salir al ruedo, quebrando, por primera vez, una decisión que hasta hoy ha sido para mí norma de obligado cumplimiento, la de no responder, ni siquiera comentar, cualquier apreciación realizada sobre mi trabajo. El primer punto tiene que ver con un supuesto simplismo en los análisis de los problemas que me caracterizaría. Podría responder que el espacio no da para más, aunque quien, de verdad, no da para más soy yo mismo, puesto que me faltan las habilitaciones indispensables de un analista profundo, como los de la Escuela de Chicago, que, a pesar de tan dotados, se cayeron con todo el equipo, ya que nunca les pasó por sus privilegiados cerebros la posibilidad de una crisis arrasadora que cualquier análisis simplista sería capaz de predecir. El otro punto es más serio y justifica, por sí solo, esta en algunos aspectos inopinada intervención. Me refiero a mis alegados excesos de indignación. De una persona inteligente como José Mario Silva esperaría todo menos esto. Mi pregunta será por tanto tan simple como mis análisis: ¿hay límites para la indignación? Y más: ¿cómo se puede hablar de excesos de indignación en un país donde precisamente, con las consecuencias que están a la vista, es lo que está faltando? Querido José Mario, piense en esto e ilústreme con su opinión. Por favor.
Día 7
Del sujeto sobre sí mismo
Como escritor, creo que no me he separado jamás de mi conciencia de ciudadano. Considero que donde va uno, debe ir el otro. No recuerdo haber escrito una sola palabra que estuviera en contradicción con las convicciones políticas que defiendo, pero eso no significa que haya puesto alguna vez la literatura al servicio directo de la ideología que es la mía. Por supuesto, eso sí, al escribir procuro, en cada palabra, expresar la totalidad del hombre que soy.Repito: no separo la condición de escritor de la de ciudadano, aunque no confundo la condición de escritor con la de militante político. Es cierto que la gente me conoce más como escritor, pero también están quienes, con independencia de la mayor o menor relevancia que reconozcan en las obras que escribo, piensan que lo que digo como ciudadano común les interesa y les importa. Aunque sea el escritor, y sólo él, quien lleva sobre los hombros la responsabilidad de ser esa voz.El escritor, si es persona de su tiempo, si no se quedó anclado en el pasado, tiene que conocer los problemas del momento en que le tocó vivir. ¿Y qué problemas son los de hoy? Que no estamos construyendo un mundo aceptable, bien al contrario, vivimos en un mundo que va de mal en peor y que humanamente no sirve. Atención, por favor: que no se confunda lo que reclamo con ningún tipo de expresión moralizante, con una literatura que le dice a la gente de qué manera debe comportarse. Hablo de otra cosa, de la necesidad de contenidos éticos, sin ningún trazo de demagogia. Y, condición fundamental, que no se aparte nunca de la exigencia de un punto de vista crítico.
Día 8
Castril
El río que pasa por Lisboa no se llama Lisboa, se llama Tajo, el río que pasa por Roma no se llama Roma, se llama Tíber, y aquel otro que pasa por Sevilla tampoco se llama Sevilla, se llama Guadalquivir… Pero el río que pasa por Castril, ése, se llama Castril. Cualquier lugar habitado recibirá enseguida el nombre por el que acabará siendo conocido, no así los ríos. Durante miles y miles de años, pacientemente, todos los ríos del mundo tuvieron que esperar a que apareciera alguien por allí y los bautizara para poder figurar después en los mapas como algo más que un trazo sinuoso y anónimo. Durante siglos y siglos las aguas de un río hasta entonces sin nombre pasaron tumultuosas por el lugar donde un día tendría que levantarse Castril y, mientras iban pasando, miraban hacia arriba, a la peña, y se decían unas a otras: «Todavía no está». Y seguían su camino hasta el mar pensando, con la misma paciencia, que tras el tiempo, tiempo viene, y que nuevas aguas han de llegar que ya encontrarán a mujeres lavando la ropa en las piedras, niños inventando la natación, hombres pescando truchas y lo demás que acuda al anzuelo. En ese momento las aguas sabrán que les ha sido dado un nombre, que de ahí en adelante se llamarán, no el río Castril, sino el río de Castril, tan fuerte será el pacto de vida que unirá a la gente que está levantando sus primeras y rústicas casas en los escalones de la ladera, y que después construirá segundas y terceras moradas, unas al lado de otras, unas sobre los restos de otras, generaciones tras generaciones, hasta hoy. Amansadas, retenidas por el muro gigantesco que hace de ellas un lago, las aguas del río de Castril ya no saltan furiosas sobre las piedras, ya no rugen como antes entre las altas y apretadas paredes de roca con que, durante milenios, la peña, inútilmente, quiso estrangularlas. El mismo desarrollo que haría crecer y prosperar a Castril domesticó la corriente. Las cuentas entre lo que se habrá ganado y lo que se habrá perdido las harán mejor que nadie los castrileños de pura cepa, yo sólo soy ese portugués callado y discreto que un día apareció por allí de la mano de la persona que más quiero en el mundo y que, desde entonces, honrado algún tiempo después con el título de hijo adoptivo de la tierra, sube y baja del pueblo al río y del río al pueblo, pasea a lo largo de las orillas y por senderos arcaicos que aún conservan la memoria de los pies descalzos que los pisaron, como si estuviese recorriendo otra vez, descalzo él también, los caminos de su propia infancia vivida en tierras diferentes a éstas, no de montañas y con un río capaz de cabalgar rocas, sino de planicies y de cursos de agua vagarosos, el Tajo, el Almonda, sábanas de agua que reflejaban durante un breve momento las nubes que pasaban por el cielo y luego las dejaban porque otras venían. A pesar del tiempo, tanto, tanto, el viejo que hoy soy contempla con los mismos ojos inocentes las montañas y el río de Castril, las calles estrechas y empinadas del pueblo, las casas bajas, los olivos que le recuerdan a otros bajo cuya sombra se acogió en el pasado y cuyos frutos recogió, los caminos entre hierbas y flores, algún bicho asustado que corre a esconderse, dejando atrás el rápido estremecimiento de una planta rozada al pasar. Algunas personas se pasan la vida buscando la infancia que perdieron. Creo que soy una de ellas.
Día 9