38021.fb2 El Mensaje En La Botella - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 7

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Capítulo Seis

– ¿Cómo que no comerás conmigo hoy? Lo hemos hecho durante años. ¿Cómo es posible que se te haya olvidado?

– No lo olvidé, papá. Es sólo que hoy no puedo ir.

Jeb Blake guardó silencio al otro extremo de la línea telefónica.

– ¿Por qué tengo la sensación de que me estás ocultado algo?

– No tengo nada que ocultar

Theresa llamó a Garrett desde la ducha para pedirle que le llevara una toalla. Garrett cubrió el auricular y le dijo que iría en un momento. Cuando volvió su atención al teléfono, escuchó que su padre inhalaba con fuerza.

– ¿Qué fue eso?

– Nada.

Entonces en tono de repentina comprensión dijo:

– Es esa chica, Theresa, ¿verdad?

Supo que no podría ocultarle la verdad y respondió:

– Sí, ella está aquí.

Jeb silbó, obviamente complacido.

– Ya era tiempo.

Garrett trató de restarle importancia.

– Papá, no hagas de esto más de lo que es.

– No lo haré, te lo prometo, pero, ¿puedo preguntarte algo?

– Claro -suspiró Garrett.

– ¿Te hace feliz?

Tardó un momento en responder.

– Sí, así es -dijo por fin.

– Ya era tiempo -volvió a decir Jeb entre risas antes de colgar.

Garrett miró el teléfono mientras colgaba.

– Sí, me hace feliz -susurró para sí con una media sonrisa en el rostro-. Muy feliz.

Durante los siguientes cuatro días Theresa y Garrett fueron inseparables. Garrett le dejó la responsabilidad de la tienda a Ian y hasta le permitió dar clases de buceo, algo que nunca había hecho antes. Theresa y Garrett salieron dos veces a navegar; la segunda vez pasaron la noche en el mar, mecidos por el suave movimiento de las olas del océano Atlántico. Theresa se preguntaba si Garrett habría sido tan intuitivo con Catherine como parecía serlo con ella. Era casi como si pudiera leerle la mente cuando estaban juntos. Si ella deseaba que la tomara de la mano, él lo hacía antes de que ella se lo pidiera. Si Theresa sólo quería hablar durante un rato sin interrupción, él la escuchaba en silencio. Si quería saber cómo se sentía respecto de ella, la manera en que la miraba se lo dejaba bien claro. Nadie, ni siquiera David, la había entendido tan bien como Garrett y sin embargo… ¿cuánto hacía que lo conocía? ¿Unos cuantos días?

Theresa pasó la tarde del sábado en casa de Garrett. Al abrazarse, ambos sabían que ella tenía que regresar a Boston al día siguiente. Era un tema que habían evitado tocar.

– ¿Alguna vez volveré a verte? -preguntó ella.

Él estaba más callado de lo normal.

– Eso espero -comentó él, por fin-. No quiero que esto acabe. No quiero que terminemos.

Ella le buscó la mano y dijo con suavidad:

– ¡Oh, Garrett! Tampoco yo quiero que acabe. Podemos hacer que funcione si lo intentamos. Yo podría venir, o tú podrías ir a Boston. Sea como sea, podríamos intentarlo, ¿no crees?

– ¿Con cuánta regularidad te vería? ¿Una vez al mes? ¿Menos que eso? -negó con la cabeza como si lo descartara-. Theresa, es tan difícil en este momento… Todo lo que he pasado…

Ella lo miró de cerca, sintiendo la presencia de algo más.

– Garrett, dime ¿qué sucede? -él no respondió y ella continuó:- ¿Hay algún motivo por el que no quieras intentarlo?

Él seguía sin decir palabra. En silencio se volvió hacia la fotografía de Catherine.

Theresa pudo sentir la manera cómo comenzaron a agolpársele las lágrimas.

– Mira, Garrett, sé que perdiste a tu esposa. También sufriste terriblemente por ello, pero tienes toda una vida por delante. No la eches a perder por vivir en el pasado.

Él hizo una pausa.

– Tienes razón -comenzó, hablando con dificultad-. En mi mente sé que tienes razón, pero en mi corazón… no lo sé.

– Y, ¿qué hay de mi corazón, Garrett? ¿Acaso no te importa?

La expresión sombría de Theresa hizo que él sintiera un nudo en la garganta.

– Por supuesto que sí. Me importa más de lo que crees. Hacía mucho tiempo que no me sentía así, Theresa. Es casi como si hubiera olvidado lo importante que otra persona puede ser para mí. No creo que pueda simplemente dejarte ir y olvidarte, y no quiero hacerlo -durante un momento sólo se escuchó el suave y regular sonido de su respiración. Por fin susurró:

– Te prometo que lo intentaremos.

Él le abrió los brazos y le suplicó con la mirada. Ella titubeó por un segundo, por las miles de emociones contradictorias que la invadían. Luego bajó la cara hasta el pecho de él, para no ver la expresión que tenía Garrett en el rostro. Él le besó el cabello, y le habló con suavidad mientras la recorría con los labios.

– Theresa, creo que estoy enamorado de ti.

Creo que estoy enamorado de ti, volvió a oír ella. Creo…

Sin querer responder, ella sólo susurró:

– Sólo abrázame ¿sí? Ya no digamos más.

El vuelo a Charlotte de la mañana siguiente no iba lleno y el asiento al lado de Theresa estaba vacío. Ella se retrepó en su lugar mientras pensaba en los sorprendentes sucesos de la semana anterior. No sólo había encontrado a Garrett sino que él había despertado sentimientos muy profundos en ella, sentimientos que ella creyó enterrados desde hacía mucho tiempo.

Pero ¿lo amaba?

En vano recordó la conversación de la noche anterior… el temor de Garrett de dejar atrás el pasado, sus sentimientos acerca de no poder verla tanto como lo deseaba. Eso podía entenderlo muy bien, pero… creo que estoy enamorado de ti.

Frunció el entrecejo. ¿Por qué añadió la palabra “creo”?

Cerró los ojos con cansancio, porque de pronto no deseé enfrentarse a sus conflictivas emociones. Sin embargo, una cosa sí era segura. Ella no le diría nunca que lo amaba hasta que tuviera la certeza de que él podría dejar a Catherine en el pasado.

El lunes por la mañana Theresa sintió por fin los efectos de su turbulenta aventura. Casi no había dormido y el primer lugar al que se dirigió cuando llegó al trabajo fue a la sala de descanso, a buscar un café.

– ¡Vaya, hola, Theresa! -Deanna entró detrás de ella y la saludó alegremente-. Nunca pensé que estarías aquí. Me muero por saber todo lo que ocurrió.

– Buenos días -murmuró Theresa mientras revolvía su café-. Siento no haberte llamado, pero llegué un poco cansada después de esa semana -dijo.

Deanna se apoyó en el mostrador.

– Bueno, no me sorprende. Ya me lo imaginaba.

– ¿A qué te refieres?

Los ojos de Deanna brillaban.

– Ven conmigo -dijo con una sonrisa de complicidad mientras la guiaba de vuelta a la sala de redacción. Cuando Theresa vio su escritorio, se quedó sin aliento. Al lado de la correspondencia se había acumulado mientras ella no estaba había una docena de rosas, bellamente arregladas en un florero alto y transparente.

– Llegaron a primera hora esta mañana.

Theresa tomó la tarjeta que estaba apoyada en el florero y la abrió de inmediato. Decía:

Para la mujer más hermosa que conozco…

Ahora que estoy solo de nuevo, nada es como antes.

El cielo es más gris, el mar más amenazador.

Te extraña,

Garrett

Theresa sonrió al ver la nota, la volvió a meter en el sobre y se inclinó para oler las flores.

– Estoy segura de que tuviste una semana memorable -comentó Deanna.

– Así fue -respondió sencillamente Theresa.

– Mira, Theresa, tengo algo de trabajo que hacer. ¿Crees que podamos comer juntas hoy? Así podremos charlar.

– Claro. ¿Dónde?

– ¿Qué te parece Mukini’s? Apuesto a que no hay mucho sushi allá en Wilmington.

– Me parece estupendo.

Deanna le dio unos golpecitos a Theresa en el hombro y se encaminó a su oficina. Theresa volvió a inclinarse para aspirar el fresco aroma de las rosas otra vez antes de poner el florero en un rincón de su escritorio. Durante un par de minutos estuvo clasificando la correspondencia, fingiendo que no veía las flores, hasta que la sala de redacción reasumió su caótica rutina. Se aseguró de que nadie le estuviese observando, tomó el teléfono y marcó el número de Island Diving.

Ian tomó la llamada.

– Espere. Creo que está en su oficina. ¿De parte de quién?

– Dígale que es alguien que quiere reservar unas lecciones de buceo para dentro de un par de semanas -trató de mantener un tono impersonal, porque no estaba segura de si Ian sabía de la relación entre ellos.

Ian la puso en espera y hubo silencio en la línea por un momento. Luego volvió la línea y se oyó la voz de Garrett.

– Dígame, ¿en qué puedo servirle? -preguntó él con una voz que transmitía cansancio.

– Están muy hermosas. Pero, ¿cómo supiste que mis preferidas son las rosas?

Él reconoció la voz y su tono se animó.

– ¡Vaya, eres tú! No estaba seguro, pero nunca he sabido de una mujer a quien no le gusten, así que me arriesgué.

Ella sonrió.

– ¿Así que le envías rosas a muchas mujeres?

– A millones. Tengo muchas admiradoras. Los instructores de buceo somos casi como las estrellas de cine, tú sabes.

– Como estrellas de cine, ¿eh?

– Por supuesto. ¿Alguien preguntó quién te las enviaba?

Theresa rió.

– Claro que sí. Dije que tenías sesenta y ocho años, eras gordo y con un terrible ceceo; pero ya que causabas tanta lástima, decidí salir a comer contigo. Y ahora me persigues.

– Oye, eso duele -replicó él. Guardó silencio-. Pero sí, estoy pensando en ti.

Ella miró las rosas.

– Igual yo -respondió.

Después de colgar, Theresa se sentó en silencio durante un rato Y tomó la tarjeta de nuevo. La leyó una vez más y luego la guardó en su bolso para que estuviera segura. Conociendo a sus compañeros de trabajo, alguno podría leerla cuando ella no se diera cuenta.

Durante la comida, Theresa recapituló lo ocurrido durante la semana anterior. Se guardó muy poco para sí y Deanna la escuchó totalmente cautivada.

– Parece que te fue de maravilla -dijo.

– Así es. De verdad fue una de las mejores semanas que he pasado. Sólo que…

– ¿Qué?

Nerviosa, trató de organizar sus ideas.

– No estoy segura de que llegue a olvidar a Catherine.

De pronto, Deanna rió.

– ¿Qué te causa tanta gracia? -preguntó Theresa sorprendida.

– Tú, Theresa. Sabías perfectamente bien que él todavía estaba enamorado de Catherine cuando fuiste allá. Recuerda que fue ese intenso amor lo que te atrajo en primer lugar. ¿Creías que él olvidaría por completo a Catherine en un par de días sólo porque ustedes dos se llevaron tan bien?

Theresa se sintió avergonzada.

La voz de Deanna se suavizó.

– Debes tomar esto paso a paso. Vean cómo se sienten a lo largo de las próximas dos semanas y, la siguiente vez que vayas, con seguridad sabrás más de lo que sabes ahora.

– ¿Tú crees? -Theresa miró con preocupación a su amiga.

– Tuve razón cuando te obligué a ir allá, ¿recuerdas?

En la siguientes dos semanas Garrett y Theresa hablaron por teléfono cada noche, a veces durante horas.

Kevin regresó y eso hizo que el tiempo pasara con más rapidez para Theresa que para Garrett. La primera noche que Kevin estuvo de vuelta en casa Theresa le contó acerca de su viaje a Wilmington. Mencioné a Garrett, tratando de transmitirle cómo se había sentido con respecto a él pero, sin alarmarlo. Al principio, cuando le explicó que irían a visitarlo el siguiente fin de semana, Kevin no pareció muy entusiasmado, pero después de decirle lo que hacía Garrett para ganarse la vida, Kevin comenzó a mostrar algunos signos de interés.

– ¿Quieres decir que tal vez me enseñe a bucear? -preguntó.

– Dijo que lo haría si tú quieres.

– ¡Genial! -exclamó Kevin.

Cuando por fin llegó el día en que Theresa y Kevin irían a visitarlo, Garrett compró algunas cosas para comer, lavó su camión por dentro y por fuera y después se bañó antes de dirigirse, nervioso, al aeropuerto.

Cuando Theresa bajó del avión con Kevin a su lado, toda la inquietud de Garrett se desvaneció de pronto. Estaba más hermosa de lo que recordaba. Kevin se veía exactamente igual que su fotografía, y se parecía mucho a su madre: tenía el cabello y los ojos oscuros. El chico llevaba unas bermudas largas, tenis Nike y una camiseta de un concierto de Hootie and the Blowfish.

Cuando Theresa vio a Garrett lo saludó con la mano y él caminó hacia ellos para ayudar con el equipaje de mano. Theresa se acercó a él y lo besó alegremente en la mejilla.

– Garrett, quiero presentarte a mi hijo, Kevin -dijo ella con gran orgullo.

– Hola, Kevin. ¿Estás listo para tus lecciones de buceo este fin de semana?

– Eso creo. He estado leyendo algo sobre el tema -respondió el chico, tratando de parecer mayor.

– Vaya, qué bien. Si tenemos suerte tal vez hasta podamos lograr que recibas tu certificado antes de que te marches.

– ¿Puede hacerse eso en unos cuantos días?

– Por supuesto. Hay que resolver un examen escrito y pasar algunas horas en el agua con un instructor, pero como serás mi único estudiante este fin de semana, a menos que tu madre quiera aprender también, tendremos tiempo más que suficiente.

– ¡Eso es genial! -exclamó Kevin con alegría-. ¿También tú aprenderás, mamá?

– No lo sé. Tal vez.

– Creo que deberías hacerlo -dijo Kevin-. Sería divertido.

– Bien -aceptó ella elevando los ojos al cielo-. Aprenderé también pero si veo algún tiburón cerca, renuncio.

– ¿Tú crees que haya tiburones? -preguntó Kevin con tono preocupado.

– Sí, es probable que veamos algunos tiburones, pero son pequeños y no molestan a las personas.

– ¿Estás seguro?

– Segurísimo.

– ¡Genial! -repitió Kevin para sí.

Después de recoger su equipaje y detenerse a comer algo, Garrett los condujo a un motel que se encontraba a kilómetro y medio de su casa, por la playa. Una vez que dejaron el equipaje, Garrett regresó a su camión y volvió con un libro y algunos papeles.

– Kevin, esto es para ti.

– ¿Qué es?

– Es el manual y los exámenes que debes resolver para tu certificación. Si quieres ir directo a la piscina mañana tienes que leer las primeras dos secciones y resolver el primer examen -le entregó el libro a Kevin.

– Podemos hacerlo juntos mañana por la mañana si estás muy cansado para comenzar ahora -dijo Theresa.

– No estoy cansado -aseguró Kevin con rapidez.

– Entonces, ¿estás de acuerdo en que Garrett y yo charlemos en el patio un rato?

– Sí, adelante -respondió y dejó de prestarle atención a su madre en cuanto dio vuelta a la primera página.

Una vez afuera, Garrett y Theresa se sentaron uno frente al otro.

– Te agradezco que hagas esto por él.

– Oye, no olvides que eso es lo que hago para ganarme la vida -después de asegurarse de que Kevin seguía leyendo silla un poco más-. Te ves de maravilla -añadió-. Te aseguro que eras la mujer más hermosa que bajó del avión.

Theresa se sonrojó sin querer.

– Gracias. Tú también te ves muy bien -se inclinó hacia él y lo besó-. Quisiera que no viviéramos tan lejos. Eres del tipo que le crea a una hábito.

– Lo tomaré como un cumplido.

Tres horas más tarde y mucho tiempo después de que Kevin se durmió, Theresa condujo a Garrett al pasillo y cerró la puerta. Se besaron largo rato; a los dos les costaba trabajo separarse.

– Me gustaría mucho que pudieras quedarte esta noche a mi lado -susurró ella.

– También a mí, pero creo que ya debo irme -él no parecía muy convencido de lo que decía.

– ¿Me harías un favor?

– Lo que quieras.

Sueña conmigo, ¿de acuerdo?

A la mañana siguiente, Kevin despertó temprano y corrió las cortinas para dejar que la luz del Sol inundara la habitación. Theresa entrecerró los ojos y se dio vuelta en la cama, tratando de ganar unos minutos más de descanso, pero Kevin era insistente.

– Mamá, tienes que hacer el examen antes de que nos vayamos.

– Es muy temprano todavía -respondió ella y cerró los ojos de nuevo. ¿Puedes darme unos minutos más, cariño?

– No tenemos tiempo -aseguró él mientras se sentaba en la cama y la sacudía por el hombro con suavidad-. Ni siquiera has leído la primera sección.

– ¿Resolviste todo anoche?

– Sí -respondió-. Mi examen está allá, pero no me copies, ¿de acuerdo? Tienes que saber todo esto.

– Muy bien, muy bien -dijo ella. Se levantó, estiró los brazos por encima de la cabeza y se dirigió a la pequeña mesa. Tomó el manual y comenzó el primer capítulo. Por fortuna la información no era difícil y terminó de leer antes de que Kevin acabara de bañarse y vestirse. Tomó su examen y lo colocó frente a ella. Kevin se acercó y miró por encima del hombro de su madre hasta que ella tuvo que pedirle que se fuera a ver televisión.

– Pero no hay nada que ver -dijo él con desaliento.

– Entonces lee algo.

– No traje nada para leer.

– Entonces sólo siéntate y guarda silencio. Déjame hacer mi examen en paz.

– Está bien, no diré una sola palabra. Estaré tan mudo como Una estatua.

Y así fue… durante dos minutos. Luego comenzó a silbar.

Theresa dejé la pluma y miró a su hijo.

– ¿Por qué estás silbando?

– Porque estoy aburrido.

– Entonces enciende el televisor.

– No hay nada en la tele…

Y así continuaron hasta que ella logró terminar. Tardó casi una hora para hacer algo que, de haber estado sola en su oficina hubiera podido resolver en la mitad del tiempo.

A las nueve en punto Garrett llamó a la puerta de la habitación del motel y Kevin corrió a abrirle.

– ¿Ya están listos? -preguntó.

– Claro que sí -respondió Kevin de inmediato-. Los exámenes ya están resueltos. Voy a traértelos.

Corrió a la mesa mientras su madre se levantaba de la cama para darle a Garrett un rápido beso de buenos días.

Garrett le sonrió a Kevin cuando éste le entregó los exámenes. Los tomó y comenzó a revisar las respuestas.

– Mi madre tuvo algunos problemas con un par de preguntas, pero yo le ayudé -se pavoneó Kevin mientras Theresa elevaba la mirada al cielo-. ¿Lista para irnos, mamá?

– Cuando tú lo estés -contestó ella.

– Entonces vamos -dijo Kevin, y caminó por el pasillo, delante de ellos, hacia el camión de Garrett.

Durante toda la mañana y parte de la tarde, Garrett les enseñó los principios básicos del buceo. Aprendieron cómo funcionaba el equipo, cómo debían ponérselo, cómo probarlo y cómo respirar por la boquilla, primero al lado de la piscina y luego bajo el agua. Kevin, siempre exagerando la nota, pensó que después de algunos minutos sumergido sabía todo lo necesario.

– Es fácil -le dijo a Garrett-. Creo que estaré listo para ir al mar esta tarde.

– Estoy seguro que sí, pero de todas maneras tenemos que tomar las lecciones en el orden correcto.

– ¿Cómo lo hace mi mamá?

– Bien.

– ¿Tan bien como yo?

– Los dos lo están haciendo de maravilla.

Después de unas horas en el agua, tanto Kevin como Theresa se cansaron. Fueron a comer y una vez más Garrett contó sus anécdotas de buceo, esta vez para que Kevin las oyera. El chico no dejaba de hacer preguntas con los ojos muy abiertos. Garrett respondió con paciencia a cada una de ellas y Theresa sintió alivio al ver que parecían llevarse bien.

Después de detenerse en el motel para recoger el libro y la lección del día siguiente, Garrett los llevó a los dos a su casa. Aunque Kevin había planeado comenzar de inmediato los siguientes capítulos, un vistazo a la playa lo hizo cambiar de idea. Tomó la toalla que Garrett le tendía y corrió al agua. Garrett y Theresa se sentaron en el porche trasero y lo miraron.

– Es un buen muchacho -comentó Garrett en voz baja-. Lo has educado bien.

Ella le tomó la mano y la besó con suavidad.

– No sabes lo que significa para mí que me digas eso. No he conocido hombres que quieran conversar con Kevin, ya no digamos estar con él.

– Ellos se lo pierden.

Ella sonrió.

– ¿Cómo es que siempre sabes precisamente qué decir para hacerme sentir mejor?

– Quizá sea porque sacas lo mejor que hay en mí.

– Tal vez así sea.

A la mañana siguiente las lecciones fueron un poco más avanzadas. Theresa y Kevin practicaron la respiración usando un solo tanque, en caso de que alguno de los dos se quedara sin aire y tuvieran que compartirlo, y Garrett les advirtió acerca de lo peligroso que podía resultar asustarse estando sumergidos y subir a la superficie con demasiada prisa.

– Si lo hacen les dará algo que se conoce como la enfermedad de los buzos. Puede poner en peligro sus vidas.

También pasaron un buen tiempo en la parte más profunda de la Piscina, nadando bajo el agua durante largos períodos y practicando cómo destaparse los oídos. Para finalizar la clase, Garrett les enseñó una técnica para saltar desde el borde de la piscina sin que se les cayera el visor. Como era de esperarse, después de tantas horas en el agua los dos estaban cansados y listos para dar por terminado el día.

– ¿Iremos al mar mañana? -preguntó Kevin mientras regresaban al camión.

– Si quieren. Creo que ya están bien preparados, pero si lo prefieren, podemos pasar otro día en la piscina.

– No, yo ya estoy listo.

– ¿Estás seguro? No quisiera apresurarlos.

– Estoy seguro -respondió de inmediato.

– ¿Qué haremos el resto del día? -preguntó Theresa.

Garrett comenzó a cargar los tanques de oxígeno en la parte posterior del camión.

– Pensé que podríamos ir a navegar. Parece que el tiempo será magnífico.

– ¿Crees que también pueda aprender a hacer eso? -preguntó Kevin ansioso.

– Claro. Te nombraré mi segundo de a bordo.

– ¿Necesito algún tipo de certificado?

– No. Eso depende del capitán, y como yo soy el capitán, puedo hacerlo de inmediato.

– ¡Fantástico! -Kevin miró a Theresa con los ojos desmesuradamente abiertos y ella casi pudo leer sus pensamientos: “Primero aprendo a bucear y luego me nombran segundo de a bordo. ¡Esperen a que se lo cuente a mis amigos!”

Garrett acertó cuando predijo que habría un clima ideal y los tres pasaron un rato maravilloso en el mar. Garrett le enseñó a Kevin lo básico acerca de la navegación: desde cuándo y cómo cambiar de curso hasta anticipar la dirección del viento tomando como punto de referencia a las nubes. Al igual que la primera vez que se reunieron, llevaban sándwiches y ensalada, pero esta vez cedieron a una familia de marsopas que jugueteaba alrededor del velero mientras comían.

Ya era tarde cuando regresaron a los muelles y después de que Garrett le enseñó a Kevin cómo resguardar el bote para protegerlo de una tormenta inesperada, los llevó de vuelta al motel. Como los tres estaban agotados, Theresa y Garrett se despidieron apresuradamente y cuando él llegó a su casa tanto Theresa como Kevin ya se habían dormido.

A la mañana siguiente Garrett los llevé a su primera expedición de buceo en el mar. Después de que pasó el nerviosismo inicial, comenzaron a divertirse y terminaron utilizando dos tanques cada uno. Gracias al tranquilo clima de la costa, el agua estaba transparente y la visibilidad era magnífica. Garrett les tomó algunas fotografías cuando exploraban uno de los buques que naufragó en las aguas poco profundas de la costa de North Carolina.

Volvieron a pasar la tarde en la casa de Garrett. Después Kevin se quedó dormido frente al televisor y Garrett y Theresa aprovecharon para sentarse juntos en el porche trasero, acariciados por la brisa húmeda y cálida.

– No puedo creer que ya nos marchemos mañana por la noche -dijo Theresa-. Estos últimos dos días volaron.

Él la rodeó con el brazo y la acercó. Theresa le puso la cabeza en el hombro. El silencio hizo que llegara de lejos el sonido de las olas que rompían en la playa.

– ¿Sabes, Garrett? En realidad me siento muy cómoda contigo.

– ¿Cómoda? Lo dices como si fuera un sofá.

– No quise que sonara así. Me refiero a que cuando estamos juntos me siento muy bien conmigo misma.

– ¡Qué bueno!, porque yo también me siento muy bien contigo.

– ¿Muy bien? ¿Eso es todo?

Él movió la cabeza.

– No, no es todo.

La miró y luego volvió los ojos al mar. Después de un momento susurré en voz baja:

– Te amo.

Theresa oyó cómo las palabras se repetían en su cerebro. Te amo. Y esta vez sin ambivalencias.

– ¡Oh, Garrett…! -comenzó ella con incertidumbre, antes de que él la interrumpiera con un movimiento de cabeza.

Theresa, no espero que sientas lo mismo. Sólo quiero que sepas lo que yo siento -le pasó un dedo con suavidad por la mejilla y los labios-. Te amo, Theresa.

– Yo también te amo -le aseguré ella con ternura, articulando las palabras con la esperanza de que fueran verdad.

Luego se abrazaron por largo rato.

Pasaron el último día en Wilmington practicando como lo habían hecho antes, y cuando terminaron su lección final, Garrett les entregó sus certificados.

– Ahora puedes bucear cuando quieras y donde quieras -le dijo a Kevin, que sostenía el certificado como si fuera de oro-, pero recuerda que no es seguro bucear solo. Siempre ve con alguien que te acompañe.

Theresa pagó la cuenta del hotel y Garrett los llevó al aeropuerto. Una vez que Theresa y Kevin abordaron, él se quedó algunos minutos para observar cómo el avión comenzaba a alejarse de la puerta de abordaje.

Ya en sus asientos, Theresa y Kevin hojearon algunas revistas. Durante la primera parte del viaje, Kevin se volvió de pronto y le preguntó:

– Mamá, ¿piensas casarte con Garrett?

Theresa tardó un momento en responder.

– No estoy segura. Sé que no quiero casarme con él inmediatamente. Todavía tenemos que conocernos.

– Pero, ¿es posible que quieras casarte con Garrett en el futuro?

– Tal vez.

Kevin pareció aliviado.

– Me alegra. Te veías muy feliz cuando estaban juntos.

Ella se acercó y le tocó la mano.

– Bueno, ¿qué habrías dicho si te hubiera contestado que quiero casarme con él de inmediato?

Él lo pensó un momento.

– Supongo que me habría preguntado dónde íbamos a vivir.

Por más que lo intentó, a Theresa no se le ocurrió una buena respuesta. Era cierto. ¿Dónde vivirían?