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Recogemos el fruto de nuestra siembra, pero a veces la cosecha se retrasa y son otros los que recogen la tempestad que alguien ha dejado dormida a través del tiempo en la memoria de sus víctimas. Pero el silencio no siempre consigue borrar los recuerdos, y basta una brisa de aire fresco para levantar la espesa capa de polvo con la que creyeron deshacerse de un miserable pasado, encerrado y amordazado durante años, que se proyecta hacia delante con los puños apretados.
La maldad tiene vida propia, y solo necesita que la gente de bien mire hacia otro lado para continuar su tarea.
Un ser inocente disfrutó de la felicidad que otros le proporcionaron a cambio de su propio sacrificio, con el que pretendían librarle del infame futuro que le aguardaba. Pero esas ingenuas almas ignoraban que al hacerlo estaban confirmando lo que ya estaba escrito en la palma de su mano. Es el destino quien baraja las cartas y nos hace creer que podemos jugar a nuestro antojo. El azar no existe, y lo que aparenta ser un accidente o una triste casualidad no es más que el camino que ya estaba marcado de antemano.
Solo queda la oportunidad de gozar del tiempo que se nos ha regalado.