38060.fb2 El ?rbol De La Diana - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 29

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Capítulo27

Elena había salido de compras aquella mañana y al regreso se enteró de que Antonio estaba en su despacho.

– ¿Tienes mucho trabajo? -Asomó la cabeza en el umbral. Antonio estaba sentado tras la gran mesa.

– Estaba leyendo unos documentos, pero ya termino. He adquirido unas minas de plata en Taxco.

– Deben de valer una fortuna -comentó mientras se acercaba.

– Varios millones.

– ¿De pesos?

– No, de dólares.

– Ya eres muy rico, ¿por qué sigues trabajando tanto? -preguntó mientras se sentaba frente a él.

Antonio la miró y rió con ganas.

– Pues… para ser más rico -contestó recostándose en su sillón.

– ¿Y cuándo piensas parar y empezar a vivir?

– ¿Es que ahora no vivo?

– Vives obsesionado por ganar dinero en vez de disfrutar de la gente que realmente te quiere; estás perdiendo lo único valioso que tienes.

– ¿Te refieres a ti? -preguntó esperanzado.

– No, pensaba en tu hijo. Él es tu gran activo -dijo señalando la foto situada frente a él sobre la mesa-; sin embargo, está creciendo solo, en manos de extraños. Ese niño necesita un padre, no una herencia.

– Mi hijo está bien donde está -cortó con sequedad.

– No, no lo creo. Tú creciste como él, en un internado, lejos de tu familia, y tiendes a hacer lo mismo porque crees que es lo correcto. Pero los niños necesitan a sus padres, recibir cariño, crecer seguros y confiados para después confiar en los demás. Las personas tienden a dar lo que han recibido, y si no recibe tu amor, no lo esperes de él. Debería ser tu prioridad antes que los negocios. No cometas los mismos errores de tu padre.

Aquellas palabras le golpearon como un mazazo.

– Deja de darme lecciones de moral cristiana y no descargues sobre mí tus traumas infantiles -musitó con aspereza.

Aquel comentario llegó a incomodarla seriamente; se levantó, dirigiéndose a la puerta sin pronunciar una palabra.

– ¡Elena, espera! -Se levantó y fue en su busca-. Lo siento. No debí decir eso…

Elena se había detenido, pero no se volvió. Pensaba en lo mucho que le quedaba por recorrer a su lado. Trataba de establecer un vínculo con él… hasta que topaba con su fuerte carácter y el afán por dominarlo todo. Entonces todo se venía abajo y debía comenzar desde el principio. Le había puesto el dedo en la llaga en un intento de hacerle reaccionar sobre su modo de vida, pero el resultado había sido un auténtico desastre.

– ¿Cuántos años tienes? -Se volvió tras un silencio para mirarle.

– Treinta y nueve.

– Cuando llegues a los sesenta, te acordarás de mis sermones de moral cristiana, porque quizá te veas solo; inmensamente rico, pero completamente solo. -Después salió de la estancia.

Antonio emitió un suspiro. Estaba habituado a tomar decisiones sin esperar censura sobre sus actuaciones -quizá porque no había nadie que osara hacerlo-, pero con Elena era diferente: se trataba de la única persona que se atrevía a hablarle con franqueza y decir lo que pensaba; y hasta esa cualidad, aunque resultaba a veces irritante, le gustaba de ella.

Escuchó chapoteo en el agua y se acercó al ventanal. Elena nadaba en la piscina enfundada en un bañador rojo. Observó que subía la escalerilla y se deleitó observando aquel cuerpo que tanto deseaba. Pensó que podría estar horas, días enteros, con la mirada paralizada sobre ella, y concluyó que había sido ya demasiado paciente. Debía pasar a la ofensiva, el tiempo se acababa; una vez afianzada su lealtad hacia él, debía tomar posiciones antes de que Agustín fuese detenido y pudiera causar alguna interferencia; conocía sus prejuicios y tenía que situarla en el lugar adecuado.

Subió para cambiarse y salió a la piscina. Elena nadaba de espaldas y reparó en su llegada al escuchar el chapoteo cuando él se lanzó de cabeza. Se dio la vuelta, pero no vio a nadie; solo cuando sintió sus manos en la cintura bajo el agua advirtió su llegada y dio un grito de sobresalto. Antonio emergió sin dejar de abrazarla; Elena le puso las manos en la cabeza para sumergirle mientras reía, pero él tiró de ella, en una divertida lucha para tratar de hundirse el uno al otro. Terminaron juntos en el borde de la piscina. Elena apoyaba la espalda contra la pared y se mantenía a flote colocando las manos en los hombros de Antonio, quien había colocado las suyas en el bordillo y la acorralaba con su cuerpo.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Antonio con una abierta sonrisa.

– Me rindo. Has ganado.

– Te lo dije, yo siempre gano.

– Eres un fanfarrón -replicó con una carcajada.

Por toda respuesta, él puso la mano sobre su cabeza para hundirla otra vez bajo el agua.

– ¡No…! ¡Ya basta…! -Elena trató de evitarlo enlazando los brazos alrededor de su cuello y quedando pegada a él.

Fue algo instintivo, y al sentir sus cuerpos unidos, ambos se estremecieron. Antonio bajó una mano hasta su espalda y la recorrió con deseo. Después la besó en los labios con avaricia, oprimiéndola entre su cuerpo y el muro de la piscina. Elena seguía rodeando su cuello y le acarició la nuca, enredando los dedos en su pelo lacio y oscuro. Sintió una agitación desconocida; estaba demasiado confusa para rechazarle, y advirtió en su interior un leve cosquilleo al sentir sus manos grandes y enérgicas sobre ella. Su cuerpo pegado al de Antonio le transmitió el deseo de él de poseerla allí mismo, y Elena dejó de pensar en nada que no fuera la fuerte atracción que sentía hacia él.

– Elena, te deseo… -decía mientras acariciaba su hombro y hundía el rostro en su cuello.

De repente ella sintió pánico; nunca había vivido una experiencia como aquella y temió no estar a la altura que él esperaba. A su edad y con un matrimonio a sus espaldas, consideraba a Antonio un hombre experimentado; sin embargo, ella solo había tenido un inocente escarceo con Carlos y ni siquiera habían llegado a consumar el acto sexual.

– No… Antonio… Por favor, espera… -decía tratando de zafarse de sus brazos.

– Elena… déjate llevar… confía en mí… -Él no apartó las manos y siguió explorando su piel temblorosa bajo el agua.

– Necesito más tiempo…

Apenas podía pensar con claridad mientras sentía aquel cosquilleo. Las manos de Antonio habían llegado a sus hombros y trataban de bajarle los tirantes del bañador. Ella las sujetó entre las suyas y aprovechó aquel descuido para separarse de él.

– Antonio, tengo algo que decirte, y es muy… embarazoso…

Antonio se detuvo y la miró escamado.

– ¿Qué ocurre?

El calor subía por las mejillas de Elena y su mirada se dirigió ahora hacia el agua.

– Antonio… yo no… Quiero decir… con Carlos nunca… bueno… -Terminó encogiéndose de hombros sin hallar las palabras precisas.

– Veamos si lo entiendo… con Carlos… ¿nunca… hiciste el amor? -dijo acercándose a ella.

Elena negó con la cabeza sin atreverse a mirarle.

– ¿Y con algún otro hombre?

Elena volvió a negar con la cabeza. Esta vez elevó la vista con temor, esperando hallar una expresión de burla en los ojos de Antonio; pero se equivocó. Él se acercó a ella y rozó con suavidad los labios con los suyos, acariciando su mejilla con inmensa ternura.

– Ahora lo entiendo… Y me resulta increíble escuchar esto de una mujer tan especial como tú; pero no puedes imaginar cuánto me agrada saberlo. Sería para mí un gran honor ser el primero, si tú me aceptas… -Volvió a besarla despacio.

– Sí… acepto -repuso con valor mirándole a los ojos.

– Iré más despacio entonces. -Se dirigió a las escalerillas con ella y le cedió el paso para salir del agua.

Aquella noche Antonio preparó una velada especial y se detuvo durante unos segundos al verla aparecer en la sala, deslumbrado ante su belleza. Elena vestía un traje de alta costura en gasa de color negro con escote bordado en hilo de oro y entallado hasta las caderas, desde donde la falda tomaba un discreto vuelo de capa hasta los tobillos. Un fino chal de color dorado cubría sus hombros con una elegancia digna de una princesa, y el cabello recogido hacia atrás realzaba más aún sus ojos rasgados.

– Jamás contemplé tanta belleza… Eres… una aparición celestial.

Ella le devolvió el cumplido con una sonrisa.

La condujo hasta la parte posterior de la casa, junto a la piscina, donde traspasaron una verja que ella siempre encontró cerrada cuando nadaba, la cual daba acceso a un espléndido jardín iluminado por antorchas y luces agazapadas entre las plantas. Accedieron a un templete circular de piedra labrada y rejas antiguas que debió de ser construido en la época del palacio, aunque había recibido una minuciosa restauración. El techo era un artesonado de madera tallada que dibujaba caprichosas figuras geométricas. La iluminación proporcionada por antorchas colocadas en cada una de las columnas imprimía un ambiente cálido y romántico al lugar. En el centro había una mesa profusamente adornada con un centro de flores, mantelería de hilo bordado y fina cristalería. Una dulce melodía comenzó a sonar a su llegada y tres sirvientes elegantemente ataviados aguardaban para servirles.

– Cada día me sorprendes con algo nuevo -dijo Elena feliz.

– Me alegra oírte decir eso. Siento que me cuesta conseguirlo.

– Lo haces más veces de las que crees, y no solo con regalos.

– ¿Y cuándo te he impresionado que no me lo has contado?

– Cuando estuviste a mi lado en los momentos más difíciles: cuando me sacaste de la comisaría, cuando perdonaste mis escapadas, cuando me ayudaste a conocer la verdadera historia de mi familia…

– Solo quiero verte feliz. Eres tan auténtica… A tu lado siento que todo está bien -dijo mirándola embelesado-. Te has convertido en mi punto débil.

– Esto no puede ser real… -Elena emitió un suspiro mirando hacia la mesa.

– ¿Qué no puede ser real? -preguntó con curiosidad.

– Que esté ahora en este lugar, a tu lado, escuchándote decir esas cosas tan bonitas… Tengo miedo de despertarme y descubrir que solo se trata de uno de mis sueños -concluyó atolondrada.

– Pues créelo de una vez. Esto es tan real como el día y la noche. Te necesito a mi lado para seguir creyendo que aún existe algo auténtico y verdadero.

– Por favor, no me idealices, no quiero decepcionarte.

– Jamás lo harías. -Tomó su mano sobre la mesa y ella respondió oprimiéndola con fuerza.

– ¿Puedo preguntarte algo?

– Puedes -asintió.

– ¿Qué pasó con tu esposa?

– Ya lo sabes. Me fue infiel.

– ¿Esa fue la única causa?

– ¿Acaso no es motivo suficiente?

– Quiero decir si ya estabais distanciados o realmente te dolió su infidelidad.

– Nuestro matrimonio fue un acuerdo no escrito. Ella ambicionaba dinero, y yo quería sexo -dijo encogiéndose de hombros-. Ahora sé que nunca hubo verdadero amor entre nosotros.

– ¿Ahora?

– Sí. Hasta que apareciste no lo supe. Me fascinas, Elena. Jamás he conocido a nadie como tú -dijo mientras besaba la palma de su mano-. Y ahora te toca a ti, cuéntame tu romance con el famoso Carlos.

– No hay mucho que contar. Le conocí en la universidad y compartimos una excelente amistad. Era amable, buena persona, y me quería mucho. Mi abuela estaba encantada con él. -Sonrió.

– ¿Pero…?

– Pero yo sentía que no estaba enamorada, estaba segura de que no era el hombre de mi vida. Por eso no me marché a Londres con él.

– Pero te habrás enamorado alguna vez… Estoy seguro de que has debido de tener montones de pretendientes…

– Bueno… sí… -Hizo un gracioso mohín-. Pero soy muy exigente y no me enamoro con facilidad.

– Vaya, me lo pones muy difícil. -La miró y permanecieron callados. Después le hizo un gesto para que se levantara y tiró de ella hasta colocarla en pie a su lado.

– ¿Qué estás haciendo?

– Quiero tenerte más cerca, tengo que decirte algo.

– Dilo ya.

– Más cerca. -Él la miraba desde su sillón y volvió a tirar de su mano hasta sentarla en sus rodillas.

– ¿Así está bien? -preguntó Elena acercando su rostro al suyo.

– Mucho mejor.

– Y ahora dime eso tan importante.

Sus manos seguían unidas en el regazo de ella y sus miradas parecían haberse detenido.

– Si alguna vez me pides que me case contigo, te contestaré que sí.

Elena le dirigió una mirada de desconcierto ante aquella inesperada declaración.

– ¿Me estás pidiendo que sea tu mujer?

– No. Yo no he dicho eso. Te estoy adelantando cuál sería mi respuesta en caso de que tú me lo pidieras.

– Creía que solían ser los hombres quienes hacían las propuestas de matrimonio.

– Solo cuando están seguros de la respuesta. Pero ese no es mi caso, no sé si estoy a la altura de tus exigencias, así que prefiero que la hagas tú.

Sus miradas seguían unidas y Elena no supo qué decir.

– Gracias -dijo al fin.

– ¿Por qué?

– Por ser tan paciente y honesto conmigo. Te prometo que serás el primero de mi lista cuando decida casarme… -concluyó, con una abierta sonrisa.

Tiró de ella y rodeó su espalda para acunarla.

– Esto es lo único real, lo demás no importa.

Elena aceptó sus brazos y apoyó la cabeza sobre su hombro, encogidas las piernas sobre él; después acarició su mejilla con una mano.

– Se está tan bien aquí…

– Puedes quedarte para siempre, Elena -decía mientras su mano le acariciaba la espalda-. Te quiero… No lo olvides nunca…

Elena pasó los dedos por su cabello y quedaron enredados; después se unieron en un profundo beso.

– Quiero que pienses en esto, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

Era ya de madrugada cuando regresaron al interior de la casa. Subían la escalera, abrazados y llenos de felicidad.

– Dentro de un par de días viajo a Nueva York.

– ¿Van a ser muchos días?

– Una semana, como máximo. Por cierto, Ramiro estará pronto de vacaciones, a final de mes.

– Tengo muchas ganas de conocerle.

– Cuando regrese, yo también me tomaré unos días libres; me apetece descansar junto a mis dos tesoros más queridos -dijo oprimiendo sus hombros con ternura.

– ¿Le echas de menos?

– Claro -dijo con una sonrisa-. Es un niño muy despierto y simpático. He pensado en lo que me dijiste antes y he tomado una decisión: voy a traerle a casa para siempre. Es lo que quieres, ¿no?

– Eres tú quien tiene que quererlo.

– Lo deseo. Estoy seguro de que serías una estupenda madre para Ramiro.

– Él ya tiene a la suya… -dijo zafándose de aquella insinuación.

– Tú lo harás mejor que ella -afirmó rotundo.

Al llegar al dormitorio, Antonio se acercó a ella, la aprisionó contra la pared y la besó en los labios muy despacio. Después la estrechó entre sus brazos con una delicadeza que la hizo estremecer.

Se quedaron inmóviles, unidos, abrazados.

– Te quiero… -susurró Antonio en su oído. Poco a poco fue aflojando su presión, la besó en la frente y le dio las buenas noches. Después se dirigió a su dormitorio.

Elena estaba desconcertada; había resuelto dormir con él aquella noche y esperaba que tomara la iniciativa, como lo había hecho siempre; pero esa vez se equivocó. ¿La estaba poniendo a prueba? No, estaba convencida de que Antonio actuaba así para no forzarla, y aquel gesto le honraba más de lo que él imaginaba.