38060.fb2 El ?rbol De La Diana - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 43

El ?rbol De La Diana - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 43

Capítulo41

Elena dio vueltas y vueltas en la cama; había dormido demasiadas horas durante el día y la noche se le hacía interminable. Quedó dormida de madrugada, pero una pesadilla vino a importunarla. Antonio la oyó gritar y miró el reloj: eran las cuatro de la madrugada. Se dirigió a la habitación contigua movido por la inquietud.

– ¡No le pegues! -gritaba Elena mientras movía las manos para defenderse-. ¡Déjale ya!

– Vamos, despierta, solo es un sueño -dijo encendiendo la luz.

Elena abrió los ojos y se quedó inmóvil, aunque desorientada.

– Ya pasó todo. Solo era una pesadilla.

– ¡Sus manos! -gritó, abandonando súbitamente la cama y corriendo hacia la puerta.

Antonio salió tras ella escalera abajo y la encontró en el salón, subida en una silla junto a la chimenea, estudiando detenidamente el cuadro de Andrés Cifuentes.

– ¡Era él! -gritaba con la mirada ausente-. ¡Al fin he confirmado mis sospechas…! Él era el hombre del establo. Hoy he visto su anillo en mis sueños, ese que está pintado en el retrato.

Antonio la observaba callado, acercándose despacio.

– Él quiso asesinarme. Esas manos oprimían mi cuello y pretendían ahogarme… -dijo señalando hacia Andrés Cifuentes-. Mi hermano trató de detenerle abalanzándose sobre su espalda, entonces comenzó a golpearle… Agustín gritaba de dolor… Yo les escuchaba desde mi escondite, paralizada por el miedo… -prosiguió, sentada en el sillón, cubriéndose el rostro con las manos.

– ¿Eso es todo? ¿Era ese el sueño del establo? -preguntó arrodillándose frente a ella-. ¿Había alguien más allí?

– No… no lo sé. ¿Estabas tú también? -Levantó su mirada con rencor.

– ¡No! No… Yo no conocía ese suceso…

– ¡Sí lo sabías, y Lucía también! Siempre supiste lo que pasó allí y me lo ocultaste deliberadamente, preferías honrar la memoria de tu padre a costa de mi tormento con esta pesadilla. ¡Eres un digno hijo suyo, sois tal para cual! Pensabas que nunca lo descubriría y lo silenciaste para retenerme a tu lado. Llevo toda mi vida soñando con esas manos y los gritos de dolor de Agustín… Ese fue el motivo por el que mi madre se desprendió de mí: para evitar que él intentara hacerme daño otra vez.

– No era ese el incidente que yo conocía, créeme -decía intentando tomar sus manos, pero ella le rechazó.

– ¿Pretendes convencerme de que pasó algo más en aquel establo? -preguntó incrédula.

– Sí, ocurrió otro hecho violento en ese lugar, pero fue antes de que tú nacieras y no guarda relación contigo… Habías llegado a confundirme…

– No te creo…Ya no sé qué creer, no confío en ti. Abusaste de mi confianza, mentiste sin pudor para proteger su reputación. Él maltrató a mi madre, y por su culpa no pudo vivir conmigo; después mi hermano sufrió su tiranía… Ahora solo falto yo… Somos una familia maldita, destinada a desaparecer.

– Tú no vas a desaparecer. No voy a permitirlo… -dijo tomando sus manos.

– ¡No me toques! -dijo deshaciéndose de él y huyendo veloz hacia la puerta.

Antonio la siguió hasta su dormitorio y la encontró sobre la cama hecha un ovillo.

– Vete, por favor -dijo sin mirarle, abrazada a sus rodillas.

Antonio sentía su respiración acelerada y las convulsiones provocadas por el llanto.

– No, me quedaré contigo -dijo tendiéndose a su lado-. Siento que no puedo vivir lejos de ti…

– Tú no sientes nada, tienes un trozo de hielo en lugar de corazón. Eres perverso, incapaz de sentir compasión… Estoy segura de que jamás me habrías contado la verdad.

– Lo siento, Elena, pero no puedo cambiar lo que ha ocurrido. -Se colocó sobre ella y acarició su cara, recogiendo las lágrimas con los dedos.

– ¡Déjame en paz! -dijo apartando la mano de él. Temblaba como una hoja y sentía los latidos del corazón con mucha intensidad, como si su cuerpo fuese una caja de resonancia-. Vete, quiero estar sola.

– No pienso dejarte sin que antes me hayas escuchado. -Se produjo un largo silencio en el que solo se oyeron sus respiraciones-. Él no fue un santo. Yo traté de silenciar sus infamias, pero no conseguí hacerlas desaparecer. Y tú viniste a revivir aquel infierno después de tanto tiempo… -Volvió a quedar callado-. Lo siento, Elena… Ojalá pudiera volver atrás para enmendar mis errores. No deseaba compartir contigo el vergonzoso pasaje que vivieron nuestras familias. Sin embargo, he comprendido, aunque demasiado tarde, que la verdad acaba por destrozar todos los diques que colocamos para impedir su paso. Debí hablarte de esto desde el principio. Tenías derecho a conocer tu pasado y debí confesártelo en su momento -reconoció con humildad-. No sé cómo remediar todo el dolor que te he causado -continuó en voz baja-, pero estoy dispuesto a purgar mis faltas una a una. Todos los pecados merecen su castigo, y los míos han sido grandes. Fui rencoroso y desconfiado, cometí muchos errores y sé que mi castigo será tu marcha…

Elena estaba atenta a sus palabras; todo el resentimiento que sentía hacia él se había esfumado. Antonio era el hombre de su vida, con el que había soñado en la adolescencia, el atractivo y perfecto amante que la llevó a conocer la sensualidad, que la amó profundamente y al que ella correspondió con apasionada entrega. Pero aquella relación se había cimentado sobre mentiras, sobre silencios deliberados y verdades secuestradas que habían provocado un gran terremoto al salir a la luz, haciendo que todo lo construido se desplomara como si de un castillo de naipes se tratase.

– Yo no te odio… -respondió al fin volviéndose hacia él tras reflexionar un instante-. Creí que llegaríamos a ser felices. Te dije una vez que era muy exigente, pero tú has sido el único hombre de quien me he enamorado. Y sé que también me amaste, pero esa vez fui yo la que no cumplió tus expectativas.

– ¡No! Fue culpa mía. Yo soy el único responsable, merezco todos tus reproches. Debí aceptar tus sentimientos hacia Agustín y cometí un error al forzarte a elegir. Ahora sé que no tenía derecho a hacerlo; lo he comprendido, aunque demasiado tarde -dijo con pesar. De nuevo sus ojos se fundían-. Siempre estuviste ahí, con tu nobleza… y yo me dediqué a buscar conspiraciones -dijo avergonzado-. Yo no recibí tantos afectos como tú. Crecí solo y tuve que valerme por mí mismo desde que era un niño para demostrar que era el más fuerte; aprendí a tomar lo que deseaba sin preguntar a quién pertenecía. -Hizo una pausa-. En mi vida ha habido muchas mujeres, pero no amé a ninguna, y tampoco ellas me amaron. Solo tú conseguiste sacudir mis cimientos y los derribaste uno a uno. Solo tú me inspiraste un sentimiento nuevo, solo tú me ofreciste un amor sincero… y yo lo he dilapidado. Temía que me odiaras por los pecados que él cometió y me arriesgué ocultando sus faltas, confiando en que nunca las descubrirías. Ahora sé que estaba equivocado -admitió acariciando su mano con suavidad-. El miedo a perderte me hizo actuar de forma mezquina. Lo siento, Elena… -Apoyó la cabeza sobre su pecho y permaneció en silencio escuchando los latidos de su corazón-. Dame otra oportunidad, te lo suplico. No podemos permitir que esto termine así…Te quiero tanto…

Elena posó despacio una mano sobre su espalda y con la otra comenzó a acariciar su cuello, enredando sus dedos en el pelo de Antonio.

– Estoy inmersa en un torbellino que me zarandea de un lado para otro y necesito tomar una mano para salir de él, alguien en quien confiar y que confíe en mí, que me ayude a recuperar el equilibrio y la seguridad en mí misma. Quiero comprobar que aún camino por mi propio pie.

– Quiero ser ese alguien. Acepta mi mano.

– Cuando acabe el juicio tomaré una decisión…y quiero hacerlo sin presiones…

– Acataré tu voluntad.

– Necesito estar a solas para reflexionar.

Antonio se levantó despacio y abandonó la estancia.

La noche se les hizo eterna a ambos, separados por un muro de piedra y por otro más inaccesible aunque invisible, pleno de remordimientos y secretos. Aún quedaba una parte del pasado que Elena desconocía, pero ella no lo había presenciado y él nunca se lo confesaría.

Antonio se mortificaba pensando que no merecía perdón por la deslealtad que había cometido con ella y se sirvió un trago para evadirse del tormento que significaría vivir en soledad. Todas las ilusiones, todo su futuro, estaban en la habitación contigua, y resolvió que no la dejaría marchar, que jamás renunciaría a aquel amor… Estaba dispuesto a defenderlo a cualquier precio, aunque para ello tuviera que continuar mintiendo y desafiando al destino.