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9 El pandit de la prensa

Ganesh se vio hecho todo un filósofo y arbitro. En los pueblos indios de Trinidad seguía habiendo panchayats, consejos de ancianos, y le invitaban con frecuencia para que diera su opinión en casos de pequeños robos o agresiones, o para que sentenciara en una pelea entre marido y mujer. También le pedían a menudo que pronunciara un discurso en reuniones religiosas.

Su llegada a tales reuniones resultaba impresionante. Bajaba de su taxi con gran dignidad, se echaba la chalina verde por encima del hombro y le estrechaba la mano al pandit que oficiaba. Después aparecían dos taxis más, con los libros. La gente se precipitaba hacia los coches para ayudar, cogía los libros y los llevaba al estrado. Esas personas que ayudaban se sentían orgullosas y activas, y parecían casi tan solemnes como Ganesh. Corrían del taxi al estrado y volvían a hacer el mismo recorrido, con el ceño fruncido, sin pronunciar palabra.

Sentado en el estrado bajo un dosel rojo con borlas y rodeado de libros, Ganesh parecía la personificación misma de la autoridad y la devoción. Su público, con ropas de vivos colores, se desparramaba desde el estrado formando círculos que se iban ampliando en la misma medida en que disminuía su magnificencia, desde comerciantes y tenderos bien vestidos, justo debajo del estrado, hasta jornaleros andrajosos al fondo, pasando por niños curiosamente engalanados, durmiendo sobre mantas, o niños de brazos y piernas como alambres, despatarrados y desnudos sobre sacos de azúcar.

La gente iba a oírle no sólo por su fama, sino por lo novedoso de lo que decía. Hablaba de la buena vida, de la felicidad y de cómo conseguirla. Tomaba cosas del budismo y de otras religiones y no tenía empacho en reconocerlo. Siempre que quería dar mayor fuerza a algo chasqueaba los dedos y un ayudante mostraba un libro abierto ante el público para que la gente viera que Ganesh no se lo estaba inventando. Hablaba en hindi, pero los libros que mostraba estaban en inglés, de modo que aquel despliegue de conocimientos inspiraba gran respeto.

Lo que más resaltaba era que el deseo es una fuente de tristeza y, por consiguiente, había que suprimirlo. De vez en cuando se iba por la tangente y planteaba si el deseo de suprimir el deseo no es un deseo en sí mismo, pero normalmente intentaba ser lo más práctico posible. Hablaba fervorosamente sobre el sermón del fuego de Buda. A veces, con toda naturalidad, pasaba al tema de la guerra, y de la guerra en general, y a una cita de Una Historia de Inglaterra para los niños, de Dickens: "La guerra es algo terrible."

En otras ocasiones decía que la felicidad sólo es posible si libras la mente de deseos y te consideras parte de la Vida, un minúsculo vínculo en la enorme cadena de la Creación. "Tendeos sobre la hierba seca y sentid cómo crece la vida de las rocas y la tierra, por debajo, atravesándoos, subiendo. Mirad las nubes y el cielo cuando no hace calor y os sentís parte de todo ello. Notad cómo todo es una extensión de vosotros mismos. Por consiguiente, vosotros, que sois todo eso, no moriréis."

La gente a veces le entendía, y cuando se levantaban se sentían un poco más nobles.

Y precisamente por eso, en 1944 el Pajarito empezó a atacar a Ganesh. Al parecer, se había resignado a su "así llamado misticismo". El Pajarito decía: "No soy más que un pajarito, pero pienso que hoy en día es retrógrado para cualquier comunidad admirar a un visionario religioso…"

La Gran Eructadora le dijo a Ganesh:

– Pues hijo, Narayan ha empezado a copiarte. Está dando conferencias, en varios sitios, y enseñando sus libros y todo. Algo sobre la religión y el pueblo.

– El opio -dijo Beharry.

En Fuente Grove empezó a analizarse cuidadosamente cada nueva revelación del Pajarito.

– No te tiene envidia por lo de tus poderes místicos, pandit. Ahora anda detrás de las elecciones, que serán dentro de dos años. Las primeras votaciones con sufragio universal. Sí, sufragio universal. En eso tiene puestos los ojos.

Los siguientes números de The Hindú parecieron confirmar la opinión de Beharry. El espacio libre de la revista ya no se llenaba con citas del Gita o de los Upanishads. Lo único que llevaba eran cosas como: ¡Unión de los trabajadores! Cada uno que enseñe a otro, Mens Sana in Corpore Sano, Per Ardua ad Astra, The Hindú es portavoz del progreso, Quizá no esté de acuerdo con vosotros, pero lucharé hasta la muerte para defenderos. El Pajarito empezó a agitar en favor de Un día de trabajo un día de pago, y Un hogar para los indigentes; más adelante comenzó a anunciar la creación del fondo para el "Hogar de los indigentes" de The Hindú.

Un día, Léela le dijo a la mooma de Suruj:

– Estaba yo pensando en dedicarme a lo de la asistencia social.

– Fíjate, hija, lo mismito que me está pidiendo el poopa de Suruj desde hace no sé cuánto tiempo. Pero es que, mira, no tengo tiempo.

A la Gran Eructadora le encantó la idea y se puso en plan práctico.

– Léela, nueve años que te conozco y es lo mejor que se te ha ocurrido en la vida. Con toda la comida que llega aquí y que haya que tirarla… Pues vas y se la das a los pobres.

– Ay, tía, no te vayas a creer que se tira tanto, porque si no se usa hoy pues se usa mañana. ¿Pero cómo puedo empezar con esto de la asistencia social?

– Ya te lo explico yo. Coges y reúnes unos cuantos niños, te los llevas al restaurante y les das de comer. O también puedes ir a buscar niños y darles de comer fuera. Ahora que se nos acerca la Navidad, pues compras unos globos y te vas por ahí a repartirlos.

– Sí, fíjate. Soomintra está comprando un montón de globos bien bonitos.

Y a partir de entonces, con la ayuda de la Gran Eructadora, Léela dedicó todos los domingos a la labor social.

Ganesh siguió trabajando, sin inmutarse por Narayan y el Pajarito. Era como si las pullas de Narayan le hubieran incitado a hacer precisamente las cosas por las que le atacaba. En esto fue clarividente, porque los libros que escribió en esa época contribuyeron a crear su fama, no sólo en el campo, sino en Puerto España. Empleó los temas de sus charlas en El camino hacia la felicidad. Después aparecieron Reencarnación, El alma como yo la veo, La necesidad de la fe. Estos libros se vendían bien, regularmente, pero ninguno tuvo un éxito espectacular.

Y a continuación, uno tras otro, se publicaron los dos libros que hicieron su nombre muy conocido en Trinidad.

El primer libro empezaba así: "El jueves, 2 de mayo, a las nueve de la mañana, justo después de haber desayunado, vi a Dios. Me miró y dijo…"

Lo que me dijo Dios debe considerarse sin duda un clásico de la literatura de Trinidad. Su absoluta sencillez, casi ingenuidad, resulta pasmosa. El carácter del narrador queda magníficamente desvelado, sobre todo en los capítulos de diálogo, donde su humildad y su perplejidad espiritual sirven de contrapunto al desenmarañamiento de múltiples y espinosas cuestiones metafísicas. También hay varios capítulos de valientes profecías. Predice el final de la guerra y el destino de ciertos personajes de la isla.

El libro inició una moda. En muchas partes de Trinidad, muchas personas empezaron a ver a Dios. La más célebre fue Hombre-hombre, de Miguel Street, en Puerto España. Hombre-hombre vio a Dios, intentó crucificarse y tuvieron que encerrarle.

Y sólo dos meses después de la publicación de Lo que me dijo Dios Ganesh cosechó un éxito clamoroso. Se inspiró en el portarrollos de papel higiénico musical.

Como Evacuación provechosa se publicó durante la guerra, se entendió mal el título; por suerte, ya que quizá se hubiera prohibido si las autoridades hubieran sabido que más o menos trataba sobre el estreñimiento. "Un asunto vital", escribía Ganesh en el prólogo, "que ha influido adversamente en las relaciones humanas desde el inicio de los tiempos." La esencia del libro consiste en que la evacuación puede resultar no sólo placentera, sino también provechosa, un medio para fortalecer los músculos abdominales. El sistema que recomendaba Ganesh es aproximadamente como el que los contorsionistas y levantadores de pesas llaman excavación.

Esto, impreso en papel grueso, con cubierta de un amarillo chillón decorada con un loto, encumbró definitiva e incuestionablemente a Ganesh.

Es posible que, por sí solo, Ganesh no hubiera tomado más medidas contra Narayan. Lo del Pajarito sólo era un gorjeo de protesta entre aclamaciones entusiastas e inteligentes. Pero a algunas personas, como la Gran Eructadora y Beharry, no les gustaba.

Sobre todo Beharry estaba desolado. Ganesh le había abierto panoramas más amplios de lecturas y conocimientos, y a Ganesh le debía su prosperidad. Había levantado la tienda nueva, toda de cemento, argamasa y cristal. Las tierras se habían revalorizado en Fuente Grove, y también se benefició de eso. De vez en cuando, las sociedades de debate literario y bienestar social le invitaban a hablar sobre diversos aspectos de la carrera de Ganesh: Ganesh el hombre, Ganesh el místico, la contribución de Ganesh al pensamiento hindú. Su destino estaba ligado al de Ganesh y le molestaban más que a nadie los ataques de Narayan.

Hizo cuanto pudo para incitar a la acción a Ganesh.

– Ese hombre te ha vuelto a atacar este mes, pandit.

– ¡Gaddaha!

– Pero esta vez parece malo de verdad, pandit. Sobre todo ahora que Ramlogan ha empezado a escribir contra ti en The Hindú. Es peligroso.

Pero a Ganesh no le preocupaba que Narayan estuviera preparándose para las elecciones de 1946.

– No tengo la menor intención de ser como esos estafadores que se meten en lo de las elecciones.

– ¿No te has enterado de la última, pandit? Pues que Narayan ha formado un partido. La Asociación Hindú. Es una maniobra electoral. No tiene posibilidades de ganar en Puerto España. Tiene que venir al campo y ahí es donde tiene miedo de que le ganes.

– Beharry, tú y yo sabemos qué son las asociaciones indias de aquí. Narayan y esa gente son como niñas jugando a las casitas.

El criterio de Ganesh tenía fundamento. En la primera asamblea general de la Asociación Hindú, Narayan fue elegido presidente. También eligieron los siguientes cargos: cuatro presidentes suplentes, dos vicepresidentes, cuatro vicepresidentes suplentes, varios tesoreros, un secretario jefe, seis secretarios y doce subsecretarios.

– ¿Lo ves? No se han dejado a nadie. Mira, Beharry, muchacho, con todas esas reuniones religiosas donde hablo, es que conozco a los indios de Trinidad como la palma de mi mano.

Pero después Narayan empezó a hacer el tonto. Envió cables a la India, a Mahatma Gandhi, al pandit Nehru y al Congreso Panindio, y otros para celebrar toda clase de aniversarios: centenarios, bicentenarios, tricentenarios. Y cada vez que enviaba un cable aparecía la noticia en The Trinidad Sentinel. Nada impedía a Ganesh enviar cables, pero en la India, donde no sabían quién era quién en Trinidad, ¿qué posibilidades tenía un cable firmado por GANESH, PANDIT MÍSTICO frente a otro firmado por NARAYAN, PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN HINDÚ DE TRINIDAD?

La delegación fue obra de Beharry.

Un domingo por la tarde se presentaron en la residencia de Ganesh dos hombres y un chico. Uno de ellos era alto, negro y gordo. Se parecía un poco a Ramlogan, sólo que iba vestido de blanco inmaculado; tenía una tripa tan grande que le colgaba por encima del cinturón de cuero negro, ocultándolo. Llevaba en el bolsillo de la camisa una carta y una ristra de lápices y plumas. El otro hombre era delgado, de piel blanca y guapo. El chico llevaba pantalones cortos y las mangas de la camisa abotonadas en las muñecas. Ganesh había visto varias veces a los hombres y sabía que eran organizadores. Al chico no le conocía.

Los miembros de la delegación se acomodaron en los sillones de la galería, y Ganesh le gritó a Léela que les sirviera Coca-Cola.

Los delegados miraron por las puertas de cristal del cuarto de estar y examinaron los dibujos y los dos grandes calendarios de Coca-Cola de las paredes.

Después vieron a Léela, delgada y elegante con su sari, abriendo el frigorífico. El hombre gordo le dio un codazo al chico, que estaba sentado a su lado en el sofá, y todos los miembros de la delegación dejaron de mirar.

El gordo fue a lo práctico.

– Sahib, no hemos venido aquí para andarnos con rodeos. Beharry y tu tía (una mujer muy, pero que muy agradable, sabib) me han pedido que venga por la cantidad de experiencia que tengo en organizar reuniones religiosas y cosas así…

Llegaron las Coca-Colas. Cuatro botellas heladas en una bandeja con fondo de cristal. Léela suspiró.

– Un momento. Voy a por los vasos.

El hombre gordo miró las botellas. El delgado de piel blanca se tocó la tira de esparadrapo que llevaba sobre el ojo izquierdo. El chico miró las borlas de la chalina de Ganesh. Ganesh les sonrió a todos, uno por uno, y todos le devolvieron la sonrisa, menos el chico.

En otra bandeja con fondo de cristal Léela llevó unos vasos que parecían caros, muy bonitos, con arabescos en dorado, rojo y verde y bordeados de franjas doradas.

Los miembros de la delegación sujetaron los vasos con ambas manos.

Hubo un silencio embarazoso hasta que Ganesh le preguntó al gordo:

– ¿Qué haces últimamente, Swami?

Swami tomó un sorbo de Coca-Cola, un refinado sorbo liliputiense.

– Nada. Vivir, sahib.

– Nada más que vivir, ¿eh?

Ganesh sonrió.

Swami asintió y le devolvió la sonrisa.

– ¿Y a ti qué te ha pasado, Partap? ¿Te has cortado?

– Un pequeño accidente en Paquetes Postales -contestó Partap, tocando el esparadrapo.

Ganesh siempre se acordaba de aquel hombre como Partap el de los Paquetes Postales. Partap sacaba a colación lo de los Paquetes Postales en casi todas las conversaciones, y Ganesh sabía que para enfadarle sólo había que dejar caer que trabajaba en Correos. "Servicio de Paquetes Postales, si no te importa", decía en tono glacial.

Más silencio, y tres sorbitos de Coca-Cola.

Swami dejó el vaso sobre la mesa con decisión, pero sin intención de hacer ruido, y Léela se quedó junto a una de las puertas del cuarto de estar. Swami volvió a coger el vaso y sonrió.

– Sí, sahib -dijo muy animado-. No hemos venido aquí para andarnos con rodeos. Tú eres el único hombre con autoridad entre todos los indios de Trinidad para enfrentarte a Narayan. No nos parece bien cómo te ataca Narayan. Sahib, hemos venido hoy -Swami se puso solemne- para pedirte que crees tu propia asociación. Te nombramos presidente ahora mismo y -no tienes que ir muy lejos-, ya tienes tres presidentes suplentes, sentados tranquilamente frente a ti, tomando Coca-Cola.

– ¿Por qué os hace eso Narayan?

– Qué sé yo -replicó Partap con amargura-. Se ha metido de muy mala manera con mi familia, pandit, acusando a mi propio padre de soborno y corrupción en la Junta de la Carretera local. Y siempre me llama el de Correos, por puro desprecio. Yo escribo cartas pero él no las imprime.

– Y a mí me acusa de robar a los pobres. -Swami parecía dolido-. Sahib, ya pasan de dieciocho meses que me conoces. He organizado miles de reuniones religiosas para ti. ¿Va a robar a los pobres un hombre de mi posición, sahib?

Swami era pasante de un abogado de Couva.

– ¿Y qué le ha hecho Narayan al chico? Swami se echó a reír y tomó un buen trago de Coca-Cola. El chico miró su vaso.

– Todavía nada, sahib. Está aquí por la experiencia. La cara del chico se oscureció aún más, de vergüenza.

– Pero es un chaval bien listo, ¿sabes? -El chico frunció el ceño, mirando su vaso-. Es el hijo de mi hermana. Un genio, sahib. Sacó un sobresaliente a la primera en el Certificado de Cambridge.

Ganesh pensó en su aprobado, cuando tenía diecinueve años. Murmuró "Hum" y tomó el primer sorbo de Coca-Cola.

Partap añadió:

– Es que no está bien, sahib. Cada vez que abres The Sentinel te puedes apostar lo que quieras a que en la página tres sale que Narayan ha enviado cables de felicitación.

Ganesh tomó un largo trago de Coca-Cola.

Swami dijo:

– Tienes que hacer algo, sahib. Fundar una asociación. O sacar un periódico. En eso también tengo un montón de experiencia. Mira, sahib, cuando era joven, en los años veinte, no pasaba un solo año sin que Swami no sacara un periódico nuevo. Tuve que ir a Puerto España (cosas de la abogacía, ¿entiendes?) y fui al Registro Civil. Bueno, la cantidad de periódicos que sacaría yo… Pero he cambiado. Lo que yo digo es que sólo tienes que sacar un periódico cuando tienes una razón buena, buena de verdad.

Todos bebieron un poco de Coca-Cola.

– Pero ya está bien de hablar de mí mismo. Sahib, aquí este chiquito es un escritor nato. Bueno, es que si le oyes hablar en inglés, las palabras que utiliza… Bueno, así de largas. -Estiró el brazo derecho hasta que se le tensó la sisa de la camisa.

Ganesh miró al chico.

– Hoy está un poco avergonzado -dijo Swami.

– Pero no te creas -dijo Partap-. Se pasa todo el tiempo pensando.

Tomaron mucha más Coca-Cola y hablaron mucho más, pero Ganesh no se dejó convencer, aunque en los argumentos de aquellos hombres había muchas cosas que le atraían. Lo de sacar su propio periódico, por ejemplo, se le había pasado por la cabeza en repetidas ocasiones. Aún más: muchos domingos le gritaba a Leela que le llevara papel y lápices rojos y confeccionaba imitaciones de periódicos. Trazaba columnas, e indicaba cuáles se dedicarían a publicidad y cuáles a la instrucción. Pero se trataba de un placer íntimo, como el de hacer cuadernos.

Pero poco después ocurrieron dos cosas que le decidieron a actuar contra Narayan.

Podría decirse que la primera empezó en la redacción londinense de The Messenger. Acabó la guerra, y los periodistas se quedaron más o menos a verlas venir. The Messenger envió un corresponsal a América del Sur a cubrir una revolución que parecía prometedora. Teniendo en cuenta que la única historia con interés humano que consiguió allí fue la de una mujer de un club nocturno que le dijo: "Estás en la cama. Oyes bim, bam, bum. Dices: "Revolución", y te vuelves a dormir", al corresponsal le fue bien. Tras haber cubierto aquella revolución regresó a su país pasando por Para, Georgetown y Puerto España, y en los tres sitios descubrió crisis. Al parecer, los nativos de Trinidad planeaban una revuelta y los funcionarios británicos y sus esposas iban a los bailes con revólveres. El libelo era publicidad y gustó en Trinidad. A Ganesh le interesó más el análisis de la situación política del corresponsal, como apareció en The Trinidad Sentinel. Se describía a Narayan como presidente de la extremista Asociación Hindú. Narayan, "que me recibió en la sede de su partido", era el dirigente de la comunidad india. A Ganesh no le importó eso. No le importó la despectiva referencia a los fanáticos hindúes del sur de Trinidad. Pero le fastidió que el corresponsal se extendiera en detalles románticos al hablar de Narayan y describirle como "veterano periodista de calva incipiente, fumador empedernido" y muchas cosas más. Podía aguantar todos los insultos de Narayan. Allá Inglaterra si quería considerar a Narayan dirigente de los indios de Trinidad, pero que en Inglaterra se leyese y recordase que C. S. Narayan era un veterano periodista de calva incipiente y fumador empedernido, eso no lo podía soportar.

– Sé que no tiene lógica, Beharry, pero no lo puedo evitar. Beharry lo comprendía.

– Un hombre puede aguantar cosas grandes. Son las cosas pequeñas lo que te desarma.

– Tiene que pasar algo, y entonces iré a por Narayan. Beharry se mordisqueó los labios.

– Así me gusta oírte hablar, pandit.

A continuación, y muy oportunamente, la Gran Eructadora llevó grandes noticias.

– ¡Ay, Ganesh, la vergüenza! ¡La vergüenza que está trayendo a los indios ese Narayan! -Estaba tan afectada que sólo pudo eructar y pedir agua. Le dieron Coca-Cola, que le hizo regoldar entre eructo y eructo, y no estuvo comunicativa durante un rato-. Estoy harta de la Coca-Cola -dijo al fin-. No soy lo bastante moderna. La próxima vez, para mí sólo agua.

– ¿Qué vergüenza?

– Ay, hijo. El Fondo para el Hogar de los Indigentes. ¿No sabes que Narayan ha empezado con eso?

– El Pajarito lleva meses hablando de ello.

– ¡Hogar de los Indigentes! Ese hombre está comprando fincas con la misma rapidez con que se recauda el dinero. Y yo lo he descubierto por pura casualidad. No sé si sabes lo mal que lo está pasando Gowrie últimamente. Es una especie de pariente de Narayan. Así que, cuando me la encontré en la boda de Dollarie, se puso a llorar a moco tendido por el dinero, y yo le dije, digo: "Gowrie, ¿por qué no vas a ver a Narayan y le pides un algo? Tiene el fondo ese de los indigentes." Y me dice que no, que no puede hacer eso, que tiene su orgullo y que el fondo todavía está abierto. Pero la convencí, y cuando la vi ayer en el funeral de Daulatram, le pregunté: "¿Qué? ¿Le has pedido algo a Narayan?" Y me dice sí, que le ha pedido a Narayan. Y le digo: "¿Y qué?" Y me contó que Narayan se echó a llorar y se puso de mal genio, diciendo que todo el mundo se piensa que porque ha abierto un pequeño fondo es rico. Y que le dice, dice: "Si soy más pobre que tú, Gowrie. Mírame y dime: ¿cómo puedes pensar que soy rico? La semana pasada sin ir más lejos tuve que pagar catorce mil dólares por una finca entera. ¿Y de dónde voy a sacar todo ese dinero?" Y venga a llorar, y Gowrie dice que al final pensó que él le iba a pedir dinero.

Durante el largo discurso la Gran Eructadora no eructó ni una sola vez.

– ¿Será la Coca-Cola? -le preguntó Ganesh.

– No. Me pasa cuando me embalo.

– ¿Pero cómo es posible que no se monte un jaleo con el fondo ese?

– Ay, hijo, no me digas que no conoces Trinidad. Cuando alguien da dinero, ¿tú crees que les importa adonde va a parar? Con abrir la boca y enseñar los dientes para la foto de los periódicos, se quedan tan contentos, ¿entiendes? Y además, ¿crees que quieren que se descubra una cosa así para que la gente se ría de ellos?

– Pues no está bien. Y no lo digo por ser místico y todo eso, pero creo que a quien lo ve desde fuera no le puede parecer bien.

– Lo mismo que pienso yo -dijo la Gran Eructadora.

Así que volvieron los miembros de la delegación, y en esta ocasión no se sentaron en la galería, sino a la mesa del cuarto de estar. Volvieron a mirar los dibujos de las paredes. Y una vez más, Léela celebró el ritual de sacar Coca-Cola del frigorífico y servirla en los vasos bonitos.

Swami iba vestido de blanco, como la primera vez, y llevaba la misma ristra de plumas y lápices en el bolsillo de la camisa, y la misma carta. Partap se había quitado el esparadrapo. El chico había desechado los pantalones cortos y optado por un traje de chaqueta cruzada de color marrón dos tallas mayor que la suya. Llevaba un número de la revista Time y otro de The New Stateman and Nation.

Partap dijo:

– Narayan es tan listo que parece tonto. Le tenemos cogido, pandit. Fíjate que se ha cambiado de nombre. Con los indios se llama Chandra Shekar Narayan.

– Y con los demás, Cyrus Stephen Narayan -añadió Swami. Léela llevó hojas de papel grandes y muchos lápices rojos. Ganesh dijo:

– He estado pensando lo que me dijisteis, y vamos a sacar nuestro propio periódico. Swami replicó:

– Es justo lo que va a hacer polvo a Narayan.

Ganesh trazó unas columnas en la hoja que tenía delante.

– Como con todo, hay que empezar por cosas pequeñas. El chico puso el Time y The New Statesman sobre la mesa.

– Estas revistas son pequeñas. Muy pequeñas. Swami soltó una carcajada. En la habitación de al lado sonaron como gargarismos.

– ¿Lo ves, sahib? El chico sabe hablar bien. Y, desde luego, es un escritor nato. Sabe mucho más que un montón de hombres hechos y derechos de aquí.

El chico repitió:

– Sí, son unas revistas muy pequeñas. Ganesh sonrió con simpatía.

– Va a costar, mucho, ¿sabes? Tenemos que empezar con algo pequeño y sencillo. Fíjate en tu tío Swami. Empezó con cosas pequeñas en las revistas.

Swami asintió con solemnidad.

– Y también Partap. Y yo. Todos empezamos con algo pequeño. Así que vamos a empezar con cuatro páginas.

– ¿Sólo cuatro páginas? -repitió el chico, malhumorado-. Pero hombre, si eso ni es una revista ni nada.

– Ya será más grande, hombre. Pero que bien grande.

– Vale, vale. -El chico separó con furia la silla de la mesa-. Adelante, hacer eso que llamáis revista. Pero yo no quiero saber nada.

Y se dedicó a su vaso de Coca-Cola.

– Primera página -anunció Ganesh-. Limpia. Nada de anuncios, salvo en el extremo inferior derecho.

– Yo siempre me he dicho que si alguna vez empezaba a sacar una revista, se la dedicaría a Mahatma Gandhi -dijo Partap con respeto-. Conozco a un chico que si le tratamos bien podía coger un troquel con la foto de Gandhi en la redacción de The Sentinel. Podíamos ponerla en primera página y ya encontraría yo algunas palabras o algo para acompañar.

Ganesh señaló el espacio para el homenaje.

– Pues eso ya está -dijo Swami.

– La primera página va a ser con venga de ataques, ataques. Eso me lo dejéis a mí. Estoy trabajando en un artículo para desenmascarar lo del Fondo para los Indigentes, y Léela está escribiendo algo sobre el trabajo social que está haciendo.

Swami estaba tan contento que intentó cruzar sus pantagruélicas piernas. La silla crujió y Ganesh le miró fijamente. Leela atravesó la habitación como una posesa.

– ¡Es que hay gente que parece que no ha visto mobiliarios en su vida! La próxima vez, voy a poner unos bancos. Partap se irguió como una vela y Swami sonrió. Sentado contra la pared, al lado del frigorífico, el chico dijo:

– Sí, la primera página ya está. Pero me digo yo: ¿qué va a pensar la gente cuando vea una dedicatoria en un lado de la página a Mahatma Gandhi y en el otro lado ataques y venga de ataques?

Swami respondió cortante:

– Tú a callarte, chico. Que por mucho que estés crecido y lleves pantalones largos, te cojo y te doy una buena azotaina, aquí mismo, delante del pandit. Y la próxima vez te quedas en casa y no te dejo tocar ni una revista de las que yo saco. Si no tienes otra cosa que decir que sarcasmos, pues vas y te callas.

– De acuerdo. Tú eres un hombre hecho y derecho y me haces callar. Pero a ver cómo pensáis llenar las otras tres páginas.

Ganesh no hizo caso de la discusión y siguió trazando columnas en las páginas interiores.

– Página dos.

Partap. tomó un sorbo de Coca-Cola.

– Página dos.

– Sí -dijo Swami-. Página dos. Partap chasqueó los dedos.

– ¡Anuncios!

– ¿La página dos llena de anuncios? ¿Veis lo que puede hacer la falta de experiencia?

– Unos cuantos anuncios -intercedió Ganesh.

– Eso quería decir -se defendió Partap.

– Cuatro columnas en la página dos. ¿Dos para anuncios? Partap asintió. Swami dijo:

– Así lo hacía yo.

– ¿Qué vais a poner en las dos columnas? Eso, el chico.

Swami se dio la vuelta con brusquedad en la silla, que volvió a crujir peligrosamente. El chico tenía el Time delante de la cara.

– ¿Y alguna cosita escrita por ti, pandit? -preguntó Partap.

– Oye, yo ya voy a escribir toda la primera página. Y no quiero que aparezca mi nombre en la revista. No quiero rebajarme al nivel de Narayan.

Swami dijo:

– Cultura, sahib. La página dos, cultura. Partap dijo:

– Sí, cultura.

Hubo un largo silencio, roto únicamente porque el chico pasaba las páginas de Time con un ruido innecesario.

Ganesh dio unos golpecitos sobre la mesa con el lápiz. Swami se llevó las manos a la barbilla y se apoyó en la mesa, empujándola hacia Ganesh. Partap se cruzó de brazos y frunció el ceño.

– ¿Coca-Cola? -preguntó Ganesh.

Swami y Partap asintieron distraídamente y Léela salió a hacer los honores.

– Tengo unas tazas de esmalte, si lo prefieren.

– No, así nos va bien -replicó Partap, sonriendo.

– Cine -dijo el chico, oculto tras el Time.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Swami ansiosamente.

– Críticas de películas -dijo Ganesh.

– Una idea de primera, lo de las críticas de películas -dijo Partap.

Swami se entusiasmó.

– Y en la misma página, anuncios de películas. De las empresas indias. Con cada crítica, un anuncio. Ganesh dio una palmada sobre la mesa.

– Exacto. El chico tarareaba.

Los tres hombres tomaron un poco de Coca-Cola con desenvoltura. Swami soltó una carcajada y siguió riéndose hasta que su silla crujió. El chico dijo en tono glacial:

– Página tres.

– Dos columnas más de anuncios -replicó Ganesh inmediatamente.

– Y un anuncio bien bueno y grande en toda la página cuatro -añadió Swami.

– Desde luego -dijo Ganesh-, pero ¿por qué te saltas tanto espacio?

Partap dijo:

– Sólo quedan dos columnas por llenar.

– Sí -replicó Swami con tristeza-. Dos más. El chico se acercó a la mesa y dijo:

– El editorial.

Le miraron con expresión inquisitiva.

– El artículo de fondo.

– ¡Ya está la revista! -exclamó Swami. Partap preguntó:

– ¿Y quién va a escribir ese artículo? Ganesh dijo:

– La gente conoce mi estilo. Eso es cosa vuestra. Yo me encargo sólo de la primera página.

– Un artículo serio, de religión, en la página tres -dijo el chico-, para compensar la primera que, o no he oído bien o va a ser de ataques y venga de ataques.

Swami dijo:

– Tengo yo que practicar un poco. En los viejos tiempos, bueno, me hacía un artículo de esos en media hora.

Partap preguntó, dubitativo:

– ¿Alguna cosita sobre los Paquetes Postales? El chico dijo:

– Un artículo serio y religioso. -Y añadió, dirigiéndose a Swami-: ¿Y ese que me enseñaste el otro día?

– ¿Cuál? -preguntó Swami, como si tal.

– El de lo de volar.

– Ah, esa cosilla. Sahib, el chico se refiere a unas palabrillas que escribí el otro día. Partap dijo:

– Ya me acuerdo. Lo que rechazó The New Stateman. Pero está bien. Demuestra que en la antigua India lo sabían todo sobre los aviones.

Ganesh dijo:

– ¡Hum! -Y añadió-: Muy bien. Pues lo ponemos. Swami dijo:

– Lo tengo que pulir un poquito. Partap dijo:

– Bueno, pues ya está todo. Intervino el chico:

– Os olvidáis de una cosa. El nombre.

Los hombres volvieron a quedarse pensativos.

Swami hizo tintinear el hielo en su vaso.

– Más vale decirlo ahora mismo, sahib. Yo soy así: nada de andarme con rodeos. Si no encontramos un buen nombre, la culpa es mía. Cuando era director de verdad los usé todos. The Mirror, The Herald, The Sentinel, The Tribune, The Mail, Todo, todo. Los tengo agotados. El no sé qué hindú y el no sé cuántos hindú.

Ganesh dijo:

– Algo sencillo.

Partap jugueteó con su vaso y masculló:

– Algo realmente sencillo. -Y sin darse cuenta soltó-: ¿The Hindú?

– ¡Serás idiota! -gritó Swami-. ¿No sabes que así se llama la revista de Narayan? Eres tan idiota que por eso trabajas en Correos, ¿no?

La silla chirrió contra el suelo y Léela salió corriendo, horrorizada. Vio a Partap de pie, pálido y tembloroso, con el vaso en la mano.

– ¡ Anda, vuelve a decirlo! -exclamó Partap-. Lo repites y ya verás si no te estampo este vaso en la cabeza. ¿Quién trabaja en Correos? ¿Un hombre como yo pegando sellos? Eso tú, que vas por ahí chupando… Bueno, no me voy a ensuciar la boca hablando contigo aquí.

Ganesh rodeó los hombros de Partap con un brazo mientras Léela le quitaba rápidamente el vaso de la mano y retiraba los demás vasos de la mesa.

Swami dijo:

– Venga, hombre, que era una broma. ¿Quién podría decir que trabajas en Correos? Sólo con verte se nota que eres de los Paquetes Postales. Lo llevas grabado, ¿verdad, chico?

El chico respondió:

– A mí me da la impresión de ser de los Paquetes Postales. Ganesh dijo:

– ¿Lo ves como todos dicen que parece que eres de los Paquetes Postales? Venga, a sentarse y a portarse como uno de los Paquetes Postales. Siéntate y tranquilízate. Un poquito de Coca-Cola. ¡Anda! ¿Dónde están los vasos?

Léela dio un patadón en el suelo.

– No pienso darles Coca-Cola a estos analfabetos en mis vasos, con lo bonitos que son. Swami dijo:

– Perdón, maharaní.

Pero Léela ya había salido de la habitación.

Partap dijo, al tiempo que se sentaba:

– Perdón, pero los errores son fidedignos. Se me había olvidado el nombre de la revista de Narayan, nada más.

– ¿Qué os parece The Sanatanist? -preguntó Swami.

El chico contestó:

– No.

Ganesh le miró.

– ¿No?

– Es fácil darle la vuelta -dijo el chico-. Sería muy fácil cambiarlo por The Sanatanist the Satanist. Y además, mi padre no es sanatanista. Nosotros somos arios.

Así que los hombres se pusieron a pensar otra vez.

Swami le preguntó al chico:

– ¿Has pensado algo ya?

– ¿Qué crees que soy? ¿Pensador profesional? Partap dijo:

– No te pongas así. Si se te ocurre algo, nos lo cuentas, Ganesh dijo:

– Somos hombres hechos y derechos. Vamos a olvidarnos del chico.

El chico dijo:

– Vale, no os preocupéis más. Es fácil. El nombre que andáis buscando es The Dharma, la fe.

Ganesh escribió el nombre en la parte superior de la primera página y sombreó las letras.

El chico dijo:

– Me sorprende que unos hombres hechos y derechos estén aquí venga a beber Coca-Cola y hablando de su experiencia y que no se preocupen de los anuncios.

Aún nervioso, Partap se puso locuaz.

– Estaba yo hablando con el jefe de los Paquetes Postales la semana pasada, sin ir más lejos, y me contó que en América e Inglaterra -él estuvo allí de permiso antes de la guerra- tienen hombres hechos y derechos que se pasan el día escribiendo anuncios.

Swami dijo:

– Yo es que ya no tengo los contactos que tenía antes para lo de los anuncios.

Ganesh le preguntó al chico:

– ¿Tú crees que nos hacen falta? Intervino Swami:

– ¿Por qué le preguntas al chico? Si quieres mi consejo, pues mira, te lo digo bien claro: que una revista, a no ser que lleve anuncios, no parece nada y la gente piensa que nadie la lee.

Partap dijo:

– Si no ponemos anuncios, hay que llenar más columnas. Dos y dos son cuatro, y con las cuatro columnas de la última página nos ponemos en ocho, y una en la primera…

Ganesh dijo:

– Pondremos anuncios, y yo conozco a alguien que seguro que quiere anunciarse. Beharry. Almacenes Beharry. En primera página.

– ¿A quién más conocéis? -preguntó el chico. Partap arrugó la frente.

– Lo mejor va a ser nombrar un administrador. Swami sonrió a Partap.

– Qué buena idea. Y yo pienso que el más adecuado para el cargo es el pandit Ganesh. El voto fue unánime. El chico le dio un codazo a Swami, y Swami dijo:

– Y pienso que tenemos que nombrar un subdirector. El más indicado es aquí el chico.

Aquello quedó solucionado. Después decidieron que, en la primera página de The Dharma, Swami figurase como director general y Partap como director adjunto.

Durante los dos o tres meses siguientes, hubo veces en que Ganesh se arrepintió de haberse metido en el periodismo. Las distribuidoras de películas tenían una actitud muy grosera. Decían que ya tenían suficientes anuncios, como si dudaran de que una crítica de The Dharma, por favorable que fuese, pudiera estabilizar la industria cinematográfica de la India. Eso argumentaba Ganesh: "La industria cinematográfica india no es tan saneada como parece", decía. "Que se acaben las consecuencias de la guerra y entonces, ¡pum!, las cosas se pondrán feas." Los ejecutivos le aconsejaban que se limitara a la religión y dejara en paz la industria cinematográfica.

"De acuerdo. Ni una crítica. Ni una palabra", amenazó Ganesh. "The Dharma hará caso omiso de la existencia del cine indio." Recapacitó rápidamente al ver que las dos columnas sobre cultura de la página dos se quedaban en blanco y se ablandó. "Siento haberme enfadado", escribió. "Pero mi actitud hacia ustedes no estará influida por su actitud hacia mí." Sin embargo, las distribuidoras de películas siguieron negándose a dar entradas gratis a The Dharma y Ganesh tuvo que darle dinero al chico para que fuera a ver dos películas y escribiera la crítica.

Ser el administrador le resultaba embarazoso. Suponía ir a ver a una persona que ya conocía y hablar sobre la situación en la India antes de lanzarse a pedirle un anuncio. Y además no era muy sensato, porque Ganesh no quería que se supiera que tenía una relación demasiado estrecha con The Dharma.

Acabó por abandonar la idea de poner anuncios. De los clientes que eran tenderos sacó dos o tres centímetros de publicidad; pero después decidió publicar anuncios no solicitados. Pensó en todas las tiendas y redactó anuncios para ellas. Un asunto complicado, porque casi todas las tiendas eran muy parecidas y no resultaba satisfactorio escribir algo como "Los mejores productos a precios sin rival", o "Artículos de primera calidad a precios competitivos". Al final se lo inventó, con descripciones de gangas superlativas en tiendas ficticias de pueblos desconocidos. Swami estaba contento.

– Una obra maestra, sahib. Partap preguntó:

– Este sitio del que hablas, Los Rosales, ¿dónde está?

– ¿Saldos Keskidee? Recién abierto. La semana pasada, sin ir más lejos.

El chico entregó críticas difamatorias sobre las películas.

– Mira, esto no lo podemos publicar -dijo Ganesh.

– Para ti es muy fácil hablar. Tú lo único que haces es ir por ahí buscando anuncios. Yo me tuve que pasar seis horas viendo esas dos películas.

Hubo que volver a escribir las críticas.

El chico dijo:

– Pandit, es tu revista. Si me haces mentir, es cosa tuya.

– ¿Qué pasa con lo de tu artículo sobre el Fondo para los Indigentes, sahib?

– Aquí lo tengo. Narayan va a ser el hazmerreír de todos. Y con la crónica de Léela que voy a publicar al lado, Narayan se va enterar de lo que es bueno.

Les enseñó la crónica.

– ¿Qué son todas estas manchas? -preguntó el chico.

– Para corregir los signos de acentuación.

– Pues es una crónica bien bonita, sahib. Swami lo dijo en tono melifluo. Decía lo siguiente:

CRÓNICA DE MIS ACTIVIDADES BENÉFICAS

Léela Ramsumair

1. En noviembre del pasado año atendí con toda humildad a 225 indigentes, en forma de dinero y refrigerios. Los gastos de tal invitación fueron cubiertos con aportaciones, donadas de buen grado, de particulares de Trinidad.

2. En diciembre atendí a 213 niños pobres. Los gastos fueron cubiertos por mi marido, Pandit Ganesh Ramsumair, licenciado, místico, y por mí.

3. El 1 de enero el doctor C. V. R. Swami, periodista hindú y organizador religioso, me abordó con una petición de ayuda monetaria inmediata. Había organizado una reunión religiosa de siete días, dando de comer a una media de hasta 200 brahmanes per diem, además de otras 325 personas, aproximadamente (según los cálculos del doctor Swami). Se le terminó la comida. Le presté ayuda económica. Por consiguiente, el día 7 y el último día de la reunión religiosa, pudo dar de comer a más de 500 brahmanes, además de 344 indigentes.

4. En febrero fui a la finca de Sweet Pastures, donde me vi ante unos 425 niños. Todos eran indigentes. Les di comida, y juguetes a 135 de los más pobres.

5. En marzo, en mi residencia de Fuente Grove, atendí a más de 42 niños de los más pobres. Considero que debo declarar que, si bien di de comer a todos, sólo pude entregar ropas a 12 de los más pobres.

6. Al presentar esta incompleta crónica al público examen de los trinitenses, deseo que sea públicamente sabido que es mucho lo que debo a los particulares trinitenses que de tan buen grado donaron dinero para el consuelo y alivio de los niños más pobres sin distinción de raza, casta, color o credo.

The Dharma fue a imprenta.

El chico se encargó de la composición con gran entusiasmo. Puso un titular en letras grandes en la primera página y otro en la tercera. En la parte superior de la tercera insertó, en bastardilla del veinticuatro:

Hoy en día, el avión es algo que se suele ver desde cualquier sitio y también se suele creer que el progreso en este terreno se remonta a los últimos cuarenta años. Pero unas diligentes investigaciones están demostrando que no es así, y en este docto despacho, el doctor C. V. R. Swami muestra que hace dos mil años ya existía…

Y en enorme negrita:

LA AVIACIÓN EN LA ANTIGUA INDIA

Se lo sabía todo sobre los encabezamientos y los ponía cada dos párrafos. El último párrafo de cada artículo iba en bastardilla, y el último renglón en negrita.

Basdeo, el impresor, le dijo más adelante a Ganesh:

– Sahib, como me vuelvas a mandar a ese chico con algo para imprimir, le retuerzo el pescuezo.