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11 Miembro del consejo legislativo

El Número Dos del Volumen Uno de The Dharma no llegó a salir.

Swami y Partap no podían ocultar el alivio que sentían, pero el chico le dijo a Ganesh: "No pienso volver a meterme en esta estupidez para crios, ¿entiendes?" Y a Swami: "Para la próxima revista que quieras sacar, a mí no me avises."

Pero The Dharma había cumplido su misión. Narayan no se desdijo y se retiró de la vida pública. Cuando la campaña para las primeras elecciones generales de Trinidad estaba en pleno apogeo, él se refugió en su casa de Mucurapo, en Puerto España, enfermo e inútil. The Hindú abandonó los eslóganes como Cada uno que enseñe a uno y Per Ardua ad Astra y volvió a conformarse con citas de las escrituras hindúes. El Pajarito desapareció y ocupó su lugar Chispas de la lumbre de un brahmán.

Ganesh no tenía tiempo para los asuntos de la Asociación Hindú. Las elecciones de la isla se celebrarían dentro de dos meses y estaba muy liado. Indarsingh había decidido presentarse como candidato en el distrito de Ganesh, y fue eso más que el apoyo de la Asociación, de Beharry o Swami lo que empujó a Ganesh a las elecciones.

– Narayan tenía su parte de razón -dijo Beharry-. Sobre los visionarios religiosos. Y también la mooma de Suruj. Dice que curar almas está muy bien, pero que no llena el estómago.

Ganesh pidió consejo a Léela.

Ella le dijo:

– Pues claro que tienes que presentarte. No irás a quedarte de brazos cruzados y dejar que ese chico engañe a la gente, ¿no?

– Oye, que Indarsingh no es ningún chico.

– Pues es difícil creerlo. La mooma de Suruj está en lo cierto, ¿sabes? Demasiada educación es malo de verdad. Tú te quedaste y estudiaste aquí, y sin embargo eres un hombre más importante que Indarsingh, con todos los Oxford donde dice que ha estado.

La Gran Eructadora exclamó:

– ¡Ay, Ganesh! ¡Eran las palabras que esperaba oír de tu boca! Es tu deber presentarte y ayudar a los pobres. Así que Ganesh se presentó a las elecciones.

– Pero no me va a hacer feliz ver a mi marido metiéndose en discusiones ruines con gente ruin. No quiero que arrastres tu nombre por el barro.

No lo hizo. Llevó la campaña electoral más limpia de la historia de Trinidad. No tenía programa. Y sus carteles eran de lo más sencillo: GANESH HARÁ LO QUE PUEDA, UN VOTO PARA GANESH ES UN VOTO PARA DIOS, e incluso cosas más simples, como GANESH GANARÁ y GANESH ES UN HOMBRE DE BIEN Y DE DIOS.

No celebró reuniones electorales, pero Swami y Partap le organizaron muchas reuniones religiosas. Trabajó con ahínco para ampliar sus conferencias del Camino de la felicidad; tenía que llevar los libros que necesitaba en tres o incluso cuatro taxis. En medio de una charla, dejaba caer en hindi: "Quizá interese a alguno de los aquí presentes saber que me presento a las elecciones del mes que viene. No puedo prometer nada. Consultaré para todo a Dios y a mi conciencia, aun a riesgo de desagradaros. Pero eso no es lo importante. Recordad que estamos hablando de la transmigración de las almas. Pues bien, esta teoría también fue defendida por un filósofo de la antigua Grecia, pero he traído varios libros para demostrar que es más que probable que aquel griego tomara la idea de la India…"

Beharry dijo un día:

– La mooma de Suruj piensa que ese cartel delante de la casa no queda bien, pandit. Dice que está tan mohoso que lo estropea todo.

Así que Ganesh quitó el cartel que amenazaba con no atender peticiones de ayuda monetaria y puso otro nuevo y más sencillo que decía lo siguiente: Aquí se puede encontrar solaz espiritual en cualquier momento.

Una noche, en una reunión religiosa, Ganesh vio al chico entre quienes ayudaban a llevar los libros desde los taxis hasta el estrado. Swami dijo:

– He traído al chico para pedirte perdón por lo que te dijo, sahib. Dice que lo quiere compensar ayudando con los carteles y eso. Se pasa el día llorando, sahib. Y a pesar de que parece pequeño, tiene una mano maestra para pintar carteles.

Los rótulos del chico eran complejos. Nunca se conformaba con las letras sin más; lo sombreaba todo y a veces costaba trabajo leer lo que había escrito. Pero ponía mucho empeño y caía bien a todo el mundo. Beharry, que también trabajaba en los carteles, dijo:

– A veces quisiera que Dios me hubiera dado un hijo así. Suruj es buen chico, pero pandit, no tiene cabeza. Siempre está en la clase de los atrasados. Me descompone. Yo soy un hombre inteligente, y la mooma de Suruj no es tonta.

Los elogios de Beharry sirvieron de estímulo al chico y dibujó el cartel más famoso de las elecciones:

GANESH es

Capaz

Amable

Enérgico

Sincero

SANTO

Frente a todo aquello, estaba claro desde el principio que Indarsingh no tenía posibilidades, pero luchó con valentía. Obtuvo el apoyo del Partido para el Progreso y la Unidad, el P P. U., una organización constituida a toda prisa dos meses antes de las elecciones. Los objetivos del P. P. U., como su organización, eran difusos, e Indarsingh tuvo que arreglárselas él solo. Sus discursos eran largos, cuidadosamente pensados -más adelante su autor los publicaría en forma de libro, bajo el título de Colonialismo: cuatro ensayos-, sobre temas como la economía del colonialismo, el colonialismo en perspectiva, la anatomía de la opresión, el enfoque de la libertad. Indarsingh iba de un lado a otro con una pizarra y una caja de tizas de colores, e ilustraba sus argumentos con diagramas. A los niños les caía bien. Le rodeaban al principio y al final de los discursos y le pedían "un trocito pequeño de tiza que estuviera pensando en tirar". Los mayores le llamaban el "Diccionario Andante".

En una o dos ocasiones intentó atacar a Ganesh pero pronto comprendió que no debía hacerlo. Ganesh jamás mencionó a Indarsingh.

A Léela le gustaba cada vez menos Indarsingh, a medida que se aproximaba el día de las elecciones.

– Tanta palabrería elegante y tanto acento elegante… No sé cómo la gente no le tira algo bien grande a la cabeza.

– No está bien hablar así, Léela -dijo Ganesh-. Es buen chico. Está luchando bien limpio, y en el resto de Trinidad las cosas no son tan limpias, te lo aseguro.

Léela se volvió hacia Beharry:

– ¿Oyes lo que dice? Es justo esa bondad y esa mente tan grande lo que es peligroso en Trinidad. Parece que no ha tenido bastante con gente como Narayan.

Beharry replicó:

– Bueno, el pandit tiene mucha razón en lo que dice. Indarsingh es buen chico, pero no es más que un chico. Dice cosas demasiado grandes. Pero fíjate, que eso está bien para aquí. Yo puedo entenderlo y el pandit Ganesh puede entenderlo, pero para la gente corriente es distinto.

Una noche, Ganesh volvió tarde a Fuente Grove de una reunión religiosa en Bamboo Walk, una aldea limítrofe con su distrito. En el piso de arriba, en el cuarto de estar, estaban Léela, Beharry y el chico, trabajando como de costumbre en los carteles. Estaban sentados a la mesa. Pero Ganesh vio a alguien más arrodillado junto al frigorífico, rellenando los contornos de un cartel de GANESH ES UN HOMBRE DE BIEN Y DE DIOS extendido en el suelo. Era un hombre grandón y gordo, pero no era Swami.

– Hola, sahib -dijo el hombre despreocupadamente, y siguió rellenando las letras. Era Ramlogan.

– Hola, Ramlogan. Cuánto tiempo sin verte. Ramlogan no alzó la vista.

– Tengo mucho trabajo, sahib. En la tienda. Ganesh dijo:

– Léela, espero que tengas mucha comida para mí esta noche. Cualquier sobra me la comería. Tengo un hambre de lobo. Ah, Léela, ¿pero no le has dado nada a tu padre?

Léela se dirigió con presteza hacia el frigorífico.

Ramlogan siguió rellenando letras.

– ¿Qué te parece?

– Unas palabras muy bonitas, sahib. Ramlogan siguió sin alzar la vista.

– Se le ocurrieron a Léela.

– Ella es así, sahib. Léela repartió Coca-Colas.

Ramlogan, que estaba inclinado con las manos apoyadas en el suelo, se enderezó y se echó a reír.

– Llevo años vendiendo la Coca-Cola esta pero, fíjate, sahib, que ni la había catado. Qué cosas. Ya se sabe: en casa del herrero, cuchillo de palo.

Léela dijo:

– Oye, tienes la comida esperándote en la cocina. Ganesh atravesó el cuarto de estar y pasó a la habitación grande, junto a la galería trasera.

Léela tenía lágrimas en los ojos.

– Es la segunda vez en mi vida que me haces sentir orgullosa de ti.

Se apoyó sobre él. El no la rechazó.

– La primera vez fue cuando el chico de la nube. Ahora con papá.

Se secó los ojos y sentó a Ganesh a la mesa de la cocina.

Durante la semana anterior al día de las elecciones Ganesh decidió suspender toda actividad mística y celebrar un Bhagwat, un encuentro religioso de siete días. Dijo:

– Desde pequeño me tengo prometido celebrar mi propio Bhagwat, pero nunca encontraba tiempo. El chico dijo:

– Pero ahora es el momento de moverse, pandit, de hablar a la gente y eso.

– Ya lo sé -replicó Ganesh con tristeza-. Pero algo me dice que si no celebro un Bhagwat ahora, no lo haré nunca. A Léela no le parecía bien.

– Para ti es muy fácil. Sólo tienes que estar sentado recitando oraciones y cosas. Pero la gente no va a un Bhagwat sólo por las oraciones, eso te lo aseguro. Van por la comida de balde.

Pero la Gran Eructadora, la mooma de Suruj y Ramlogan aunaron fuerzas y ayudaron a Léela en la ingente tarea de cocinar durante todo el fin de semana. El Bhagwat tuvo lugar en la planta baja de la casa; se dio de comer a la gente fuera, en el restaurante de bambú, y había una cocina especial en la parte de atrás. Los leños ardían en enormes agujeros excavados en el suelo, y en grandes cacerolas negras de hierro cocían a fuego lento arroz, dal, patatas, calabaza, espinacas de muchas clases, karhee, y muchos otros alimentos vegetarianos hindúes. La gente acudió desde varios kilómetros a la redonda, e incluso Swami, que había organizado tantos Bhagwats, dijo:

– Es lo mejor y lo más grande que he organizado jamás.

Léela se quejaba más que nunca de cansancio; la Gran Eructadora tenía inusitados problemas con los gases, y la mooma de Suruj no paraba de lamentarse por sus manos.

Pero Ramlogan le dijo a Ganesh:

– Así es con las mujeres y eso, sahib. Se quejan, pero nada les gusta más que una gran fiesta como esta. Pasaba lo mismo con la madre de Léela. Siempre yendo a cantar a alguna boda, y cuando volvía ronca a la mañana siguiente, venga a quejarse. Pero la siguiente vez que había una boda, no encontrabas en casa a la madre de Léela.

En un gesto sublime, Ganesh invitó a Indarsingh la última noche del Bhagwat, la víspera del día de las elecciones.

Léela les dijo a la mooma de Suruj y a la Gran Eructadora:

– Es justo lo que me esperaba de ese marido que tengo. A veces este hombre y los otros actúan como si hubieran perdido el juicio.

La mooma de Suruj removió la caldera del dal con un cucharón de un metro de largo.

– Ay, hija. ¿Pero qué haríamos sin ellos? Indarsingh llegó con chaqueta deportiva de Oxford, y Swami, en calidad de organizador del Bhagwat, le presentó al público.

– Tengo que hablarles en inglés para presentarles a este hombre, porque creo que no sabe hindi. Pero creo que todos estarán de acuerdo conmigo en que habla inglés como un auténtico inglés. Es porque tiene educación extranjera y ha vuelto aquí únicamente para intentar ayudar a los pobres de Trinidad. Señoras y señores: el señor Indarsingh, licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Oxford, Londres, Inglaterra.

Indarsingh dio un saltito, tocándose la corbata y, como un tonto, habló de política.

Indarsingh perdió su depósito y tuvo una tremenda discusión con el secretario del P. P. U., que también había perdido el suyo. Indarsingh dijo que el P. P. U. había prometido compensar a los miembros que perdieran el depósito. Descubrió que no podía hablar con nadie, pues tras los resultados de las elecciones, el Partido para el Progreso y la Unidad sencillamente desapareció.

Fue idea de Beharry que la gente de Fuente Grove llamase a Ganesh Honorable Ganesh Ramsumair, miembro del Consejo Legislativo.

– ¿A quién desea ver? -preguntaba a las visitas-. ¿Al Honorable Ganesh Ramsumair, miembro del Consejo Legislativo?

Al llegar a este punto convendría detenerse un poco y reflexionar sobre las circunstancias del ascenso de Ganesh, de maestro a sanador, de sanador a místico, de místico a miembro del Consejo Legislativo. En su autobiografía, Los años de culpa, que empezó a escribir en esta época, Ganesh atribuye su éxito (pide que se le perdone por utilizar tal palabra) a Dios. La autobiografía muestra que creía firmemente en la predestinación, y las circunstancias que concurrieron para su ascensión parecen ciertamente providenciales. Si hubiera nacido diez años antes, es muy improbable, teniendo en cuenta la actitud de los indios de Trinidad hacia la educación en aquella época, que su padre le hubiera enviado al Queen's Royal College. Podría haber sido pandit, y un pandit mediocre. Si hubiera nacido diez años más tarde, su padre le habría enviado a Estados Unidos, Canadá o Inglaterra para estudiar una profesión -la actitud de los indios hacia la educación había cambiado por completo-, y quizá Ganesh habría sido un abogado fracasado o un médico peligroso. Si, cuando los estadounidenses bajaron a Trinidad en 1914, Ganesh hubiera seguido el consejo de Léela y hubiera buscado trabajo con ellos o se hubiera hecho taxista, como tantos sanadores, se le habría cerrado para siempre el camino místico y habría supuesto su ruina. A pesar del esplendoroso intervalo con los estadounidenses, a estos sanadores les resulta difícil ganarse la vida hoy en día. En Trinidad ya nadie quiere sacamuelas ni sanadores, y los antiguos colegas de Ganesh en este campo han tenido que seguir dedicándose al taxi, pero ahora a tres centavos el kilómetro y medio, tal es la competencia.

"Está claro que mi Hacedor quería que fuese místico", escribió Ganesh.

Incluso sus enemigos le prestaban servicios. Sin los ataques de Narayan, Ganesh nunca se habría dedicado a la política y habría seguido siendo místico. Con desafortunadas consecuencias. Ganesh se vio convertido en místico cuando Trinidad los reclamaba. Esa época ha pasado. Pero algunas personas no se han dado cuenta y en algunos rincones de Trinidad aún existen residuos de místicos miserables. Parece cierto que la Providencia guió a Ganesh. Al igual que le indicó cuándo debía dedicarse al misticismo, le indicó cuándo abandonarlo.

Su primera experiencia como miembro del Consejo Legislativo resultó humillante. Los miembros del nuevo Consejo y sus esposas fueron invitados a cenar en el palacio del Gobierno, y aunque un semanario difamatorio recién fundado consideraba la invitación un truco imperialista, asistieron todos los miembros. Pero no todas las esposas.

A Léela le daba vergüenza, pero salió del paso diciendo que no soportaba la idea de comer en platos de otras personas.

– Es como ir a un restaurante. No sabes cómo es la comida ni quién la ha cocinado.

En el fondo, Ganesh se sintió aliviado.

– Yo tengo que ir. Pero no te creas, que no pienso usar eso del tenedor y el cuchillo y esas bobadas. Voy a comer con los dedos, como siempre, y me da igual lo que diga el gobernador o quien sea. Pero la mañana antes de la cena consultó con Swami.

– Sahib, lo primero que te tienes que quitar de la cabeza es que te va a gustar la comida. Si eso de comer con tenedor y cuchillo es cosa de práctica, hombre.

Y explicó la técnica en líneas generales.

Ganesh dijo:

– Quia, quita. Cuchillo de pescado, cuchara para la sopa, cuchara para la fruta, cucharilla… ¿Pero quién puede acordarse de tanta cosa?

Swami se echó a reír.

– Tú haz lo que hacía yo, sahib. Mira lo que hacen los demás. Y come un montón de buen arroz y dal antes de ir.

La cena fue una fiesta para los fotógrafos. Ganesh se presentó con dhoti, koortah y turbante; el representante de uno de los distritos de Puerto España llevaba traje caqui y salacot; un tercero apareció con pantalones de montar; aferrándose de momento a sus principios anteriores a las elecciones, un cuarto apareció con pantalones cortos y camisa desabrochada, y el miembro del Consejo Legislativo más negro, con un traje azul de tres piezas, guantes amarillos de lana y monóculo. Todos los demás hombres parecían pingüinos, en algunos casos hasta sus negros rostros.

Un indio cristiano de edad no llevó a su esposa porque, según dijo, nunca había tenido esposa; en su lugar llevó a su hija, una criaturita radiante de unos cuatro años.

La esposa del gobernador se movía con seguridad y decisión entre los consejeros y sus esposas. Cuanto más desconcertante era el hombre o la mujer, más le interesaba y más encanto desplegaba.

– Vaya, señora Primrose -dijo animadamente a la esposa del consejero más negro-. Qué distinta está usted hoy.

Toda apretujada en un vestido con estampado de flores, la señora Primrose se arregló el sombrero, también floreado.

– Ah, señora. No soy la misma yo. La otra, la que usted vio en la Unión de Madres de Granadina, esa está en casa. Haciendo un niño.

Muy oportunamente, sirvieron el jerez.

La señora Primrose soltó una risita y le preguntó al camarero:

– ¿Es fuerte la bebida esta?

El camarero asintió y miró por encima del hombro.

– Bueno, pues gracias. Yo es que no uso.

– ¿Quizá alguna otra cosa? -se apresuró a preguntar la esposa del gobernador.

– Un poquito de café o té, si tiene.

– Café. Me temo que el café no estará listo hasta dentro de un rato.

– Bueno, gracias. En realidad no quiero nada. Era por ser sociable.

La señora Primrose soltó otra risita.

Al poco se sentaron a la mesa. La esposa del gobernador se situó a la izquierda del señor Primrose. Ganesh se encontró entre el hombre de los pantalones de montar y el indio cristiano y su hija y vio con preocupación que las personas de las que esperaba aprender la técnica de comer estaban demasiado lejos.

Los miembros del Consejo Legislativo miraron a los camareros, que desviaron rápidamente la mirada. Después se miraron entre sí.

El hombre de los pantalones de montar murmuró:

– Por eso no pueden subir los negros. ¿Han visto cómo se portan esos camareros? Y eso que también son más negros que demonios.

Nadie replicó al comentario.

Llegó la sopa.

– ¿Carne? -preguntó Ganesh. El camarero asintió.

– Llévesela -dijo rápidamente Ganesh, con asco. El hombre de los pantalones de montar dijo:

– Ahí se ha equivocado. Tenía que jugar con la sopa.

– ¿Jugar con ella?

– Eso dice el libro.

Nadie cerca de Ganesh parecía dispuesto a probar la sopa.

El hombre de los pantalones de montar miró a su alrededor.

– Es una habitación bonita.

– Bonitos cuadros -dijo el hombre de la camisa desabrochada, que estaba sentado enfrente.

El hombre de los pantalones de montar suspiró con hastío.

– Es curioso, pero hoy no tengo mucha hambre.

El indio cristiano colocó a su hija sobre la pierna izquierda y, sin hacer caso a los demás, metió la cuchara en la sopa. La probó con la lengua para ver si quemaba y dijo: "Aah". La niña abrió la boca para recibir la sopa. "Una para ti", dijo el cristiano. Luego cogió otra cucharada. "Y otra para mí."

Los demás lo vieron. Empezaron a comer audazmente.

Al señor Primrose le sobrevino una catástrofe nada original. Se le cayó el monóculo en la sopa.

La esposa del gobernador desvió la mirada rápidamente.

Pero el señor Primrose señaló el monóculo.

– Je, je -rió-. ¿Pero han visto cómo se ha caído?

Los miembros del Consejo Legislativo miraron con simpatía.

El señor Primrose se encaró con ellos.

– ¿Qué miran? ¿Es que nunca han visto un negro? El hombre de los pantalones de montar susurró al oído de Ganesh:

– Pero si no hemos dicho nada.

– ¡Eh! ¿Qué pasa? -espetó el señor Primrose-. ¿Que los negros no llevan monóculo?

Sacó el monóculo, lo secó y se lo guardó en un bolsillo de la chaqueta.

El hombre de la camisa desabrochada intentó cambiar de tema.

– Me pregunto cuánto nos van a pagar por los gastos de coche para venir aquí. Desde luego, yo no he pedido cenar con el gobernador.

Señaló con la cabeza al gobernador y la dejó quieta rápidamente.

El hombre de los pantalones de montar dijo:

– Pero hombre, nos tienen que pagar.

Ea cena fue un martirio para Ganesh. Se sentía incómodo y extraño. Se fue poniendo cada vez de peor humor y rechazó todos los platos. Se sintió como si volviera a ser un muchacho, como el primer día en Queen's Royal College.

Estaba de muy mal genio al volver aquella noche, ya tarde, a Fuente Grove. "Querían dejarme en ridículo", murmuró. "Dejarme en ridículo."

– ¡Leela! -gritó-. Ven, chica, y dame algo de comer. Leela salió, sonriendo burlonamente.

– Pero hombre, si yo creía que estabas cenando con el gobernador.

– Déjate de bromas, oye. He cenado. Pero ahora quiero comer. Se van a enterar -refunfuñó, mientras metía los dedos en el arroz, el dal y el curry-. Se van a enterar.