38066.fb2 El Sanador Mistico - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 6

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2 Discipulo y maestro

Ganesh nunca estuvo realmente contento durante los cuatro años que pasó en el Queen's Royal College. Fue allí cuando tenía casi quince años, y no estaba tan adelantado como el resto de los chicos de su edad. Siempre era el mayor de la clase, y algunos compañeros suyos eran tres o incluso cuatro años menores que él. Pero al menos tuvo la suerte de poder estudiar. Fue por pura casualidad que su padre contara con el dinero necesario para mandarle allí. El anciano llevaba años aferrándose a sus tristes dos hectáreas de tierra yerma cerca de Fourways con la esperanza de que las compañías petrolíferas excavaran un pozo en ellas, pero no pudo sobornar a los de las perforadoras, y tuvo que conformarse con un pozo limítrofe. Fue algo decepcionante e injusto, pero llegó a tiempo, y los derechos alcanzaron para mantener a Ganesh en Puerto España.

El señor Ramsumair formó gran alboroto con lo de enviar a su hijo al "colegio de la ciudad", y la semana antes de que comenzara el curso llevó a Ganesh por todo el distrito, presumiendo de él ante sus amigos y conocidos. Le puso un traje caqui y un salacot del mismo color, y muchos dijeron que el chico parecía un pequeño sahib. Las mujeres lloraron un poco y le pidieron a Ganesh que recordase a su difunta madre y que fuera bueno con su padre. Los hombres le pidieron que estudiara mucho y que ayudara a otras personas con sus conocimientos.

Padre e hijo salieron de Fourways aquel domingo y cogieron el autobús para Princes Town. El anciano llevaba la ropa para ir de visita: dhoti, koortah, gorro blanco y un paraguas colgado del brazo izquierdo. Cuando cogieron el tren en Princes Town se sentían importantes.

– Cuidadito con el traje -dijo el anciano en voz muy alta, y los que estaban a su lado lo oyeron-. Acuérdate de que vas al colegio de la ciudad.

Cuando llegaron a St Joseph, Ganesh empezó a sentir vergüenza. Su atuendo y sus ademanes ya no atraían miradas de respeto. La gente sonreía, y cuando se apearon en la terminal de Puerto España, una mujer se rió.

– Ya te dije que no me vistieras así -mintió Ganesh, casi sollozando.

– Anda y que se rían -replicó el anciano en hindi, y se pasó la palma de una mano por el poblado bigote gris-. Los borricos rebuznan por cualquier cosa.

"Borrico" era su insulto favorito, quizá porque el término en hindi es tan expresivo: gaddaha.

Fueron a todo correr a la casa de Dundonald Street donde iba a hospedarse Ganesh, y la señora Cooper, la casera, negra, alta y rolliza, se rió al verlos, pero dijo:

– El chico parece todo un caballerete.

– Es buena mujer -le dijo el anciano a Ganesh en hindi-. No te preocupes por la comida ni nada. Te cuidará bien.

Ganesh prefería no acordarse de lo que ocurrió al día siguiente, cuando le llevaron al colegio. Los chicos mayores se rieron, y aunque no llevaba el salacot caqui, se sentía incómodo con el traje. Y encima, la escenita en el despacho del director: su padre gesticulando con el gorro blanco y el paraguas; el director, inglés, paciente al principio, después firme y al final desesperado; el anciano encolerizado, murmurando "Gaddaha. Gaddaha".

Ganesh nunca dejó de sentirse torpón. Estaba tan avergonzado de su nombre indio que durante una temporada fue contando que en realidad se llamaba Gareth. Aquello le hizo un flaco servicio. Seguía vistiendo mal, no jugaba a nada, y en cuanto abría la boca se notaba que era un indio del campo. Nunca dejó de ser campesino. Seguía creyendo que leer con otra luz que no fuera la natural era malo para la vista, y en cuanto acababan las clases se iba corriendo a casa, en Dundonald Street, y se ponía a leer en la escalera de atrás. Se dormía con las gallinas y se despertaba antes del canto del gallo. "Ese Ramsumair es un auténtico empollón", decían riéndose los chicos, pero Ganesh nunca fue sino un estudiante mediocre.

Le aguardaba otra humillación. Cuando fue a casa en las primeras vacaciones escolares, su padre dijo, después de volver a presumir de él:

– Ya es hora de que el chico sea un auténtico brahmán.

La ceremonia de iniciación se celebró aquella misma semana. Le afeitaron la cabeza, le dieron un pequeño fardo de color azafrán y le dijeron: "Hale, y ahora a Benarés, a estudiar."

Cogió el bordón y se alejó de Fourways a toda prisa.

Tal y como estaba previsto, Dookhie, el tendero, corrió tras él, llorando un poco y rogándole en inglés:

– No, muchacho, no. Que no te vayas a Benarés a estudiar. Ganesh siguió andando.

– Pero, ¿qué le pasa a ese chico? -preguntaba la gente-. Se lo toma muy en serio.

Dookhie cogió a Ganesh por un hombro y le dijo:

– Ya está bien de tonterías, niño. Deja de hacer el idiota. ¿Qué te has creído, que me voy a pasar todo el día corriendo detrás de ti? ¿De verdad te crees que vas a llegar a Benarés? Eso está en la India, a ver si te enteras, y esto es Trinidad.

Le llevaron a casa. Pero el incidente tuvo su trascendencia.

Todavía estaba prácticamente calvo cuando volvió al colegio, y los chicos se rieron tanto que el director le llamó y le dijo:

– Ramsumair, está usted creando problemas en el colegio. Póngase algo en la cabeza.

De modo que Ganesh fue a clase con el salacot caqui hasta que le creció el pelo.

Había otro chico indio, Indarsingh, que vivía en la casa de Dundonald Street. También estaba en el Queen's Royal College, y aunque era seis meses menor que Ganesh, iba tres clases por delante de él. Era un chico listo, y todos los que le conocían decían que iba a ser un hombre importante. A sus dieciséis años, Indarsingh pronunciaba largos discursos en los debates de la Sociedad Literaria, recitaba sus propios versos en los concursos de poesía y siempre ganaba los concursos de discursos improvisados. También practicaba todos los deportes, no muy bien, pero tenía condiciones de deportista y por eso los chicos le consideraban un ideal. Indarsingh convenció a Ganesh para que jugara al fútbol. Cuando Ganesh dejó al descubierto sus piernas, pálidas, amarillentas, un chico escupió con asco y exclamó: "¡Oye, tú, tus piernas no ven el sol!" Ganesh no volvió a jugar al fútbol, pero siguió siendo amigo de Indarsingh. A Indarsingh le resultaba útil. "Vente a dar un paseo por el Jardín Botánico", le decía a Ganesh, y durante el paseo no paraba de hablar, para ensayar su discurso del próximo debate. Al final decía: "¿A que está bien? Pero requetebién." El tal Indarsingh era un chico bajo, rechoncho, y en sus andares, como en su forma de hablar, mostraba el garbo de los bajitos.

Indarsingh era el único amigo de Ganesh, pero su amistad no duraría. Al final del segundo año de Ganesh en el colegio, a Indarsingh le dieron una beca para Inglaterra. A ojos de Ganesh, Indarsingh había conseguido algo que superaba toda ambición.

Con el tiempo, Ganesh obtuvo el certificado de Cambridge, y sorprendió a todo el mundo con un aprobado. El señor Ramsumair le dio la enhorabuena, ofreció un premio anual al colegio, y le dijo a Ganesh que había encontrado a una buena chica para que se casara con ella.

– El viejo te está metiendo prisa -dijo la señora Cooper.

Ganesh escribió una carta, diciendo que no tenía la menor intención de casarse, y cuando su padre contestó que si no quería casarse podía considerarse huérfano, Ganesh decidió considerarse huérfano.

– Tienes que buscarte un trabajo -dijo la señora Cooper-. Oye, que no es que esté pensando en lo que me tienes que pagar. Es que tienes que encontrar trabajo. ¿Por qué no hablas con el director de tu colegio?

Lo hizo. El director se quedó algo perplejo y preguntó:

– ¿Qué quiere hacer?

– Dar clase -contestó Ganesh, porque pensaba que tenía que halagar al director.

– ¿Dar clase? Qué raro. ¿En primaria?

– ¿Qué quiere decir, señor?

– No estará pensando en dar clase en este colegio, ¿verdad?

– No, señor. No me tome el pelo.

Al final, con la ayuda del director, Ganesh se matriculó en la Escuela Gubernamental de Preparación de Profesores de Puerto España, donde había muchos más indios y no se sentía tan incómodo. Le enseñaron cosas muy importantes, y de vez en cuando hacía prácticas con unos cuantos alumnos en colegios cercanos. Aprendió a escribir en la pizarra y consiguió superar la dentera del chirriar de la tiza. Después le pusieron a dar clase.

Le mandaron a un colegio de un distrito problemático del barrio este de Puerto España. El despacho del director también servía de clase, atestada de chicos jóvenes. El director estaba sentado bajo un retrato del rey Jorge V, y entrevistó a Ganesh.

– No sabe qué suerte tiene -empezó a decir, y se levantó de golpe, añadiendo-: Un momento. Hay un chico al que voy a darle una buena. Un momento.

Pasó con dificultad por entre los pupitres hasta donde estaba un chico, en la fila del fondo. Los alumnos guardaron silencio inmediatamente y se oyó el ruido de las demás clases. Después, Ganesh oyó al chico chillando detrás de la pizarra.

El director sudaba cuando volvió con Ganesh. Se enjugó la enorme cara con un pañuelo de color malva y dijo:

– Sí, como le iba diciendo, tiene usted suerte. La mayoría de las veces desperdician a un joven como usted en mitad del campo, en Cunaripo o cualquier sitio dejado de la mano de Dios. -Se echó a reír y Ganesh pensó que también debía reírse; pero en cuanto lo hizo el director se puso serio y dijo-: Señor Ramsumair, no sé qué ideas tiene usted sobre la educación de los jóvenes, pero quiero que sepa desde el principio, incluso antes de empezar, que el objetivo de este colegio es formar, no informar. Todo está organizado. -Señaló un horario enmarcado, en tinta de tres colores, colgado junto al retrato del rey Jorge V-. Lo hizo Miller, a quien usted va a sustituir. Está enfermo.

– Pues parece muy bueno, y siento que Miller esté enfermo -dijo Ganesh.

El director se arrellanó en la silla y dio un golpe con una regla en el papel secante de color verde que tenía ante él.

– ¿Cuál es el objetivo de este colegio? -preguntó de repente.

– Formar… -empezó a decir Ganesh.

– No… -continuó el director, como animándole.

– Informar.

– Señor Ramsumair, es usted muy despierto. Me cae muy bien. Nos vamos a llevar estupendamente, usted y yo.

A Ganesh le dieron la clase de Miller, la de apoyo. Era una especie de zona de descanso para los retrasados mentales. Los chicos permanecían en ella, desinformados, años y años, y algunos ni siquiera querían abandonarla. Ganesh probó con todo lo que le habían enseñado en la Escuela de Formación, pero los chicos no respondían bien.

– No les puedo enseñar nada -se quejó al director-. Les enseñas esta semana el teorema número uno y a la semana siguiente se les ha olvidado.

– Mire, señor Ramsumair. Me cae usted bien, pero tengo que ser firme. A ver, rápido: ¿cuál es el objetivo de este colegio?

– Formar, no informar.

Ganesh dejó de intentar enseñar a los chicos, y se conformó con consignar la mejora semanal en el cuaderno de notas. Según ese cuaderno, los alumnos de la clase de apoyo avanzaban desde el teorema número uno al número dos en sucesivas semanas, y después llegaban, sin dificultad, al teorema número tres.

Al tener mucho tiempo libre, Ganesh podía observar a Leep, el de la clase de al lado. Leep había estado en la Escuela de Formación con él, y seguía entusiasmado. Casi siempre estaba junto a la pizarra, escribiendo, borrando, informando sin cesar, salvo cuando -y no era poco frecuente- daba de azotes a un chico y desaparecía tras el panel de celotex que separaba su clase de la de Ganesh.

El viernes anterior al regreso de Miller (que se había fracturado la pelvis), el director llamó a Ganesh y le dijo:

– Leep está enfermo.

– ¿Qué le pasa?

– Nada, ha dicho que está enfermo y que no puede venir el lunes.

Ganesh se inclinó hacia delante.

– Bueno, no estoy seguro -dijo el director-. No estoy nada seguro, pero yo lo veo así. Si dejas a los chicos en paz, ellos te dejan en paz. Son buenos chicos, pero los padres… ¡Dios mío! Así que cuando vuelva Miller, tendrá que encargarse de la clase de Leep.

Ganesh accedió; pero sólo estuvo en la clase de Leep una mañana.

Cuando volvió al colegio, Miller se enfadó terriblemente con Ganesh, y durante el recreo del lunes por la mañana fue a quejarse al director. Llamaron a Ganesh.

– Dejo una clase buena, estupenda -dijo Miller-. Los chicos iban bien. Y, cuando vuelvo, después de una semana -bueno, dos o tres meses-, ¿con qué me encuentro? Pues resulta que los chicos no han aprendido nada nuevo y que hasta se han olvidado de las cosas que tardé un montón de tiempo en enseñarles. Esto de dar clase es un arte, pero hay mucha gente que se cree que puede dejar de cortar caña de azúcar y ponerse a dar clase en Puerto España.

Enfadado por primera vez en su vida, Ganesh dijo:

– ¡Te vayas a la mierda, hombre!

Y dejó el colegio para siempre.

Fue a dar un largo paseo por los muelles. Eran las primeras horas de la tarde y las gaviotas graznaban entre los mástiles de las balandras y las goletas. Vio los transatlánticos anclados a lo lejos. Dejó que le asaltase la idea de viajar y la dejó escapar con igual facilidad. Pasó el resto de la tarde en el cine, pero eso fue un auténtico martirio. Le molestaron especialmente los créditos. Pensó: "Toda esa gente con su nombre en letra bien grande en la pantalla se gana las lentejas. Incluso los de la letra pequeña. No como yo."

Necesitaba todo el consuelo que podía ofrecerle la señora Cooper cuando volvió a Dundonald Street.

– No soporto esas groserías -le dijo.

– Eres un poco como tu padre, a ver si me entiendes. Pero no te preocupes, muchacho. Yo noto tu halo. Es como una central eléctrica, ¿sabes? Pero has hecho mal dejando un trabajo tan bueno. No es que te mataras a trabajar precisamente.

Durante la cena, la señora Cooper dijo:

– No puedes ir a pedirle nada al director otra vez.

– No -se apresuró a replicar Ganesh.

– He estado yo pensando. Resulta que un primo mío trabaja en lo de los carnés de conducir. Creo que podría encontrarte un trabajo allí. ¿Sabes conducir?

– Ni un carro, señora Cooper.

– Da igual. El te puede sacar un carné y no tendrías que conducir mucho. Tienes que examinar a otros conductores, y si haces lo que mi primo, te puedes sacar un montón de dinero con cualquier bobo que quiera un carné y que tenga dinero. -Se quedó pensando un rato y añadió-: Ah, y conozco a un hombre que trabaja en lo de telégrafos. Pero anda, que no sé dónde tengo la cabeza últimamente. Te ha llegado un telegrama, esta tarde.

La señora Cooper fue al aparador y sacó un sobre de debajo de un jarrón lleno de flores artificiales.

Ganesh leyó el telegrama y se lo dio.

– ¿Quién es el imbécil que ha mandado esto? -dijo la señora Cooper-. Vamos, es que te puedes morir de un ataque al corazón.

Malas noticias ven a casa ahora mismo. ¿Quién es este tal Ramlogan, el que firma?

– Ni idea -contestó Ganesh.

– ¿Qué piensas que puede ser?

– Pues, ya sabe…

– Fíjate, qué curioso -interrumpió la señora Cooper-: Anoche, sin ir más lejos, soñé que alguien se moría. Sí, muy curioso.