38085.fb2 El whisky de los poetas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 22

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Un retrato literario

Vi la fotografía de un lobo marino moribundo, amarrado, arrastrado a palos por las calles de un pueblo del archipiélago de Chiloé, y esas imágenes interfirieron en mi proyecto de crónica para esta semana. El texto hablaba de crueldad colectiva, pero lo que se veía en la fotografía era un hombre armado de un garrote, en plena expansión sádica, rodeado de un grupo de mirones atentos, pensativos, quizás asustados. Un niño asoma detrás de un joven como si quisiera mirar y a la vez esconderse. El joven tiene las manos en los bolsillos y está clavado como una estatua en el suelo: toda su actitud, su lenguaje corporal, manifiesta la decisión de no participar en la tortura del lobo. Sólo se sacaría las manos de los bolsillos para lavárselas. Es un Poncio Pilato de los archipiélagos.

Los bramidos del lobo agónico resuenan en mis oídos y se mezclan con otro suceso terrible: la muerte de cuatro colegas literarios, algunos de ellos viejos amigos, ocurrida en el desastre del Avianca que volaba de París a Madrid la semana pasada.

La muerte hace recordar y obliga a reconsiderar. Pienso que Ángel Rama, una de las cuatro victimas, estuvo unido en la critica, en su calidad de ensayista brillante, a los comienzos mismos, escasamente conocidos, de la renovación narrativa latinoamericana, eso que, después, en la jerga publicitaria, se conocería como el "boom". Este fue precedido por la aparición de críticos modernos, extremadamente creativos, liberados de la aridez positivista y de las vaguedades del impresionismo, y a esa especie pertenecía Ángel Rama en grado eminente. Uno podría añadir que los escritores, los novelistas nuevos, trabajaron con una conciencia crítica mucho más desarrollada que la de sus antecesores. Casi todos, en forma paralela a su trabajo de ficción, han escrito textos de reflexión sobre la obra literaria. Podría enfocarse la historia del "boom" como una historia de las relaciones entre creación y crítica. En Borges, por ejemplo, es imposible señalar los límites de una y de otra.

Conocí a Ángel Rama en casa de Ricardo Latcham, en Montevideo, en 1960. Aunque parezca extraño, yo era joven delegado de Chile ante una reunión de la ALALC y conseguí escaparme, con cierto escándalo de mis compañeros de delegación, a una tertulia organizada por el entonces embajador Latcham. Los escritores uruguayos de esos días, reunidos en la revista "Marcha", iban a ser importantes, cada uno a su manera y desde posiciones diferentes, en la explosión literaria de la década que se iniciaba. Sus nombres, que entonces formaban parte de una clave confidencial, ahora son archiconocidos: Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Carlos Martínez Moreno, Emir Rodríguez Monegal. Y, desde luego, Ángel Rama.

Rama escribía sobre nuestros grandes renovadores literarios, maestros de

los futuros escritores del "boom". Hablaba de Darío, de Horacio Quiroga, de

Felisberto Hernández. Era el representante de algo que podríamos llamar

nacionalismo continental. Esa, por lo demás, era la ideología común de los

nuevos narradores de la década del sesenta. La adhesión a la Revolución

Cubana en sus comienzos se produjo alrededor de esos principios. Fue una

adhesión de caracteres nacionalistas, tercermundistas. Después, con el ingreso

de Cuba en la órbita soviética, era inevitable que sobreviniera una escisión

profunda en los medios intelectuales.

Ángel Rama me escribió una carta larga y lúcida, equilibrada y solidaria, después de leer mi testimonio cubano en 1974. Hace tres años lo encontré en la Universidad de Princeton, dedicado a la enseñanza y la investigación. Más tarde supe que la burocracia norteamericana le había revocado la visa. La burocracia es la enemiga eterna de los escritores, de los creadores, de los hombres de pensamiento. Aquí y en la quebrada del ají.