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Entro a la biblioteca de la Universidad de Austin, en Tejas, y encuentro tesoros latinoamericanos. Me dicen que es la mejor colección del mundo en su género. Repaso las revistas de la sección chilena y parece que está todo o casi todo. Me dedico a ver viejos números de la revista Hoy, la de los años 30. Parece que todo el mundo visitaba Chile y que Chile estaba en contacto con todo el mundo. Se publican párrafos escogidos del "Regreso de la URSS", de André Gide. Ese "Regreso" fue considerado una traición y provocó la expulsión de Gide del Congreso de Intelectuales Antifascistas, que se realizó en Madrid, la capital sitiada, en 1937. ¡Extraño asunto! La República española, que necesitaba aliados en todos los ambientes, se creaba enemigos, o mejor dicho, mantenía a sus amigos naturales a raya. ¿Criticar a la URSS, la de José Stalin, la que iniciaba las grandes purgas, significaba necesariamente ser partidario de los nazis?
La revista Hoy de la década del 30, la de André Gide y la de nuestro Vigía del Aire, que vigilaba de monóculo puesto, también tiene cosas más inocentes: ejercicios bomberiles en plena Alameda, jóvenes señoras de sociedad que uno conoció, o vislumbró, bastante mayorcitas, aunque todavía dignas de merecer, allá por los dichosos años 50. Caballeros de polainas, de tongo y de chaleco.
Se realiza un simposio sobre literatura chilena y ocurre que los participantes, Enrique Lihn, Pedro Lastra, el que escribe estas líneas (como se decía antiguamente), hablamos de lo mismo, no sé por que. Hablamos de los poetas que correspondían a esos tiempos, a esas cabezas femeninas que asistían a su primer baile, a esos ejercicios bomberiles en una Alameda llena de árboles. Hablamos de los poetas de metaforones y de pecho caliente. Lihn se exalta, se le disparan los pelos ensortijados, parece indignarse con su propia sombra, y habla de los "poetas sumos sacerdotes", que se creían investidos de una misión divina, o quizás excesivamente humana. ¿Qué fue de las debutantas, de los caballeros de polainas, de los bomberos de antaño, de los poetas de metaforón y pecho caliente?
Abandonamos la sala académica y pasamos cerca de un Capitolio neoclásico. De él veo salir a un diputado vestido de azul marino y corbata, pero que camina con las piernas separadas, a lo cowboy, y lleva un enorme sombrero blanco, de alas anchas. Me cuentan que es el Estado del oro, del petróleo y de los grandes escándalos financieros. Las huellas de México, las de antes de la guerra que le arrebató estos territorios, están borradas, pero por todas partes se advierten los signos de una invasión nueva, de una especie de revancha. Comemos tacos y mole, regados con cerveza de marca "Chihuahua". La invasión del sur hispánico ha dominado Florida; controla por completo Miami, ciudad hispánica desde hace ya un tiempo, y se extiende por Nuevo México, por Tejas, por el sur de Colorado. Los nombres castellanos se leen en los listados de las instituciones, en la policía, en los municipios.
"Me gusta que mi hija", me dice el padre de una alumna "estudie castellano. Es muy posible que el porvenir de nuestros hijos, para los que vivimos en ésta región, esté más allá del Río Grande". No sé qué habrá querido decir. Los mexicanos, en calidad de braceros clandestinos, atraviesan la frontera en cantidades crecientes, incontrolables. Los turistas emprenden viajes desde aquí, en sus casas rodantes, y encuentran playas solitarias y baratas. "¡Y si Ronald Reagan decide invadir Centroamérica!" Nadie lo Cree. Todos piensan que sería una perfecta locura. "¡Disparates!", exclaman, moviendo las manos.