38085.fb2 El whisky de los poetas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 28

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Arte reflexivo

Nunca me había terminado de convencer el talento de Woody Allen. Me parecía un Carlos Chaplin menor, un Hermano Marx rezagado, un intelectual neoyorquino perdido en una búsqueda demasiado prolongada y algo verbosa de su identidad. Ahora he visto la última de sus producciones cinematográficas, La Rosa Púrpura de El Cairo, y me he sentido deslumbrado y conmovido por su talento, su formidable talento y su gracia narrativa.

Estamos en los meses más duros de la crisis de 1929. Se repiten las imágenes, en el cine y en la novela de estos días, de la Gran Depresión. Parece que hemos salido de lo peor de la recesión, pero no terminamos de salir. Pues bien, hay una ciudad en crisis, unos suburbios miserables, unos hombres sin trabajo que juegan a algo parecido a nuestra rayuela, una música, un ritmo, que aluden al Chaplin de Luces de la ciudad y de Tiempos modernos. Una mujer joven discute con su marido, que forma parte del grupo de desocupados, y entra a su trabajo rutinario, opresivo, en un café de mala muerte. Nunca consigue concentrarse en la tarea. Confunde los pedidos de los clientes, rompe la vajilla, en medio de los improperios y de las miradas fulminantes del patrón.

Lo que ocurre es que ella vive en un mundo de fantasía. Es una cinéfila apasionada, un miembro de la tribu moderna de los fanáticos del cine. Conoce todas las películas, como ese joven Mallarmé que había leído todos los libros, y es capaz de repetir interminables diálogos de memoria.

En la sala de la esquina ponen un filme que se titula, como la obra que vemos, La Rosa Púrpura de El Cairo. Asistimos a un cine que reflexiona sobre el cine, una película en el interior de otra, con una protagonista que es un retrato irónico del autor. La mujer se siente extrañamente seducida por el actor principal de la cinta que mira desde una platea semidesierta, mientras hurga en un cartucho cualquiera y come con movimientos de autómata.

En su tercera o cuarta visita a la misma sala, el actor sale de la pantalla y conversa con ella en la primera fila. Después la invita a un restaurante. Tiene los bolsillos llenos de dinero, pero es un dinero fabricado para las películas. Entretanto, los demás actores, sentados en los asientos de un salón de vanguardia de la década del 20, esperan, aburridos, exasperados. Mientras el actor principal, explorador en El Cairo, buscador de una rosa púrpura que crecía en la tumba de los faraones, no regrese, el desarrollo del relato seguirá interrumpido. Después, debido al escándalo público que ha provocado esta situación insólita, el hombre de carne y hueso que desempeñaba ese papel de explorador, un profesional segundón que trata de hacer carrera a toda costa, llegara a esa ciudad y las complicaciones irán en aumento.

La obra de Woody Allen es una comedia de enredo, pero es todo menos una comedia vulgar. Es una reflexión irónica, melancólica, lúcida, brillantísima, sobre el arte y su relación con la vida. Es una película bastante breve, de una estructura impecable, que a uno lo deja pensativo. ¿Qué quiso decirnos Woody Allen? ¿Qué existe detrás de las ilusiones de la mente humana? El cine es el arte ilusorio por excelencia. Si una de esas figuritas de la pantalla cobra vida y abandona su papel preestablecido, se produce un trastorno de consecuencias incalculables. No es posible que los personajes se rebelen contra su creador. Volvemos al mito del génesis, de la caída, de la rebelión luciferina. Adivinamos que el sentido final del arte tiene algo que ver con estas delicadas cuestiones.