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Ante de visitar Praga, pensaba que Kafka es un autor de literatura fantástica. Pero la realidad suele superar a la fantasía. Los laberintos de Kafka no son superiores al modelo que le ofrecía su ciudad natal. Y el castillo, oculto a medias por la niebla o perfilado contra un cielo gris en la colina cubierta de nieve, es una presencia ominosa, inquietante y cuyo centro parece inaccesible, como en la novela.
Los habitantes de Praga acortan camino utilizando las galerías cubiertas que cruzan toda la parte antigua. El extranjero, en cambio, tiene que seguir la vía más larga de las calles principales, o perderse sin remedio. Se necesitan muchos años para conocer los pasajes, las galerías, los túneles de Praga. Como no transitan automóviles, los pasos, en los días de niebla, producen un eco fantasmal. De pronto se desemboca en un patio abierto rodeado de escaleras exteriores y de balcones. El pintor de El Proceso podría habitar perfectamente detrás de una de las ventanas del último piso. Un condiscípulo y amigo de Kafka escribe que "los pasajes cubiertos obedecen a la ley de la continuidad, no terminan de encadenarse; de este modo se pueden recorrer barrios enteros sin pasar jamás por una calle a cielo descubierto, ni siquiera para atravesarla". Y otro condiscípulo de Kafka advirtió en Praga un "lado espectral que se cierra a la realidad". Es decir, Kafka inventó menos de lo que comúnmente se piensa. La imaginación de un escritor no consiste, aparentemente, en inventar a partir de la nada.
Kafka tiene algunos sucesores directos en la literatura latinoamericana. En Chile, desde luego, influyó en forma decisiva en casi todos los autores de la vapuleada generación del 50. Puede decirse que Enrique Lihn y Alejandro Jodorowsky partieron de la lectura de El Proceso. Allá por el año cincuenta, Jodorowsky descubría en ciertos conventillos de la calle Matucana una réplica de los escenarios kafkianos.
En algunos cuentos de Julio Cortázar se siente muy cercana la huella del novelista de El Castillo. Y Cortázar también suele moverse en un universo de galerías cubiertas. "El Otro Cielo", uno de los cuentos de su libro Todos los fuegos el fuego, transcurre simultáneamente en el Pasaje Güemes de Buenos Aires y en la Galería Vivienne de París. "Ese mundo, dice Cortázar al describir estas galerías, que ha optado por un cielo más próximo, de vidrios sucios y estucos con figuras alegóricas que tienden las manos para ofrecer una guirnalda".
"El Otro Cielo" alude en forma inequívoca a otro escritor que, como Kafka, es un precursor y una de las figuras centrales de la literatura moderna. Me refiero a Isidore Ducasse, más conocido por su pseudónimo de Conde de Lautréamont. Lautréamont describía en el siglo XIX un Paris espectral, emparentado con los laberintos de Kafka, con las galerías cubiertas de Cortázar, con la calle Matucana que después de haber leído El Proceso mirábamos con nuevos ojos.
Así describe Lautréamont la calle Vivienne al anochecer, cuando el reloj de la Bolsa de Comercio termina de dar las ocho campanadas: "Los transeúntes apuran el paso y se retiran pensativos a sus casas: Una mujer se desmaya y cae sobre el asfalto. Nadie la levanta: todos tienen prisa por alejarse de ese paraje. Las persianas se cierran con ímpetu, y los habitantes se sumergen en sus lechos. Se diría que la peste asiática ha revelado su presencia. Así, mientras la mayor parte de la ciudad se prepara para nadar en los placeres de las fiestas nocturnas, la calle Vivienne se encuentra súbitamente congelada por una especie de petrificación".
Tanto la visión de Lautréamont como la de Kafka transforman la realidad. Pero al recorrer la parte antigua de Praga o la galería y la calle Vivienne de París uno adquiere la impresión de que no inventaron demasiado. La imaginación creadora es sobre todo una capacidad de ver y conocer. Lo que los grandes escritores inventan es precisamente una visión o una imagen de las cosas. Una visión que nos transmiten de una vez para siempre; por eso es que hoy día no podemos mirar Praga sin los ojos de Kafka, o la calle y la galería de Vivienne sin los de Lautréamont, con el añadido ahora de la versión de Cortazar.