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La vieja Sorbona estaba llena de letreros que contenían prohibiciones y advertencias a los alumnos. Muchas cosas estaban prohibidas. Uno de los primeros actos de los rebeldes fue colocar un cartel que reza: "Se prohíbe prohibir". Todo, ahora, está permitido. En el austero patio central, bajo las columnas de estilo jesuítico de la capilla, funciona una orquesta de jazz. En el Salón de Honor y en las salas principales los estudiantes continúan su maratón oratoria. Se aprobó por aclamación la iniciativa de vender en remate los frescos de comienzos de siglo, obra de Puvis de Chavanes, que adornan algunos muros. La moción no ha podido ser llevada a la práctica debido a la dificultad de retirar los frescos sin destruirlos.
El desafío a las prohibiciones sale de la Sorbona y se propaga por la ciudad y por el país. Cada vez que un tren llega a una estación del Metro una puerta se cierra automáticamente e impide el acceso al andén. En letras rojas, una leyenda "prohíbe terminantemente" poner obstáculos al cierre automático de la puerta. La otra noche bajamos a una estación de Metro en el momento en que el tren llegaba y la puerta empezaba a cerrarse. Indiferente a los gritos de un inspector, un joven se montó a horcajadas en la puerta y nos facilitó el paso.
El inspector terminó por encogerse de hombros y al día siguiente, con seguridad, se plegó a la huelga. Porque el espectáculo que presencié en el Metro, al día siguiente, era un fiel reflejo del paso de la etapa universitaria a la etapa obrera del movimiento. Pasé mi boleto y la inspectora, que conversaba con una amiga, se negó a perforarlo. En el andén, una multitud rodeaba a un funcionario gordo, que transpiraba. El tren tardaba demasiado en llegar. El funcionario se resolvió a llamar por teléfono a la administración y supo que pasaría un último tren dentro de algunos minutos. ¿Y para el regreso? El funcionario no sabía una palabra…
La plaza de la Contrescarpe, en la Montaña de Santa Genoveva, detrás de la Universidad y del Panteón, es la plaza de los "clochards", de los harapientos de París. Hace dos noches, los clochards formaban un circulo en la plaza y discutían los sucesos recientes. En un círculo contiguo, un grupo de "hippies" de largas melenas hacia circular de boca en boca un cigarrillo de marihuana. En la era de las prohibiciones, la policía francesa perseguía severamente el tráfico y el uso de la droga. Pero esa era, al menos por unos días, ha terminado. Ahora se prohíbe prohibir.