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Los ojos de Tolstoi y los de Franz Kafka, los ojos de los grandes creadores, sirven para ver la situación de Chile. El Vicente Huidobro de Vientos contrarios y de la revista Ombligo, el que observaba la tendencia de los caballeros chilenos a "hipopotamizarse", también tiene mucho que decirnos. Kafka, en los años de la Primera Guerra Mundial, formó parte de un comité que se preocupaba del estudio y de la curación de las psicosis derivadas del conflicto. El carácter profético de la obra kafkiana, su calidad de metáfora anunciadora e iluminadora, están ligados a los conceptos contemporáneos de la neurosis y del conflicto.
La campaña oficial para el plebiscito del 5 de octubre repitió y desarrolló una noción básica, elemental, utilizada con majadera insistencia durante los 15 años de la dictadura: la de la guerra interna y la del miedo a la vuelta de la Unidad Popular y del comunismo. El jefe de la Marina llegó a decir textualmente que el plebiscito sería una lucha entre el Bien y el Mal, entre Dios y las fuerzas demoníacas. La propaganda del sí, en otras palabras, nunca pudo apartarse del tema del conflicto y de su inherente neurosis. Había que votar por el sí por miedo al demonio, para que las hordas comunistas no se tomaran la calle.
La campaña contraria, sin dar demasiados argumentos, utilizó dos antídotos que resultaron eficaces: el humor y la memoria. Y anunció que la alegría estaba destinada a volver. El día mismo del plebiscito, en las filas que esperaban pacientemente su turno para depositar el voto, tuve la intuición clara de que la campaña del sí había fracasado. En la atmósfera no se percibía ningún miedo, ninguna neurosis. Por el contrario, la gente hacia cola con tranquilidad, con buen humor, con espíritu de colaboración. Si alguien buscaba su mesa, todos le prestaban ayuda para encontrarla, sin preguntarle y sin preguntarse, siquiera, por quién votaría. Como dijo uno de los Vicarios de Santiago, con metáfora acertada, el acto electoral fue una liturgia. Y fue también, a su modo, un exorcismo: muchos de los demonios que envenenaban el espíritu nacional quedaron expulsados. Al finalizar el día, en el momento de cerrarse las mesas, se produjo una curiosa confraternización entre los apoderados electorales gobiernistas y los opositores. En un sector popular, el hombre del gobierno, empleado del Municipio, le dijo a un representante del Partido por la Democracia, después de haber contado veinte votos seguidos favorables al no: "Parece que esto va a ser por paliza". A partir de ahí se rieron y se dieron la mano. En una mesa de los barrios ricos, un joven opositor tomó del brazo a un joven "pituco", partidario del sí, y lo llevó para presentarle a sus amigos. "¡Estoy feliz!", me dijo al día siguiente, al final de una entrevista literaria, una joven estudiante de un colegio de monjas. "¡Por qué!", le pregunté: "¿Eras partidaria del no?"Yo era del sí", dijo ella, que pertenece, evidentemente, a la clase de los partidarios del sí, y que todavía, por edad, no tiene derecho a voto, "pero, de todos modos, ¡estoy feliz!"
Lo que ocurría es que una larga neurosis se había disipado como por arte de magia. Por arte de liturgia electoral. A pesar del triunfo del no, las hordas periféricas no habían invadido el Barrio Alto, ni la Bolsa de Comercio se había desplomado a la mañana siguiente. Escuché ese "estoy feliz", con diferentes matices, a diversas personas que habían votado por el gobierno. Claro está, hubo un proceso de decantación y de "bunkerización". En los sectores pinochetistas duros, la neurosis derivó a estados de depresión aguda o de psicosis peligrosa, anunciadora de futuros problemas. Hubo un rápido resurgir de bandas y de pequeños grupos de extrema derecha, y los discursos del Ministro del Interior, que intentaba convertir la derrota en victoria y que llamaba a cerrar filas en torno a Pinochet, no fueron precisamente pacificadores.
Si Kafka nos permite comprender el conflicto neurótico, Tolstoi es el gran experto en el tema de la guerra. El general Kutuzov, después de la batalla de Borodino, en La guerra y la paz, compara a Napoleón con un jabalí herido de muerte. El jabalí herido, explica, es un animal peligroso, del que conviene mantenerse a distancia. Tratará de atacar, pero después correrá a refugiarse en el interior del bosque. Después de la batalla, en efecto, Napoleón ocupó e incendió Moscú. La retirada en el invierno, sin embargo, se hallaba muy próxima.
El general Pinochet, naturalmente, no es Napoleón Bonaparte, pero la metáfora tolstoiana sirve para definir el momento. Aunque el jabalí acaba de recibir una estocada certera, conserva mucha fuerza y es capaz de atacar. La
oposición, que hace un año ofrecía un espectáculo de división lamentable,
alcanzó una notable unidad en el dinamismo de la campaña por el no. Ahora
tiene que mantenerse unida, atenta, y trabajar en aspectos concretos de la
democratización del país, aspectos que pueden y deben abordarse de inmediato, como el de los relegados y presos políticos y el de la libertad de expresión.
No es probable, por otro lado, que la oposición y el gobierno puedan
sentarse pronto en la mesa de negociaciones. Pero el oficialismo necesitará en
un futuro muy cercano el voto de sectores de la derecha democrática, y esto
pasa, como condición previa, por una reforma mínima de la Constitución,
una reforma que permita, por lo menos, que la Constitución sea reformable
más adelante. Cuando ya se planteen las cosas en esa forma, la transición real
se habrá puesto en marcha. El exorcismo, la expulsión de los demonios, el
tránsito de la enfermedad a la convalescencia, habrán sido los pasos previos
indispensables.