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La rebelión de los jóvenes no es una rebelión contra la pobreza sino
contra las esclavitudes que engendra una sociedad rica. Los jóvenes se
han levantado contra los mecanismos opresivos de la llamada "sociedad de
consumo". El movimiento es libertario, anarquizante, opuesto por igual a la
deshumanización del capitalismo y a la pesadez burocrática del socialismo
soviético.
Una de estas esclavitudes tuvo una expresión clara y sorprendente en los días finales de la crisis. Me refiero a la esclavitud del automóvil, una de las opresiones más implacables que conocen los miembros de la sociedad industrial. Cuando faltó la bencina, hubo incidentes que parecían anunciar un regreso a la barbarie. Cinco automovilistas atacaron a un bencinero que no pudo venderles combustible y lo dejaron en un hospital, con lesiones graves. Se trataba de cinco ciudadanos normales, reunidos por azar junto a una bomba de bencina; seres pacíficos a quienes la perspectiva de verse privados del uso de su automóvil convirtió en energúmenos.
En una calle solitaria, tres sujetos armados de rifles y pistolas detuvieron a un automovilista con el propósito de robarle el combustible. El automovilista logró escapar, pero estuvo a punto de perder la vida; una bala le rozó las sienes.
Cuando llegó la bencina, la tiranía del automóvil se manifestó en su aspecto más absurdo. Según las estadísticas, el espacio que desplazan los automóviles de París es superior a la superficie total de las calles de la ciudad. En consecuencia, si todo el mundo saca su automóvil la circulación es imposible. Llegó la bencina y todo el mundo sacó su automóvil. Paris conoció los "tacos" más monstruosos de su historia. Como en esos días aún no había trenes subterráneos y buses, quedó demostrado que sin locomoción colectiva los automóviles pasaban a ser un instrumento inútil. Al llegar a cierta etapa, la civilización industrial es como una serpiente que se muerde la cola. A más automóviles, menos velocidad.
En la crisis de mayo dejó un saldo de dos muertos. En el primer fin de semana posterior a la crisis, hubo 120 muertos en accidentes de automóvil. Esta cifra no parece haber conmovido a la opinión pública. El automóvil es uno de los flagelos más peligrosos de las sociedades avanzadas, pero nadie presta mayor atención a sus víctimas.
Se podría terminar esta crónica con una cita del viejo Baudelaire. "La verdadera civilización, decía, no está en el gas, ni en el vapor, ni en las mesas circulatorias, sino en la disminución de las huellas del pecado original".
Es preciso recordar que el pecado original nos sometió al paso del tiempo
y nos hizo avergonzarnos de nosotros mismos.